RESUMEN
Durante las últimas dos décadas, un conjunto de líderes progresistas llegó a la presidencia en América Latina. La literatura especializada dividió a este fenómeno ideológico, conocido como «Nueva izquierda latinoamericana», en dos grupos: populistas y socialdemócratas. Ante la vasta bibliografía en comunicación política que se ocupó del caso populista, el presente trabajo busca explorar, a través del estudio de la segunda presidencia de Michelle Bachelet (2014-2018), el relato político de la socialdemocracia latinoamericana. Para cumplir ese propósito, el artículo conceptualiza al relato político, identifica sus funciones y operativiza su análisis mediante cinco variables: trama, guion dicotómico, tiempo verbal, repertorio simbólico y ethos presidencial. Las resultados muestran una línea argumental vinculada a la inclusión, la construcción de un adversario genérico como la desigualdad, un hilo cronológico que enlaza la transformación de la educación con un horizonte de expectativas, la autorepresentación de una mujer presidenta que defiende la igualdad de género y la circulación de una estética supeditada al protocolo del poder ejecutivo. Como conclusiones, destacamos que el relato socialdemócrata presenta similitudes con el populismo, como es la elaboración de un rival abstracto, y también diferencias, como la vocación institucional en lugar del personalismo y el enfoque reformista en vez de la perspectiva rupturista.
Palabras clave: Socialdemocracia latinoamericana; Michelle Bachelet; relato político; trama; guion dicotómico; repertorio simbólico; ethos presidencial; tiempo verbal.
ABSTRACT
During the past two decades, a set of progressive leaders came to the presidency in Latin America. Specialized literature divided this ideological phenomenon, known as the «New Latin American Left», into two groups: populists and social democrats. Given the vast bibliography in political communication that dealt with the populist case, this work seeks to explore, through the study of Michelle Bachelet’s second presidency (2014-2018), the political narrative of Latin American social democracy. To fulfill this purpose, the article conceptualizes the political story, identifies its functions, and makes its analysis operational through five variables: plot, dichotomous script, verb tense, symbolic repertoire, and presidential ethos. The results show a line of argument linked to inclusion, the construction of a generic adversary such as inequality, a chronological thread that links the transformation of education with a horizon of expectations, the self-representation of a female president who defends gender equality and the circulation of an aesthetic subject to the protocol of the executive power. As conclusions, we highlight that the social democratic story presents similarities with populism, the elaboration of an abstract rival, and differences, the institutional vocation instead of personalism and the reformist approach instead of the rupturist perspective.
Keywords: Latin American social democracy; Michelle Bachelet; political account; plot; dichotomous script; symbolic repertoire; presidential ethos; verbal tense.
América Latina comenzó el siglo xxi con un giro ideológico hacia la izquierda. Diversos Gobiernos de orientación progresista
asumieron el poder a fines de los años noventa y durante las dos primeras décadas
del nuevo milenio en Bolivia, Venezuela, Ecuador, Uruguay, Chile, Brasil, Nicaragua
y Argentina. Dicho movimiento fue denominado como «nueva izquierda latinoamericana»
(Cleary, M. (2006). A «Left Turn» in Latin America? Explaining the Left’s Resurgence.
Journal of Democracy, 17 (4), 35-49. Disponible en:
Mediante estudios referidos a las geometrías de las fuerzas, al sistema de partidos,
al modelo económico, al recorrido histórico y al estilo de liderazgo surgió una biblioteca
que desagregó a la nueva izquierda latinoamericana en dos familias. La taxonomía varía
según las variables comparadas: populismo y socialdemocracia (Lanzaro, J. (2007). Gobiernos de izquierda en América Latina: entre el popuismo y
la social democracia. En J. Lanzaro y E. Hillebrand. La izquierda en América Latina y Europa: nuevos procesos, nuevos dilemas (pp. 13-32). Montevideo: Fundación Friedrich Ebert Stiftung. Lanzaro, 2007, Lanzaro, J. (2008). La socialdemocracia criolla. Revista Nueva Sociedad, 217, 40-58. 2008, Lanzaro, J. (2014). Social democracias tardías. Europa Meridional y América Latina. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. 2014; Sandbrook, R. (2014). La izquierda democrática en el Sur del mundo. Revista Nueva Sociedad, 250, 42-57.Sandbrook, 2014; Panizza, F. (2008). La marea rosa. En M. Alcántara Sáez y F. García Diez. Elecciones y política en América Latina (pp. 19-40). México D. F.: Instituto Electoral del Estado de México.Panizza, 2008; Cleary, M. (2006). A «Left Turn» in Latin America? Explaining the Left’s Resurgence.
Journal of Democracy, 17 (4), 35-49. Disponible en:
Jorge Lanzaro (Lanzaro, J. (2014). Social democracias tardías. Europa Meridional y América Latina. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. 2014) ha definido a los Gobiernos de tipo socialdemócrata —tanto de Europa meridional y América Latina— como aquellos que están constituidos por fuerzas de izquierda institucionalizadas, con linaje socialista, anclaje en los sindicatos, planteamientos reformistas y una visión republicana-liberal en la disputa por el poder. En el caso chileno que analizaremos aquí, es imperioso aclarar que la cultura institucional imperante en el país es clave para comprender por qué la disputa política se dirimió desde el regreso a la democracia dentro del sistema de partidos, respetando los cauces legales y los distintos resultados electorales. Dicho de otra manera, este institucionalismo no es exclusivo de las fuerzas de centroizquierda, sino que es una propiedad del sistema de partidos chileno. Dicho consenso, que anidaba tanto en las élites políticas como en gran parte de la sociedad y que actuaba bajo el marco reglamentario brindado por la Constitución de 1980 del dictador Augusto Pinochet, recién comenzó a resquebrajarse con las masivas protestas de noviembre de 2019.
Por su lado, el populismo puede ser entendido como un movimiento que se origina en
un contexto de crisis de representación, cuando el sistema es incapaz de procesar
las demandas ciudadanas, es precedido por un líder carismático que conforma una fuerza
heterogénea, laxa e inorgánica, despliega una economía proteccionista y desafía con
un discurso disruptivo a los sectores que, supuestamente, defienden el statu quo (Laclau, E. (2005). La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Laclau, 2005, Laclau, E. (2006). La deriva populista y la centroizquierda latinoamericana. Revista Nueva Sociedad, 205, 56-61. 2006; Schamis, H. (2006). Populism, Socialism, and Democratic Institutions. Journal of Democracy, 17, 4, 20-34. Disponible en:
Justamente, en torno a esta última variable, la comunicacional, ha surgido un gran
interés académico por la narrativa populista. Autores como Laclau (Laclau, E. (2005). La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 2005), De la Torre (De la Torre, C. (2008). Populismo, ciudadanía y estado de derecho. En C. de la Torre
y E. Peruzzoti (eds.). El retorno del pueblo, populismo y nuevas democracias en América Latina (pp. 23-55). Quito: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.2008), Javier del Rey Morató (Del Rey Morató, J. (2007). Comunicación política, internet y campañas electorales. Madrid: Tecnos. 2007), Panizza (Panizza, F. (2008). La marea rosa. En M. Alcántara Sáez y F. García Diez. Elecciones y política en América Latina (pp. 19-40). México D. F.: Instituto Electoral del Estado de México.2008, Panizza, F. (2009). El populismo como espejo de la democracia. En F. Panizza (ed.).
El populismo como espejo de la democracia (pp. 9-51). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 2009), Amado (Amado, A. (2016). Política pop. De líderes populistas a telepresidentes. Buenos Aires: Ariel. 2016), Arditti (Arditti, B. (2010). La política en los bordes del liberalismo. Diferencia, populismo, revolución, emancipación.
México D. F.: Editorial Gedisa.2010), Gómez (Gómez, E. (2009). Populismos latinoamericanos y comunicación. Una nueva mirada a las interacciones de
la política popular desde el caso chileno [tesis doctoral]. Universidad Autónoma de Barcelona. Disponible en:
En cambio, sobre el relato político de la socialdemocracia no abundan los estudios. Los escasos trabajos que se han realizado apuntan a variables aisladas, donde la lente se coloca sobre la construcción del ethos presidencial (Montero, S. (2015). El joven militante y el viejo sabio. Relatos sobre el pasado reciente y ethos discursivo en Néstor Kirchner (Argentina, 2003-2007) y José Mujica (Uruguay, 2010-2015). Revista Uruguaya de Ciencia Política, 24, 121-137.Montero, 2015), el diseño estratégico del personaje (storytelling) (Ponce, M. (2018). Pepe es el mensaje, Mújica la estrategia. Montevideo: Editorial Biblos. Ponce, 2018), los eslóganes (López-Hérmida Russo, A. (2016). El espejismo de los eslóganes: mitos que se resquebrajan. En M. Riorda y O. Rincón. Comunicación gubernamental en acción. Narrativas presidenciales y mitos de gobierno (pp. 157-173). Buenos Aires: Editorial Biblos. López y Hermida Russo, 2016) o la comunicación gubernamental (Ponce, M. y Rincón, O. (2018). Medios de lucha. Comunicación de gobierno en América Latina. Montevideo: Ediciones B. Ponce y Rincón, 2018). Hasta el momento, ninguna publicación académica ha realizado un estudio integral y sistemático sobre el relato político de los presidentes socialdemócratas en Latinoamérica durante el siglo xxi.
Teniendo en cuenta la escasez de estudios al respecto, el objetivo principal de este artículo es explorar el relato político de la socialdemocracia latinoamericana. A través de un estudio de caso, la segunda presidencia de Michelle Bachelet (2014-2018), y siendo conscientes de las limitaciones de alcance de este método, que es orientativo y preliminar, se intentará lograr una aproximación a la narrativa gubernamental que implementan estos líderes para proyectar su gestión. Para cumplir este propósito, los objetivos específicos son los siguientes: a) elaborar una conceptualización del relato político, b) identificar sus funciones y piezas comunicacionales, y, por último, c) analizar el caso citado.
Siguiendo el orden de los objetivos específicos, el trabajo estará estructurado del siguiente modo. Para empezar, se elaborará un marco teórico donde se definirá al relato político, se delimitarán sus funciones y se determinarán las variables que lo componen: trama, guion dicotómico, tiempo verbal, ethos presidencial y repertorio simbólico. Luego, con una breve introducción metodológica, se examinará el objeto de estudio, el segundo mandato de Michelle Bachelet (2014-2018). Para finalizar, ofreceremos algunas reflexiones finales e interrogantes abiertos de cara a futuras investigaciones.
Los relatos responden a cuestiones esenciales para nuestra existencia como la identidad, el sentido de la vida, el tiempo, la verdad o los afectos. Por eso, para generar un sentido colectivo es clave compartir un relato. Una de las principales preocupaciones en los Estados modernos fue, precisamente, la conformación de un pasado glorioso que cohesione socialmente. El objetivo es contar con un depósito de significado que acorte las diferencias —económicas, ideológicas, religiosas, raciales, etc.—, amalgame a la ciudadanía y (re)genere el concepto de nación (Selbin, E. (2012). El poder del relato. Revolución, rebelión, resistencia. Buenos Aires: Interzona.Selbin, 2012). Desde la infancia se le enseña en las instituciones educativas o en la familia a los niños quiénes son los fundadores, los símbolos patrios o las fechas conmemorativas que marcaron el nacimiento del país. Esa memoria garantiza una experiencia en común, pero también un presente y un futuro compartidos.
Para definir al relato político existen diferentes enfoques: funcional (la utilidad
del relato), donde se encuentran Gil Calvo (Gil Calvo, E. (2018). Comunicación política: caja de herramientas. Madrid: Catarata. 2018), Edelman (Edelman, M. (1991). La construcción del espectáculo político. Buenos Aires: Ediciones Manantial.1991), Poletta (Poletta, F. (2006). It Was Like a Fever: Storytelling in Protest and Politics. Chicago: University of Chicago Press. Disponible en:
Dos autores que han trabajado en profundidad y de manera integral este campo son Virginia
Beaudoux y Orlando D’Adamo (D’Adamo, O. y García Beaudoux, V. (2013). Storytelling y comunicación política: el
valor de un relato bien contado. En I. Crespo y J. Del Rey (eds.). Comunicación política y campañas electorales en América Latina (pp. 55-68). Buenos Aires: Editorial Biblos. 2013, D’Adamo, O. y García Beaudoux, V. (2016a). Campaña negativa. Análisis de los spots
televisivos de siete elecciones presidenciales argentinas (1983-2011). En J. del Rey
Morató, A. Campillo y Y. Guan (eds.). Campañas electorales en América Latina, España y Portugal (pp. 35-45). Madrid: Fragua.2016a, D’Adamo, O. y García Beaudoux, V. (2016b). Comunicación política: narración de historias,
construcción de relatos políticos y persuasión. Comunicación y Hombre, 12, 33-36. Disponible en:
Entre las principales funciones que exhibe el relato político podemos mencionar las
siguientes: dinamizar voluntades a través de emociones, épicas, motivos y valores
(Heath, C. y Heath, D. (2007). Made to stick why some ideas survive and others die. New York: Random House. Heath y Heath, 2007); simplificar la información (Kahneman, D. (2011). Life as a Stroy. Thinking, fast and slow. New York: Digital Farrar, Straus and Giroux. Kahneman, 2011); reducir la incertidumbre (D’Adamo, O. y García Beaudoux, V. (2016c). Doce ingredientes para la construcción
de un regato de gobierno. En E. Richard y A. González (eds.). Manual de comunicación de gobierno (pp. 195-210). Bogotá: Universidad Externado de Colombia. Disponible en:
Para operativizar el análisis del relato político, lo desagregaremos en cinco variables: trama, guion dicotómico, tiempo verbal, repertorio simbólico y ethos presidencial. A través de estas propiedades podremos obtener una visión integral del relato político de Michelle Bachelet (2014-2018). La trama es la temática que conectará al relato. Esta propiedad es importante porque ensambla los diferentes acontecimientos, personajes, simbologías, escenografías, tiempos verbales y diálogos que circulan en el relato político y los convierte en un significado congruente, sólido y claro (Truby J. (2010). The Anatomy of story: 22 steps to becoming a master storyteller. New York: Farrar Straus and Giroux.Truby, 2010). La trama define la identidad del Gobierno. Asimismo, proyecta la relación estratégica con el resto de los actores económicos, mediáticos, sociales y políticos. En resumen, es la línea argumental de la gestión.
Para que la trama atrape debe existir un conflicto simbólico, ideológico, normativo
o material. Sin un problema que resolver no hay tensión narrativa. La ciudadanía ingresa
en zonas de relajación emocional, seguridad y descansos; pierde la atención, el interés,
el involucramiento. El campo comunicacional tiene que contar con una contienda entre
el protagonista de la historia («el presidente») y el adversario («la oposición»,
«la derecha», «la inmigración» o «la oligarquía») que mantenga en vilo a la opinión
pública (D’Adamo, O. y García Beaudoux, V. (2016b). Comunicación política: narración de historias,
construcción de relatos políticos y persuasión. Comunicación y Hombre, 12, 33-36. Disponible en:
La tercera variable es el tiempo verbal. El relato político dispone de una estructura temporal, un hilo cronológico que recorre el pasado, el presente y el futuro. Cuando el tiempo verbal es sólido, la causalidad es lógica. Para analizar esta dimensión se retomarán las dos categorías metahistóricas que acuñó Koselleck (Koselleck, R. (1993). Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Buenos Aires: Ediciones Paidós. 1993) para organizar el tiempo: «espacio de experiencia», como aquellos acontecimientos del pasado que son incorporados —consciente o inconscientemente— para moldear el presente; y «horizonte de expectativa», como aquellas esperanzas, deseos, aspiraciones o temores que son utilizados para forjar la actualidad. Ambas etiquetas temporales, como indica el historiador alemán, tienen un pie en el presente y otro en el pasado o en el futuro. De esta manera, podremos detectar si el relato político se construye retrospectiva o prospectivamente. Por ejemplo, si la trama que se establece es sobre la modernización, la innovación y la inserción al mundo, como lo hizo Mauricio Macri en Argentina entre 2015 y 2019, el relato político estará definido por un horizonte de expectativas. Pero si la línea argumental versa en torno a los crímenes de lesa humanidad cometidos en la última dictadura militar en Argentina (1976-1983), como planteó el presidente argentino Néstor Kirchner entre 2003 y 2007, el espacio de experiencia determinará el tiempo verbal del relato político.
En un contexto marcado por la desafección política, el escepticismo y la personalización, el ethos presidencial es imprescindible para diseñar un relato político. En esta variable de análisis nos ocupamos de la biografía del líder de la gestión. La investigadora Soledad Montero, recuperando a Aristóteles, entiende al ethos «como la imagen que el orador construye de sí mismo en su discurso» (Montero, S. (2015). El joven militante y el viejo sabio. Relatos sobre el pasado reciente y ethos discursivo en Néstor Kirchner (Argentina, 2003-2007) y José Mujica (Uruguay, 2010-2015). Revista Uruguaya de Ciencia Política, 24, 121-137.2015: 121). En este caso, se analizará cómo se presenta ante la sociedad la persona que decide el rumbo del Gobierno. Ingresan en esta esfera tanto los atributos personales como los ideológicos. La familia, la infancia, la profesión, la trayectoria partidaria, los hobbies: todos estos rasgos propios que emplea el jefe del ejecutivo para empatizar y establecer un vínculo de confianza con la ciudadanía.
Como sostiene Yorke (Yorke, J. (2014). Into the woods. A five-Act Journey into Story. New York: Penguin Random House. 2014), las historias cuentan con un actor central, no varios. La ciudadanía se focaliza principalmente en ese personaje: el alcalde, el gobernador o el presidente. Tanto los críticos como los seguidores concentran su atención en este actor que condensa el relato político. En este sentido, autores como Durán Barba (Durán Barba, J. (2006). Mujer, sexualidad, internet y política. Los nuevos electores latinoamericanos. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.2006) y Peytibi (Peytibi, X. (2019). Las campañas conectadas. Barcelona: Universitat Oberta de Catalunya.2019) recomiendan que, para conservar la credibilidad, el político debe mostrarse como una persona normal. Exhibirse como un «ciudadano más» le permitirá generar una sensación de cercanía con sus representados. En sentido opuesto, exponerse como un líder extraordinario le aportará autoridad para afrontar momentos excepcionales como una guerra, una catástrofe natural o una crisis económica. Para lograr un relato político coherente es importante que el ethos presidencial cuadre con la trama. La imagen presidencial debe estar en sintonía con el significado estructural que ordena a la gestión. Omar Rincón (2017) asegura que la verosimilitud del relato está supeditada a los rasgos personales del gobernante. Si ambas narrativas (personal y gubernamental) se fusionan virtuosamente, la imagen del jefe del Ejecutivo ganará credibilidad y el relato político incrementará su legitimidad.
El repertorio simbólico es la quinta variable. Un relato político eficaz es, ante
todo, una galería de imágenes. Cuando penetra en el tejido social, la historia gubernamental
se transforma en un conjunto de fotos representativas. Dichos retratos mentales están
constituidos por logos, monumentos, banderas, músicas, efemérides, gigantografías,
nombres de calles, escenarios, vestimentas y protocolos. Los símbolos son trascendentales
porque simplifican significados complejos, activan las emociones y refuerzan la identidad
grupal (Edelman, M. (1991). La construcción del espectáculo político. Buenos Aires: Ediciones Manantial.Edelman, 1991; D’Adamo, O. y García Beaudoux, V. (2016b). Comunicación política: narración de historias,
construcción de relatos políticos y persuasión. Comunicación y Hombre, 12, 33-36. Disponible en:
El simbolismo en política sigue siendo importante y fundamental, por lo que los buenos políticos tienen que usar el poder simbólico de los espacios públicos, que tienen su poder, igual que tienen que aprovechar que se visibilice la bandera detrás o determinados objetos. No es casual que los candidatos de izquierdas empiecen su campaña en el Mercado de Abastos y los de derechas en las Cámaras de Comercio. Es el poder simbólico de los espacios públicos (Vázquez Sande, P. (2016). Storytelling de los candidatos. Escenarios de los relatos. En J. del Rey Morató, A. Campillo y Y. Guan (eds.). Campañas electorales en América Latina, España y Portugal (pp. 17-33). Madrid: Fragua.2016: 33).
En un contexto comunicacional determinado por la economía de la atención, la aceleración de la información, la proliferación de plataformas audiovisuales y la estetización de la vida política, los símbolos como sintetizadores comunicacionales cobran aún mayor relevancia. A través de ellos comprimimos vastos significados. Son atajos cognitivos que nos permiten tener una percepción veloz de la realidad. Mediante una imagen accedemos a un campo profundo de interpretaciones, subjetividades y valoraciones.
En síntesis, como muestra el gráfico 1, para llegar a la constitución del relato político se deberán responder los cinco interrogantes que representan las variables. La trama deberá revelar la identidad que direcciona al resto de los elementos; el guion dicotómico deberá determinar el contradictor principal; el tiempo verbal establecerá si es una narrativa retrospectiva o prospectiva; el ethos presidencial deberá demostrar la identidad del líder, y el repertorio simbólico deberá exponer la estética que resume el proyecto.
Al tratarse de un estudio que busca explorar el relato político de la socialdemocracia latinoamericana, el enfoque escogido será el cualitativo. Como asevera el investigador Martínez Carazo (Martínez Carazo, P. (2006). El método de estudio de caso. Pensamiento y gestión. Universidad del Norte Barranquilla, 20, 165-193.2006), la metodología cualitativa es idónea para las etapas heurística y de descubrimiento; en cambio, para los trabajos con fines justificativos o de confirmación es recomendable la metodología cuantitativa. En este sentido, el enfoque cualitativo es apropiado para desarrollar un trabajo inductivo como el presente, donde produciremos categorías e intelecciones a partir del corpus empírico y no a la inversa (Álvarez Gayou, J. (2003). Cómo hacer una investigación cualitativa. Fundamentos y metodología. México D. F.: Paidós Educador. Alvarez Gayou, 2003). Además de contar con flexibilidad, coherencia y profundidad (Maxwell, J. (2012). Qualitative Research Design: An Interactive Approach. Los Angeles: Sage.Maxwell, 2012), el análisis cualitativo ostenta un cúmulo de técnicas para la confección y procesamiento de información: la observación participante, las entrevistas en profundidad, la observación directa y los grupos de discusión. Sánchez de Dios (Sánchez de Dios, M. (2012). Política comparada. Madrid: Síntesis.2012) explica que esta diversidad instrumental tiene una doble finalidad: comprender la praxis de los actores y, al mismo tiempo, brindarles un marco contextual. De esta manera, Sánchez de Dios argumenta que «se trata de conocer las experiencias subjetivas de la gente y los significados que ellos atribuyen a tales experiencias» (ibid.: 50).
El método que utilizaremos será el estudio de caso único porque facilita el tratamiento en profundidad del fenómeno escogido. Si bien Yin (Yin, R. K. (2009). Case Study Research. Design and Methods. Los Angeles: Sage.2009) y Martínez Carazo (Martínez Carazo, P. (2006). El método de estudio de caso. Pensamiento y gestión. Universidad del Norte Barranquilla, 20, 165-193.2016) sostienen que este instrumento de investigación permite alcanzar una generalización analítica, somos conscientes de que los hallazgos de este estudio significarán solo una aproximación al relato político de la socialdemocracia latinoamericana en el siglo xxi. Teniendo en cuenta dichas limitaciones metodológicas y la literatura que desagrega en dos campos a la nueva izquierda latinoamericana, en nuestro trabajo usaremos la segunda presidencia Michelle Bachelet como el caso característico de la corriente socialdemócrata. Sánchez de Dios (Sánchez de Dios, M. (2012). Política comparada. Madrid: Síntesis.2012) arguye que el estudio de caso puede ser descriptivo, explicativo, interpretativo o evaluativo. Aquí priorizaremos la función descriptiva para especificar el relato político de Bachelet, y la función interpretiva para vislumbrar y comprender los significados que produce la presidenta.
La técnica que aplicaremos será el análisis del discurso, que como expone Schiffrin (Schiffrin, D. (1994). Approaches to Discourse. Oxford: Blackwell. 1994), sirve para decodificar el lenguaje en un contexto determinado. Es una herramienta conveniente para analizar la producción y reproducción de sentido (O´ Sullivan, T., Hartley, J., Saunders, D., Montgomery, M. y Fiske, J. (1995). Conceptos clave en comunicación y estudios culturales. Buenos Aires: Amorrortu Editores. Tim O´Sullivan et al., 1995). El análisis del discurso intenta poner al descubierto el significado que habita en todo acto de conversación o argumentación. Al respecto, el lingüista y semiólogo Eliseo Verón destaca: «Estudiar la producción discursiva asociada a un campo determinado de relaciones sociales es describir los mecanismos significantes sin cuya identificación la conceptualización de la acción social y, sobre todo, la determinación de la especificidad de los procesos estudiados son imposibles» (Verón, E. y Sigal, S. (2003). Perón o muerte. Los fundamentos discursivos del fenómeno peronista. Buenos Aires: Eudeba.Verón y Sigal, 2003: 15).
Para la conformación del corpus empírico se recogieron cien piezas discursivas de Michelle Bachelet. Además, para reforzar dicha muestra se incorporaron otras fuentes políticas de la fuerza oficialista. A su vez, para tener un corpus completo y diverso se abordaron distintos registros: entrevistas, conferencias de prensa, comunicados oficiales, Cadenas Nacionales, discursos en instituciones estatales, discursos para la militancia y exposiciones en otros sectores de la sociedad (sindicatos, ONG, empresas, fundaciones, etc.). De la totalidad de discursos indagados aquí se presentarán aquellos que establecieron un patrón conceptual en cada una de las cinco variables constituyentes del relato político. El marco temporal seleccionado fueron los cuatro años (2014-2018) que duró la presidencia de Bachelet.
Asimismo, destacar que se escogió el segundo mandato de Bachelet por tres razones: en primer lugar, porque se configuró una coalición de gobierno inédita desde el regreso a la democracia, La Nueva Mayoría, que se destacó por la incorporación del Partido Comunista, hecho que no sucedía desde la gestión de Salvador Allende (1970-1973) y podía significar una ruptura o una alteración en el plano discursivo respecto a las Administraciones previas de la Concertación; en segundo lugar, para examinar si las demandas educativas que expuso en las calles el movimiento estudiantil chileno en el 2011 eran incorporadas a la trama del relato socialdemócrata; y en tercer lugar, para observar cómo impactaron en el ethos presidencial la experiencia de Michelle Bachelet como directora ejecutiva de ONU Mujeres (2010-2013) y la notoriedad que ganó a nivel mundial gracias a dicho cargo.
Finalmente, es imperioso indicar en qué nivel discursivo se concentrará este trabajo. Verón y Sigal (Verón, E. y Sigal, S. (2003). Perón o muerte. Los fundamentos discursivos del fenómeno peronista. Buenos Aires: Eudeba.2003) distinguen dos corrientes de investigación y análisis: el reconocimiento y la producción. La primera escuela condensa los efectos, impactos y huellas sociales del discurso; la segunda dirige sus esfuerzos hacia el origen, la configuración y las condiciones de creación del discurso. Como señala el objetivo general ‒dilucidar el relato político de la socialdemocracia latinoamericana en el siglo xxi‒, el presente artículo estará abocado a esta última línea de indagación.
Para comenzar el estudio de caso, se examinará la trama que estructuró el relato político de Michelle Bachelet. Ya en su discurso de toma de posesión, la presidenta marcó la temática rectora de su gestión:
¡Es hora de iniciar juntos ese camino hacia una nación desarrollada y justa, moderna y tolerante, próspera e inclusiva que todos nos merecemos! Creemos que puede haber un Chile diferente y mucho más justo. Quiero que el día que vuelva a dejar esta casa, ustedes sientan que su vida ha cambiado para mejor. Que Chile no es solo un listado de indicadores o estadísticas, sino una mejor patria para vivir, una mejor sociedad para toda su gente (11-3-2014).
Como evidencia este fragmento discursivo, el objetivo de este segundo mandato será la inclusión social, entendida en el sentido de Giddens (Giddens, A. (1998). La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia. Buenos Aires: Taurus. 1998) como la ampliación de ciudadanía, la efectivización de los derechos civiles y políticos, la apertura de oportunidades y la integración al espacio público de todos los miembros de una sociedad. Más allá de la estabilidad económica que logró Chile desde el regreso a la democracia, Bachelet considera que es tiempo de cambiar el enfoque cuantitativo (macroeconomía) por un enfoque cualitativo (calidad de vida de la sociedad). En estos últimos 24 años el país logró establecer las bases de su economía, ahora —según ella— es el momento de que una mayor parte de la sociedad participe de la riqueza generada. Subyace a este texto también un cambio de visión. La razón tecnocrática, que priorizaba el orden de las variables económicas (equilibrio fiscal, inflación de un solo dígito y crecimiento sostenido), es reemplazada por una lógica humanista que hace hincapié en el bienestar del ciudadano. Esta interpretación representa un nuevo eslabón en la cadena de Gobiernos de la coalición de centroizquierda[1] que integra ella. Así lo desmenuzó en un congreso de la Organización Demócrata Cristiana de América:
Con Patricio Aylwin consolidamos la democracia, con Eduardo Frei emprendimos grandes modernizaciones, con Ricardo Lagos se afianzaron reformas estructurales, en mi anterior Gobierno establecimos una red de protección social y ahora afrontamos la construcción de otra etapa para hacer de Chile un país más equitativo, contando con la participación activa de la ciudadanía. Pero a lo largo de todo este camino se reconoce una misma ruta sostenida de democracia profundizada, de crecimiento con equidad, de desarrollo inclusivo y diversidad promovida y ampliada (26-5-2016).
El enunciado de Bachelet expone el significado de su segunda gestión en la cronológía de Gobiernos progresistas. Después de garantizar la democracia como sistema político y establecer los pilares del engranaje productivo, llega la etapa de la inclusión y la equidad. El metamensaje es la alteración del consenso económico que habían pactado las elites empresariales y la dirigencia política desde la década del setenta, con la dictadura de Augusto Pinochet. Un acuerdo que, en sintonía con el modelo neoliberal implantado en el Reino Unido por Margaret Tacher y en Estados Unidos por Ronald Reagan, sostenía que el mercado debía ser el principal asignador de recursos. Seguridad jurídica, privatización de servicios básicos, crecimiento económico y fronteras abiertas en cuestión de intercambio comercial fueron las principales reglas.
Frente a este imperativo, Bachelet presenta su segundo mandato como un corte histórico que se distingue de las anteriores experiencias por su carácter redistributivo en materia económica. Dicho propósito reformista, que busca corregir las asimetrías que genera el sistema capitalista, es característico de una gestión socialdemócrata. Para mitigar discursivamente esta modificación en el modelo económico ofrece un proceso evolutivo de plots: la trama de la democracia, con Aywlin entre 1990-1994; la trama de la modernización, con Frei entre 1994-2000; la trama del reformismo, con Lagos entre 2000-2006; la trama de la protección, con Bachelet entre 2006-2010, y, por último, la trama de la inclusión, con Bachelet entre 2014-2018[2]. Es una serie de tramas in crescendo que le imprime una justificación histórica a la transformación que aspira a lograr. Hay una continuidad, no una dislocación ideológica.
A su vez, la trama de la inclusión está compuesta por tres subtramas: las reformas educativa e impositiva y la creación de una nueva constitución. Son los tres pilares de la agenda progresista que propone Bachelet. Estas transformaciones, que representan un cambio considerable en la vida del país, sin embargo son presentadas con un tono gradualista:
Por supuesto, sabemos que aunque compartimos ciertos propósitos que quedaron plasmados en nuestro programa de gobierno, existen y seguirán existiendo distintas opiniones, por ejemplo, en torno a la velocidad de los cambios, pero como Gobierno siempre haremos una defensa férrea de una mayor participación de los trabajadores en la toma de decisiones que nos afectan a todos y todas. Porque el único camino que vale para, Chile es el camino de la inclusión y de la participación, más allá de las legítimas diferencias y matices (14-7-2014).
Como expone en este extracto, en el que hay un destinatario nítido, los trabajadores,
Bachelet deja entrever que el proceso será paulatino. A diferencia del populismo,
donde la palabra del líder ostenta un poder performativo (tiene efectos directos sobre
la realidad sin mediaciones, reglamentaciones ni negociaciones con la oposición),
Bachelet considera los consensos y disensos que deberá atravesar para materializar
las reformas. Acepta que la democracia representativa liberal imperante en Chile es
más lenta que la democracia delegativa (O’ Donnell, G. (1994). Delegative democracy? Journal of Democracy, 5 (1), 55-69. Disponible en:
Desde el inicio de su gestión y de acuerdo con la trama de la inclusión, Bachelet articuló un guion dicotómico en el que se enfrentaba a una adversaria genérica: la desigualdad. A continuación, un ejemplo concreto:
Cada uno de nosotros puede hacer la diferencia entre excluir e incluir, entre dialogar e imponer, entre creer y desconfiar, entre sumarse y restarse. Solo juntos podemos reconstruir la confianza en la participación y en las instituciones. Solo juntos podemos dar poder a lo local, dar voz a las diferentes necesidades de nuestra gente, dignificar el trabajo y la democracia. ¡Chile tiene un solo gran adversario, y eso se llama desigualdad! Y sólo juntos podremos enfrentarla (11-3-2014).
Anthony Giddens, que en su «tercera vía» intentó aportar a la socialdemocracia un nuevo marco teórico y práctico, sostiene que «la nueva política define igualdad como inclusión y la desigualdad como exclusión» (Giddens, A. (1998). La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia. Buenos Aires: Taurus. 1998: 123). Esta interpretación es pertinente para comprender a Bachelet, cuando se refiere a la desigualdad como antagonista. Asimismo, la mandataria se autoexcluye de la competencia agonal, y en su lugar coloca a Chile. La desigualdad es la enemiga del país, no de la gestión que preside ella. El guion dicotómico que presenta tiene dos actores: la nación y la desigualdad. De esta manera, pasa de un colectivo de identificación restringido («nosotros, la socialdemocracia» o «nosotros, el Gobierno») a un colectivo de identificación amplio («nosotros, los chilenos») (Arfuch, L. (1987). Dos variantes del juego de la política en el discurso electoral de 1983. En E. Verón. El discurso político. Lenguajes y acontecimientos (pp. 27-51). Buenos Aires: Hachette. Arfuch, 1987). Esta operación discursiva intenta desactivar el clivaje izquierda-derecha que ordena el sistema de partidos chileno desde el retorno de la democracia. La presidenta recurre a lo que Arfuch (Arfuch, L. (1987). Dos variantes del juego de la política en el discurso electoral de 1983. En E. Verón. El discurso político. Lenguajes y acontecimientos (pp. 27-51). Buenos Aires: Hachette. 1987) llama «instancia unificadora»: prescindir de las fronteras ideológicas para aumentar el alcance persuasivo. En términos de Eliseo Verón (Verón, E. (1987). La palabra adversativa. En E. Verón (ed.). El discurso político. Lenguajes y acontecimientos (pp. 11-24). Buenos Aires: Hachette. 1987), relega al prodestinatario, receptor que comparte el mismo ideario, en pro del paradestinatario, receptor que se mantiene fuera de la lucha ideológica. Así, pretende instaurar un «nosotros» equivalente al de la nación chilena.
Como el populismo, Bachelet también escoge a adversarios genéricos. Mientras la mandataria se enfrenta a la desigualdad, los líderes populistas pelean contra «la oligarquía», «el imperialismo», «los capitales financieros» o «los poderes mediáticos». La diferencia radica en que la operación discursiva populista se completa con una asociación con personajes públicos: Juan Guaidó es el embajador del imperialismo, Mauricio Macri es la oligarquía, Jaime Nabot es el candidato de los medios hegemónicos y Noel Vidaurre el defensor del capital financiero. En cambio, Bachelet no realiza esa relación metonímica. La desigualdad y la corrupción son adversarios genéricos sin anclaje partidario o de otro tipo. Sebastián Piñera o Joaquín Lavín, dos de sus principales competidores políticos, no son relacionados con la desigualdad. Este tipo de operaciones discursivas manifiestan una interpretación institucional de enfrentamiento por el poder. El conflicto se circunscribe al sistema de partidos: disputa parlamentaria, elecciones competitivas, declaraciones en la prensa o contrapuntos en las redes sociales. Pero esta impronta institucional hay que contextualizarla, ya que como se especificó al principio de este trabajo, es propia de la mayoría de los partidos políticos chilenos, no únicamente de los sectores progresistas. Como sostienen Hojman y Pérez (Hojman, D. E. y Pérez, G. (2005). Cultura nacional y cultura organizacional en tiempos de cambio: la experiencia chilena. Revista Latinoamericana de Administración, 35, 87-105. 2005), esto se debe a que en Chile la sociedad y sus representantes lograron consolidar a lo largo de la historia un estado de compromiso respecto al orden, a las reglas y a las instituciones vigentes. Marco Antonio Nuñez, miembro del oficialista Partido por la Democracia (PPD) y presidente de la Cámara de Diputados, y Alberto Arenas, ministro de Hacienda, son dos ejemplos claros en la implementación de este tipo de narrativa contra la desigualdad:
La sociedad chilena demanda hoy que el diputado-persona y el diputado-gente profundicen su diálogo para la conformación de un Estado que continúe la senda del crecimiento y el desarrollo, pero, al mismo tiempo, para impedir que se cometan abusos que profundicen la desigualdad social. ¿Y por qué hoy? Porque hoy Chile es uno de los países más desiguales del mundo. Y esta fractura social es ética y políticamente inaceptable (18-03-2015).
Hicimos esta reforma tributaria para cumplir los compromisos del programa de la presidenta Michelle Bachelet, que fue construido en torno a una gran idea fuerza, que fue construir y enfrentar la desigualdad en todas las dimensiones y sentar las bases para un crecimiento inclusivo (15-01-2015).
Tanto en política exterior como en cuestiones internas, Bachelet antepuso la negociación al conflicto. Sucedió con el litigio frente a Bolivia por la salida al mar en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, la crisis política en Venezuela, las reformas educativa y fiscal, el proceso constituyente y la despenalización del aborto. En todos estos temas, la mandataria buscó consensos mediante el diálogo, una diferencia considerable con la matriz populista, que subraya el antagonismo radical como método de construcción política. En el primer caso hay una reconocimiento del contradestinatario; en el segundo hay una anulación del contradestinatario. Pero en el caso de los conflictos internos, las negociaciones no eran abiertas, sino con límites. Si bien existe una aceptación de los opositores como interlocutores válidos, el diálogo funciona como un texto clausurado, no abierto (Eco, H. (1981). The role of leaders. London: Hutchinson. Eco, 1981). Son intercambios con fronteras precisas, que responden a los intereses del plan del Gobierno. Las reformas fiscal y educativa recibieron solo modificaciones parciales por parte de la oposición, no alteraron sus esencias: ampliar el acceso a la educación y lograr un régimen impositivo más progresivo. El encuadre continuó siendo el propuesto por la gestión de Bachelet.
Esta capacidad de encuadrar la agenda pública por parte de Bachelet se resintió temporalmente con el caso Caval. Después de ser denunciado su hijo, Sebastián Dávalos, por tráfico de influencias, Bachelet tuvo que incorporar otra adversaria genérica a su narrativa: la corrupción. La agenda de probidad y transparencia, propuesta por los partidos opositores y los principales medios de comunicación, pasó a formar parte del relato político de Bachelet. Como aseveró en su quinta Cadena Nacional: para lograr un Chile más inclusivo, antes se debe transparentar el manejo de los fondos públicos. De esta manera, se produjo una superposición de adversarios. Dicho giro discursivo favoreció a la oposición porque introdujo una demanda propia en la agenda oficial y logró que la atención social se concentrara sobre ella. A la vez, el caso Caval deterioró al relato político del Gobierno en dos sentidos: en primer lugar porque la lucha contra la desigualdad perdió intensidad y, por un cierto período de tiempo, centralidad; y en segundo término, minó la credibilidad de la presidenta, que hasta entonces no había estado involucrada —ni directa e indirectamente— en ningún hecho de corrupción. En términos discursivos, y especialmente durante el primer semestre de 2015, Bachelet pasó de una lógica proactiva (generar debate público en torno a una temática en particular) a una dinámica reactiva (responder al debate público producido por un tercero).
En relación al tiempo verbal del relato político, Bachelet prioriza el presente y el futuro. Mediante la reforma educativa que pretende realizar, activa lo que Koselleck (Koselleck, R. (1993). Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Buenos Aires: Ediciones Paidós. 1993) denomina como «horizonte de expectativa». Observemos dos ejemplos concretos:
Yo creo que los desafíos que enfrentamos no admiten demora, y atacar las enormes desigualdades que dañan a la democracia y afectan todo nuestro desarrollo requiere de soluciones creativas e innovadoras. Tenemos que construir la prosperidad en las próximas dos o tres generaciones, conjurando, a la vez, peligros enormes como el cambio climático. También, como hablábamos en la mañana, el caso de las migraciones, el caso del narcotráfico (27-01-2016).
Y no tengo dudas de que gran parte de las respuestas pasan por dar la centralidad que amerita al sistema educativo, como espacio igualitario para encontrar los instrumentos y las competencias para la realización personal, pero asimismo como espacio para crear comunidad, para compartir con la diversidad humana y para definir horizontes comunes. (9-1-2017).
A lo largo de todo su mandato, la mandataria chilena proyecta los beneficios culturales, sociales y económicos que producirá la reforma educativa. Constantemente circula un discurso anclado en expectativas, deseos y horizontes de inclusión. No se refiere al pasado profundo, como lo hace la corriente populista de la nueva izquierda latinoamericana[3]. Solo en fechas conmemorativas o patrias rememora a próceres o recupera sucesos cruciales para el país. Pero en ningún momento realiza analogías entre personajes históricos y su figura. Su narrativa se concentra en el impacto positivo que va a generar la transformación de la educación pública. Adelanta imágenes de un país que avanzó y materializó la trama de la inclusión y venció a la desigualdad. Ese futuro comienza a vislumbrarse con las medidas que está desarrollando su gestión. Como asevera Koselleck: «Es futuro hecho presente» (ibid.: 338). Este lenguaje aspiracional lo combina con un registro más de corte imperativo: «Necesitamos dibujar participativamente el sueño común del Chile del mañana, para que todos quepan en él. Pero necesitamos construir, al mismo tiempo, las condiciones que harán ese futuro posible. ¿Cómo? Con un Estado que crea y garantiza las seguridades que da una sociedad basada en derechos y dignidades comunes. Sin seguridad y confianza, no hay futuro creíble» (13-1-2015).
Para visualizar las modalidades mediante las cuales el enunciador erige su red de
vínculos, Eliseo Verón (Verón, E. (1987). La palabra adversativa. En E. Verón (ed.). El discurso político. Lenguajes y acontecimientos (pp. 11-24). Buenos Aires: Hachette. 1987) trabaja cuatro componentes: el descriptivo (balance de una situación), el didáctico
(saber hacer), el prescriptivo (el orden del deber) y el programático (prometer).
La presidenta chilena usa el segundo componente para explicar cómo va a lograr un
Chile más inclusivo y el tercer componente para instalar su proyecto como un deber
moral. A través de los componentes didáctico y prescriptivo Bachelet intenta instalar
una imagen de liderazgo pedagógico-deontológico: explica sencillo lo que debe hacer
el país para saldar su deuda social. Por lo general, para llevar a cabo esta comunicación
emplea datos fríos —números, fechas, estadísticas, información dura, cantidades, etc.—
y se enfoca más en el costado racional de las personas. El psicólogo Jerome Bruner
(Bruner, J. (1986). Actual minds, possible words. Boston: Harvard University Press. Disponible en:
Bachelet recurre al conocimiento narrativo y al pasado histórico solo para articular el ethos presidencial. El mismo está impregnado de testimonios personales y familiares de la década del setenta. Así lo demostró en diversos actos conmemorativos, como en la presentación de un libro de periodistas que cubrieron el golpe de Estado a Salvador Allende y otro donde, en nombre del Estado de Chile, le pidió perdón a víctimas que sufrieron violaciones a sus derechos humanos a partir del 11 de septiembre de 1973[4].
Permitan, entonces, a esta presidenta de la República, hija de un general de la Fuerza Aérea que estuvo con ustedes en la misma celda, que desde su rol de Gobierno, pero también desde lo más profundo de la historia personal, reconozca lo que ustedes han logrado con una única palabra final: gracias (7-10-2016).
Porque quizá la mayor lección que estos testimonios nos entregan es que aún en los momentos más difíciles y exigidos, es posible rescatar el gesto fraterno, la ayuda desinteresada, la solidaridad espontánea de las personas sometidas a una situación extrema. Todos los que vivimos esos días los conocimos de una u otra manera: la sonrisa de un desconocido, la ayuda inesperada de un familiar lejano, la palabra de aliento susurrada o dicha en voz alta y desafiante (6-9-2017).
En los dos segmentos, Bachelet, a través de su recuerdo íntimo, vehiculiza la tragedia que vivió Chile durante la última dictadura militar. La memoria personal funciona como soporte de la memoria colectiva. Sus hechos traumáticos operan como heurísticos del drama nacional. Es imperioso recordar que, después del golpe de Estado de Augusto Pinochet contra el Gobierno socialista de Salvador Allende, su padre, Alberto Bachelet, fiel al bando derrocado, fue secuestrado y torturado por sus antiguos compañeros de armas. El 13 de marzo de 1974 murió de un infarto en la cárcel. Al año siguiente, Michelle Bachelet y su madre fueron detenidas y también torturadas en el Centro de Detención Villa Grimaldi. Una vez recuperada la libertad, ambas se exiliaron en la República Democrática Alemana de Erich Honecker. Desde el país comunista, Michelle militó por los derechos humanos en el ala más ideologizada del Partido Socialista (PS) de Chile, que conducía Clodomiro Almeyda.
Con esta retórica testimonial (Sarlo, B. (2005). Tiempo pasado: cultura de la memoria y primera persona. Buenos Aires: Siglo XXI.Sarlo, 2005) se superponen dos encuadres: el de presidenta que relata y pide perdón en nombre del Estado y el de víctima que recupera lo vivido. A diferencia del lenguaje racional que se apuntó en el tiempo verbal, aquí prima claramente el lenguaje emocional. Los valores, los sentimientos, las apreciaciones y el storytelling personal (Vázquez Sande, P. (2016). Storytelling de los candidatos. Escenarios de los relatos. En J. del Rey Morató, A. Campillo y Y. Guan (eds.). Campañas electorales en América Latina, España y Portugal (pp. 17-33). Madrid: Fragua.Vázquez Sande, 2016) desplazan a las estadísticas, la lógica y la información dura. Un ejemplo concreto fue cuando, sobre el final del homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado, lloró frente al público y las cámaras de los medios de comunicación. Sin embargo, a pesar de su historia personal, la presidenta chilena mantiene un tono de reconciliación. Recordemos que Bachelet fue ministra de Defensa Nacional entre 2002 y 2004, bajo la presidencia de Ricardo Lagos. Dicho paso por la cartera, que tuvo un alto impacto simbólico, ya que fue la primer funcionaria en ocupar ese puesto después de haber sido torturada durante la dictadura, fortaleció su vínculo con las Fuerzas Armadas. A partir de la modernización, la profesionalización y el equipamiento de estas, Bachelet ganó prestigio entre el círculo castrense y, en paralelo, se proyectó en la opinión pública como un ejemplo de reconciliación. En este sentido, según ella, la memoria es una oportunidad para unir, no para dividir. Así lo expresaba en el 41 aniversario del golpe de Estado:
El 11 de septiembre es sinónimo de dolor y de pérdida para nuestra sociedad completa. Es la fecha que nos recuerda divisiones terribles entre los compatriotas, nos recuerda aquello que no queremos nunca más, pero el 11 de septiembre es también la fecha que nos recuerda la historia y el valor de la democracia que hemos construido juntos. Nos recuerda que nada ha sido en vano porque hemos sido capaces de construir, tras esta amarga experiencia, una cultura de paz, una cultura de respeto a la diferencia y de valoración por la diversidad y el diálogo (11-9-2014).
Al igual que en el guion dicotómico, la presidenta recurre al pluralismo, al encuentro y al intercambio como rasgos cardinales del sistema republicano que escogió Chile desde 1990. Intenta convertir el pasado (la dictadura militar) en aprendizaje para el presente (la democracia). Establece una antítesis prototípica (Charandeau, P. y Maingueneau, D. (2002). Diccionario de análisis del discurso. Buenos Aires: Amorrortu Editores.Charandeau y Maingueneau, 2002) entre ambos sistemas organizativos: la dictadura está asociada al dolor, la división y la pérdida; la democracia, en sentido contrario, representa la convivencia, el respeto y la paz. Este clivaje temporal busca formar un amplio consenso sobre lo sucedido entre 1973 y 1990. Sobre ese acuerdo tácito erige las bases actuales de la convivencia. No obstante, también es una estrategia identitaria: aquellos que disienten con esa lectura histórica negativa de la dictadura militar de Augusto Pinochet quedan afuera del contrato democrático.
Este lenguaje de pacificación puede encontrarse también en otras experiencias socialdemócratas de la nueva izquierda latinoamericana, como los presidentes Ricardo Lagos y José Mujica. Ambos mandatarios elaboraron un discurso donde la memoria figura como una posibilidad de reencuentro ciudadano. Para que esa memoria sea convergente, el Estado circula una narrativa que reconoce al sujeto-víctima (los presos políticos, los torturados, los desaparecidos y sus familiares), pero ignora al sujeto-culpable (las fuerzas armadas, los cuerpos de seguridad y los servicios de inteligencia). Es decir, se intenta reparar simbólica y materialmente a las partes damnificadas al mismo tiempo que se excluye a las instituciones estatales que protagonizaron dicho daño. Así, queda un relato desmembrado, sin una lógica causal que conecte víctimas con victimarios. Este vacío que se abre en el terreno de las responsabilidades circunscribe a la memoria a una función rememorativa del dolor: solo alumbra las consecuencias del proceso militar.
Las enunciaciones de Bachelet sobre su historia personal y la dictadura solo son utilizadas en fechas conmemorativas o cuando es consultada en una entrevista mediática. En su agenda cotidiana de gobierno, Bachelet no propone estas temáticas. Intenta mantener una distancia entre ese pasado trágico y los debates políticos actuales. La trama de su relato político es la inclusión, no la violación de los derechos humanos en la década del setenta, como en el caso del presidente Néstor Kirchner en Argentina. La mandataria aguarda el marco —histórico o interrogativo— adecuado para insertar su experiencia. En términos de Charandeau y Maingueneau (Charandeau, P. y Maingueneau, D. (2002). Diccionario de análisis del discurso. Buenos Aires: Amorrortu Editores.2002), espera la «escena de enunciación» indicada para circular su ethos de víctima. En síntesis, la frecuencia de este tipo de intervenciones está supeditada a las efemérides o a la voluntad de un periodista que le pregunta al respecto.
La otra marca distintiva es su ethos femenino. Bachelet articula una imagen de sí misma emparentada con el empoderamiento de la mujer. Un eje discursivo que construyó como ministra de Salud, entre el 2000-2002, cuando aprobó la distribución gratuita de la píldora del día después, reforzó durante su primer mandato presidencial y terminó de consolidar como directora ejecutiva de ONU Mujeres (2010-2013). En esta segunda presidencia, Bachelet deja en claro, a través de giros, aclaraciones, argumentaciones o anuncios, su compromiso por la igualdad de género. Por ejemplo, en las formas se puede percibir que la mayoría de sus alocuciones presentan un registro lingüístico mixto: «amigos y amigas», «compañeras y compañeros» o «estimadas y estimados». Para incluir a todo su auditorio modifica la morfología de las palabras y utiliza los dos géneros. Cuando se refiere a la lucha de la mujer, subraya tanto los logros como las deudas. Los tonos que predominan en este campo son el valorativo (qué es correcto y qué es incorrecto) y el imperativo (qué hay que hacer). En un segunda dimensión aparecen los tonos descriptivo (qué sucede) y analítico (por qué sucede). Tres ejemplos nítidos son estas enunciaciones de la diputada comunista, Camila Vallejo, la presidenta del Senado, Isabel Allende, y Michelle Bachelet:
Hay que empezar a levantar la voz y los derechos de las mujeres y favorecer su autonomía. En otros campos en los que estamos abordando cuestiones de género hemos tenido bastante éxito, como por ejemplo en la paridad de género para las elecciones (4-5-2015).
La imagen histórica de dos mujeres ocupando simultáneamente los más altos cargos del Estado recorrerá el mundo. Espero que este hecho tan simbólico sea una señal para todas aquellas que hoy todavía sufren discriminación, y que también sirva para continuar profundizando la igualdad de género (11-3-2014).
Queremos que cada vez más mujeres asuman liderazgos de su gente, que su opinión esté presente, que defiendan sus puntos de vista sobre los diversos temas que las afectan. Ustedes saben que en materia de igualdad de género hemos hecho avances importantes en los últimos años, hoy tenemos más mujeres participando activamente en organizaciones sociales, en actividades productivas, pero todavía tenemos muchas tareas pendientes (8-9-2014).
En los actos, la presidenta elabora un enunciado para el público en general y otro, con propiedades específicas, para las mujeres presentes. Esta línea discursiva vinculada al género femenino es proactiva y permanente a lo largo de su segundo mandato. A diferencia de su experiencia traumática durante la dictadura militar, Bachelet, en este caso, propone el asunto, no aguarda determinadas efemérides o preguntas de periodistas para posicionarse sobre la temática. En otros términos: genera agenda, no consume agenda. La presidenta chilena también en sus presentaciones revisa determinado sentido común que circulan en relación al género, el poder y la política. En una entrevista para un medio internacional, señalaba lo siguiente:
Por ejemplo, me contaba una primera ministra danesa que en la campaña lo que le analizaban era el tamaño de las carteras, no los contenidos programáticos que ella estaba señalando. En el caso nuestro igual: si yo tengo el aspecto físico que tengo, soy considerada grande, y lo digo así para no sonar feo. Cuando era ministra, a un colega mío que también era grande, le llamaban en realidad el Panzer, sinónimo de poder. Y como presidenta también lo he vivido. Las evaluaciones y las críticas son, en el tono y la forma, distintas que las que aplican a un hombre (9-10-2017).
Como se observa, la primera mandataria deconstruye representaciones que transitan en la política. Cristaliza la noción que enlaza naturalmente propiedades como la fuerza, la autoridad y la jerarquía al poder masculino. Un consenso que se presenta en regularidades pautadas informalmente como los apodos y los criterios de evaluación. Al hombre con gran tamaño físico se lo alegoriza con un instrumento militar, se lo asocia con lo que Nye (Nye, J. (2011). Las cualidades del líder. Barcelona: Paidós.2011) denomina poder duro; a la mujer, en cambio, se la evalúa negativamente porque no cumple los cánones estéticos de belleza instalados en la cultura occidental. Además, según Bachelet, el sistema diacrítico[5] es la variable principal para juzgar a las mujeres. La formación, los resultados, la experiencia u otras capacidades profesionales no son tenidas en cuenta cuando se analiza al sexo femenino en la esfera política. Estas convenciones, que configuran el campo discursivo dominante, son desafiadas por la jefa del Poder Ejecutivo.
La presidenta plasmó este posicionamiento discursivo a través de una serie de políticas públicas: la creación del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, la ley de sistema electoral proporcional inclusivo, la ley de despenalización del aborto en tres causales (cuando la vida de la mujer corra riesgo o la gestación implique una grave afectación a su salud, cuando haya inviabilidad del feto y cuando sea producto de una violación), introdujo un enfoque de género en la legislación laboral y sancionó distintas leyes para erradicar la violencia de género, entre las principales. Debido a esta agenda, en marzo de 2017 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) le condecoró como «campeona internacional de género».
Por último, examinaremos el repertorio simbólico que presenta el relato político de Bachelet. El objetivo es identificar la red de imágenes que produce para representar a su gestión. Una pieza fundamental para analizar son los escenarios, que Vázquez Sande (Vázquez Sande, P. (2016). Storytelling de los candidatos. Escenarios de los relatos. En J. del Rey Morató, A. Campillo y Y. Guan (eds.). Campañas electorales en América Latina, España y Portugal (pp. 17-33). Madrid: Fragua.2016) considera importantes porque estructuran relaciones sociales y brindan límites semánticos a los acontecimientos. En primer lugar, un patrón estético a lo largo del mandato es el uso del Salón Azul de la Casa de la Moneda para enmarcar las acciones presidenciales. Este espacio es donde la máxima autoridad realiza sus reuniones privadas y recibe a sus pares internacionales o personalidades destacadas. A través de la preferencia del Salón Azul como entorno comunicacional, Bachelet jerarquiza a sus invitados, pero a la vez los circunscribe a la formalidad del protocolo. Activa la función estructural del escenario (Canet, F. y Prósper, J. (2009). Narrativa audiovisual. Estrategia y recursos. Madrid: Síntesis. Canet y Prósper, 2009), aquella que moldea y determina al evento. El significante (el Salón Azul) acota el significado (el encuentro, por ejemplo, entre la presidenta y el papa Francisco). De este modo, se intenta que el observador decodifique el diálogo en términos estrictamente institucionales.
En el Salón Azul, la presidenta chilena también realizó las siete Cadenas Nacionales de su segundo Gobierno. Los mensajes más trascendentales —las comunicaciones de crisis, los saludos anuales y el anuncio de las políticas públicas más relevantes de su gestión— sucedieron en ese espacio físico. En línea con lo anterior, la estética se mantiene sujeta al ceremonial institucional. El fondo de la escena está constituido siempre por la bandera nacional y un decorado sobrio: muebles, flores y cortinas. A veces, figuran los cuadros de los próceres Andrés Bello y Bernardo O’Higgins y el atril con el escudo del país. Es importante señalar el uso semiótico de estas dos personalidades históricas porque son los mitos a los que recurre todo el arco político para sintetizar el imaginario histórico (las raíces en común) de los chilenos. No son símbolos usados exclusivamente por Bachelet, sino que, al igual que la bandera nacional, son utilizados por toda la sociedad chilena en actos patrios, instituciones educativas o celebraciones culturales. En la mayoría de las presentaciones de Bachelet tampoco hay signos de orden ideológico; destacan, en cambio, los que acá vamos a denominar como componentes simbólicos inclusivos (identidad nacional), aquellos que apuntan a formar un sentido de pertenencia amplio, laxo y consensual. En dirección opuesta, están los componentes simbólicos exclusivos (identidad ideológica), que buscan constituir un sentido de pertenencia limitado, preciso y diferencial. La expresidenta argentina, Cristina Fernández, cuando usaba en las Cadenas Nacionales la semblanza de Eva Perón de fondo, paladín histórica del peronismo, y Hugo Chávez, cuando usaba junto a todo su Gabinete el color rojo para identificarse con el socialismo, son ejemplos nítidos de esta segunda categoría.
La retórica visual (Olson, L. C., Finnegan, C. A., and Hope, D. S. (2008). Visual rhetoric: a reader in communication and American Culture. Los Angeles: Sage. Olson et al., 2008) no se altera cuando las acciones comunicacionales se desarrollan en el territorio. Bachelet mantiene la bandera nacional como ordenador estético y, exceptuando los actos partidarios, evita los componentes simbólicos exclusivos. En estas situaciones también se añaden elementos simbólicos de las instituciones que ofician de mediación entre la presidenta y la ciudadanía. Los sindicatos, asociaciones de mujeres, las organizaciones medioambientales, cámaras empresariales, pymes o iglesias aportan sus estructuras simbólicas en las visitas de Bachelet, pero son elementos estéticos transitorios —no permanentes— en su relato político.
Al mantener el repertorio simbólico protocolar, se genera una continuidad con Sebastián Piñera, expresidente y líder de la fuerza de derecha Alianza. Una prueba fehaciente de esta coherencia estética es que la gestión Bachelet conservó como marca de gobierno el logo que creó Piñera para su Administración. En este caso, la ideología no determina la simbología, sino que es la cultura institucional la que define las imágenes del relato socialdemócrata. Dicha cultura institucional, que empezó a construirse con el regreso de la democracia, es transversal: desde la izquierda a la derecha aceptan sus códigos (políticos, reglamentarios y simbólicos). Bachelet respeta estas normas formales e informales, excepto en la temática vinculada a la mujer, donde introduce demandas y cuestionamientos que, como vimos en el ethos presidencial, pretenden resignificar la cultura institucional. Aun así, Bachelet evita cualquier impronta refundacional y se ciñe a la semiótica del Poder Ejecutivo. Este respeto a las reglas estéticas impuestas por el protocolo es otra diferencia clave con el populismo, que opta por el personalismo («chavismo», «correísmo», «kirchnerismo») y/o la ideología («socialismo del siglo xxi») como fuentes para constituir su propio repertorio simbólico.
Después de analizar las diferentes variables, podemos deducir que el relato político de Bachelet está caracterizado por una trama de la inclusión que se concentra en la ampliación de derechos; un guion dicotómico que enfrenta al país contra la desigualdad; un tiempo verbal centrado en las expectativas y los cambios sociales que producirán sus reformas educativa e impositiva; un ethos de mujer presidenta que subraya la lucha por la igualdad de género, y un repertorio simbólico que respeta las reglas protocolares institucionales. El patrón que hilvana todas las piezas es la vocación institucional.
Si bien en un futuro sería apropiado realizar un estudio comparado y sistematizado para verificarlo, teniendo en cuenta la literatura existente sobre la comunicación de la izquierda populista latinoamericana (Laclau, E. (2005). La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Laclau, 2005, Laclau, E. (2006). La deriva populista y la centroizquierda latinoamericana. Revista Nueva Sociedad, 205, 56-61. 2006; Panizza, F. (2008). La marea rosa. En M. Alcántara Sáez y F. García Diez. Elecciones y política en América Latina (pp. 19-40). México D. F.: Instituto Electoral del Estado de México.Panizza, 2008, Panizza, F. (2009). El populismo como espejo de la democracia. En F. Panizza (ed.). El populismo como espejo de la democracia (pp. 9-51). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 2009; Waisbord, S. (2013). Vox populista. Medios, periodismo, democracia. Barcelona: Gedisa.Waisbord, 2013) podemos vislumbrar ciertos matices, similitudes y diferencias, tanto en el contenido como en las formas, entre los relatos socialdemócrata y populista. Como muestra el gráfico 2, mientras la socialdemocracia acepta los límites del marco institucional (tradición reformista), el populismo aspira a construir un nuevo orden normativo (tradición revolucionaria). La trama de la inclusión, si bien se presenta como un cambio fructífero en la historia de Chile, está conectada con las gestiones anteriores de Aylwin, Frei Motalva, Lagos y el primer Gobierno de Bachelet. No hay una impronta refundacional ni el nacimiento de una nueva era para el país, como generalmente plantean los líderes populistas de la nueva izquierda latinoamericana. Otra distinción se da en el plano del ethos presidencial. La mandataria chilena presenta un ethos vinculado a un tema candente en la agenda política de Occidente, la igualdad de género. A través de su historia personal, señala los prejuicios y estereotipos que tienen que combatir las mujeres para ocupar un puesto jerárquico y gestionar. Esta impronta, como vimos, es acompañada por otras dirigentes clave de la fuerza oficialista. El líder populista, en otro sentido, se posiciona como un líder elegido por la historia que viene a defender los intereses económicos de los sectores oprimidos por la oligarquía. Entre las similitudes, podemos encontrar que ambos construyen un adversario genérico, aunque el populismo completa esa operación discursiva con un anclaje partidario. La socialdemocracia mantiene separado al sistema de partidos de los actores externos o adversarios genéricos que erige, mientras que el populismo mezcla las distintas esferas —partidaria, económica, regional, judicial, mediática, etc.— para formar un enemigo extraordinario.
Variable/subfamilia | Socialdemocracia | Populismo |
---|---|---|
Trama | Inclusión | Redención |
Guion dicotómico | Chile vs. Desigualdad | Pueblo vs. Oligarquía |
Tiempo verbal | Presente Horizonte de expectativas |
Presente Espacio de experiencia |
Ethos presidencial | Mujer-Gestión | Mesiánico-Próceres libertadores |
Repertorio simbólico | Institucional | Personalizado/ideológico |
Fuente: elaboración propia.
El objetivo general del presente trabajo era lograr una aproximación al relato político de la socialdemocracia latinoamericana en el siglo xxi. De esta forma, realizar un aporte a la literatura de la nueva izquierda latinoamericana. Para cumplir con esta meta, antes se definió al relato político como la técnica comunicacional que emplea el Gobierno para dotar de identidad, unidad y legitimidad a su gestión. Básicamente, se ahondó en tres nociones que componen dicha definición: identidad porque le brinda un marco de valores a la gestión; unidad porque aglutina socialmente, y legitimidad porque recurre a la persuasión y no a la coacción física para establecer un orden determinado. Siguiendo el orden de los objetivos, se reconocieron las funciones del relato político: movilizar voluntades, simplificar la comprensión del escenario político, reducir la incertidumbre, reforzar la gobernabilidad y cohesionar el tejido social. Después, para operativizar el análisis, se delimitaron las variables que componen a este instrumento comunicacional: la trama, el guion dicotómico, el tiempo verbal y el ethos presidencial, el repertorio simbólico.
De cara a futuras investigaciones, se abren varios interrogantes. Para enriquecer el campo de estudio la primera cuestión sería lograr un análisis comparado con otro referente de la socialdemocracia latinoamericana. De esta manera, a través del reconocimiento de las rupturas y continuidades, se podrán matizar los hallazgos orientativos del presente estudio y, a su vez, reforzar la bibliografía sobre el relato político de la otra vertiente de la nueva izquierda latinoamericana. En relación con esto, también sería pertinente indagar, mediante un estudio comparado entre los relatos socialdemócrata y populista latinoamericanos, si es conveniente referirse a dos especies discursivas diferentes o, en cambio, a una escala discursiva, donde conviven casos extremos, intermedios y mixtos. La tercera pregunta, no exenta de dificultades metodológicas, es verificar o falsar la eficacia y consistencia de las características del relato socialdemócrata. En tiempos de autocomunicación de masas (Castells, M. (2011). Poder y comunicación. Buenos Aires: Siglo XXI Editores. Castells, 2011), sería interesante observar los canales y aportes de contenido que realiza la sociedad. También sería oportuno realizar un estudio de tipo heteroperceptivo, que muestre si concordaba la muy positiva imagen de la presidenta en el exterior (distinciones internacionales, puestos jerárquicos en organismos multilaterales, cobertura positiva de los grandes medios de comunicación) con la que tenía dentro de su país. A veces coinciden y se retroalimentan, como en su momento Lula Da Silva y José Mujica, otros dos presidentes socialdemócratas de izquierda latinoamericana. Por último, en el repertorio simbólico de este artículo se distinguieron ciertas semejanzas entre Bachelet y el líder conservador Sebastián Piñera. Analizar esos puntos de contacto y, después, compararlos con el populismo, puede resultar relevante para ver las distancias discursivas y simbólicas entre las tres familias ideológicas.
[1] |
Desde 1988 hasta 2012 la alianza se denominó Concertación de Partidos por la Democracia. Con la incorporación del Partido Comunista a principios del 2013, pasó a llamarse Nueva Mayoría. |
[2] |
Michelle Bachelet, en este listado, omite el Gobierno del opositor Sebastián Piñera (2010-2014), representado por la Alianza, fuerza política de centroderecha integrada por la Unión Demócrata Independiente (UDI) y Renovación Nacional (RN), que venció en segunda vuelta al expresidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, perteneciente a la Concertación de Partidos por la Democracia, en las elecciones de enero de 2010. |
[3] |
Hugo Chávez refiriéndose al libertador Simón Bolívar, Evo Morales invocando al líder indígena Túpak Katari, Cristina Fernández convocando a Evita Perón y Rafael Correa citando al dirigente Jorge Eliécer Gaitán. Este anclaje con personajes políticos ha sido tan recurrente que, incluso, una de las estructuras de poder regional que constituyeron este grupo de presidentes se denominó, en honor a Bolívar, Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). |
[4] |
El 11 de septiembre de 1973 es derrocado el Gobierno democrático de Salvador Allende por una junta militar liderada por el comandante en jefe del Ejército, Augusto Pinochet Ugarte. |
[5] |
Según Rulicki (Rulicki, S. (2015). Comunicación no verbal. Cómo la inteligencia emocional se expresa a través de los gestos. Buenos Aires: Granica.2015), es el canal de la comunicación no verbal que está determinado por la indumentaria, el maquillaje, la marca, los símbolos religiosos y el corte de pelo. |
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