RESUMEN
El siguiente trabajo tiene como principal objetivo reflexionar sobre al actual escenario de violencia que acontece en Colombia tras la firma del Acuerdo de Paz suscrito entre las FARC-EP y el Gobierno colombiano, en noviembre de 2016. Tras revisar la literatura existente sobre los riesgos y posibilidades que ofrece un acuerdo como éste en el campo disciplinar de la resolución de conflictos y la investigación para la paz, se contrasta la realidad estructural e institucional que presenta el Estado colombiano con las implicaciones de los compromisos adquiridos entre la extinta guerrilla y el gobierno de Juan Manuel Santos. Solo así es posible entender las contradicciones y dificultades que atraviesa el país y que muestran un escenario irresoluto de violencia en muchos lugares en donde, tras el Acuerdo, ésta parece experimentar un proceso de intensificación.
Palabras clave: Acuerdo de Paz; Colombia; construcción de paz; FARC-EP; violencia.
ABSTRACT
The following work has as its main objective to reflect on the current scenario of violence that occurs in Colombia after the signing of the Peace Agreement signed between the FARC-EP and the Colombian Government, in November 2016. First, the paper reviews the existing literature on the risks and possibilities offered by an agreement like this one in the disciplinary field of conflict resolution and peace research. Later, the article contrasts the structural and institutional reality presented by the Colombian State with the implications of the commitments agreed between the extinct guerrilla and the government of Juan Manuel Santos. Only in this way is possible to understand the contradictions and difficulties that the country is going through. In this way, an irresolute scenario of violence is shown that, in many places, after the Agreement, seems to intensify
Keywords: Peace Agreement; Colombia; peace building; FARC-EP; violence.
SUMARIO
El siguiente trabajo[1] reflexiona sobre los principales desafíos que se presentan en Colombia en relación con la violencia armada, una vez transcurridos tres años y medio de la firma del Acuerdo de Paz con el principal grupo armado del país: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP). Hablar de Colombia supone hacer referencia a uno de los tres conflictos más violentos de América Latina, junto con Guatemala y Perú. Si bien hunde sus raíces formales en 1964, cuando surgen por primera vez las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia[2] y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el conflicto armado colombiano ha ido evolucionando de manera compleja. A la concurrencia de diferentes grupos guerrilleros, más de veinte, que comienzan su andadura tras la experiencia de la Revolución cubana, hay que añadir la emergencia del paramilitarismo a finales de los setenta e inicios de los ochenta, la unión de la cocaína a la violencia y el auge de los cárteles de la droga en los ochenta y una acuciante debilidad de un Estado apenas preocupado por engrosar su insuficiente dimensión militar. El resultado, tal y como reconocía hace unos años el Centro Nacional de Memoria Histórica (Centro Nacional de Memoria Histórica (2013). ¡Basta Ya! Colombia: Memorias de guerra y dignidad. Bogotá: Centro Nacional de Memoria Histórica.2013) es el siguiente: más de 220 000 muertes, 25 000 desaparecidos y 27 000 secuestrados, y el mayor número de víctimas por desplazamiento forzado interno del mundo.
Por todo lo anterior, el Kroc Institute de la Universidad de Notre Dame (2016) reconocía que, por sus implicaciones, el Acuerdo con la hasta entonces guerrilla más longeva de América Latina es el más ambicioso y completo de los de 34 firmados en las últimas dos décadas. Sin embargo, y a pesar de esto, ¿cuál es la situación actual que atraviesa Colombia en la actualidad?, ¿hasta qué punto se han consolidado los compromisos adquiridos entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla? Pareciera, a tenor de los informes más significativos que dan seguimiento de la situación en el país, que la realidad de violencia e inseguridad se ha acentuado preocupantemente en los últimos dos años (Misión de Verificación de Naciones Unidas. (2020). Reporte del secretario general.Mecanismo de Seguimiento de Naciones Unidas, 2020). Por ello, el siguiente trabajo parte de una pregunta claramente definida: ¿cuáles son los factores que han llevado a esta situación de recrudecimiento de la violencia tras la firma del Acuerdo de Paz con las FARC-EP?
La hipótesis de partida pasaría por considerar que, a pesar de la firma de un acuerdo entre los principales actores del conflicto, en el presente escenario de involución se aprecian tres elementos explicativos, claramente significativos: la violencia activa que involucra a otros grupos armados además de las FARC-EP; la violencia estructural heredada e irresoluta durante décadas, y el escaso nivel de desarrollo en la implementación del Acuerdo de Paz. Ello, en suma, confiere cierta vigencia a la hipótesis que Johan Galtung plantease en 1969 y por la cual la firma de un acuerdo de paz, entendido como «paz negativa», en sí, es la mera concepción de una paz que se entiende como ausencia de guerra. Para que esta sea superada de manera efectiva resulta imprescindible que se transformen los condicionantes estructurales, simbólicos y culturales, entre otros, que sostienen dicha guerra («paz positiva»).
Así, tal y como se dará cuenta en las siguientes páginas, muchos de estos elementos no han sido superados tras el Acuerdo con las FARC-EP en Colombia, permitiendo la concurrencia de distintos conflictos armados que se relacionan entre sí de manera compleja. A saber: a) del Estado con el ELN; b) del Estado con el Ejército Popular de Liberación (EPL); c) del Estado con las estructuras postparamilitares; d) del Estado con las diferentes disidencias de las FARC-EP, y finalmente e) una situación de confrontación de todos contra todos.
El artículo se organiza en cuatro partes. Se inicia con la revisión teórica más significativa sobre el estudio de la violencia armada y su transformación a través de un acuerdo de paz. Se identifican cuáles son las explicaciones que ofrece la literatura académica para entender por qué se supera un conflicto armado o por qué, tras un acuerdo de paz, la violencia se recrudece. Una tarea que se extrapola al caso colombiano, integrándose en este debate teórico las aportaciones más significativas sobre el estudio de caso.
Después se analizan las variables explicativas de la actual situación de empeoramiento de la violencia en Colombia. Es decir, se presentan las condiciones estructurales e institucionales del país sobre las cuales tiene lugar el proceso de construcción de paz actual y se identifican las variables de riesgo que influyen en los procesos de paz, en atención a la realidad colombiana. Seguidamente se relaciona todo lo anterior con los principales compromisos y acciones que prevé el Acuerdo de Paz con las FARC-EP, haciendo especial énfasis en sus principales dificultades e incumplimientos, los cuales inciden en el recrudecimiento de la violencia de los últimos años. Finalmente, y antes de las conclusiones que cierran el trabajo, se aborda como tercera variable explicativa el repunte de confrontación entre diferentes grupos armados y estructuras criminales tras la desmovilización de las FARC-EP, lo cual ha transformado las de por sí complejas relaciones entre guerrillas y grupos criminales frente al Estado.
Metodológicamente se trata de un trabajo exploratorio y analítico. Todavía puede ser pronto para trabajos que aborden cuestiones tales como el éxito o fracaso de la desmovilización, el proceso de reincorporación o la superación de la violencia, si bien se pueden apreciar tendencias o situaciones de riesgo que han de ser profundizadas con estudios posteriores y que en la actualidad apuntan a la posibilidad de que la colombiana termine siendo una paz fallida. Para la realización del trabajo se ha utilizado una ingente literatura gris, recientemente publicada en forma de informes. Asimismo, se hace uso de cifras y mapas de la violencia que fueron, muchos de ellos, facilitados exprofeso por el Observatorio de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario (ODHDIH), en su momento adscrito a la Vicepresidencia de la República.
Según Collier et al. (Collier, P. et al. (2003). Breaking the Conflict Trap: Civil War and Development Policy. Washington DC: Banco Mundial. Disponible en:
Hegre y Nygard (Hegre, H. y Nygård, H. (2015). Governance and Conflict Relapse. Journal of Conflict Resolution, 59 (6), 984-1016. Disponible en:
Desde la perspectiva de la elección racional propuesta por Touval y Zartman (Touval, S. y Zartman W. (1985). International Mediation in Theory and Practice. Boulder: Westview Press.1985), y especialmente este último (Zartman, W. (2009). The Timing of Peace Initiatives: Hurting Stalemate and Ripe Moment. Washington DC: United States Institute of Peace.Zartman, 2009), es posible entender que el sostenimiento de la paz tras un largo episodio de violencia
depende, en buena medida, de los checks and balances que acompañan a la nueva situación (Kalyvas, S. y Kocher, M. (2007). How «Free» is Free Riding in Civil Wars? Violence,
Insurgency, and the Collective Action Problem. World Politics, 59, 177-216. Disponible en:
Si existe un despliegue de acciones en favor de la reincorporación de excombatientes
a la vida civil, traducido en formación para el trabajo u oportunidades socioeconómicas,
es más probable que se minimice el riesgo del retorno a la lucha armada (Nussio, E. (2018). Ex-combatants and Violence in Colombia: Are Yesterday’s Villains
Today’s Principal Threat? Third World Thematics Journal, 3, 135-152. Disponible en:
Recurriendo a un concepto clave de la sociología histórica del Estado como es las
fuentes de poder social (sources of social power), propuesto por Michael Mann (Mann, M. (1986). The Sources of Social Power. Vol. 1. Cambridge: Cambridge University Press. Disponible en:
También afectan a la implementación de un acuerdo de paz el grado de presencia de
peacekeepers internacionales (Fortna, V. (2004). Does Peacekeeping Keep Peace? International Intervention and the
Duration of Peace after Civil War. International Studies Quarterly, 48 (2), 269-292. Disponible en:
Tampoco se pueden obviar otros factores que impulsan o restringen el retorno a la
lucha armada (driving and restraining forces), tal y como apuntan Kaplan y Nussio (Kaplan, O. y Nussio, E. (2018). Explaining Recidivism of Ex-combatants in Colombia.
Journal of Conflict Resolution, 62 (1), 64-93. Disponible en:
Específicamente en Colombia, si bien se han producido innumerables escritos sobre
el Acuerdo de Paz entre el Gobierno colombiano y las FARC-EP, ni los trabajos académicos
han sido tan numerosos ni han prestado tanta atención a la violencia en sus múltiples
manifestaciones. Llama la atención que la reconocida publicación Colombia Internacional, editada por la Universidad de Los Andes, y que es una de las dos revistas académicas
de obligada referencia para la ciencia política colombiana, únicamente haya publicado
entre finales de 2016 y septiembre de 2019 cuatro trabajos académicos sobre un total
de ochenta artículos distribuidos en doce números. Estos versan, en concreto, sobre
el rol de las mujeres y su inclusión en el proceso de paz (Céspedes, L. y Jaramillo, F. (2018). Peace without women does not go! Women’s struggle
for inclusion in Colombia’s peace process with the FARC. Colombia Internacional, 94, 83-109. Disponible en:
Esta circunstancia contrasta con el activismo académico de la otra revista colombiana de referencia, Análisis Político, la cual edita la Universidad Nacional de Colombia. En el mismo tiempo, de un total de siete números publicados cuatro de ellos tienen relación directa con el Acuerdo de Paz. Dicho de otro modo, de 68 artículos publicados entre finales de 2016 y septiembre de 2019, treinta versan sobre este particular objeto de estudio. Sin embargo, casi la mitad (dicisiete) de los trabajos se centran en la Comisión de la Verdad, la Jurisdicción Especial para la Paz y otros aspectos mayoritariamente relacionados con víctimas.
Cuatro aportaciones se focalizan en las miradas territoriales de la construcción de
paz y otras cuatro reflexionan sobre los arreglos institucionales del Acuerdo, desde
la perspectiva gubernamental. Tres lo hacen con miradas propias de las relaciones
internacionales, y dos tendrían más que ver, aunque también tangencialmente, con contenidos
afines a los que propone este trabajo. El primero de ellos, de Mouly et al. (Mouly, C., Hernández, E. y Giménez, J. (2019). Reintegración social de excombatientes
en dos comunidades de paz en Colombia. Análisis Político, 32 (95), 3-22. Disponible en:
Pareciera que es en publicaciones de fuera de Colombia en donde se aprecia un mayor
interés académico por el Acuerdo de Paz con las FARC-EP. Genera un especial interés
la dimensión territorial de la construcción de paz (Cairo, H. et al. (2018). Territorial Peace: The Emergence of a Concept in Colombia’s Peace Negotiations.
Geopolitics, 23(2), 464-488. Disponible en:
Lo referente a las dinámicas de la violencia en el escenario de implementación al
Acuerdo de Paz resulta escasamente abordado, con la excepción de publicaciones como
las de Salas et al. (Salas, L., Wolff, J. y Camelo, F. (2018). Dinámicas territoriales de la violencia y del conflicto armado antes y después del
acuerdo de paz con las FARC-EP. Bogotá: Instituto Colombo-Alemán para la Paz.2018), Ríos et al. (Ríos, J. et al. (2020). Risk Assessment Analysis of Attacks on FARC Ex-Combatants: Towards a New Evaluation
Model of Probability. Journal of Policing, Intelligence and Counter Terrorism, 15 (1), 44-63. Disponible en:
La dimensión estructural tiene una gran capacidad explicativa a la hora de entender el escenario por el que transita tanto la difícil implementación del Acuerdo de Paz como la representación de la violencia en una geografía periférica y con evidentes carencias en lo que a indicadores socioeconómicos se refiere. Así, en el siguiente epígrafe se intentará problematizar la magnitud de dicha variable estructural, haciendo énfasis en aspectos tales como la desigualdad de ingresos, el negocio cocalero y la importante brecha centro-periferia que conecta directamente con la geografía de la violencia.
De acuerdo con lo planteado anteriormente, una situación como el Acuerdo de Paz en Colombia exige intervenir sobre la mayor parte de las condiciones estructurales e institucionales que han soportado el conflicto armado durante décadas. De hecho, en la discusión teórica previa se advierten una veintena de factores que concentran mayoritariamente la reflexión académica relacionada con la continuación/superación de la violencia armada tras un acuerdo de paz.
Como ha puesto de manifiesto una prolija literatura al respecto (Sánchez, G. et al. (1987[2009]). Colombia: violencia y democracia: Comisión de Estudios para la Violencia. Bogotá: La Carreta.Sánchez et al., 1987; Reyes, A. (1988). Conflictos agrarios y luchas armadas en la Colombia contemporánea: Una visión geográfica. Análisis Político, 5, 7-29.Reyes, 1988; Ramírez, W. (1990). Estado, violencia y democracia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.Ramírez, 1990), las condiciones estructurales de la violencia en Colombia han servido de importante acicate para la reproducción y mantenimiento de aquella. Tradicionalmente ha sido un país con importantísimas brechas territoriales, agudizadas por una reforma agraria que nunca llegó[5] (Legrand, C. (1988). Colonización y protesta campesina en Colombia, Bogotá: Centro.LeGrand, 1988), una circunstancia que desemboca en el hecho que Colombia tenga un coeficiente de Gini en la distribución de sus ingresos de 0.50 (Comisión Económica para América Latina (CEPAL). (2019). Panorama Social de América Latina 2018. Santiago de Chile.CEPAL, 2018), y que resulta mayor en el caso de la distribución de la propiedad de la tierra, que se eleva a 0.86 (Ríos, J. et al. (2019). Departamentos de frontera y violencia periférica. Revista Criminalidad, 61 (2), 113-132.Ríos et al., 2019). Una realidad que, como también recoge el índice de pobreza multidimensional de 2019, hacen del país uno de los más desiguales del mundo.
Esto conecta con un Estado cuyas capacidades institucionales son endebles de cara
a minimizar los factores de la violencia y disponer de un repertorio de recursos óptimo
que dirigir tanto a las víctimas de la lucha armada como a los excombatientes que
asumen el proceso de dejación de armas. La democracia local en Colombia cuando menos
adolece de una importante debilidad. Se trata del segundo país más centralizado de
América Latina, como evidencia la notable inelasticidad vertical de renta (Estupiñán, L. (2011). Desequilibrios territoriales. Bogotá: Universidad del Rosario.Estupiñán, 2011). De este modo, de cada dólar que se recauda en el país, más del 80 % es gestionado
por el nivel central del Gobierno, mientras que el 20 % restante se reparte, casi
a partes iguales, entre el distrito capital de Bogotá, los 32 departamentos —que son
las unidades administrativas subnacionales del nivel intermedio— y 1123 municipios[6]. Una realidad que explica que en el país existan regiones con niveles de desarrollo
humano apenas incipiente, por lo general coincidentes con la dinámica de una violencia
mayormente periférica (Ríos, J. (2017). Determinantes geográfico-políticos de la acción violenta guerrillera:
un análisis de la concurrencia regional de guerrillas y paramilitares en el conflicto
colombiano. Revista Española de Ciencia Política, 44, 121-149. Disponible en:
Si se toman por buenas las cifras recogidas por el ODHDIH, que permitió el acceso
para realizar este trabajo a sus registros de violencia guerrillera acumulados entre
1990 y 2015[7], es posible observar cómo hasta antes del Acuerdo de Paz con las FARC-EP existen
dos enclaves predominantes de violencia guerrillera en Colombia. De una parte, el
nororiente del país, fronterizo con Venezuela, y en particular en torno a los departamentos
de Arauca y Norte de Santander, también con notable presencia de ELN. De otro, el
sur y suroccidente, especialmente en los departamentos de Cauca, Nariño, Caquetá y
Putumayo, y que durante algún tiempo alimentaron el corredor fronterizo ecuatoriano
(Echandía, C. y Cabrera, I. (2018). La Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común
en las elecciones legislativas de 2018 (Catatumbo-Colombia). FORUM. Revista Departamento Ciencia Política, 16, 93-116. Disponible en:
Fuente: UNODC (UNODC (United Nations Office on Drugs and Crime). (2019). Colombia. Monitoreo de cultivos de coca 2018. Viena.2019: 93).
Es decir, desde que inicia el Acuerdo de Paz y aún con posterioridad, los departamentos con mayor arraigo guerrillero son lugares en los que cabe apreciar, también, una correlación desfavorable de fuerzas para el Estado. En buena medida por la conjugación de factores que presentan esta geografía de la violencia, en donde se imbrica una realidad periférica geográfica y socioeconómica, junto a una condición fronteriza, una marcada impronta cocalera y una condición selvática y montañosa que dificulta los operativos militares (mapa 1). Esta afirmación puede quedar ilustrada si se observa de qué modo —y aunque en 2012 se llegan a contabilizar hasta 868 acciones del Ejército contra la guerrilla— en los seis departamentos mencionados con mayor presencia de FARC-EP y ELN el número de acciones armadas de la guerrilla supera ampliamente al proveniente del Estado (gráfico 1).
Fuente: elaboración propia con base en el ODHDIH (Observatorio de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario (ODHDIH). (s. f.) Síntesis de la violencia y la confrontación armada en Colombia, 1998-2012 y 2015. Bogotá.s. f.).
Otro factor clave es el negocio de los cultivos ilícitos en el que se encuentran inmersas las FARC-EP y el ELN desde hace décadas. Sus tradicionales enclaves territoriales representan los departamentos cocaleros por antonomasia del país. Tomando en consideración el reporte de acciones armadas de las guerrillas en 2015, y atendiendo a su situación territorial, casi el 75 % de las 122 acciones guerrilleras y 60 municipios afectados por la violencia eran enclaves cocaleros (Observatorio de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario (ODHDIH). (s. f.) Síntesis de la violencia y la confrontación armada en Colombia, 1998-2012 y 2015. Bogotá.ODHDIH, s. f.). Igualmente, de acuerdo con UNODC (UNODC (United Nations Office on Drugs and Crime). (2019). Colombia. Monitoreo de cultivos de coca 2018. Viena.2019), la superficie cultivada con coca en 2018 equivale a 169 000 ha, de las que 130 795 (77.3 %) se condensan en los seis departamentos periféricos mencionados (especialmente Cauca, Caquetá, Nariño, Norte de Santander y Putumayo). En suma, un trinomio este de violencia, periferia y coca, que responde a una dinámica constante en los últimos años, tal y como recoge el gráfico 2. Ello, además, alertaría de la incapacidad del Estado colombiano para mitigar la violencia y reducir la superficie cultivada —la cual se ha cuadruplicado en cinco años—.
Fuente: elaboración propia con base en UNODC (UNODC (United Nations Office on Drugs and Crime). (2019). Colombia. Monitoreo de cultivos de coca 2018. Viena.2019).
Finalmente, y por cerrar los aspectos estructurales sobre los que se ha de construir
el Acuerdo de Paz en Colombia, el resultado de inequidad social, falta de oportunidades,
ausencia de descentralización y marcada violencia periférica tiene como resultado
la imbricación entre violencia directa y violencia estructural (Galtung, J. (1969). Violence, Peace and Peace Research. Journal of Peace Research 6 (3), 167-191. Disponible en:
Una segunda variable para tener en consideración, y que se analiza en las siguientes líneas, tiene que ver con las dificultades y limitaciones por las que transita el mencionado Acuerdo de Paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP. Un acuerdo de seis puntos que, no obstante, recogen compromisos que intervienen directamente sobre los elementos estructurales que sostuvieron la violencia durante décadas y que se exponen a continuación.
El primero de ellos, «Reforma rural integral», compromete a un total de diez millones de hectáreas para favorecer la titulación y explotación de tierras de aquellos enclaves que vivieron con mayor agudeza la violencia armada. Además de incentivar la inversión de recursos económicos, tejido productivo e infraestructura, se involucra a los municipios en el desarrollo de medidas políticas que, de manera eficaz, contribuyan a superar las condiciones de violencia estructural del orden local[9].
En el segundo, «Participación política», se establecen los mecanismos más significativos que dotan a las extintas FARC-EP para poder llevar a cabo la conformación de un partido político que se aleje de cualquier atisbo de reivindicación armada. Unido con aspectos del siguiente punto, se garantiza su presencia en el Congreso durante dos mandatos presidenciales, se fijan instrumentos de financiación y visibilidad mediática además de reformas institucionales con el propósito de visibilizar territorios que fueron especialmente afectados por la violencia.
En el tercer punto, «Fin del conflicto», se establecen los instrumentos para concluir el proceso de dejación y cese definitivo de la lucha armada de los algo más de 7100 combatientes que en agosto de 2016 conformaban las filas de las FARC-EP. Se fijan los protocolos y rutas por las que las FARC-EP han de transcurrir a efectos de desmovilizarse. Lo anterior, en un total de veintiséis zonas de transición en las que, en compañía del Estado, y con el apoyo de Naciones Unidas, se desarrollaron los primeros pasos hacia la entrega de armas. Unos primeros pasos que se acompañan de subsidios, ayudas y acciones formativas que brindan recursos y capacidades a los exguerrilleros que tornan hacia un proceso de reincorporación plena a la vida civil.
En el cuarto punto, denominado «Solución al problema de las drogas ilícitas», además de la colaboración de las extintas FARC-EP en el conocimiento de las rutas cocaleras que durante años fueron objeto de recursos para su financiación, se intenta diseñar una hoja de ruta para promover la sustitución paulatina y voluntaria de los cultivos cocaleros, sin renunciar, en última instancia, a la erradicación forzada. Conocedores, guerrilla y Gobierno, de la capacidad de recursos que genera la coca en Colombia, se piensa en escenarios y debates supranacionales con los que paliar el que puede ser el gran problema que soporta la violencia armada en el país tras décadas de confrontación (Pécaut, D. (2017). En busca de la nación colombiana. Bogotá: Debate.Pécaut, 2017).
El quinto de los puntos fijados en el Acuerdo, «Víctimas», establece todos los elementos para proteger los derechos que tienen las víctimas de un conflicto armado como este, de modo que se fijan los compromisos que blindan los derechos de justicia, verdad, reparación y no repetición. Se compromete la creación de una Comisión de la Verdad, una Unidad de Búsqueda para Personas Desparecidas por el Conflicto y un mecanismo de Jurisdicción Especial para la Paz que establezca las condiciones procesales y judiciales particulares de los excombatientes de las FARC-EP (sin transgredir el derecho internacional humanitario).
El Acuerdo finaliza con un sexto y definitivo punto, «Implementación, verificación y refrendación», que recoge los esquemas de seguimiento de la implementación, así como los actores de la comunidad internacional que han de acompañar dicha tarea; una responsabilidad que recae a nivel interno en la Comisión de Seguimiento, Impulso y Verificación (CSIVI), y a nivel externo en actores como Naciones Unidas, la Unión Europea o la Organización de Estados Iberoamericanos. Ello incorpora el apoyo en experiencias y la disposición de recursos provenientes de la cooperación internacional, además del monitoreo y las buenas prácticas con los que aspirar a una correcta implementación del Acuerdo.
Conviene señalar que muchas de las implicaciones y compromisos que fija el Acuerdo en la realidad se han visto lastrados por dificultades estructurales y resistencias institucionales del actual Gobierno, aparte de responsabilidades de otro orden provenientes de las extintas FARC-EP. Todas ellas son abordadas a continuación.
De manera más pormenorizada, y con vistas a generar mecanismos que impliquen una mayor inversión en los territorios más golpeados por el conflicto armado, el Acuerdo, en su primer punto, relativo a la reforma rural integral, identifica hasta un total de 170 municipios que se organizan en 16 zonas. Allí viven 6,6 millones de personas que son las destinatarias primeras de los recursos económicos con los que se aspirar a superar la situación de violencia. Este despliegue compromete un total de 79,6 billones de pesos colombianos (véase mapa 2), equivalentes aproximadamente a 22 millones de dólares, que deben desarrollarse en un lapso de veinte años, tal y como recoge el CONPES 3932 de 29 de junio de 2018. Empero, esta cifra está muy por debajo de los 129 billones (37 millones de dólares) a desarrollar en quince años como, inicialmente estaba previsto (Junguito, R., Perfetti, J. y Delgado, M. (2017). Acuerdo de paz: reforma rural, cultivos ilícitos, comunidades y costo fiscal. Bogotá: Fedesarrollo.Junguito et al., 2017), y que hoy día no ha iniciado.
Si bien estos instrumentos conocidos como Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) fueron diseñados en febrero de 2019 sobre la base de 33 000 iniciativas centradas en salud, educación, convivencia, infraestructura, productividad, ordenamiento local y seguridad alimentaria, hasta el momento el comienzo de las inversiones se encuentra lastrado. Aparte de que llegaron casi con un año de retraso —pues se preveía que estuvieran cerrados en mayo de 2018— hay que destacar la ausencia expresa de partidas presupuestarias en el Plan Nacional de Desarrollo con mención al Acuerdo de Paz con las FARC-EP. Igualmente, en la «hoja de ruta única» del Gobierno de Iván Duque, en su artículo 143, se señala que será el Gobierno quien defina las rutas de acción sobre las que desarrollar los PDET y, por extensión, la noción de desarrollo territorial. Algo que contraviene el sentido autónomo y «descentralizador»[10] que prevé el Acuerdo, y a lo que debe sumarse el cambio de Gobierno municipal y departamental acontecido tras las elecciones de octubre de 2019.
De otro lado, las elecciones legislativas y presidenciales de 2018 pusieron de manifiesto
las dificultades políticas a las que se enfrentaban las extintas FARC-EP. El Acuerdo
de Paz se había politizado desde antes de su firma, especialmente por parte de los
opositores al mismo. A través de una campaña de desgaste, algunos de los principales
nombres del conservatismo, como Álvaro Uribe, Marta Lucía Ramírez o Alejandro Ordóñez,
trataron de demonizar aquel, tildándolo de promotor del «castrochavismo» y «narcoterrorismo»
(Basset, Y. (2018). Claves del rechazo del plebiscito para la paz en Colombia. Estudios Políticos, 52, 241-265. Disponible en:
Aun con todo, el proceso de paz siguió adelante y cumplió con algunos de los compromisos adquiridos en aras de permitir el tránsito de las extintas FARC-EP hacia la vida política, tal y como se recoge en el segundo punto, «Participación política». Se otorgó personalidad jurídica al nuevo partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC), y se reconoció una partida presupuestaria equivalente al 10 % del límite de gastos fijado por el CNE (ubicado en 88 413 261 314 pesos colombianos, equivalentes a 23,5 millones de dólares), además de la necesidad de una difusión mediática que, tal y como recogió el informe de seguimiento elaborado por la Organización de Estados Iberoamericanos (Organización de Estados Iberoamericanos. (2018). Informe técnico de acompañamiento a la implementación del Acuerdo Final. Bogotá.2018), finalmente no se materializó. Al contrario, hubo importantes episodios de violencia dirigida a los candidatos más significativos de las FARC-EP, lo cual contribuyó a que finalmente se desestimase la concurrencia electoral en los comicios presidenciales, para hacerlo únicamente en las elecciones legislativas. La FARC obtuvo un muy bajo resultado, equivalente a 52 000 votos, que si bien no afecta a su representación concedida de cinco senadores y cinco congresistas, garantizada para las dos próximas legislaturas, se aleja muy sustancialmente de lo que la literatura académica define como power-sharing dentro de un proceso de rehabilitación posbélica.
Tampoco se produjo la reforma del Congreso para dar luz verde a la aprobación de dieciséis nuevas circunscripciones que por dos períodos legislativos debían representar directamente a los territorios más golpeados por la violencia. Aunque el Acuerdo de Paz evitaba expresamente que ningún partido, incluido la FARC, pudiera tener representación electoral en estos escenarios, se prodigó la idea desde los sectores opositores al Acuerdo de que eran concesiones ocultas a la extinta guerrilla. Así, en el momento de debatir y aprobar su creación, el partido Centro Democrático arguyó una falta de quorum en el Congreso que permitió relegar el asunto sine die de la agenda legislativa.
Si bien en el transcurso de las elecciones se contabilizaron veintisiete hechos de
violencia según la Misión de Observación Electoral (Misión de Observación Electoral. (2018). Informe de la reincorporación política de las FARC-EP. Bogotá.2018), en ningún momento se dieron los mecanismos de protección relativos a proveer y
proteger el ejercicio de la oposición política. En los últimos tres años, y como ilustra
en parte el mapa 3, han sido asesinados más de setecientos líderes sociales y doscientos excombatientes
de las FARC-EP, especialmente en los departamentos del suroccidente del país como
Cauca o Nariño, además del departamento de Antioquia y la región del nororiente (Arauca
y Norte de Santander) (Misión de Verificación de Naciones Unidas. (2020). Reporte del secretario general.Naciones Unidas, 2020; Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz. (2020). Paz al liderazgo social.
Por otra parte, la dejación de armas generó en el interior de las FARC-EP importantes
discusiones, producto de la desconfianza existente hacia el Estado. Sin embargo, desde
el inicio estaba claro que se trataba de una condictio sine qua non para la viabilidad del Acuerdo. De esta forma, se negoció en el punto tercero, «Fin
del conflicto», un proceso de desarme por medio de un esquema tripartito de identificación
de rutas, zonas y mecanismos de seguimiento que garantizaban la entrega efectiva de
las armas, así como la disposición del resto de armamento. Como se apuntaba, las FARC-EP,
con el respaldo de Estado y Naciones Unidas, de forma paulatina se desmovilizaron
íntegramente durante los primeros meses del Acuerdo de Paz. Los más de 7100 guerrilleros
se concentraron en las veintiséis zonas habilitadas para ello, entregando no solo
sus fusiles y armamento, sino igualmente revelando la posición de más de mil zulos
(caletas) en donde guardaban su mayor arsenal bélico Según ha reclamado el Gobierno en un debate producido en el Congreso en mayo de 2020,
las FARC-EP distarían de haber entregado todo el material inicialmente reconocido.
Así, no se reconoció la existencia de ochenta zulos y de los aproximadamente 11 000
fusiles reconocidos finalmente se entregaron 8994. Además, según el uribismo, existe
un serio incumplimiento en el proceso de entrega de bienes de la extinta guerrilla,
especialmente en lo que respecta a joyas, vehículos e inmuebles ( Guerra, R. (2020). Acuerdo Gobierno Santos-FARC: ¿quién no está cumpliendo? Ponencia presentada en el Congreso de la República. 18 de mayo de 2020.
En inicio, la cohesión de las elites y la relación de estas con la estructura guerrillera —a la que se sumarían otros tanto milicianos y población carcelaria indultada por el Acuerdo y a la espera de su paso por la Jurisdicción Especial de Paz— hacía presagiar un correcto proceso de desarme. Se superó ampliamente el ratio de 0,76 armas/combatiente acontecido en Afganistán, y el de 0,6 de la desmovilización paramilitar, llegándose a las 1,3 armas por combatiente (Fundación Paz y Reconciliación. (2018). Grupos posFARC y la posible reactivación de la guerra. Bogotá.Fundación Paz y Reconciliación, 2018). Sin embargo, según la Organización de Estados Iberoamericanos (Organización de Estados Iberoamericanos. (2018). Informe técnico de acompañamiento a la implementación del Acuerdo Final. Bogotá.2018) o la Fundación Ideas para la Paz (Fundación Ideas para la Paz. (2018). Siguiendo el conflicto. Bogotá.2018), las atenciones de primera urgencia en estos escenarios se hicieron, en muchas ocasiones, con importante retraso y hasta el punto de que en situaciones como en Nariño la financiación urgente corrió a cargo de las mismas FARC-EP.
Es decir, se llegó de alguna manera tarde a la implementación de las primeras medidas que exige la reincorporación suscrita en el Acuerdo, un riesgo importante y que repercute en la falta de incentivos para proseguir en los programas de reincorporación y alimentar actitudes negativas entre los excombatientes con respecto a lo que supone el Acuerdo de Paz. De hecho, recuérdese que un informe de diciembre de 2017 ya se alertaba que en menos de un año más de la mitad de los exguerrilleros había abandonado las zonas veredales fruto de su frustración y desengaño con el Acuerdo de Paz (Consejo de Seguridad. (2017). Informe del secretario general sobre la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Colombia. Nueva York.Naciones Unidas, 2017).
A la vez que se daba este proceso, las fuerzas militares debían ocupar el vacío de
poder territorial dejado por las FARC-EP, tal y como recogen los programas Plan Victoria
y Corazón Verde. Tal situación nunca se dio y más bien, como se verá en el epígrafe
siguiente, hubo un reacomodo de los actores involucrados en la geografía de la violencia
acontecida tras la firma del Acuerdo. Esto generó que sin la presencia de las FARC-EP,
pero tampoco de la policía ni del ejército, terceros grupos como el ELN, el EPL o
disidencias de las FARC-EP y grupos criminales, pasaran a disputarse el poder local.
Se trata de un factor que afecta al proceso de retorno de exguerrilleros frente a
dinámicas de la violencia, ya sea por desengaño con el Acuerdo, por buscar esquemas
de protección frente a posibles amenazas o por la influencia de una cooptación criminal
que ofrece mayores réditos económicos que el proceso de reincorporación (Ríos, J. et al. (2020). Risk Assessment Analysis of Attacks on FARC Ex-Combatants: Towards a New Evaluation
Model of Probability. Journal of Policing, Intelligence and Counter Terrorism, 15 (1), 44-63. Disponible en:
En todo caso, conviene normalizar el proceso de conformación de disidencias. Durante
los primeros años que transcurren con posterioridad a un acuerdo de paz, lo habitual
es que regresen a las armas entre el 8 % y el 14 % de los exguerrilleros. Una cifra
que, preocupantemente, ha sido superada poco después del primer año de implementación.
Incluso, en 2019 varios informes —no sin un importante baile de cifras— estiman que
el tamaño de los reincidentes en la violencia provenientes de las FARC-EP oscila entre
el 17 % (Crisis Group. (2019). The Missing Peace: Colombia’s New Government and Last Guerrillas. Bogotá.Crisis Group, 2019) y algo más del 30 % (Ministerio de Defensa de Colombia. (2019). Logros de la política de defensa y seguridad. Bogotá.Ministerio de Defensa, 2019) En realidad, las cifras del Mecanismo de Seguimiento de Naciones Unidas muestran
que más de un 95 % de los exguerrilleros de las FARC-EP continúan actualmente en el
proceso de reincorporación. En ocasiones se cofunde disidencia con nueva reclusión
que, en realidad, es el fenómeno más generalizado.
Todo este proceso ha sido escalonado y comienza a mediados de 2016, cuando la práctica totalidad del histórico Frente 1 de las FARC-EP, ubicado en el departamento de Guaviare, se desmarca del Acuerdo. Desde entonces se han advertido focos de disidencias de las FARC-EP en relación con los Frentes 18 y 36 de Ituango y Briceño; Frente 5 del Urabá antioqueño; Frente 57 del Urabá chocoano; Frente 10 de Arauca; Frente 58 en Córdoba; Frente 3 y 40 de Meta; Frente 29 de Nariño; Frente 60 de Cauca; Frente 59 de La Guajira; Frente 21 de Tolima; Frente 32 de Putumayo; Frente 33 del Catatumbo; Frente 34 de Chocó, y Frente 16 de Guanía y Vichada. Y además, las columnas móviles Teófilo Forero de Caquetá y Miller Perdomo en Valle del Cauca, o reducidas estructuras urbanas en Medellín, Cali, Barranquilla y Bogotá (véase mapa 4). Aunque sobre esto se volverá con posterioridad, algunas fuentes como la Fundación Paz y Reconciliación (Fundación Paz y Reconciliación. (2018). Grupos posFARC y la posible reactivación de la guerra. Bogotá.2018, Fundación Paz y Reconciliación. (2019). Más sombras que luces. La seguridad en Colombia a un año de Iván Duque.2019, Fundación Paz y Reconciliación. (2019b). Terminó la guerra. El postconflicto está en riesgo. Un año del Acuerdo de Paz.2019b) estiman que las disidencias ascienden a una veintena de grupos que movilizan unos 1500 integrantes, muchos de ellos no excombatientes, sino personas de nueva reclusión.
Fuente: Fundación Paz y Reconciliación (Fundación Paz y Reconciliación. (2019). Más sombras que luces. La seguridad en Colombia a un año de Iván Duque.2019).
Pareciera que el mejor elemento que conecta el retorno de la violencia por parte de las disidencias de las FARC-EP es el negocio del cultivo ilícito y en especial el narcotráfico. El grueso de estos grupos se encuentra en departamentos mayormente cocaleros, especialmente en el sur y suroccidente del país y en otras regiones como el Catatumbo, en Norte de Santander. De hecho, es significativo que sobre el total de 121 municipios con presencia de disidencias de las extintas FARC-EP, más del 80 % sean enclaves cocalero y periféricos, una tesis que da por buena la tendencia de periferialización y narcotización de la violencia señalada por Ríos (2016), y que da continuidad a los trabajos de Echandía (Echandía, C. (2006). Dos décadas de escalamiento del conflicto armado en Colombia 1986-2006. Bogotá: Universidad Externado.2006) y Salas (Salas, L. (2010). Corredores y territorios del conflicto armado colombiano: una prioridad en la geopolítica de los actores armados. Perspectiva Geográfica, 15, 9-362010).
Lo anterior se relaciona a su vez con la ya mencionada incapacidad del Estado colombiano
por minimizar el impacto de las drogas ilícitas sobre la violencia, de manera que
el cuarto punto del Acuerdo, «Solución al problema de las drogas ilícitas», apenas
ha podido ser abordado. La sustitución de cultivos ha sido dejada de lado (Rodríguez Pinzón, E. (2017). Internacionalización del conflicto, del acuerdo y del
postacuerdo. Evolución, continuidades y ruptura de una estrategia. Análisis Político, (90), 194-208. Disponible en:
Colombia es el único país del mundo que ha recurrido a este herbicida químico desaconsejado
por la Organización Mundial de la Salud.
Un último elemento importante es el relacionado con el componente de «Víctimas», recogido en el quinto punto, y que transita por un escenario de difícil cumplimiento. El presidente Iván Duque trató de objetar la ley habilitante de la Jurisdicción Especial para la Paz al entender que, a pesar de los compromisos adquiridos, dicho escenario de justicia transicional ofrecía inaceptables tratos de favor para parte de la guerrilla, especialmente mandos medios y comandancia de las FARC-EP. Tampoco se han integrado las partidas presupuestarias habilitantes en el Plan Nacional de Desarrollo y se confirmaba, en julio de 2019, que todo este componente, incluida la Comisión de la Verdad, vería reducida su financiación aproximadamente en un 30 %. Por todo ello, y de acuerdo con la mayoría de los informes, se trata del componente menos desarrollado de la implementación del Acuerdo de Paz (Fundación Paz y Reconciliación. (2019). Más sombras que luces. La seguridad en Colombia a un año de Iván Duque.Fundación Paz y Reconciliación, 2019, Fundación Paz y Reconciliación. (2019b). Terminó la guerra. El postconflicto está en riesgo. Un año del Acuerdo de Paz.2019b; Organización de Estados Iberoamericanos. (2018). Informe técnico de acompañamiento a la implementación del Acuerdo Final. Bogotá.Organización de Estados Iberoamericanos, 2018; Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz. (2019). Todos los nombres. Todos los rostros. Informe de derechos humanos sobre la situación de líderes y defensores de derechos humanos en los territorios. Bogotá.Indepaz, 2019).
A lo anterior se suma el escaso componente internacional que presenta el documento suscrito con las FARC-EP, fijado en el punto sexto del Acuerdo con el nombre de «Implementación, verificación y refrendación». No solo porque este punto se negoció de manera precipitada —en apenas unos días— mientras la extinta guerrilla, dadas las urgencias para finalizar, estaba centrada en otros puntos que consideraba más importantes. El papel clave de los peacekeepers proveniente de la comunidad internacional quedó relegado a un muy segundo plano, en coherencia con la noción de Estado fuerte y soberano que el mismo Juan Manuel Santos y su ministra de Exteriores, María Ángela Holguín, trataron de preservar en todo momento.
Según lo planteado en estas páginas, el Acuerdo transita por una difícil tesitura, entre un proceso de implementación que mantiene todavía el efecto luna de miel en cuanto a su cumplimiento y un mayoritario escenario irresoluto en favor de la continuidad de la violencia y de la consecución de una posible paz fallida para el país. En él confluyen, como se ha podido observar, carencias institucionales en la geografía de la violencia en Colombia, a las que se añade una violencia especialmente dirigida hacia el colectivo de exguerrilleros y la confluencia de nuevas disidencias de las FARC-EP, favorecidas por la inalteración del negocio de la droga. También se suma una actitud de cierta desconfianza con el Acuerdo de Paz, visible en el rechazo social hacia los exguerrilleros que experimentan algunas zonas, junto a frustraciones con el proceso de reincorporación a la vida civil y un descrédito con los esquemas de justicia transicional que, de algún modo, influyen en nuevas movilizaciones hacia la violencia.
Quizás, todo lo anterior invite a considerar que más allá de las expectativas y bonanzas
que recoge el Acuerdo, se está muy lejos de haber favorecido un escenario integral
de transformación de la violencia y construcción de paz. Esto conecta con lo planteado
al inicio de estas páginas: si no se interviene sobre las condiciones estructurales
y simbólicas de la violencia, nada garantiza que un proceso de desarme suponga la
superación plena de la misma (Galtung, J. (1969). Violence, Peace and Peace Research. Journal of Peace Research 6 (3), 167-191. Disponible en:
Todo lo contrario, las ventajas ofrecidas por un Estado con más territorio que soberanía alimenta que los diferentes grupos armados confronten entre sí por la disputa de los corredores estratégicos y los recursos de la violencia en el plano local, algo que afecta al imaginario colectivo erigido en torno a las posibilidades y beneficios del Acuerdo de Paz, y que transcurre sobre un escenario de confrontación irresoluta que alberga diferentes versiones y dimensiones en cuanto a su verdadero alcance y significado. Así, la variable de la violencia directa, representada a través de la intensificación de la misma por parte de diferentes grupos armados y estructuras criminales, termina por ser resultado de la violencia estrucutal, la deficitaria implementación del Acuerdo y una geografía del conflicto irresoluta. Estos tres elementos, por tanto, terminan por imbricarse, dando lugar a un escenario de mayor inseguridad y peores condiciones para la construcción de paz de lo esperado hace tres años y medio.
El problema de los grupos postparamilitares comienza en 2008, cuando se inicia el proceso de rearme de estructuras, promovidas en muchas ocasiones por mandos medios y algunos comandandes de extintos bloques de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Desde hace años, producto de la mayor confrontación con las guerrillas, y también por el impacto de la fuerza pública, su capacidad operativa y su presencia territorial ha ido decreciendo lentamente.
Tomando por buenas las cifras que ofrece Indepaz (Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz. (2018). Conflictos armados focalizados. Informe sobre grupos armados ilegales Colombia 2017-2018. Bogotá.2018), en 2011 el postparamilitarismo llega a su cénit en Colombia, cuando afecta a más de cuatrocientos municipios del país, mientras que en la actualidad se concentra en algo más de doscientos cincuenta y, particularmente, en cien de ellos pertenecientes a la Región Caribe, Antioquia y el litoral Pacífico. Si bien el Ministerio de Defensa (Ministerio de Defensa de Colombia. (2017). Oficio 86869. Actualización de cifras. Bogotá.2017) en 2011 contabilizaba siete estructuras que integraban a algo más de 4100 efectivos, en la actualidad es posible encontrar un número próximo a la veintena de grupos y con una importante capacidad de reclutamiento y resiliencia, que les permite disponer de un grueso cercano a los 3000 efectivos.
De todos estos, el más poderoso son las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC),
con cerca de 1800 integrantes, y que son herederas directas del extinto Bloque Élmer
Cárdenas, comandando por don Mario. Denominado como Clan del Golfo por el Gobierno,
mantiene un nexo de colaboración con el cártel de Sinaloa y ha sido objeto de importantes
operativos, como la operación Agamenón I y II, que acabó con algunos de sus líderes
más importantes (García Perilla, J. y Herrera, A. (2020). Los spoilers del Acuerdo de Paz en Colombia:
el caso del Clan del Golfo. Revista Colombiana de Ciencias Sociales, 11 (1), 204-233. Disponible en:
El resultado es que entre 2017 y 2019 se ha venido produciendo un proceso de atomización del fenómeno que ha terminado por alimentar facciones, fracturas y confrontaciones por el control de las rutas de cultivo, procesamiento y distribución de la coca, algo favorecido por el abandono de las FARC-EP de buena parte de estos territorios, lo que se evidencia en enfrentamientos producidos, por ejemplo, con Los Pachenca en los enclaves portuarios de Barranquilla y Cartagena. En el Bajo Cauca y el norte de Antioquia se disputan el control cocalero con Los Caparrapos y también con el ELN, en este caso por su interés sobre los proyectos minero-energéticos de la región (Fundación Ideas para la Paz. (2019). La fragilidad de la transición. La paz incompleta y la continuación de la confrontación armada. Bogotá.Fundación Ideas para la Paz, 2019).
Quedaría apuntar un proceso de expansión muy significativo en los Llanos Orientales, y en particular en los departamentos de Meta, Guaviare, Casanare y Vichada, en donde mayormente actuaba el Bloque Oriental de las FARC-EP. Lo mismo acontece con vistas al Pacífico, primero en torno a Nariño, clave para el otrora Frente 29 de las FARC-EP, y después en Chocó, en donde en todo 2018 y 2019 ha habido importantes enfrentamientos con el ELN por la explotación de madera y tráfico de drogas, algo que nuevamente responde a oportunismos coyunturales, como bien muestra la alianza entre guerrilla y AGC por la explotación aurífera de Río Quito.
Desde que las FARC-EP se demsovilizasen, el grupo que ha encontrado una mayor ventana de oportunidad para su recomposición ha sido el ELN. Primero porque definitivamente se erige como el actor hegemónico del nororiente del país, especialmente en Norte de Santander y Arauca. Se trata de dos enclaves de condición fronteriza con Venezuela; el primero con importantes réditos cocaleros, y el segundo con altas posibilidades extorsivas por el oleoducto Caño Limón-Coveñas, a lo que se suma en ambos casos el contrabando transfronterizo. De hecho, el ministro de Exteriores de Colombia presentó en septiembre de 2019, y ante la Organización de Estados Americanos, un documento en el que mostraba cómo el poderoso Frente de Guerra Oriental tenía asentamientos permanentes en suelo venezolano y llegaba a contar casi con 1500 efectivos en la zona. Si bien hay voces que elevan hasta 5000 los integrantes de esta guerrilla, más bien parece que están incluso por debajo de los 3000 efectivos, quedando por saber aún, por ejemplo, cuántos exintegrantes de las FARC-EP directamente han pasado a nutrir sus filas (Fundación Ideas para la Paz. (2020). ¿Qué hacer con el ELN? Opciones ante una derrota militar lejana y un diálogo improbable.Fundación Ideas para la Paz, 2020).
El desarme de las FARC-EP ha hecho que este ELN gane notoriedad en Antioquia, sur de Bolívar y en todo el litoral Pacífico, en donde la década pasada su presencia se reducía a Chocó y a una decena de municipios de Cauca y Nariño, en donde era predominante la posición de las FARC-EP. También se aprecia un intento por ganar relevancia en la costa Caribe, en donde atentaron contra un puesto de policía en febrero de 2017, y que se une a otras acciones transcurridas en 2018 y 2019.
Actualmente, sus mayores confrontaciones son en la región del Catatumbo, en Norte
de Santander contra el EPL (Echandía, C. y Cabrera, I. (2018). La Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común
en las elecciones legislativas de 2018 (Catatumbo-Colombia). FORUM. Revista Departamento Ciencia Política, 16, 93-116. Disponible en:
El EPL es denominado vulgarmente como Los Pelusos, aunque se autorreconoce como continuador de la lucha insurgente iniciada por la primigenia guerrilla de 1967, ubicada en la región del Urabá antioqueño y chocoano, y una parte del departamento de Córdoba. Menos de doscientos guerrilleros se mantuvieron en armas tras el proceso desmovilizador de 1991, y a duras penas mantuvieron su capacidad operativa hasta la actualidad, y ello reubicando su posición territorial en la región del Catatumbo, gracias a los réditos del narcotráfico, aunque por ello mismo el Gobierno, al amparo de la Directiva 015 de 2016 del Ministerio de Defensa, le negó su condición de guerrilla y en la actualidad lo considera como un grupo narcotraficante.
También desde 2015, y en pleno proceso de reducción de las hostilidades con las FARC-EP, Los Pelusos ganaron notoriedad en algunos municipios como El Tarra, Convención, Tibú, Sardinata, Hacarí, La Playa, San Calixto, Teorama o El Carmen, en donde consiguieron afianzarse como un actor clave del negocio cocalero. Lo anterior terminó alimentando la confrontación con el Frente 33 de las FARC-EP y con el ELN. Solo gracias a su último gran líder, Megateo, la intensidad de la violencia se redujo, si bien este fue eliminado por el ejército a inicios de octubre de 2015.
Su fuerza ha ido creciendo en estos últimos tres años, y aunque hay un importante baile de cifras, todas las estimaciones coinciden en atribuir a Los Pelusos más de doscientos integrantes. No obstante, el heredero de Megateo, Luis Antonio Quiceno, Pácora, fue igualmente abatido en septiembre de 2019, dejando consigo un proceso de fragmentación y creciente criminalización que ha incrementado los niveles de violencia. Lo más importante es que, tras décadas, su presencia territorial ha conseguido ir más allá del Catatumbo y empieza a tener acciones en contextos que estaban bajo el control del Frente 59 de las FARC-EP, como en Curumaní, Chimichaguas y Pailitas, en el departamento de Cesar, y también en parte de la serranía del Perijá, clave en el corredor que une La Guajira con el estado venezolano de El Zulia. Finalmente, se ha registrado también presencia en el norte de Cauca, en municipios otrora controlados por las FARC-EP, como Corinto, Miranda, Suárez o Toribío, además de Jamundí, en Valle del Cauca —escenario este en donde también se recoge presencia y disputa territorial del ELN (Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz. (2018). Conflictos armados focalizados. Informe sobre grupos armados ilegales Colombia 2017-2018. Bogotá.Indepaz, 2018)—.
Uno de los mayores desafíos del Acuerdo, producto de todo lo anterior, es la tendencia
creciente de estructuras de las extintas FARC-EP que, o bien no se adscribieron al
Acuerdo de Paz o bien retornaron a escenarios de violencia armada. Lo anterior, como
se apuntaba previamente, en lugares de alto arraigo guerrillero y con altas posibilidades
de nueva reclusión. Así, la Fundación Ideas para la Paz (Fundación Ideas para la Paz. (2018). Siguiendo el conflicto. Bogotá.2018) hablaba ya de 1500 efectivos involucrados en estos grupos, Indepaz (Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz. (2018). Conflictos armados focalizados. Informe sobre grupos armados ilegales Colombia 2017-2018.
Bogotá.2018) lo eleva a 2500 integrantes y el Ministerio de Defensa aproxima la cifra a los 3000
miembros En mayo de 2019 Reuters hizo público su acceso a documentos de la inteligencia del
Ministerio de Defensa, en los que se alertaba que una tercera parte de los exguerrilleros
desmovilizados habían vuelto a engrosar las filas de disidencias y otros grupos armados.
Véase:
Sin embargo, todo este remanente heredero o relacionado con las FARC-EP exige de importantes precisiones, especialmente por la forma heterogénea del proceso de rearme, los matices en la reivindicación del discurso de las FARC-EP como elemento de legitimación y una nueva práctica de la violencia en la que los criterios de alianzas y repertorios de acción se alejan mucho de la dirección unívoca que tenía lugar cuando existían las FARC-EP.
La primera gran disidencia con el Acuerdo de Paz fue el tradicional Frente 7 de las FARC-EP, comandado por Gentil Duarte, y activo en Guaviare, Meta, Caquetá y Putumayo, con entre trescientos y quinientos efectivos. Asimismo, y sobre enclaves compartidos, destaca el antiguo Frente 1, presente en Guaviare, Meta y Caquetá, pero con vocación territorial hacia el Amazonas. Su estructura cuenta entre doscientos y cuatrocientos integrantes y aspira a controlar las rutas de salida del narcotráfico hacia Brasil y Venezuela. Tanto el Frente 1 como el Frente 7 intentan controlar todo el corredor oriental, hasta el punto de que este último ha llegado a mantener alianzas con las AGC (Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz. (2018). Conflictos armados focalizados. Informe sobre grupos armados ilegales Colombia 2017-2018. Bogotá.Indepaz, 2018).
También en el escenario amazónico, el Frente Acacio Medina, con algo más de cien integrantes, se concentra entre Vichada y Guanía, colaborando en la cadena de procesamiento y distribución con el grupo local de Los Gorgojos y las AGC, si bien todos estos antiguos frentes de las FARC-EP, a su vez, han sufrido disidencias a lo largo del último año 2019.
Existen estructuras criminales herederas del Frente 29 y de la Columna Móvil Daniel
Aldana activas en Nariño, en donde las cifras le otorgan entre ciento veinte y quinientos
integrantes. Estos se han organizado últimamente en lo que se conoce como Guerrillas
Unidas del Pacífico, conectadas con el cártel de Sinaloa y otras bandas criminales
de Medellín, y cuyo foco de atención es el escenario cocalero de Tumaco y del triángulo
del río Telembí, un esceario de altísima violencia por la disputa con el ELN, las
AGC y otras estructuras herederas de la guerrilla, como el Frente Óliver Sinisterra,
que dirigía el Guacho hasta diciembre de 2018, cuando fue eliminado El Guacho fue el responsable de matar a tres periodistas ecuatorianos de El Comercio que cubrían información sobre la violencia en la zona fronteriza en la que actuaba
esta disidencia de las FARC-EP.
Lo cierto es que se cuentan por decenas las estructuras disidentes, aunque se aprecia un elemento clave. Los tres escenarios de mayor violencia heredera de las FARC-EP son Antioquia y Córdoba, toda la región sur y suroccidental —Cauca, Nariño, Putumayo y Caquetá— y el nororiente colombiano, especialmente Arauca y Norte de Santander. En ningún caso es posible identificar un patrón único de colaboración, y son las particularidades locales, las relaciones entre liderazgos y las coyunturas del momento las que marcan el patrón interpretativo de la violencia. Una violencia en la que el ELN pareciera buscar ser el actor hegemónico frente a las AGC, de modo que son las disidencias y grupúsculos criminales los actores bisagra que median, promovidos por su urgencia por consolidar sus fuentes de financiación y proseguir en un escenario de violencia cada vez más atomizado, complejo e irresoluto.
Sobre la base de lo expuesto a lo largo de estas páginas, se ha problematizado la particular realidad que ofrece el Acuerdo de Paz suscrito entre el Gobierno colombiano y las FARC-EP en noviembre de 2016. Ello poniéndose en relación con los principales aspectos que repercuten negativamente a su proceso de implementación. De esta manera, la dimensión de una profunda violencia estructural irresoluta, unida a una violencia directa creciente y un deficitario proceso de cumplimiento del Acuerdo, desembocan en una situación preocupante. Así, de continuar con esta situación, el país puede aproximarse a un contexto de paz fallida que, definitivamente, no consiga cerrar las brechas de un conflicto armado cuya duración superó las cinco décadas.
Como acertadamente proponía Galtung, una cosa es finalizar un episodio de violencia y otra bien distinta es superarlo y transformarlo. Por esto, si bien se apuntaban las potenciales posibilidades que ofrece el caso de Colombia, se ha hecho especial énfasis en que la superación de debilidades, resistencias y dificultades son imprescindibles para transformar el escenario de violencia que tiene lugar en el país.
Hasta el momento, la literatura académica se centra más en otras cuestiones y tal vez es demasiado pronto como para llegar a trabajos de investigación concluyentes, con una impronta cuantitativa. Lejos de dicho propósito, este trabajo propone, como se recogía al inicio de mismo, una primera aproximación exploratoria y analítica que podrá contrastarse en un futuro no muy lejano. Quizás, una vez que haya transcurrido algo más de tiempo sea el momento de desarrollar otros trabajos que se centren en operacionalizar las variables intervinientes y facilitar análisis con mayor recorrido y proyección.
En cualquier caso, lo expuesto en estas páginas no renuncia a cierto peso argumentativo, en tanto que el Acuerdo de Paz en Colombia no solo tiene ante sí una muy difícil implementación, sino que todo invita a asumir escenarios inmediatos de mayor involución en el grado de consolidación de la paz y superación de la violencia armada. De cómo se den las circunstancias en el futuro próximo dependerá que se pueda analizar con más detalle las correlaciones entre violencia y cultivo cocalero, los factores explicativos del retorno a la lucha armada, el nivel de transformación o no de los escenarios locales de víctimas de la violencia, el grado de satisfacción de los exguerrilleros con el Acuerdo de Paz o el nivel de desempeño y compromiso del Gobierno con el proceso de implementación. Todos estos aspectos aseguran una prolija línea de investigación por profundizar en los próximos años.
Por el momento, queda destacar la dificultad estructural e institucional que presenta el Estado colombiano para poner en marcha un Acuerdo de Paz de estas características, las importantes resistencias e incumplimientos intervinientes y la importancia de una violencia redefinida que sigue siendo una de las urgencias irresolutas que afrontar en los próximos años. Todo para evitar que un Acuerdo ejemplar quede reducido a una paz fallida que tuvo todo a su disposición para poder cerrar exitosamente un episodio de violencia de más de medio siglo.
[*] |
Este trabajo ha sido resultado del proyecto posdoctoral 2018-T2/SOC-10508 y, asimismo, del proyecto PR65/19-22461, denominado "Discurso y expectativa sobre la paz territorial en Colombia". De este último es el investigador principal y ha sido financiado en la convocatoria de Proyectos de I+D para jóvenes doctores, resultado del marco del convenio plurianual entre la Administración de la Comunidad de Madrid y la Universidad Complutense de Madrid de 2019 |
[1] |
Se agrade sobremanera la calidad de los comentarios y sugerencias de los evaluadores. |
[2] |
Estas incluyen las siglas de Ejército del Pueblo a partir de la VII Conferencia Guerrillera de mayo de 1982. |
[3] |
Se entiende como la situación de un conflicto armado en el que su prolongación, dadas las circunstancias, resulta mutuamente desfavorable para las partes involucradas. |
[4] |
No existen herramientas metodológicas que aborden la reincidencia de grupos guerrilleros o insurgencias. Las existentes son para población carcelaria o personas con psicopatologías. Véase: Historical Clinical Risk Management 20 (HRC-20), Violent Extremism Risk Assesment (VERA) o Extremist Risk Guidelines 22+ (ERG 22+). |
[5] |
La Ley 200 de 1936 o ley de tierras fue el primer intento de varios infructuosos por consolidar un modelo de formalización de los derechos de acceso y explotación de la tierra, así como de derechos y garantías laborales. |
[6] |
No conviene perder de vista que la superficie terrestre de Colombia equivale a 1 142 000km2 |
[7] |
Los datos del ODHDIH provienen de los boletines diarios del Departamento Administrativo de Seguridad para todo lo que concurre entre 1998 y 2010, y del Comando General de las Fuerzas Militares para lo acontecido entre 2011 y 2015. |
[8] |
Si bien la tasa departamental de Arauca presenta un porcentaje de pobreza del 21 %, un año antes Naciones Unidas alertaba de que en las veredas en donde se condensa el activismo guerrillero este dato se eleva hasta un 93 %. |
[9] |
Este tipo de herramienta es lo que se denomina Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial —PDET—. |
[10] |
Aunque Colombia es un país marcadamente (re)centralizado, el punto 1 del Acuerdo
busca mitigar lo anterior, enfatizando la necesidad de construir la paz en clave territorial
(Cairo, H. et al. (2018). Territorial Peace: The Emergence of a Concept in Colombia’s Peace Negotiations.
Geopolitics, 23(2), 464-488. Disponible en:
|
[11] |
Según ha reclamado el Gobierno en un debate producido en el Congreso en mayo de 2020, las FARC-EP distarían de haber entregado todo el material inicialmente reconocido. Así, no se reconoció la existencia de ochenta zulos y de los aproximadamente 11 000 fusiles reconocidos finalmente se entregaron 8994. Además, según el uribismo, existe un serio incumplimiento en el proceso de entrega de bienes de la extinta guerrilla, especialmente en lo que respecta a joyas, vehículos e inmuebles (Guerra, R. (2020). Acuerdo Gobierno Santos-FARC: ¿quién no está cumpliendo? Ponencia presentada en el Congreso de la República. 18 de mayo de 2020.Guerra, 2020) |
[12] |
En realidad, las cifras del Mecanismo de Seguimiento de Naciones Unidas muestran que más de un 95 % de los exguerrilleros de las FARC-EP continúan actualmente en el proceso de reincorporación. En ocasiones se cofunde disidencia con nueva reclusión que, en realidad, es el fenómeno más generalizado. |
[13] |
Colombia es el único país del mundo que ha recurrido a este herbicida químico desaconsejado por la Organización Mundial de la Salud. |
[14] |
En mayo de 2019 Reuters hizo público su acceso a documentos de la inteligencia del Ministerio de Defensa, en los que se alertaba que una tercera parte de los exguerrilleros desmovilizados habían vuelto a engrosar las filas de disidencias y otros grupos armados. Véase: https://bit.ly/3hQemPq |
[15] |
El Guacho fue el responsable de matar a tres periodistas ecuatorianos de El Comercio que cubrían información sobre la violencia en la zona fronteriza en la que actuaba esta disidencia de las FARC-EP. |
Anicharico González, A. M., Martinez Ortega, H., Cerón Ruiz, C. C. y Rengifo Agudelo, K. (2019). Hacia una mirada feminista del rol de la mujer en el posconflicto colombiano. Journal of International Women’s Studies, 20 (6), 75-93. |
|
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