RESUMEN
El presente artículo analiza las actuaciones tanto del líder de Falange Española de las JONS José Antonio Primo de Rivera como de esta organización desde la etapa previa a las elecciones del Frente Popular hasta el fusilamiento del primero en noviembre de 1936. Se analizan los fundamentos del ideario y del programa fascista de Falange y la contradicción existente entre el ultraderechismo y el anticonservadurismo que incluye para explicar el posicionamiento de Primo tras la derrota electoral, su final aceptación del golpe militar de Julio y su intento fallido de detener la guerra del mes de agosto siguiente proponiendo un acuerdo de gobierno de reconciliación con un programa que contenía algunas de las medidas del propio programa del Frente Popular.
Palabras clave: Falange Española; fascismo; Segunda República; Frente Popular; guerra civil española.
ABSTRACT
This article analyzes the actions of both the leader of the Falange Española de las JONS José Antonio Primo de Rivera and his organization from the stage prior to the Popular Front elections until the death of Primo in November 1936. The fundamentals of the ideology and the Fascist program of Falange, including the contradiction between its extreme right positioning and its anti-conservatism, are analyzed in order to explain Primo’s positioning after the Falange’s electoral defeat; his final acceptance of military coup of July; and his failed attempt to stop the war in the following August by proposing a reconciliation government agreement with a program containing some of the measures of the Popular Front program.
Keywords: Falange Española; Fascism; Second Republic; Popular Front; Spanish Civil War.
La etapa anterior a las elecciones del Frente Popular del 16 de febrero de 1936, los mismos comicios y la fase que transcurrió entre su celebración y el inicio de la Guerra Civil fueron fundamentales tanto para la trayectoria del principal grupo fascista español de la Segunda República, Falange Española de las JONS (FE de las JONS), como para la de su líder y jefe nacional, José Antonio Primo de Rivera. Los posicionamientos y actuaciones de este en los cinco meses que transcurrieron entre ese 16 de febrero y los días 17-19 de julio del golpe de Estado constituyen el núcleo del presente artículo. Actuaciones en buena parte indesligables —dado el carácter fuertemente jerarquizado del mando que ejercía— de las de su organización. De manera sucesiva serán analizadas las actitudes de José Antonio Primo de Rivera y de la Falange ante las elecciones; los resultados obtenidos por FE de las JONS en aquellas; el posicionamiento del propio Primo de Rivera tras la derrota electoral sufrida así como sus (efímeras) expectativas positivas ante el Gobierno de Manuel Azaña, las actuaciones escuadristas falangistas y la acción del Gobierno del Frente Popular en contra de Falange desde poco después de iniciada la nueva etapa política, incluyendo destacadamente el encarcelamiento y mantenimiento en prisión de Primo de Rivera y los principales dirigentes falangistas; el crecimiento de la organización entre febrero y julio de 1936, su renovada incapacidad por protagonizar un golpe propio y su supeditación al efectivamente urdido y dirigido por el grupo de generales que acabaría llevando a la Guerra Civil y, por último, la visión de la contienda de José Antonio Primo de Rivera desde la cárcel, su intento de detenerla proponiendo un acuerdo sobre un gobierno de reconciliación con un programa ecléctico que incluiría algunas de las medidas del programa del Frente Popular.
La contradicción en la que se venía moviendo Falange Española de las JONS, de ser
por un lado una fuerza ultraderechista en tanto que propugnadora de una contrarrevolución
destructora de la democracia, de los separatismos y de los partidos izquierdistas
(lo que la hermanaba con el resto de la ultraderecha monárquica y aun con la derecha
conservadora) y, por otra, reclamarse como anticonservadora y propugnar una revolución
a la vez nacional y social —el nacionalsindicalismo—, se manifestó nuevamente a la
hora de plantearse la concurrencia a las elecciones de febrero de 1936. En concreto
en la disyuntiva de unirse o no a la alianza electoral derechista-ultraderechista
formada por la opción católico-corporativa que representaban Acción Popular y la CEDA
—la fuerza mayoritaria dentro de ese espectro político— y la ultraderecha monárquica
—representada por la alfonsino-autoritaria Renovación Española y por la carlista neoabsolutista
Comunión Tradicionalista—… o bien concurrir en solitario. Fue una disyuntiva más bien
retórica, a pesar de que el asunto se puso a discusión en el seno de la Junta Política
y de que tan solo uno de los vocales de la misma se opuso inicialmente (lo que le
valió tal reprimenda por parte del Jefe Nacional que presentó inmediatamente la dimisión
—aunque finalmente no la hiciese efectiva—)[1]. Y es que la necesidad de presentarse a los comicios en el seno de una amplia coalición
venía dada por la propia ley electoral republicana y por la gran prima a la mayoría
que otorgaba. Por el contrario, no hacerlo incrementaba enormemente la posibilidad
de no obtener representación parlamentaria. Ahora bien, la exagerada exigencia de
puestos en las candidaturas unificadas derechistas por parte de Falange acabó frustrando,
al parecer en contra del criterio del propio José Antonio Primo de Rivera, tal colaboración.
FE de las JONS presentó finalmente candidaturas separadas y no obtuvo ni un solo escaño,
en ninguna circunscripción del país
Tengamos en cuenta que desde 1934, pero sobre todo durante 1935, José Antonio Primo de Rivera había ido adoptando un posicionamiento cada vez más radicalmente fascista vía elaboración y profundización de la vertiente social de su ideario, abogando por la necesidad de que en el futuro España estuviese regida por un Estado sindical que llevase a cabo una revolución con medidas como una reforma técnica y social de la tierra, la nacionalización del crédito y, en general, el fin del capitalismo —entendido este como el de tipo financiero y especulativo y no como un sistema económico-social basado en la propiedad privada, que Falange defendía—. Todo ello al servicio de una Nueva España reunificada en la que el conjunto de clases sociales trabajaría para el engrandecimiento de la nación, lo que implicaría además la superación de los nacionalismos periféricos, surgidos precisamente a raíz de la debilitación de aquella y al servicio de un proyecto imperial, de expansión exterior de la patria.
La progresiva adopción del posicionamiento anticonservador indicado había tenido consecuencias
para la Falange, que había visto cómo Renovación Española suprimía la subvención que
le había venido otorgando secretamente desde finales de 1933 Sainz Rodríguez ( Sainz Rodríguez, P. (1978). Testimonio y recuerdos. Barcelona: Planeta.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que para Primo de Rivera y para la Falange
la cuestión de la participación en los comicios era solo la mitad de su estrategia.
La otra la constituían los proyectos de golpe de Estado que urdían en paralelo en
su lucha con «el frente asiático, torvo, amenazador, de la Revolución rusa en su traducción
española» Ibid.: 67.
Sin embargo, los planes golpistas de los falangistas adolecían de una debilidad estructural:
la endémica escasez de efectivos con que contaba el partido. Por ello mismo tenían
que apelar a la colaboración de sectores del Ejército en sus conspiraciones. Falange
había urdido planes insurreccionales al efecto, tanto en junio de 1935 Ximénez de Sandoval ( Ximénez de Sandoval, F. (1949). José Antonio. Biografía. Madrid: Lazareno-Echániz.
Viñas ( Viñas, Á. (1977). La Alemania nazi y el 18 de Julio. Madrid: Alianza.
Los resultados obtenidos por las candidaturas falangistas en los comicios del 16 de
febrero de 1936 fueron catastróficos. Obtuvieron en todo el país 46 466 votos, un
0,4 % del total. José Antonio tuvo en Cádiz —la circunscripción por la que había salido
elegido diputado en las elecciones de noviembre de 1933, aunque no en el seno de una
candidatura específicamente falangista, sino derechista de amplio espectro— sus mejores
resultados, 7499 votos (el 4,6 %), mientras en Madrid lograba 4995 (1,2 %). Otros
dirigentes obtuvieron resultados parecidos: Onésimo Redondo tuvo en Valladolid 5435
(4,5 %); Raimundo Fernández-Cuesta en Jaén, 6136 (2,2 %) y Julio Ruiz de Alda en Santander,
2930 (1,9 %) Gil Pecharromán ( Gil Pecharromán, J. (1996). José Antonio Primo de Rivera. Retrato de un visionario. Madrid: Temas de Hoy.
Ahora bien, haciendo de la desgracia virtud y tras la derrota derechista, se dedicarían
a reivindicar el haberse presentado en solitario, convirtiendo en mérito lo que no
había sido sino un intento fallido de pacto. Así, en su órgano central —el periódico
Arriba— podían escribir: «Nos hemos salvado a cuerpo limpio del derrumbamiento del barracón
derechista. Hemos ido solos a la lucha […]. Las derechas casi amenazaron de excomunión
a quien nos votara […], acudieron a los más sucios ardides; repitieron hasta última
hora que nos retiráramos; nos quitaron votos en los escrutinios hechos sin interventores
nuestros…, todo lo que se quiera»
Este distanciamiento se incrementó enormemente a raíz del posicionamiento público que hizo José Antonio Primo de Rivera tras el primer discurso de Manuel Azaña en tanto que presidente del nuevo Gobierno frentepopulista el 21 de febrero. Fue el suyo un posicionamiento no condenatorio de entrada, sino expectante, e incluso ilusionado, ante las palabras del retornado presidente del Consejo de Ministros del bienio 1931-1933. Y ello en función de lo que el discurso podía tener, a sus ojos, de reunificador y potenciador del país. Es decir, en aquello que creía coincidía con su propio programa. De hecho, no era un posicionamiento nuevo: ya en octubre del año anterior se había manifestado públicamente en términos parecidos, en concreto al criticar al Gobierno de centro-derecha/derecha en el poder, que incluía a José María Gil-Robles y a la CEDA, afirmando que
si las derechas triunfantes en 1933 hubieran traído algún mensaje que comunicar a
España, el César fracasado de la revolución [de 1931, es decir, Manuel Azaña] no hubiera
vuelto a alzar la cabeza. Pero será inútil buscar precedentes de una torpeza mayor
que la lucida por las derechas españolas. En vez de borrar la memoria del enemigo
con la presencia real de una obra honda y fuerte no han hecho otra cosa que mantener
viva la memoria del enemigo [el propio Manuel Azaña] con una constante campaña de
difamación, torpe y fea, y dormirse en una indolencia mortal, imperdonable en horas
revolucionarias como las presentes. La política del segundo Bienio (el Bienio estúpido,
como también se le ha llamado aquí) ha sido estérilmente conservadora de cuanto impide
toda alegría hacia el futuro. Política híbrida: ni laica del todo, para no herir a
los católicos; ni inspirada en sentido religioso, para no mortificar a los viejos
tragacuras radicales; ni generosa en lo social, para respetar el egoísmo de los viejos
caciques agrarios; ni desprovista de tal cual platónica declaración democraticocristiana,
a cargo del inquieto canonista Jiménez [sic por Manuel Giménez Fernández, diputado
de la CEDA]. Y claro, con todo esto, por contraste, la figura de Azaña, el de la gran
ocasión perdida, empezaba a parecer mayor […]. De modo que, excepcionalmente, Azaña
va a tener dos ocasiones decisivas en su vida: una, la del primer Bienio; otra, la
de 1936
Y había añadido que cuando Manuel Azaña llegase nuevamente al poder volvería «a tener
en sus manos la ocasión cesárea de realizar, aun contra los gritos de la masa, el
destino revolucionario que le habrá elegido dos veces. De nuevo España, ancha y virgen,
atemorizada y esperanzada, le pondrá en ocasión de adueñarse de su secreto». Existía
la posibilidad de que lo encontrase, por lo que tendría «un fuerte mensaje que gritar
contra el rugido de las masas rojas que lo habrán encumbrado», pero se mostraba convencido
de que el interfecto no daría con el secreto y que, o bien querría entregarse «a la
masa, que hará de él un guiñapo servil, o bien que se opondría a aquella sin la autoridad
de una tarea, y entonces la masa lo arrollará, y arrollará a España»
Ahora, tras la victoria electoral del Frente Popular, presentaba Primo de Rivera a
Azaña como la última esperanza de revolución nacional-antiseparatista-antimarxista
posible antes de la propia, la nacionalsindicalista. Pero, y eso era lo insólito,
le presentaba como una alternativa absolutamente aceptable y sustitutiva de la suya.
Es más, no le insultaba sino que le alababa. Y basándose en las primeras palabras
pronunciadas por el otro, en las que había anunciado la implementación «con el concurso
de las Cortes, [de] una gran obra de restauración nacional, en defensa del trabajo
y de la producción, impulsando las obras públicas, atendiendo al problema del paro»
y afirmado no estar movido «su ánimo de ningún propósito de persecución ni de saña
o que ninguna persecución se ha de tomar por parte del Gobierno siempre que todo el
mundo se mantenga dentro de la ley» La Vanguardia, 21-2-1936.
Azaña vive su segunda ocasión. Menos fresca que el 14 de abril, le rodea, sin embargo,
una caudalosa esperanza popular. Por otra, le cercan dos terribles riesgos: el separatismo
y el marxismo. La operación infinitamente delicada que Azaña tiene que realizar es
ésta: ganarse una ancha base nacional, no separatista ni marxista, que le permita
en un instante emanciparse de los que hoy, apoyándole, le mediatizan. Es decir: convertirse
del caudillo de una facción, injusta como todas las facciones, en el jefe del Gobierno
de España. Esto no quiere decir —¡Dios le libre!— que se convierta en un gobernante
conservador: España tiene su revolución pendiente y tiene que llevarla a cabo. Pero
hay que llevarla a cabo —aquí está el punto decisivo— con el alma ofrecida por entero
al destino total de España, no al rencor de ninguna bandería. Si las condiciones de
Azaña, que tantas veces antes de ahora hemos calificado de excepcionales, saben dibujar
así las características de su Gobierno, quizá le aguarde un puesto envidiable en la
historia de nuestros días […] España no puede eludir el cumplimiento de su revolución
nacional. ¿La hará Azaña? ¡Ah, si la hiciera!…Y si no la hace, si se echan encima
el furor marxista, desbordando a Azaña, o la recaída en la esterilidad derechoide,
entonces ya no habrá más que una solución: la nuestra. Habrá sonado, redonda, gloriosa,
madura, la hora de la Falange nacionalsindicalista
Como escribiría el propio Primo de Rivera ocho meses después —en dos frases y telegráficamente—
en el guion redactado para su defensa ante el Tribunal Popular que iba a juzgarle
en Alicante al rememorar su actitud después de las elecciones: «Sucedió lo que tenía
que suceder. Luego, expectación esperanzada y vivos deseos de acierto» Zugazagoitia ( Zugazagoitia, J. (1940). Historia de la Guerra de España. Buenos Aires: La Vanguardia.
Ibid.: 679.
En paralelo a su posicionamiento ante Azaña había decretado José Antonio Primo de
Rivera una «tregua» poselectoral, que incluía contención en las actividades escuadristas
de la milicia del partido para evitar lo que parecía inevitable: una acción del nuevo
Gobierno del Frente Popular en contra de las actividades violentas de las milicias
ultraderechistas. Sin embargo, acabó siendo una tregua muy relativa y el Ministerio
de la Gobernación actuó con contundencia, centrando buena parte de sus acciones preventivo-represivas
en Falange Española de las JONS. La sede madrileña de la organización fue clausurada
el 27 de febrero de 1936, bajo la acusación de tenencia ilícita de armas; y el 5 de
marzo siguiente la Policía recogió el semanario falangista Arriba en sus puntos de venta. Ya no volvería a aparecer publicado. Pero FE de las JONS prosiguió
su escalada de enfrentamientos con jóvenes socialistas y comunistas (como lo hicieron
también los carlistas, alfonsinos y otros de la extrema derecha) que llevó la tensión
en las calles a un nivel desconocido hasta entonces en algunas ciudades y pueblos
del país. Los falangistas fueron los más destacados en el uso de una acción directa
también practicada por las izquierdas. De hecho, y tal y como había ocurrido ya en
1934 y 1935, fueron ellos los atacados en primer lugar, pero en respuesta a actuaciones
previas suyas. Eran especialistas en provocaciones, que creaban reacciones de los
agredidos bien en la forma de manifestaciones —que con frecuencia desembocaban en
tumultos—, bien en la de acciones de represalia violenta. Como ha explicado Eduardo
González Calleja, «aunque es cierto que las muertes falangistas precedieron a su implicación
en la violencia homicida de carácter terrorista, no lo es menos que los primeros “caídos”
tras las elecciones se produjeron en una dinámica creciente de provocaciones»
En uno de los primeros textos que redactó ya detenido —en este caso desde los calabozos de la Dirección General de Seguridad— afirmó que
Rusia ha ganado las elecciones. Sus diputados son sólo quince, pero los gritos, los
saludos, las manifestaciones callejeras, los colores y distintivos predominantes son
típicamente comunistas. Y el comunismo manda en la calle; en estos días los grupos
comunistas de acción han incendiado en España centenares de casas, fábricas e iglesias;
han asesinado a mansalva, han destituido y nombrado autoridades… Sin que a los pobres
pequeños burgueses, que se imaginan ser ministros, les haya cabido más recurso que
el disimular esos desmanes bajo la censura de la Prensa Ximénez de Sandoval ( Ximénez de Sandoval, F. (1949). José Antonio. Biografía. Madrid: Lazareno-Echániz.
Poco después un juez suspendía provisionalmente tanto las actividades de FE de las
JONS como la militancia en esta organización en todo el país, ordenando la clausura
de sus sedes, lo que fue respondido por Primo de Rivera con la orden de pase de Falange
a la clandestinidad. Paradójicamente era ahora, tras la derrota electoral, cuando
FE de las JONS comenzaba a crecer significativamente, acogiendo a jóvenes de las Juventudes
de Acción Popular desencantados de la estrategia de la CEDA, pero también a otros
sin afiliación anterior Lowe ( Lowe, S. (2010). Catholicism, War and the Foundation of Francoism. The Juventud de Acción Popular.
Brighton: Sussex Academic Press.
Navarro de la Fuente, S. (2016). ¿Y ahora qué? Los católicos y el Frente Popular.
Jornadas La España del Frente Popular. 80 años después. Universidad de Sevilla [inédito].
Parejo Fernández, J. A. (2004). La Falange en la Sierra Norte de Sevilla (1934-1956). Sevilla: Universidad de Sevilla; Ateneo de Sevilla.
Lazo, A. (2015). Historias falangistas del sur de España. Una teoría sobre vasos comunicantes. Sevilla: Espuela de Plata.
La bestia negra de los falangistas en esta etapa era el ministro de la Gobernación Santiago Casares Quiroga, quién manifestaría repetidamente su voluntad de acabar con la violencia practicada por los «fascistas». El mismo que en mayo de 1936 accedería a la presidencia del Consejo de Ministros tras cesar en este cargo Manuel Azaña al convertirse en presidente de la República. De hecho, FE de las JONS sería el grupo más castigado por la represión, con el citado cierre de todas sus sedes y de toda su prensa, algo que no ocurrió con la misma intensidad en el resto de fuerzas ultraderechistas. Por otra parte, entre los sectores derechistas en general y aun en otros se consideraba —probablemente con razón— que la política represiva del Gobierno era más indulgente con las acciones de militantes de las organizaciones de izquierdas que formaban parte del Frente Popular que con los de las derechas, aunque esto debe ser matizado en el caso de la Confederación Nacional del Trabajo.
Es decir, que la Falange estaba contribuyendo destacadamente al deterioro del orden público con objetivos políticos desestabilizadores en medio de una situación política y social general de por sí conflictiva, convencido como estaba José Antonio Primo de Rivera de que se estaba a las puertas de una revolución comunista que debía ser evitada mediante un golpe de Estado. Revolución comunista que sabemos que no se estaba preparando ni era inminente, pero sí que se daba una situación política y social altamente deteriorada, con discursos izquierdistas radicalizados de tono revolucionario que habían convencido no solo a los falangistas, sino a otros sectores derechistas y ultraderechistas de la llegada de la revolución.
Al clímax se llegaría en el mes de julio de 1936 con el asesinato de José Calvo Sotelo,
el alfonsino fascistizado líder del Bloque Nacional. Su antecedente había sido la
muerte de un alférez de la Guardia Civil, Anastasio de los Reyes, cuando se encontraba
de servicio junto a la tribuna presidencial en el desfile conmemorativo del 14 de
abril, presuntamente a manos de un izquierdista y a cuyo funeral asistieron derechistas
de todo tipo —incluidos diputados y, por supuesto, falangistas—, desembocando en gravísimos
incidentes con varios muertos en las calles y un intento de asalto a las Cortes. Incidentes
en el curso de los cuales se había destacado, por parte izquierdista, un teniente
de la Guardia de Asalto, José del Castillo, miembro del PSOE e instructor de la Juventudes
Socialistas que en el bienio anterior había sido expulsado del Ejército por no haber
querido participar en la represión de la revolución de Asturias. Tras caer este asesinado
el 12 de julio de 1936, al parecer a manos de carlistas
Tal y como hemos avanzado, la incapacidad de FE de las JONS para organizar y dirigir un movimiento insurreccional en contra del Gobierno del Frente Popular conllevó que acabase sumándose al golpe militar en ciernes, que tenía al general Sanjurjo como jefe supremo y contaba con los también generales Francisco Franco, Luis Orgaz, Manuel Goded, Emilio Mola —el auténtico organizador— y otros, muchos de ellos monárquicos alfonsinos. Los generales necesitaban tropas auxiliares civiles y las buscaron en Falange, el carlismo y el alfonsismo, que contaban con milicias. José Antonio Primo de Rivera intentó desde la cárcel de Alicante (a la que había sido trasladado a principios de junio desde Madrid) conseguir del general Mola la promesa de entrega del poder a él mismo y su organización una vez hubiese triunfado el golpe. No la logró. Le había costado mucho esfuerzo renunciar a dar un golpe propio y durante meses se había esforzado por conseguir que sus subordinados no sucumbiesen a las llamadas golpistas de la ultraderecha alfonsina y de los propios militares. Temía implicarse en un golpe de cariz simplemente conservador, derechista y nada revolucionario en el sentido que él lo concebía. Así, el 20 de junio había publicado en el órgano clandestino falangista No importa, un «Aviso a los madrugadores. La Falange no es una fuerza cipaya» en el que, junto con una crítica radical a la izquierda, había alertado de la utilización de la Falange por los conservadores. Se había referido específicamente a que en la derecha había
gentes a quienes, por lo visto, no merecen respeto nuestro medio centenar largo de caídos, nuestros miles de presos, nuestros trabajos en la adversidad, nuestros esfuerzos por tallar una conciencia española cristiana y exacta. Esas gentes, de las que no podemos escribir sin cólera y asco, todavía suponen que la misión de la Falange es poner a sus órdenes ingenuos combatientes. […] ¿Pero qué supone esa gentuza? ¿Que la Falange es una carnicería donde se adquieren, al peso, tantos o cuantos hombres? ¿Suponen que cada grupo local de la Falange es una tropa de alquiler a disposición de las empresas?
Lo mismo reflejaba en sus órdenes, en las que se podían leer expresiones como
la participación de la Falange en uno de esos proyectos prematuros y candorosos constituiría
una gravísima responsabilidad y arrastraría su total desaparición, aun en el caso
de triunfo […] casi todos los que cuentan con la Falange para tal género de empresas
la consideran no como un cuerpo total de doctrina, ni como una fuerza en camino para
asumir por entero la dirección del Estado, sino como un elemento auxiliar de choque,
como una especie de fuerza de asalto, de milicia juvenil, destinada el día de mañana
a desfilar ante los fantasmones encaramados en el Poder. Consideren todos los camaradas
hasta qué punto es ofensivo para la Falange el que se la proponga tomar parte como
comparsa en un movimiento que no va a conducir a la implantación del Estado nacionalsindicalista,
al alborear de la inmensa tarea de reconstrucción patria bosquejada en nuestros 27
puntos, sino a reinstaurar una mediocridad burguesa conservadora (de la que España
ha conocido tan largas muestras), orlada, para mayor escarnio, con el acompañamiento
coreográfico de nuestras camisas azules
Sin embargo, tan solo cuatro días después de dictar esta última directriz cambiaba
completamente de criterio, ordenando la participación en el golpe militar, aunque
con FE de las JONS formando sus propias unidades, concertando con los jefes militares
respectivos las órdenes y tan solo poniendo a disposición de estos un tercio de los
efectivos disponibles. Además, el jefe militar de cada territorio debía de «prometer
al de la Falange en el territorio o provincia que no serán entregados a persona alguna
los mandos civiles del territorio o provincia hasta tres días, por lo menos, después
de triunfante el movimiento, y que durante ese plazo retendrán el mando civil las
autoridades militares» Ibid.: 755-756.
Nunca veréis al Madrugador en los días difíciles […]. Pero —eso sí— si otros, a precio de las mejores vidas, logran hacer respetable una idea o una conducta, entonces el Madrugador no tendrá escrúpulo en falsificarla. Así, en nuestros días, cuando la Falange, a los tres años de esfuerzo, recoge los primeros laureles públicos —¡cuán costosamente regados con la sangre!— el Madrugador saldrá diciendo: «¡Pero si lo que piensa la Falange es lo que yo pienso! ¡si yo también quiero un Estado corporativo y totalitario… incluso no tengo inconveniente en proclamarme “fascista”» […]. El Madrugador no tiene escrúpulos […] siempre cuenta con el Ejército como un escobal más; está convencido de que unos cuantos jefes militares arriesgarán vida, carrera y honor para servir la ambición hinchada y ridícula de quienes los adulen […]. No seremos [los falangistas] ni vanguardia, ni fuerza de choque, ni inestimable auxiliar de ningún movimiento confusamente reaccionario […]. Y será inútil el madrugón. Aunque el Madrugador triunfara, le serviría de poco su triunfo. La Falange, con lo que tiene de ímpetu juvenil, de acervo intelectual, de brío militante, se volvería de espaldas. Veríamos, entonces, quién daba calor a estos fascistas llenos de viento nosotros, para ver pasar sus cadáveres, no tendríamos más que sentarnos a la puerta de nuestra casa, bajo las estrellas.
Y antes, en diciembre de 1935, le había ridiculizado en un artículo de cabecera de
Arriba con frases como estas: «Algún orador se dedica a decir por ahí que las únicas fuerzas
nacionales son las de la Falange y las suyas», «¿Por qué no deja en paz a la Falange?»,
«Su elogio nos hace la misma gracia que aquello de “El hombre y el oso cuanto más
feo más hermoso”», «Que nos llamen feos no nos importa; pero que nos emparejen con
el oso, francamente…» Ibid.: 563-564.
No sabemos aún hoy en día los motivos del súbito cambio de actitud de José Antonio
ante el golpe militar. Golpe del que debía apreciar su carácter contrarrevolucionario
pero del que debía desconfiar por conservador y reaccionario. Contamos tan solo con
la versión proporcionada por un miembro de la Junta Política, Manuel Valdés Larrañaga,
según la cual el jefe nacional les había enviado desde Alicante una consulta sobre
la cuestión de la participación o no de FE de las JONS en el golpe. Y, si hemos de
creerle, la Junta —la mayoría de cuyos miembros se encontraba recluida en la cárcel
Modelo madrileña— se habría mostrado dividida al respecto. Las dos opiniones divergentes
eran las siguientes: «Una pesimista, encabezada por Julio Ruiz de Alda, en el sentido
de que todo se nos había ido de las manos y otra mantenida personalmente por mí, que
partía del principio de que era necesario ir al movimiento porque nuestra gente, nuestra
base, participáramos o no participáramos, irían de todas formas […] empujada por una
fuerza incontrolada a la cual no podíamos ni debíamos oponernos»
Al no triunfar el golpe en Alicante continuó Primo de Rivera recluido. Ya antes del 18 de julio había fracasado un intento de liberarle vía obtención de un escaño parlamentario a raíz de la repetición de las elecciones en la provincia de Cuenca. Se le había conseguido incluir en la candidatura derechista de esa provincia gracias a los buenos oficios de la CEDA y de sus amigos Ramón Serrano Suñer —diputado cedista de la facción fascistizada, las Juventudes de Acción Popular— y Antonio Goicoechea, uno de los líderes alfonsinos. Sin embargo, la presencia también en la lista del general Francisco Franco —concuñado de Ramón Serrano— había molestado a Primo de Rivera, que había logrado que su amigo disuadiese al otro de concurrir. Le parecía una lista demasiado supeditada a militares —dado que había más generales incluidos— además de no sentir demasiado respeto por un general Franco de quien le habían escandalizado la falta de nervio y la excesiva cautela mostradas en el curso de contactos anteriores. Pero nada de todo esto había servido ya que la nueva lista había sido aceptada por la Junta Electoral y las elecciones se habían repetido con las mismas candidaturas que habían concurrido el 16 de febrero.
Ya comenzada la guerra, habían fracasado también los intentos de liberarle y trasladarle a la llamada zona nacional vía canje, soborno de carceleros o por la fuerza. En concreto, por un canje por treinta prisioneros republicanos y seis millones de pesetas que se había tratado con Indalecio Prieto tras ser promovido por el escritor falangista Eugenio Montes y por el político republicano conservador Miguel Maura desde París a través de Felipe Sánchez Román; y por dos proyectos de liberación planeados por falangistas de la zona nacional que incluían sobornos de carceleros o un asalto violento, con la colaboración de la Alemania nazi y del propio general Franco.
La situación carcelaria de Primo de Rivera había sido primero la de preso gubernativo y después, tras recibir dos condenas judiciales, la de ordinario. Había sido primero juzgado por el manifiesto que había redactado en los calabozos de la Dirección General de Seguridad y por un insulto proferido allí contra el director general de Seguridad Alonso Mallol. En los dos casos había sido condenado a dos meses de prisión, aunque acabaría absuelto de uno de ellos por un tribunal superior. En el intermedio había sido absuelto en otro juicio por asociación ilegal por considerar los magistrados, basándose en los estatutos del partido, que FE de las JONS no tenía propósitos subversivos. Sin embargo, al poco había sido de condenado de nuevo, esta vez a cinco meses, por posesión de armas. Esta última condena se había dictado el 28 de mayo de 1936 y al conocerla había protagonizado José Antonio Primo de Rivera un incidente violento en la sala de vistas de la cárcel Modelo madrileña, insultando a los magistrados y agrediendo a un oficial judicial. Ello le había acarreado dos nuevos procesamientos, uno por desacato y otro por agresión a un funcionario. Después había sido enviado al Reformatorio de Adultos de Alicante. Y allí le había encontrado el inicio de la guerra. Y en medio de la nueva situación sería nuevamente encausado, ahora por el delito de rebelión militar.
En Alicante había asistido Primo de Rivera al inicio de una contienda que significaba el fracaso de sus pretensiones de jugar un papel central en la nueva situación política que iba a crearse con el triunfo del golpe. Pero no renunció a intentar tener un protagonismo central en el nuevo escenario, en concreto formulando a principios de agosto de 1936 una propuesta política destinada a detener la guerra, vía formación de un nuevo Gobierno que aplicase un programa sincrético —con algunas medidas del programa frentepopulista y otras gratas a las derechas— con el objetivo fundamental de lograr una gran síntesis pacificadora. Pretendía volver las cosas atrás y detener una guerra que significaba también lo contrario de lo que predicaba su fascismo: la reunión y reunificación de los españoles dejando de lado los partidos políticos divisores y la lucha de clases en pro de un programa de resurgimiento nacional integrador fascista. La propuesta estaba inspirada por otra anterior, formulada en el mes de mayo por el republicano Sánchez Román, de constitución de un Gobierno democrático-reformista. El que proponía Primo de Rivera tenía que estar formado por políticos republicanos, un socialista, un catalanista conservador y dos intelectuales de gran prestigio. Su composición debía ser la siguiente: «Presidencia: Martínez Barrio. Estado: Sánchez Román. Justicia: Álvarez (D.[on] M.[elquíades]). Guerra: El Presidente. Marina: Maura (M.[iguel]). Gobernación: Portela. Agricultura: Ruiz Funes. Hacienda: Ventosa. Instrucción Pública: Ortega y Gasset. Obras Públicas: Prieto. Industria y Comercio: Viñuales. Comunicaciones [sin nombre]. Trabajo y Sanidad: Marañón».
Este Gobierno debía aplicar un programa de reforzamiento del Estado de derecho e incluir dos de las reformas que José Antonio Primo de Rivera consideraba fundamentales a la hora de plantear la reconciliación: una de tipo económico —la reforma agraria— y otra de tipo político —la autorización de la enseñanza católica—, dirigidas ambas a satisfacer las reivindicaciones de sectores políticos enfrentados. También —y ello resultaba fundamental en la pacificación— debían suprimirse todas las milicias (incluso la suya, la falangista, la encargada de la acción directa del partido). Este era el programa de gobierno que proponía:
1. Amnistía general. 2. Reposición de los funcionarios declarados cesantes a partir
del 18 de julio. 3. Disolución y desarme de todas las milicias. La existencia comprobada
de grupos organizados militarmente hará recaer la responsabilidad sobre las asociaciones
o partidos con los que mantengan relación notoria. 4. Alzamiento del estado de alarma
y de prevención. (Si por razones de orden público no se considera esto posible, modificación
de la ley O[rden]. P[úblico]. en el sentido: 1.º De que la prisión gubernativa no
pueda durar más de quince días, ni ser impuesta más de dos veces cada seis meses;
2.º Que las clausuras de centros políticos se sujeten a las mismas normas; 3.º Que
las multas gubernativas se hayan de imponer por resolución fundada y, no siendo impuestas
en aplicación de preceptos fiscales, no se hagan efectivas sino después de agotados
los recursos legales. 5. Revisión de las incautaciones realizadas durante el período
anormal, en orden a acomodarlas a los preceptos vigentes antes del 18 de julio. 6.
Declaración de inamovilidad de todos los funcionarios públicos, salvo lo que dispusieran
los reglamentos orgánicos de los distintos cuerpos vigentes el 18 de julio. 7. Supresión
de toda intervención política en la administración de Justicia. Esta dependerá del
Tribunal Supremo, constituido tal como está y se regirá por las leyes vigentes antes
del 16 de febrero último. 8. Implantación inmediata de la ley de Reforma agraria.
9. Autorización de la enseñanza religiosa, sometida a la inspección técnica del Estado.
10. […] [constitución del gobierno citado]. 11. Redacción de un programa de política
nacional reconstructiva y pacificadora. 12. Clausura de las Cortes durante seis meses
y autorización al Gobierno para legislar dentro de las líneas del programa aprobado Primo de Rivera ( Primo de Rivera y Urquijo, M. (1996). Papeles póstumos de José Antonio. Barcelona: Plaza y Janés.
Al mismo tiempo, se ofrecía para viajar a la zona nacional y convencer a los generales golpistas de la necesidad de aceptar su solución. Sin embargo, y tras considerarla, el Gobierno de la República, presidido por José Giral, rechazó la proposición.
Hay que tener en cuenta que José Antonio atribuía la responsabilidad de lo sucedido tanto al hecho de que las derechas, cuando habían estado en el poder desde 1933, no habían aplicado una política nacional-regeneradora como al papel sectario jugado en el Gobierno del Frente Popular presidido por Santiago Casares Quiroga. Como le explicó a principios de octubre de 1936 a un periodista norteamericano, Jay Allen, que le visitó en la cárcel: «Gil Robles tiene la culpa de todo. Durante dos años estúpidos, cuando hubiera podido hacer todo, no hizo nada. Y Casares Quiroga, por su política de provocación». Más tarde, durante su último juicio, diría que
adhesión [de Falange] total, entusiasta a cuanto hicieron las derechas, no; a las izquierdas, tampoco. Yo creo que el gobierno de Casares Quiroga tuvo en mucho la culpa de que pudiera estallar este movimiento, porque sembró aquel dislocamiento de todas las fuerzas, metió en la cárcel a tal cantidad de personas —entre las que me cuento—, sembró pequeñas incomodidades que predispusieron a todos y creció el espíritu crítico. Sin eso podríais tener la seguridad de que no habría en la lucha tanto joven, ni de que se hubiera podido provocar una locura de estas a espaldas de personas responsables […]. De mí, por ejemplo, no os voy a decir hipócritamente que no me hubiera sumado a la rebelión. Creo que en ocasiones la rebelión es lícita y la única salida de un período angustioso.
Semanas después, en el curso del último juicio al que sería sometido —esta vez ante
el Tribunal Popular de Alicante—, contestó a una pregunta del fiscal sobre esta entrevista,
en concreto sobre lo que había respondido tras decirle Allen «que se han unido todas
las fuerzas antiguas», diciendo: «Sí es así, le dije que yo estaba en contra del movimiento.
No creo que el Ejército se haya sublevado para restaurar la política antigua. Si lo
hubiera hecho no creo que algunos de los que figuran se hubieran adherido, pero ello
sería la razón para que volviese pronto el régimen de izquierdas»
usted se acuerda de mi actitud firme, y de mis discursos, en las Cortes. Usted sabe que yo decía que si la derecha, después de octubre [de 1934] seguía con su política represiva negativa, Azaña volvería al poder en poquísimo tiempo, y así ha sido. Pasa lo mismo ahora. Si lo que hacen es simplemente retrasar el reloj, están equivocados. No podrán controlar a España, si es eso nada más. Yo representaba otra cosa, algo positivo. Usted ha leído mi programa de sindicalismo nacional, reforma agraria y todo aquello.
Y al preguntarle el estadounidense «¿qué diría usted si le dijese que el general Franco, un patriota nacionalista, había traído aquí a alemanes e italianos, prometiendo entregar territorio español en Mallorca a los italianos y las Islas Canarias a los alemanes y llevando a Europa más cerca de la guerra que nunca?», había respondido:
Eso no es verdad. Yo no sé nada. Ni sé si estaré incluido en el nuevo Gobierno si ganamos. Yo sí sé que, si gana este movimiento, y resulta que no es más que reacción, entonces retiraré a mis falangistas y volveré probablemente a estar aquí, o en otra cárcel, dentro de pocos meses, añadiendo seguidamente: Si esto es así, están equivocados. Provocarán una reacción aún peor. Precipitarán a España en un abismo. Tendrán que cargar conmigo. Usted sabe que yo siempre he luchado contra ellos. Me llamaban hereje y bolchevique.
Se manifestaba así, de nuevo, la contradicción en la que siempre se había movido entre el ultraderechismo y el anticonservadurismo. Pero a la hora de la verdad —es decir, del golpe de Estado— había optado José Antonio Primo de Rivera —como ya lo había hecho en otras ocasiones anteriores— por el primero. Confiando, eso sí, ingenuamente, en poder intervenir en posición destacada en la configuración del nuevo régimen político que surgiese tras el triunfo golpista. Pero tras el fracaso de aquel y el estallido de la guerra, y al quedar atrapado en la zona republicana, había intentado, de nuevo ingenuamente, adquirir un protagonismo central auspiciando una solución pactada de la contienda en la que probablemente creía.
José Antonio Primo de Rivera vivió sus años como líder de Falange Española de las JONS convencido de contar con el diagnóstico y la receta para resolver los problemas del país y detener la revolución destructora, no ya de la nación, sino de la propia civilización cristiana occidental. Pretendió ser un líder de masas mesiánico, pero no fue capaz de movilizar a aquellas ni de ser reconocido como su líder durante el corto período en que actuó políticamente. Sin embargo, es dable observar cómo en algunos momentos de su vida política pensó que otros políticos de ideologías diferentes a la propia, fascista, —como el republicano Manuel Azaña o el socialista Indalecio Prieto— podían relevarle de la pesada carga —autoasumida, por supuesto— de salvar a España. Imbuido de una concepción elitista de la política, de líder de una minoría llamada a dirigir a la masa hacia la recuperación de la unidad nacional entre clases y regiones y al relanzamiento de la proyección exterior (imperial) de España, estaba convencido de su deber inexcusable de implicarse en la redención y regeneración del país. Creó un partido fascista pero en realidad se fue haciendo cada vez más fascista entre 1933 y 1936, radicalizando su pensamiento en sentido anticonservador, lo que le llevó a enfrentamientos con las derechas mientras luchaba contra el enemigo principal izquierdista. Pretendió destruir la República mediante un golpe falangista con colaboración militar —dada la escasez de fuerzas propias—, pero al no lograrlo acabó sumándose a un golpe dirigido por el Ejército, aunque confiando en poder influir en la situación política tras el triunfo de aquel. Tras su fracaso y el subsiguiente estallido de la Guerra Civil, trató de detenerla mediante una iniciativa de creación de un Gobierno de coalición, con lo que demostró de nuevo tanto su mesianismo como una nueva y flagrante contradicción con su papel de líder fascista.
Blinkhorn, M. (1979). Carlismo y contrarrevolución en España 1931-1939. Barcelona: Crítica. |
|
Bonilla, J. (2016). La historia no contada de los Primo de Rivera. Madrid: Espasa. |
|
Gibson, I. (1982). La noche que mataron a Calvo Sotelo. Barcelona: Argos-Vergara. |
|
Gil Pecharromán, J. (1996). José Antonio Primo de Rivera. Retrato de un visionario. Madrid: Temas de Hoy. |
|
González Calleja, E. (2015). Cifras cruentas. Las víctimas mortales de la violencia sociopolítica en la Segunda República española (1931-1936). Granada: Comares. |
|
Ibáñez Fernández, R. (1993). Estudio y acción. La Falange fundacional a la luz del diario de Alejandro Salazar (1934-1936). Barcelona: Barbarroja. |
|
Lazo, A. (2015). Historias falangistas del sur de España. Una teoría sobre vasos comunicantes. Sevilla: Espuela de Plata. |
|
Lowe, S. (2010). Catholicism, War and the Foundation of Francoism. The Juventud de Acción Popular. Brighton: Sussex Academic Press. |
|
Mancisidor, J. M. (1963). Frente a frente. José Antonio Primo de Rivera frente al Tribunal Popular. (Texto taquigráfico del Juicio Oral de Alicante. Noviembre 1936). Madrid: Senén y Martín. |
|
Navarro de la Fuente, S. (2016). ¿Y ahora qué? Los católicos y el Frente Popular. Jornadas La España del Frente Popular. 80 años después. Universidad de Sevilla [inédito]. |
|
Parejo Fernández, J. A. (2004). La Falange en la Sierra Norte de Sevilla (1934-1956). Sevilla: Universidad de Sevilla; Ateneo de Sevilla. |
|
Payne, S. G. (1997). Franco y José Antonio. El extraño caso del fascismo español. Barcelona: Planeta. |
|
Primo de Rivera y Urquijo, M. (1996). Papeles póstumos de José Antonio. Barcelona: Plaza y Janés. |
|
Río Cisneros, A. del (1950). Obras Completas de José Antonio Primo de Rivera. Madrid: Ediciones del Movimiento. |
|
Sainz Rodríguez, P. (1978). Testimonio y recuerdos. Barcelona: Planeta. |
|
Saz, I. (1986). Mussolini contra la Segunda República. Hostilidad, conspiraciones, intervención (1931-1936). Valencia: Institució Alfons El Magnànim. |
|
Thomàs, J. M. (2017). José Antonio. Realidad y mito. Barcelona: Debate. |
|
Valdés Larrañaga, M. (1994). De la Falange al Movimiento (1936-1952). Madrid: Fundación Nacional Francisco Franco. |
|
Viñas, Á. (1977). La Alemania nazi y el 18 de Julio. Madrid: Alianza. |
|
Ximénez de Sandoval, F. (1949). José Antonio. Biografía. Madrid: Lazareno-Echániz. |
|
Zugazagoitia, J. (1940). Historia de la Guerra de España. Buenos Aires: La Vanguardia. |