RESUMEN
Las consultas secesionistas de 1980 y 1995 en Quebec (Canadá) y de 2014 en Escocia (Gran Bretaña) son antecedentes que permiten observar un fenómeno poco estudiado en la teoría política del Estado democrático moderno: la idea de un Estado que acepta democráticamente su divisibilidad. Lejos de considerarse una debilidad, la tesis central de este texto consistirá en analizar las bondades y ventajas que ofrecen una concepción tan resiliente de esta noción soberana del Estado, especialmente donde existen tensiones secesionistas que amenazan de forma recurrente su legitimidad. Se parte de que un Estado es resiliente sobre la cuestión de su divisibilidad no solo cuando acepta la existencia de reivindicaciones secesionistas, sino que regula legalmente las condiciones y procedimientos para llevarla a cabo, en su caso, respetando democráticamente los intereses y la participación de la pluralidad de actores implicados. El texto señala qué argumentos teóricos debería implementar una teoría de la secesión para que este derecho sea legalmente efectivo y tenga garantías democráticas. Finalmente, a partir de estos argumentos, el texto plantea un modelo teórico sobre una posible regulación de este derecho.
Palabras clave: Secesión; teoría del Estado; Estado de derecho; referéndum; resiliencia.
ABSTRACT
The secessionist referéndum of 1980 and 1995 in Quebec (Canada) and 2014 in Scotland (Great Britain) are milestones that allow observing a phenomenon little studied in the political theory of the modern democratic State: the idea of a State that democratically accepts its divisibility. Far from being considered a weakness, the central thesis of this text will be to analyze the benefits and advantages that offer such a resilient conception of this sovereign notion of the State, especially where there are secessionist tensions that repeatedly threaten their legitimacy. It is based on the fact that a State is resilient on the question of its divisibility not only when it accepts the existence of secessionist claims but also legally regulates the conditions and procedures to carry it out, where appropriate, democratically respecting the interests and participation of plurality of actors involved. The text indicates which theoretical arguments a secession theory should implement so that this right is legally effective and has democratic guarantees. Finally, based on these arguments, the text raises a theoretical model about a possible regulation of this right.
Keywords: Secesion; State Theory; nationalism; referéndum; resilience.
Habitualmente, cuando se piensa en procesos secesionistas mucha gente imagina que
estos procesos y derechos no emanan de forma natural de un todo sino que son siempre reivindicaciones de una parte, es decir, de grupos que viven en una determinada región de un Estado y que reclaman
la legitimidad de este derecho en una única dirección ( Sanjaume-Calvet, M. (2016). The morality of secession. Secessionist and antisecessionist
arguments in the Catalan case. En X. Cuadras-Morató (ed.). Catalonia: A new independent State in Europe? (pp. 82-106). New York: Routledge. Disponible en:
El primer escenario está representado por referendos secesionistas que se han producido
con el consentimiento más o menos amistoso del Estado original. Los ejemplos más notorios
son el referéndum de secesión de Noruega respecto de Suecia en 1905 o el referéndum
de secesión de Islandia respecto de Dinamarca en 1944 ( Laponce, J. A. (2010). Le référendum de souveraineté. comparisons, critiques et commentaires. Quebec: Les Presses de l’Université Laval.Laponce, 2010; Qvortrup, M. (2012). The history of ethno-national referéndums 1791-2011. Nationalism and Ethnic Politics, 18 (1), 129-150. Disponible en:
Una de las cuestiones centrales a la hora de hablar de la secesión dentro de un Estado
es saber hasta qué punto la secesión es un derecho remedial que suele invocarse como solución última para paliar una injusticia flagrante o es
más bien un derecho primario que puede existir per se ( McGee, R. W. (1992). A third liberal theory of secession. The Liverpool Law Review, 14 (1), 45-66. McGhee, 1992; Mancini, S. (2012). Secession and self-determination. En M. Rosenfeld y A. Sajo (eds.).
The Oxford Handbook of Comparative Constitutional law (pp. 481-500). Oxford: Oxford University Press. Disponible en:
Así como resultaría imposible ser bueno en un mundo sin pecado, carece de sentido hablar de lealtad a una empresa, partido u organismo poseedor de un monopolio indestructible. La lealtad pospone la salida, pero su existencia misma se basa en la posibilidad de tal salida. El hecho de que aun el miembro más leal pueda retirarse es a menudo parte importante de su poder de negociación frente al organismo. Las posibilidades de que la voz funcione con eficacia como mecanismo de recuperación se robustecen apreciablemente si se apoya en la amenaza de la salida, ya se formule abiertamente o entiendan todos los participantes que la posibilidad de la salida es un elemento de la situación (ibid.: 83).
Parafraseando a Hirschman, se puede decir que el fenómeno del brexit, la opción de salida de un país miembro (en este caso, Reino Unido) de la UE, ha puesto en evidencia que
dicha opción, contemplada en el artículo 50 del Tratado de Lisboa, lejos de ser una
alternativa traumática —aunque su implementación sea dolorosa— es un ejemplo muy ilustrativo
que explica cómo una organización que reconoce la opción por la salida puede fortalecer los mecanismos de la voz y de la lealtad entre sus miembros ( Kroll, D. A. y Leuffen, D. (2016). Ties that bind, can also strangle: The brexit threat and the hardships of reforming the EU. Journal of European Public Policy, 23 (9), 1311-1320. Disponible en:
El objetivo de este texto es analizar la conveniencia de regular jurídicamente un proceso de posible secesión dentro de un Estado donde existen grupos sociales concentrados en una parte de su territorio que podrían activar ese mecanismo. Para ello, el contenido de este trabajo está formado por tres partes. En la primera parte se analizan las razones teóricas que muestran la virtud de regular el derecho de secesión para hacer frente a su potencial amenazador. En la segunda parte se analizan los argumentos utilizados habitualmente para justificar o para rechazar la secesión. Finalmente, en la tercera parte se elabora una propuesta práctica sobre cómo podría regularse la secesión en un país democrático donde existe una cierta demanda de este tipo.
Existen ya en España algunos estudios en el ámbito del derecho ( Aláez Corral, B. (2015). Constitucionalizar la secesión para armonizar la legalidad
constitucional y el principio democrático en estados territorialmente descentralizados
como españa. Revista d’Estudis Autonòmics i Federals, 22, 136-183.Alaez Corral, 2015; Vírgala, E. (2015). Referéndum, secesión y reforma constitucional. Revista Internacional de Estudios Vascos, 11, 166-212.Vírgala, 2015) y la teoría política ( Digón Martín, R. (2013). Plurinacionalidad y vertebración territorial del poder político
en España. Una aproximación desde la teoría política. Revista Española de Ciencia Política, 31, 101-122.Digón Martín, 2013; Ruiz Soroa, J. M. (2013). Regular la secesión. Cuadernos de Alzate: Revista Vasca de la Cultura y las Ideas, 46, 186-204.Ruiz Soroa, 2013, Ruiz Soroa, J. M. (2014). Regular la secesión. En J. J. Solozábal (ed.). La autodeterminación a debate (pp. 168-186). Madrid: Pablo Iglesias.2014) que analizan las ventajas de regular la secesión para fortalecer la legitimidad
del Estado. En el ámbito internacional, los textos que ensalzan las virtudes de esta
regulación tiene un amplio recorrido, tanto en el ámbito normativo ( Buchanan, A. (1998). Democracy and secession En M. Moore (ed.). National self-determination and secession (pp. 14-33). Oxford: Oxford University Press. Disponible en:
El primer argumento está relacionado con la idea de la claridad política. Como señala un reciente estudio comparando las Constituciones de todos los
países a lo largo del tiempo, la peor estrategia para hacer frente a la secesión es
el silencio, la ambigüedad o las simples prohibiciones implícitas ( Ginsburg, T. y Versteeg, M. (2018). From Catalonia to California: Secession in Constitutional
Law. Alabama Law Review, 70, 923-985Ginsburg y Versteeg, 2018: 959). De hecho, la regulación del derecho de secesión permite invertir la carga de la
prueba desde el Estado hacia aquellos que, de alguna manera, quieren cuestionar el
statu quo territorial de dicho Estado. Como dice Buchanan, la regulación establece un procedimiento
claro para superar «la barrera levantada por la incertidumbre al crear una posición satisfatoria
por defecto» ( Buchanan, A. (2013). Secesión. causas y consecuencias del divorcio político. Barcelona: ArielBuchanan, 2013: 208), es decir, aumenta la legitimidad del Estado al asumir que hará frente a su futuro
con garantías formales conocidas por todos. Dicho de otra manera, el peligro de no
regular el derecho de secesión en un Estado, especialmente si tiene un importante
volumen de población que así lo puede reclamar, es que dicho Estado tendrá que demostrar
constantemente y de manera defensiva que su futuro como Estado es viable mientras
observa que aquellos grupos que reclaman su divisibilidad tendrán más posibilidades
de cuestionar este inmovilismo y fomentar dinámicas políticas perversas, amparadas
en argumentos democráticos con un menor coste de legitimidad política. Como afirma
Buchanan, «la cuestión no es reconocer o no el derecho de secesión, sino cómo domesticarlo»
( Buchanan, A. (2013). Secesión. causas y consecuencias del divorcio político. Barcelona: ArielBuchanan, 2013: 174). Si la secesión se convierte en un tabú y se demoniza, a menudo esa actitud añade
combustible a las reclamaciones secesionistas ( Mancini, S. (2012). Secession and self-determination. En M. Rosenfeld y A. Sajo (eds.).
The Oxford Handbook of Comparative Constitutional law (pp. 481-500). Oxford: Oxford University Press. Disponible en:
El segundo argumento remite a la compleja relación entre los conceptos de nación y
territorio. Aunque suele admitirse que ambos conceptos están unidos, lo cierto es
que entre ellos hay diferencias: a) la política se ejerce generalmente en el marco
de los territorios, no de naciones, y b) ocurre con cierta frecuencia que un territorio
(¿Cataluña?) puede tener más de una nación. Si una determinada entidad subestatal
plurinacional, en la que por tanto cabe esperar que existan a su vez divisiones sobre
su posible secesión dentro del territorio, decide finalmente secesionarse, activa
automáticamente un fenómeno de recursividad ( Closa, C. (2019). A critique of the theory of democratic secession. En C. Closa, C.
Margiotta y G. Martinico (eds.). Between Democracy and Law. The Amorality of Secession (pp. 49-60). New York: Routledge. Disponible en:
A diferencia de las reivindicaciones sobre el derecho de secesión, que suelen orientar
su centro de gravedad hacia la idea de nación, la regulación real del derecho de secesión
desplaza el debate hacia la idea de territorio, valorando qué requisitos numéricos
deberían cumplirse en un territorio para ejercer este derecho, respetando ciertas
condiciones y asumiendo ciertas consecuencias. En la medida que es importante el estatus
de ciudadanía de todos los ciudadanos en ese hipotético nuevo Estado que surgiría de un Estado anterior,
la regulación de este derecho exige unos principios justos que ofrezcan unos resultados
prácticos considerados válidos para una inmensa mayoría, si no todos, los ciudadanos de ese hipótetico nuevo Estado. Es decir, el proceso debería tener
en cuenta tanto la minoría que quiere secesionarse como la minoría que podría quedar
atrapada en el nuevo Estado ( Mancini, S. (2008). Rethinking the boundaries of democratic secession: Liberalism,
nationalism, and the right of minorities to self-determination. International Journal of Constiutional Law, 6 (3-4), 553-584. Disponible en:
En estos casos, la regulación del derecho de secesión desplaza la interpretación de
la secesión a un enfoque más liberal, que entiende la secesión no tanto como un derecho colectivo de las naciones que procede del pasado, sino como un derecho individual que los miembros de un territorio desean ejercer colectivamente para su autoorganización
política futura ( McGee, R. W. (1992). A third liberal theory of secession. The Liverpool Law Review, 14 (1), 45-66. McGee, 1992; Moore, M. (1998). The territorial dimension of self-determination. En M. Moore (ed.).
National self-determination and secession (pp. 134-157). Oxford: Oxford University Press. Disponible en:
El tercer argumento tiene que ver con la cuestión del demos secesionista. En la mayor parte de los análisis comparados sobre los referendos secesionistas
sorprende la poca atención prestada a la pregunta sobre cuál debería ser el grado
de participación de todos los ciudadanos que viven en el total del país. Como decíamos antes, muchos de estos
procesos secesionistas han contado con la acción directa o la autorización expresa
de los Estados, como ha ocurrido en los casos ya comentados de Quebec o de Escocia.
Sin embargo, el papel de los ciudadanos de los países, a excepción de los habitantes
de los posibles territorios secesionistas, ha sido olvidado en prácticamente todos
estos casos ( Lehning, P. (1998). Theories of secession. London: Routledge.Lehning, 1998). Esta cuestión es relevante porque afecta de modo sustancial tanto a las presuntas
razones teóricas que pueden alegarse para justificar la regulación como sobre todo
a la mecánica procedimental que debería emplearse para llevar a efecto dicho derecho.
En países democráticos donde la soberanía corresponde a sus ciudadanos, es difícil
pensar que este derecho de secesión pueda ser utilizado legítimamente sin el concurso
del total de los ciudadanos del país en algún momento del proceso, porque lo contrario sería tanto como asumir que el futuro de un Estado
puede quedar en manos de un grupo concreto de ciudadanos, cuyas razones para llevar
a cabo la secesión pueden ser de muy distinta naturaleza ( De Blas Guerrero, A. (2014). El derecho a decidir y el gambito de dama. En J. J. Solozábal
(ed.). La autodeterminación debate (pp. 67-80). Madrid: Pablo Iglesias.De Blas Guerrero, 2014). Al mismo tiempo, sin embargo, es importante reconocer que el criterio de la soberanía
de toda la población no puede convertirse en un requisito que dificulte, y hasta casi
imposibilite, el ejercicio de dicho derecho, especialmente si el grupo que desea ejercer
la secesión es una «minoría estructural» en ese mismo Estado ( Tsebalis, G. (2000). Veto players and institutional analysis. Governance. An International Journal of Policy, Administration, and Institution, 13 (4), 441-474. Disponible en:
Finalmente, el cuarto argumento tiene que ver con la noción misma de la idea de decisión
política. Unos de los problemas cruciales de todo refrendo es saber cuál es su posición
en la cadena de toma de decisiones de un sistema político. Históricamente, un referéndum
es un mecanismo que, como su nombre indica, fue concebido para que los ciudadanos
refrendasen lo que otros —generalmente, los representantes políticos— ya habían decidido. Actualmente,
con el término referéndum se conocen otro tipo de figuras, como la consulta popular
y la figura del referéndum consultivo vinculante ( López Aguilar, J. F. (1999). Canadá y España: una comparación desde el federalismo
contractual: a propósito de la decisión dictada por el Tribunal Supremo Federal de
Canadá, de 20 de agosto de 1998, sobre la posibilidad de la secesión unilateral de
Quebec, en la consulta interpuesta. Autonomies: Revista Catalana de Derecho Público, 25, 7-36.López Aguilar, 1999; Carrasco Durán, M. (2013). Referéndum versus consulta. Revista de Estudios Politicos, 160, 13-41.Carrasco Durán, 2013; Aguado, C. (2014). Sobre un eventual referéndum consultivo catalán en el proceso soberanista.
En J. J. Solozábal (ed.). La autodeterminación a debate (pp. 9-29). Madrid: Pablo Iglesias.Aguado, 2014). En el primer caso se da la posibilidad a la ciudadanía para que decida sobre un asunto dilemático sobre el que los representantes políticos no han decidido
aún; en el segundo caso se da la posiblidad a la ciudadanía para forzar a las élites
para que decidan de buena fe sobre lo que los ciudadanos han votado. La duda en torno
a las consultas populares y el referéndum consultivo vinculante es la siguiente: si
los ciudadanos no deciden sobre contenidos porque su opinión es simplemente consultiva y los resultados de dicha
consulta sirven solamente para instar a los políticos a que decidan de buena fe, ¿qué
es entonces lo que los ciudadanos realmente votan en una consulta? ( Courtois, S. (2004). Démocratie délibérative et sécession. Canadian Journal of Political Science, 37 (4), 811-838. Disponible en.
Entre el listado de razones teórico-normativas que la mayoría de autores ofrecen para
justificar la secesión, hay tres argumentos que sobresalen por encima del resto. El
primer argumento es la apelación política a la cuestión nacional. Según este planteamiento
un determinado grupo, por el simple hecho de autoconsiderarse como nación política,
basada en unos rasgos amparados principalmente por la historia y la voluntad de considerarse
nación, tendría potencialmente un derecho a la posible secesión de un Estado ( Harty, S. (1999). The nation as a communal good: A nationalist response to the liberal
conception of community. Canadian Journal of Political Science, 32 (4), 665-689. Disponible en:
Relacionado en gran medida, aunque distinto, está el segundo argumento de la preservación
cultural según el cual un determinado grupo, ante el dilema de permanecer dentro de
un Estado con el riesgo de que sus señas de identidad cultural o sus valores estén
en peligro, tendría derecho a una posible secesión ( Buchanan, A. (2013). Secesión. causas y consecuencias del divorcio político. Barcelona: ArielBuchanan, 2013). Básicamente, la idea central de este argumento es que un grupo humano podría de
forma justa ejercer el derecho de secesión cuando la preservación de una serie de
valores, actitudes y rasgos comunitarios puedan verse abocados a desaparecer en la
medida que permanencen dentro de un Estado, mientras que con la creación de un Estado
independiente esta situación sería reversible ( Hope, S. (2006). Self-determination and cultural difference. Political Science, 58 (1), 23-41. Disponible en:
Finalmente, el tercer argumento, de carácter económico, es el argumento de la llamada
discriminación redistributiva según el cual un determinado grupo, ante la presunción
de que su pertenencia a un Estado le produce un trato económico injusto que contribuye
a su empobrecimiento futuro de forma permanente o una injusta detracción de riqueza
y de renta en favor del resto de ciudadanos de ese mismo Estado, tendría igualmente
derecho a una posible secesión. Este argumento tiene dos variantes. Una primera variante
de la discriminación retributiva se puede invocar sobre lo que podríamos llamar el
agravio por riesgo de empobrecimiento, esto es, la convicción de que, para un grupo o territorio, la permanencia dentro de
un Estado es la causa decisiva que contribuye a su empobrecimiento colectivo hasta
el punto de que los mecanismos de justicia económica en dicho Estado impiden de forma
estructural que su economía crezca ( Young, R. A. (1994). The political economy of secession: The case of Quebec. Constitutional Political Economy, 5 (2), 221-245. Disponible en:
Una segunda variante se produce, por el contrario, cuando un grupo asentado en un
determinado territorio, que en términos generales suele ser más rico que la media
general, considera que el Estado enajena de forma permanente una parte sustancial
de su riqueza económica y dicho Estado no ofrece ningún retorno económico sustantivo
que justifique semejante detracción ni haga atractiva la permanencia en dicho Estado.
Es lo que se conoce como la «secesión de los ricos» ( Dietrich, F. (2014). Secession of the rich: A qualified defence. Politics, Philosophy and Economics, 13 (1), 62-81. Disponible en:
Entender la secesión de un grupo territorial en un Estado como la ruptura de un contrato, esto es, como un divorcio entre grupos que un día decidieron fundar ese Estado, tal como parece sugerir Buchanan desde una perspectiva liberal contractualista, consiste en asumir que la unión política de los Estados modernos es una opción artificial de tal calibre que los territorios ricos y pobres de un mismo Estado lo son con independencia de la relación económica que les ha mantenido unidos durante un determinado periodo de tiempo. Si eso fuera así, entonces se entienden las palabras de Buchanan cuando dice lo siguiente: «Si los ricos pueden demostrar de manera convincente que han sido víctimas de una redistribución discriminatoria y que únicamente pueden poner remedio a esta situación injusta mediante la secesión, el mero hecho de la que la secesión pueda agravar aún más las condiciones de las personas que dejan atrás no puede ser por sí mismo una objeción determinante de aquella». Y añade un segundo argumento, a modo de atenuante: «Incluso sin demostrar haber sufrido un agravio y haber recibido un trato injusto, los ricos estarían legitimados para separarse de los desfavorecidos, empeorando con ello el nivel de bienestar de estos últimos, si les pagan una indemnización adecuada por las expectativas razonables de continuidad de la práctica largamente asumida de apoyo económico» ( Buchanan, A. (2013). Secesión. causas y consecuencias del divorcio político. Barcelona: ArielBuchanan, 2013: 202-203).
El problema de este tipo de razonamiento para avalar la secesión de los ricos es que no consigue explicar de forma convincente que el contrato original del Estado sea la razón principal de que exista una distribución económica discriminatoria y, por tanto, no consigue explicar cómo se puede justificar una indemnización en términos razonables sobre unas condiciones de futuro que son imposibles de cuantificar. ¿Cómo debería calcularse la indemnización secesionista si no es posible saber cuáles son las expectativas razonables de continuidad de un Estado que decide su divisibilidad en un determinado momento? ¿Habría que indemnizar de una sola vez o de manera indefinida a lo largo de un tiempo de continuidad? ¿Habría que indemnizar durante diez años o durante doscientos años? Con todo, el problema principal es cómo establecer de forma razonable el origen del contrato que dio lugar al Estado. La teoría contractualista es un modelo teórico-normativo hipotético que es poco útil para hacer frente a situaciones fácticas. No es de extrañar que las principales teorías contractualistas hayan sido esquivas a la hora de hablar del derecho de secesión.
Si, por el contrario, nos olvidamos de las teorías del contrato y entendemos que la secesión de un territorio respecto de un Estado puede ser vista como la nulidad del efecto producido por el vínculo de hermandad, asumiendo implícitamente que los grupos territoriales de un Estado proceden del mismo tronco familiar común y son, por así decir, como hermanos cuyas ganancias económicas han estado íntimamente relacionadas con la situación económica del otro dentro del propio Estado, el argumento sobre la secesión basada en argumentos económicos se invierte. A mi juicio, si este segundo enfoque es válido, solamente en el caso de que los ricos de un determinado territorio dentro de un Estado pudieran demostrar de forma convincente que el origen de su riqueza no tiene nada que ver, o muy poco, con la pertenencia a dicho Estado, sería posible invocar la injusticia de una discriminación retributiva y solicitar la nulidad del efecto de vínculo de hermandad para no repartir dichas ganancias. Si, por el contrario, su riqueza material está directamente vinculada con su pertenencia a dicho Estado, la indemnización secesionista debería calcularse sobre el cálculo de los beneficios económicos que ese grupo ha obtenido en el pasado como consecuencia de su hermandad política con las comunidades y territorios del Estado.
Frente al listado de razones a favor de la secesión, el número de argumentos normativos
en contra de la secesión que invocan los defensores de un Estado unido es igualmente
amplio. Básicamente, se podrían aducir tres tipos de razonamientos. El primer argumento
sería, como en el caso anterior, la cuestión política nacionalista: una comunidad
política tiene suficientes elementos identitarios que unen a todos sus miembros a
lo largo de la historia, un cúmulo de intereses mutuos e «identidades anidadas» ( Miller, D. (2008). Nationalism. En J. S. Dryzek, B. Honig y A. Phillips (eds.). The
Oxford Handbook of Political Theory (pp. 529-545). Oxford: Oxford University Press.
Disponible en:
El segundo argumento para rechazar la secesión está basado en la propia preservación
estatal, según la cual un Estado no tendría ningún incentivo para regular el derecho
de secesión porque, en caso de hacerlo, su naturaleza y su actividad estarían totalmente
condicionadas a evitar la ejecución del mismo. Regular la secesión sería tanto como
aceptar una especie de autochantaje de una minoría que haría muy difícil para ese
Estado garantizar la acción política de la mayoría y, en última instancia, mantener
el principio de igualdad de todos los ciudadanos. Puede pensarse hasta qué punto el
derecho de secesión implica colocar al Estado en una posición de debilidad tal que
le incapacitaría para ejercer su soberanía ( Mancini, S. (2008). Rethinking the boundaries of democratic secession: Liberalism,
nationalism, and the right of minorities to self-determination. International Journal of Constiutional Law, 6 (3-4), 553-584. Disponible en:
Finalmente, el tercer argumento para rechazar la secesión se basa en lo que podríamos
llamar la virtud de las soluciones intermedias ( Feeley, M. M. y Rubin, E. L. (2008). Federalism: Political identity and tragic compromise. Ann Arbor: University of Michigan Press.Feeley y Rubin, 2008; Anderson, L. M. (2013). Federalism, secession, and the American State: Divided, we secede. New York; London: Routledge. Disponible en:
Lo que sigue a continuación es una propuesta teórica sobre una de las múltiples formas que la mecánica procedimental del derecho de secesión podría adoptar. No cuestiona la legitimidad de los referendos llevados a cabo en los países en los que se ha ejercido este derecho hasta la fecha, pero reflexiona sobre algunas de las deficiencias estructurales observadas en los ejemplos pasados y plantea soluciones procedimentales para una mejora de la forma práctica de ejercer esta práctica.
Desde nuestro punto de vista, la mecánica procedimental para regular legalmente el ejercicio del derecho de secesión debería tener en cuenta cinco ideas básicas. En primer lugar, hay que aceptar que el derecho de secesión es un derecho excepcional, concebido como último recurso y que, por tanto, no estaría pensado para ser usado en condiciones ordinarias. Es decir, es un derecho que solo puede entenderse como una garantía de que el Estado reconoce a la pluralidad de grupos territoriales que, en algún momento, podrían solicitar abrir un proceso de largo recorrido, más allá de un referéndum único, que podría acabar en la ruptura del vínculo formal que les une. Como tal proceso excepcional, exigiría garantías y procedimentos muy rígidos para que su ejercicio fuera aceptado, dado que este proceso vincularía a todos los ciudadanos y grupos del Estado en un proceso muy sensible, que en apariencia es incongruente (facilitar la unión mediante la opción de ruptura) y que demanda una comprensión compleja de una multiplicidad de elementos en juego.
En segundo lugar, el derecho de secesión debería ser potencialmente ciego. Dado que su ejercicio afecta a los intereses y emociones contrapuestas de grupos concretos dentro de un Estado, en la que hay en juego distintas mayorías y distintas minorías, la mejor manera de respetar esta variedad de intereses y emociones es neutralizar sus potenciales efectos en un procedimiento lo más antiperfeccionista posible. La metáfora del velo de la ignorancia de Rawls sería, en este sentido, una buena guía para inspirar este procedimiento. Así, el proceso secesionista debería permitir: a) que las personas que inicien el proceso no deberían conocer a las personas que lo culminarán, de hecho, lo ideal es que no fueran las mismas; b) los intereses y las emociones de las personas que activasen el proceso no deberían saber cuáles son los intereses y emociones a lo largo del proceso, ni saber si estas van a cambiar o no, y c) finalmente los actores deberían ignorar la estrategia política que han de adoptar una vez iniciado el proceso: no deberían saber si la opción estratégica correcta es la moderación o la radicalidad política, la defensa de posiciones políticas centrífugas o centrípetas, porque el diseño del proceso les impediría saber qué paso conduce a qué otro paso. Esta especie de velo procedimiental obligaría a que tanto los intereses como las emociones tuvieran siempre en cuenta la reciprocidad de las respuestas de los demás, que por su propia naturaleza serían insondables.
En tercer lugar, el derecho de secesión es un derecho colectivo pero, además de ello, es un derecho intergeneracional. Dado que la posible secesión dentro de un Estado afecta no solo a las personas que lo ejercen sino a generaciones venideras, parecería razonable que el ejercicio de este derecho se ejecutase en distintas fases, para así implicar a distintas generaciones de personas pertenecientes a distintos contextos sociales, económicos y políticos. Regular y ejercer este derecho pensando únicamente en las condiciones presentistas tendría, casi con seguridad, el sesgo inevitable de la generación que lo regulase y lo ejerciese, con el riesgo de parcialidad y de utilización espúrea en el manejo parcial de los tiempos por parte de los convocantes. Las dudas sobre la posible parcialidad, la sensación de que el ejercicio de este derecho se juega con las cartas marcadas, no se evaporarían por más honestas que sean las personas involucradas. La mejor forma de evitar esto es hacer que este proceso sea ejercido como un paquete intergeneracional, en distintas fases, en distintos momentos.
En cuarto lugar, el derecho de secesión debería ser un derecho potencialmente no instrumentalizable en la vida política. El derecho de secesión no es ni puede ser un instrumento de presión
política para defender propósitos distintos del deseo de obtener la independencia.
De la misma manera que muchas veces los grupos políticos a favor del secesionismo
critican la ausencia de regulación del derecho de secesión de manera deshonesta, como
una simple excusa retórica para desestabilizar la dinámica política, cabe la posibilidad
de que la regulación podría utilizarse para el mismo propósito: influir en el debate
político del presente para acabar con un rival político incómodo. De hecho, cabe plantearse
hasta qué punto el diseño procedimental de Gran Bretaña, en relación con el referéndum
escocés de 2014, tuvo mucho de osadía insincera, como si el propósito de la autorización
del Gobierno británico para celebrarlo hubiera sido forzar una decisión rápida en
aras de obtener una respuesta contraria a la secesión —dado que los nacionalistas
escoceses querían negociar también soluciones intermedias durante el mismo proceso secesionista— y, de este paso, liquidar las aspiraciones
del Partido Nacionalista escocés en la vida política británica. Las frustraciones
por la posible deshonestidad en el diseño del proceso secesionista escocés ( Tierney, S. (2015). Reclaiming politics: Popular democracy in Britain after the Scottish
referéndum. Political Quarterly, 86 (2), 226-233. Disponible en:
Finalmente, en quinto lugar, es un derecho que afecta de modo sustancial a la relación
entre mayorías y minorías en un país. Decía Kelsen que es preciso distinguir entre
el principio de la mayoría y la fórmula política de la mayoría. El principio de la
mayoría tiene un valor relacional, pues exige el reconocimiento de la minoría: y,
por consiguiente, «el derecho de la primera implica el derecho de la segunda a existir»
( Kelsen, H. (1974). Esencia y valor de la democracia. México: Nacional.Kelsen, 1974: 81). Para evitar que el principio de la mayoría pueda ejercerse en un sentido tal que
se anule a sí mismo, es preciso establecer mecanismos de protección de las minorías.
Como decíamos antes, uno de los principales riesgos de un proceso secesionista es
su recursividad. Por ello, sería un error pensar que el derecho de secesión es un
derecho de una minoría sobre la mayoría de un país, y muchos menos pensar que es un
poder que una minoría estatal puede usar contra una minoría regional. Como todo derecho,
es un juego relacional en el que la opinión de la mayoría solamente tiene valor en
función de la opinión de la minoría, y viceversa. El ejemplo más controvertido es,
sin duda, saber cómo se puede medir con claridad la relación entre una mayoría y una minoría de forma legítima. ¿Cómo decidir que una
relación de mayorías/minorías de, pongamos por caso, 70 %-30 %, es más legítima que
una relación 60 %-40 %? Esta es, probablemente, la gran incógnita que la Ley de Claridad
canadiense no consiguió dilucidar. Creemos que una mecánica procedimental justa a
la hora de regular con claridad esta relación no puede determinar con carácter previo cuál debería ser el resultado específico de una
votación que reflejase una relación legítima entre mayoría/minoría pero, en su defecto,
sí podrían establecerse una serie de condiciones muy estrictas que permitan que la
participación de todos los ciudadanos del país haga que el resultado sea interpretable de forma inequívoca
por todas las partes. Al final, el proceso será justo si las distintas minorías tienen
incentivos para aceptarlo y se evita el riesgo de la recursividad. Una de las formas
es mediante el uso de la variable temporal, que permite un proceso de enfriamiento
( Mancini, S. (2008). Rethinking the boundaries of democratic secession: Liberalism,
nationalism, and the right of minorities to self-determination. International Journal of Constiutional Law, 6 (3-4), 553-584. Disponible en:
Teniendo en cuenta estos cinco criterios, el proceso secesionista —tal como aquí lo presentamos— debería estar compuesto de tres fases interconectadas pero distintas: una fase de inicio (f1), una fase de implicación general de todos los ciudadanos del país (f2) y una fase de resolución final (f3). Serían tres manifestaciones de voluntad distintas e interconectadas de un mismo acto realizado en tres momentos históricos diferentes. Cada una de las fases tendría un plazo de realización razonablemente amplio: sugerimos el plazo de 15 años entre cada una de las tres fases, que coincidiría más o menos con lo que suelen durar dos ciclos de dos Gobiernos distintos que tendrían dos legislaturas completas para gestionar el resultado de cada consulta. Estos plazos temporales entre cada consulta no podrían cancelarse, ni aplazarse ni tampoco adelantarse. Se activarían automáticamente en la medida que la fase precedente hubiera habilitado continuar con el proceso. Es decir, el proceso secesionista podría durar un total de 30 años desde el momento de la celebración de la primera consulta (f1) hasta la celebración de la tercera y última consulta (f3).
La fase inicial del proceso secesionista (f1) se realizaría mediante una votación en el territorio que solicitara iniciar dicho proceso. Lo razonable es que las condiciones básicas de la posible secesión, no solo las consecuencias económicas, sino también las políticas fueran acordadas con claridad antes de iniciar el proceso (f1), fueran conocidas por todos los ciudadanos de forma transparente, para que dicho proceso no se viera alterado en lo sustancial por los posibles cambios en la opinión pública durante los treinta años de duración del mismo. Sin la aprobación de estas condiciones generales, cualquier votación secesionista estaría viciada con argumentos expresivos, pero carente de razones sustantivas que, en teoría, son las que deberían orientar este tipo de votaciones.
En esta consulta (f1), los votos se contarían sobre el total del censo, dejando que la abstención juegue el papel de mecanismo corrector para establecer cuál debería ser la diferencia necesaria entre los votos válidos a favor y en contra de la secesión. La participación sería un criterio a tener en cuenta, no solo porque indica el nivel de implicación de los ciudadanos en esta decisión, sino porque las posibles variaciones de la participación afectan a la interpretación de la relación entre mayorías y minorías (no es lo mismo interpretar dos puntos de diferencia entre votantes a favor y en contra con un 30 % o con un 90 % de participación). En este sentido, fijar un umbral de participación, algo que no se ha hecho en todos los referendos secesionistas realizados en países democráticos, es un requisito razonable que ayuda a fortalecer la legimitidad del resultado.
Así, el principio que podría guiar la primera consulta (f1) sería el siguiente: el mayor número de votos válidos a favor sobre los votos en contra de la secesión será válido para activar el proceso secesionista si la participación es superior a los últimos comicios celebrados en ese territorio (elecciones generales y regionales) o, en todo caso, será válido si el porcentaje de votos válidos a favor de la secesión supera la mitad más uno del total del censo. Por ejemplo, con una participación del 100 %, la diferencia entre los votos válidos a favor y en contra debería ser mínima para dar validez al resultado, en la medida que toda la población ha emitido su opinión. Si el porcentaje de participación es menor, cabe suponer que la diferencia entre los votos a favor y en contra solamente podría ser válida si el umbral de participación es significativo (aquí sería bueno tener una referencia, que no está fijada de antemano por el legislador sino por la participación política real: los últimos comicios generales y regionales celebrados antes de esta consulta). En el caso de que algún colectivo tuviera la tentación de no participar en dicha consulta para impedir que la participación superase estos umbrales, esto podría sortearse si finalmente el porcentaje de voto a favor de la secesión superase la mitad de la población censada.
Este sistema de recuento relacional hace para todos muy difícil calcular estratégicamente su actitud ante las opciones en juego. El grupo de ciudadanos a favor de la secesión buscará que sus votantes se activen y, al mismo tiempo, buscará que las personas en contra también lo hagan porque, en caso de no activar a los votantes en contra, el número de votos a favor de la secesión tendrá necesariamente que subir. Por su parte, el grupo de ciudadanos en contra de la secesión buscará que sus votantes se activen, pero no tanto como para validar una victoria del secesionismo por la mínima. El resultado es ciego al cálculo estratégico y por tanto permite comparar las motivaciones de todos los participantes de forma más relacional.
En el caso de que la consulta (f1) hubiera sido exitosa para los defensores del secesionismo, la segunda consulta (f2) se realizaría quince años después de la primera, respondiendo a la misma pregunta y con las mismas condiciones pactadas en el caso anterior. A lo largo de estos años, todos los actores políticos habrían tenido un tiempo razonable para evaluar las causas de la primera votación (f1), las estrategias políticas para revertir y/o profundizar las preferencias allí expuestas, tras lo cual los ciudadanos serían nuevamente convocados a votar. En este segundo momento, a diferencia del anterior, votarían todos los ciudadanos del país. Así, se garantizaría la implicación de todas los ciudadanos del Estado en dicho proceso, de tal manera que la minoría atrapada en dicho territorio pudiera encontrar algún tipo de legítimo apoyo externo a su posición. Al igual que en el caso anterior, el cómputo debería tener en cuenta no solo las mayorías y las minorías del recuento sino el índice de participación. Asimismo, en esta consulta (f2) sería razonable exigir que el porcentaje de participación y el porcentaje del censo en favor de la secesión en el territorio afectado fuera superior al de la primera consulta (f1).
El recuento de este segundo paso sería un poco más complicado que el anterior porque relaciona dos tipos de colectivos, dos tipos posibles de mayorías y de minorías y, por tanto, caben cuatro resultados: (f2a) una mayoría de votos a favor de la secesión tanto en el territorio como en el total del país; (f2b) una mayoría de votos en contra de la secesión tanto en el territorio como en el total del país; (f2c) una mayoría de votos en contra de la secesión en el territorio y una mayoría de votos a favor de la secesión en el resto del país; (f2d) una mayoría de votos a favor de la secesión en el territorio y una mayoría de votos en contra en el resto del país.
En los casos (f2a) y (f2b) la interpretación sería clara porque no hay disparidad de opinión en el país y en el territorio concreto: seguir adelante en el primer caso, paralizar el proceso en el segundo. En el caso (f2c) se daría una circunstancia extraña: los quince años transcurridos desde la primera consulta habrían cambiado la tendencia sobre la secesión en el territorio que lo propuso pero, sin embargo, el resto del país habría decidido que, dadas las circunstancias, la opción secesionista debería seguir adelante. Lo rozanable es pensar que, en ese caso, el proceso secesionista se paralizaría. Finalmente, el caso (f2d) daría una disparidad de opiniones, pero en sentido contrario: el territorio votaría de forma mayoritaria a favor de la secesión, mientras que el resto del país votaría mayoritariamente en contra. La duda aquí es: ¿cómo valorar los datos? ¿Deberían valer lo mismo los porcentajes de voto en el territorio y en el resto del país? Si el grado de división de opiniones en ambos fuera similar, tratar los porcentajes de votos de la misma manera no produciría ninguna distorsión. Sin embargo, en el caso de que la división de opiniones fuera mayor en un caso que en otro, tratar dichos porcentajes de la misma manera sí produciría distorsión. Por esta razón, será bueno tener en cuenta, como hemos antes, no solo los votos a favor y en contra, sino también el volumen de participación en ambos cómputos, tanto el estatal como el regional.
De esta manera, el principio que podría guiar este segundo refrendo (f2) sería: el mayor número de votos válidos a favor sobre los votos en contra de la secesión en un territorio será válido para continuar con el proceso secesionista si a) el porcentaje de voto sobre censo a favor es mayor que el resultado obtenido en f1, y b) la diferencia entre el porcentaje de los votos sobre censo a favor y en contra obtenidos en el territorio es mayor que la diferencia entre el porcentaje de los votos sobre censo a favor y en contra entre los habitantes del resto del país. Veamos un ejemplo. Imaginemos que en el territorio que desea la independencia logró que en (f2), con una participación del 83 % de la población, un 57 % del censo votara a favor y un 26 % en contra de la secesión (es decir, una diferencia de +31 puntos de censo a favor de la secesión); por otro lado, en el resto del país habría votado solamente el 42 % de la población, con el siguiente resultado: 36 % del censo en contra y 6 % del censo a favor (una diferencia de +30 en contra de la secesión). En este caso, el proceso secesionista continuaría.
El sistema de recuento en (f2) es especialmente complicado porque se tienen en cuenta los votos a favor, los votos en contra y el nivel de participación, lo que complica aún más a todos los ciudadanos calcular estratégicamente cuál debería ser su actitud ante todas las opciones en juego antes del día de la votación.
Si finalmente se han superado los requisitos (f1) y (f2), treinta años después de la primera se debería celebrar la tercera consulta (f3). Al igual que en (f2), los actores políticos habrían tenido un tiempo razonable para analizar las causas de las votaciones precedentes y adoptar medidas políticas para revertir y/o consolidar esta situación. Este referéndum definitivo se realizaría solamente en el territorio que querría secesionarse, respondiendo a la misma pregunta y con las mismas condiciones que los anteriores. Los votos se contarían sobre el total de los votantes del censo. El principio que podría guiar este refrendo definitivo (f3) para dar validez al resultado debería exigir dos condiciones: a) el porcentaje de voto sobre censo a favor de la secesión debería ser, como mínimo, el mismo que se obtuvo en la votación f2, y b) la diferencia entre los votos a favor y los votos en contra de la secesión debería mantener la misma distancia que aquella existente en la votación f2. Así, tomando como referencia el ejemplo anterior, si en el territorio que quiere secesionarse, el resultado en la votación (f2), con un 83 % de participación, había sido de 57 % del censo a favor frente a 26 % en contra (diferencia de +31 %), en el referéndum (f3) la validez a favor de la secesión exigiría que el voto a favor de la secesión fuera, como mínimo, del 57 % del censo y, en caso de que el porcentaje de voto en contra superase el 26 %, la diferencia tendría que mantenerse en +31 %. Si la participación desciende, el resultado es válido en la medida que el porcentaje de censo a favor de la secesión se mantiene; por el contrario, si el participación aumenta, es posible dar validez al resultado si el porcentaje de censo a favor de la secesión mantiene la misma diferencia de porcentaje de censo que hubo quince años antes. De esta forma se cumplirían los umbrales mínimos, no impuestos previamente por nadie, sino determinados por la dinámica política, que haría legítima la decisión de la población de ese territorio ante el resto de los ciudadanos y ante el propio Estado.
A la vista de estos datos, la impresión es que este procedimiento obligaría de forma práctica a obtener un apoyo muy significativo a favor de la secesión sobre el total del censo como condición necesaria que hacer efectiva la secesión. La mayoría secesionista habría superado tres obstáculos: la mayoría contraria del total del país, la minoría atrapada en dicho territorio y la mayoría consigo misma a lo largo de treinta años. Aparece, por tanto, como una solución razonable: el proceso supera tres fases muy distintas, de forma intergeneracional, sin más requisitos que la propia dinámica política y la exigencia de una fortaleza numéricamente muy elevada de los votantes de ese territorio para constituir un Estado nacionalmente más homogéneo —aquí la evolución de la minoría atrapada es, seguramente, la cuestión principal— que el Estado plurinacional del cual se separa. Tras un enorme esfuerzo de tres décadas de deliberación democrática y una dinámica política incapaz de revertir las tendencias centrípetas, esta mecánica procedimiental daría legitimidad tanto al Estado resiliente que lo hubiera regulado como al territorio secesionado, el cual podría llevar a efecto dicha secesión tras asumir los costes tal como estos fueron acordados inicialmente.
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