RESUMEN
Adolfo Martín-Gamero, director de la Oficina de Información Diplomática, tramitó las entrevistas que Franco celebró con periodistas de la prensa internacional entre 1958 y 1968. Basándose en documentación inédita de la Real Academia de la Historia, este estudio analiza el contexto y contenido de aquellos encuentros periodísticos insertos en la estrategia propagandística de la dictadura y en los que, además, el diplomático actuó como intérprete. El examen revela la importancia que el franquismo atribuía a las grandes cabeceras estadounidenses (The New York Times, en especial), debido a su influencia en la opinión pública de su principal aliado internacional, y a Le Figaro para estrechar relaciones comerciales con Francia y facilitar el acceso de España al Mercado Común.
Palabras clave: Francisco Franco; franquismo; Oficina de Información Diplomática; prensa extranjera; The New York Times; Le Figaro.
ABSTRACT
Adolfo Martín-Gamero, director of the Office of Diplomatic Information, managed the interviews that Franco gave to international media journalists between 1958 and 1968. Based on previously unpublished documentation filed at the Real Academia de la Historia, this study analyses the context and the contents of those journalistic meetings, which were part of the propaganda strategy of the dictatorship, and in which the diplomat was involved as an interpreter. The conclusions emphasize the importance given by Francoism to the US media (especially The New York Times) due to the influence of their international ally over the public opinion, and Le Figaro, which helped establishing closer trade relations with France and so facilitating the Spanish accession to the Common Market.
Keywords: Franco; Francoism; Office of Diplomatic Information;; foreign press; The New York Times; Le Figaro.
En diciembre de 1945 un reportero de Associated Press entrevistó a Franco en el Palacio de El Pardo. A Dewitt Mackenzie le sorprendió la cordialidad de quien, por haberse identificado con el Eje, conducía a su país al ostracismo tras la Segunda Guerra Mundial. El encuentro, que marcó el principio de la operación del franquismo por recuperar la respetabilidad en los Estados Unidos[1], ilustra sobre la estrategia propagandística que el régimen impulsó a través de estos encuentros con reporteros extranjeros.
Este trabajo cubre una laguna en la historiografía: el examen de las entrevistas con Franco que la Oficina de Información Diplomática (OID), dirigida por Adolfo Martín-Gamero, concertó con periodistas extranjeros entre 1958 y 1968. Este periodo crucial explica cómo la apertura del Ministerio de Asuntos Exteriores, encabezado por Fernando María de Castiella, transitó de la tensión y enfrentamiento con el Ministerio de Información y Turismo a la colaboración y el entendimiento a partir del relevo de Arias Salgado por Fraga en 1962.
Todo estado de la cuestión de la relación del franquismo con la información internacional debe retrotraerse al trabajo de Sahagún (1986)[2], que se centra, como la mayor parte de la literatura académica, en la acción de medios y profesionales españoles. Otros autores cambian la perspectiva y examinan el control de la prensa extranjera por parte de las autoridades franquistas o el tratamiento de los medios foráneos sobre España, si bien habitualmente fuera de nuestro marco cronológico: Moreno Cantano (2016), centrado en el periodo 1936-1945; López Zapico (2010), que analiza The New York Times en el tardofranquismo; o los dedicados a la Transición democrática de Chislett (2014), Tulloch (2015) y Guillamet (2016). La única investigación sistemática sobre los corresponsales extranjeros en la España franquista es la tesis doctoral de Reckling (2016).
A un politólogo de Harvard, Joseph Nye, se debe el concepto de poder blando (soft power), que define como «la capacidad de obtener lo que quieres a través de la atracción antes que a través de la coerción o las recompensas»[3]. Frente a las intervenciones militares o las sanciones económicas (hard power), se disciplina a través de los valores (democracia, derechos humanos e igualdad de oportunidades), la diplomacia y la cultura. Resulta paradójico que lo apuntado por Nye para mantener el poderío internacional de una democracia como Estados Unidos (muy debilitada en su imagen tras la guerra de Irak), lo utilizara para abandonar el ostracismo una autocracia como la franquista. Son estudios que inciden en el poder blando (medios culturales, ideológicos y diplomáticos) esgrimido en la escena internacional por el Estado de Franco los de Eiroa (2009), sobre el reflejo informativo de las cumbres de Franco con jefes de Estado; Glondys (2012), que aborda el Congreso por la Libertad de la Cultura; Muñoz Soro (2013, 2014), sobre la propaganda a raíz del caso Grimau y las políticas de formación de la opinión pública por el Ministerio de Información y Turismo; Fernández Fernández-Cuesta (2013), en torno a la Oficina de Información Diplomática; Viktorin (2018), sobre la marca país; y, sobre todo, Rosendorf (2014), que disecciona cómo el franquismo buscó mejorar su reputación favoreciendo el turismo norteamericano y las superproducciones de Hollywood, y desplegando campañas de relaciones públicas en Estados Unidos[4].
El presente estudio, que incardina las entrevistas a Franco en este contexto de propaganda (de poder blando), debe acudir también a los testimonios de protagonistas, como Benjamin Welles (1965), corresponsal de United Press Internacional (UPI) en España entre 1956 y 1962, que entrevistó a Franco; Henry F. Schulte (1968), jefe de la agencia en Madrid por esos años; o el ministro de Información y Turismo, Fraga (1980)[5].
Finalmente, y aparte de las referencias hemerográficas (periódicos españoles y extranjeros que publicaron las citadas entrevistas), se ha recurrido a dos archivos. En primer lugar, se han consultado los expedientes de reporteros extranjeros del Ministerio de Información y Turismo en el Archivo General de la Administración (AGA). Fuente esencial en esta investigación constituye, por último, el legado Martín-Gamero, archivo personal del director de la Oficina de Información Diplomática entre 1958 y 1968. Estos fondos inéditos, de los que se ha utilizado la voluminosa carpeta alusiva a nuestro objeto de investigación y un breve documento mecanografiado[6], se encuentran depositados en la Real Academia de la Historia.
Esta investigación toma como punto de partida que la selección de los entrevistadores (y de los medios a los que representaban) y la gestión de las entrevistas periodísticas con Franco se orientarían hacia la exaltación propagandística de su régimen y a la política de apertura de Asuntos Exteriores. También presupone que la realización y publicación de las entrevistas, debido a sus condiciones restrictivas, en nada tendrían que ver con las prácticas profesionales en los Estados democráticos con plenas garantías para el ejercicio de las libertades de prensa. Y, por último, da por sentado que los encuentros se desarrollarían dentro de la estrategia de soft power, si bien condicionada por la particular personalidad del jefe del Estado. Se pretende, en suma, confirmar a partir de documentación inédita y con un enfoque novedoso (el análisis sistemático de estos diálogos de reporteros foráneos con el dictador) una línea de interpretación bien consolidada por la historiografía.
Se ha venido estudiando la relación del franquismo con la información del mundo a partir de su recepción doméstica, que «generalmente no reflejó a la sociedad internacional real, sino a la sociedad internacional inventada en cada momento por el sistema de acuerdo con sus intereses»[7]. Cuestión muy distinta fue la manera en que la prensa foránea informaba y opinaba sobre la España de Franco, que se basaba en el trabajo de corresponsales y enviados especiales acreditados en España. El trato del régimen a estos fue en la posguerra mundial una «versión suavizada» del dispensado a la prensa nacional; pese a ello, se trataba de mantenerlos a raya. Un episodio lo ilustra. A Sam Pope Brewer, corresponsal de The New York Times, se le habían permitido opiniones críticas, pero en abril de 1951 el régimen abandonaba el ostracismo y se sentía más fuerte, por lo que solicitó su expulsión de España. La torpe acción le puso en contra al grueso de la opinión norteamericana, por lo que se hubo de rectificar anulando la medida. Franco ordenó al nuevo ministro de Información y Turismo, Arias Salgado, que el incidente no se repitiera[8].
El sucesor de Brewer, Benjamin Welles, señaló las restricciones que sufría la prensa española: «En mis propios seis años en España (1956-1962) no puedo recordar ni una palabra crítica hacia el Gobierno (presidido por Franco); las Fuerzas Armadas (comandadas por Franco); la Iglesia (amparada por Franco): los sindicatos falangistas (encabezados por Franco); o las políticas de la nación (dictadas por Franco)»[9].
Sin embargo, él no sintió dicho ronzal: «Paradójicamente, el corresponsal extranjero está libre de la censura. En mi experiencia de seis años, ni una palabra de las que escribí fueron objeto de la censura ni fui convocado una sola vez por [Asuntos] Exteriores, el de Información u otros ministerios para ser reprendido, amenazado, o presionado»[10].
Henry F. Schulte, director de United Press International en Madrid, incidiría en el carácter pendular del contexto informativo español, siempre entre la censura y el «libertinaje»[11]. Al periodista su labor en España le habría merecido calificativos como «tendencioso» o «comunista» por parte de las autoridades franquistas, mientras que en los Estados Unidos se le tildaba de «franquista» o «autoritario»[12].
No obstante, resultaba obvio que «el Gobierno [español] no podía decir al New York Times, a Le Monde, al Christian Science Monitor o al Times de Londres qué publicar como hacía con ABC, Arriba, o La Vanguardia». De ahí que se aplicara a los corresponsales extranjeros la condescendencia o diversos grados de coacción[13]. «A pesar de la necesaria aceptación del cuerpo del cuerpo de prensa extranjera en España, las autoridades franquistas reaccionaron tratando continuamente de extender su influencia sobre los periodistas extranjeros. Ello derivó en un permanente acto de equilibrio entre el control interno de la dictadura y su objetivo más amplio de aceptación internacional»[14].
El marco general para los reporteros acreditados en España lo fijó la Ley de Prensa de 1938[15], un texto de inspiración totalitaria que hacía del periodista un «apóstol del pensamiento» subordinado a la ideología del Estado, y del periódico un instrumento del poder político. Establecía una draconiana censura, regulaba las publicaciones, intervenía en la designación de los directores y reglamentaba estrictamente la profesión[16], pero no contenía referencias específicas para los corresponsales extranjeros, cuya acción sería limitada por decreto[17]. Entre 1941 y 1945 los medios extranjeros dependieron de la Delegación Nacional de Prensa, integrada en una Vicesecretaría de Educación Popular que protagonizó frecuentes choques con Exteriores.
Desde abril de 1945 se eliminó la censura sobre los corresponsales extranjeros[18]. Poco después, las competencias sobre la prensa quedaron adscritas al Ministerio de Educación. Respecto a la prensa foránea prosiguieron las fricciones con el Ministerio de Asuntos Exteriores, donde su titular, Alberto Martín Artajo, creó la Oficina de Información Diplomática (OID) para contrarrestar el aislamiento internacional de España[19]. Los roces derivaron en abruptos enfrentamientos desde 1951 al crearse el Ministerio de Información y Turismo, que recabó la censura y las competencias sobre la prensa extranjera. De la Dirección General de Prensa dependería ahora la acreditación de los corresponsales, lo que provocó constantes roces con la OID[20].
La llegada al Ministerio de Asuntos Exteriores en 1957 de Castiella, mucho más sensible a la imagen exterior de España y deseoso de recabar competencias sobre los corresponsales a través de la OID, marca el contexto de nuestro análisis.
«Prototipo» de una «larga travesía hacia el liberalismo» de «una parte significativa de la derecha española contemporánea», Fernando María de Castiella (1907-1976) «pasó por el maurismo, por la extrema derecha monárquica en los años treinta, participó de forma efímera en la aventura fascista y, desde 1943, se consagró a la reconversión nacional-católica de la dictadura, en especial a su rehabilitación internacional»[21]. Accedió al Gobierno en la crisis de febrero de 1957, que dio entrada a los tecnócratas. Catedrático de Derecho Internacional, dirigió el Instituto de Estudios Políticos y fue desde 1951 embajador ante la Santa Sede, donde aceleró la firma del Concordato de 1953. Al hacerse cargo de Exteriores España había abandonado el ostracismo (en 1953 también se suscribieron los acuerdos con los Estados Unidos y en 1955 el país ingresó en la ONU) y la política exterior requería otro impulso. Castiella se propuso forzar un acercamiento a Europa, un mayor respaldo militar de Washington y un mejor equilibrio en la relación bilateral. Asistido por diplomáticos competentes, utilizó para su apertura la citada OID[22]. El sucesor de su primer responsable, Luis María de Lojendio, nació en Madrid en 1917. Adolfo Martín-Gamero y González Posada estudió en la Institución Libre de Enseñanza, se licenció en Derecho y amplió estudios en Cambridge, París y Berlín. Combatiente en la Guerra Civil, ingresó en la carrera diplomática en 1945. Fue secretario de la legación de Irlanda, encargado de negocios en Berna (1951-1955) y cónsul en Pau[23]. Allí recibió la llamada de Castiella y en enero de 1958 tomó posesión como director de la OID[24]. Entendía, como su ministro, que una política internacional coherente favorecería el desarrollo político de España[25]. Sin embargo, la descolonización (Guinea Ecuatorial, Sahara y Gibraltar) o un planteamiento más igualitario de las relaciones con los Estados Unidos motivarían habituales choques con el almirante Carrero Blanco, adversario también de apuestas domésticas de Castiella como la libertad religiosa o de prensa[26].
El nuevo director de la OID chocó pronto con el ministro de Información y Turismo, desde 1951 el integrista Gabriel Arias Salgado[27]. Martín-Gamero, que organizó la visita del presidente Eisenhower a España en 1959[28], suprimió la censura de su Ministerio sobre la información internacional. Fue un anticipo de la Ley de Prensa de 1966 y se consensuó con Fraga, sucesor de Arias Salgado[29].
El papel que nos interesa del director de la OID entre 1958 y 1968 es el de gestor de las entrevistas de reporteros extranjeros ante el general Franco, así como de intérprete en dichos encuentros. Esta última figura, esencial en las relaciones internacionales, se profesionaliza en el primer tercio del siglo xx, cuando surge la Sociedad de Naciones. Son bien conocidas las memorias del más relevante traductor de la Alemania de Weimar y el nazismo, Paul Schmidt, intérprete de Hitler[30]. La tarea del intérprete plantea dilemas éticos. La historiografía ha puesto en cuestión el valor de su testimonio y ha analizado su rol en una dictadura[31].
En el caso español apenas existe literatura científica acerca de estos funcionarios[32]. Se precisa recurrir a memorias y a documentos de archivo. A diferencia de Hitler, el general Franco no dispuso de un intérprete fijo. Desempeñaron esta tarea diplomáticos como el barón de las Torres, que le acompañó en Hendaya ante Hitler[33]; Jaime de Piniés, traductor ante Eisenhower[34]; Máximo Cajal, testigo del encuentro con De Gaulle[35], o Antonio de Oyarzábal, asistente ante el presidente Ford[36].
Martín-Gamero tramitó las audiencias del general con personalidades extranjeras, a las que acompañó al Palacio de El Pardo, el Pazo de Meirás y el Palacio de Ayete. Como director de la OID entre 1958 y 1968, se convirtió en el intérprete de más trayectoria junto a Franco, al que conoció en febrero de 1958 cuando acompañaba a una delegación de parlamentarios franceses. Los visitantes se dispusieron en círculo y Franco, en pie, se volvió levemente hacia él: «¿Qué tal por Madrid?». El intérprete, ingenuo, a punto estuvo de enumerarle los problemas de su departamento. En realidad, Franco estaba saludando a los franceses. Según el diplomático, para este «el intérprete no era sino una simple máquina que funcionaba a su lado, a quien apenas miraba y con cuyo nombre y probablemente cara —tal fue mi caso— no se llegaría a familiarizar hasta después de muchas entrevistas»[37].
El chaqué resultaba obligatorio en las audiencias. Al producirse la llamada, el visitante penetraba en el despacho del Caudillo, quien permanecía al fondo, «inmóvil, impasible» ante una mesa de trabajo repleta de papeles. Fotografías dedicadas sobre mesas y consolas permitían cierto análisis de las relaciones exteriores españolas[38].
De los tres tipos de corresponsales que Reckling (2016: 24-25) describe, esto es, en plantilla o fijos (que ejercían de forma permanente para un solo medio), enviados especiales (que viajaban por un corto tiempo para cubrir historias) y colaboradores (que trabajaban de forma independiente semifija para un pequeño número de clientes habituales o vendían sus historias), los entrevistadores de Franco solían adscribirse a la dos primeras categorías[39]. En 1955 el Ministerio de Información y Turismo dictó nuevas pautas para las acreditaciones: «corresponsales extranjeros» (en plantilla) y colaboradores recibían carnés de uno a seis meses de vigencia sin límite de renovación. Los de enviados especiales solo regían un mes[40].
Martín-Gamero gestionó trece entrevistas de Franco con corresponsales extranjeros:
Fecha del encuentro | Periodista-entrevistador | Medio de comunicación |
---|---|---|
Junio de 1958 | Serge Groussard | Le Figaro (Francia) |
Febrero de 1959 | C.L. Sulzberger | The New York Times (EE. UU.) |
Mayo de 1959 | Carlos Denegi | Excelsior (México) |
Abril de 1960 | Flavio Rubens | O Globo (Brasil) |
Junio de 1961 | W.R. Hearst | New York Journal (EE. UU.) |
Mayo de 1962 | Frank H. Bartholomew | UPI (EE. UU.) |
Junio de 1962 | William Mac Donald | The Times (Reino Unido) |
Agosto de 1962 | Benjamin Welles | The New York Times (EE. UU.) |
Agosto de 1962 | Jim Bishop | New York Journal American (EE. UU.) |
Marzo de 1963 | Walter Cronkite | CBS (EE. UU.) |
Diciembre de 1963 | Jacques Guillemé-Brulon | Le Figaro (Francia) |
Mayo de 1964 | Hans Georg von Studnitz | Christ und Welt (RFA) |
Enero de 1966 | Otto Fuerbringer | Time Magazine (EE.UU) |
Fuente: elaboración propia.
La primera entrevista gestionada por Martín-Gamero se concedió a un reportero francés. No era extraño. A escasos meses del regreso del general De Gaulle al poder, el Gobierno español seguía muy atento a Francia, que era «un horizonte de referencia, un ejemplo a seguir, una nación por la que pasaban las claves de muchos problemas españoles y de la que se esperaba mucho más de lo que sus dirigentes tenían intención o capacidad de poder ofrecer»[41].
Esta primera entrevista pudo haber catapultado a Martín-Gamero fuera de la OID. La había concertado su predecesor con el periodista Serge Groussard (1921-2016), autor de un libro en el que propugnaba derribar a Franco[42]. El conservador Le Figaro le había encargado una serie de entrevistas con estadistas (Kruschef, Nehru, Eisenhower, Salazar, etc.): «Chez ceux qui mènent le monde». En un informe de la OID se reflejaba admiración hacia un reportero reconocido que, aunque antifranquista, era un oficial condecorado. Hijo de un coronel gaullista, Groussard había sido prisionero de los nazis y capitán paracaidista en Argelia[43].
La entrevista la autorizó la Casa Civil del jefe del Estado solo dos días antes. Se programó el vuelo desde París, el paso por Asuntos Exteriores para enfundarse el preceptivo chaqué, y la salida en coche oficial hacia El Pardo. No obstante, al aterrizar el avión en Barajas el 16 de abril de 1958, no aguardaba el agregado de prensa francés. Groussard tomó un taxi y pidió ir a «casa del general Franco, que me espera». Horrorizado al enterarse, Martín-Gamero se lanzó a «reventar el motor diésel de un viejo Mercedes» del Ministerio. En El Pardo encontró al francés con su maleta, plácidamente arrellanado en un sillón. Poco después, ataviado con «un poco arreglado terno gris perla», el invitado accedía al despacho del jefe del Estado. De regreso a Madrid, le comentaría a Martín-Gamero que en el Kremlin casi se le había desnudado ante un detector por una simple estilográfica: «Acabo de visitar a uno de los más famosos dictadores que existen en el mundo, de quien se dice que vive atrincherado tras un formidable sistema de seguridad, y yo he llegado solo hasta la puerta de su despacho sin más que invocar mi nombre y mi condición. ¡No lo entiendo!»[44].
El encuentro, de dos horas y media, no se ciñó al cuestionario previo. «Franco se prestó al juego con absoluta tranquilidad», a juicio de Martín-Gamero, quien intervino poco, pues Groussard preguntó en francés y Franco respondió en español. Se comprendían. Este aspecto sirve a Martín-Gamero para reflexionar sobre si debe ser literal la traducción simultánea o se pueden limar expresiones embarazosas[45]. Ignoraba que Franco supiese inglés y, en una audiencia con un político estadounidense, dulcificó la traducción. Franco lo advirtió y le indicó que debía ser literal. «Fue la última vez en que me permití licencias con la traducción», consignaría el diplomático[46].
Groussard le aclararía a Martín-Gamero que su pieza sería aprobada por Gobierno español por ser «real y verídica» (Castiella solo vetaría lo relativo al asilo del filonazi belga León Degrelle). Y le confió: «Haré lo posible por evitar que mi trabajo se vea influido por […] mi falta de simpatía por el sistema político que ha creado. Por lo que pude juzgar después de esta entrevista, a Franco no le conocemos». El francés, «vivo e inteligente» y algo impertinente, había preguntado cuanto quiso y Franco, sin inmutarse, se había divertido llevándole a su terreno[47]. Luego confiaría a su secretario:
Al principio, sabes, me resistí a concedérsela por tratarse de un periódico que siempre ha tratado mal al régimen español, pero nuestro embajador me pidió que accediera, pues el periódico se comprometía a publicar literalmente lo que yo contestase en un lugar destacado. He de reconocer que cumplió su palabra y se portó con toda corrección. Al principio me envió un cuestionario políticamente tendencioso que no me agradó; le manifesté que tenía que variarlo. De pronto se presentó el periodista, haciéndome nuevas preguntas que fueron contestadas en la forma que el periódico publicó[48].
Groussard pasó varios días en Madrid para facilitar su texto, tiempo en que entrenó en una piscina cubierta (se proponía atravesar a nado el canal de la Mancha). Le Figaro publicó en junio la entrevista quizá más larga concedida por Franco a un medio extranjero[49]. En ella, tras censurar el sectarismo republicano, se confiaba más cercano a Mussolini (su «error terrible» fue entrar en la Segunda Guerra Mundial) que a Hitler. A este último le recordaba «afectado» y teatral, mientras creía a Salazar el «más grande estadista contemporáneo»[50]. Franco se desmarcó de los fascismos («sería pueril calificarme de dictador»), apuntó la salida monárquica y rebajó la violencia de posguerra: «La represión de ustedes [después de su liberación de 1944] fue mucho más sangrienta que la nuestra». Los exiliados ya estaban regresando.
El texto se cerraba con la sorprendente confidencia de un reportero demócrata:
Excelencia: en 1938 traté de alistarme en las tropas republicanas y a última hora no pude hacerlo porque solo tenía diecisiete años. No han variado, de entonces acá, mis sentimientos. Si la historia pudiera empezar de nuevo, en las filas de los republicanos españoles trataría yo, hoy todavía, con toda mi alma, de luchar. Y dando esto por sentado, he comprendido en el curso de esta entrevista que usted es un hombre digno de estimación. Para mí es un deber decírselo; es un sentimiento de honor[51].
Franco se encontraba entonces en plenitud de facultades y el aparato de propaganda explotó la entrevista[52], que anticipó una nueva etapa de relaciones franco-españolas. De Gaulle acababa de hacerse con el poder en plena crisis de Argelia. En octubre un referéndum finiquitaba la IV República, «un régimen manifiestamente antifranquista»[53].
La Guerra Fría había determinado el acercamiento de los Estados Unidos a la España de Franco[54]. Desde 1953 el republicano Eisenhower disipó la hostilidad antifranquista de Truman. Los Acuerdos de Madrid, suscritos en septiembre, preveían la asistencia militar y económica, así como un protocolo de defensa. Esta nueva relación, junto al Concordato, liquidó el aislamiento internacional de España.
Martín-Gamero gestionó la siguiente entrevista de Franco con el prestigioso The New York Times, que, gracias a su red de corresponsales, «[…] era el único periódico de índole nacional [en los Estados Unidos] que aunaba una amplia difusión con un casi total consenso respecto a la fiabilidad e interés de las noticias y opiniones publicadas en sus páginas»[55].
La Dama Gris había cubierto la Guerra Civil española con un enfoque plural enviando corresponsales a los dos bandos (sin adoptar posición editorial)[56]. Todo cambió, no obstante, al inclinarse el franquismo hacia el Eje durante la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, el antifascista Herbert Matthews, antiguo corresponsal en zona republicana, inspiró el antifranquismo de la cabecera[57]. The New York Times era «una de las pocas publicaciones estadounidenses que contaba con un corresponsal fijo en Madrid y que, prácticamente todos los días, introducía alguna referencia a nuestro país». El régimen lo temía por su capacidad de influencia social e institucional a modo de «auténtico think-tank» y altavoz para las confidencias de la oposición antifranquista[58]. Martín-Gamero creía al diario «una constante obsesión para el establishment franquista». Un funcionario en Nueva York lo compraba cada día a las 23:00 (era un matutino que salía la noche anterior) para transmitir por telégrafo o télex lo que publicaba sobre España. El franquismo hacía grandes desembolsos publicitarios en él y presionaba al Gobierno norteamericano para que forzase el cambio de una línea editorial que orientaba Matthews, autor de cáusticos editoriales antifranquistas. Paradójicamente, «quizá por el temor que el periódico inspiraba», sus corresponsales en Madrid eran unos privilegiados y obtenían más entrevistas que ningún otro medio extranjero[59].
En el otoño de 1958, solicitó conversar de nuevo con Franco Cyrus S. Sulzberger (1912-1993), enviado en París. El ganador del Pulitzer (entrevistaría a Stalin, De Gaulle, Churchill, Kennedy o Mao) llegó a Madrid el 1 de febrero de 1959[60]. El 4 acudió al Palacio de El Pardo con Martín-Gamero. Había facilitado un cuestionario previo[61].
En The Last of the Giants, Sulzberger relata su encuentro de «más de una hora» con Franco, versión fidedigna para el intérprete Martín-Gamero[62]. Pese a conocer a Franco, a Sulzberger le sorprendieron las formas delicadas de un septuagenario rechoncho, «sorprendentemente suave», de mirada cálida, voz aflautada y sonrisa tranquila. El corresponsal abordó la exclusión de España de la OTAN y los acuerdos militares con los Estados Unidos. Se trató también la infiltración comunista en Marruecos, el reconocimiento diplomático a la URSS si devolvía el oro del Banco de España (que negó el entrevistado) o una posible amnistía general con motivo del vigésimo aniversario del final de la Guerra Civil. Lo desechó Franco, que valoró la población reclusa muy reducida y fundamentalmente compuesta por delincuentes comunes. Y precisó que don Juan de Borbón debía acatar los Principios del Movimiento y Leyes Fundamentales, de acuerdo con una ley de sucesión que, como admitió Sulzberger, habían aprobado los españoles en referéndum. Según confiaría a Martín-Gamero, al estadounidense le impresionó que Franco no respondiera sobre si este era su «tapado», pero reconociera que en él convergían «los derechos sucesorios de todas las ramas dinásticas españolas»; y que se reafirmara en su posición de 1948: comunismo y socialismo eran lo mismo.
No había sido una entrevista al uso, sino un off the record para obtener datos y contactos que le servirían a Sulzberger para preparar varios artículos. Estos, que publicaría The New York Times los días 7, 9, 10, 11 y 16 de febrero de 1959, causaron indignación en el franquismo. En la primera pieza, el redactor comentaba cómo la fotografía dedicada de Eisenhower había sustituido a las de Pío XII, Mussolini y Hitler en el despacho de Franco. El amigo de los fascismos lo era ahora del vencedor de estos por el solo motivo del común anticomunismo y el descarnado pragmatismo de Franco. Las bases militares españolas proporcionaban una posición ventajosa para atacar a la URSS que Estados Unidos podía utilizar unilateralmente. Sulzberger se preguntaba si ello merecía olvidar las fotografías que el dictador, ahora transformado por su propaganda en un tranquilo abuelo, había retirado a un «anónimo cubículo». También vaticinaba el posible colapso del régimen, pues «una gran mayoría del pueblo español era probablemente antifranquista»[63].
Las otras piezas destacaban que el franquismo seguía discriminando a los protestantes, mientras se extendía la oposición de intelectuales y universitarios. Sulzberger creía que las bases debían haberse instalado en Irlanda del Norte, pues la ayuda económica no había reducido la pobreza en España ni liberalizado el régimen. Una generación ajena a la Guerra Civil reclamaba cambios, mientras los apoyos a los norteamericanos se circunscribían a veteranos militares y hombres de negocios[64]. La represión no había evitado el crecimiento del comunismo, infiltrado en los sindicatos, el Ejército, la Universidad e, incluso, la «fascista Falange». La permanencia de Franco en el poder convenía al PCE, que monopolizaría la oposición; su política de «reconciliación nacional» exhortaba a los españoles a «expulsar a los extranjeros» con motivo de las bases. En realidad, Franco le insuflaba aliento al no diferenciarlo de otras ideologías de izquierda[65].
La última pieza se publicó tras un almuerzo en Estoril en el que don Juan confió que Franco moriría en el poder[66]. En «El rey sin corona de un reino sin rey»[67], Sulzberger aseguraba que Franco impondría a su sucesor «el compromiso de continuar el actual sistema fascista». El futuro del conde de Barcelona dependía de la misma clase militar de la que emergió quien no le daba paso. Frente a generales poco afectos, don Juan solo se sabía con opciones como garante de la democracia, pero si evitaba «declaraciones provocativas».
Según Martín-Gamero, «se acusó al americano de no haber respetado el off the record al entrecomillar frases enteras de Franco que podían tener un significado distinto en un contexto diferente al que en la conversación fueron pronunciadas». El embajador Areilza sufrió un duro «rapapolvo telegráfico» y a Sulzberger no se le concedieron más entrevistas, pese a la presión de los embajadores en Washington y París o a su amistad con Fraga[68].
El siguiente reportero en acudir a El Pardo fue el mexicano Carlos Denegri (1910-1970). Ya había entrevistado a Franco en 1950[69]. Acudió a El Pardo el 27 de mayo de 1959. En la entrevista[70], Franco aseveró que todos los exiliados podían regresar, como lo habían hecho el general Rojo, Miguel Maura o el comunista José Bergamín: «¡Hay que saber perdonar!». Tras sugerir a Denegri tratarse «más como amigos que como jefe de Estado y periodista», le anunció «una ley de información» que suavizaría la censura. Menor interés recabó la siguiente entrevista, con el periodista brasileño Flavio Rubens para el diario O Globo[71].
No obstante, la prensa norteamericana seguía recabando mayor atención. En junio de 1961 el presidente Kennedy viajó a París y a Viena para entrevistarse con De Gaulle y Kruschef. Con este motivo, el magnate conservador William Randolph Hearst se desplazó a Europa. El hijo del famoso instigador de la guerra de Cuba mantendría encuentros periodísticos con diversos políticos (Fanfani, Debré, Adenauer, Brandt, Ulbricht y Salazar). Logró audiencia en El Pardo el 13 de junio de 1961, a la que acudió con el columnista Bob Considine y su corresponsal en París, Serge Fliegers. Franco devolvió cumplimentado un cuestionario previo a los periodistas en su despacho, donde el empresario le confió que simpatizaba con el régimen por su anticomunismo[72].
En hora y media de conversación, Franco volvió a rechazar que en España existiera una dictadura («Al término de nuestra guerra se constituyó un Estado de derecho y mis poderes como jefe del Estado fueron limitados por las instituciones básicas creadas») precisando que la democracia «orgánica» resultaba «más natural y sincera». Encontraba al príncipe de España «magníficamente bien colocado en aspirar al trono», aunque habló de «unos pocos aspirantes» y la posibilidad de un regente si se carecía de príncipe identificado con su régimen.
A la OID los norteamericanos le dieron la impresión de «gente que domina a fondo la técnica periodística, que tienen a su disposición unos medios fabulosos, pero que son de talla intelectual muy mediana. […] Ninguno da la sensación en el curso de la conversación de aprovechar a fondo la oportunidad que se les ofrecía; no estaban a la altura de las circunstancias. Cualquier periodista europeo hubiese explotado más a su favor la situación».
Estos esperaban «un personaje duro, inflexible, poco amable, poco dispuesto a discutir cualquier tema con visitantes circunstanciales», pero la audiencia desvirtuó la imagen del «tirano sombrío»[73]. El encuentro dio lugar al cuestionario y dos artículos redactados por Hearst y Considine, que publicó el New York Journal-American los días 14, 16 y 18 de junio de 1961[74].
En abril de 1962, Martín-Gamero informó a Castiella de una inminente gira por Europa de Frank H. Bartholomew. El presidente de United Press International (UPI) no pensaba recalar en España, pero el lobby en Washington le convenció para que escribiera sobre el país. La OID le preparó guiones que incidían en la transformación socioeconómica de España, su paulatina incorporación al mundo internacional (especialmente a Europa) y las «realizaciones del Régimen, en todos los órdenes»[75]. Martín-Gamero planteó al jefe de la Casa Civil de Franco una entrevista «de excepcional importancia» para encauzar la política informativa de UPI hacia España «por derroteros de mayor objetividad». La audiencia se celebró el 9 de mayo de 1962 y en el teletipo que la agencia emitiría Franco insistió en que España constituía objetivo prioritario del comunismo por ser el único lugar en que había sido derrotado militarmente. Y aludió a los mineros asturianos, azuzados por esta ideología.
Este asunto salió a relucir en la siguiente entrevista, que tuvo lugar con William Mac Donald, enviado especial del británico The Times, muy influyente en su Gobierno[76]. Para una serie periodística sobre España, Mac Donald pudo ver tanto a ministros como a líderes opositores. Visitó Barcelona, Asturias y Badajoz[77]. En Barcelona lo entrevistó Manuel del Arco, del que el británico se escabulló acogiéndose a un principio de su periódico (evitar las opiniones políticas)[78].
Finalmente, se celebró una conversación off the record con Franco. Martín-Gamero fue testigo de un «incidente desagradable e imprevisible que a punto estuvo de frustrar el encuentro». Ambos aguardaban turno en El Pardo a las 12:45. No obstante, la audiencia previa se prolongaba y el británico desfalleció de pronto, pues había sufrido una reciente operación de estómago que le obligaba a ingerir alimentos cada dos horas. «Se sentía cada vez peor, la cabeza se le iba y no estaba seguro de poder entrevistar a Franco». Acudió un ujier con un vaso de leche y galletas y el encuentro se celebró a las 15 horas en un clima cordial. No se tomaron notas y al intérprete le impresionó oír de Franco la palabra «huelga» (y no el eufemismo «conflictos laborales muy localizados») al abordar la crisis asturiana[79]. Los artículos en The Times destacaron la prosperidad económica y la amplia libertad de crítica en España. Mac Donald se condujo, para la prensa española, «con ponderación, mesura y sin sectarismos»[80].
En junio de 1962 tuvo lugar el Congreso de Munich, una reunión de la oposición antifranquista que acercó a juanistas y socialistas, con exclusión del PCE. España acababa de solicitar su adhesión al Mercado Común y el Ministerio de Información cargó con fiereza contra el que tildó de «contubernio». Los excesos de la propaganda determinaron la destitución de Arias-Salgado y el nombramiento de Manuel Fraga en un nuevo Gobierno el 10 de julio. Se iniciaba la liberalización que culminaría con la Ley de Prensa e Imprenta de 1966.
El dinámico ministro se comprometió con la apertura política y pronto encontró aliados en Castiella y Martín-Gamero[81], quien desarrolló su trabajo en un clima más favorable. Fraga cooperó con la OID, creó el Gabinete de Enlace para seguir las informaciones internacionales sobre España y amplió las acreditaciones de los corresponsales[82]. Sin embargo, y según Martín-Gamero, desde 1962 Franco empezó a mostrarse «cada vez menos dispuesto a recibir periodistas» y él empezó a delegar en sus colaboradores[83].
La siguiente entrevista concedida la firmó Benjamin Welles (1916-2002), corresponsal de The New York Times[84]. Algo esnob, habitaba un lujoso piso en Madrid donde organizaba cócteles que reunían a franquistas y opositores (Martín-Gamero recordaba uno en honor de Ridruejo, Satrústegui y Tierno Galván). Disponía de una gran agenda de contactos y buena información, pero al director de la OID le parecía que no comprendía «algunos aspectos de nuestra idiosincrasia»[85].
Antes de abandonar Madrid, Welles solicitó una entrevista con Franco. La Casa Civil le pidió un cuestionario que Fraga, recién nombrado ministro, modificó. No se informó de ello al norteamericano y este, según Martín-Gamero, «reaccionó malhumorado alegando que a causa de los retoques le entrevista perdió fuerza». Como ya había recibido el cuestionario cumplimentado por Franco, la audiencia serviría para obtener información off the record. En el Pazo de Meirás, aquel 26 de julio de 1962 los minutos concedidos se convirtieron, según el intérprete, «en una hora larga durante la cual Franco se mostró cordial, como nunca lo había visto: habló jovialmente de todo y despidió a Welles como a un viejo amigo»[86]. Martín-Gamero planteó a Fraga transformar el off the record inicial y el ministro accedió. La declaraciones del cuestionario se embargaron hasta que el diario neoyorquino publicara la primera pieza de Welles. El director de la OID escribió al embajador en Washington para advertirle de la posible publicación de tres piezas (el cuestionario y dos artículos) y de la conversión del off the record en citas textuales[87]. En el cuestionario que publicó The New York Times Franco negaba que el nombramiento como vicepresidente del general Muñoz Grandes facultara al Ejército para nombrar a su sucesor[88].
Mayor calado reunían los dos artículos de Welles, que la prensa doméstica no recogería por críticos[89]. Afirmaban el incremento del nivel económico, la mayor posibilidad de crítica al régimen y una mayor tolerancia religiosa[90]. Welles, que aludía también a 1300 presos políticos, introducía su conversación en Meirás con un jefe de Estado que reía «frecuentemente al referirse a los problemas que plantea gobernar a un pueblo tan versátil y de tan ágil imaginación como el español». A Franco le había salvado la Guerra Fría, si bien el reportero refería el boom del turismo, amparado por la criminalidad «más baja del mundo» y la estricta moral católica de un «pueblo honrado y hospitalario». El Caudillo reconocía la moderación de los 80 000 huelguistas asturianos, si bien también que las autoridades se habían comportado con blandura.
Welles observaba solo dos grupos antifranquistas relevantes: los democristianos y los socialistas; curiosamente, no concedía relevancia al «pequeño» (sic) grupo comunista. A su juicio, al «apático» español medio no le preocupaba la política y no cuestionaba a Franco. Crítico con el juanismo «cortesano», Welles mencionaba a los generales (Muñoz Grandes, García Valiño, Galera Paniagua y Martín Alonso) que presuntamente apoyarían después una monarquía «constitucional» tutelada y encabezada por don Juan. De cualquier modo, España al fin cosechaba económica y socialmente los frutos de «la paz y el orden»[91].
Welles publicaría más tarde un libro sobre el franquismo, según Fraga, «más negativo que otra cosa»[92]. Describía en él una «dulce anarquía» regida con mano de hierro por Franco; apuntaba que Muñoz Grandes le sucedería al frente del Gobierno, y descartaba a don Juan como futuro monarca. Pese a que ponía en boca de Franco que Alfonso de Borbón Dampierre aún entraba en los cálculos, Welles apostaba por los príncipes de España, «pájaros dorados en la jaula de Franco»[93].
La entrevista, en todo caso, se incardinaba en la apertura que, tras la crisis de Munich, representaban los ministros Castiella y Fraga. «Este reportaje, de tono equilibrado, a veces tal vez hasta complaciente, es un documento de considerable valor, ya que se enumeran los principales asuntos de interés periodístico que tenía España para Estados Unidos y porque además, mediante una entrevista a Franco, nos encontramos con los argumentos que en boca del mismo jefe del Estado quería transmitir el régimen a la opinión pública norteamericana»[94].
Menor alcance tuvo el encuentro con el estadounidense Jim Bishop (1907-1987), que firmaba una «columna sindicada» en unos ciento cincuenta periódicos. Célebre por sus libros sobre el último día en la vida de personajes históricos, se declaraba católico, anticomunista y admirador del Valle de los Caídos[95]. En este caso, según Martín-Gamero[96], para acceder a Franco «se pusieron en juego contactos e influencias del jet set internacional que, por vía furtiva, habían penetrado hasta el círculo más íntimo del general». La entrevista se celebró en el despacho «más bien modesto y de mal gusto» del «destartalado edificio» de Ayete. Franco recibió al matrimonio Bishop «en atuendo deportivo [...] un tanto incongruente; pantalón gris, zapatos blancos y negros, blazer azul marino con botones dorados». Martín-Gamero observó, «divertido», que, «siempre indiferente a cuantos visitantes yo acompañé, dedicaba unos momentos de atención preferente a los atractivos de la señora de Bishop». Las piezas se publicarían en The York Journal-American el 30 de septiembre y el 1 y 2 de octubre de 1962. Contenían «errores de bulto»[97].
Mayor relevancia adquirió la siguiente entrevista, que puso a Franco frente a las cámaras de la CBS. Fue planteada al embajador Garrigues[98], que facilitó un guión argumentativo para Franco que luego él mismo puliría para «justificar el franquismo ante sus audiencias norteamericanas». Los mensajes debían atenerse a lo siguiente:
[…] primero, la estabilidad debe preceder a cualquier movimiento reformista; segundo, la amenaza comunista a España afecta a todo el mundo, de modo que una España débil es una amenaza para Occidente; tercero, una España democrática sería débil porque los españoles no están maduros para la democracia, y cuarto, la Guerra Civil es irreversible, es decir, en ningún caso habrá una «restauración» de anteriores situaciones, sino una evolución desde los presupuestos del mismo régimen[99].
En la primavera de 1962, el director del programa que emitiría la pieza celebró dos entrevistas con Martín-Gamero para acordar la elaboración de un reportaje muy favorable para la imagen de España. Solo después Fraga planteó el tema a Franco, «que refunfuñó, porque no era muy amigo de estas declaraciones»[100]. No obstante, acabó aceptando que le entrevistase el periodista «número uno» de la cadena, Walter Cronkite, quien reconocería el dilema ético de dar voz a un autócrata. Franco pudo preparar la respuesta a las carencias democráticas de su régimen aduciendo que sus poderes eran «más limitados» (sic) de los de un sistema presidencialista y combinando la alabanza a los Estados Unidos por liderar el mundo libre con el consejo de que respetaran los ritmos de desarrollo de otros países. Previa remisión de un cuestionario, la entrevista se grabó en El Pardo el 28 de noviembre de 1962. Franco achacó en ella las críticas a su régimen por «antidemocrático» a la propaganda comunista y se reconoció bajo «el imperio espiritual de la Iglesia». La emisión constituyó un éxito espectacular para el franquismo, que impuso los términos del encuentro[101].
Tras este éxito, se pusieran los ojos nuevamente en Francia. La España franquista había normalizado las relaciones comerciales con la V República (los planes de desarrollo eran de inspiración gala) y deseaba un socio que contrapesara la influencia estadounidense, al tiempo que intermediaba con el Mercado Común. No obstante, y pese a que De Gaulle controló la actividad de los exiliados, España formó parte de un «eje complementario de la política exterior francesa, situándose, por sus ventajas comparativas en materia de proximidad geográfica, antigüedad de relaciones y potencial económico, entre los principales destinatarios de esta acción secundaria». En la opinión pública gala de los años sesenta seguía pesando mucho la memoria de la Guerra Civil y acontecimientos como el congreso de Munich o la ejecución de Julián Grimau serían juzgados a la luz de ese recuerdo[102]. La siguiente entrevista, por tanto, enfrentó a Franco con otro reportero de Le Figaro, Jacques Guillemé-Brulon (1919-2001). Nacido en Chile, había glosado favorablemente los informes del Banco Mundial sobre España y, pese al escrúpulo político, defendía su integración en el Mercado Común («los matrimonios de razón resultan a menudo los mejores»)[103]. «De los mejor informados de España»[104], el corresponsal hablaba buen castellano y disponía de una gran agenda. Amigo de Martín-Gamero, obtuvo «sin grandes dificultades» la entrevista y remitió un cuestionario que Franco le entregó en El Pardo el 11 de diciembre de 1963. El encuentro apenas duró media hora[105].
Le Figaro tituló así la entrevista: «Una sola alternativa. Regencia o acceso al trono de un príncipe de sangre… pero nada de repúblicas que, por dos veces, han causado nuestra ruina». Franco había aludido ambiguamente a una «solución abierta» que evitara a malos reyes como Carlos II, Fernando VII o Isabel II. La pieza arrancaba así: «Modelados por la tradición, pero dotados al mismo tiempo de un sentido innato del movimiento y de la aventura; incapaces de renunciar a las ficciones y a las lejanas grandezas del Siglo de Oro, los españoles no han cesado de enfrentarse y desgarrarse durante ciento cincuenta años, hasta llegar al paroxismo de la guerra civil de 1936-1939. [...] Parece que hoy España, mejor equilibrada —aunque no curada del todo—, se encuentra en plena mutación».
El corresponsal señalaba los éxitos económicos del franquismo y sus «tímidos» avances políticos, que atribuía a Fraga, sugiriendo que «si [Franco] aspira a no poner en peligro su obra y evitar el riesgo de lanzar de nuevo a su patria a la violencia, no puede dejar de prepararle las sendas del futuro». Franco defendía al Movimiento, frente a los disolventes partidos políticos y el sindicalismo único acudiendo a las últimas encíclicas papales[106].
Tras la exclusiva, Guillemé-Brulon obtuvo una corresponsalía permanente en Madrid. No obstante, no se entendía bien con Fraga, quien desconfiaba de unos corresponsales franceses que «se sienten tan en su casa, que inevitablemente toman partido». En una conferencia en el Club Internacional de Prensa, Guillemé-Brulon se mostró «impertinente» y Fraga le expulsaría de la sala. Luego le retiró la acreditación. No volvió a España hasta la muerte de Franco[107].
Precisamente, la política francesa constituyó el asunto más relevante de la siguiente entrevista. «Franco, partidario de la fuerza atómica de De Gaulle», tituló Christ und Welt, de Stuttgart, en su edición de 15 de mayo de 1964. El semanario representaba al ala protestante de la Democracia Cristiana alemana. El 29 de abril anterior Franco había conversado con Hans Georg von Studnitz, el primer periodista alemán que recibía desde la Guerra Civil[108]. Tampoco a este le pareció un militar: «Más bien se asemeja, también por sus ademanes, algo rígidos, a un príncipe de la Iglesia»[109]. En el encuentro, celebrado en español (sin intérprete), Franco defendió la «Europa de las patrias» del general De Gaulle y su apuesta atómica[110].
El último encuentro que organizó Martín-Gamero tuvo lugar el 20 de octubre de 1965[111]. Ese día Franco recibió en El Pardo al director-gerente de Time, Otto Fuerbringer, y al corresponsal de la revista, Pietro Saporiti. Actuó de intérprete Luis de Pedroso. En enero siguiente Time dedicaba su portada a un septuagenario Franco con un titular inequívoco: «Spain looks to the future»[112]. Se trataba de la sexta portada que la revista dedicaba a Franco[113], y en páginas interiores aparecía un extenso reportaje sobre el desarrollo industrial de una España con el índice de crecimiento más alto de Europa. Por vez primera en treinta años, Time ofrecía «una visión optimista y europea de nuestro país»[114].
Fue el broche de oro para la política que Castiella quiso imprimir a su Oficina de Información Diplomática, pues las riendas informativas ya las llevaba Fraga desde su ministerio. No obstante, el aperturismo tanto de Fraga como de Castiella, puenteado desde Presidencia del Gobierno por Carrero Blanco, quedaría liquidado en octubre de 1969 a raíz del escándalo Matesa[115]. Martín-Gamero había cesado en la OID en diciembre de 1967[116]. Le aguardaban el consulado general de Nueva York, la embajada en Rabat y el Ministerio de Información y Turismo.
Durante el mandato de Adolfo Martín-Gamero como director de la OID (1958-1968) tanto la selección de los entrevistadores (y de los medios a los que representaban) como la propia gestión de las entrevistas periodísticas con Franco se orientaró al afianzamiento de la posición internacional de la España franquista, que había abandonado ya el ostracismo. Los medios predilectos fueron estadounidenses y franceses. Estrechar lazos con la superpotencia, a medio plazo, habría de avalar la evolución política de España y su admisión en el club de las naciones libres. Solo así se entienden las facilidades concedidas al temido The New York Times, del que se esperaba desviar su línea editorial antifranquista. De la Francia gaullista, tanteada a través de Le Figaro, se esperaba el fortalecimiento de las relaciones comerciales y un aval para el ingreso en el Mercado Común.
Esta política informativa (que incluía a un Franco nada ambiguo en su defensa de la «democracia orgánica») sirvió relativamente a la apertura patrocinada desde el Ministerio de Asuntos Exteriores por Castiella. La realización y publicación de las piezas posteriores a las audiencias, por sus condiciones restrictivas, no respondían a las prácticas profesionales habituales en los Estados democráticos. Siempre mediaba el cuestionario previo y, a fin de cuentas, las entrevistas se habían celebrado en el campo de juego local (El Pardo, Ayete o Meirás) de una España autoritaria.
No obstante, los reporteros extranjeros pudieron preguntarle a Franco cuanto quisieron y este no esquivó ningún tema. Se abordó su sucesión, la naturaleza política del régimen y su aparato represivo, el desarrollo económico de España y la visión franquista de la política internacional. Si obviamos la expulsión de Guilleme-Brulon, el incidente más grave, el veto a Sulzberger, tuvo más que ver con el incumplimiento de un compromiso profesional (el off the record acordado) que con las críticas hacia el régimen deslizadas por el reportero.
Por otro lado, aun cuando se solicitaron cuestionarios previos, no se deduce del cotejo con las entrevistas publicadas en medios internacionales que las piezas resultaran censuradas en sus versiones para la prensa española.
La tensión no marcó los encuentros, que ofrecen un aspecto humano poco conocido del dictador, entonces en pleno uso de sus facultades. Groussard, pese a su aversión al sistema franquista, afirmó de Franco que era la personalidad política que más le había impresionado y los mejores profesionales que le trataron (Sulzberger, Bartholomew, Mac Donald y Welles), aunque no escatimaron reproches, coincidieron en destacar su cordialidad, ponderación e, incluso, capacidad para encajar las críticas. Significativamente, las autoridades españolas mostraron poco interés por las piezas de los reporteros menos capaces o más claramente apologéticos del franquismo (Denegri, Rubens, Hearst o Bishop).
Esta experiencia de Martín-Gamero al frente de la OID arrojaró una conclusión adicional: existía un equipo aperturista en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Castiella, en sintonía con los sectores más avanzados del Movimiento a los que abanderaba Fraga. Luego desempeñaría un papel relevante en la Transición democrática.
[1] |
Rosendorf (2014: 2-3). |
[2] |
Para el franquismo y la prensa véanse Moreno Cantano (2012); Sinova (2006); Delgado (2006); Chuliá (2001); Zabildea (1996); Barrera (1995), y Terrón (1981). |
[3] |
Nye (2004: X). |
[4] |
Rosendorf (2014: 81) analiza la estrategia de relaciones públicas que se basaba en el papel de España en la historia y su patrimonio cultural; su desarrollo socioeconómico, político e industrial; la vanguardia de su diseño; su atracción para las celebridades y el peso de su alta costura, y su amistad con los Estados Unidos, indispensable para la defensa occidental contra el comunismo. |
[5] |
Menor interés revisten las de sus directores generales de Cinematografía (García Escudero, 1978); Prensa (Jiménez Quílez, 1997), e Información y Cultura Popular y Espectáculos (Robles Piquer, 2011). |
[6] |
Legado Martín-Gamero. Carpeta «Entrevistas con Franco de periodistas y personajes extranjeros en que Adolfo Martín-Gamero actuó como intérprete». Real Academia de la Historia. En lo sucesivo, LMG, Carpeta Entrevistas. El documento mecanografiado en el que el protagonista relata su paso por la OID se titula «Adolfo Martín-Gamero y González Posada fue director general de la Oficina de Información Diplomática de 1958 a 1968 (época de grandes cambios)». En lo sucesivo, LMG, AM-G. |
[7] |
Sahagún (1986: 30). |
[8] |
Rosendorf (2014: 94-98). Acreditado desde diciembre de 1946, se le retiró el carné tras oficio fechado el 17 de abril de 1951 del director general de Prensa, quien solicitó su expulsión de España «por sus tenaces e insidiosas campañas, frecuentemente incompatibles con la verdad y el decoro de nuestro país». Se conserva minuta de la rocambolesca conversación que el reportero mantuvo con el jefe de sección de Prensa Extranjera. El funcionario prohibió a Brewer telegrafiar a su periódico y, ante la pregunta sobre si podía seguir escribiendo, replicó con tosquedad: «Puede escribir todo el que sabe y no es manco». Acabaría por expedírsele un nuevo carné el 2 de junio. AGA. IDD (3) 049.021. Prensa extranjera. Corresponsales y enviados especiales. Caja 56773. |
[9] |
Welles (1965: 78). Traducido del original por el autor (también en lo sucesivo para otros textos en inglés). |
[10] |
Ibid.: 92-93. |
[11] |
Schulte (1968: 2). |
[12] |
Ibid.: VIII. |
[13] |
Schulte (1968: 20). |
[14] |
Reckling (2016: 15). |
[15] |
BOE, n.º 549, 23-4-1938, pp. 6915-6917. |
[16] |
Véase Sinova (2006: 15 y ss.). |
[17] |
Reckling (2016: 115). |
[18] |
Ibid.: 47. |
[19] |
Véase Fernández Fernández-Cuesta (2013). |
[20] |
Reckling (2016: 57). |
[21] |
Pardo (2009: 393-427). Para la figura del ministro véase Oreja (2011, 2007). |
[22] |
La creación de la OID en Boletín Oficial del Estado, 2 de enero de 1946, pp. 85-88. Véase Fernández Fernández-Cuesta (2013). |
[23] |
Entrada del Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia (disponible en: https://bit.ly/3GyUg8P). |
[24] |
Boletín Oficial del Estado, 22 de febrero de 1958, pp. 313-314. Aunque ejerció desde febrero de 1958, el nombramiento oficial se demoraría hasta enero de 1960. Boletín Oficial del Estado, 3 de febrero de 1960, p. 1360. |
[25] |
LMG, AM-G. |
[26] |
Fernández-Miranda (1996: 93-94); Cañellas (2011: 255-256), y Cajal (2010: 43-44). |
[27] |
Schulte (1968: 8-9) atribuye al que apoda como «ministro de Desinformación» la creencia de que la verdad sobre España para el corresponsal extranjero debía ser siempre «anti-Franco», «anti-régimen» y «anti-España». Welles (1965: 86-87) se refiere al «Arch-Censor Gabriel» (un juego de palabras referido al arcángel) como principal responsable de prolongar la leyenda negra. El ministro creía que las victorias del Ejército Rojo se debían a que Stalin se comunicaba con el diablo a través de un pozo en los Urales. Suárez (2005: 148-149). |
[28] |
Suárez (1986: 19). |
[29] |
LMG, AM-G. También Fraga (1980: 50). |
[30] |
Schmidt (2005). Paul-Otto Schmidt (1899-1970) asistió a las reuniones del Tratado de Locarno (1925). Stresemann le designó intérprete-jefe del Gobierno alemán, puesto que conservó en el nazismo. Testigo en los juicios de Nuremberg, fue absuelto en el proceso de desnazificación. El contrapunto a sus memorias son las del norteamericano Walters (1978). |
[31] |
Alonso y Baigorri (2002: 969-988). |
[32] |
Pueden citarse los trabajos de Baigorri (2002, 2007) o el novedoso de Fernández Fernández-Cuesta (2018) en torno a las relaciones entre la información y la política exterior en la transición democrática. |
[33] |
Para Hendaya véase Espinosa de los Monteros (1981). El barón de las Torres también actuó de intérprete ante Hassán II en julio de 1963, un encuentro en la terminal en obras del Aeropuerto de Barajas. La climatización se improvisó con bloques de hielo y ventiladores en las toberas. Véase LMG, AM-G. |
[34] |
Piniés (2000: 81-85). Otro intérprete, Emilio Artacho, asistió a Franco en 1975 ante el secretario general de la ONU, Kurt Waldheim. Véase Piniés (1990: 72). |
[35] |
Cajal (2010: 49-67). |
[36] |
Oyarzábal (2017: 126-131). También actuó de intérprete ante Ford el marqués de Campo Real. Véase Perinat (1996: 158-161). |
[37] |
LMG, Carpeta Entrevistas. Encabezaba la delegación el conservador Guy Petit. LMG, AM-G. La Vanguardia Española, 19-2-1958, reprodujo en primera una fotografía del encuentro. |
[38] |
El embajador británico Hoare advirtió en 1944 que las fotografías dedicadas de Hitler y Mussolini habían dejado lugar a las del papa y Salazar (Tusell, 1995: 568). |
[39] |
La propaganda dictaba las excepciones, como cuando en 1947 Franco recibió en Ayete al escritor conservador norteamericano Merwin K. Hart (Rosendorf, 2014: 13). |
[40] |
Reckling (2016: 59). Para las acreditaciones de los reporteros extranjeros la embajada correspondiente cursaba solicitud a la OID, que a su vez la remitía a la Dirección General de Prensa del MIT. Tras evacuarse informe favorable de la Dirección General de Seguridad sobre el candidato, la Dirección General de Prensa expedía el carnet. AGA (3) 049.021. Prensa extranjera. Corresponsales y enviados especiales. |
[41] |
Sánchez (2006: 93). La recepción de la opinión pública en Francia de la España franquista en Angostures (1990). |
[42] |
Groussard (1948). |
[43] |
Los detalles sobre la entrevista en LMG, Carpeta Entrevistas. |
[44] |
En la fotografía que ABC reproduciría en primera, Groussard saluda a Franco con una amplia sonrisa ante el gesto contenido de Martín-Gamero. ABC, 13-6-1958. La llegada en taxi al Palacio de El Pardo la relató Joaquín Arrarás en «Groussard y su entrevista», ABC, 15-6-1958, p. 64. |
[45] |
Schmidt creía que los intérpretes debían, sobre todo, «saber callar». No obstante, se tomó innegables libertades en la traducción de los jerarcas nazis para suavizar el efecto en sus interlocutores (Schmidt, 2005: 39-40, 365-366). También lo hizo el barón de las Torres en Hendaya (Espinosa de los Monteros, 1981: 56). Cajal (2010: 52), sin embargo, se esmeraría en traducir «al pie de la letra» las palabras que De Gaulle dirigió a Franco. |
[46] |
LMG, Carpeta Entrevistas. |
[47] |
Nota para el ministro, fechada en Madrid el 17 de abril de 1958. LMG, Carpeta Entrevistas. |
[48] |
Franco Salgado-Araujo (2005: 314-315). |
[49] |
Le Figaro, 12-6-1958. pp. 1, 4 y 5. Adelanto de la «exclusiva» en Pueblo, 10-6-1958, p. 1. Las declaraciones en Pueblo, 12-6-1958, pp. 1 y 5; y 13-6-1958, pp. 1 y 2. |
[50] |
Groussard entrevistaría después a Salazar. Véanse ABC, 6-9-1958, p. 20; y 13-5-1958, pp. 25-26. |
[51] |
La entrevista en ABC, 13-6-1958, pp. 47-51; y ABC, 14-6-1958, pp. 21-24. También en Arriba, 12-6-1958, pp. 1 y 13; y 13-6-1958, pp. 1 y 8. |
[52] |
Pemán criticaría el estilo de Groussard en «La joven jungla universal», ABC, 27-1-1960, p. 3. |
[53] |
«Las declaraciones de Franco, en un momento oportuno para Francia», Ya, 13-6-1958, p. 1 (Sánchez, 2010). |
[54] |
Powell (2011:.20 y ss.) y Liedtke (1996). |
[55] |
López (2010: 16-17). |
[56] |
Arasa (2016: 289-312). |
[57] |
Ibid.: 296. Matthews escribió un libro para desmitificar la liberación del Alcázar de Toledo que, plagado de errores, modificaría luego. Véase (Matthews, 1957). |
[58] |
López (2010: 16, 20). En abril de 1947 el diario reprodujo las declaraciones de don Juan de Borbón contra la ley de sucesión. Solo en noviembre de 1948 Franco, tras neutralizar al conde de Barcelona, recibió a Sulzberger e hizo en declaraciones a The New York Times «un virtuoso despliegue de servil americanismo». Esta oferta no se sustanció y Franco retomó sus artículos contra la masonería (Preston, 1994: 625, 723-726, 745). |
[59] |
LMG, Carpeta Entrevistas. |
[60] |
Sulzberger (1970: 531-532). |
[61] |
Copia del cuestionario previo en LMG, Carpeta Entrevistas. Todas las preguntas se aprobaron, salvo una relacionada con el uso conjunto de las bases militares en caso de emergencia, otra que equiparaba Ceuta y Melilla a Gibraltar y la que sugería la infiltración de Rusia en el Rif. |
[62] |
Sulzberger (1970: 532-535), y LMG, Carpeta Entrevistas. |
[63] |
Veánse «The Shifting Set of Pictures in the Pardo» y «Storm Winds in Spain», The New York Times, 7-2-1959. |
[64] |
«The Political Bill for Our Spanish Bases», The New York Times, 9-2-1959. |
[65] |
«Conspiracy in Franco’s Shadow», The New York Times, 11-2-1959. |
[66] |
Sulzberger (1970: 535-537). |
[67] |
«The Uncrowned King of a Kingless Kingdom», The New York Times, 16-2-1959. |
[68] |
LMG, Carpeta Entrevistas. En 1974 el ministro Cortina vetó una entrevista de Sulzberger con Franco (Fraga, 1980: 323). Ya instalado en París, Sulzberger denunciaría que el franquismo negociaba la entrega de bases militares a la República Federal Alemana, lo que recordaba su colaboración con el nazismo (Welles, 1965: 252-253). |
[69] |
ABC, 17-3-1950, pp. 7 y 8. |
[70] |
«Habla Franco de México, los Estados Unidos, el Comunismo y su Régimen», Excelsior, 31-5-1959. Véase también «La realidad actual española, expuesta luminosamente por el Caudillo Franco», La Vanguardia Española, 4-6-1959. Entre los papeles de Martín-Gamero obra el texto taquigráfico que reprodujo Excelsior. LMG, Carpeta Entrevistas. |
[71] |
La audiencia tuvo lugar el 30 de marzo de 1960. ABC, 31-3-1960. La entrevista se publicaría en O Globo el 12 de abril. |
[72] |
ACTA para el ministro del encuentro, fechada el 13 de junio de 1961, en LMG, Carpeta Entrevistas. |
[73] |
LMG, Carpeta Entrevistas. |
[74] |
La entrevista en ABC, 15-6-1961, pp. 47-49. El diario tituló: «España no necesita de la NATO y nunca ha pretendido ingresar en esa organización». Véase, además, «Glosa a unas declaraciones», ABC, 16-6-1961, p. 55; y «Predicciones sobre el dominio del mundo», ABC, 17-6-1961, p. 56. |
[75] |
Nota de Martín-Gamero a Castiella fechada el 5 de abril de 1962 en LMG, Carpeta Entrevistas. |
[76] |
Por aquellas fechas The Times apenas vendía 200 ejemplares en Mallorca. El tabloide The Daily Express distribuía unos 1700 ejemplares (Reckling, 2016: 205). |
[77] |
LMG, Carpeta Entrevistas. |
[78] |
La Vanguardia Española, 13-5-1962, p. 27. |
[79] |
LMG, Carpeta Entrevistas. Para las huelgas en la minería asturiana véase Vega (2002). |
[80] |
La Vanguardia Española, 17-6-1962, p. 13. |
[81] |
Fraga (1980: 33). Rosendorf (2014: 27) confirma que desde 1962 desaparecieron los conflictos del Ministerio de Información y Turismo con el de Asuntos Exteriores. |
[82] |
Reckling (2016: 61-67). No obstante, Fraga también expulsaría corresponsales y entorpecería el trabajo de periodistas españoles que trabajaban como corresponsales de medios extranjeros; el caso más significativo fue el de José Antonio Novais, de Le Monde. |
[83] |
LMG, Carpeta Entrevistas. |
[84] |
Con Fraga persistió, pese a todo, la desconfianza hacia la cabecera. Lo prueban los numerosos informes sobre el reportero Tad Szulc, al que se acreditó en julio de 1965. AGA (03) 049.021, caja 58 386. |
[85] |
LMG, Carpeta Entrevistas. En junio de 1961, Welles había chocado con la censura por destacar de una intervención de Franco en las Cortes la «ferviente respuesta de un gran número de Procuradores ante la solemne condena de Su Excelencia a la democracia “no-orgánica”, liberal [y] al capitalismo». Estimaba esa crítica de interés para los 180 millones de estadounidenses que sufragaban la recuperación «militar y económica» de España desde la base del «capitalismo y democracia liberal». Y solicitaba mejorar las condiciones de los corresponsales extranjeros. Carta de B. Welles a López Ballesteros, jefe de Prensa Extranjera, fechada el 13 de junio de 1961 en AGA (03) 049.021 Caja 58 390. |
[86] |
LMG, Carpeta Entrevistas; (Fraga, 1980: 35). La Vanguardia Española, 27-7-1962, p. 3; y 28-7-1962, p. 1. |
[87] |
La carta de Martín-Gamero al embajador en Washington en LMG, Carpeta Entrevistas. |
[88] |
«La debilidad de España afectaría gravemente a todo el mundo occidental», ABC, 23-8-1962, pp. 15-16; «Ha sido siempre nuestro propósito el conjugar la libertad con el orden», La Vanguardia Española, 23-8-1962, p. 3; y «Nuestra fortaleza política sigue guardando la espalda a Europa», Arriba, 23-8-1962. |
[89] |
Pese a ello, Fraga (1980:44) entendió que publicar el cuestionario y permitir la amplia cobertura de la huelga asturiana representaban una nueva política informativa. |
[90] |
«Spain Undergoing Vast Change After 23 Years of Franco Rule», The New York Times, 23-8-1962, pp. 1 y 4. |
[91] |
«Chief Franco aim: ties with market», The New York Times, 24-8-1962, pp. 1 y 4. La independencia de Welles se prueba en la carta que dirigió a su periódico para criticar un editorial publicado el 6 de abril de 1965. El reportero negaba que la ayuda norteamericana fuera la culpable del progreso económico de la España de Franco. Lo eran el Plan de Estabilización y los millones de turistas. Y se refería a la hipócrita «condescendencia moral» hacia un país en el que la pobreza casi no existía ya cuando en Estados Unidos un quinto de los obreros ganaba menos de 3500 dólares al año. Carta de B. Welles, excorresponsal, al director de The New York Times con fecha de 24 de abril de 1965 en AGA (03) 049.021 Caja 58 390. |
[92] |
Fraga (1980: 72). |
[93] |
Welles (1965: 369-371). Welles cubriría la visita de los príncipes a los Estados Unidos en 1971 para The New York Times, cabecera que demostraría su simpatía «por quien en aquel momento muchos veían aún con recelo por no ser sino el designado por Franco para sucederle a título de Rey». LMG, Carpeta Entrevistas. |
[94] |
Escobedo (2010: 252). |
[95] |
Bishop guionizaría un documental sobre el Valle de los Caídos producido por Samuel Bronston. «Jim Bishop, en Madrid», ABC, 19-8-1962, p. 23. Las impresiones de los Bishop en «El pacífico Madrid nos atrae de nuevo», ABC, 6-9-1962, p. 39. The Valley of the Fallen, según Bronston, debía ser el mejor documental que se había hecho pues se trataba de su «regalo» a Franco. Bishop se disgustó cuando los distribuidores norteamericanos se desentendieron de la cinta (Rosendorf, 2014: 71). |
[96] |
El encuentro en LMG, Carpeta Entrevistas. |
[97] |
Fotografía de Franco con Bishop en ABC, 31-8-1962, p. 5. |
[98] |
Nota de la OID para el ministro en. LMG, Carpeta Entrevistas. |
[99] |
Escobedo (2010: 253). |
[100] |
Fraga (1980: 50). |
[101] |
Rosendorf (2014: 99-101). Por entonces Franco confió en privado que «la mayoría de los que escriben en los Estados Unidos sobre asuntos de España, si no son rojos o izquierdistas, son unos despistados» (Franco Salgado-Araujo, 2005: 496). |
[102] |
Sánchez (2006: 78-96). |
[103] |
Véase la crónica de Carlos Sentís en ABC, 6-7-1960, p. 7. |
[104] |
Preston (2012: 225). |
[105] |
LMG, Carpeta Entrevistas. |
[106] |
Véase Le Figaro, 16-12-1963 y Preston (2012: 215). Las declaraciones, convenientemente mutiladas, en ABC, 17-12-1963, pp. 65-66. |
[107] |
LMG, Carpeta Entrevistas. Fraga (1980: 87, 195). Fraga le retiró las credenciales a Guilleme-Brulon y solicitó a Gobernación su expulsión de España. La Agrupación de Corresponsales Extranjeros solicitó al ministro que se revocaran estas medidas y Fraga no rectificó. ABC, 10-3-1967, p. 58; y 16-III-1967, p. 72. |
[108] |
Studnitz había acompañado a Franco en la liberación del Alcázar de Toledo. ABC, 12-9-1940, p. 9. |
[109] |
La entrevista, traducida, en LMG, Carpeta Entrevistas. Véase la crónica de Augusto Assía en La Vanguardia Española, 15-5-1964, p. 3. |
[110] |
ABC, 17-5-1964, p. 79 y La Vanguardia Española, 17-5-1964, p. 5. |
[111] |
Así lo recoge la prensa, como ABC, 21-10-1965, p. 61. Martín-Gamero equivoca la fecha de la audiencia, que sitúa el 27 de octubre de 1965. LMG, Carpeta Entrevistas. |
[112] |
TIME, 21-1-1966. |
[113] |
La anterior presentaba la caricatura de un Franco equlibrista. TIME, 19-3-1946. |
[114] |
ABC, 18-1-1966, pp. 36-37. |
[115] |
Cajal (2010: 43-44); Oyarzábal (2017: 78-79). |
[116] |
ABC, 16-12-1967. |
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