RESUMEN
El artículo se propone deconstruir cierto lugar común que se ha articulado sobre el mérito como el criterio más justo de distribución de recompensas y posiciones en el seno social, para lo que se recorrerá un doble camino. Histórico en primer lugar, por el cual se tratará de detallar sintéticamente la historia de la categoría en el siglo xx, sus antecedentes y su transformación en un principio de legitimación de las desigualdades consensuado e inobjetable. En segundo lugar, teórico, por el cual repasaremos los análisis más lúcidos en torno al concepto; en particular las objeciones que desde la heterogénea familia liberal (familia en donde a priori se supone que tendría mayor aceptación) se han realizado, con el fin de recapitular las distintas dimensiones y problemas que acompañan al concepto.
Palabras clave: Mérito; liberalismo; teoría de la justicia.
ABSTRACT
The article sets out to deconstruct a certain common sense that has been articulated on merit as the fairest criterion for the distribution of rewards and positions within society. To this end, a double path will be followed, first of all, a historical one, by which an attempt will be made to synthetically detail the history of the category in the 20th century, its antecedents, and its transformation into a principle of legitimization of the inequalities agreed upon and unobjectionable. Second, theoretical, by which we will review the most lucid analyses around the concept, in particular the objections that from the heterogeneous liberal family (family where a priori is supposed to have greater acceptance) have been carried out in order to recapitulate the different dimensions and problems that accompany the concept.
Keywords: Merit; liberalism; theory of justice.
SUMARIO
«La meritocracia contradice el principio de igualdad, el de una democracia igualitaria, no menos que cualquier otra oligarquía».
Hannah Arendt «La crisis en la educación»[1]
En los últimos años las categorías de mérito y meritocracia han sido utilizadas por distintos actores políticos representantes de la gran familia de las derechas, desde la derecha radical populista en crecimiento en Europa (Mudde, C. (2019). The far right today. Cambridge: Polity Press.Mudde, 2019) hasta la derecha liberal conservadora de América Latina. En los distintos ángulos de esta heterogénea expresión política se apela al mérito como criterio de legitimidad para pensar la distribución en la sociedad. Apelación que también contamina a vastos sectores del centro izquierda, a los medios de comunicación y a un creciente sector de la sociedad civil. Desde una mirada superficial, la meritocracia, como competición abierta a las cualidades y esfuerzos personales para determinar el sistema de distribución de posiciones y recompensas en una sociedad, es sumamente atractiva e intuitivamente justa. Parecería ser la traducción que el siglo xx encontró a la aristocracia de talentos que Jefferson había imaginado; mucho más justa, flexible y acorde con los valores igualitarios de las revoluciones modernas que la rígida distribución del sistema feudal, en donde las marcas de nacimiento determinaban las trayectorias personales, y la movilidad social ni siquiera asomaba en el imaginario.
Tanto el sistema feudal como el meritocrático son dos principios de legitimación de las desigualdades, pero si las críticas al primero ya no necesitan enumerarse, los problemas que atañen al segundo son menos visibles. El mérito se halla tan arraigado en la cosmovisión de las sociedades contemporáneas (desde el trabajo académico, que se alimenta del mérito y las evaluaciones continuas, hasta los reality shows) que hay ciertas preguntas que dejamos de preguntarnos, ciertas objeciones que ni nos atrevemos a hacer. Por ejemplo: ¿por qué las desigualdades consecuencia de las diferencias de raza nos parecen menos respetables que las que son fruto del talento? ¿Por qué intuitivamente rechazamos las desigualdades que aún perduran en las diferencias de remuneración por el mismo trabajo entre géneros, pero no nos genera urticaria las grandes fortunas que ganan los deportistas, actores, etc.? Incluso las desigualdades de clase nos parecen menos legítimas que las que se asientan en las cualidades individuales. ¿Podemos pensar la misma justificación para el mérito como criterio de distribución en los distintos ámbitos sociales? Cuando hablamos del mérito como criterio de distribución, ¿estamos pensando en la distribución de posiciones o de recompensas? Deconstruir cierto lugar común sobre el mérito parece ser entonces una tarea urgente, en ciertas ocasiones pensar contraintuitivamente tiene sus méritos. Para ayudarnos a escavar los problemas que el mérito oculta en sus profundidades, recorreremos un doble camino. Histórico en primer lugar, por el cual trataremos de detallar sintéticamente la historia de la categoría en el siglo xx, sus antecedentes, y su transformación en un principio de legitimación de las desigualdades consensuado e inobjetable. En segundo lugar, teórico, por el cual repasaremos los análisis más lúcidos en torno al concepto, en particular las objeciones que desde la heterogénea familia liberal (familia en donde a priori se supone que tendría mayor aceptación) se han realizado, con el fin de recapitular las distintas dimensiones y problemas que acompañan al concepto, y ensayar algunas respuestas a estas preguntas preliminares.
La radicalidad del pensamiento moderno, fundamentalmente de los clásicos contractualistas prerrevolucionarios, Hobbes y Rousseau, fue la de imaginar una sociedad cuyo punto de partida es la igualdad de todos los hombres. El desvanecimiento de las desigualdades prescriptas y fijadas históricamente inaugura una sociedad donde nadie ocupa un lugar fijo. A decir de Hobbes, esta igualdad de títulos genera una igualdad de esperanza, en donde cualquier individuo está habilitado para ocupar cualquier posición y la imagen de una carrera competitiva abierta al talento y las habilidades personales se manifiesta como la parábola que explica las desigualdades. El problema original y principal, tanto de Hobbes como de Rousseau, era la nueva forma de distribuir el reconocimiento: la carrera pasa por la necesidad de destacarse en el seno de la vida social en una sociabilidad de iguales, carrera que genera un callejón sin salida ante la necesidad de ser estimado por los demás como cada uno se estima a sí mismo, una necesidad imposible de satisfacer al ser experimentada por todos (Manent, P. (1990). Historia del pensamiento liberal. Buenos Aires: Emecé.Manent, 1990). Más allá de los proyectos y posturas diferentes ante el problema de la igualdad/desigualdad, tanto Hobbes como Rousseau observaron tempranamente una característica que acompañará luego al mérito y la meritocracia: su condición de bien posicional, que debe generar resultados desiguales y, en consecuencia, su relación intrínseca con nuevas formas de jerarquías. Como advierte Walzer (Walzer, M. (1997). Las esferas de la justicia. México: Fondo de Cultura Económica.1997: 266), si el reconocimiento fuese distribuido igualitariamente pierde su razón de ser.
Durante siglos la imagen de una carrera abierta a los talentos fue aplaudida como un principio revolucionario que no solo venía a derribar las ventajas abyectas de los sistemas de privilegios pasados, sino que también terminaría generando una mayor ventaja para la sociedad en su conjunto. La carrera abierta al talento es deseable no solo por su valor intrínseco como traducción de la igualdad, sino por los beneficios sociales. Perspectiva consecuencialista que impregna desde la imagen de la mano invisible de Adam Smith hasta la de la solidaridad social de Durkheim, donde la armonía social depende de que la distribución de funciones se corresponda a los talentos naturales
Sin embargo, la primera vez que hace su aparición el concepto de meritocracia lo hace
con una carga negativa, con una acepción crítica, en la obra distópica de Michael
Young (Young, M. (1961). The rise of the meritocracy. Victoria: Penguin.1961) The rise of the meritocracy, de 1958[2]. Recordemos que las distopías muestran el lado oscuro, los temores y amenazas que
acompañan a la ciudad del futuro que es fruto de la evolución del presente. La obra
de Young nos sitúa en el 2033, y nos relata como Inglaterra durante el siglo xx pasó de un orden donde reinaba el nepotismo y los privilegios arbitrarios a un nuevo
sistema jerárquico meritocrático, en el cual las distintas posiciones en el seno de
la sociedad son distribuidas a partir del mérito, definido como habilidad más esfuerzo,
por lo que los peldaños más bajos de la escala social son ocupados por los individuos
más lerdos, sin importar de qué familia provengan. Con el tiempo, esto genera una
clase marginal que no se adapta a las normas sociales, lo que lleva que en el 2033
una revolución, que aglutina a populistas y amas de casa, derroque el sistema meritocrático
y establezca una sociedad igualitaria, sin clases sociales. Muchas de las críticas
que este sector revolucionario levantará contra la meritocracia serán recuperadas
luego por el liberalismo igualitarista, en particular la inquietud en torno a la justificación
moral que explica por qué los más talentosos deben tener mayor recompensa (Saunders, P. (2006). Meritocracy and popular legitimacy. The Political Quarterly, 77 (1), 183-194. Disponible en:
Más allá de este nacimiento calumnioso, el término en poco tiempo pasó a transformarse
en un objetivo social y a incorporar una gran valoración positiva. Contrariamente
a lo que puede presumir una lectura superficial, la responsabilidad de esta metamorfosis
no puede atribuirse a los intelectuales neoliberales como Hayek o libertarios como
Nozick Para rastrear las distintas vertientes de la familia liberal del siglo XX, véase Barry ( Barry, N. (1987). On classical liberalism and libertarianism. London: Macmillan Press. Disponible en: https://doi.org/10.1007/978-1-349-18727-0 Para profundizar las características del pensamiento neoconservador véase Vaïsse ( Vaïsse, J. (2010). Neoconservatism. Cambridge: Harvard University Press.
Levitas, R. (ed.) (1986). The ideology of the new right. Cambridge: Polity Press.
Thompson, M. (ed.) (2007). Confronting the new conservatism. New York: New York University Press.
King, D. (1987). The new right. London: Macmillan Education LTD.
En la década de los ochenta, Allan Bloom ( Bloom, A. (1987). The closing of the American mind. New York: Simon and Schuster.
Si en la obra de Bell encontramos los argumentos más clásicos de apoyo a la meritocracia,
Kristol (Kristol, I. (1970). «When virtue loses all her loveliness». Some reflections on capitalism
and «the free society»The Public Interest, 26, 3-15.1970) nos propone un argumento tejido con hilos más complejos al recuperar ciertas hipótesis
weberianas en torno al capitalismo y la ética protestante. El capitalismo en sus inicios,
según el autor, prometía no solo incremento material, sino también la posibilidad
de una sociedad justa al reemplazar la arbitrariedad en la distribución del poder
y la propiedad por un criterio basado en el mérito personal. La idea de mérito que
nos propone Kristol está relacionado con las virtudes de la ética protestante, donde
había una correlación entre frugalidad, laboriosidad, etc., y éxito económico, lo
que dotaba de legitimidad a las desigualdades que el capitalismo instituía. La distribución
necesita una justificación de orden moral para ser aceptada por los individuos, y
la relación entre virtudes y éxito lo sustentaba. Sin embargo, el declive de la ética
burguesa genera malos pronósticos para el futuro: al quedar vacío el cofre, en palabras
de Weber, los miembros de la sociedad no pueden ya justificar la desigualdad Bell también considera una gran pérdida para la vida social la desaparición de la
ética protestante, pues esta permitía limitar los deseos suntuarios. Su desaparición
permitió el ascenso del hedonismo desnudo ( Bell, D. (1996). Las contradicciones culturales del capitalismo. Madrid: Alianza.
En el plano histórico político la idea de meritocracia fue recuperado por los Gobiernos
paradigmáticos de la New Right, donde fue utilizado para desmantelar el sistema de
bienestar. La meritocracia es el remedio contra un nuevo tipo de privilegios arbitrarios,
los favorecidos por el Estado de bienestar. En este discurso aparece fuertemente la
noción de responsabilidad individual por el futuro personal, la obliteración de los
factores estructurales como condicionante de la desigualdad, la exaltación de las
pequeñas historias, del self made man como prueba del funcionamiento de la meritocracia y el consumo como signo externo
del mérito personal. Los cambios de color político en estos países, el ascenso del
laborismo de Blair y del partido demócrata de Clinton, no propiciaron la desaparición
del discurso en favor de la meritocracia, sino una reapropiación con el objeto de
seguir legitimando la erosión del Estado de bienestar (Littler, J. (2018). Against meritocracy. New York: Routledge. Disponible en:
Antes de emprender la revisión crítica en torno a la meritocracia y el mérito por parte del conjunto de autores que nos interesa, juzgamos pertinente acercarnos a la definición del concepto y develar las distintas dimensiones, acepciones y connotaciones que se ocultan dentro del mismo. ¿Cuántas cosas decimos cuándo decimos meritocracia?
La primera dimensión a destacar es la moral. En el seno de la raíz etimológica del
mérito encontramos el merecimiento, vocablo que esconde una concepción de individuo
autónomo y racional. Una persona es merecedora solo de aquellas cosas de las cuales
es moralmente responsable; por eso es inconcebible la frase: «Juan se merece ganar
la lotería», a no ser que se justifique con la cantidad de veces que Juan jugó a la
lotería, lo que ya sí introduce una valoración de merecimiento de la acción consciente
y autónoma de Juan. Idea que subyace también en el universo de perspectivas retribucionistas
que buscan una respuesta a la justificación moral del castigo. El castigo, dentro
de estas visiones, debe aplicarse solo a las personas que lo merecen a partir de ciertas
acciones intencionales que ha cometido en el pasado. Por eso quedan exentas de castigos
aquellas personas que no son moralmente autónomas (Rabossi, E. (1970). Sobre la justificación moral de las acciones: el tema del castigo.
Crítica: Revista Hispanoamericana de Filosofía, 4 (10), 3-46. Disponible en:
Justamente una de las críticas que las perspectivas retribucionistas lanzan contra
las utilitaristas se basa en que estas son susceptibles de habilitar el castigo a
personas que no lo merecen, a personas inocentes ( Rabossi, E. (1970). Sobre la justificación moral de las acciones: el tema del castigo.
Crítica: Revista Hispanoamericana de Filosofía, 4 (10), 3-46. Disponible en: https://doi.org/10.22201/iifs.18704905e.1970.74 Kleining, J. (1971). The Concept of desert. American Philosophical Quarterly, 8 (1), 71-78.
Dimensión moral que abre un conjunto de objeciones teóricas por parte de los miembros
de la heterogénea familia liberal que veremos a continuación. Sintéticamente en tanto
los neoliberales niegan la relevancia de la moral en la distribución, los liberales
igualitaristas ven que la meritocracia padece de una insuficiencia moral. A su vez,
también encierra algunos problemas en la reproducción de las sociedades capitalistas
que se deben subrayar. El primer problema es que introduce una legitimación moral
a las desigualdades que impregnan el capitalismo: la meritocracia presupone que la
posición de los sectores más bajos de la sociedad responde a un criterio de justicia
moral, por lo que al poner entre paréntesis las distintas determinantes estructurales
que generan la desigualdad, funcionando como un dispositivo de ocultamiento de sus
causas, e interiorizar los distintos avatares de la fortuna, los pobres se convierten
en los responsables principales de su pobreza: la pobreza es sinónimo de insuficiencia
moral. Esto genera grandes problemas al pensar alternativas igualitarias, pues los
desiguales resultados del mérito difícilmente despiertan compasión y solidaridad:
la total responsabilidad de los pobres ante su situación no despierta empatía, a la
vez que niega cualquier sentido de dignidad (Saunders, P. (2006). Meritocracy and popular legitimacy. The Political Quarterly, 77 (1), 183-194. Disponible en:
El segundo problema es la incompatibilidad que hay entre los presupuestos de la meritocracia y la estructura familiar. El sustrato que subyace a la diferencia de clase es la familia (pensemos que la mayoría de las personas ricas son herederas). La carrera abierta al talento con la que soñaban los pensadores modernos alcanzó para desligar las trabas de la raza y el género. Como intuye Rawls (Freeman, S. (2016). Rawls. México: Fondo de Cultura Económica.Freeman, 2016: 1998), la igualdad formal de oportunidades del liberalismo clásico no buscaba corregir desigualdades sociales fruto de la familia. Incluso la propuesta de los meritócratas más radicales, como Durkheim, de eliminar la herencia parece insuficiente, pues las personas heredan de sus respectivas familias no solo bienes económicos, sino también capital social: el conjunto de conexiones institucionales y personales que posibilitan el acceso a oportunidades y capital cultural —recursos, credenciales y certificados que permiten la elegibilidad para ciertas posiciones (McNamee, S. y Miller Jr., R. (2004). The meritocracy myth. New York: Rowman and Littlefield Publishers.McNamee, Miller Jr, 2004: 14)—. Estos capitales tienen una relación estrecha, aunque no necesaria, con el capital económico. En nuestras sociedades es impensable abolir el interés especial que tenemos hacia nuestros familiares (Nagel, T. (1996). Igualdad y parcialidad. Buenos Aires: Paidós.Nagel, 1996: 115). Se puede limitar sus consecuencias, pero el principio de acción que induce a favorecer a nuestra familia está tan naturalizado que el establecimiento de las bases de una verdadera meritocracia, como la que pensaba Platón para sus guardianes, nos resulta macabra.
La tercera dimensión que nos interesa subrayar es la comentada característica de la
meritocracia como sistema de bien posicional que supone y justifica una desigualdad
relativa. Las posiciones y las recompensas solo cobran sentido en tanto al otro se
le niegue: los de arriba necesitan de los de abajo para dotar de sentido su posición,
por lo que refuerza el espíritu competitivo e individualista. Los símbolos utilizados
para graficar la meritocracia cobijan este espíritu. En primer lugar, la sociedad
es comprendida como una gran pista de carrera con un supuesto punto de salida simétrico,
pero que requiere resultados desiguales; es decir, para que el triunfo tenga sentido
debe haber perdedores; el goce subjetivo que propone la meritocracia es proporcional
a la exclusividad de la recompensa. La subjetividad egoísta que este sistema engendra
no es la mera indiferencia hacia el alter, sino el deseo que a este le vaya mal. El segundo símbolo es el de una escalera Littler ( Littler, J. (2018). Against meritocracy. New York: Routledge. Disponible en: https://doi.org/10.4324/9781315712802
Quizás, tal como intuye Walzer (Walzer, M. (1997). Las esferas de la justicia. México: Fondo de Cultura Económica.1997), el ámbito de los premios y del reconocimiento es el paradigma que mejor grafica
esta percepción Como veremos, Walzer detalla una línea de diferencia entre la distribución de premios
y reconocimientos que se asientan en el mérito y la distribución de cargos.
La última dimensión que es menester deslindar es la justificación filosófica que da
sustento a la meritocracia. En este orden, dos grandes posturas se contraponen: la
primera, que justifica que los reclamos de ventajas en la distribución de posiciones
y recompensas a partir del mérito se sustentan en una noción de lo justo (Miller, D. (1996). Two cheers for meritocracy. The Journal of Political Philosophy, 4 (4), 277-301.Miller, 1996: 280), es decir, las cualidades de los sujetos deben juzgarse por su propiedad y recompensarse
por la calidad de las mismas (Sen, A. (2000). On Merit and Justice. En K. Arrow, S. Bowles y S. N. Durlauf (eds.).
Meritocracy and economic inequality (pp. 5-16). Princeton: Princeton University Press.Sen, 2000: 8). Se establece una relación intrínseca entre estas cualidades y la distribución de
posiciones y recompensas, cualidades que son traducidas como derechos del sujeto poseedor
para disfrutar de un bien exclusivo. En consecuencia, la sociedad se ve en la obligación
de recompensar al meritorio por el hecho de serlo allende de cómo utiliza estas cualidades:
La obra de Rawls y otros liberales igualitaristas en parte se basa en un esfuerzo
para refutar esta justificación. La segunda, lo justifica a partir de la maximización
de la productividad del conjunto societal; así, la distribución meritocrática generaría
una mayor eficiencia agregada. El mérito no se deriva de poseer simplemente una habilidad,
sino de la manera en que esta habilidad desempeña un rol social; las ventajas derivadas
de ciertos talentos son por su utilidad y no porque ostenten algo intrínseco que los
haga merecedores de recompensa (Daniels, N. (1978). Merit and meritocracy. Philosophy and Public Affairs, 7 (3), 206-223.Daniels, 1978: 210). Obviamente, esta última justificación posee mayor solidez que la primera. No solo
la reproducción del capitalismo se asienta en la división del trabajo social, sino
la esfera política reconoce desde su nacimiento la necesidad de estas distinciones.
Recordemos que aún la igualitaria democracia ateniense Una igualdad que como sabemos se restringía a un conjunto pequeño de hombres libres,
los ciudadanos, y excluía a mujeres, extranjeros y esclavos.
Ahora bien, la justificación meritocrática por la mayor productividad agregada que
produce tiene una incidencia directa en la distribución de posiciones dentro de una
sociedad, pero no necesariamente en la distribución de recompensas. Es decir puede
explicar por qué aquellos que tienen más talento para las leyes son abogados y aquellos
que tienen más capacidades para la construcción son albañiles, pero no puede legitimar
la diferencia de ingresos. La eficiencia es el criterio principal que sella la asignación
del trabajo, pero no de la recompensa. Por ello, dentro de esta órbita encontramos
una gran gama de posturas: desde la meritocracia desenfrenada, que permite cualquier
recompensa para aquellos que ostenten una posición puedan conseguir, hasta las meritocracias
igualitaristas radicales, que obstaculizan cualquier recompensa desigual (Daniels, N. (1978). Merit and meritocracy. Philosophy and Public Affairs, 7 (3), 206-223.Daniels, 1978: 218). Nuevamente Platón nos sirve como ejemplo extremo: su república se basaba en una
distribución de funciones según criterios meritocráticos, pero negaba la posibilidad
de que estas se plasmen en una recompensa desigual en el seno de los guardianes. Obviamente,
como algunos autores reconocen, esto supone un trabajo de cambio cultural en el seno
de la sociedad: si es verdad que un Estado democrático y liberal no puede prohibir
el ejercicio de los talentos individuales, sí es necesario trabajar para romper la
relación entre talento e ingreso. Es natural que la excelencia genere admiración,
gratitud, reconocimiento, pero no hay una relación necesaria entre esta y mayores
ingresos (Nagel, T. (1996). Igualdad y parcialidad. Buenos Aires: Paidós.Nagel, 1996: 118). Si nos apropiamos del famoso ejemplo de Nozik (Nozick, R. (1991). Anarquía, Estado y utopía. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.1991), Wilt Chamberlain Wilt Chamberlain fue un jugador de la NBA durante la década de los sesenta, que es
utilizado por Nozick para graficar su teoría retributiva de la justicia. El ejemplo
parte de un escenario hipotético en donde en una sociedad en la cual todos poseen
una porción igual de dinero Chamberlain firma un contrato para el equipo de la ciudad,
el cual establece que en cada partida que se juegue de local veinticinco centavos
de cada entrada serán para él. Al finalizar la temporada el jugador terminará con
un ingreso mucho mayor que el promedio. Una nueva distribución justa según el autor,
pues se originó a partir de acciones voluntarias de la gente.
Incluso Sadurski ( Sadurski, W. (1985). Giving desert its due. Dordrecht: D. Reidel Publishing Company. Disponible en: https://doi.org/10.1007/978-94-015-7706-9 Campbell, T. (2002). La justicia. Los principales debates contemporáneos. Barcelona: Gedisa.
El sujeto de justicia en Hayek es la persona. Ni el mercado ni el orden social pueden
pensarse desde la perspectiva de la justicia (Barry, N. (1982). Hayek`s social and economy philosophy. London: Macmillan Press.Barry, 1982: 134); estos son órdenes espontáneos que no responden a la decisión racional de una persona
o un grupo de personas. En consecuencia, son neutrales. Más allá de que la distribución
pueda generar grandes desigualdades, estas configuraciones no son ni justas ni injustas,
pues nadie es responsable y no son susceptibles de ser evaluadas moralmente. Esta
premisa subyace en la crítica de Hayek hacia el mérito, el cual es percibido como
un sistema de distribución pautado que, como cualquier sistema de esa naturaleza,
requiere para su realización un ataque a las libertades individuales. Un sistema de
distribución pautado es aquel que puede expresarse en la famosa frase «a cada quien…»,
sea la pauta la necesidad, el merecimiento, el sacrificio, etc. Hayek comprende las
buenas intenciones que puede haber detrás de un patrón establecido de distribución,
pero advierte que tras él siempre habrá coacción. En este sentido, la imposición de
una meritocracia contiene los mismos gérmenes que el socialismo «[…] una distribución que esté más íntimamente conforme con las concepciones humanas
del mérito individual, y que sus deseos son tan incompatibles con la libertad como
los de los más estrictamente igualitaristas» ( Hayek, F. (1975). Los fundamentos de la libertad. Madrid: Unión Editorial.
Lo anterior nos introduce a la cuestión del mérito y la meritocracia en Hayek. Sus
argumentos críticos apuestan a mostrar la debilidad de cierto lugar común en torno
a estas categorías. El obstáculo principal es que la meritocracia implica dotar de
una justificación moral a la distribución, lo que conlleva tres grandes problemas.
En primer lugar, como hemos sugerido, la dificultad de otorgarle pretensiones de justicia
moral a una institución, el mercado, que no la tiene, ya que se estructura sobre resultados
y no sobre merecimientos. Implantar una distribución basada en méritos morales en
el mercado sería igual de absurdo que realizar un campeonato de futbol en donde el
ganador no sea el que más partidos ganó, sino el que jugó más bonito En la historia de este deporte se reconocen muchos campeones morales, aquellos equipos
que a pesar de haber perdido deberían haber merecido ganar dado el juego vistoso que
desarrollaban (la Naranja Mecánica holandesa de la década de los setenta es la escuadra
paradigmática en este registro). Sin embargo, incluso los defensores de estos equipos
reconocerían que el deporte debería cambiar radicalmente sus reglas y su espíritu
si el premiado fuese el campeón moral y no el efectivo. El futbol como el mercado
funciona como una institución con un sistema de reglas que no se orienta a generar
resultados moralmente justos. Como afirma Sadurski ( Sadurski, W. (1985). Giving desert its due. Dordrecht: D. Reidel Publishing Company. Disponible en: https://doi.org/10.1007/978-94-015-7706-9
El tercer problema es la confusión que se genera entre valor y mérito, en tanto que el valor se relaciona con el resultado objetivo, es la recompensa a los bienes y servicios en el mercado, y el segundo es considerado como el esfuerzo subjetivo, el proceso por conseguir un resultado valioso. Evidentemente no hay una correlación directa entre ambos; valor y mérito muchas veces discurren por caminos opuestos. El resultado valioso puede ser totalmente accidental, de la misma forma que el sacrificio puede no generar los resultados deseados (en el primer caso no hay ningún mérito y en el segundo sí, pero el mercado solo puede recompensar al primero). Las entradas a un concierto de un trompetista prodigioso con habilidades innatas que no se ha esforzado por aprender a tocar el instrumento seguramente serán más caras que las de aquel que tras dos décadas de práctica no supera la mediocridad, más allá de la simpatía que nos puede generar el empeño de este último.
La sociedad y el mercado solo pueden recompensar el resultado, no solo por el problema
gnoseológico antes planteado (¿cómo juzgar el esfuerzo?, ¿si alguien considera su
trabajo placentero, es meritorio?), sino también porque recompensar al mérito, al
esfuerzo, puede llevar a ciertos escenarios contraintuitivos. En primer lugar, puede
generar que aquellos que no han logrado los resultados esperados, pero se han esforzado
mucho, sean más recompensados que aquellos que lo han logrado sin esfuerzo. Así, sería
más legítimo dar el título de médico a un estudiante que no aprobó ninguna materia
a pesar de años de estudio que a un estudiante que sin esfuerzo se licenció en poco
tiempo Nuevamente la metáfora deportiva es un buen ejemplo, se aplaude el esfuerzo de aquellos
equipos mediocres que intentan disputar a aquellos con más talento. Sin embargo, como
todos sabemos, esto no se traduce en el triunfo, sino estaríamos ante un juego distinto.
En un escenario de competencia de mercado perfecta el panadero B está destinado al
fracaso y no a obtener mayores réditos.
Nótese que Hayek, al igual que Rawls y el liberalismo igualitarista, subraya que el
talento, la inteligencia y la belleza no pueden ser el núcleo que defina el concepto
de mérito, pues su poseedor no es responsable del mismo. El sacrificio subjetivo,
el esfuerzo es para Hayek el único criterio que puede definir al mérito, el único
donde puede observarse una responsabilidad total del sujeto Sadurski ( Sadurski, W. (1985). Giving desert its due. Dordrecht: D. Reidel Publishing Company. Disponible en: https://doi.org/10.1007/978-94-015-7706-9
Tanto Rawls como los teóricos del igualitarismo de la suerte, como Dworkin, van a
esforzarse por articular una teoría redistributiva de la justicia totalmente antimeritocratica.
Una de las premisas fundamentales sobre la que se sustenta todo el edificio teórico
de Rawls es que la lotería de la naturaleza no puede ser el cimiento de la distribución
desigual de los bienes y recursos; es decir, los factores moralmente arbitrarios no
deben influir en las porciones distributivas que cada persona recibe (Rawls, J. (2011). Teoría de la justicia. México: Fondo de Cultura Económica.Rawls, 2011: 78). Al igual que Hayek (aunque lo resuelva de modo distinto), la clase en la que una
persona nace, sus habilidades, sus talentos no pueden comprenderse como merecidos.
El concepto de merecimiento está fuera de lugar en la distribución de bienes naturales,
pues este implica un esfuerzo concienzudo de la voluntad, una intencionalidad. El
merecimiento es un mérito moral por algo que se ha hecho (Freeman, S. (2007). Justice and the social contract. Oxford: Oxford University Press.Freeman, 2007: 114). Por tanto, nadie merece el lugar que ocupa en la distribución de bienes naturales
(Rawls, J. (2011). Teoría de la justicia. México: Fondo de Cultura Económica.Rawls, 2011: 288). Rawls va mucho más lejos que Hayek, quien recordemos veía al esfuerzo subjetivo
como base del mérito, y subraya que incluso la capacidad de hacer esfuerzo depende
en parte de factores ajenos al arbitrio del sujeto, como las condiciones familiares
y sociales afortunadas en la niñez, por las cuales nadie puede atribuirse mérito alguno
(ibid.: 106). Es necesario subrayar que Rawls no niega que las personas tengan derecho a sus
dotes, sino que obtengan beneficios ilimitados a partir de ellos (Lizárraga, F. (2019). Igualitarismo y meritocracia. Páginas de Filosofía, 23, 7-32. Disponible en:
Por consiguiente, el criterio de justicia o injusticia no puede ser aplicado a la distribución de estos bienes naturales, pero sí a la forma en que se estructuran las instituciones de una sociedad ante este hecho. Recordemos que a diferencia de cierta cepa liberal heredera de Adam Smith, la teoría de la distribución en Rawls no halla su fundamento en la mayor eficiencia económica ni en el sueño meritocrático, sino en garantizar las bases sociales de autoestima para todos los ciudadanos sin importar su lugar en la lotería de la naturaleza (Freeman, S. (2016). Rawls. México: Fondo de Cultura Económica.Freeman, 2016: 102). En este contexto, Rawls se enfrenta a un dilema central: ¿de qué forma eliminar los efectos de la lotería de la naturaleza sin afectar las libertades fundamentales?, dilema que obliga a desplegar una sutil ingeniería teórica materializada en los dos principios de justicia. Sintéticamente recordemos que el primer principio, que tiene prioridad sobre el segundo, incluye un esquema de libertades básicas que sea compatible con el mismo esquema para todos, en donde se encuentran las clásicas libertades liberales (conciencia, asociación, pensamiento, etc.) y las libertades políticas, libertades esenciales para el desarrollo y el ejercicio completo de los dos poderes morales de las personas: racionalidad y razonabilidad. Vale destacar que en este primer principio Rawls no incluye las libertades económicas de propiedad y contrato, ya que contrariamente a Nozick, Rawls no parte de una teoría de la autopropiedad.
El segundo principio tiene como objeto que estas libertades básicas sean disfrutadas por todos, es decir, que todos tengan los medios adecuados para ejercerlas. Este segundo principio tiene dos dimensiones: en primer lugar, una justa igualdad de oportunidades, que no solo se limita a la igualdad formal de oportunidades del liberalismo clásico en cuanto a la ausencia de restricciones para el acceso a posiciones políticas y sociales, sino que también reconoce la necesidad de corregir las desventajas sociales producto de la clase (ibid.: 98). Es decir, trata de plasmar una igualdad de oportunidades para aquellos que poseen habilidades y capacidades similares, en donde la herramienta principal para su realización es la financiación pública de la educación. Esta dimensión del segundo principio procura eliminar una parte de las desigualdades fruto de la lotería de la naturaleza, aquellas que estriban en el lugar de nacimiento.
Sin embargo, el esfuerzo intelectual de mayor calibre se da en torno a las diferencias
de talento y habilidades. La otra dimensión del segundo principio es la respuesta
que Rawls ensaya para este problema, el famoso principio de la diferencia, por el
cual las expectativas de los mejores situados son justas solo si funcionan como parte
de un esquema que mejora las expectativas de los miembros menos favorecidos de la
sociedad (Rawls, J. (2011). Teoría de la justicia. México: Fondo de Cultura Económica.Rawls, 2011: 81). Es decir, los beneficiados por la lotería de la naturaleza pueden disfrutar de
sus ventajas, hay un umbral de desigualdad legítima, siempre y cuando favorezcan a
los menos favorecidos. Principio de la diferencia que se asienta en el presupuesto
de considerar la distribución de talentos naturales como un acervo común Este supuesto conduce a Nozick ( Nozick, R. (1991). Anarquía, Estado y utopía. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Sadurski, W. (1985). Giving desert its due. Dordrecht: D. Reidel Publishing Company. Disponible en: https://doi.org/10.1007/978-94-015-7706-9
Es innegable que una de las respuestas más originales al problema de la justicia, el merecimiento y la distribución, es la de Walzer, quien desde un comunitarismo sui generis que recupera varios supuestos liberales, articula una teoría de la igualdad compleja, en la cual los distintos bienes sociales (dinero, poder, amor, prestigio) se distribuyen a partir de criterios y procedimientos diferentes, signados histórica y geográficamente. Todo bien social constituye una esfera distributiva dentro del cual solo ciertos criterios y disposiciones son apropiados (Walzer, M. (1997). Las esferas de la justicia. México: Fondo de Cultura Económica.Walzer, 1997: 23). El problema aparece cuando surge el predominio de un bien, es decir, cuando las esferas pierden su autonomía y es factible la conversión de un bien a otro. Cuando el dinero compra poder político, el poder político títulos universitarios, y este último el amor.
El merecimiento es un principio distributivo igual que el intercambio libre o la necesidad. Sin embargo, no puede ser trasplantado a cualquier esfera de distribución. La mayoría de los bienes sociales no pueden ser distribuidos por el merecimiento, pues en sintonía con Hayek, Walzer subraya el problema gnoseológico: la categoría de merecimiento connota la existencia de una relación estrecha entre un bien particular y la persona. Así, la persona X es merecedora del bien H, lo que exigiría una agencia objetiva y externa que evalúe los merecimientos individuales y a partir de allí la distribución de bienes, tarea imposible para la conciencia humana, pues requiere de omniconciencia: «Solo Dios, conocedor de los secretos que anidan en los hombres, podría efectuar las distribuciones necesarias» (Walzer, M. (1997). Las esferas de la justicia. México: Fondo de Cultura Económica.Walzer, 1997: 37). Tal agencia, a su vez, en la mayoría de las esferas terminaría afectando las libertades civiles y políticas: en el caso del amor no es deseable afirmar que el sujeto A merece ser amado por el sujeto B, pues violaríamos la libertad de este último. Tampoco es muy feliz en la esfera del poder político afirmar que tal candidato merece ser presidente, pues estaríamos atentando contra la autonomía política de los ciudadanos (ibid.: 36). Por su parte, en la esfera del mercado es factible que una persona acumule una gran cantidad de propiedades, por ejemplo bienes inmobiliarios, pero es insostenible afirmar que es merecedor de esas casas, que hay una relación intrínseca entre esa persona y los bienes.
La asignación de cargos y reconocimientos parecen ser las únicas esferas en el cual
el merecimiento es susceptible de obrar como patrón de distribución. Sin embargo,
Walzer solo reconoce este patrón para el reconocimiento, brindándonos un lúcido estudio
de las características diferenciales de ambos bienes. El merecimiento es el criterio
que debe establecerse para la distribución de reconocimiento, de honores públicos,
así como también lo es para la distribución de castigos públicos. Esta distribución
no puede ser igualitaria, si bien es deseable que el punto de partida sea equivalente
para todos. Carece de sentido estipular una igualdad de resultados en la distribución
de honores. Como advertimos al principio, una de las características del mérito es
su distribución diferencial, ya que es una distinción con respecto al resto de la
sociedad. La primera característica en la distribución de honores y reconocimientos
es que esta debe seguir un criterio objetivo que evada las afinidades y simpatías
subjetivas, característica que abre el problema del conocimiento objetivo y externo
que hemos comentado. De allí que el paradigma de la distribución por merecimiento
sea el jurado, entidad que no emite una opinión subjetiva, sino un veredicto determinado
que sigue un conjunto de reglas y que se fundamenta en un conjunto de pruebas (ibid.: 270), veredicto que debe poner entre paréntesis las otras particularidades de la persona
juzgada (no es relevante su sexo, su clase social, su raza). La segunda característica
es que el honor y el reconocimiento deben poseer relevancia pública. Cada sociedad
en particular definirá históricamente qué debe ser reconocido: un acto heroico, una
trayectoria de aporte cultural, etc. Por último, y esencial para distinguirlo del
cargo, el jurado que evalúa el merecimiento tiene que contemplar los hechos del pasado,
solo puede juzgar en retrospectiva, sin poder hacer un juicio del comportamiento o
habilidades futuras de aquel a quien se está reconociendo, razón por la cual las detenciones
preventivas —recordemos que el castigo es un honor negativo— no tienen razón de ser Tal como hemos visto, esta afirmación se desprende de una perspectiva retribucionista
del castigo, por la cual este debe estar conectado a una ofensa pasada. Las detenciones
preventivas solo pueden ser pensadas en el seno de las perspectivas utilitaristas.
La distribución de cargos no posee las mismas particularidades que la distribución
de premios y reconocimientos, en tanto el patrón que debe regir la distribución de
estos últimos es el merecimiento, en el caso de los cargos debe regir la cualificación.
La diferencia sustancial entre ambos es que mientras el merecimiento se atribuye mediante
un veredicto emitido por un jurado que evalúa el pasado, el cargo es evaluado mediante
un juicio emitido por un comité que examina la cualificación de una persona para un
puesto determinado, por lo que no puede basarse solo en criterios retrospectivos y
objetivos, en la trayectoria, sino que también debe evaluar la adecuación de la persona
para realizar el trabajo en cuestión, y sobre todo el comité está habilitado a introducir
en sus criterios de evaluación ciertas valoraciones subjetivas y prospectivas de cómo
debería desempeñarse tal cargo para la realización de una idea de institución. Conceptualmente
son distintos tipos de evaluación: el criterio utilitarista puede obrar en la designación
de cargos, pero no en la de premios (Sadurski, W. (1985). Giving desert its due. Dordrecht: D. Reidel Publishing Company. Disponible en:
Un conjunto de exámenes hacen a una persona merecedor del título de arquitecto y le
otorga el derecho de ejercer esa profesión, pero no necesariamente obliga a los clientes
a que lo contraten.
Luego del reducido trayecto que hemos propuesto para recorrer algunas de las reflexiones teóricas más lúcidas en torno al mérito y a la meritocracia, podemos modular algunas tesis finales orientadas bajo el espíritu de deconstruir la categoría, de mostrar los distintos perfiles que esta oculta.
Lo primero que es preciso recuperar es que contra lo que afirma cierto lugar común y las críticas superficiales de algunos comentaristas, el liberalismo, el neoliberalismo y el libertarismo del siglo xx no son los responsables de la introducción del discurso meritocrático como principio legitimador de la distribución. Incluso, son justamente esta familia de pensadores los que han aportado las críticas más sutiles y profundas y no se han quedado en la mera enunciación de la meritocracia como una articulación ideológica de las clases dominantes. Aún los intelectuales más asociados a la derecha liberal, como Nozick o Hayek, se esforzaron por mostrar las inconsistencias de la meritocracia y cuestionar la relación entre mérito y recompensa. La reconversión de la meritocracia como un ideal deseable estuvo ligada al pensamiento neoconservador y de allí se ha extendido a Gobiernos de distintos colores políticos.
Lo segundo que salta a la vista es el problema moral que acompaña a la categoría,
y en este plano dos respuestas se bifurcan: la de los neoliberales y libertarios,
que subrayan que la dimensión moral que ostenta el mérito no puede interferir en el
funcionamiento del mercado como asignador de recursos, ya que el mercado no es una
institución susceptible de ser pensada en términos morales; y la de los liberales
igualitaristas, que en su búsqueda de instituciones justas apuntan que las cualidades
asociadas a la meritocracia, talento y esfuerzo, son moralmente arbitrarias, es decir,
quiebran la relación del agente con sus cualidades, ya que estas no son merecidas.
La crítica de Walzer a este supuesto (¿qué queda del agente si todas sus condiciones
específicas son tomadas como arbitrarias y, en consecuencia, accidentales?) se complementa
con las de Sadurski (Sadurski, W. (1985). Giving desert its due. Dordrecht: D. Reidel Publishing Company. Disponible en:
Lo último que debemos destacar es el problema gnoseológico que atraviesa el concepto de mérito y meritocracia. Hayek y Walzer exponen que el establecimiento de una verdadera meritocracia implica una conciencia capaz de conocer no solo un conjunto de datos objetivos, sino también subjetivos, de fuero interno de los distintos agentes, lo cual, como sabemos, resulta imposible, y los intentos para implantarlo en la sociedad en su conjunto podría, como teme Hayek, habilitar a una agencia burocrática a limitar libertades. Por ello, atinadamente Walzer solo reconoce la pertinencia del mérito en una esfera acotada como el reconocimiento y el castigo.
[1] |
Hannah Arendt (1993). The crisis in education, en Between past and future. Penguin Books. |
[2] |
Según Littler (Littler, J. (2018). Against meritocracy. New York: Routledge. Disponible en:
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[3] |
Para rastrear las distintas vertientes de la familia liberal del siglo XX, véase Barry (Barry, N. (1987). On classical liberalism and libertarianism. London: Macmillan Press. Disponible en:
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[4] |
Para profundizar las características del pensamiento neoconservador véase Vaïsse (Vaïsse, J. (2010). Neoconservatism. Cambridge: Harvard University Press.2010); para un análisis de la New Right véase Levitas (Levitas, R. (ed.) (1986). The ideology of the new right. Cambridge: Polity Press.1986), Thompson (Thompson, M. (ed.) (2007). Confronting the new conservatism. New York: New York University Press.2007) y King (King, D. (1987). The new right. London: Macmillan Education LTD.1987). |
[5] |
En la década de los ochenta, Allan Bloom (Bloom, A. (1987). The closing of the American mind. New York: Simon and Schuster.1987), el discípulo de Leo Strauss, publicó un libro que generaría un gran debate en el seno de la academia norteamericana al recuperar algunos tópicos de esta postura con el fin de criticar la enseñanza universitaria en Estados Unidos. Crítico en particular de la política de acciones afirmativas —cuotas de admisión, preferencias financieras, contratación de profesores por motivos raciales, a favor de los estudiantes de raza negra en las universidades— que atenta contra la igualdad de derechos y con la calidad educativa. Los mismos estudiantes de raza negra son los más afectados ante este ataque a la meritocracia que debe reinar en las universidades, según Bloom, pues son conscientes de que se los juzga con un estándar especial, lo que genera vergüenza y resentimiento, y sus éxitos son puestos cuestión. Una sociedad democrática, argumenta el autor, no puede aceptar otro principio que el mérito, y las políticas que atentaron contra este principio recrudecieron el separatismo en el seno de la universidad. |
[6] |
Bell también considera una gran pérdida para la vida social la desaparición de la ética protestante, pues esta permitía limitar los deseos suntuarios. Su desaparición permitió el ascenso del hedonismo desnudo (Bell, D. (1996). Las contradicciones culturales del capitalismo. Madrid: Alianza.Bell, 1996: 213) |
[7] |
Justamente una de las críticas que las perspectivas retribucionistas lanzan contra
las utilitaristas se basa en que estas son susceptibles de habilitar el castigo a
personas que no lo merecen, a personas inocentes (Rabossi, E. (1970). Sobre la justificación moral de las acciones: el tema del castigo.
Crítica: Revista Hispanoamericana de Filosofía, 4 (10), 3-46. Disponible en:
|
[8] |
Littler (Littler, J. (2018). Against meritocracy. New York: Routledge. Disponible en:
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[9] |
Como veremos, Walzer detalla una línea de diferencia entre la distribución de premios y reconocimientos que se asientan en el mérito y la distribución de cargos. |
[10] |
Una igualdad que como sabemos se restringía a un conjunto pequeño de hombres libres, los ciudadanos, y excluía a mujeres, extranjeros y esclavos. |
[11] |
Wilt Chamberlain fue un jugador de la NBA durante la década de los sesenta, que es utilizado por Nozick para graficar su teoría retributiva de la justicia. El ejemplo parte de un escenario hipotético en donde en una sociedad en la cual todos poseen una porción igual de dinero Chamberlain firma un contrato para el equipo de la ciudad, el cual establece que en cada partida que se juegue de local veinticinco centavos de cada entrada serán para él. Al finalizar la temporada el jugador terminará con un ingreso mucho mayor que el promedio. Una nueva distribución justa según el autor, pues se originó a partir de acciones voluntarias de la gente. |
[12] |
Incluso Sadurski (Sadurski, W. (1985). Giving desert its due. Dordrecht: D. Reidel Publishing Company. Disponible en:
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[13] |
«[…] una distribución que esté más íntimamente conforme con las concepciones humanas del mérito individual, y que sus deseos son tan incompatibles con la libertad como los de los más estrictamente igualitaristas» (Hayek, F. (1975). Los fundamentos de la libertad. Madrid: Unión Editorial.Hayek, 1975: 125). |
[14] |
En la historia de este deporte se reconocen muchos campeones morales, aquellos equipos
que a pesar de haber perdido deberían haber merecido ganar dado el juego vistoso que
desarrollaban (la Naranja Mecánica holandesa de la década de los setenta es la escuadra
paradigmática en este registro). Sin embargo, incluso los defensores de estos equipos
reconocerían que el deporte debería cambiar radicalmente sus reglas y su espíritu
si el premiado fuese el campeón moral y no el efectivo. El futbol como el mercado
funciona como una institución con un sistema de reglas que no se orienta a generar
resultados moralmente justos. Como afirma Sadurski (Sadurski, W. (1985). Giving desert its due. Dordrecht: D. Reidel Publishing Company. Disponible en:
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[15] |
Nuevamente la metáfora deportiva es un buen ejemplo, se aplaude el esfuerzo de aquellos equipos mediocres que intentan disputar a aquellos con más talento. Sin embargo, como todos sabemos, esto no se traduce en el triunfo, sino estaríamos ante un juego distinto. |
[16] |
En un escenario de competencia de mercado perfecta el panadero B está destinado al fracaso y no a obtener mayores réditos. |
[17] |
Sadurski (Sadurski, W. (1985). Giving desert its due. Dordrecht: D. Reidel Publishing Company. Disponible en:
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[18] |
Este supuesto conduce a Nozick (Nozick, R. (1991). Anarquía, Estado y utopía. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.1991: 224) a acusar a Rawls de mantener elementos utilitaristas en su teoría, pues no reconoce
la distinción entre las personas. Sadurski (Sadurski, W. (1985). Giving desert its due. Dordrecht: D. Reidel Publishing Company. Disponible en:
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[19] |
Tal como hemos visto, esta afirmación se desprende de una perspectiva retribucionista del castigo, por la cual este debe estar conectado a una ofensa pasada. Las detenciones preventivas solo pueden ser pensadas en el seno de las perspectivas utilitaristas. |
[20] |
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