RESUMEN
En el estudio teórico de la nación, la segunda mitad del siglo xx ha estado marcada por el descrédito de las visiones esencialistas y el absoluto predominio de las teorías modernistas; es decir, por la idea de que la identidad nacional es un fenómeno nacido en la edad contemporánea y exclusivo a esta. En los últimos años, sin embargo, han aflorado diferentes investigaciones que cuestionan esta perspectiva y que, también alejadas del esencialismo, defienden la idea de que el fenómeno nacional tiene un origen histórico más temprano. Los enfoques en este sentido son variados; unos son estudios de caso y otros ofrecen visiones más generales; algunos autores pretenden básicamente cuestionar la perspectiva modernista, mientras que otros ofrecen una explicación causal con pretensión de sustituirla. Las aportaciones consideradas más relevantes serán sometidas a análisis y crítica. Se defiende en este estudio que el enfoque precontemporáneo de la nación ofrece argumentos sólidos frente a las teorías modernistas, y que por ello está obteniendo un grado creciente de aceptación, lo que hace suponer que la perspectiva modernista pierda en el futuro su carácter actual de paradigma dominante.
Palabras clave: Nacionalismo; etnicidad; teorías modernistas; naciones premodernas; perennialismo; cambio de paradigma.
ABSTRACT
In the theoretical study of the nation, the second half of the twentieth century was characterized by the disavowal of essentialist visions and the absolute predominance of modernist theories; that is, by the idea that national identity is a phenomenon exclusive to the contemporary age. In recent years, however, different studies have appeared that question this perspective and, whilst also maintaining distance from essentialism, defend the idea that the national phenomenon has an earlier historical origin. The approaches in this sense are varied; some are case studies, others present broader visions. Some authors simply intend to question the modernist perspective, whereas others provide a causal explanation with the aim of replacing it. The most relevant contributions are subjected to analysis and criticism in this study. It is argued that the pre-contemporary approach to the national phenomenon offers solid arguments to question modernist theories, and is thus achieving an increasing degree of acceptance. This suggests that the modernist perspective may lose its current status as a dominant paradigm in the future.
Keywords: Nationalism; ethnicity; modernist theories; pre-modern nations; perennialism; paradigm shift.
SUMARIO
En el estudio teórico del nacionalismo y la etnicidad, uno de los mayores motivos de controversia académica desde hace décadas es la cuestión de los orígenes del fenómeno nacional. En el pasado, y hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, predominaba una visión primordialista de la nación, que atribuía a esta una existencia objetiva, unas cualidades esenciales y un origen inmemorial. La Segunda Guerra Mundial, y las terribles catástrofes que en ella tuvieron lugar, fueron vinculadas por destacados académicos, y de forma general, al pernicioso efecto del nacionalismo, particularmente en su versión esencialista, que en casos como el del nacionalsocialismo identificaba la nación con una comunidad biológica de origen. Se sustentaban en esta concepción las actitudes agresivamente racistas y xenófobas de la época, de rechazo radical de otros pueblos e individuos considerados ajenos a la comunidad nacional.
Tras la Segunda Guerra Mundial se ha consolidado en el estudio académico del fenómeno nacional una perspectiva, habitualmente llamada «modernista», que enfatiza el carácter de la nación como una construcción cultural y simbólica. El origen de la nación, muy al contrario de lo que asumían las visiones esencialistas, se habría producido según esta visión en fechas muy cercanas, en el marco de la Edad Contemporánea. Este ha sido durante las últimas décadas el paradigma dominante, y lo sigue siendo hoy en día.
En desacuerdo con esta visión, pero manteniendo también distancia respecto a las visiones esencialistas, han aparecido de forma esporádica, particularmente en los últimos años, visiones de la nación que, sin presentarla como un hecho objetivo y esencial, y afirmando su carácter cultural y simbólico, le asignan un origen previo a la Edad Contemporánea. Estas perspectivas a menudo son descritas como «perennialistas», si bien la conveniencia de este término es cuestionable. En primer lugar, el perennialismo se identifica por lo general con la afirmación de la existencia de identidades nacionales previas a la Edad Contemporánea, desde una consideración de estas como una construcción cultural; pero el mismo término se vincula en ocasiones con una idea de la nación como algo intemporal, lo que hace que termine convergiendo con el primordialismo ( Smith, A. D. (2000). Nacionalismo y modernidad. Madrid: Istmo.Smith, 2000: 283-7; Smith, A. D. (2004a). Nacionalismo. Madrid: Alianza.Smith 2004a: 67-9). En segundo lugar, resulta discutible la propia adecuación etimológica del término, pues la caracterización de un fenómeno como «perenne» puede efectivamente entenderse que connota intemporalidad o inmutabilidad. Por todo ello se ha optado en estas páginas por calificar como «precontemporáneas» a las teorías que serán objeto de estudio.
Todas las teorías llamadas modernistas[1] comparten tres concepciones básicas: que la identidad nacional es una construcción cultural y simbólica, que esta surge en el período contemporáneo, y que lo hace por circunstancias propias de la modernidad. Más allá de esas coincidencias, la diversidad de enfoques y perspectivas es enorme. El terreno común compartido por las teorías precontemporáneas es aún menor, pues básicamente tan solo comparten aquello que no son; su coincidencia se restringe a su puesta en cuestión del planteamiento modernista. Fuera de esto, los enfoques muestran gran diversidad. A modo de ejemplo, algunos hacen referencia a un caso concreto, mientras otros abordan la cuestión desde un plano general; algunos sitúan el origen del fenómeno nacional en la tradición europea y occidental, coincidiendo en esto con los modernistas, mientras que otros ven ejemplos de existencia de identidades nacionales desde fecha temprana en los entornos geográficos más diversos.
El presente estudio acomete primero una crítica del dominante paradigma modernista, desde la idea de que este muestra, según el caso concreto, importantes limitaciones, inconsistencias o errores de interpretación histórica. Luego ofrecerá un panorama global de las perspectivas premodernistas más relevantes, que serán sometidas a análisis crítico. Se argumentará por fin que, habiendo convincentemente demostrado las debilidades de las teorías modernistas, las visiones premodernistas de la nación por lo general no han ofrecido una explicación alternativa del origen del fenómeno nacional, y en los casos en los que lo han intentado los resultados son discutibles.
Las visiones de la nación que se incluyen habitualmente dentro de la etiqueta de modernistas comparten la idea de que la nación es una construcción cultural, y que su origen se encuentra en el período contemporáneo y se debe a factores propios de la modernidad. Más allá de esas coincidencias, las visiones son de una gran variedad, y ponen el énfasis en factores muy diversos, como pueden ser la industrialización y desaparición de la sociedad tradicional, el acceso de las masas en política, el colonialismo, el proceso de construcción del Estado, las nuevas teorías de autonomía política o transformaciones tecnológicas y culturales[2].
Las objeciones a las perspectivas modernistas de la nación, a su énfasis en limitar el fenómeno nacional al período contemporáneo, son diferentes según la definición de la nación que asumen. Estas definiciones se pueden agrupar en dos categorías fundamentales, según si incorporan o no la idea de soberanía nacional. Como se verá a continuación, en el primer caso las objeciones son fundamentalmente semánticas y conceptuales, mientras que en el segundo caso se refieren más propiamente a consideraciones empíricas sobre hechos históricos.
Para algunos autores solo hay nación allí donde está presente la idea de que la legitimación del poder político emana de la voluntad expresada por los individuos que conforman la nación, en calidad de ciudadanos; es decir, donde se expresa el principio de soberanía nacional (por ejemplo, Kedourie, E. (1985) [1960]. Nacionalismo. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.Kedourie, 1985; Anderson, B. (1993) [1983]. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.Anderson, 1993). Esta definición permite efectivamente encuadrar el fenómeno nacional en un período reciente de la historia. La objeción que se puede hacer a esta elección conceptual es que excluye buen número de fenómenos en los que, sin estar presente el principio de soberanía nacional, la identificación explícita con la nación y la apelación política a esta ha sido intensa. Se pueden señalar en este sentido, entre otros muchos posibles ejemplos, el discurso «nacionalista» de muchas monarquías o sistemas políticos que apelan a una soberanía divina, como la Rusia zarista, la Persia de la dinastía Pahlavi o el Japón imperial previo a la Segunda Guerra Mundial. También quedaría por ejemplo fuera de la definición buena parte del «nacionalismo» romántico y cultural del siglo xix, lo cual colisiona con la percepción general de lo que es el fenómeno nacional. En ocasiones los mismos autores que apelan a esa acepción limitada de la nación se muestran inconsistentes al reconocer el carácter nacional de algunos de los fenómenos señalados.
Otros autores modernistas apelan a un concepto más amplio de identidad nacional, e identifican esta con la creencia consolidada en un grupo humano de constituir una comunidad a partir de elementos culturales compartidos (lengua, religión, tradiciones, etc.) unida a la idea de que esta comunidad debe tener una expresión político-territorial propia. Lo anterior conlleva también el entendimiento de que los gobernantes deben compartir la misma cultura, deben pertenecer a la misma nación, que los gobernados (por ejemplo, Gellner, E. (1988) [1983]. Naciones y nacionalismo. Madrid: Alianza Editorial.Gellner, 1988; Hobsbawm E. (1990). Naciones y nacionalismo desde 1780. Barcelona: Crítica.Hobsbawm, 1990). La crítica que se puede hacer a estas concepciones es más propiamente histórica y factual, pues es cuestionable que este tipo de mentalidad sea exclusiva de la Edad Contemporánea.
Aunque la perspectiva modernista es el paradigma dominante en relación al origen de la nación, con el tiempo han ido surgiendo visiones alternativas. Diversos autores han ofrecido una genealogía de la nación que señala un origen previo a la Edad Contemporánea; en lo sucesivo se ofrece un intento de sistematización y análisis crítico de la pluralidad de perspectivas precontemporáneas de la nación. En primer lugar, se abordarán los cuestionamientos de la perspectiva modernista a partir de enfoques históricos concretos, que se agruparán según el período cronológico en el que se centran, distinguiendo entro los que se centran en la Edad Moderna, la Edad Media y la Edad Antigua. Luego se abordarán los estudios que hacen un cuestionamiento de conjunto de la visión modernista desde un cotejo histórico amplio y general. Se ha reprochado a las teorías premodernistas que ofrecen datos que refutan los enfoques modernistas, pero que no ofrecen una descripción causal alternativa ( Smith, A. D. (2004a). Nacionalismo. Madrid: Alianza.Smith, 2004a: 80). Han surgido, no obstante, en los últimos años algunas formulaciones teóricas que se han propuesto explícitamente superar esa carencia, y que serán analizadas en la parte final.
La Edad Moderna es el período histórico al que más se ha recurrido para ofrecer ejemplos
que cuestionen la idea de que la nación es un fenómeno limitado al mundo contemporáneo.
Es en estos casos también en los que la argumentación se ha expresado de forma más
explícita como un cuestionamiento de las perspectivas «modernistas». Aunque existe
alguna visión de conjunto (por ejemplo, Ranum, O. (1975). Introduction. En O. Ranum (ed.). National consciousness, History and Political Culture in Early Modern Europe (pp. 1-19). Baltimore: John Hopkins University Press.Ranum, 1975), estos estudios hacen por lo general referencia a casos concretos. Los reinos de
Inglaterra ( Loades, D. M. (1974). Politics and the Nation: 1450-1660. London: Fontana.Loades, 1974; McKenna, J. W. (1982). How God became an Englishman. En D. J. Guth y J. W. McKenna
(eds.). Tudor Rule and Revolution (pp. 25-43). Cambridge: Cambridge University Press.McKenna, 1982; Pocock, J. (1975). England. En O. Ranum (ed.). National consciousness, History and Political Culture in Early Modern Europe (pp. 98-117). Baltimore: John Hopkins University Press.Pocock, 1975) y Francia ( Yardeni, M. (1971). La conscience nationale en France pendant les guerres de religion (1559-1598). Paris: Beatrice-Nauwelaerts.Yardeni, 1971; Church, W. F. (1975). France. En O. Ranum (ed.). National consciousness, History and Political Culture in Early Modern Europe (pp. 43-66). Baltimore: John Hopkins University Press.Church, 1975; Bell, D. A. (2001). The cult of the Nation in France. Inventing nationalism 1680-1800. Cambridge, Mass.: Harvard University Press.Bell, 2001) han sido repetidamente señalados como referentes políticos de una identidad nacional
propia ya en esos tiempos. Este sería también el caso en la monarquía de España, resultado
de un proceso que se inicia con la unión dinástica de Castilla y Aragón a finales
del siglo xv ( Jover Zamora, J. M. (1949). 1635. Historia de una polémica y semblanza de una generación. Madrid: CSIC.Jover Zamora, 1949; Herrero García, M. (1966). Ideas de los españoles del siglo
xvii. Madrid: Gredos.Herrero García, 1966; Ballester, M. (2010). La identidad española en la Edad Moderna (1556-1665). Discursos, símbolos y mitos. Madrid: Tecnos.Ballester, 2010; García Cárcel, R. (2013). El concepto de España en los siglos xvi y xvii. En A. Morales Moya, J. P. Fusi y A. de Blas Guerrero (coords.). Historia de la nación y del nacionalismo español (pp. 95-128). Barcelona: Galaxia Gutenberg.García Cárcel, 2013; Morales Moya, A. (2013). La nación española preconstitucional. En A. Morales Moya,
J. P. Fusi y A. de Blas Guerrero (coords.). Historia de la nación y del nacionalismo español (pp. 129-168). Barcelona: Galaxia Gutenberg.Morales Moya, 2013). Las rebeliones contra el poder central desde distintos territorios gobernados por
los Austrias han sido asimismo consideradas como momento de aparición o consolidación
de otras identidades nacionales, como la holandesa ( Huizinga, J. (1946). Sobre la conciencia nacional holandesa. En J. Huizinga. El concepto de la historia (pp. 239-317). México D. F.: Fondo de Cultura Económica.Huizinga, 1946; Schama, S. (1988). The Embarrassment of Riches. An interpretation of Dutch Culture in the Golden Age. New York: University of California Press.Schama, 1988; Van Gelderen, M. (1992). The Political Thought of the Dutch Revolt 1555-1590. Cambridge: Cambridge University Press. Disponible en:
Aunque hay también investigaciones centradas en otros territorios, no resulta casual que la mayoría de los estudios hagan referencia a Europa Occidental, pues en este entorno geográfico se produce en esta época, como documentan los autores citados, una multiplicación de las referencias escritas a la nación, que muestra una creciente atención a la identidad cultural de los súbditos como un elemento decisivo en las lealtades políticas.
Algunos de estos estudios ofrecen claves para una explicación causal del fenómeno nacional, pero de una forma fragmentaria, sin elaborar una teoría plena del origen de la nación. Ciertos fenómenos de este período parecen en cualquier caso determinantes en su desarrollo, además de haber creado las condiciones necesarias para la masiva propagación nacionalista de la Edad Contemporánea. Entre estos factores cabe destacar la aparición de la imprenta, y la transformación cultural que supuso, ya señalada por Benedict Anderson, si bien para integrarla en una teoría a la postre modernista ( Anderson, B. (1993) [1983]. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.Anderson, 1983)[4]. Asimismo, en un contexto de consolidación de las monarquías, la apelación a la nación funcionó como un elemento reforzador de la legitimidad del monarca, y de la cohesión social, al potenciar entre los súbditos el sentimiento de configurar una comunidad unida por una cultura compartida, que el propio monarca encarna y representa. La guerra parece haber sido un factor de enorme importancia, relacionado con lo anterior; en un contexto de debilitamiento de los vínculos de vasallaje, se busca reforzar la lealtad y motivación por medio del adoctrinamiento en una identidad nacional. Esta difusión con el tiempo se proyectaría más allá del estamento militar, abarcando a otros segmentos sociales.
Entre los autores que señalan la presencia de identidades nacionales en la Edad Moderna se encuentra a menudo presente el entendimiento de estar cuestionando una perspectiva asentada. Por el contrario, una parte importante de los autores medievalistas que describen fenómenos de tipo nacional en los siglos medievales no muestran interés por el debate teórico sobre la cuestión, y no polemizan en relación al paradigma modernista.
Entre los estudios en este sentido destacan de nuevo aquellos centrados en los casos
inglés ( Reynolds, S. (1984). Kingdoms and Communities in Western Europe 900-1300. Oxford: Clarendon Press.Reynolds, 1984; Gillingham, J. (2000). The English in the twelfth century: imperialism, national identity, and political
values. Woodbridge: Boydell.Gillingham, 2000; Wormald, P. (2006). Pre-modern State and Nation: definite or indefinite. En S. Airle, W. Pohl y H. Reimitz (eds.). Staat im frühen Mittelalder (pp. 178-89). Wien: Österreichische Akademie der Wissenschafen.Wormald, 2006; McGlynn, J. (2012). Blood Cries Afar: The Forgotten Invasion of England 1216. Stroud: Spellmount.McGlynn, 2012) y francés ( Beaune, C. (1985). Naissance de la natión France. Paris: Gallimard.Beaune, 1985; Contamine, P. (2002). 1285-1514. En P. Contamine (dir.). Le Moyen Âge. Le roi, l´Eglise, les grands, le peuple (481-1514) (pp. 287-423). Paris: Seuil.Contamine, 2002; Le Jan, R. (2002). Le royaume des Francs de 481 á 888. En P. Contamine (dir.). Le Moyen Âge. Le roi, l´Eglise, les grands, le peuple (481-1514) (pp. 13-114). Paris: Seuil.Le Jan, 2002). La guerra de los Cien Años ha sido considerada por varios autores un período particularmente
relevante en la formación de esas identidades nacionales[5]. Se ha argumentado también la formación en esta época de otras naciones medievales,
tales como la escocesa, la portuguesa, la catalana, la castellana, e incluso la española,
pese a la inexistencia de un ente político unificado que se correspondiese con ese
nombre Esta idea debe mucho a la obra El concepto de España en la Edad Media (1954), de José Antonio Maravall, quien argumenta y documenta que en los siglos medievales
se desarrolla una idea de España entendida como una comunidad cultural, a la que naturalmente
le corresponde un territorio, al tiempo que habría aflorado la idea de que debería
tener algún tipo de unidad política. Maravall no define esta construcción simbólica
como «nación», pues vincula a esta con la idea de soberanía nacional ( Maravall, J. A. (1997). El concepto de España en la Edad Media. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.
Hermet, G. (1996). Histoire des nations et du nationalisme en Europe. Paris: Seuil.
González Antón, L. (1997). España y las Españas. Madrid: Alianza.
Benito Ruano, E. (2005). Los reinos cristianos medievales y la idea de España. En
V. Palacio Atard. De Hispania a España. El nombre y el concepto a través de los siglos (pp. 79-84). Madrid: Temas de Hoy.
La aparición de estas identidades nacionales se considera el resultado de la confluencia
de varios elementos, no siempre todos presentes, como un lenguaje propio, una idea
de origen e historia comunes, sustentada en mitos y hechos históricos ejemplares,
la convicción de tener una particular relación como grupo con la divinidad, y la idea
de tener un territorio propio a la comunidad, llamado naturalmente a constituir una
unidad política. La convergencia en la lealtad a un gobernante no sería así el único
fundamento del vínculo comunitario; el monarca no sería legítimo exclusivamente por
la sanción divina de su poder, sino también en cuanto que se presenta y es percibido
como representante de una comunidad cultural, cuya existencia es independiente de
la institución regia. Esta identidad se vería reflejada por el uso frecuente del término
«nación» en la época que, según estos enfoques, ya hacía entonces referencia a una
comunidad cultural y política a un tiempo. Estos planteamientos suponen por lo tanto
el rechazo de la extendida idea según la cual el término «nación» tan solo hacía en
este período referencia a las divisiones de los concilios eclesiásticos o, siguiendo
la muy influyente argumentación de Guido Zernatto ( Zernatto, G. (1944). Nation. The History of a Word. The Review of Politics, 6 (3), 351-366. Disponible en:
Por último, diversos autores han argumentado que también en la Antigüedad se pueden detectar ejemplos de existencia de un sentimiento de vinculación colectiva que se puede calificar de nacional. Algunos de los primeros autores que abordaron el origen de la nación postulaban la existencia de tempranas expresiones de nacionalismo en la Antigüedad, particularmente en al caso de Israel ( Kohn, H. (1949) [1944]. Historia del nacionalismo. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.Kohn, 1949; Hayes, C. J. H. (1966) [1960]. El nacionalismo: una religión. México D. F.: UTEHA.Hayes, 1966). Esta idea fue casi totalmente olvidada con el ascenso y predominio de las perspectivas modernistas, y ha vuelto a ser defendida por enfoques recientes, que expresan una voluntad más explícitamente polémica y conceden a la cuestión un mayor desarrollo.
Cabe destacar en este sentido a Steven Grosby, quien inicialmente se centró en señalar
al antiguo Israel como precedente del fenómeno nacional, y con el tiempo también en
la influencia de este caso, por medio del Antiguo Testamento, en la aparición y características
de las naciones cristianas occidentales ( Grosby, S. (1991). Religion and nationality in antiquity: the worship of Yahweh and ancient Israel. European Journal of Sociology, 32 (2), 215-228. Disponible en:
La última obra citada, Biblical ideas of Nationality: ancient and modern (2002), recopila los artículos anteriores junto con otros.
La existencia de una religión común, a menudo exclusiva al grupo étnico en cuestión, una ley y un Gobierno propios, un lenguaje compartido, y un territorio claramente delimitado y considerado como propio, configuran ya en estos tiempos un tipo de identidad que Grosby califica como nacional. La habitual objeción de que esta identidad, de existir, no sería compartida por las masas campesinas e iletradas es discutible para este autor. Aunque no se puede dar una respuesta inequívoca, Grosby señala indicios de que ese sentimiento de vinculación colectiva podría ser compartido por amplias capas de la sociedad (ibid., 69).
Steven Grosby podría haber sido emplazado en los dos apartados anteriores, pues también hace referencia a fenómenos nacionales en la Edad Media y la Edad Moderna. Su inserción en este apartado se explica por ser sus referencias a la Antigüedad las que de forma más radical cuestionan a las teorías modernistas. Lo mismo cabe decir de Anthony Smith, recientemente fallecido y probablemente el mayor referente en la perspectiva crítica hacia las teorías modernistas.
Vinculado en sus primeros años como investigador del nacionalismo a Ernest Gellner,
de cuyos planteamientos se distanció inicialmente con su perspectiva etnosimbolista El texto más relevante en este sentido fue The ethnic origin of nations ( Smith, A. D. (1987). The ethnic origin of nations. Oxford: Basil Blackwell.
«Only in a few cases —ancient Egypt, Judah, and later Armenia— can we really discern
the makings of nations» ( Smith, A. D. (2008). Cultural Foundations of Nations: Hierarchy, Covenant and Republic. Oxford: Blackwell publishing.
Pese a lo alejado de estos postulados respecto a la óptica modernista, debe de quedar claro que estos se encuentran asimismo muy distantes del primordialismo. Smith y Grosby entienden las etnias y naciones como una construcción cultural y simbólica, que no responde a una realidad esencial, sino a la formación subjetiva de identidades.
Los enfoques vistos hasta aquí han formulado argumentos que cuestionan los postulados modernistas de autores clásicos del estudio del nacionalismo como Kedourie, Gellner, Anderson o Hobsbawm. Se considera aquí que la popularidad de sus teorías, y la adopción generalizada del enfoque modernista en la segunda mitad del siglo xx, se debe parcialmente a que este planteamiento casaba muy bien con una valoración muy crítica del nacionalismo, tras un período en el que había mostrado sus potencialidades más violentas y destructivas. Existía un contexto muy favorable para la adopción de una visión que enfatizase el carácter construido, contingente, incluso implícitamente artificial y espurio de la nación; la consideración de esta como históricamente reciente y novedosa suponía un poderoso argumento reforzador.
Pero las teorías modernistas ofrecen además el atractivo de presentarse como teorías totales de la nación, que ofrecen una visión completa de su origen, causas y condición, a partir de relaciones causales específicas. Ninguno de los planteamientos premodernistas comentados hasta ahora ofrece algo similar; algunos de estos autores formulan interpretaciones parciales, caso particularmente de Anthony Smith, pero sin llegar a desarrollar una explicación plena comparable a las modernistas. Anthony Smith era consciente de esa diferencia al contrastar a los autores modernistas «fuertes en la teoría, pero flojos en historia» frente a los autores que plantean una aparición previa del fenómeno nacional, «más fuertes en historia y flojos en la teoría» ( Smith, A. D. (2004a). Nacionalismo. Madrid: Alianza.Smith, 2004a: 80). Aunque simplificador, el comentario puede considerarse en buena medida acertado; los autores modernistas han desarrollado explicaciones globales a menudo internamente coherentes, pero que no se sostienen al cotejarlas con los testimonios históricos, al comparar el mapa con el territorio. Por el contrario, las argumentaciones premodernistas han tenido por lo general el más modesto objetivo de documentar expresiones tempranas del fenómeno nacional, más dirigido a refutar paradigmas previos que a ofrecer una explicación alternativa.
Sin embargo, con el tiempo, y particularmente en los años recientes, han aparecido también intentos de ofrecer una explicación causal plena de los orígenes del fenómeno nacional desde postulados premodernistas. La separación que aquí se ha hecho entre «visiones» y «teorías» precontemporáneas de la nación puede parecer excesivamente categórica, ya que muchos autores se mueven en una zona gris en la que lo ilustrativo se combina con intentos parciales de explicación. El criterio seguido ha sido el de incluir en el primer grupo aquellos casos en los que los razonamientos causales no pasan de fragmentarios, sin apuntar a una explicación global.
A continuación, serán expuestas y sometidas a análisis y crítica las teorías precontemporáneas de la nación más relevantes, aquellas de mayor impacto académico y que de alguna forma siguen formando parte activa del debate sobre la cuestión.
Esta autora establece una cronología muy precisa del origen del nacionalismo, que sitúa en Inglaterra en el marco de las transformaciones políticas, sociales, económicas y religiosas de los siglos xvi y xvii. Greenfeld presenta su enfoque explícitamente como una refutación y superación del dominante paradigma modernista ( Greenfeld, L. (2005) [1992]. Nacionalismo. Cinco vías a la modernidad. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.2005: viii); sin embargo, sus postulados no se alejan excesivamente de este, ni en el plano geográfico, al situar la génesis del fenómeno en Europa Occidental, ni en el cronológico, al adelantar dos siglos su aparición. Su consideración de que lo que ha llevado a la aparición del nacionalismo fueron transformaciones propias del mundo moderno ha llevado a considerar su enfoque como una suerte de modernismo revisado ( Hastings, A. (2000) [1997]. La construcción de las nacionalidades. Madrid: Cambridge University Press.Hastings, 2000: 20-21).
Es relevante señalar que Greenfeld maneja una definición restringida de nación, que vincula al principio de soberanía nacional; solo se puede hablar de nación para esta autora cuando esta es considerada como «depositario de la soberanía, base de la solidaridad política, y objeto supremo de lealtad» ( Greenfeld, L. (2005) [1992]. Nacionalismo. Cinco vías a la modernidad. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.Greenfeld, 2005: 7). Desde esta elección semántica se consideran como ajenas al fenómeno nacional referencias a la nación recogidas en su propia obra, como por ejemplo en la Francia de la temprana Edad Moderna, que otros autores habrían considerado como indicativos de una identidad nacional.
Greenfeld ve el nacionalismo como un fenómeno político surgido en Inglaterra, desde donde se expande a otros lugares; su origen sería el resultado de la confluencia de un notable grado de movilidad social, como resultado de la determinación de los monarcas Tudor de apoyarse en la gentry en detrimento de la antigua alta nobleza; del desarrollo económico de esta gentry, que desea ver su preeminencia económica expresada también en el plano político, y que hace suyo el concepto de nación para ese fin; y de la creación de una Iglesia que individualiza y eleva a los ingleses a la categoría de pueblo elegido. Greenfeld ofrece una documentación cuantiosa y elocuente para argumentar que la idea de la nación como sujeto de soberanía empieza a afirmarse en Inglaterra a lo largo del siglo xvi y obtiene expresión política plena a mediados del siglo xvii, de forma particularmente evidente en el contexto de la primera revolución inglesa (ibid., 71-77).
La interpretación de Greenfeld puede ser objetada desde un punto de vista semántico, al utilizar una acepción muy limitada de nacionalismo, cuestionable como se ha argumentado, y no compartida por buena parte de los teóricos de la nación. Al margen de cuestiones semánticas, el estudio de Greenfeld del origen histórico de la soberanía nacional, previo a lo que entiende la concepción dominante, es en cualquier caso de gran valor.
Podría quizás cuestionarse hasta qué punto la primera expresión histórica de soberanía
nacional se produce efectivamente a mediados del siglo xvii en Inglaterra. Algunas corrientes de interpretación han señalado episodios previos
en los que ocasionalmente este principio ya habría aflorado Este es el caso por ejemplo en relación a la rebelión comunera, durante la cual según
varios autores se considera por primera vez a la comunidad representada en el Parlamento
como fuente de la soberanía política, por encima de la autoridad monárquica. Inician
esta corriente tres autores clásicos; José Antonio Maravall ( Maravall, J. A. (1963). Las Comunidades de Castilla. Una primera revolución moderna. Madrid: Revista de Occidente.
Gutiérrez Nieto, J. I. (1973). Las comunidades como movimiento antiseñorial. Planeta: Barcelona.
Pérez, J. (1980). Tradición e innovación en las Comunidades de Castilla. V Simposio Toledo Renacentista (Toledo, 24-26 de abril de 1975) (vol. 2, pp. 29-54). Madrid: Centro Universitario
de Toledo.
Los planteamientos de Hastings se remiten, como en el caso de Steven Grosby, al Israel
bíblico, si bien en un sentido diferente. Grosby señala que en ese caso ya puede hablarse
de una comunidad nacional, al tiempo que señala otros casos de la antigüedad en los
cuales a su juicio también puede hablarse de naciones. Hastings, por el contrario,
se interesa por el antiguo Israel no tanto por su relevancia intrínseca, sino por
la importancia que el relato bíblico tuvo en la aparición, desde la Edad Media, de
las naciones cristianas. Hastings muestra un interés moderado en la veracidad histórica
de lo narrado en el Antiguo Testamento, para centrarse en cómo el relato del antiguo
pueblo de Israel, y en particular la idea de pueblo elegido, es retomado y hecho propio
en distintos territorios europeos, desarrollándose a partir de ahí varias identidades
nacionales: «La Biblia proporcionó, para el mundo cristiano al menos, el modelo original
de nación. Sin ella y sin su interpretación y aplicación cristianas, es discutible
que las naciones y el nacionalismo, tal y como los conocemos, hubieran podido existir»
( Hastings, A. (2000) [1997]. La construcción de las nacionalidades. Madrid: Cambridge University Press.Hastings, 2000: 15) Hastings no menciona en relación a esta cuestión a Steven Grosby, sino a Conor Cruise
O´Brien, God Land: Reflections on Religion and Nationalism (1988).
Hastings subraya que el concepto de nación (natío) aparece en numerosas ocasiones en la Vulgata, y de forma más frecuente en las traducciones al inglés de la Biblia, desde Wycliffe (ibid., 29). El significado tanto de natío en la Vulgata como de nation en las traducciones hace, según Hastings, referencia a pueblos diferenciados que se distinguen por «el idioma, las leyes, los hábitos, los modos de juzgar y las costumbres» (ibid., 31-32). Es por ello absurdo, según este autor, entender que este término se utilizaba exclusivamente en la Edad Media, como a menudo se ha argumentado, para designar vagamente a partir del origen a los grupos de estudiantes universitarios (ibid., 31).
La Biblia aportó el concepto de nación y también, a semejanza del pueblo hebreo de las Escrituras, una idea de elección divina hecha propia desde distintas identidades nacionales del mundo cristiano. Hastings coincide con Greenfeld en considerar el caso inglés como precursor, si bien difiere radicalmente de ella en la cronología, pues remonta la aparición de una primera expresión de identidad nacional inglesa hasta una fecha tan temprana como la primera mitad del siglo viii, en la obra de Beda el Venerable (ibid., 54-56). Su énfasis se sitúa no obstante en la Baja Edad Media, y en concreto en el efecto de la guerra de los Cien Años, que le lleva a concluir que «ya había una especie de nacionalismo inglés en el siglo xiv, durante las largas guerras con Francia» (ibid., 16).
Aunque Hastings considera por lo general el caso inglés como un «prototipo» que fue
emulado y determinó el desarrollo de otras identidades nacionales «El impacto de la nación inglesa se sintió tanto hacia Occidente como hacia Oriente»
( Hastings, A. (2000) [1997]. La construcción de las nacionalidades. Madrid: Cambridge University Press.
Esta visión se ve reforzada en su artículo «Holy lands and their political consequences»,
publicado en 2003, dos años después de su muerte.
Hastings incide en un fenómeno de gran importancia en el desarrollo del fenómeno nacional, pero se pueden plantear objeciones a su teoría. Si se parte de la vinculación de la nación con la tradición bíblica no es concebible la aparición de identidades nacionales en comunidades no cristianas, a no ser que estas hayan sido previamente influidas por la tradición nacional cristiana. Sin embargo, distintos autores, entre ellos Steven Grosby, han argumentado en favor de la temprana aparición de identidades nacionales en sociedades no cristianas, y no influidas por ideas procedentes de sociedades cristianas. Remitiéndonos a este autor, tales serían entre otros los casos del Armenia, Sri Lanka o Japón. Efectivamente, no parece correcto afirmar que en el antiguo Israel o en la Edad Media europea se producían fenómenos de identificación colectiva que no se diesen en los otros casos señalados. El término natío, y sus variantes vernáculas europeas, está obviamente ausente, pero los vínculos comunitarios y de lealtad política parecen en lo esencial similares.
Hastings, por otro lado, colige con excesiva facilidad la existencia de una nación a partir del descubrimiento de ciertos documentos históricos aislados en los que el autor expresa algo que podría identificarse como identidad nacional. Existe un acuerdo generalizado en que para hablar de la existencia de una nación es necesario un cierto grado de arraigo social de esa identidad, que en relación a ciertos casos y momentos históricos Hastings no justifica, ni resulta verosímil suponerla.
Aunque los planteamientos del profesor Hirschi estaban en buena medida ya presentados
en un libro publicado en alemán en Hirschi, C. (2005). Wettkampf der Nationen. Konstruktionen einer deutschen Ehrgemeinschaft an der Wende
vom Mittelalter zur Neuzeit. Göttingen: Wallstein.2005 Wettkampf der Nationen. Konstruktionen einer deutschen Ehrgemeinschaft an der Wende
vom Mittelalter zur Neuzeit.
Según Hirschi, el nacionalismo y las naciones surgieron en primer lugar en la Europa cristiana en la Edad Media; los fundamentos intelectuales para esta aparición se encontrarían, no obstante, en la Roma antigua. El autor no considera que en la Roma clásica existiese una mentalidad nacionalista, pero la evolución de su legado sería la base del nacionalismo que surgió posteriormente. Sería fundamental en este sentido la adaptación del ideal imperial romano a un contexto de fragmentación político- territorial.
El nacionalismo surgió en la Baja Edad Media, según Hirschi, como un discurso político generado en la pugna dialéctica entre distintos entes políticos o comunidades culturales, en cada uno de los cuales las clases letradas, los humanistas, reclaman para el grupo propio la herencia de la antigua Roma, y por ello la superioridad sobre sus vecinos y rivales (ibid., 2). El Imperio romano había creado divisiones territoriales (Italia, Germania, Galia, Britania, Hispania) que se perpetúan en la Edad Media en la división eclesiástica en cinco «naciones». Estas divisiones pervivieron, unidas a una conciencia de identidad diferenciada, en la tradición humanista, llevando a que quienes se definían como «italianos», «franceses», «alemanes», «ingleses» y «españoles», pugnasen dialécticamente, a partir de un acusado sentimiento de honor, por afirmar la superioridad de la nación propia sobre las demás, por su más elevada cultura y grado de civilidad. Este discurso se inicia entre los eruditos humanistas italianos; se desarrolla entre estos una acusada tendencia a describir a franceses y otras naciones como bárbaros pero, a diferencia de en la Roma imperial, como antes en la Grecia clásica, este juicio se expresaba con voluntad polémica hacia esos extranjeros, que eran incluidos en el debate y no excluidos (ibid., 142-146). Con el tiempo esta pugna dialéctica por la superioridad sobre las otras naciones se extendió y generalizó en los círculos humanistas de Europa Occidental.
Hirschi formula una particular definición de nación, que según este autor tiene una expresión histórica por primera vez en esta época: «The nation can be understood as an abstract community formed by a multipolar and equal relationship to other communities of the same category (i. e. other nations), from which it separates itself by claiming singular qualities, a distinct territory, political and cultural independence and an exclusive honour» (ibid., 47).
Esta situación de multipolaridad e igualdad, considerada como un requisito esencial y necesario, se presenta según Hirschi por primera vez en la Europa medieval. Solo a partir de este período se concibe a la nación propia inserta en un mundo de naciones que comparten similares características. La idea de honor nacional, que Hirschi considera asimismo novedosa, da por otro lado lugar a una vehemente competencia de los representantes de las distintas naciones por la precedencia jerárquica de su nación respectiva, por ejemplo en los concilios eclesiásticos.
Según Hirschi, no sería adecuado hablar de nacionalismo en relación a entes políticos y grupos humanos previos históricamente, pues en esos casos existía una percepción que distinguía de forma dicotómica al grupo propio respecto a los grupos exteriores, adscritos de forma conjunta y homogénea en una categoría distinta:
Imperialist, religious and tribal cultures operate by confronting a single and clearly depreciated collectivity, such as “barbarians, “pagans” and “beasts”; they interrelate with communities of an opposite and inferior category, which are perceived as entirely different form one´s own, but not necessarily from each other. Their outward relationship can thus be defined as bipolar and unequal (ibid., 13).
Hirschi documenta, por medio de una reveladora recopilación de citas, que entre los primeros humanistas europeos existía una intensa identificación con la nación propia, entendida como una comunidad cultural, basada en una lengua, costumbres, origen y/o historia compartidos, y de la que se espera que esté unida o al menos tenga una cierta unidad de acción. Humanistas franceses, ingleses, españoles, alemanes e italianos (pues como tales se consideraban, aunque no existiese un ente político correspondiente) expresan un intenso orgullo hacia la nación propia, que se proyecta hacia fuera en forma de competición por la precedencia con las naciones vecinas.
El estudio de Hirschi reclama la atención sobre un episodio muy poco tenido en cuenta en las aproximaciones a la historia del nacionalismo, que a partir de la argumentación y documentación aportadas por este autor debe de ser considerado de sustancial importancia. No obstante, varias objeciones se pueden plantear a la afirmación maximalista de Hirschi de haber formulado una teoría completa del origen de la nación y el nacionalismo.
La primera objeción es conceptual; Hirschi no usa una definición de nacionalismo convencional, sino una de acuñación propia, no utilizada por ningún otro teórico, y cuya pertinencia es cuestionable. Cabe preguntarse por qué las ideas de multipolaridad e igualdad han de ser consideradas necesarias para que podamos hablar de nacionalismo.
El paso de una visión bipolar a una visión multipolar en la relación con las comunidades exteriores, que Hirschi localiza en la tardía Edad Media, puede sin duda ser considerado como una transformación importante, pero no necesariamente como un momento fundacional del fenómeno nacional. Si se considera que, por ejemplo, en los antiguos Israel o Armenia existía la idea de ser una comunidad cultural con idioma, religión, costumbres, símbolos e historia compartidos, estos podrían ser requisitos suficientes para hablar de identidad nacional, sin que concurra el requisito de la multipolaridad en la percepción del mundo exterior. Pensemos igualmente en Japón, donde en determinados períodos históricos una autopercepción colectiva en la línea de lo ya apuntado (según señala por ejemplo Grosby) ha convivido con una imagen muy difuminada de los otros pueblos. No hay en la obra una explicación convincente de por qué un grupo humano que previamente (o en fechas posteriores) se haya percibido a sí mismo a partir de los criterios y parámetros señalados, pero en el que estuviese ausente el requisito de la multipolaridad, no pueda ser considerado una nación, para reservar esta categoría a la Europa de la tradición humanista.
Esto nos lleva a una posible segunda posible objeción, más empírica, al planteamiento
de Hirschi, pues resulta también discutible la afirmación de que la percepción del
grupo propio hacia los otros grupos previa a la tardía Edad Media estuvo siempre caracterizada
por la bipolaridad. Esta idea apenas se discute ni documenta; se presenta como una
verdad axiomática que los pueblos de períodos previos no distinguían sustancialmente
entre los distintos colectivos humanos con los que interactuaban, que eran a grandes
rasgos percibidos como un outgroup indiferenciado. Hirschi comenta brevemente que en las antiguas Grecia y Roma existía
una distinción dicotómica entre el pueblo propio y un mundo externo de pueblos bárbaros
apenas individualizados. Esta idea puede ser parcialmente cierta, pero parece ofrecer
una visión limitada de la percepción del entorno humano en la Antigüedad. Junto a
esa clasificación dicotómica parecen existir evidencias de una acusada conciencia
de la multiplicidad de pueblos con los que se convivía, evidente por ejemplo en las
Historias de Heródoto. Algo parecido parece reflejarse de la percepción de su entorno humano
por parte de otros pueblos de la Antigüedad, como podían ser los antiguos Israel,
Armenia o Persia ( Grosby, S. (2012). Review of The Origins of Nationalism: An Alternative History from Ancient Rome to Early Modern
Germany. Reviews in History. 1281. Disponible en:
Por otro lado, este discurso polémico multipolar por la superioridad nacional, cuyo
inicio Hirschi sitúa en el temprano humanismo europeo, no da lugar a una forma de
comprender las relaciones nacionales que desde entonces se expresa invariablemente
en esos términos. Buen número de discursos nacionales posteriores no se han expresado,
a diferencia del señalado precedente humanista, en competición explícita con otros
discursos nacionales, sino exclusivamente para uso propio, y fundamentados en una
distinción dicotómica y radical entre la nación propia y todas las demás. Resulta
significativa en este sentido la atención absolutamente secundaria que Hirschi dedica
a la influencia de la idea de que la comunidad propia es un Nuevo Israel, un nuevo
pueblo elegido según el modelo bíblico, que varios autores han señalado como fundamental
en la formación y autodefinición de diversas identidades nacionales desde fecha muy
temprana, y que ha seguido siendo relevante en el período contemporáneo Hirschi no hace más que alguna referencia ocasional a este importante discurso ( Hirschi, C. (2012). The Origins of Nationalism: An Alternative History from Ancient Rome to Early Modern
Germany. Cambridge: Cambridge University Press.
Por último, Hirschi muestra una cierta inconsistencia en sus consideraciones acerca de la relevancia política del pensamiento nacionalista en los siglos que van desde la tardía Edad Media hasta la Edad Contemporánea. Existe, según este autor, «a remarkable time lag between the creation of nationalist language and the implementation of nationalist politics» ( Hirschi, C. (2012). The Origins of Nationalism: An Alternative History from Ancient Rome to Early Modern Germany. Cambridge: Cambridge University Press.Hirschi, 2012: 3). Según el relato de Hirschi, «by the end of the fifteenth century, the concept of the nation was almost fully developed in scholarly literature, whereas in political practice, imperialist, dynastic and religious principles would prevail for another three centuries» (ibid., 3). Se habría dado de esta forma durante siglos una «parallel existence of nationalist scholarship and non-nationalist governance» (ibid., 3).
La afirmación de que durante largo tiempo pervivieron principios de legitimación y movilización no nacionales es sin duda correcta, pero se pasa por alto que el discurso nacionalista tuvo asimismo efectos políticos prácticos desde fecha muy temprana. Diversos autores, algunos de ellos nombrados previamente en este artículo, han argumentado convincentemente que las consideraciones nacionales fueron de hecho determinantes de la vida política durante los siglos xvi, xvii y xviii, de forma creciente, y sin duda en convivencia con las consideraciones dinásticas y religiosas.
Hirschi se muestra poco coherente en esta cuestión, pues en varios pasajes de su obra señala cómo el discurso nacional fue de hecho utilizado desde fecha temprana como un elemento legitimador y determinante de la acción política. La cita del emperador Federico III (1415-1493) con la que el autor inicia su obra sería una clara muestra de ello: «The Empire and the honour of Germany are so dear to me that I would spare no effort or expense. But […] we have to unite the forces of our nation; we have to make of all of us one single body» (ibid., 1).
Hirschi se centra en el caso de la nación alemana, políticamente disgregada, pero
podrían encontrarse aún mejores ejemplos de cómo el discurso de la nación determina
desde fechas tempranas las prácticas políticas prestando atención a los casos de Inglaterra,
Francia, o más tarde España; se trata en estos casos de entes políticos unificados,
que también se vinculan con una de las cinco mencionadas «naciones», y en los que
resulta más sencilla la identificación de la acción política con la nación respectiva La única explicación a esta aparente incongruencia se encuentra en que cuando el
autor habla de nationalist politics para limitar su existencia a la Edad Contemporánea, está haciendo referencia a entes
políticos fundamentados en el principio de soberanía nacional; pero si ese es el sentido
dado al término nationalism, carecería por el contrario de sentido afirmar que en el humanismo renacentista surgió
un nationalist language.
En conclusión, Caspar Hirschi ha llamado convincentemente la atención sobre la gran importancia de un período histórico por lo general ignorado en el desarrollo del fenómeno nacional. El discurso de los primeros humanistas en defensa de su respectiva «nación» —entendida como una comunidad cultural y, al menos idealmente, también política— parece fundamental en el desarrollo en Europa de una mentalidad e identidad que crecería progresivamente en intensidad y sería asimilada por un número creciente de individuos. No obstante, la afirmación de que ese período histórico marca el momento fundacional del nacionalismo, y de que con ello se ofrece una teoría explicativa plena sobre el origen del fenómeno nacional, al nivel de las teorías modernistas, no parece sostenerse.
El autor, en primer lugar, fundamenta su teoría en una definición de nacionalismo que puede considerarse arbitraria. Si pese a ello aceptamos la definición, resulta cuestionable que el Renacimiento temprano sea el momento histórico fundacional de la mentalidad que describe. El relato histórico de la evolución del nacionalismo desde entonces hasta la Edad Contemporánea es asimismo altamente discutible. A la vista de lo anterior puede afirmarse que el autor limita su aportación a ofrecer evidencias de un origen más temprano de la nación de lo que afirma el paradigma modernista. En ese sentido, no obstante, la argumentación de Hirschi es de gran valor, al llamar la atención sobre la enorme importancia en este proceso de un período y un contexto cultural apenas considerados previamente.
Junto a la obra de Hirschi, el texto alternativo a las perspectivas modernistas más
relevante en los últimos años, y de contenido mucho más polémico, es Nations. The long history and deep roots of political ethnicity and nationalism, de Azar Gat ( Gat, A. y Yakobson, A. (2014) [2013]. Naciones. Una nueva historia del nacionalismo. Barcelona: Crítica.2013) Este libro ha sido publicado en castellano un año más tarde, con el más neutro título
de Naciones. Una nueva historia del nacionalismo. Alexander Yacobson aparece como coautor de la obra, si bien tan solo ha escrito
el séptimo y último capítulo del libro, «Estado, nacionalidad e identidad étnica:
aspectos normativos e institucionales». Este capítulo no incide en la cuestión sobre
el origen del fenómeno nacional, por lo que las formulaciones en ese sentido deben
atribuirse exclusivamente a Azar Gat.
En relación con esta primera proposición, la otra idea central que Gat sostiene en su estudio es que «la etnicidad siempre ha sido política» ( Gat, A. y Yakobson, A. (2014) [2013]. Naciones. Una nueva historia del nacionalismo. Barcelona: Crítica.Gat, 2014: 28). El autor rompe con la generalizada idea de que la etnia solo adquiere un carácter político en un momento histórico tardío, al convertirse en fundamento de la nación. A continuación se desarrollarán sucesivamente estas dos proposiciones.
El fundamento de la etnicidad, afirma Gat, no es cultural sino biológico; los sentimientos sobre los que se asienta la identidad étnica, y por ello también la nacional, responden según este autor a elementos instintivos e innatos, insertos en la naturaleza humana. Gat sitúa el debate en unos términos que le separan de la práctica totalidad de los teóricos del nacionalismo, y se adentra en un terreno muy sensible, pues la vinculación de identidad nacional y biología evoca experiencias altamente traumáticas, relacionadas con los efectos del nacionalismo más exacerbado, por ejemplo con la experiencia del nacionalsocialismo o el nacionalismo racista e imperial japonés. Gat aborda directamente la cuestión, y afirma que la Segunda Guerra Mundial ha desprestigiado la explicación biológica del ser humano, particularmente sus dimensiones social y política, dando lugar a que estas, y en concreto la etnicidad y el nacionalismo, sean explicadas exclusivamente por la cultura (ibid., 40).
Gat entiende que la sociobiología, «la aplicación de la teoría evolutiva a la explicación de las emociones, los deseos y la conducta fundamentales del ser humano» (ibid., 39), debe ser tenida en cuenta en la explicación de la etnicidad y el nacionalismo, del mismo modo que ha ido ganando terreno en la explicación de otros aspectos del ser humano. Los postulados sociobiológicos generan en general, y han generado particularmente en este caso, reacciones inmediatas de rechazo, sin duda por las implicaciones ideológicas que se le suponen. Sin embargo, aunque los planteamientos de Gat puedan ser cuestionables, no es correcto suponer que sostiene la idea, propia del tradicional primordialismo biologicista, de que el vínculo que une a los connacionales responde a una predisposición innata y natural en favor de individuos con los que se comparte un alto número de semejanza genética. Según Gat, la relación del sentimiento étnico y nacional con la biología es mucho más indirecta. Este autor retrotrae su explicación sobre la etnicidad a la historia temprana del Homo sapiens, desde hace entre doscientos y cincuenta millones de años, mucho antes de la aparición de la agricultura, cuando su actividad era la de cazador-recolector en pequeños grupos de parentesco. Según Gat, desde los orígenes de la especie se desarrolló una evolución adaptativa que dio lugar a un instinto por defender a los miembros que se perciben como del mismo grupo, y a sentir un acusado sentimiento de diferenciación, incluso rechazo, hacia aquellos a quienes se considera como miembros de otros grupos (ibid., 41-44).
Gat aplica al ser humano y al terreno de la etnicidad la teoría popularizada por Richard
Dawkins, particularmente en su obra El gen egoísta (1976) Extrañamente Gat no cita a Dawkins, salvo en relación a una cuestión secundaria ( Gat, A. y Yakobson, A. (2014) [2013]. Naciones. Una nueva historia del nacionalismo. Barcelona: Crítica.
No obstante, la idea de parentesco biológico, recuerda Gat, ha estado y sigue estando
presente en distintos grupos étnicos e incluso naciones, de lo que hay numerosos testimonios,
y sigue latente en una retórica nacional netamente «familiar», detectable por ejemplo
en las alusiones a la madre patria y la equiparación entre connacionales y hermanos
(ibid., 52-53).
Gat compara la relación entre base natural y diversidad cultural en el caso de la etnicidad con el de la comida y el deseo sexual, también fundamentados en un instinto natural, y también generadores de una enorme diversidad cultural. Lo mismo que hay una atracción por lo dulce con un fundamento biológico, que ahora es utilizado para fines distintos, con efectos incluso perniciosos, al igual que el deseo sexual ha dado lugar a las más variadas costumbres y prácticas, algunas muy alejadas del fin evolutivo originario, el instinto de solidaridad grupal ha sido moldeado culturalmente, dando lugar a una gran diversidad de expresiones étnicas y nacionales.
La segunda proposición central de la obra de Gat, que sostiene que la etnicidad siempre ha sido política, deriva de la primera. Una arraigada corriente teórica entiende que la identidad étnica tiene una historia mucho más amplia y previa a la nación, en la que la primera carece de una dimensión política. La identidad étnica sería un sentimiento de comunidad cultural del cual, en su existencia prenacional, no se derivaban expectativas de autonomía política y autogobierno, ni de que las élites gobernantes compartiesen identidad cultural con los gobernados. El momento tardío en el que esta nueva mentalidad habría aparecido marcaría el paso de la etnia a la nación. Gat argumenta, por el contrario, que las expectativas políticas señaladas siempre han ido unidas a la identidad étnica, incluso en los períodos históricos más alejados en el tiempo y en los más diversos contextos geográficos. La etnicidad sería así «política» desde su origen, pues surge evolutivamente como una forma de asegurar la cohesión de grupo, articulado bajo una única autoridad, y el control de recursos y territorio en pugna con otros grupos.
El paso de la etnia a la nación no sería para Gat el resultado de que se añadan contenidos políticos a la identidad étnica, sino de la aparición del Estado, una forma de organización política que sucede a la organización tribal, y que difiere de aquella, entre otros aspectos, en el grado de complejidad, estratificación y concentración de poder, pero no en su carácter político (ibid., 37; 72-81). La aparición de la agricultura, la sedentarización y una fijación más nítida del territorio propio habrían favorecido este proceso.
Gat vincula por lo tanto la aparición de la nación a la aparición del Estado, frente
a una corriente generalizada que entiende que la existencia de los Estados y los imperios
precede con mucho a la aparición de la nación. Gat postula así un origen extremadamente
temprano de la nación, en relación con otras teorías: «Es posible dar con naciones
y estados nacionales allí donde surgieron estados desde los albores de la historia»
(ibid., 12). A partir de diversos ejemplos, este autor concluye que la vinculación con una
identidad nacional es aplicable a todos los grandes Estados de la historia antigua.
Los Estado premodernos, incluso los de la Antigüedad más tardía, estarían fundamentalmente
conformados por poblaciones que compartían la idea de ser una comunidad cultural,
a partir de elementos comunes como una religión, lengua, mitos o idea de parentesco
biológico. A este sentimiento iría unida la expectativa de que a la comunidad le correspondía
o debía corresponder un ente político-territorial propio, así como la idea de que
los gobernantes debían pertenecer a la comunidad propia. Esto explicaría por ejemplo
el esfuerzo de muchos gobernantes extranjeros, por ejemplo tras una conquista militar,
por cambiar su identidad a ojos de los gobernados y presentarse como partícipes de
la misma cultura que estos Cuestionando al probablemente mayor referente de la perspectiva modernista, Gat concluye
que «si aceptamos la definición de la nación en cuanto congruencia relativa entre
cultura o afinidad étnica y estado formulada por el teórico modernista Ernest Gellner,
habrá que reconocer que las naciones no son exclusivas de la modernidad» (ibid., 10).
Gat extiende la presencia del sentimiento nacional también a los imperios antiguos; esto puede resultar aún menos evidente, pues se trata de entes políticos caracterizados por un alto grado de pluralidad étnica, de forma que la legitimidad del gobernante no podía estar basada de forma generalizada en compartir una identidad étnica con los gobernados. Pero según Gat todos los imperios se han fundamentado en un «núcleo étnico dominante», que establecía los vínculos de lealtad con el gobernante a partir de una identificación nacional, al tiempo que existían otros grupos étnicos «periféricos» que de una u otra forma quedaban excluidos del núcleo del poder (ibid., 13-14). Resulta significativo, según Gat, que en algunos casos el poder imperial intentase legitimar y asentar su poder mediante la extensión de la identidad étnica central al resto de los gobernados.
Gat ejemplifica su argumentación con una gran diversidad de Estados premodernos e imperios de la Antigüedad, de los contextos geográficos más diversos, en los que entiende que se daban estas condiciones, tales como Egipto, Persia, Asiria, China, Japón, Armenia y Roma. Los numerosos casos históricos de rechazo a gobernantes considerados extranjeros, por ejemplo por medio de sublevaciones, serían para Gat un indicio particularmente revelador de la existencia de un sentimiento nacional, pues suponen un afloramiento explícito de identidades étnicas que en situaciones de estabilidad son difíciles de detectar a partir de la información que nos ha llegado. La idea de libertad individual sería un fenómeno de existencia muy limitada en la historia, pero no así la idea de libertad frente a una opresión extranjera (ibid., 22-24).
Una cuestión adicional es la del grado de arraigo de esa identidad nacional en las sociedades premodernas. Algunos autores han señalado que esta identidad sería en cualquier caso un fenómeno restringido a las clases superiores, mientras que la mayor parte de la población, rural y analfabeta, no participaría de estos sentimientos. Gat admite la dificultad de determinar esta cuestión, ante la falta de documentos, pero se inclina por suponer que el sentimiento nacional podía en algunos casos estar bastante extendido, en particular allí donde existiese un idioma común o una religión común, particularmente si esta presentaba al pueblo propio como sagrado o elegido (ibid., 20). El analfabetismo generalizado no es, según Gat, necesariamente indicio de una débil extensión de esa identidad, pues las sociedades iletradas contaban con otros poderosos medios de transmisión cultural a gran escala, como en primer lugar el culto religioso, pero también los bailes, representaciones teatrales, juegos y fiestas (ibid., 20-22).
El planteamiento de Gat ha generado un intenso debate en el estudio teórico del fenómeno nacional, a menudo en forma de reacciones muy adversas. Aunque el estudio es cuestionable en varios sentidos, algunas de las críticas han mostrado, no obstante, una escasa profundización en sus postulados concretos, y se han basado en un rechazo axiomático a la posibilidad de explicar la etnicidad y el nacionalismo a partir de fundamentos naturales. Como suponía el autor, el recurso a la biología y la genética choca frontalmente con una consolidada tendencia a circunscribir estos estudios al ámbito de la cultura, compartida por teóricos modernistas y premodernistas (o «tradicionalistas» en la terminología de Gat) (ibid., 56). Gat alude, en cualquier caso, y como ya se ha comentado, a los factores naturales como elemento explicativo en un sentido muy distinto al de las antiguas concepciones biológicas de la nación; su planteamiento enlaza de hecho con una tendencia creciente en la investigación actual a buscar bases biológicas del comportamiento humano, por lo que el estudio de Gat podría ser el precedente de una nueva línea interpretativa en el estudio de la etnicidad y el nacionalismo.
La investigación de Gat no está, no obstante, exenta de aspectos cuestionables. Su estudio queda en primer lugar claramente devaluado por su pretensión de ofrecer una visión global y omnicomprensiva de los fenómenos del nacionalismo y la etnicidad en todo el mundo y a lo largo de toda la historia. La decisión de iniciar el relato desde los orígenes de la humanidad encaja con su planteamiento, pero resulta por el contrario malograda, además de innecesaria, su pretensión de integrar en su explicación a la práctica totalidad de las formas políticas históricamente relevantes desde la Antigüedad más temprana hasta la actualidad. El resultado de tan ambicioso proyecto es que muchos de los casos abordados, en los que el autor a todas luces no es experto, presentan importantes omisiones y errores, y quedan a menudo reducidos a unas pocas ideas generales, que en algunos casos pueden calificarse como clichés. Un caso ilustrativo entre muchos de esta debilidad lo ofrece su tratamiento de las identidades nacionales en la península ibérica; el autor aborda las identidades portuguesa, española, castellana y catalana (sin mención alguna a la vasca) en el período de tiempo que va desde la Reconquista hasta Francisco Franco, en el espacio de tres exiguas páginas, llenas por lo demás de imprecisiones (ibid., 221-223).
Resultan valiosas las referencias de Azar Gat, que refutan las concepciones modernistas,
a cómo la etnicidad ha sido relevante en la legitimación del poder político en sociedades
de muy distintos espacios geográficos y momentos históricos. Más cuestionable resulta,
sin embargo, su idea de que la identidad étnica, y su necesaria expresión política,
hayan sido predominantes de forma permanente en las sociedades humanas a lo largo
de la historia. Se pueden encontrar en la historia buen número de formas políticas
en las que ese vínculo no era determinante. Gat, por ejemplo, minimiza y apenas presta
atención a los períodos de disgregación del poder político. Este fue el caso durante
largo tiempo en las sociedades feudalizadas de Europa y en otros muy diversos ámbitos
donde encontramos condiciones parecidas; sociedades agrícolas, altamente fragmentadas,
en las que las lealtades políticas parecen haber estado poco o nada determinadas por
criterios de identidad étnica, en particular para la mayoritaria masa campesina. Gat
apenas hace referencia al feudalismo europeo (ibid., 156) Por ejemplo, en su narración de la Francia premoderna, Gat se centra en la Baja Edad
Media, desde el período final de la guerra de los Cien Años, donde percibe una identidad
nacional que entiende compartida por las clases bajas (ibid., 233-6), y significativamente apenas hace alusión a la Alta Edad Media, donde no parece
que haya testimonios en refuerzo de su argumentación.
Gat señala, como prueba de la presencia generalizada de identidades étnicas con expectativas políticas, los testimonios o indicios de rechazo, en los más variados lugares y momentos históricos, de los gobernantes extranjeros por parte de la población. Si esto es una prueba en un sentido, deberán considerarse asimismo una prueba en el sentido contrario (de irrelevancia política de la etnicidad) los también numerosos casos históricos en los que no existe testimonio ni indicio alguno de que la población rechazase a un gobernante por ser extranjero.
Gat crítica, como ya se apuntó, la generalizada idea de que en las sociedades premodernas las clases populares no participaban de la identidad étnica o nacional de las élites (ibid., 19-22). Con el grado de incertidumbre que genera la escasez de testimonios al respecto, Gat señala el papel cohesionador de la religión desde tiempos remotos: «Allí donde entraba en juego una religión étnica o nacional, cosa que sucedía de manera casi invariable, solía predicar identidad común y solidaridad» (Ibid., 20). De nuevo, este autor parece ofrecer una perspectiva histórica excesivamente favorable a sus planteamientos, pues con frecuencia, y no de forma excepcional como señala, la religión no ha potenciado el sentimiento étnico o nacional, sino que ha favorecido una identidad y lealtad alternativas, dirigidas a un grupo humano no acotado a partir de criterios étnicos o nacionales.
Volviendo al planteamiento central de la teoría de Gat, resulta extraño que este, pese a insertar su enfoque en el marco de la sociobiología, no se remita ni haga referencia a los autores centrales de esta disciplina, ni aborde la discusión teórica que existe en torno a ella. Sus afirmaciones sobre la base genética e instintiva del instinto grupal, como resultado de una adaptación evolutiva, se presentan en consecuencia sin un sustento teórico sólido ni base probatoria, al margen de que la idea resulte más o menos verosímil. La explicación se presenta en buena medida a trazos gruesos, sin que se explique concretamente en qué consiste la base biológica a la que se alude.
Las explicaciones sociobiológicas aplicadas a la especie humana son en el momento presente altamente controvertidas. Acaso en lo sucesivo, con futuros avances científicos que puedan explicar a nivel físico con mayor precisión los mecanismos del ADN y la herencia genética, sea posible abordar empíricamente la existencia de una base natural del comportamiento social. El tiempo dirá si el planteamiento central de Gat —la idea de una base genética del sentimiento grupal, étnico y nacional— se podrá abordar desde las ciencias naturales. Su teoría puede considerarse como un interesante enfoque, que quizás abre una nueva línea de interpretación, pero que presenta de momento importantes lagunas e imprecisiones.
Pese a ser una visión minoritaria en relación con la dominante perspectiva modernista, el elenco de autores que postulan un origen de la nación previo a la era contemporánea es, como se ha podido ver, de gran amplitud. La proliferación en los últimos años de estudios que, desde distintos enfoques, ofrecen una visión alternativa, es aquí percibida como el indicio de que se está afirmando progresivamente una nueva comprensión histórica del fenómeno nacional. No parece probable que asistamos a un cambio de paradigma, pero quizás sí a la desaparición de la visión modernista como paradigma dominante.
La distinción dicotómica entre los enfoques modernistas y premodernistas, eje en torno al cual se posicionan muchos autores, supone en cualquier caso una extrema esquematización de la enorme diversidad de perspectivas en una y otra categoría. Centrándonos en las perspectivas etiquetadas como premodernistas, encontramos entre ellas estudios que señalan el origen del fenómeno nacional en la Edad Moderna, en la Edad Media o incluso en la Edad Antigua. Algunos están centrados en un caso concreto, y otros ofrecen una perspectiva más general. Unos, por último, tienen una pretensión más ilustrativa, dirigida a documentar la temprana existencia y características de identidades nacionales concretas, mientras que otros tienen un enfoque explicativo y causal del fenómeno nacional, que intenta ofrecer una alternativa a la perspectiva modernista. El presente estudio ha procurado ofrecer un análisis crítico de esa pluralidad de visiones, centrándose en los autores más destacados y las perspectivas más relevantes y centrales en el debate.
El debate teórico sobre el origen del fenómeno nacional desde perspectivas premodernas empieza a ser intenso en el mundo académico anglosajón, como se evidencia atendiendo al origen de los autores y publicaciones abordados aquí. En el mundo de habla hispana, por el contrario, este debate es casi inexistente, y muy limitado el conocimiento de las teorías premodernistas de la nación, de forma que el paradigma modernista cuenta con un grado de aceptación particularmente acusado.
El presente artículo pretende corregir lo que se percibe como una importante laguna. No se ha llegado, como se evidencia en la pluralidad de enfoques abordados, a una visión integral y consensuada del origen e historia de la nación, algo que resulta difícil suponer que llegue a ocurrir. Pero estas perspectivas suponen, sin embargo, un importante avance en el estudio del fenómeno nacional.
Algunas de las divergencias entre distintas visiones sobre el origen e historia de la nación no son tanto empíricas como semánticas, están basadas en una comprensión distinta de conceptos centrales como «nación» o «nacionalismo». Estas diferencias son en buena medida irreconciliables, al no poder objetivarse ni consensuarse las definiciones de los conceptos centrales, si bien se puede cuestionar la falta de coherencia discursiva que se deriva de ciertas acepciones. Otra parte de las controversias es, sin embargo, de orden más estrictamente fáctico, en torno a la existencia en un momento histórico dado de determinadas mentalidades o fenómenos. En este sentido, las distintas perspectivas premodernistas han hecho muy valiosas aportaciones para una comprensión más precisa de la historia del fenómeno nacional y el cuestionamiento de las teorías modernistas, que aquí se entiende que pueden perder en los próximos años su carácter de paradigma dominante.
[1] |
La referencia habitual a las «teorías modernistas» en el debate sobre el origen de la nación puede conducir a equívoco, resultado de la traducción literal al castellano del término inglés modernist. Este término hace en este contexto referencia a la Edad Contemporánea, y no a lo que en castellano se conoce como la Edad Moderna. Se podría solventar esta posible confusión traduciendo modernist theories por «teorías contemporáneas» o «contemporaneístas», pero este uso no se corresponde con los términos habituales del debate en España, por lo que se mantendrá la terminología habitual. |
[2] |
En relación a la multiplicidad de teorías modernistas, véase la obra Nacionalismo y modernidad (2000 [1998]), de Anthony D. Smith. |
[3] |
Los autores que se mencionan y se mencionarán en lo sucesivo lo son solo a título ilustrativo, una enumeración con afán de exhaustividad sería prolija, de gran complicación, e innecesaria para el objetivo de este artículo. |
[4] |
Anderson, como ya se comentó, se cuenta en cualquier caso entre los autores que conecta la aparición de la nación con la de la soberanía nacional. |
[5] |
Según George Minois ( Minois, G. (2008). La guerre de cent ans. Paris: Perrin.2008: 593), en este conflicto se produce la ruptura de la unidad cristiana en iglesias nacionales, y la unificación de los territorios feudales, que supuso el tránsito «de la monarquía feudal a la monarquía nacional». |
[6] |
Esta idea debe mucho a la obra El concepto de España en la Edad Media (1954), de José Antonio Maravall, quien argumenta y documenta que en los siglos medievales se desarrolla una idea de España entendida como una comunidad cultural, a la que naturalmente le corresponde un territorio, al tiempo que habría aflorado la idea de que debería tener algún tipo de unidad política. Maravall no define esta construcción simbólica como «nación», pues vincula a esta con la idea de soberanía nacional ( Maravall, J. A. (1997). El concepto de España en la Edad Media. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.Maravall, 1997: 10, 476), y prefiere recurrir al concepto de «protonacional». A partir de presupuestos históricos similares y de una distinta elección semántica, otros autores han señalado la existencia de una identidad nacional española en la Edad Media ( Hermet, G. (1996). Histoire des nations et du nationalisme en Europe. Paris: Seuil.Hermet, 1996: 43-48; González Antón, L. (1997). España y las Españas. Madrid: Alianza.González Antón, 1997: 137; Benito Ruano, E. (2005). Los reinos cristianos medievales y la idea de España. En V. Palacio Atard. De Hispania a España. El nombre y el concepto a través de los siglos (pp. 79-84). Madrid: Temas de Hoy.Benito Ruano, 2005: 83-4). |
[7] |
La última obra citada, Biblical ideas of Nationality: ancient and modern (2002), recopila los artículos anteriores junto con otros. |
[8] |
El texto más relevante en este sentido fue The ethnic origin of nations ( Smith, A. D. (1987). The ethnic origin of nations. Oxford: Basil Blackwell. 1987). |
[9] |
«Only in a few cases —ancient Egypt, Judah, and later Armenia— can we really discern the makings of nations» ( Smith, A. D. (2008). Cultural Foundations of Nations: Hierarchy, Covenant and Republic. Oxford: Blackwell publishing. Smith, 2008: XIV). |
[10] |
Este es el caso por ejemplo en relación a la rebelión comunera, durante la cual según varios autores se considera por primera vez a la comunidad representada en el Parlamento como fuente de la soberanía política, por encima de la autoridad monárquica. Inician esta corriente tres autores clásicos; José Antonio Maravall ( Maravall, J. A. (1963). Las Comunidades de Castilla. Una primera revolución moderna. Madrid: Revista de Occidente.1963: 45) afirma que el régimen político establecido por los comuneros era «una democracia que entonces asume ya un carácter protonacional». Juan Ignacio Gutiérrez Nieto ( Gutiérrez Nieto, J. I. (1973). Las comunidades como movimiento antiseñorial. Planeta: Barcelona.1973: 28) comenta que en la rebelión comunera «se acentuará un sentimiento de diferenciación que nos vemos obligados a llamar nacionalista, o, si se prefiere, protonacional». Joseph Pérez ( Pérez, J. (1980). Tradición e innovación en las Comunidades de Castilla. V Simposio Toledo Renacentista (Toledo, 24-26 de abril de 1975) (vol. 2, pp. 29-54). Madrid: Centro Universitario de Toledo.1980: 42) sostiene más explícitamente que con la rebelión comunera se da «una primera y clara manifestación del sentimiento nacional». |
[11] |
Hastings no menciona en relación a esta cuestión a Steven Grosby, sino a Conor Cruise O´Brien, God Land: Reflections on Religion and Nationalism (1988). |
[12] |
«El impacto de la nación inglesa se sintió tanto hacia Occidente como hacia Oriente» ( Hastings, A. (2000) [1997]. La construcción de las nacionalidades. Madrid: Cambridge University Press.Hastings, 2000: 127). |
[13] |
Esta visión se ve reforzada en su artículo «Holy lands and their political consequences», publicado en 2003, dos años después de su muerte. |
[14] |
Wettkampf der Nationen. Konstruktionen einer deutschen Ehrgemeinschaft an der Wende vom Mittelalter zur Neuzeit. |
[15] |
Hirschi no hace más que alguna referencia ocasional a este importante discurso ( Hirschi, C. (2012). The Origins of Nationalism: An Alternative History from Ancient Rome to Early Modern Germany. Cambridge: Cambridge University Press.Hirschi, 2012: 66-68), remitiéndose a autores como Kantarowitz y Beaune, pero sorprendentemente sin mencionar a Hastings y Grosby. |
[16] |
La única explicación a esta aparente incongruencia se encuentra en que cuando el autor habla de nationalist politics para limitar su existencia a la Edad Contemporánea, está haciendo referencia a entes políticos fundamentados en el principio de soberanía nacional; pero si ese es el sentido dado al término nationalism, carecería por el contrario de sentido afirmar que en el humanismo renacentista surgió un nationalist language. |
[17] |
Este libro ha sido publicado en castellano un año más tarde, con el más neutro título de Naciones. Una nueva historia del nacionalismo. Alexander Yacobson aparece como coautor de la obra, si bien tan solo ha escrito el séptimo y último capítulo del libro, «Estado, nacionalidad e identidad étnica: aspectos normativos e institucionales». Este capítulo no incide en la cuestión sobre el origen del fenómeno nacional, por lo que las formulaciones en ese sentido deben atribuirse exclusivamente a Azar Gat. |
[18] |
Extrañamente Gat no cita a Dawkins, salvo en relación a una cuestión secundaria ( Gat, A. y Yakobson, A. (2014) [2013]. Naciones. Una nueva historia del nacionalismo. Barcelona: Crítica.Gat, 2014: 49), ni en general a ninguno de los referentes teóricos de la sociobiología, tan central en sus planteamientos. |
[19] |
No obstante, la idea de parentesco biológico, recuerda Gat, ha estado y sigue estando presente en distintos grupos étnicos e incluso naciones, de lo que hay numerosos testimonios, y sigue latente en una retórica nacional netamente «familiar», detectable por ejemplo en las alusiones a la madre patria y la equiparación entre connacionales y hermanos (ibid., 52-53). |
[20] |
Cuestionando al probablemente mayor referente de la perspectiva modernista, Gat concluye que «si aceptamos la definición de la nación en cuanto congruencia relativa entre cultura o afinidad étnica y estado formulada por el teórico modernista Ernest Gellner, habrá que reconocer que las naciones no son exclusivas de la modernidad» (ibid., 10). |
[21] |
Por ejemplo, en su narración de la Francia premoderna, Gat se centra en la Baja Edad Media, desde el período final de la guerra de los Cien Años, donde percibe una identidad nacional que entiende compartida por las clases bajas (ibid., 233-6), y significativamente apenas hace alusión a la Alta Edad Media, donde no parece que haya testimonios en refuerzo de su argumentación. |
Anderson, B. (1993) [1983]. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. |
|
Ballester, M. (2010). La identidad española en la Edad Moderna (1556-1665). Discursos, símbolos y mitos. Madrid: Tecnos. |
|
Beaune, C. (1985). Naissance de la natión France. Paris: Gallimard. |
|
Bell, D. A. (2001). The cult of the Nation in France. Inventing nationalism 1680-1800. Cambridge, Mass.: Harvard University Press. |
|
Benito Ruano, E. (2005). Los reinos cristianos medievales y la idea de España. En V. Palacio Atard. De Hispania a España. El nombre y el concepto a través de los siglos (pp. 79-84). Madrid: Temas de Hoy. |
|
Church, W. F. (1975). France. En O. Ranum (ed.). National consciousness, History and Political Culture in Early Modern Europe (pp. 43-66). Baltimore: John Hopkins University Press. |
|
Contamine, P. (2002). 1285-1514. En P. Contamine (dir.). Le Moyen Âge. Le roi, l´Eglise, les grands, le peuple (481-1514) (pp. 287-423). Paris: Seuil. |
|
De la Torre Gómez, H. (2005). España y la identidad portuguesa. Una reflexión histórica. En V. Palacio Atard (ed.). De Hispania a España. El nombre y el concepto a través de los siglos (pp. 197-215). Madrid: Temas de Hoy. |
|
Domínguez Ortiz, A. (1994). España: Nación, Estado, Imperio. En A. de Las Heras, V. Báez San José y P. Amador Carretero (eds.). Sobre la realidad de España (pp. 127-142). Madrid: Universidad Carlos III de Madrid; BOE. |
|
García Cárcel, R. (2013). El concepto de España en los siglos xvi y xvii. En A. Morales Moya, J. P. Fusi y A. de Blas Guerrero (coords.). Historia de la nación y del nacionalismo español (pp. 95-128). Barcelona: Galaxia Gutenberg. |
|
Gat, A. y Yakobson, A. (2014) [2013]. Naciones. Una nueva historia del nacionalismo. Barcelona: Crítica. |
|
Gellner, E. (1988) [1983]. Naciones y nacionalismo. Madrid: Alianza Editorial. |
|
Gillingham, J. (2000). The English in the twelfth century: imperialism, national identity, and political values. Woodbridge: Boydell. |
|
González Antón, L. (1997). España y las Españas. Madrid: Alianza. |
|
Greenfeld, L. (2005) [1992]. Nacionalismo. Cinco vías a la modernidad. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. |
|
Grosby, S. (1991). Religion and nationality in antiquity: the worship of Yahweh and ancient Israel. European Journal of Sociology, 32 (2), 215-228. Disponible en: https://doi.org/10.1017/S0003975600006263. |
|
Grosby, S. (1993). Kinship, Territory and the Nation in the Historiography of Ancient Israel. Zeitschrift für alttestamentliche Wissenschaft, 105 (1), 3-18. |
|
Grosby, S. (1997). Borders, Territory, and Nationality in the Ancient Near East and Armenia. Journal of the Economic and Social History of the Orient, 40 (1), 1-29. Disponible en: https://doi.org/10.1163/1568520972600829. |
|
Grosby, S. (1999). The Chosen People of Ancient Israel and the Occident: Why Does Nationality Exist and Survive? Nations and Nationalism, 5 (3), 357-380. Disponible en: https://doi.org/10.1111/j.1354-5078.1999.00357.x. |
|
Grosby, S. (2002). Biblical ideas of Nationality: ancient and modern. Winona Lake: Eisenbrauns. |
|
Grosby, S. (2005). Nationalism: A Very Short Introduction. Oxford: Oxford University Press. |
|
Grosby, S. (2012). Review of The Origins of Nationalism: An Alternative History from Ancient Rome to Early Modern Germany. Reviews in History. 1281. Disponible en: http://www.history.ac.uk/reviews/review/1281. |
|
Gutiérrez Nieto, J. I. (1973). Las comunidades como movimiento antiseñorial. Planeta: Barcelona. |
|
Hastings, A. (2000) [1997]. La construcción de las nacionalidades. Madrid: Cambridge University Press. |
|
Hayes, C. J. H. (1966) [1960]. El nacionalismo: una religión. México D. F.: UTEHA. |
|
Hermet, G. (1996). Histoire des nations et du nationalisme en Europe. Paris: Seuil. |
|
Herrero García, M. (1966). Ideas de los españoles del siglo xvii. Madrid: Gredos. |
|
Hirschi, C. (2005). Wettkampf der Nationen. Konstruktionen einer deutschen Ehrgemeinschaft an der Wende vom Mittelalter zur Neuzeit. Göttingen: Wallstein. |
|
Hirschi, C. (2012). The Origins of Nationalism: An Alternative History from Ancient Rome to Early Modern Germany. Cambridge: Cambridge University Press. |
|
Hobsbawm E. (1990). Naciones y nacionalismo desde 1780. Barcelona: Crítica. |
|
Huizinga, J. (1946). Sobre la conciencia nacional holandesa. En J. Huizinga. El concepto de la historia (pp. 239-317). México D. F.: Fondo de Cultura Económica. |
|
Jover Zamora, J. M. (1949). 1635. Historia de una polémica y semblanza de una generación. Madrid: CSIC. |
|
Kedourie, E. (1985) [1960]. Nacionalismo. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. |
|
Kohn, H. (1949) [1944]. Historia del nacionalismo. México D. F.: Fondo de Cultura Económica. |
|
Le Jan, R. (2002). Le royaume des Francs de 481 á 888. En P. Contamine (dir.). Le Moyen Âge. Le roi, l´Eglise, les grands, le peuple (481-1514) (pp. 13-114). Paris: Seuil. |
|
Llobera, J. R. (1996) [1994]. El dios de la modernidad. El desarrollo del nacionalismo en Europa Occidental. Barcelona: Anagrama. |
|
Loades, D. M. (1974). Politics and the Nation: 1450-1660. London: Fontana. |
|
Maravall, J. A. (1963). Las Comunidades de Castilla. Una primera revolución moderna. Madrid: Revista de Occidente. |
|
Maravall, J. A. (1997). El concepto de España en la Edad Media. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales. |
|
McGlynn, J. (2012). Blood Cries Afar: The Forgotten Invasion of England 1216. Stroud: Spellmount. |
|
McKenna, J. W. (1982). How God became an Englishman. En D. J. Guth y J. W. McKenna (eds.). Tudor Rule and Revolution (pp. 25-43). Cambridge: Cambridge University Press. |
|
Minois, G. (2008). La guerre de cent ans. Paris: Perrin. |
|
Morales Moya, A. (2013). La nación española preconstitucional. En A. Morales Moya, J. P. Fusi y A. de Blas Guerrero (coords.). Historia de la nación y del nacionalismo español (pp. 129-168). Barcelona: Galaxia Gutenberg. |
|
Pérez, J. (1980). Tradición e innovación en las Comunidades de Castilla. V Simposio Toledo Renacentista (Toledo, 24-26 de abril de 1975) (vol. 2, pp. 29-54). Madrid: Centro Universitario de Toledo. |
|
Pocock, J. (1975). England. En O. Ranum (ed.). National consciousness, History and Political Culture in Early Modern Europe (pp. 98-117). Baltimore: John Hopkins University Press. |
|
Prak, M. (2005). The Dutch Republic in the Seventeenth Century. Cambridge: Cambridge University Press. Disponible en: https://doi.org/10.1017/CBO9780511817311. |
|
Ranum, O. (1975). Introduction. En O. Ranum (ed.). National consciousness, History and Political Culture in Early Modern Europe (pp. 1-19). Baltimore: John Hopkins University Press. |
|
Reynolds, S. (1984). Kingdoms and Communities in Western Europe 900-1300. Oxford: Clarendon Press. |
|
Schama, S. (1988). The Embarrassment of Riches. An interpretation of Dutch Culture in the Golden Age. New York: University of California Press. |
|
Serra i Puig, E. (1991). 1640: Una revolució política. La implicació de les institucions. En E. Serra i Puig (coord.). La Revolució catalana de 1640 (pp. 3-65). Barcelona: Crítica. |
|
Simon i Tarrés, A. (1999). Els orígens ideològics de la Revolució Catalana de 1640. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat. |
|
Smith, A. D. (1987). The ethnic origin of nations. Oxford: Basil Blackwell. |
|
Smith, A. D. (1999). Myths and memories of the nation. Oxford: Oxford University Press. |
|
Smith, A. D. (2000). Nacionalismo y modernidad. Madrid: Istmo. |
|
Smith, A. D. (2003). Chosen Peoples. Sacred Sources of National Identity. New York: Oxford University Press. |
|
Smith, A. D. (2004a). Nacionalismo. Madrid: Alianza. |
|
Smith, A. D. (2004b). The antiquity of nations. Cambridge: Polity Press. |
|
Smith, A. D. (2008). Cultural Foundations of Nations: Hierarchy, Covenant and Republic. Oxford: Blackwell publishing. |
|
Van Gelderen, M. (1992). The Political Thought of the Dutch Revolt 1555-1590. Cambridge: Cambridge University Press. Disponible en: https://doi.org/10.1017/CBO9780511558467. |
|
Wormald, P. (2006). Pre-modern State and Nation: definite or indefinite. En S. Airle, W. Pohl y H. Reimitz (eds.). Staat im frühen Mittelalder (pp. 178-89). Wien: Österreichische Akademie der Wissenschafen. |
|
Yardeni, M. (1971). La conscience nationale en France pendant les guerres de religion (1559-1598). Paris: Beatrice-Nauwelaerts. |
|
Zernatto, G. (1944). Nation. The History of a Word. The Review of Politics, 6 (3), 351-366. Disponible en: https://doi.org/10.1017/S0034670500021331. |