RESUMEN
Este artículo de investigación tiene como objetivo analizar la evolución que ha seguido el mensaje populista de Podemos. Para ello, se ha realizado un análisis de contenido de los programas electorales presentados por el partido político desde su fundación en 2014 hasta las elecciones europeas de 2019. Los resultados sugieren que la presencia de elementos populistas en los programas electorales de la formación no sigue una tendencia claramente descendente como consecuencia de la mayor presencia del partido en las instituciones legislativas y ejecutivas del país. No obstante, se ha identificado una evolución del contenido de los mensajes populistas por la cual, a) estos siguen un encuadre más económico que político, y b) el enemigo queda retratado en términos ideológicos, rompiendo así con la estrategia de «desdiferenciación» con la que surgió la formación en sus inicios: «las tres derechas» españolas, el «eje reaccionario» europeo y el neoliberalismo dominante en Europa son identificados ahora como la gran amenaza para los intereses del pueblo, mientras que el PSOE queda configurado como una formación ideológicamente diferenciada. Estos resultados sugieren, por tanto, que el eje nueva/vieja política que irrumpió con fuerza entre 2014 y 2016 podría considerarse eclipsado en la actualidad por los ejes tradicionales de la política española izquierda/derecha y centro/periferia.
Palabras clave: Populismo; Podemos; partidos populistas; análisis de contenido; España; izquierda; programas electorales.
ABSTRACT
This research article aims to analyse the evolution of Podemos’ populist message. For this purpose, a content analysis of the electoral manifestos presented by the political party since its foundation in 2014 until the 2019 European elections was carried out. Results suggest that the presence of populist elements in the party’s electoral manifestos does not follow a clear downward trend as a consequence of the growing presence of the political party in the country’s legislative and executive institutions. However, an evolution of the content of populist messages has been identified, whereby a) these messages follow an economic rather than a political framework, and b) the enemy is defined in ideological terms, thus breaking with the initial «de-differentiation» strategy of the organisation: The Spanish «three right-wingers», the European «reactionary axis» and the dominant neoliberalism in Europe are now identified as the great threat to the interests of the people, while the PSOE is portrayed as an ideologically differentiated political organisation. These results suggest, therefore, that the new/old politics axis that emerged strongly between 2014 and 2016 could be considered eclipsed today by the traditional left/right and centre/periphery axes of Spanish politics.
Keywords: Populism; Podemos; political parties; content analysis; Spain; left; electoral manifestos.
En las elecciones europeas de 2014 se inicia un período dentro del sistema de partidos español en el que la pugna partidista tendrá como protagonista el eje nueva/vieja política. El éxito de Podemos y, en cierto modo, el de Ciudadanos, supuso la transformación del tipo de competición partidista que había predominado hasta entonces en el país, caracterizado por el eje izquierda/derecha y el eje centro/periferia. Los fuertes cambios acaecidos en el sistema de partidos tras las elecciones europeas de 2014 y, sobre todo, a partir de las elecciones generales de 2015, fueron precedidas por un ciclo de protestas ciudadanas que se iniciaron en 2011 y que expresaba el malestar ciudadano con la clase política, el funcionamiento de las instituciones democráticas y la situación económica (Della Porta et al., 2017; Rodríguez-Teruel et al., 2016). En este sentido, Podemos supo identificar con éxito el «momento populista» que había dejado tras de sí el movimiento 15-M, el cual demandaba una forma de hacer política diferente a la conocida hasta entonces en el país y que ponía de manifiesto el agotamiento del sistema bipartidista en España (Rodríguez-Aguilera de Prat, 2015; Torreblanca, 2015). De este movimiento social Podemos heredaría una forma de hacer política de carácter horizontal y asamblearia, que les permitiría presentarse como una opción política diferenciada al establishment político. Asimismo, el partido político pudo capitalizar el descontento con el funcionamiento de la democracia y con la política convencional en un contexto de crisis económica que le permitía conectar sus apelaciones anti-establishment con un programa socioeconómico de izquierdas y contrario a las políticas de austeridad «impuestas» por la Troika y aplicadas por los dos partidos mayoritarios del país (Della Porta et al., 2017; Fernández-García y Luengo, 2018b; Uribe Otalora, 2017).
En este contexto de crisis política y económica, Podemos emergió como un partido populista que puso en el centro de su discurso político el antagonismo entre «ellos» —la casta y las élites, representantes de la «vieja política»— y «nosotros», referido este último a la gente corriente o al pueblo, del cual dicen formar parte (Arroyas y Pérez, 2016; Fernández-García y Luengo, 2018a; Stoehrel, 2016; Ivaldi et al., 2017; Rodríguez-Aguilera, 2015). Con esta dicotomización vertical del espacio político, Podemos trataba de superar la división izquierda/derecha del país en sus inicios, considerando esta como parte del juego político de las élites y la política convencional. De este modo, a pesar de la clara orientación de izquierda y progresista del partido, Podemos buscó desvincularse del discurso y simbología de la izquierda clásica del país, evitando, por ejemplo, las apelaciones a la lucha de clases, al marxismo, así como al debate monarquía/república o laicismo/confesionalismo que había acompañado a este sector a lo largo del periodo democrático (Franzé, 2017). En palabras de Vallespín y Bascuñán (2018: 235), se trataba de una propuesta de «impugnación a la lógica de acción política de la izquierda radical durante los últimos treinta años», a favor de una nueva lógica de acción populista cuyo objetivo era la construcción de «una mayoría popular» más amplia y transversal. En este sentido, la formación populista apostó por un proyecto nacional-popular de carácter transversal que, entre otras cosas, buscaba resignificar el concepto de patria, un concepto hasta entonces monopolizado por la derecha (Castaño, 2019; Torreblanca, 2015). A modo de ilustración, el que fuera número dos en los inicios del partido, Íñigo Errejón, afirmaba que su formación estaba interesada en construir un sujeto popular, «el pueblo» y no tanto en construir «la izquierda» (Errejón y Mouffe, 2015: 120).
No obstante, en los años que han pasado desde su fundación, el partido político ha experimentado una evolución en términos identitarios, ideológicos y organizativos, que lo posicionan ya de forma indudable en la izquierda política del país. En este sentido, la alianza electoral con Izquierda Unida desde 2016 ha supuesto un elemento fundamental en la evolución que ha seguido el partido en términos ideológicos (Vallespín y Bascuñán, 2018). Asimismo, la propia evolución electoral del partido, su progresiva penetración en las instituciones legislativas del país, así como la colaboración con la formación mayoritaria de centroizquierda en las instituciones ejecutivas a nivel autonómico y local y, más recientemente, a nivel nacional, son también factores de peso que dan cuenta de los cambios acaecidos en la formación. Desde el punto de vista organizativo, por ejemplo, se pone de manifiesto cómo la política institucional y las necesidades organizativas que demandan las convocatorias electorales se han traducido en la oligarquización y jerarquización del partido político, acercándolo de este modo al resto de formaciones políticas (Castaño, 2019).
Desde el punto de vista discursivo también se han identificado algunos cambios en la formación. Destaca, en este sentido, el estudio de Franzé (2017) que parte de la distinción entre dos tipos de dicotomía «abajo/arriba» a fin de analizar la evolución que siguió el discurso populista en Podemos tras su fundación: una, de carácter antagonista que responde al concepto de populismo desarrollado por Laclau y otra, de carácter agonista que se desprende del concepto de populismo de Mouffe. La diferencia principal entre ambos tipos es que el primero «implica relaciones de enemistad con el orden político y así su impugnación, mientras el agonismo establece una relación adversarial con el orden que [...] busca su regeneración, no su impugnación» (ibid.: 220). Para este autor, la formación política ha pasado de una relación antagonista con el orden institucional a otra de carácter agonista, marcando así dos grandes etapas. La primera, se corresponde con la etapa antagonista que transcurre desde su fundación en enero de 2014 a enero de 2015. Esta etapa está caracterizada por la oposición frontal al discurso de la Transición, creando para ello una dicotomía entre lo «nuevo-abajo-democracia» y lo «viejo-arriba-oligarquía» (ibid.: 227). El discurso en esta primera etapa de Podemos está caracterizado, por tanto, por la deslegitimación del discurso de la Transición y la impugnación del «Régimen del 78». Asimismo, en esta primera etapa la nueva formación se desmarca de la izquierda clásica del país que se encuentra aferrada a los debates sobre la forma monárquica/republicana y confesional/laica del Estado, así como por el discurso de clases que contrapone proletariado/burguesía. También se aleja de la izquierda clásica en lo referente a los símbolos, colores, nombres y organización (ibid.). Según el autor, la formación entra en la etapa agonista en enero de 2015, caracterizada en esta ocasión por una compatibilidad de sus demandas con el orden institucional, por lo que ya no se plantea como necesaria su impugnación, sino su regeneración. En las primeras fases de esta segunda etapa, el eje nuevo/abajo/democracia vs. viejo/arriba/oligarquía sigue presente, pero haciendo referencia ahora a la conducta de la casta política más que al sistema institucional resultante de la Transición. En este sentido, la crisis ya no tiene como origen el régimen iniciado en 1978 sino las políticas neoliberales que dieron respuesta a la crisis económica de 2008. Asimismo, en esta etapa la formación trata de recuperar el espacio de la socialdemocracia que el PSOE había dejado supuestamente vacío.
Considerando lo anterior, este artículo tiene como objetivo analizar la evolución que ha seguido el mensaje populista de Podemos. En concreto, queremos comprobar si esta característica ha perdido presencia en el discurso de la formación como consecuencia del éxito electoral y de la participación de esta en las instituciones; y si ha tomado un encuadre más económico que político como consecuencia de su mayor acercamiento a la izquierda tradicional del país. Asimismo, nos interesa conocer la evolución que ha seguido la construcción del «enemigo del pueblo» en el discurso de la formación, un elemento central del populismo. Para ello, se ha llevado a cabo un análisis de contenido de los programas electorales presentados por la organización a nivel nacional desde su fundación en 2014 hasta las últimas elecciones europeas de 2019. En este sentido, este artículo incluye la evolución que ha seguido el partido desde 2016 a 2019, un período que no recoge el estudio anteriormente mencionado, y que podría reflejar una nueva etapa en la formación dada la reciente colaboración entre Podemos y el partido mayoritario de centroizquierda (PSOE) a nivel nacional, así como el auge electoral de la derecha radical en el país. A este respecto, es de esperar que la estrecha colaboración que la formación populista ha mantenido con el partido mayoritario de centroizquierda y la creciente polarización ideológica en el sistema de partidos dificulte la demonización generalizada de las élites políticas y se vaya adoptando, en su lugar, un discurso que confronte los dos bloques ideológicos izquierda/derecha.
El populismo es un fenómeno político que ha tomado diversas formas organizativas e ideológicas y que ha aparecido en diferentes regiones y momentos históricos. Esto ha llevado a una multiplicidad de definiciones y enfoques sobre el mismo (Taggart, 2004). La presente investigación parte del enfoque ideacional que considera el populismo como un conjunto de ideas más que como un conjunto de acciones aisladas (Rooduijn y Akkerman, 2015). Dentro de este enfoque hay quienes se refieren a este fenómeno como «discurso» (De Cleen y Stavrakakis, 2017; Aslanidis, 2015) o «ideología» (Canovan, 2002; Mudde, 2004; Albertazzi y McDonnell, 2008; Mudde y Rovira, 2013; Van Kessel, 2015; Vittori, 2017), mientras que otros consideran que las diferencias entre ambas aproximaciones son mínimas, empleando estos términos de forma intercambiable (Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2017). Los autores que se adscriben a este enfoque coinciden en considerar al populismo como un conjunto de ideas más específico y articulado que una mera conjunción de rasgos de personalidad o estilo de liderazgo, si bien no es tan consciente y programático como una ideología «completa». Según este enfoque, el populismo se adhiere a otros conjuntos de ideas o ideologías «anfitrionas», lo que permite explicar las variaciones ideológicas con las que suele aparecer este fenómeno político (p. ej., las formas de populismo inclusivo de izquierda de América Latina y del sur de Europa y las formas excluyentes de derecha en Europa).
El enfoque ideacional suele partir de definiciones mínimas[1] que permiten aproximarse y comparar las diferentes formas con las que aparece el populismo, tratando de superar los sesgos históricos, normativos y regionales que suele presentar este fenómeno. Este enfoque ha mostrado gran aplicabilidad en los estudios empíricos y comparados sobre populismo (Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2017). En concreto, el enfoque ideacional ha probado ser muy útil para medir y comparar la presencia de populismo en los discursos y programas electorales al ofrecer conceptos operativos del mismo (Hawkins, 2009; Rooduijn y Akkerman, 2015; Rooduijn et al., 2014), así como para conectar el lado de la oferta y la demanda del populismo (Marcos-Marne, 2020; Mudde y Rovira Kaltwasser, 2013) y explicar la gran variedad y flexibilidad que presentan los partidos populistas desde el punto de vista ideológico, programático, organizacional y de liderazgo (Olivas Osuna, 2020).
Una de las definiciones mínimas de populismo más conocidas es la elaborada por Cas Mudde (2004), quien lo define como «una ideología delgada que considera que la sociedad está, en última instancia, separada en dos grupos homogéneos y antagónicos, «el pueblo puro» contra «la élite corrupta», y que argumenta que la política debería ser una expresión del volonte´ générale (voluntad general) del pueblo» (ibid.: 543). Esta definición está compuesta por tres conceptos centrales: la centralidad del pueblo, el cual es considerado como una comunidad homogénea y virtuosa; la denostación de las élites, construido como un actor maligno y corrupto; y la concepción de la política basada en el principio de soberanía popular. Esta división moralista, dualista y maniquea entre los intereses del «pueblo puro» y la «élite corrupta» aparece como el denominador común de las definiciones más frecuentes de populismo, especialmente, entre aquellos autores que lo consideran como un conjunto de ideas (p. ej. Hawkins y Rovira Kaltwasser, 2017; De Cleen y Stavrakakis, 2017). El carácter antagonista y moralista de tipo vertical (abajo/arriba) que caracteriza al populismo es también lo que lo distingue frente a otros conjuntos de ideas, como es el de la democracia —que no parte necesariamente de una distinción moral y maniquea entre las élites y el pueblo—, así como el del nacionalismo —que parte de un tipo de antagonismo de carácter horizontal (dentro/fuera de la nación)— (De Cleen y Stavrakakis, 2017).
La definición de este fenómeno como ideología delgada refleja, asimismo, el carácter incompleto y dependiente del contexto del populismo (Taggart, 2017). El populismo presenta una morfología muy reducida de valores centrales (antielitismo, pueblo-centrismo y soberanía popular), lo que lo hace dependiente de otros conjuntos de ideas (p. ej. socialismo, nacionalismo, conservadurismo, etc.) y muy permeable al contexto (Mudde, 2004). Esta conjunción del populismo con otras ideologías es indicativa, según Taggart (2004), de la gran flexibilidad y del carácter incompleto del populismo. En este sentido, el populismo debe entenderse como una reacción a las élites y a las instituciones en nombre de una comunidad idealizada (heartland), pero tanto las categorías de élites como la de pueblo deben considerarse como una vasija vacía que se llena de contenido sustantivo dependiendo de las ideologías y del contexto de partida (Mudde y Rovira Kaltwasser, 2013).
En relación con la evolución que sigue el populismo, es un tema que ha pasado más bien desapercibido en la literatura especializada, al menos si se compara con la atención que ha recibido otros aspectos de este fenómeno político como son las características de los votantes populistas, los factores que explican el éxito o fracaso de estos actores o las características ideológicas y programáticas de los partidos populistas. La mayoría de investigaciones empíricas que abordan la evolución del populismo suelen centrarse además en los cambios que experimentan estas formaciones políticas en términos organizativos y no tanto en términos ideológicos o discursivos. En este sentido, De Lange y Art (2011) analizaron el proceso de institucionalización en términos de liderazgo, reclutamiento, capacitación y socialización de los candidatos que siguieron los partidos populistas de derecha radical holandeses, concluyendo que una temprana y rápida institucionalización favorece la posterior consolidación electoral de estas formaciones. En una línea similar, el estudio de Tarditi y Vittori (2019) muestra cómo el éxito electoral de la formación populista SYRIZA facilitó su transición como organización de orientación social liderada por una coalición oligárquica dominante a un partido político orientado hacia el Gobierno, favoreciendo así su consolidación posterior. En el caso de Podemos, Castaño (2019) señala cómo la política institucional y las necesidades organizativas que demandan las convocatorias electorales se han traducido en la oligarquización y jerarquización del partido político, acercándolo de este modo al resto de formaciones políticas. No obstante, estos procesos de institucionalización no están exentos de dificultades. En los casos de Podemos y SIRYZA, el estudio de Lobera y Parejo (2020) pone de manifiesto cómo este proceso puede generar tensiones internas entre quienes pretenden recuperar el vínculo con las organizaciones de base, impulsando para ello una mayor movilización en las calles, y entre quienes buscan consolidar la institucionalización de las organizaciones con el objetivo de ampliar la base electoral.
En cuanto a la evolución que siguen los partidos populistas en términos ideológico-discursivos, aspecto que nos ocupa en esta investigación, encontramos diferentes factores que pueden dar cuenta de los cambios producidos en estos términos. La participación de los partidos populistas en las instituciones democráticas es uno de los factores más citados a este respecto. Encontramos en este sentido la tesis de la inclusión-moderación (Akkerman et al., 2016) que sostiene que «la participación en las instituciones y procedimientos democráticos enmendará el carácter radical y la ideología de los partidos políticos.» Esta tesis tiene dos explicaciones posibles. Primero, la participación en la contienda electoral tendría un efecto moderador de acuerdo con la lógica downsiana del teorema del votante mediano. Según esta explicación, los partidos populistas acabarían por abandonar los aspectos más sectarios y radicales sobre los que se fundaron para poder ampliar su base electoral y así poder acceder a las instituciones. No obstante, como señalan Akkerman et al. (2016), esta explicación asume que los votantes siguen una distribución normal y que los partidos populistas necesitan una mayoría electoral amplia para acceder al Gobierno. En los sistemas multipartidistas europeos caracterizados por la formación de Gobiernos de coalición, sin embargo, los partidos políticos no tienen por qué conseguir una amplia mayoría electoral para acceder o mantenerse en el cargo, por lo que esta explicación parece más adecuada para sistemas de representación mayoritaria o donde la competición partidista sigue una lógica centrípeta.
La segunda explicación se centra en la participación de los partidos populistas en las instituciones de gobierno. En las democracias europeas caracterizadas por la formación de Gobiernos de coalición, la inclusión en el Gobierno tendría un efecto moderador para el partido populista ante la necesidad de salvar las distancias políticas e ideológicas que existen entre los socios de coalición, normalmente con un partido establecido. Por tanto, se asume que los partidos populistas tienen que ajustar sus agendas y posiciones a las de los partidos establecidos en la medida en que la cooperación con estos suele ser la forma más común, sino la única, de acceder al cargo. La lógica en la que se sustenta esta tesis (la moderación como consecuencia de la necesaria colaboración con los partidos establecidos) puede aplicarse también a los supuestos de cooperación parlamentaria, es decir, cuando los partidos populistas sirven de apoyo parlamentario a los Gobiernos en minoría (ibid., 2016). En estos casos, existen incentivos para que los partidos populistas cooperen con los partidos de Gobierno y hagan llegar así sus propuestas políticas a la agenda gubernamental.
La evolución que predice la tesis de la inclusión-moderación, por supuesto, no estaría exenta de problemas para los partidos populistas, en la medida en que este movimiento hacia «el mainstream» puede poner en riesgo la lealtad de los votantes más radicales y de los activistas del partido ante la pérdida de la «pureza ideológica». Asimismo, la aceptación de las reglas del juego y la disolución de las diferencias con los partidos establecidos para facilitar la cooperación con estos podría dañar el perfil diferenciado y anti-establishment del actor populista, uno de los principales atractivos electorales de este tipo de organizaciones. En este sentido, podemos afirmar que los partidos populistas se enfrentan irremediablemente a un «dilema institucional» tras los éxitos electorales iniciales (Taggart, 2000). Los actores populistas buscan diferenciarse de las élites políticas atacando duramente los privilegios de estas y desafiando las formas convencionales de hacer política, las cuales consideran alejadas del ciudadano ordinario. Este desafío a la política tradicional explica en gran parte el atractivo inicial de los actores populistas, especialmente en momentos de desconfianza y cinismo político. No obstante, el atractivo político basado en la novedad y en lo insólito corre el riesgo de diluirse cuando las formaciones populistas son absorbidas por la vida institucional y las formas convencionales de hacer política (íd.), de forma que el propio éxito del populismo y su institucionalización dificultaría el mantenimiento de esta identidad populista. En términos similares se expresan Vallespín y Bascuñán (2018: 244), quienes consideran que la vida institucional «impone una inercia de consenso [...] frente a otra de confrontación que solo es posible a partir de la diferenciación nítida con el adversario político». Incluso en términos simbólicos, el tiempo institucional parece dificultar la cristalización de la lógica de acción política populista «abajo/arriba» en la medida en que la geografía del Congreso de los Diputados no diferencia entre este tipo de actores, sino que prestablece la disposición de sus diputados a partir de una orientación simbólica espacial «izquierda/derecha» (íd).
En esta misma línea se posiciona Betz (2002), quien sostiene que la lógica de acción populista basada en la movilización del resentimiento puede explicar la irrupción electoral inicial de los partidos populistas, pero no su consolidación posterior. Para ello, diferencia entre la movilización inicial, basada en la novedad y la protesta, y el apoyo electoral sostenido en el tiempo. Según este autor, los partidos populistas solo consolidan su apoyo electoral en el largo plazo si consiguen identificarse con determinados problemas o asuntos importantes para el público y se presentan como actores competentes para resolverlos. En el caso del populismo excluyente o de derecha radical, el tema principal con el que suelen identificarse es la inmigración y la identidad nacional; mientras que el populismo de izquierda lo hace con cuestiones relacionadas con la justicia social y la redistribución de la riqueza (Fernández-García, 2021).
Por tanto, los partidos populistas deben enfrentarse a la disyuntiva de permanecer como actores diferenciados y confrontados con el establishment político —manteniendo así intacta su identidad populista, pero dificultando que sus demandas lleguen a la agenda gubernamental—, o bien dejarse llevar por la vida institucional y enmendar aquellos aspectos que puedan dificultar la cooperación con los partidos establecidos —de forma que puedan presentarse como una opción responsable y útil para la ciudadanía, pero poniendo en riesgo su identidad populista—. El propio exlíder de la formación populista, Pablo Iglesias, planteaba este dilema en una intervención pública ante los éxitos electorales cosechados por la formación. Así, en 2016, Iglesias planteaba que «el debate que tenemos es [...] si Podemos tiene que seguir siendo populista o no»[2] en tanto que el partido formaba parte ya de las instituciones.
Considerando, por tanto, la revisión de la literatura mencionada hasta ahora, podríamos esperar que el mensaje populista de Podemos siguiera una tendencia decreciente como consecuencia de la mayor presencia del partido político en las instituciones democráticas y de sus aspiraciones para influir y/o formar parte del Gobierno. En este sentido, tras una fase inicial de irrupción electoral, el partido político ha ido mostrando sus intenciones de participar en el Gobierno: primero, cuando se ofreció a apoyar al Gobierno de minoría formado por el PSOE tras la moción de censura de 2018 y, segundo, en la campaña de las elecciones generales de abril de 2019, donde el líder del partido reclamaba ya explícitamente formar parte de un Gobierno de coalición[3]. Así, la primera hipótesis sostiene que los mensajes populistas siguen una tendencia temporal decreciente en los programas electorales de Podemos.
Otro factor que tener en cuenta en la evolución que sigue el populismo es el propio contexto y ambiente político en el que este se desenvuelve (Lisi et al., 2019). Como se ha mencionado en la parte conceptual, el populismo como ideología delgada refleja el carácter incompleto y dependiente del contexto de este fenómeno (Taggart, 2017). El contexto socioeconómico, político e histórico es el que define, entre otras cuestiones, las oportunidades discursivas presentes en un momento y lugar determinado para los actores populistas. En el caso de Podemos, este partido irrumpe a principios de 2014 en un escenario caracterizado por una doble crisis política y económica. Por un lado, Podemos supo movilizar el descontento político y democrático reflejado en el movimiento 15-M, el cual demandaba una forma de hacer política diferente y que ponía de manifiesto el agotamiento del sistema bipartidista en España, muy dañado por los constantes escándalos de corrupción (Rodríguez-Aguilera de Prat, 2015; Torreblanca, 2015). Por otro lado, el partido político pudo capitalizar este descontento con el funcionamiento de la democracia y con la política convencional en un contexto de crisis económica que le permitía conectar sus apelaciones anti-establishment con un programa socioeconómico de izquierdas y contrario a las políticas de austeridad (Della Porta et al., 2017; Fernández-García y Luengo, 2018b; Uribe Otalora, 2017). En este sentido, que las políticas de austeridad fueran decididas por instancias supranacionales alejadas del escrutinio popular, como es la Troika, y fueran implementadas por los dos partidos mayoritarios del país, incluido el partido socialista, permitieron que la crisis económica fuera enmarcada como una crisis democrática y de representatividad. Este escenario facilitó, por tanto, que Podemos desarrollase un discurso contra las élites políticas del país, las cuales eran representadas como antidemocráticas —en tanto que no tenían en cuenta la voluntad de la gente ni ofrecían una alternativa política real— y como corruptas y contrarias a los intereses del pueblo.
A partir de 2017, sin embargo, con la recuperación económica más o menos encauzada, y con el liderazgo del partido mayoritario de centroizquierda renovado, las oportunidades discursivas para Podemos se fueron modificando. La crisis territorial que atraviesa el país, agravada tras la celebración del referéndum en Cataluña el 1 de octubre de 2017 y la declaración unilateral de independencia, eclipsaría en buena medida la crisis de representatividad que había dejado tras de sí los escándalos de corrupción y la gestión de la crisis económica por los dos partidos mayoritarios. En este contexto, las cuestiones identitarias y el debate sobre la unidad nacional ganarían visibilidad en el debate político, lo que, unido al desgaste del principal partido de derecha del país, facilitó la irrupción electoral de la formación de derecha radical, Vox, en 2018 y 2019 (Turnbull-Dugarte, 2019). No obstante, la agenda política de Vox no se ha limitado a combatir los nacionalismos periféricos, sino que también ha aprovechado la visibilidad que ha adquirido para denunciar la supuesta invasión migratoria, así como la llamada «dictadura de género» (Schwörer et al., 2020), contribuyendo de este modo a la polarización ideológica del sistema de partidos español y de los propios ciudadanos. En este sentido, y como señala Orriols (2021), «los sentimientos de afecto y rechazo en la política española se estructuran cada vez menos en términos de trincheras partidistas y más en términos de trincheras ideológicas». Esto es, la polarización afectiva tiende a decrecer entre partidos del mismo bloque ideológico, sobre todo en la izquierda, a la par que crece la animadversión hacia los partidos del bloque ideológico contrario. Esta tendencia está relacionada con la polarización ideológica de los partidos políticos, así como con los acuerdos y conflictos entre los mismos (íd.). Así, por ejemplo, la polarización afectiva entre los partidos de izquierda alcanzó niveles muy altos tras la irrupción de Podemos, cambiando de tendencia justo tras la moción de censura de Mariano Rajoy, momento en el que se abre el espacio de colaboración entre el PSOE y Podemos a nivel nacional (íd.).
Recapitulando, esta investigación sostiene que la evolución del contexto socioeconómico y político en el que se desenvuelve Podemos, así como las propias estrategias y alianzas tejidas por la formación, ha podido cambiar su mensaje populista en al menos dos sentidos. En primer lugar, la alianza electoral con Izquierda Unida a partir de 2016, el surgimiento de la derecha radical en el país y la mayor colaboración con el principal partido de centroizquierda han reforzado el atrincheramiento ideológico de la formación en la izquierda. Ello puede favorecer que los mensajes populistas de Podemos se encuentren cada vez más adheridos a la ideología anfitriona del partido político. Como sostienen diferentes investigaciones, los partidos populistas de izquierda tienen como núcleo ideológico el socialismo democrático (ej. March, 2017), esto es, una agenda centrada en asuntos socioeconómicos como son la justicia social y la redistribución de la riqueza. Por tanto, se espera que los mensajes populistas de Podemos se encuentren cada vez más adheridos a esta agenda socioeconómica. En consecuencia, la segunda hipótesis de la investigación sostiene que los mensajes populistas de Podemos se encuentran cada vez más supeditados a la agenda socioeconómica del partido.
En segundo lugar, estos cambios en el contexto socioeconómico y, sobre todo, político, puede impactar en la construcción del «enemigo del pueblo» que realiza Podemos. Si en una fase inicial Podemos surge con un fuerte discurso anti-establishment, en el que ataca a la «casta política» sin diferenciación ideológica o moral alguna (estrategia de desdiferenciación), se espera que los cambios acontecidos en las alianzas electorales y parlamentarias, así como en el sistema de partidos con la irrupción de Vox, tengan un impacto en el discurso antagonista de la formación. Estos cambios tenderían a reflejar la mayor polarización entre bloques ideológicos en detrimento de la estrategia de desdiferenciación inicial por la cual «todos los políticos son iguales». Por tanto, la tercera hipótesis de la investigación apunta que el enemigo de los intereses del pueblo queda definido en términos ideológicos en los últimos programas electorales presentados por Podemos.
Para contrastar las hipótesis de la investigación se ha llevado a cabo un análisis de contenido de los programas electorales presentados a nivel nacional desde las elecciones europeas de 2014 hasta las últimas elecciones europeas de 2019. En primer lugar, como muchos estudios en la materia ponen de manifiesto, los programas electorales son documentos oficiales, escritos, accesibles y comparables entre sí, que ofrecen una descripción completa y estructurada de las posiciones de los partidos políticos en diferentes asuntos, así como de las grandes líneas ideológicas que siguen estas organizaciones (March, 2017; Manucci y Weber, 2017; Rooduijn y Akkerman, 2015; Rooduijn et al., 2014; Fernández-García y Luengo, 2018a). En segundo lugar, esta investigación busca analizar la evolución que ha seguido los principales elementos del populismo en los programas electorales de la formación. En este sentido, el análisis de contenido resulta una técnica de investigación adecuada en tanto que tiene como objetivo la caracterización del discurso y permite la presentación de los datos de forma estructurada y sistemática (Alonso et al., 2012) facilitando, por tanto, el análisis de los documentos a lo largo del tiempo.
Se han analizado un total de seis programas electorales correspondientes a las elecciones europeas de 2014 y 2019, las elecciones generales de 2015, 2016 y 2019 (abril) y las elecciones autonómicas de 2015 (se analiza el programa marco que presentó la formación a nivel nacional). El sistema de categorías está inspirado en la definición de populismo presentada por Mudde (2004) en la sección teórica, así como la operacionalización realizada por otras investigaciones empíricas que parten de esta definición (March, 2017; Fernández-García y Luengo, 2018a; 2020). Estas investigaciones encontraron que las referencias positivas al pueblo son muy frecuentes tanto en formaciones populistas como no populistas, siendo el carácter antagonista que contrapone la idea de pueblo contra las élites el elemento que realmente distingue al populismo[4]. Por tanto, el análisis se centrará en aquellos elementos del populismo que mejor distinguen a este fenómeno político, a saber: el antielitismo y la radicalización de la soberanía popular. El primer elemento introduce el carácter antagonista de la política y la sociedad necesario para definir el populismo: un conflicto vertical que contrapone los intereses de los de «abajo» frente a los de «arriba». El segundo, por su parte, también muestra una concepción antielitista de la política y centrada en el pueblo por el cual la gente corriente, y no los políticos, deberían tomar las principales decisiones políticas de la comunidad. Por tanto, el análisis empírico ha seguido las siguientes categorías:
a)Antielitismo. Referencias negativas a las élites, ya sean políticas, económicas o de otra índole, o a la élite en general (p. ej. «los poderosos»); a intereses especiales y prácticas perniciosas practicadas por los actores poderosos que dañan el interés general o el interés del pueblo; así como medidas para acabar con los privilegios de los poderosos o sectores privilegiados de la sociedad. Esta categoría ha sido medida de dos formas: una, de forma más restrictiva, que solo ha tenido en cuenta aquellas frases que hacían referencia negativa a las élites en contraposición explícita a los intereses del pueblo, a la gente, a lo público o al bien común; y otra, más amplia, en la que se han incluido todas aquellas referencias negativas a las élites, los intereses especiales y las prácticas perniciosas de estos grupos poderosos. Ejemplo de frase codificada como antielitismo: «Por tanto, la solución requiere inteligencia y nuevas perspectivas: esas que hasta ahora se han ignorado porque no interesaban al entramado de poderes políticos y financieros, un entramado ciego al bien común.» (Programa elecciones autonómicas, 2015, p. 11).
b)Soberanía popular. Referencias positivas al poder del pueblo o a la soberanía popular; propuestas para empoderar a la gente; mecanismos de participación que permitan la expresión directa de la voluntad popular como los referéndums o iniciativas populares. Ejemplo de frase codificada como soberanía popular: «Garantizar que toda decisión que se tome en las instituciones europeas y sea de gran calado para la ciudadanía deba ser refrendada obligatoriamente por esta.» (Programa elecciones europeas, 2014, p. 29).
La unidad de registro o de codificación es la frase (en total, 5696 frases). En relación con las diferentes longitudes de los programas electorales analizados, se ha seguido la estrategia de Rooduijn et al. (2014), por la cual las frases de los programas más largos tienen más peso que las frases de los programas más cortos. La razón tras esta decisión es que los programas más largos y detallados contienen en proporción menos frases populistas que los programas más cortos y concisos (íd.). Por tanto, se han calculado el número medio de frases de los seis programas electorales y los valores Z de cada uno. En función de los valores Z obtenidos, se ha realizado una ponderación de los programas[5].
Por último, la codificación se ha realizado por un único codificador siguiendo el mismo sistema de codificación de una investigación anterior —el indicado en las categorías anteriores— (Fernández-García y Luengo, 2018a), que mostró altos índices de fiabilidad, tanto entre codificadores (test-test) como de estabilidad (test-retest).
El gráfico 1 muestra la evolución que ha seguido los elementos que definen el populismo en los seis programas electorales presentados por Podemos a nivel nacional desde 2014 a 2019. Como se puede observar, las referencias negativas hacia las élites, ya sea contraponiéndolas explícitamente a los intereses del pueblo (élites vs. pueblo) o no (antielitismo), han seguido una tendencia decreciente desde el programa presentado en las elecciones europeas de 2014 hasta el programa presentado en las elecciones generales de 2016 (pasa del 1,7 % de las frases al 1 %; y del 8 % al 3,1 % respectivamente). No obstante, se produce un considerable aumento de las referencias negativas a las élites en los programas presentados para las elecciones generales de abril de 2019 (4,47 % y 7 %) y las europeas de 2019 (3 % y 6,6 %). Por lo que respecta a las referencias positivas a la soberanía popular, estas también siguen una tendencia decreciente con excepción del último programa presentado para las elecciones europeas de 2019. El máximo porcentaje de frases que hacen referencia a la soberanía popular se encuentran en el programa de las elecciones europeas de 2014 (8 %) y descienden hasta alcanzar el mínimo en el programa de las elecciones generales de 2019 (1,1 %), subiendo ligeramente en el programa de las europeas de 2019 (2,5 %).
Con la excepción de los últimos programas electorales presentados para las elecciones de 2019, la evolución decreciente que ha seguido los elementos característicos del mensaje populista es coherente con lo establecido en la hipótesis 1. No obstante, estos elementos vuelven a ganar presencia en los programas electorales del partido presentados en 2019, lo que podría estar relacionado con el supuesto caso de espionaje dirigido contra Podemos y sus dirigentes por parte de la «policía patriótica» del anterior Gobierno del Partido Popular y que estalló justo antes de las elecciones generales de 2019. En este sentido, el programa para las elecciones generales de 2019 hace referencia a las «cloacas» del Estado, aludiendo al uso de la policía por parte del Gobierno del Partido Popular, y con la connivencia de algunos medios de comunicación, para desprestigiar a Podemos. Por tanto, la hipótesis 1 no puede confirmarse plenamente, en tanto que en los programas electorales presentados en 2019 rompen con la tendencia decreciente de los anteriores.
En relación con el encuadre dominante en las referencias que expresan un conflicto entre los intereses de las élites frente a los del pueblo o el bien común, el gráfico 2 muestra que, si bien en el primer programa presentado para las elecciones europeas de 2014 se parte de un encuadre económico dominante, este pasa a descender a favor de un encuadre más político. El encuadre político gana peso en las elecciones autonómicas y generales de 2015, cuando Podemos consigue posicionarse entre los tres partidos más votados a nivel nacional. Este encuadre se encuentra caracterizado principalmente por referencias negativas a la corrupción de la clase política; los privilegios de las élites políticas y las puertas giratorias; a la injerencia de los intereses partidistas y gubernamentales en sectores e instituciones que deberían permanecer independientes del poder político (Universidad, poder judicial, Administración pública, etc.); así como al funcionamiento de las instituciones en general, o de instituciones específicas (p. ej. monarquía). En estas elecciones, Podemos busca posicionarse como un actor político diferenciado de la clase política, presentándose como alternativa «frente a quienes creen, en definitiva, que se puede gobernar para la gente sin la gente» (2015a: 11).
No obstante, a partir del programa presentado en las elecciones generales de 2016, cuando se acuerda la alianza electoral con Izquierda Unida, el encuadre económico vuelve a ganar peso frente al político, apoyando de este modo la segunda hipótesis. Este encuadre económico está caracterizado por ataques dirigidos hacia los bancos, instituciones financieras, grandes corporaciones, lobbies industriales y los grandes poderes económicos y financieros en general. Según este encuadre, los poderes económicos utilizan su posición de privilegio para hacer prevalecer sus intereses frente a los de la gente corriente, los trabajadores, las pequeñas empresas o el bien común. Este argumento es utilizado en diferentes ámbitos, pero hace referencia principalmente al sector energético y financiero, la vivienda (este último en los programas de 2019), los medios de comunicación y, en menor medida, a la cultura y el medio ambiente. A modo de ejemplo, en el programa de las elecciones europeas de 2019, cuando este encuadre alcanza el pico máximo del período analizado, el partido señala lo siguiente: «La salud de la democracia exige que quienes tienen un enorme poder financiero [en alusión a los bancos y fondos financieros] no puedan aprovecharlo para controlar también la comunicación y la formación de opinión pública» (2019b: 22). Asimismo, este encuadre recoge referencias negativas a la connivencia de intereses económicos y políticos («el bailar pegados de los grandes poderes económicos con las principales instituciones democráticas») en detrimento de los intereses generales, así como a la influencia que ejercen los poderes económicos en la labor de los poderes públicos. Denuncia esta situación, por ejemplo, cuando señala que: «La promesa de ocupar puestos en los consejos de administración de grandes empresas o de beneficiarse de sus altas retribuciones tras salir del servicio público conlleva la predisposición, por parte de las personas que hasta entonces desempeñaban una función dentro de las instituciones del Estado, a actuar contra el pueblo y a favor de unos pocos» (2019a: 50). De este modo, el partido denuncia cómo las instituciones y los actores políticos son utilizados por los grandes poderes económicos para satisfacer sus propios intereses. Así, el programa electoral de las elecciones europeas de 2019 señala que: «Debe impedirse que los poderes económicos y financieros pongan a su servicio a las instituciones mediante una ilegítima influencia en el proceso legislativo» (2019b: 41).
Desde un punto de vista cualitativo, la evolución que sigue el eje de conflicto que contrapone los intereses de los poderosos frente a los de la gente corriente, permite diferenciar dos etapas. La primera, comprende los programas electorales de las elecciones europeas de 2014, las autonómicas de 2015 y las generales de 2015-2016. La segunda, incluye los programas electorales presentados para las elecciones generales y europeas de 2019. En la primera etapa, la formación política dirige duros ataques hacia la clase política o la «casta política» (2015a: 67), las instituciones y «los poderosos» (2015b: 11). No obstante, estos ataques se realizan de forma indiferenciada, esto es, generalizando a todos los políticos e instituciones y sin identificarlos en términos ideológicos. Así, por ejemplo, se encuentran referencias negativas a la clase política como la siguiente: «como hemos dicho desde el principio: somos gente; no somos políticos» (2015a: 13). Asimismo, es posible identificar un fuerte antinstitucionalismo en los programas presentados entre 2014 y 2016, por ejemplo, cuando señalan que: «Sabemos y sentimos que somos mayoría las personas hartas de ver a las instituciones defendiendo los intereses de los poderosos mientras permanecen indiferentes a los problemas de la gente» (2015b: 11). En la segunda etapa, por el contrario, las instituciones son presentadas generalmente como presas de los intereses de determinados actores, en especial, los «corruptos» y los grandes poderes económicos. A modo de ilustración, en el programa de las elecciones generales de 2019 señalan que «los corruptos capturan las instituciones públicas para que en ellas se decida a favor de unos pocos y en contra de la mayoría» (2019a: 47).
No obstante, la diferencia fundamental entre ambas etapas tiene que ver con la identificación ideológica del enemigo contra el que se dirigen. En la primera etapa, solo se encuentra una mención al neoliberalismo haciendo referencia a la Unión Europea: «La Europa neoliberal y antidemocrática» (2014: 11) y dos referencias a resarcir a las víctimas del fascismo en España (programas de 2014 y 2016). En la segunda etapa, por el contrario, se hacen hasta cinco referencias negativas a la derecha y a la extrema derecha, las cuales estaban completamente ausentes en los programas anteriores. Así, por ejemplo, el programa electoral de las elecciones generales de 2019 señala que «las derechas de Aznar quieren enfrentar a los distintos pueblos de este país» (2019a: 101). El programa de las europeas de 2019 también alerta de «la emergencia de un eje reaccionario, liderado por Salvini, Orban y Le Pen, al que ahora se suman las derechas españolas con la intención de liquidar los valores y la identidad europeas al ritmo de un discurso autoritario, xenófobo, homófobo y misógino.» (2019b: 5). De este modo, tanto a nivel nacional como europeo, los últimos programas presentados por la formación consideran a la derecha política como una amenaza a la libertad e igualdad; y, al hacerlo, posicionan a la propia formación en el bloque de izquierda. Además de estas referencias expresas a la derecha política, los últimos programas presentados en 2019 también hacen numerosas alusiones negativas a los sectores reaccionarios y conservadores de la sociedad. Finalmente, se encuentran hasta siete referencias al neoliberalismo en el programa electoral de las europeas de 2019, característica que se encontraba ausente en el resto de programas electorales (solo en el programa de las europeas de 2014 hay una referencia al neoliberalismo). El argumento principal a este respecto sostiene que la Unión Europea y sus actores principales han abrazado el neoliberalismo, causa de las migraciones forzosas, la desigualdad social y la precariedad laboral: «El marco político actual de la Unión, bajo la clave de bóveda del Tratado de Lisboa, hace del neoliberalismo ley» (2019b: 7).
Encontramos, por tanto, una identificación ideológica de los enemigos contra los que se dirige la formación tal y como sostenía la tercera hipótesis de la investigación. En los programas anteriores, los enemigos de los intereses del pueblo eran principalmente «la casta» y «los políticos» sin distinción ideológica, de forma que las referencias específicas a los partidos mayoritarios se limitaban a señalar algunas medidas que habían adoptado y que prometían revertir (reforma laboral, reforma del artículo 135 de la Constitución, etc.). En los últimos programas presentados en 2019, sin embargo, la formación populista identifica expresamente a las «derechas de Aznar», al «neoliberalismo dominante» y al «eje reaccionario» que está emergiendo en toda Europa como una amenaza a los intereses del pueblo. Ante esto cabe preguntarse qué imagen se proyecta en los últimos programas electorales del principal adversario electoral de Podemos, el Partido Socialista Obrero Español. En este sentido, el programa de las elecciones generales de 2019 comienza señalando que los españoles tienen tres opciones electorales: «cualquiera de los tres partidos de Aznar, el PSOE o Unidas Podemos» (2019a: 5). «Los tres de Aznar» son presentados como la opción reaccionaria que quiere llevar al país al pasado, como una amenaza a las libertades civiles y a los derechos de las mujeres y como la opción que busca aumentar los privilegios de los grandes poderes económicos. Esto supone que la formación populista considera al PSOE como una opción política e ideológicamente diferenciada de «las tres derechas», lo que implica un cambio con respecto a la estrategia de desdiferenciación de los primeros años, por la cual las élites políticas no presentaban diferencia ideológica o moral alguna. En esta etapa, por el contrario, Podemos considera de forma indirecta al PSOE como parte del bloque de izquierda, pero dentro de este, lo caracteriza como la opción más conservadora y cobarde. A este respecto, el programa de las elecciones generales de 2019 señala que: «Cada vez que hay que enfrentarse a las eléctricas, a la banca o a los fondos buitre para defender los derechos de la gente, al PSOE le tiemblan las piernas» (2019a: 5).
En 2014 emerge, por primera vez, una formación populista con relevancia a nivel nacional en España. Desde su fundación, Podemos ha obtenido representación legislativa en todos los niveles territoriales del país, así como representación ejecutiva a nivel autonómico y local, y tras las elecciones de 2019, también a nivel nacional. No obstante, las condiciones específicas de crisis económica y política (recesión económica, políticas de austeridad y escándalos de corrupción de los principales partidos políticos del país) que facilitaron la irrupción electoral de la formación populista (Fernández-García y Luengo, 2018b; Uribe Otalora, 2017) podrían considerarse hoy en día prácticamente superadas o, al menos, eclipsadas por los nuevos desafíos que afronta el país (la crisis territorial y, posteriormente, la crisis sanitaria, han eclipsado en buena parte las anteriores). En este sentido, el cambio de escenario económico y político podría considerarse un desafío para la formación, en tanto que las preocupaciones actuales han configurado unas oportunidades discursivas muy diferentes de las que facilitaron la irrupción electoral de Podemos en 2014-2016 (ganan peso, por ejemplo, las cuestiones relacionadas con la identidad nacional y, posteriormente, con la gestión sanitaria). Asimismo, el propio éxito de la formación y su plena participación en las instituciones políticas, en alianza con la izquierda radical y en colaboración con el centroizquierda, podrían poner en peligro su identidad populista. En este sentido, el partido se ha enfrentado a tensiones internas entre quienes quieren recuperar «la calle» y quienes quieren consolidar su presencia en las instituciones (Lobera y Parejo, 2020), así como entre quienes quieren mantener la esencia populista y quienes quieren consolidar su posición como partido de izquierda (p. ej. el conflicto entre Pablo Iglesias y el que fuera su número dos, Íñigo Errejón, que terminó con la ruptura de este último y la formación de Más País) (Vallespín y Bascuñán, 2018). Por último, los propios cambios acontecidos en el sistema de partidos con el auge de la derecha radical han favorecido el atrincheramiento ideológico de los partidos, incluido Podemos. Considerando, por tanto, los cambios económicos y políticos en el país, así como la propia evolución electoral e institucional del partido, este artículo tenía como objetivo analizar la evolución que ha seguido el populismo en el discurso de Podemos.
Los resultados sugieren, en primer lugar, que la presencia de los elementos populistas ha seguido una tendencia decreciente desde 2014 hasta 2016, volviendo a incrementar su peso en los últimos programas electorales de 2019. Este repentino ascenso del discurso populista de los últimos programas electorales podría estar relacionado con el escándalo de la «policía patriótica» que denunció la formación en los meses previos a las elecciones generales de 2019. Este caso les permitiría denunciar el uso que determinadas élites políticas hacen de las instituciones para satisfacer sus propios intereses. En segundo lugar, se ha identificado una tendencia a partir de 2016 por la cual el encuadre económico gana peso frente al político en las frases de los programas que expresan un conflicto entre los intereses de los más poderosos y los intereses generales o de la gente corriente. Esta evolución estaría en consonancia con la alianza del partido con la izquierda tradicional del país, Izquierda Unida, una alianza que lo ha posicionado indudablemente en el espacio ideológico de la izquierda. Asimismo, esta evolución es coherente con el cambio de la cronología de la crisis en el discurso de la formación que apuntaba Franzé (2017) por la cual, esta pasa del Régimen del 78 (de carácter político) a las políticas neoliberales que dieron respuesta a la crisis de 2008 (de carácter económico). En último lugar, el análisis del mensaje populista de los programas electorales permite identificar dos etapas dentro de la formación. La primera, que comprende los programas presentados entre 2014 y 2016, estaría caracterizada por un mayor antiinstitucionalismo y una crítica generalizada hacia las élites políticas, sin distinción de estas en términos ideológicos. En la segunda etapa, característica de los programas de 2019, el discurso contra las instituciones se suaviza y se consideran como presas de los intereses de «los poderosos». Asimismo, en esta etapa se produce una clara identificación ideológica de los enemigos del pueblo: «las tres derechas» españolas, el «eje reaccionario» europeo y «el neoliberalismo dominante en Europa». En este sentido, el PSOE queda representado como una organización diferenciada ideológicamente del bloque de derecha. No obstante, ello no implica la ausencia de ataques hacia la formación mayoritaria de centroizquierda, la cual es presentada como una opción cobarde e incapaz de enfrentarse a los intereses de los grandes poderes económicos.
Recapitulando, el análisis no permite concluir que los elementos característicos del populismo hayan sufrido un descenso generalizado en los programas electorales de Podemos como consecuencia de la institucionalización que ha experimentado el partido y la reciente colaboración con el partido de centroizquierda en las instituciones legislativas y ejecutivas. Este resultado estaría en línea con el estudio comparado de Schwörer (2021) que pone en cuestionamiento la tesis de la inclusión-moderación. Este autor concluye que la participación de los partidos populistas en coaliciones de gobierno no se traduce necesariamente en una reducción del grado de populismo de estas formaciones, sino más bien en un cambio del tipo de élites a los que se dirigen los ataques populistas. En este sentido, el análisis de los programas de Podemos ha identificado una mayor presencia del encuadre económico frente al político, por el cual los ataques a los grandes intereses económicos se vuelven más frecuentes, así como un importante cambio cualitativo por el cual, el enemigo queda completamente retratado en términos ideológicos —la derecha política y el neoliberalismo—. Nuestros resultados sugieren, por tanto, que más que un declive del discurso populista como tal, el populismo de Podemos aparece cada vez más adherido a la ideología anfitriona del partido. Esto es, los mensajes populistas de Podemos se encuentran cada vez más supeditados a su agenda socioeconómica de izquierda y en contraposición con el bloque ideológico de derecha. O, dicho de otro modo, el eje «arriba/abajo» queda redefinido en el discurso de la organización de forma que «los poderosos» quedan representados principalmente en términos económicos y se reconocen matices ideológicos a la hora de atacar a la clase política.
En cuanto a los factores que explican estos cambios en la identidad y discurso del partido, vemos que, si bien la presencia del partido en las instituciones no ha resultado en un declive generalizado del discurso populista, sí ha afectado al tipo de mensaje populista desarrollado. En primer lugar, y como ya adelantara el estudio de Franzé (2017), el discurso contra las instituciones se suaviza de forma que ya no sigue una lógica de impugnación, sino de regeneración. El problema ya no es tanto el diseño institucional del país, sino las personas y los grupos que ocupan y utilizan dichas instituciones. En segundo lugar, la mayor orientación del partido político hacia las instituciones ejecutivas del país ha sido posible por la creciente colaboración con el partido mayoritario de centroizquierda. Esta colaboración dificulta sostener de forma coherente un discurso de demonización generalizada de la clase política por el cual «todos los políticos son iguales». Los cambios en el contexto socioeconómico y político explican también la evolución del mensaje populista de Podemos. La crisis territorial, agravada a partir de 2017, dio impulso electoral a la derecha radical, que además de radicalizar las posiciones en torno a la unidad nacional, habría contribuido a una mayor polarización ideológica izquierda/derecha en el sistema de partidos español. En esta investigación sostenemos que el mensaje populista de Podemos tiende a reflejar este atrincheramiento ideológico del sistema de partidos en detrimento de la estrategia de desdiferenciación inicial por la cual se atacaba a la clase política sin distinciones ideológicas. En este sentido, los cambios apuntados en la formación y en sus competidores parecen confirmar que la competición partidista española vuelve a tener como protagonista el eje izquierda/derecha —y centro/periferia—, confrontando en la actualidad a dos grandes bloques ideológicos (VOX-PP-Cs/PSOE-Podemos). De este modo, el eje nueva/vieja política (Podemos-Cs/PSOE-PP) que irrumpió con fuerza entre 2014 y 2016 podría considerarse eclipsado hoy por los ejes tradicionales de la política española.
[1] |
Las definiciones mínimas están compuestas por un número muy reducido de atributos (baja intensidad) pero con muchos referentes empíricos (alta extensión), mientras que las definiciones máximas están compuestas por muchos atributos o características (alta intensidad) y pocos referentes empíricos (baja extensión). |
[2] |
Iglesias, Pablo. 2016. Intervención en el acto de presentación del libro Horizontes neoliberales en la subjetividad, de Jorge Alemán, en La Morada, 5-10-2016. Disponible en: https://bit.ly/34a9ILy (ultima consulta: 9 de marzo de 2021). |
[3] |
Disponible en: https://bit.ly/3J91RN7. |
[4] |
Luke March (2017) denominó estas referencias positivas hacia el pueblo o de cercanía al mismo por parte de partidos no populistas como «demoticismo», es decir, una aproximación al pueblo sin construir una identidad antagonista como realiza el populismo. |
[5] |
El valor Z permite determinar a cuántas unidades de desviación estándar se encuentra por encima o por debajo de la media un punto de datos (en esta investigación, cada programa electoral). Para cada programa con un valor Z entre 1 y 2, se da un peso de 1,3; para los programas con un valor Z de 2 o más, se da un peso de 1,5; para los programas con un valor Z entre -1 y -2, se da un peso de 0,7; y para los programas con un valor Z de -2 o menos, se da un peso de 0,5. Solo el programa electoral de las elecciones generales de 2015 ha obtenido un valor Z mayor que 1, por tanto, ha sido el único al que se ha aplicado la ponderación (en este caso, de 1,3). |
[6] |
Número total de frases por programa: 409 (europeas 2014), 724 (autonómicas 2015), 2090 (generales 2015), 501 (generales 2016), 984 (generales 2019), 988 (europeas 2019). |
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