RESUMEN
Este artículo analiza la política exterior italiana en la década 2008-2018, subrayando tanto sus elementos de cambio como sus factores de persistencia. En este periodo, la política italiana ha vivido una profunda y aún inacabada transformación, la de una segunda república —una democracia mayoritaria dominada por la controvertida figura de Silvio Berlusconi— en una tercera república, identificada por el auge de fuerzas de carácter populista, antisistema y soberanista como el Movimiento 5 Estrellas (M5E) y la Liga Norte. Por lo tanto, una de las preguntas más importantes e interesantes es qué clase de relación existe entre la nueva mecánica del sistema político italiano y la acción internacional del país. Puesto que cualquier proceso de cambio se caracteriza por la interacción, compleja y simultánea, de aspectos de novedad y continuidad, ¿cuáles son las principales innovaciones de la política exterior italiana? Y, sobre todo, ¿qué resultados, en términos materiales y simbólicos, ha conseguido? Este trabajo quiere poner de manifiesto que las recientes relaciones internacionales italianas pueden definirse por dos fenómenos generales. Primero, la reaparición de dos patrones recurrentes de su historia diplomática, es decir, un sentimiento de frustración en relación con sus aliados más importantes y la ambición de volver a una política de peso determinante tanto en Europa como en el tablero mediterráneo. En segundo lugar, la permanencia de una condición, aún sin resolver, de debilidad institucional y de incoherencia entre el rango y el papel internacional del país, un hecho que une tanto a las elites como a la opinión pública. La conclusión que se puede extraer demuestra que, como consecuencia del actual proceso de fragmentación y polarización social, la política exterior de Italia entre 2008 y 2018 ha ampliado —y no reducido— sus caracteristicas de insuficiencia y volatilidad, lo que amplifica su ineficacia estructural.
Palabras clave: Ambigüedad geográfica; eurorrealismo; euroescepticismo; identidad nacional; inmigración; operaciones de mantenimiento de la paz; política exterior; Rusia.
ABSTRACT
The article aims to analyze Italy’s foreign policy in the 2008-2018 decade, stressing both its elements of change and its factors of persistence. In this period, Italian politics has undergone a profound, and still unfinished, transformation: from a second republic —a majoritarian democracy dominated by the controversial figure of Silvio Berlusconi— to a third republic, distinguished by the rise of populist, anti-systemic and anti-globalist forces such as the Five Stars Movement and the Northern League. Therefore, one of the most important, and interesting, questions is what kind of relationship exists between the new mechanics of Italy’s political system and the country’s international action. Since any process of change is characterized by the complex and simultaneous interaction of aspects of novelty and continuity, what are the main innovations of Italy’s foreign policy? Above all, what results, in material and symbolic terms, has it achieved? This paper seeks to demonstrate that Italy’s recent foreign relations can be defined by two general phenomena. Firstly, the reappearance of two recurring patterns of its diplomatic history: a feeling of frustration in relation to its major allies and the ambition to go back to a policy of «decisive weight» (peso determinante) in the European and the Mediterranean chessboards. Secondly, the permanence of a condition of institutional weakness and unresolved incoherence between the rank and the role of the country in the international arena, a fact that unites both the elites and the public opinion. The conclusion that can be drawn is that, as a consequence of the current process of social fragmentation and polarization, Italy’s foreign policy between 2008 and 2018 has expanded —and not reduced— its characteristics of inadequacy and volatility, thus amplifying its structural ineffectiveness.
Keywords: Geographical ambiguity; Euro-realism; Euroscepticism; national identity; immigration; peacekeeping operations; foreign policy; Russia.
Uno de los mitos más populares de la Edad Antigua es el de Quimera, un monstruo terrorífico hecho de cuerpo de cabra, cola de serpiente y cabeza de león, que escupía fuego y que fue finalmente derrotado por Belerofonte y su caballo alado, Pegaso. Sin embargo, debido a la naturaleza híbrida de esa bestia, con el tiempo la palabra quimera se ha convertido en una expresión común del lenguaje moderno, indicando algo imposible de lograr o realizar, una especie de utopía, un espejismo. A partir de esta metáfora contradictoria, que solo existe en la imaginación, se analiza tanto el curso como las principales directrices de la política exterior italiana (PEI) entre los años 2008 y 2018, subrayando tanto sus elementos de cambio como sus factores de persistencia.
En esta década, la política italiana ha empezado una profunda, y aún inacabada, transformación, la de una segunda república —una democracia mayoritaria dominada por la controvertida figura de Silvio Berlusconi— en una tercera república, caracterizada por una remodelación del sistema de los partidos, una creciente polarización de la sociedad, el nacimiento de nuevos actores, como el Movimiento 5 Estrellas (M5E), y el auge de sentimientos de carácter populista, antisistema y soberanista. Además, dicho periodo destaca por otro acontecimiento especial, es decir, la reelección, por primera vez en la historia italiana, del presidente de la República, Giorgio Napolitano, un hecho causado por un persistente bloqueo parlamentario[1]. Las razones detrás de esta nueva metamorfosis son múltiples y abarcan una pluralidad de explicaciones que, en última instancia, se pueden resumir en una creciente insatisfacción por una parte de la sociedad italiana hacia las elites. Un típico sentimiento populista que, sin embargo, en el caso italiano ya ha aparecido varias veces bajo el lema de la antipolítica, es decir, un rechazo visceral a los partidos políticos y a los políticos de profesión y que como ha evidenciado Del Palacio (Del Palacio Martín, J. (2017). El populismo en Italia: el berlusconismo y su legado. En A. Rivero Rodríguez et al. (eds.). Geografía del populismo. Un viaje por el universo del populismo desde sus orígenes hasta Trump (pp. 234-247). Madrid: Tecnos.2017), ha encontrado en el berlusconismo su apoyo más reciente[2]. Por último, si bien no menos importante, hay que hacer hincapié en la simultánea evolución del contexto internacional del país, tanto a nivel global como regional. Tres son los hechos de mayor relevancia: el pivote asiático de Estados Unidos, inaugurado en 2009 por el entonces presidente Barack Obama, y continuado de formas más agresivas por su sucesor, Donald Trump; la erupción, a partir de 2010, de la crisis de la deuda soberana en Europa y las consecuentes medidas de ajuste fiscal y presupuestario decididas por la Unión Europea (UE), y el estallido a partir de 2011 de las primaveras árabes, sobre todo de los conflictos en Siria y Libia, pecado original de un fenómeno de inmigración masiva a través de las rutas balcánica y mediterránea. El papel jugado por estas variables exógenas es fundamental para entender y explicar la nueva ola populista, sobre todo en una nación tan peculiar —por su historia, su geografía, sus interdependencias económicas y sus clivajes sociales— como Italia.
Dado este doble proceso de cambio, interno y externo, el artículo quiere analizar cómo ha evolucionado la PEI entre los años 2008 y 2018, preguntándose sobre todo cuáles han sido sus principales innovaciones y qué resultados, en términos materiales y simbólicos, ha conseguido. La tesis que aquí se defiende —en un estudio que, como todos los que tratan del tema de la política exterior, inevitablemente debe incluir una pluralidad de variables y niveles analíticos— es la de la continuidad de sus rasgos básicos pese a un proceso de radicales transformaciones nacionales e internacionales. En otras palabras, que las recientes relaciones internacionales italianas se caracterizan por dos fenómenos generales. Primero, la reaparición de dos patrones recurrentes de su historia diplomática, es decir, un sentimiento de frustración en relación con sus aliados más importantes y la ambición de volver a una política de peso determinante tanto en Europa como en el tablero mediterráneo. En segundo lugar, la permanencia de unas condiciones, aún sin resolver, de debilidad institucional y de incoherencia entre el rango y el papel internacional del país, un hecho que une tanto a las elites como a la opinión pública.
El artículo se divide en tres partes. En primer lugar, se describen las constantes de la PEI, es decir, aquel amplio conjunto de factores geográficos, históricos, institucionales, económicos y psicológicos que ha marcado, de manera estable, el estilo diplomático italiano desde la unificación hasta hoy en día. En segundo lugar, se observa la evolución de la PEI a partir de la época berlusconiana. Por un lado, esta se caracteriza por la reaparición del concepto de interés nacional y de un proceso de tomas de decisiones casi de tipo bipartidista. Por otro, en los años noventa y dos mil el proceso de selección de los objetivos empieza a polarizarse, con un antagonismo cada vez mayor entre una política exterior orientada a una interpretación más nacionalista y eurorrealista, la del centro-derecha, y una más europeísta e internacionalista, la del centro-izquierda. En tercer lugar, se observa la transformación de la PEI entre 2008 y 2018 a través de las tres esferas geopolíticas italianas. Se empieza por la esfera atlántica, es decir, las relaciones entre Italia y EE. UU., tanto en términos bilaterales como multilaterales, concretamente el sistema de defensa colectiva de la OTAN. A continuación, se presenta la esfera europea, que en esa década significa sobre todo la posición de Italia con respecto a las cuestiones de política presupuestaria y de inmigración. Y, por último, se pasa a hablar sobre la esfera del Mediterráneo amplio, es decir, los intereses y la acción de Italia en relación con el conflicto libio, la Rusia de Putin y las misiones internacionales para el mantenimiento de la paz. Finalmente, se llega a la conclusión de que la PEI en la década 2008-2018 no ha reducido, sino ampliado, sus características de insuficiencia y volatilidad, lo que amplifica su ineficacia estructural.
Uno de los debates más abiertos en la politología se desarrolla en torno a la cuestión
de qué es y cómo se analiza la política exterior. Debido a la multiplicidad de perspectivas
teóricas y ontológicas, se podría decir que hay consenso sobre la falta de consenso.
Por un lado, queda suficientemente patente lo que debemos entender por política exterior,
es decir, todas aquellas acciones perseguidas por los Gobiernos y expresadas en forma
de objetivos explícitamente establecidos, dirigidas a influir en las decisiones y
los comportamientos de otros actores gubernamentales (Carlsnaes, W (2013). Foreign Policy. En W. Carlsnaes et al. (eds.). Handbook of International Relations (pp. 298-325). Los Ángeles: Sage. Disponible en:
Para una revisión exhaustiva de la literatura sobre el foreign policy analysis, se aconsejan los trabajos de Hudson ( Hudson, V. M. (2005). Foreign Policy Analysis: Actor-Specific Theory and the Ground
of International Relations. Foreign Policy Analysis, 1 (1), 1-30. Disponible en: https://doi.org/10.1111/j.1743-8594.2005.00001.x Hudson, V. M. (2007). Foreign Policy Analysis: Classic and Contemporary Theory. Lanham: Rowman & Littlefield.
En cuanto a la PEI, cabe señalar dos características de la producción científica nacional. En primer lugar, el número creciente de publicaciones, sobre todo en tres períodos específicos: los años setenta, el principio de los años noventa y los años dos mil (Isernia, P. y Longo, F. (eds.) (2019). La politica estera italiana nel nuovo millennio. Bolonia: Il Mulino.Isernia y Longo, 2019: 28-30). Esos momentos no son casuales, sino que corresponden a tres etapas de la reciente historia italiana caracterizadas por un mayor impacto de factores externos en el contexto político y económico del país y, a la vez, una participación más activa de Italia en las relaciones internacionales. Un hecho que parece confirmar la doble hipótesis del llamado teorema Pasquino. Por un lado, la existencia de una relación inversa entre el nivel de activismo de la política exterior de un país y el grado de limitaciones externas, impuestas por Estados de mayor poder, a los que este país está sujeto (Pasquino, G. (1974). Pesi internazionali e contrappesi nazionali. En F. L. Cavazza y S. R. Graubard (eds.). Il caso italiano (pp. 136-182). Milano: Garzanti. Pasquino, 1974). Por el otro lado, la correlación entre el dinamismo de la política exterior de un país y un interés más amplio, en aquel país, en los asuntos internacionales (Pasquino, G. (1977). Le «Relazioni internazionali» in un paese senza politica estera. En AA.VV. L’insegnamento e la teoria delle relazioni internazionali negli Stati Uniti e in Italia (pp. 27-40). Bologna: CLUE. Pasquino, 1977). Es decir, a partir de la distensión entre EE. UU. y la Unión Soviética, que en Italia lleva a una cierta colaboración entre la Democracia Cristiana (DC) y el Partido Comunista (PCI), y aún más con el fin de la Guerra Fría, cuando tanto el contexto político internacional como el sistema de los partidos experimentan una profunda transformación, la política exterior no es solo un tema de progresiva preocupación académica, sino también de mayor relevancia política y social.
En segundo lugar, si se excluyen todos aquellos trabajos dirigidos a analizar eventos
o procesos específicos, la literatura politológica se caracteriza principalmente por
una perspectiva de longue durée, es decir, estudios que tratan de explicar la PEI a través de la identificación de
unos patrones de comportamientos estables y repetitivos. Una de las contribuciones
más significativa es, sin duda, la de Carlo Santoro, en la que se argumenta que la
constante principal de la acción internacional de Italia se refleja en la inconsistencia
entre el rango formal atribuido al país y el papel desempeñado concretamente por este
mismo, en una persistente antinomia entre grande y pequeña potencia (Santoro, C. M. (1991). La politica estera di una media potenza. L’Italia dall’Unità ad oggi. Bolonia: Il Mulino.Santoro, 1991: 13). Esta incoherencia se origina en muchos factores. Por ejemplo, en la ambigüedad
geopolítica de Italia, considerada a veces como una península de Europa —como, por
ejemplo, la ibérica— o, en otras ocasiones, como una isla situada en corazón del Mediterráneo.
Una ambivalencia que ha generado una doble identidad, la de una Italia potencia continental, cuyas prioridades se dirigen hacia las otras cancillerías europeas, y la de una Italia
potencia naval, cuyos objetivos apuntan hacia los Balcanes —el tradicional patio trasero de la PEI— y las orillas de África. Sin embargo, esta duplicidad tiene otra e inevitable
consecuencia: la presencia de dos culturas
estratégicas, es decir, de dos maneras de pensar y llevar a cabo la política exterior,
una en oposición a la otra, y cuyo origen, de hecho, es geográfico (ibid.: 60-65). Mientras que las elites del norte suelen percibir el interés nacional más
en términos de interdependencia económica, las del sur tienen una mayor propensión
a una visión orientada hacia el mundo árabe o, en general, la exigencia de realizar
y mantener una esfera de influencia italiana en el Mediterráneo Además, la política mediterránea de Italia ha sido constantemente acompañada por
otra necesidad, la de una simultanea deferencia hacia la flota de la potencia naval
dominante: Gran Bretaña hasta el segundo conflicto mundial, EEUU a partir de 1945.
La alianza de 1866 entre Italia y Prusia reemplaza el Acuerdo Plombières de 1858
entre el Conde Cavour y Napoleón III y es seguida por la Triple Alianza de 1882 entre
Italia, el Imperio alemán y el austro-húngaro.
Además de la de Santoro, las publicaciones más relevantes sobre la evolución de la
PEI y los estudios internacionalistas en Italia son las de Bonanate ( Bonanate, L. (ed.) (1990). Studi internazionali. Torino: Fondazione Agnelli.
Bosworth, R. y Romano, S. (1991). La politica estera italiana. 1860-1985. Bologna: Il Mulino.
Ferraris, L. V. (ed.) (1996). Manuale della politica estera italiana, 1947-1993. Roma: Laterza.
Coralluzzo, W. (2000). La politica estera dell’Italia Repubblicana (1946-1992). Modello di analisi e studio
dei casi. Milán: Franco Angeli.
Mammarella, G. y Cacace, P. (2010). La politica estera dell’Italia. Dallo Stato unitario ai giorni nostri. Roma: Laterza.
Brighi, E. (2013). Foreign Policy, Domestic Politics and International Relations. The Case of Italy.
London: Routledge.
Un elemento adicional de esta complejidad es de tipo cultural y se manifiesta en la
aparición cíclica de los tres disfraces (travestimenti) de la PEI (ibid.: 21-23): el de la Italia de la pequeña y media burguesía, católica y provinciana, caracterizada
por un bajo perfil internacional, una actitud de debilidad y subordinación, y una
generalizada falta de interés en cuestiones de política exterior; el de la Italia
nacionalista, inicialmente futurista y fascista, luego craxiana y berlusconiana, fascinada
por el hombre fuerte, marcada por una retórica romántica y llena de hipérboles, pero una acción improvisada
e inefectiva y, por lo tanto, sujeta a reacciones emotivas y al desarrollo de complejos
de inferioridad; y el de la Italia internacionalista —mazziniana, socialista y comunista—,
en defensa de una cultura de solidaridad y fraternidad transnacional, personificada
sobre todo por la figura de Garibaldi, cuyas raíces se remontan al fracaso del Risorgimento
como verdadero proceso de emancipación socioeconómica. De la misma manera, otros estudios
(Ignazi, P., Giacomello y Coticchia G., Coticchia, F. (2012). Italy’s Military Operations Abroad: Just Don’t Call It War! Basingstoke: Palgrave Macmillan. Disponible en:
Otra clase de investigación sobre las constantes de la PEI pertenece al sector de los policy studies y se centra en los actores domésticos y la naturaleza del proceso de toma de decisiones. Según Santoro (Santoro, C. M. (1991). La politica estera di una media potenza. L’Italia dall’Unità ad oggi. Bolonia: Il Mulino.1991: 84-95), el foreign policy-making italiano está marcado por tres factores repetitivos. Primero, la dispersión de los objetivos, es decir, la falta de prioridades estables, predeterminadas y compartidas. Segundo, la subordinación de los objetivos de la política exterior a las finalidades de la competición política interna. Tercero, un estilo reactivo, es decir, la tendencia de la PEI a reaccionar ante estímulos exógenos y, de hecho, su persistente necesidad de adecuarse a las circunstancias, con una capacidad limitada para crear y desarrollar su propia agenda.
Sin embargo, un análisis del período republicano nos permite acercarnos a un nivel empírico y usar unos modelos más interactivos para comprender mejor qué estrategias han sido adoptadas por las elites gubernamentales y qué clase de oportunidades y limitaciones han sido generadas por los clivajes sociales de la Italia post 1945. Por un lado, es preciso recordar que el sistema político e institucional de la primera república (1948-1993) se caracteriza por ser una «democracia consensual» (Lijphart, A. (1999). Patterns of Democracy: Government Forms and Performance in Thirty-Six Countries. New Haven: Yale University Press.Lijphart, 1999), cuyo «pluralismo polarizado» (Sartori, G. (1976). Parties and Party Systems: A Framework for Analysis. Cambridge: Cambridge University Press.Sartori, 1976) no permite un mecanismo de alternancia en el poder, sino que se estructura sobre una larga serie de coaliciones, amplias e inestables, centradas sobre el papel aglutinante de la DC. En este contexto, como sugiere Pierangelo Isernia (Isernia, P. (1996). Bandiera e risorse. La politica estera italiana negli anni ’80. En M. Cotta y P. Isernia. Il gigante dai piedi d’argilla. La crisi del regime partitocratico in Italia (pp. 137-186). Bologna: Il Mulino1996), la política exterior se convierte en una herramienta para adaptar el nuevo sistema político italiano al nuevo contexto bipolar de la Guerra Fría. El mecanismo que pone en práctica esta necesidad es una doble estrategia de internalización de sus restricciones externas —la alianza con EE. UU. como protección contra la amenaza comunista— y «externalización» de sus restricciones internas —un bajo perfil internacional para minimizar la fuerza de los partidos de izquierdas—. Este método, que genera la sensación de un país «sin política exterior» (Pasquino, G. (1977). Le «Relazioni internazionali» in un paese senza politica estera. En AA.VV. L’insegnamento e la teoria delle relazioni internazionali negli Stati Uniti e in Italia (pp. 27-40). Bologna: CLUE. Pasquino, 1977), se basa en una clara separación entre el nivel de las macropolíticas, o de la acción simbólica, y el de las mesopolíticas o de la acción concreta, es decir, entre la oportunidad de limitar el debate público a asuntos estratégicos e ideológicos generales —sobre los cuales el PCI tenía un espacio de maniobra bastante reducido— y el riesgo de permitir que se tomen decisiones en antítesis con su participación en la Alianza Atlántica.
También, esta inactividad ha sido funcional para minimizar los conflictos originados por tres dilemas que, con
formas e intensidades diferentes, han determinado la relación entre los actores sociales
de la nueva Italia democrática y su política exterior (Panebianco, A. (1997). Guerrieri democratici. Le democrazie e la politica di potenza. Bolonia: Il Mulino.Panebianco, 1997: 236-250). El primero, la alternativa entre welfare y warfare, ha tenido consecuencias mínimas gracias a la elección, compartida por todas las fuerzas
del llamado arco constitucional, de favorecer el gasto social sobre la defensa En términos de política militar, el comportamiento italiano ha sido de parasitismo (free-riding) en relación con sus aliados. Como señala Virgilio Ilari ( Ilari, V. (1994). Storia militare della Prima Repubblica, 1943-1993. Ancona: Nuove Ricerche.
Además, el nexo entre la agenda pública y las obligaciones internacionales del país
se ha manifestado en la relación entre la nueva República y la guerra. Por un lado,
el espíritu pacifista de la Constitución italiana El artículo 11 es la principal norma constitucional en términos de política exterior,
en el que se afirma que «Italia repudia la guerra como instrumento de ataque [...]
y como medio de solución de las controversias internacionales aunque accede, en condiciones
de igualdad con los demás Estados, a las limitaciones de soberanía necesarias para
un ordenamiento que asegure la paz y la justicia entra las naciones y promoverá y
favorecerá las organizaciones internacionales encaminadas a este fin». Disponible
en:
En resumen, lo que queda claro es que la PEI se distingue por la presencia de dos órdenes de factores y por las consecuencias que estos factores generan en los procesos de toma de decisiones. En primer lugar, un amplio número de constantes —ambientales, culturales, institucionales, psicológicas y sociales— que a lo largo de toda la historia de la Italia contemporánea, es decir, desde 1848 hasta hoy en día, han producido unos patrones de comportamiento claramente distinguibles que se han manifestado en cada fase de la política y de la política exterior del país. Se trata de una persistente ambigüedad de identidad nacional, una continua debilidad del sistema político y una escasa capacidad de las elites nacionales —tanto políticas como económicas, tanto civiles como militares— de definir de manera clara y compartida en qué consiste el interés nacional de Italia. En segundo lugar, el profundo impacto de la derrota política y militar del fascismo, la rígida división ideológica de la Guerra Fría y el desarrollo de una «democracia anómala» (Salvadori, M. L. (2001). La sinistra nella storia italiana. Roma: Laterza.Salvadori, 2001) en la cual el principal partido de izquierda no tenía acceso al poder ejecutivo —lo que Alberto Ronchey llamó, en un artículo de 1979 en el Corriere della Sera, el «factor K»— han determinado un estilo de política exterior aún más peculiar, de perfil aún más bajo. Sin embargo, el clima de détente que ha caracterizado la década de los años setenta del siglo pasado ha contribuido al despertar, lento y con muchas contradicciones, de nuevas oportunidades para la PEI y sus actores, es decir, volver a una condición de mayor libertad política y autonomía decisional. En otras palabras, el aparente retorno a una fase de normalización de la PEI. Pero, ¿es esto realmente así?
En el intento de analizar el reciente curso de la PEI, hay unas palabras que encajan
perfectamente entre el debate público y la acción internacional de Italia: «Si tratta
tranquillamente di aspettare. Il tempo lavora per noi. Noi non siamo ancora i protagonisti
dell’Europa, ma i protagonisti non possono fare senza di noi. L’Italia è chiamata
e lo sarà di più il giorno in cui l’attrezzatura militare della nazione sarà compiuta
a decidere della vittoria o della sconfitta. La politica dell’Italia è la politica
del “peso determinante”»
Esta nota, redactada en el octubre de 1931 por Dino Grandi Para una revisión eficaz en lengua española sobre Dino Grandi y su idea del peso determinante, véase el reciente artículo de d’Auria ( D’Auria, C. (2015). La política exterior fascista del peso determinante durante el
cargo como ministro de Dino Grandi. Reflexiones, 94 (1), 169-183. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5167745 El mejor trabajo sobre la importancia de las percepciones en la política internacional
sigue siendo el de Jervis ( Jervis, R. (1976). Perceptions and Misperceptions in International Politics. Princeton: Princeton University Press.
La de una Italia intentando volver a una política de peso determinante es una imagen apropiada para describir la transformación de su acción diplomática,
tanto en la época berlusconiana como en los años más recientes del populismo euroescéptico
del M5E y de la renovada Liga Norte de Matteo Salvini. Con esto no se pretende decir
que la Italia post 1994 sea o esté evolucionando hacia un régimen neofascista, sino
que el impacto de los cambios externos e internos que el país ha experimentado entre
1989 y 1994 se puede comparar, aunque muy parcialmente, con los acontecimientos que
han caracterizado su historia entre 1919 y 1924. De hecho, si a principios de los
años veinte la instauración de la dictadura mussoliniana es, en gran medida, el producto
de la incapacidad, real o supuesta, de la anterior élite liberal de solucionar temas
relacionados con cuestiones internacionales —la victoria mutilada en la Primera Guerra Mundial y el miedo a una insurrección bolchevique—, también a
principios de los años noventa el ingreso en la política del Cavaliere es el momento
final del derrumbe de la primera república, un fenómeno provocado por las consecuencias de la investigación judicial de Tangentopoli,
pero cuyo impulso inicial fue dado por la demolición del muro de Berlín y, a partir
de ese momento, una creciente falta de legitimidad de aquel bloque político nacional
cuya principal función estratégica —impedir que el PCI llegara
al Poder Ejecutivo— estaba desapareciendo. Al mismo tiempo, estos dos períodos se
han caracterizado por la pretensión de inaugurar por parte de sus nuevas clases políticas
un nuevo curso de política exterior. En los años veinte, el restablecimiento de una
condición de igualdad en relación con las demás potencias, en particular a través
de la llamada política danubiano-balcánica, es decir, la creación de una esfera de
influencia en el sudeste de Europa, especialmente en clave antifrancesa, con una serie
de acuerdos con países como Albania, Hungría, Rumania y Yugoslavia El estudio histórico más completo sobre la política exterior de la Italia fascista
es el de Carocci ( Carocci, G. (1969). La politica estera dell’Italia fascista. Bari: Laterza.
La relación entre cambios y continuidades representa, entonces, el hilo conductor de la PEI de las últimas tres décadas. Por un lado, ya a principios de los años noventa se desarrolla un debate, tanto en la historiografía como en la politología, sobre las causas del proceso de «desnacionalización» (Panebianco, A. (1997). Guerrieri democratici. Le democrazie e la politica di potenza. Bolonia: Il Mulino.Panebianco, 1997: 228) de la Italia republicana, es decir, si esto es un efecto de las ambigüedades de la Resistencia contra el nazi-fascismo —no solo guerra de liberación, sino también guerra civil y lucha de clase (Pavone, C. (1991). Una guerra civile. Saggio storico sulla moralità della Resistenza. Torino: Bollati Boringhieri.Pavone, 1991)— y su incapacidad de convertirse en el símbolo de una nueva identidad nacional (Rusconi, G. E. (1993). Se cessiamo di essere una nazione. Bolonia: Il Mulino.Rusconi, 1993), o más bien una consecuencia de la desintegración y deslegitimación del estado tras el 8 de septiembre de 1943 (Galli della Loggia, E. (1996). Morte della patria. Roma: Laterza.Galli della Loggia, 1996). Además, estas reflexiones son favorecidas por el nuevo clima político: tanto el PCI como el postfascista Movimiento Social (MSI) cambian de nombre y modifican sus ideologías originales, se aprueba un nuevo sistema electoral de estilo mayoritario y, por último, Silvio Berlusconi crea un nuevo partido para su discesa in campo. Al mismo tiempo, la desaparición del Pacto de Varsovia, el estallido de la guerra en Bosnia y la aparición de un nuevo arco de crisis —desde Kuwait hasta el Cuerno de África—, abren nuevas oportunidades para la PEI y, en particular, su renovada necesidad de tener un enfoque más consistente hacia el cuadrante mediterráneo (Incisa di Camerana, L. (1996). La vittoria dell’Italia nella terza guerra mondiale. Bari: Laterza.Incisa di Camerana, 1996).
De hecho, en aquel período que enlaza la XII con la XV legislatura, es decir, de abril
de 1994 a abril de 2008, la PEI se transforma: nuevos retos exigen un mayor dinamismo Entre los trabajos más importantes sobre la política exterior de la «2ª República»
italiana, véanse los de Andreatta ( Andreatta, F. (2001). Italy at a Crossroads: The Foreign Policy of a Medium Power
after the End of Bipolarity. Deadalus, 130 (2), 45-65.
Missiroli, A. (2007). Italy’s Security and Defense Policy: Between EU and US, or just
Prodi and Berlusconi? Journal of Southern Europe and the Balkans Online, 9 (2), 149-168. Disponible en: https://doi.org/10.1080/14613190701414483 Walston, J. (2007). Italian Foreign Policy in the «Second Republic»: Changes of Form
and Substances. Modern Italy, 12 (1), 91-104. Disponible en: https://doi.org/10.1080/13532940601134916 Croci, O. (2002). The Second Berlusconi Government and Italian Foreign Policy. International Spectator, 37 (2), 89-101. Disponible en: https://doi.org/10.1080/03932720208456978 Cladi, L. y Webber, M. (2011). Italian Foreign Policy in the Post-Cold War Period:
A Neoclassical Realist Approach. European Security, 20 (2), 205-219. Disponible en: https://doi.org/10.1080/09662839.2011.565052 Giacomello, G. y Verbeek, B. (2011). Foreign Policy in the Twenty-First Century: The New Assertiveness of an Aspiring Middle
Power. Lanham: Lexington Books.
Diodato, E. (2015). L’altra transizione. La politica estera italiana in una stagione
di dubbi. Rivista di Politica, 2, 135-153.
Marchi Balossi-Restrelli, L., Whitman, R. y Edwards, G. (eds.) (2015). Italy’s Foreign Policy in the 21stCentury: A Contested Nature? London: Routledge. Disponible en: https://doi.org/10.4324/9781315745299 Isernia, P. y Longo, F. (2017). The Italian Foreign Policy: Challenges and Continuities.
Italian Political Science Review/Rivista Italiana di Scienza Politica, 47 (2), 107-124. Disponible en: https://doi.org/10.1017/ipo.2017.9 En 14 años, divididos en 4 legislaturas, se alternan 9 gobiernos presididos por 5
diferentes Primeros Ministros: Silvio Berlusconi I (1994-1995); Lamberto Dini (1995-1996);
Romano Prodi I (1996-1998); Massimo D’Alema I y II (1998-2000); Giuliano Amato II
(2000-2001); Silvio Berlusconi II y III (2001-2006); Romano Prodi II (2006-2008).
Para una situación actualizada de las misiones militares italianas en el mundo, véase
la web del Ministerio de Defensa. Disponible en:
Sin embargo, en cuanto al proceso de selección de los objetivos, el concepto de interés
nacional es objeto de diferentes interpretaciones: mientras que las coaliciones de
centro-derecha desarrollan una nueva visión centrada sobre la promoción del papel de Italia en un nuevo y más dinámico sistema
postbipolar, en el cual se abren nuevas oportunidades de acción, las alianzas de centro-izquierda
lideradas por Romano Prodi y Massimo D’Alema prefieren una nueva interpretación de la vocación atlántica y europeísta italiana, es decir, una que ya no se justifica
por una necesidad de conservar un bajo perfil, sino que se basa sobre una voluntad
de ejercer una mayor influencia dentro y a través de sus alianzas tradicionales (Brighi, E. (2013). Foreign Policy, Domestic Politics and International Relations. The Case of Italy.
London: Routledge.Brighi, 2013). Dicho de otra manera, lo que se ha ido manifestando es la diferenciación entre
una idea de renacionalización y una de neointernacionalismo (Aliboni, R. y Greco, E. (1996). Foreign Policy Re-Nationalization and Internationalism
in the Italian Debate. International Affairs, 72 (1), 43-51. Disponible en:
De manera muy interesante, Emidio Diodato ( Diodato, E. (2014). Il vincolo esterno. Le ragioni della debolezza italiana. Milán: Mimesis.
Fabbrini, S. y Piattoni, S. (eds.) (2008). Italy in the European Union: Redefining National Interest in a Compound Polity. London: Lowman and Littlefield.
El análisis de la PEI entre 2008 y 2018 tiene que empezar por una pregunta muy específica: ¿qué definición explica mejor la naturaleza de la acción internacional italiana, la de una adaptación o la de una revolución? El sentido de esta interrogación no es nada trivial, puesto que una oportuna comprensión de los acontecimientos más recientes nos permite tener y desplegar una visión más correcta tanto sobre sus causas como sus posibles repercusiones. Como he anticipado en la introducción, la idea que aquí se sostiene es que, a pesar de las virulentas tensiones que efectivamente han caracterizado esta década, la PEI no ha evolucionado —por los menos hasta hoy— de manera tan significativa como para hablar de una revolución o una radical transformación. Su curso, por diferente y rompedor que sea, se refleja en la reaparición de tres patrones de comportamiento ya experimentados a lo largo de la historia nacional, es decir, un sentimiento de frustración en relación con sus socios europeos más importantes, la ambición de actuar como Estado bisagra tanto en el escenario europeo como en el tablero mediterráneo, y unas condiciones, aún sin resolver, de debilidad institucional y de inconsistencia psicológica entre el rango y el papel internacional del país. Sin embargo, lo que sí es cierto es que los cambios más manifiestos son los que han afectado la esfera pública, es decir, la producción y la socialización de un nuevo tipo de discurso y de nuevas imágenes. Además, que los partidos con la agenda más rompedora en términos de política exterior no han conseguido gobernar el país —lo harán, de hecho, tras las elecciones del 4 de marzo de 2018—.
La PEI italiana en la XVI y XVII legislatura está marcada por las consecuencias de
dos eventos que tienen lugar de manera casi simultánea. Primero, el estallido a principios
de 2010 de la crisis de la deuda soberana, que a partir de Grecia provoca un efecto
contagio en la eurozona, incluida Italia, cuya prima de riesgo se dispara durante
el verano de 2011. En esta ocasión juegan un papel fundamental las crecientes presiones
internacionales, tanto políticas como económicas, sobre el Gobierno italiano. Sin
embargo, es la acción conjunta del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi,
y del presidente de la República, Giorgio Napolitano, la que consigue poner un freno
a la especulación. El resultado, no sin una dura controversia, es que Berlusconi,
ya debilitado por varios tipos de escándalos, se ve obligado a dimitir. La segunda
variable exógena es el comienzo, entre diciembre de 2010 y febrero de 2011, de las
llamadas primaveras árabes. Sin embargo, si en Túnez y en Egipto las protestas consiguen provocar un cambio, en
Siria y en Libia los regímenes de Bashar al-Ásad y Gadafi responden con una represión
que, en ambos casos, desemboca en conflictos aún abiertos y, al mismo tiempo, desata
una crisis humanitaria y migratoria de proporciones masivas Según los datos más recientes proporcionados por ACNUR (enero de 2020), en Siria
se registran 6,1 millones de desplazados, mientras que los refugiados en otros países
son más de 5,5 millones, de los cuales aproximadamente 3,5 millones se encuentran
en Turquía. Disponible en:
Para Italia se trata de un saldo ampliamente negativo: insuficiencia de los instrumentos,
impotencia de la acción, remoción de sus propias responsabilidades y, finalmente,
frustración hacia un entorno aún más dificil de prever y controlar. Por un lado, la
crisis financiera vuelve a poner de manifiesto varios factores de la constante debilidad
italiana: su deuda pública, superior al 120 % del PIB, su tasa de crecimiento económico,
constantemente entre los más bajos de la zona euro, y una incapacidad estructural
de reformarse política y economicamente (Amato, R. (2011). Marcegaglia: «L’Italia ha perso dieci anni, per la crescita serve
una politica autorevole». La Repubblica, 26-5-2011. Disponible en:
Según los datos más recientes recopilados por la Fundación ISMU (enero de 2020),
entre 2012 y 2019 han desembarcado en Italia, sobre todo a través de la ruta del Mediterráneo
central, unas 715 000 personas, la mayor parte entre 2014 y 2016. Disponible en:
Los eventos posteriores a 2011, el annus horribilis de la PEI, se caracterizan por los intentos de los diferentes Gobiernos italianos En la década 2008-2018 se alternan cinco Gobiernos presididos por cinco diferentes
primeros ministros: Silvio Berlusconi (2008-2011), Mario Monti (2011-2013), Enrico
Letta (2013-2014), Matteo Renzi (2014-2016) y Paolo Gentiloni (2016-2018).
Las dinámicas que se acaban de mencionar aparecen aún más claramente en el análisis
de las tres esferas geopolíticas que forjan los ejes de la PEI: la esfera atlántica, la europea y la del Mediterráneo
amplio (Santoro, C. M. (1991). La politica estera di una media potenza. L’Italia dall’Unità ad oggi. Bolonia: Il Mulino.Santoro, 1991: 29-30). En las décadas de la primera república, como ya se ha dicho, la unión de atlantismo y europeísmo representa, de manera incontrovertible,
la prioridad de la PEI, mientras que el flanco sur es imaginado como una válvula de alivio de su agenda internacional, donde Italia puede tener un comportamiento más autónomo,
aunque bajo la constante supervisión de EE. UU. Sin embargo, en los últimos años queda
claro que «cada vez más los específicos intereses nacionales italianos no son automáticamente
compatibles o conciliables con los de nuestros principales aliados, ya sean Estados
Unidos o los países europeos» (Isernia, P. y Longo, F. (eds.) (2019). La politica estera italiana nel nuovo millennio. Bolonia: Il Mulino.Isernia y Longo, 2019: 37-38). En el primer caso, lo de EE. UU., las relaciones siguen en el marco de una fuerte
amistad y una estrecha colaboración, tanto a nivel bilateral como multilateral. Las
cuestiones de seguridad son, desde luego, las principales. En Italia siguen funcionando
seis instalaciones militares estadounidenses, con un total de aproximadamente 12 000
unidades. Además, la base de la Sexta Flota se encuentra en Nápoles, donde también
hay uno de los mandos estratégicos de la OTAN. No obstante, en
términos más políticos, el papel de EE. UU. para Italia se podría decir que es de
influencia residual. Tras el marcado americanismo de Berlusconi, aunque formal y circunstacial,
los Gobiernos de centro-izquierda han privilegiado más el aspecto europeo que el transatlántico
de su política exterior, limitando la colaboración a las misiones para el mantenimiento
de la paz, como por ejemplo en Afganistán. Italia, de hecho, a pesar de ser la sexta
economía de OTAN, es el séptimo peor contribuyente de la Alianza en términos proporcionales,
con tan solo el 1,22 % de su PIB en gastos de defensa Las estadísticas sobre el gasto militar de los países de la OTAN son consultables
en la página web de la Alianza. Disponible en:
En segundo lugar, la esfera europea. En este contexto, como ya se ha dicho en las
páginas anteriores, la postura de los Gobiernos italianos —una actitud iniciada por
Berlusconi, pero continuada por los siguientes primeros ministros— ha sido de eurorrealismo,
es decir, una voluntad de seguir participando en el proyecto de integración, pero
desde una perspectiva menos pasiva, sobre todo en temas de unión monetaria. De hecho,
no es casual que en la década 2008-2018 el debate público italiano va asumendo conotaciones
de creciente desencanto en relación con la UE, en particular después del referéndum
británico de junio de 2016 sobre el brexit. En estos últimos años en Italia se empieza a hablar de italexit, es decir, de la posibilidad de seguir el ejemplo británico y salir de la UE. Para
más inri, en una encuesta del Eurobarómetro de octubre de 2018 Italia demuestra ser el país menos europeísta, ya que solo el 44 %
de los ciudadanos votaría, si pudiera, a favor de permanecer en la UE, a pesar de
una nueva confianza de los ciudadanos europeos en las instituciones de Bruselas (European Parliament (2018). Parlamenter 2018: Taking Up the Challenge. Eurobarometer Survey 90.1 of the European Parliament. Disponible en:
El otro elemento fundamental de la PEI en relación con Europa ha sido la gestión compleja
y por muchos aspectos decepcionante, tanto en el lado italiano como en el europeo,
del fenómeno de la migración. También en este contexto, la PEI sufre varios procesos
de diferenciación, concretamente entre los varios Gobiernos, entre los sectores conservadores
y los progresistas de la opinión pública nacional y, finalmente, entre Italia y Europa.
En primer lugar, hay que hacer hincapié en las diferencias evidentes que existen entre
izquierda y derecha, tanto a nivel social como político: si la primera adopta una
perspectiva de naturaleza más humanitaria, la segunda se caracteriza para una marcada
actitud de poner en marcha un proceso de puesta en seguridad (securitization), algo que resulta más facil desde las bancadas de la oposición parlamentaria, como
para la Liga de Salvini y el M5E. De hecho, la política migratoria de los Gobiernos
de Letta, Renzi y Gentiloni —los tres formados por una gran coalición entre el Partido Democrático (PD) de centro-izquierda y varias fuerzas de colocación
centrista— se caracterizan por un «giro a U» que será una de las razones principales
de la derrota electoral del 4 de marzo de 2018. En concreto, Italia pasa de una «política
permisiva» a una «política de rechazo» de los migrantes (Attinà, F. (2019). L’Italia e la crisi migratoria dell’Europa. En P. Isernia y F.
Longo (eds). La politica estera italiana nel nuovo millennio (pp. 181-202). Bolonia: Il Mulino.Attinà, 2019: 200), tanto por la incapacidad del Estado de organizar un sistema
apropiado de acogida como por la gran falta de solidariedad de los otros países para
una europeización de la crisis, como bien se refleja en la evolución, muy ineficiente, de las diferentes
misiones navales de control y rescate en el Mediterráneo central Sobre la relación entre el fenómeno migratorio y la PEI, véanse los trabajos de Ceccorulli
( Ceccorulli, M. (2013). Le migrazioni internazionali e le nuove minacce alla sicurezza.
Rivista Italiana di Politiche Pubbliche, 1, 79-100.
Panebianco, S. (ed.) (2016). Sulle onde del Mediterraneo. Cambiamenti globali e risposte migratorie. Milán: Egea.
Attinà, F. (2017). Oltre il migration compact. La gestione italiana della crisi migratoria.
En A. Colombo y P. Magri (eds.). L’età dell’incertezza. Scenari globali e l’Italia (pp. 159-170). Milán: Epoké.
La tercera esfera geopolítica de la PEI, la del Mediterráneo amplio, es la que en
esa década se ha convertido en la más relevante para observar la evolución de sus
intereses y su estilo diplomático. En esta contexto, tres son los temas de mayor importancia:
el conflicto en Libia, las sanciones contra Rusia y las misiones internacionales para
el mantenimiento de la paz. En los primeros dos casos, Libia y Rusia, el nuevo —y
a la vez antiguo— patrón de comportamiento de Italia destaca con mucha claridad: una
desconexión entre ambiciones (muchas) y resultados (escasos), cuyas raíces se encuentran
tanto en la inconsistencia entre los objetivos, las herramientas y la cultura estratégica
de la PEI como en la persistente falta de credibilidad de su proyección internacional,
esta última causada, entre varios factores, por una constante debilidad institucional
y una creciente polarización social. En Libia, desde el estallido de la llamada segunda guerra civil libia en 2014, Italia mantiene una posición coherente en defensa de las principales decisiones
tomadas por la comunidad internacional para lograr una solución política compartida
y duradera a partir de la creación de un Gobierno de acuerdo nacional, cuyo fundamento
jurídico se encuentra en la Resolución 2259 del Consejo de Seguridad de la ONU de
diciembre de 2015. Sin embargo, Roma vive una situación de marginalización (Giampaolo, M. (2020). How Italy was marginalised in Libya. European Council on Foreign Relations, 17-1-2020. Disponible en:
Por último, el debate sobre el objetivo estratégico de las misiones internacionales
de paz pone de manifiesto, aún de manera opuesta, el perdurar de una cultura estratégica
inmadura, en gran medida refractaria no ya al uso de la fuerza, sino más bien a una
reflexión consciente sobre las finalidades y la influencia negociadora del instrumento
militar. De hecho, la ciencia política italiana está descubriendo el tema de las misiones
militares, que ya no son de dominio exclusivo de los estudios estratégicos (Attinà, F. (2009). La scelta del multilateralismo. L’Italia e le operazioni di pace. Milán: Giuffrè.Attinà, 2009; Ignazi, P., Giacomello y Coticchia G., Coticchia, F. (2012). Italy’s Military Operations Abroad: Just Don’t Call It War! Basingstoke: Palgrave Macmillan. Disponible en:
En este trabajo se ha tratado de articular una clave teórica para describir y explicar la evolución de PEI en el periodo posterior a la discesa in campo de Silvio Berlusconi en 1994 y, en particular, en la década 2008-2018, la del auge populista y soberanista. Como ya se ha dicho, la tesis que se ha defendido es la de la continuidad de unos rasgos tradicionales pese a un proceso de radicales transformaciones, nacionales e internacionales. En concreto, el redescubrimiento del concepto de interés nacional y, con esto, la ambición de volver a una política de peso determinante tanto en Europa como en el tablero mediterráneo. Sin embargo, la permanencia de unas condiciones, aún sin resolver, de debilidad institucional, de inconsistencia entre los objetivos y los instrumentos, y de incoherencia entre el rango y el papel internacional del país están determinando una consecuencia potencialmente aún peor: la PEI en la década 2008-2018 no ha reducido, sino ampliado sus características de insuficiencia y volatilidad, lo que amplifica su ineficacia estructural.
La afirmación de que Italia sigue siendo «el hombre enfermo» de Europa (Isernia, P. (2017). Italia malato d’Europa: quattro ragioni per cui è forse vero.
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