RESUMEN
El objetivo de este trabajo es analizar la evolución de la política europea del Partido Comunista de España e Izquierda Unida desde los años de la transición democrática hasta el comienzo de la Unión Monetaria. Con fuentes del Archivo Histórico del PCE, publicaciones de la propia organización y fuentes complementarias procedentes de otros partidos e instituciones, se analizan las adaptaciones y cambios en la trayectoria política del comunismo español relacionados con la integración europea. Desde el punto de vista teórico y metodológico se adopta la perspectiva de la creciente europeización de la vida política española derivada del proceso integrador y su posible influencia en dicha trayectoria. Las conclusiones permiten comprobar que la europeización fue un factor condicionante no solo para la política europea del PCE, sino también para sus políticas y estrategias estrictamente nacionales. La imbricación entre la política europea y la política nacional del comunismo español originó, en una primera etapa, un europeísmo crítico que posteriormente, tras el Tratado de Maastricht, evolucionó hacia posiciones euroescépticas.
Palabras clave: Partido Comunista de España; Izquierda Unida; europeización; europeísmo; euroescepticismo.
ABSTRACT
The objective of this work is to analyse the European policy evolution of the Communist Party of Spain (PCE) and the United Left Party since the years of the democratic transition until the beginning of the Monetary Union. Using sources of the PCE’s historical archive, publications of the communist organization and complementary sources proceeding from other parties and institutions, the adaptations and changes in the political trajectory of Spanish communism are analyzed concerning European integration. From a theoretical and methodological point of view, the perspective is adopted of the Europeanization of Spanish political life deriving from the integrative process and its possible influence on this trajectory. The conclusions make it possible to verify that Europeanization was a conditional factor not only for the policy of the PCE towards the EU, but also for its strictly national policies and strategies. The interweaving between European politics and the national politics of Spanish communism originated in a first stage a critical Europeanism that subsequently, after the Maastricht Treaty, evolved towards Eurosceptical positions.
Keywords: Spanish Communism Party; United Left Party; europeanization; europeanism; euroscepticism.
Hasta comienzos de la década de 1970 la política europea del comunismo español se
caracterizó por un rechazo del proceso integrador y una oposición de principio a la
aproximación de España a las Comunidades Europeas[2]. Ese planteamiento cambió significativamente desde el VIII Congreso del PCE celebrado
en 1972, iniciándose oficialmente el viraje hacia una nueva política europea en la
que se abogaba por un acuerdo de asociación con el Mercado Común que permitiera ir
progresando en la cooperación con los países comunitarios a medida que las estructuras
económicas del país lo permitiesen y siempre que existiese en España un régimen democrático Carrillo ( Carrillo, S. (1972a). Hacia la libertad. En VIII Congreso del PCE (pp. 7-92). Bucarest: Empresa Poligráfica 13 de diciembre de 1918.
Gómez, J. (1972). Sobre el Mercado Común Europeo. VIII Congreso del PCE (pp. 207-215). Bucarest: Empresa Poligráfica 13 de diciembre de 1918.
El Tratado de Adhesión a las Comunidades de 1985 tuvo el completo apoyo de un PCE
muy debilitado política y electoralmente desde las elecciones de 1982, pero poco después
ese europeísmo iba a ceder el paso, tras el acceso a la Secretaría General de Julio
Anguita, a una actitud muy crítica hacia la integración europea desde posiciones euroescépticas En el caso del PCE e IU el término «euroescepticismo» no implica rechazo de la integración
europea ni de la pertenencia a la Unión Europea, sino tan solo oposición frontal a
algunas de sus políticas. Sobre el uso y los distintos significados de dicho término:
Szczerbiak y Taggart ( Szczerbiak, A. y Taggart, P. (2010). Opposing Europe? The Comparative Party Politics of Euroscepticism. Oxford: Oxford University Press.
Rodríguez-Aguilera de Prat, C. (2012). Euroescepticismo, eurofobia y eurocriticismo. Los partidos radicales de la derecha
y la izquierda ante la UE. Barcelona: Huygens.
Cuadernos Internacionales de Información Sindical, núm. 25, 2002, pp. 16-28.
En las páginas que siguen se aborda —con fuentes del Archivo Histórico del PCE (AHPCE),
con documentación emanada de la propia organización comunista y con fuentes complementarias
procedentes de otros organismos e instituciones Fundación Pablo Iglesias (FPI); Archivo Rodolfo Llopis (ARL), y Diario de Sesiones del Congreso.
Es obvio que la propia incorporación de España a la Europa comunitaria supuso la necesaria toma de decisiones respecto al proceso integrador, convirtiendo la agenda europea en un elemento imprescindible de las distintas propuestas programáticas y electorales del PCE, tanto antes como después de la adhesión de España. Pero, además de ese elemento directo de europeización, la actitud del comunismo español ante la integración europea, interpretada en clave nacional, ha sido también un factor determinante para la definición y delimitación de su espacio político frente a otras fuerzas y ha podido coadyuvar por tanto al desarrollo de estrategias favorables o contrarias respecto al proceso integrador en función de la competencia política, de los posible réditos electorales y del estado de la opinión pública.
Desde el VIII Congreso de 1972 el PCE desarrolló un discurso relativamente europeísta
cuya motivación respondía a varios factores. Años atrás, el comunismo español preveía
una inestabilidad, e incluso la descomposición, de la Comunidad Económica Europea
(CEE) como consecuencia de las rivalidades «interimperialistas» que supuestamente
habrían de producirse en su seno AHPCE, Documentos, Plenos, «Intervención del camarada Juan Gómez», 1961, p. 12 y ss.
Un segundo factor explicativo del viraje en la percepción comunista de la CEE derivaba
de la tendencia inexorable a la integración de los mercados. Esa tendencia había empezado
a ser contemplada años atrás, desde la visión comunista, como un resultado objetivo
del desarrollo de las fuerzas productivas al que sería estéril oponerse. Ahora se
consideraba además que, en el largo plazo, ese desarrollo entraría supuestamente en
contradicción con el modo de producción capitalista, abriendo el camino al socialismo.
Desde el punto de vista teórico, ese enfoque de las fuerzas productivas como motor
de cambio social se acomodaba muy bien con los procesos de internacionalización económica
como el que representaba la integración europea. La fundamentación de dicho enfoque
encontraba, además, en el plano cultural un buen apoyo en la obra del checo Radovan
Richta, uno de los intelectuales de la primavera de Praga de 1968, cuya influencia
en un amplio sector de los círculos intelectuales del comunismo español fue muy relevante
a principios de la década de los setenta Claudín ( Claudín, F. (1977). Eurocomunismo y socialismo. Madrid: Siglo xxi. Comité Central del PCE, Manifiesto Programa del Partido Comunista de España, 1975, p. 20.
La internacionalización económica derivada de la integración comunitaria permitía,
así pues, un nuevo discurso sobre la necesidad de sumarse a un proceso comunitario
que cabalgaba sobre esa «corriente objetiva de la internacionalización de las fuerzas
productivas» y que se abría camino «venciendo las contradicciones existentes entre
los propios países integrantes», aunque de momento respondiera a los intereses del
«capital monopolista»
Fue un tercer factor explicativo del viraje proeuropeo de 1972, la búsqueda de unidad
de la oposición democrática, el que probablemente influyó más decisivamente en el
cambio de actitud del PCE ante la integración europea «¿Que las otras fuerzas [de la oposición] se sienten identificadas con las posiciones
políticas e ideológicas que dominan en el mundo llamado occidental, en los países
capitalistas? Allá ellas» (AHPCE, «Informe al VI Congreso», enero 1960, p. 67).
La búsqueda de la unidad de las fuerzas de oposición para articular esa alternativa
democrática propiciaba despejar la discrepancia sobre el Mercado Común. El viraje
proeuropeo podía servir, en efecto, para facilitar cierto acercamiento a otras fuerzas
de la oposición democrática, aunque no era este el único obstáculo para un acuerdo
de toda la oposición al franquismo en el que participasen los comunistas La actitud del PSOE liderado por Rodolfo Llopis era opuesta a cualquier colaboración
con el PCE (ARL, Correspondencia, 1971-76, caja 47). Posteriormente, el PSOE renovado
mantuvo dicha actitud. Véase Guirao y Gavín ( Guirao, F. y Gavín, V. (2013). La Comunidad Europea y la transición española (1975-1977).
En C. Blanco y S. Muñoz (eds./dirs.). Itinerarios Cruzados. España y el proceso de construcción europea (pp.199-217). Bruselas: Peter Lang.
La posibilidad de articular esa alternativa democrática y evitar al tiempo el aislamiento
del PCE se materializó con la creación de la Junta Democrática de España en el verano
del año 1974. Junto a otras fuerzas muy minoritarias y algunas personalidades independientes,
el Partido Comunista constituía el auténtico núcleo de un organismo unitario que entre
sus doce propuestas para el cambio democrático en España incluía la plena integración
de España en las Comunidades Europeas. La posición anterior del PCE, desde el viraje
proeuropeo de 1972, no se decantaba explícitamente por una futura adhesión a la CEE,
sino que, en términos mucho más vagos, postulaba que en condiciones democráticas apoyaría
un acuerdo que permitiera ir progresando en la cooperación con esta «a medida que
las estructuras económicas [de España] se renovasen y alcanzasen la competitividad
necesaria»
Paralelamente a la apuesta por Europa, el PCE impulsó en las postrimerías del franquismo,
junto a otros partidos comunistas, unas posiciones críticas respecto a la Unión Soviética
y una defensa de la utilización de la vía democrática para el acceso al socialismo,
con total independencia respecto a la Unión Soviética, que configuraron lo que se
conoció con el nombre de eurocomunismo Una síntesis sobre la periodización, desarrollo y significado histórico del eurocomunismo
en Dörr ( Dörr, N. R. (2014). Eurokommunismus als Teil des historichen Kommunismusforschung. Potsdam: Docupedia-Zeitgeischichte. Disponible en: https://bit.ly/2TXzmZt.
En la coyuntura política de la Transición y en los primeros años de la democracia
la adscripción al eurocomunismo no contribuyó a reforzar la percepción del PCE como
una fuerza política europeísta. Su apuesta por el ingreso en la CEE no solo resultaba
muy reciente —además de contradictoria con las posiciones mantenidas hasta 1972—,
sino que también podía interpretarse como una mera adaptación táctica a las circunstancias
políticas españolas y no como un auténtico cambio en su política europea, muy condicionada
todavía por un alineamiento internacional radicalmente contrario a la alianza defensiva
del pacto atlántico a la que pertenecían la mayoría de los países de Europa occidental.
La ventaja del PSOE como competidor por el espacio político de la izquierda resultaba
al respecto evidente. La trayectoria europeísta del socialismo español en el exilio
era incuestionable ARL, «El Partido Socialista y la política española actual», Caja 66, 1964, y Mateos
( Mateos, A. (1989). Europa en la política de presencia internacional del socialismo
español en el exilio. Espacio, Tiempo y Forma, 5 (2), 339-358.
FPI, «Sobre el significado del Mercado Común desde una perspectiva socialista», septiembre
de 1977, 72-A-2. Véase López Gómez ( López Gómez, C. (2016). La sociedad Española y la adhesión a la Comunidad Europea (1975-1985): partidos políticos,
asociaciones europeístas, interlocutores sociales [tesis doctoral]. Madrid: Universidad Complutense. Disponible en: https://bit.ly/2InIiWE.
La realidad es que el PCE había roto ya con el modelo de «lucha por la paz» identificado
con los objetivos de la política exterior soviética. Treglia ( Treglia, E. (2016). La última batalla de la transición, la primera de la democracia.
La oposición a la OTAN y las transformaciones del PCE (1981-1986). Ayer. Revista de Historia Contemporánea, 103, 71-96.
La divergencia entre las posiciones ante la CEE y ante la OTAN marcó las grandes líneas
de la política internacional y europea del PCE desde su legalización en 1977, y alcanzó
un punto culminante en el referéndum promovido por Felipe González en 1986 para decidir
la permanencia de España en la Alianza Atlántica. Por lo que se refiere a la CEE,
la solicitud de adhesión efectuada por el Gobierno de Suárez tras las elecciones de
1977 tuvo el respaldo explícito del PCE Mundo Obrero, 03-08-1977.
Noveno Congreso del PCE ( Noveno Congreso del PCE (1978). Actas, debates y resoluciones. Madrid: Ediciones PCE.
Ibid.: 38.
La entrada de España en la OTAN a comienzos de 1982 acrecentó la campaña comunista
contra la Alianza iniciada meses atrás, centrada ahora en la exigencia de una consulta
para que el pueblo español se pronunciase sobre el abandono de esta. El PCE había
obtenido en las elecciones legislativas de 1979 un ligero aumento sobre las de 1977,
pero su respaldo electoral en torno al 10 % de los votos en ambas elecciones no se
correspondía con las expectativas generadas por su protagonismo en la lucha contra
el franquismo. La movilización contra la OTAN podía ser por ello un buen instrumento
para ampliar su influencia social y electoral, pero esa posibilidad se enfrentaba
a una serie de problemas. El primero de ellos, como ya se ha dicho, era la posición
también contraria en principio a la entrada y permanencia en la OTAN por parte del
PSOE, el partido que tras las elecciones de 1977 ocupaba el espacio político mayoritario
de la izquierda. En segundo lugar, no debe olvidarse que la «cuestión europea» podía
ser utilizada por los partidarios de la permanencia en la Alianza Atlántica como instrumento
de persuasión ante la opinión pública al presentarla como posible baza para la aceptación
por parte de la CEE de la solicitud española de adhesión. El principal problema, sin
embargo, era de índole interno ya que el PCE sufrió desde finales de 1979 hasta las
elecciones legislativas de octubre de 1982 una crisis con múltiples vertientes que
tuvo un efecto autodestructivo sobre el propio partido y que esterilizó en gran medida
su actividad política Andrade ( Andrade, J. (2015). El PCE y el PSOE en [la] transición (2.ª ed). Madrid: Siglo xxi. Molinero, C. e Ysàs, P. (2017). De la hegemonía a la autodestrucción. El Partido Comunista de España (1956-1982).
Barcelona: Crítica.
Erice, F. (2013). Evolución histórica del PCE (II). De la reconciliación nacional a la crisis de la
transición. Madrid: PCE-Secretaría de Formación.
Los resultados de las elecciones de octubre de 1982 supusieron un duro golpe para
la organización comunista y un triunfo espectacular del PSOE. Con algo menos del 4 %
de los votos, el PCE veía reducida a cuatro diputados su presencia en el Congreso Un análisis de las causas del declive electoral en Lovelace ( Lovelace, R. (1982). El fracaso electoral del PCE. Leviatán, 10, 27-33.
La línea impresa por Iglesias a la política internacional y europea del PCE suponía,
aparentemente, una continuidad con la de la etapa eurocomunista, pero aparecían nuevos
matices en lo referente a la actitud equidistante ante los dos bloques, a favor del
soviético. Las exigencias de una mayor aproximación a Moscú por parte de amplios sectores
de la militancia venían manifestándose desde el V Congreso del PSUC celebrado en enero
de 1981, que había marcado el inicio de la crisis del eurocomunismo En dicho congreso llegó a haber propuestas de comités comarcales que planteaban el
abandono de una posición de independencia respecto a los bloques, a favor del soviético.
Véase Matesanz ( Matesanz, J. A. (1981). X Congreso del PCE. Hamlet entre Suresnes y Bad-Godesberg.
Leviatan, 5, 13-20.
Yo creo que eso es lógico, que la creciente voluntad de las masas por participar se
refleja también allí. Yo creo que eso hace […] que haya una relación más estrecha
entre nuestra lucha contra el capitalismo, por el socialismo, y la lucha por la democratización
en los países del Este. Yo creo que en esa situación cualquier paso de retroceso,
[de volver] a meternos en una concepción de bloques no solo nos causaría gravísimos
daños, sería un daño a todo el proceso revolucionario AHPCE, Plenos del Comité Central, 1981, «Intervención de Manuel Azcárate», p. 14.
Por el contrario, en las resoluciones del XI Congreso celebrado en diciembre de 1983,
el primero tras la debacle electoral de 1982 y bajo la nueva dirección de Gerardo
Iglesias, se operaba un cambio significativo en la percepción de la Unión Soviética
y de los países del Este. Se reconocían algunas deficiencias democráticas en la «construcción
del socialismo», pero desde una actitud muy comprensiva que achacaba la causa de estas
al «nivel de atraso con el que iniciaron su nueva andadura» y a «las presiones de
que habían sido y seguían siendo objeto por parte del imperialismo». Se insistía además
en el diferente origen de ambos bloques haciendo recaer una mayor responsabilidad
sobre la OTAN, puesto que se había creado «en primer lugar y con claros propósitos
agresivos» Extracto de los documentos políticos aprobados por el XI Congreso del PCE, Id.
Ese retroceso en el análisis del bipolarismo hacia posiciones anteriores al desarrollo
del eurocomunismo no afectaba, sin embargo, a la política mantenida respecto a la
integración europea. Por el contrario, la actitud favorable hacia la CEE culminó con
la aprobación por los diputados comunistas de la ratificación del tratado de adhesión
en 1985 Diario de Sesiones del Congreso, 25-06-1985, p. 10 210.
Esa apuesta por la unidad política de Europa presentaba una gran ambigüedad derivada de las posiciones relativas al bloque del Este anteriormente apuntadas. Se consideraba que una futura unidad política de Europa tropezaba con el supuesto dominio de Estados Unidos sobre la Europa occidental, pero no se cuestionaba la adscripción también a un bloque militar de los países europeos de la mitad oriental del continente bajo dominio soviético. Con cierto sesgo, la argumentación se centraba exclusivamente en el gran obstáculo que la OTAN suponía para que una Europa unida pudiera desarrollar «una política propia e independiente», convertirse en «un factor autónomo de la política mundial» y contribuir a la superación de «los bloques militares y el bipolarismo». Es decir, que, dando por bueno el statu quo del bloque socialista, la responsabilidad de la división en bloques se hacía recaer en Estados Unidos y en el bloque militar de la OTAN, obviando la situación de los países sometidos a la URSS en esa futura Europa unida:
Precisamente por la desunión política de Europa, los países que la integran se encuentran
en gran parte endeudados a Estados Unidos a través del bloque militar, de la OTAN.
Mas de esa situación los países de Europa Occidental no saldrán, entendemos, cada
uno por su lado. Creemos que la unidad europea […] es un factor de paz en la esfera
internacional y que todo paso en esa dirección supone objetivamente un elemento que
contribuye a posibilitar una mayor independencia de Europa respecto de los Estados
Unidos Id.
La divergencia entre la posición ante la Europa unida y ante el bloque atlántico marcaba
el comienzo de un desencuentro con el PSOE que adquiriría carta de naturaleza con
motivo del referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, y que había empezado
ya a manifestarse en el propio debate sobre la ratificación del Tratado de Adhesión
a las Comunidades. La concepción del futuro de Europa difería para el PCE de la de
aquellos, entre los que se incluía «al Gobierno y a su Presidente», que no concebían
«una Europa sin relaciones de dependencia con los Estados Unidos, es decir, una Europa
unida y fuera de la Alianza Atlántica» Id.
Finalmente, tras la incorporación de España como Estado miembro a las Comunidades
Europeas en junio de 1985, Felipe González convocó el prometido referéndum sobre la
permanencia de España en la Alianza Atlántica. Parecían darse las condiciones para
que el PCE lograse capitalizar, como principal fuerza política del movimiento anti-OTAN,
una posible derrota de las posiciones socialistas. El viraje atlantista imprimido
por González al socialismo español reforzaba en gran medida la percepción occidentalista
y europeísta del PSOE, pero comportaba también serios riesgos frente a una amplia
mayoría de la opinión pública influida sobre todo por los argumentos antibelicistas
y de defensa de la neutralidad esgrimidos desde las posiciones contrarias a la permanencia.
Como señala Abdón Mateos
El resultado del referéndum supuso un serio revés para el PCE como principal fuerza política impulsora del «no», ya que los votos favorables a la permanencia en la Alianza alcanzaron el 52,5 % y los contrarios el 39,8 %. No obstante, se trataba de un resultado que aparentemente podía constituir una buena base para capitalizar. en las inmediatas elecciones legislativas de junio de 1986. el descontento con la política atlántica del PSOE en el campo de la izquierda. Se daba además la circunstancia de que la oferta electoral del PCE aparecía ahora arropada por una coalición unitaria, Izquierda Unida, creada precisamente en el contexto de las movilizaciones anti-OTAN auspiciadas en gran medida por el comunismo. Los resultados de las elecciones no pudieron ser, sin embargo, más decepcionantes para esa nueva coalición. Con un ligero aumento de los votos sobre las elecciones de 1982 y solo siete escaños, la representación en el Congreso de los Diputados se reducía a un tercio de los que el PCE había obtenido en solitario, tras su legalización, en las dos primeras elecciones de 1977 y 1979.
El escaso rédito obtenido por su posición contra la OTAN no supuso ninguna alteración
en la política europea del PCE/IU respecto al rechazo del atlantismo y el respaldo
al proceso de integración. No obstante, en la ratificación del Acta Única Europea,
a pesar del apoyo parlamentario a la misma, se manifestaron por parte del PCE/IU algunas
posiciones de descontento con el rumbo que adquiría la Europa comunitaria. Dichas
posiciones no cuestionaban la propia naturaleza de la integración, sino que se inscribían
en un «nuevo europeísmo crítico» que se fundamentaba esencialmente en dos objeciones
al proceso integrador Diario de Sesiones del Congreso, 2-10-1986, pp. 258 y ss.
Los aspectos críticos de la visión comunista de la CEE en los años inmediatamente
posteriores a la adhesión no impedían, sin embargo, una total identificación con el
proceso comunitario que se acompañaba, además, de una convicción sobre la necesidad
para España de estar plenamente incorporada a dicho proceso. Era en las propuestas
para el futuro de una Europa unida donde se mantenía la divergencia entre la apuesta
por la integración económica y política de Europa occidental y la denuncia de lo que
se consideraba «un pensamiento europeísta de corte conformista y sumiso respecto de
las estrategias americanas». En el caso de España ese conformismo estaba representado
por el «Presidente González, el mismo que se empeña[ba] en presentar como inseparables
la CEE y la OTAN» cuando en realidad, según sostenía el secretario general del PCE
Gerardo Iglesias, la Alianza Atlántica era el principal obstáculo para la unidad e
integración europeas
Junto a las posiciones críticas sobre el atlantismo, el PCE mantuvo durante la segunda
mitad de los ochenta un discurso europeísta que abogaba por la profundización comunitaria
del proceso integrador con una perspectiva que apuntaba incluso a la «construcción
de la soberanía europea». El apoyo al proyecto Spinelli Nuestra Bandera, núm. 136, 1986, pp. 12-15. En dicho apoyo existía una total coincidencia con el PSOE
(FPI, Correspondencia con el Grupo Socialista del Parlamento Europeo, 1984, 72-A-2).
La dimensión europea de la política comunista no se reducía a las propuestas de profundización
del proceso integrador, sino que abarcaba también aspectos estratégicos de la vía
democrática hacia el socialismo. A diferencia de la defensa de las vías nacionales
que había marcado la etapa del eurocomunismo, se abría paso ahora la necesidad de
incorporar al programa político del PCE la «dimensión europea de la estrategia». La
opción europeísta debía dejar de ser «una mera guinda» para informar al completo el
programa del partido, ya que «sin dimensión europea» no podía existir «una estrategia
trasformadora que mere[ciera] tal nombre»: «Europa, por tanto, es para nosotros, al
menos formalmente, además de un marco de nuestra lucha por el socialismo, un objetivo
político. De esta forma hemos proclamado nuestra opción europea de progreso. Somos
un partido europeísta»
¿Hasta qué punto estaba influida la opción plenamente europeísta del PCE por la nueva
situación internacional y europea abierta con la llegada al poder de Gorbachov en
la Unión Soviética? La actitud soviética respecto a la Europa comunitaria se había
moderado desde finales de los años sesenta, momento en el que también algunos partidos
comunistas occidentales, como era el caso del PCE, iniciaron un viraje en su actitud
hacia la CEE. Aunque la interpretación oficial soviética vigente mantenía el «carácter
agresivo y reaccionario de la política europea de integración» Ibid., 140-141.
Ibid.: 73 y ss.
Nuestra Bandera, núm. 121, 1983, pp. 21-23, y núm. 125, 1984, 34-36.
La política de apertura de Gorbachov sintonizaba con las tendencias más renovadoras
y más proclives al apoyo de la integración europea de algunos partidos comunistas
occidentales. Esa sintonía debió influir muy probablemente en el europeísmo del PCE
durante la segunda mitad de la década de 1980, especialmente tras el cambio de rumbo
oficial de la Unión Soviética respecto a la CEE manifestado en las «Catorce Tesis
sobre el Mercado Común» del Instituto de Economía Mundial y de Relaciones Internacionales
de la Academia de Ciencias de la URSS de 1988 Ibid.: 143-162.
En las elecciones europeas y legislativas celebradas, respectivamente, en junio y
octubre de 1989 Izquierda Unida presentó unas propuestas marcadamente europeístas
—con ausencia de toda crítica al proceso de integración— que abogaban por la consecución
de la unidad política de Europa y su mayor presencia internacional «como sujeto de
paz y de progreso» Programa electoral de IU, 1989, disponible en:
Los acontecimientos en la Europa del Este, desencadenados tras el derribo del Muro
de Berlín apenas unos días después de las elecciones legislativas de octubre, cambiaron
completamente el panorama europeo y tuvieron el efecto de reafirmar, por el momento,
el apoyo del PCE a la profundización de la integración europea. La Europa dividida
en dos realidades antagónicas había terminado y los bloques militares habían devenido
en realidades obsoletas: «La nueva Europa constituía la antítesis de la existente
hasta ayer mismo» Nuestra Bandera, núm. 145, 1990, p. 40.
Ibid.: 41.
Superada la división en bloques, la perspectiva de una futura unidad europea no limitada
al bloque occidental se abría ahora paso como una realidad alcanzable. El propio Gorbachov
había hablado de la «casa común» europea y resultaba evidente que la política de «perestroika»
podía ser considerada como el factor desencadenante de los procesos de cambio que
se estaban produciendo en los países del Este Ibid.: 149.
AHPCE, Colección Debate n.º1, «El PCE y los retos europeos», 1990, p. 209. Nuestra Bandera, núm. 146, 1990, pp. 30-33.
Desde la caída del Muro hasta la aprobación del Tratado de Maastricht los planteamientos
críticos del comunismo español ante la CEE fueron similares a los mantenidos con ocasión
del Tratado de Adhesión de España y del Acta Única Europea. En el plano político de
la integración se abogaba por reformas de los órganos comunitarios que sirvieran para
conceder «competencias legislativas auténticas al Parlamento Europeo» y superar así
el «déficit democrático» de la Comunidad. Otro aspecto crítico se centraba en la preocupación
por dotar a la Europa comunitaria de un contenido social que complementase, mediante
políticas reguladoras e intervencionistas de obligada aplicación en los Estados miembros,
el funcionamiento del mercado único europeo Nuestra Bandera, núm. 149, 1991, pp. 22 y ss.
La permanencia en la OTAN llegaba a ser considerada conveniente en algunos sectores
del partido.
Nuestra Bandera, núm. 145, 1990, p. 45.
Ibid.: 43.
AHPCE, Colección Debate n.º1, «El PCE y los retos europeos», 1990, p. 41. Para una
visión más «ortodoxa» de la CEE véase AHPCE, Conferencia Nacional del PCE, «Un proyecto
de izquierda para una Europa de progreso», Madrid, 1989.
En el XIII Congreso celebrado en diciembre de 1991, escasos días antes de la desintegración
de la Unión Soviética, la posición oficial sobre la Europa comunitaria reafirmaba
la valoración favorable del proceso integrador como el único proyecto posible de unidad
europea. Las objeciones a dicho proceso —que derivaban de la apuesta a favor de un
europeísmo «federalizante»— no afectaban a su naturaleza sino a su «carácter limitado
e insuficiente», que debería superarse planteándose, entre otros, dos objetivos fundamentales.
Uno de ellos, la creación de un espacio económico y social integrado para «la consecución
de una Europa de pleno empleo». El otro, la apertura de un período constituyente para
posibilitar «la constitución de un espacio político de democracia avanzada» Nuestra Bandera, núm. 203-204, p. 180.
Esa conformidad con la naturaleza del proceso integrador y su inmediato futuro cambió
radicalmente con ocasión del Tratado de la Unión Europea (TUE) aprobado en Maastricht
en febrero de 1992. En el debate en el seno de Izquierda Unida ante la ratificación
por España del tratado se manifestaron dos tendencias que originaron finalmente una
división del voto del grupo parlamentario en el Congreso El debate sobre Maastricht, en el libro colectivo: Izquierda Unida ( Izquierda Unida (1992). La izquierda y Europa. Una aproximación crítica al Tratado de Maastricht. Madrid: Los Libros de la Catarata.
III Asamblea Federal de Izquierda Unida, Documento político, mayo de 1992, pp. 34 y ss., disponible en:
Era la propia naturaleza de la integración, plasmada ahora en Maastricht, la que al
responder a las exigencias del «gran capital», en el marco de la denominada globalización
neoliberal, constituía un obstáculo no solo para las políticas transformadoras en
Europa sino también para las políticas nacionales, seriamente condicionadas por los
criterios de convergencia del TUE. La construcción de Europa estaba enfeudada, según
IU, a los intereses de un proyecto conservador y neoliberal y era deber de la izquierda
transformadora elaborar un proyecto alternativo global en el que tenían que estar
presentes los «ismos» (feminismo, ecologismo, pacifismo, etc.) que, desde el colapso
de los regímenes comunistas en Europa, iban a acompañar a la «nueva izquierda» complementando,
y más tarde sustituyendo incluso, el relato de la lucha por el socialismo de décadas
anteriores Sobre la adaptación del comunismo a los postulados de la «nueva izquierda» véase Dilas-Rocherieux
( Dilas-Rocherieux, Y. (2008). Communism and Neo-Communism in Times of Globalization.
En U. Backes y P. Moreau (eds.). Communist and Post-Communist Parties in Europe (pp. 523-534). Göttingen: Vandenhoeck and Ruprecht. Disponible en: https://doi.org/10.13109/9783666369124.523.
Ibid.: 36.
Las posiciones de rechazo al TUE en la III Asamblea Federal de IU eran consecuencia
del triunfo del sector mayoritario, estrechamente ligado a Julio Anguita, y expresaban
por ello el planteamiento radicalmente contrario del PCE a la Europa diseñada en Maastricht Diario de Sesiones del Congreso, 216, 1-10-1992, pp. 10 603-10 643.
Ibid.: p. 10613.
La votación de la ratificación del tratado en el Congreso de los Diputados sacó a
la superficie las discrepancias en Izquierda Unida. La propuesta inicial de abstención
que Anguita ofreció como síntesis de las opiniones contrarias y favorables al tratado
no llegó a materializarse. Ocho de los diputados de IU votaron a favor de la ratificación
y otros ocho, entre ellos el propio Anguita, se abstuvieron. Aun compartiendo algunos
aspectos críticos, el planteamiento del sector favorable a Maastricht, liderado por
Nicolás Sartorius, optaba por considerar que la Unión Europea representaba un avance
en el proceso de integración y una mejora, aunque tímida, en la dimensión social europea
y en la atenuación del déficit democrático. Se trataba, en definitiva, de una continuidad
con el europeísmo crítico que el PCE/IU había mantenido hasta principios de los noventa
sin que Maastricht fuera percibido, desde esta perspectiva, como un retroceso. Solo
en el caso de la moneda única se planteaba alguna objeción a la independencia del
futuro Banco Central Europeo, pero se consideraba que con la unión monetaria se profundizaría
la unidad europea en múltiples aspectos El Mundo, 12-09-1992.
Nicolás Sartorius fue cesado como portavoz del grupo parlamentario (El País, 15-9-1992).
Dicha visión negativa no suponía «renunciar a construir la unidad europea, sino reorientar
el proyecto desde otra perspectiva». Jové y Mansilla ( Jové, S. y Mansilla, A. (1992). Maastricht y la economía. En Izquierda Unida. La izquierda y Europa. Una aproximación crítica al Tratado de Maastricht (pp. 23-43). Madrid: Los Libros de la Catarata.
Anguita, J. y Flor, J. (2013). Contra la ceguera. Madrid: La Esfera de los Libros.
Anguita, J. y Andrade, J. (2015). Atraco a la memoria. Madrid: Akal.
Diario de Sesiones del Congreso, 216, 1-10-1992, p. 10 643.
Durante los años que siguieron a la entrada en vigor del TUE la política europea del
PCE/IU estuvo condicionada fundamentalmente por dos factores. Uno de ellos, de índole
interna, era la percepción negativa de las políticas económicas del Gobierno de Felipe
González y del posterior Gobierno de Aznar. Ambas quedaban identificadas con el modelo
de integración abierto en Maastricht que, desde la óptica comunista, servía de coartada
«europeísta» para los ajustes antisociales y regresivos al ser planteados como una
exigencia para la «convergencia nominal» hacia la moneda única. El rechazo a la «europeización»
de la política económica nacional según el modelo de Maastricht desembocaba en un
tipo de oposición radical contra dicha política que no establecía diferencias sustanciales
entre los dos partidos, el PSOE y el PP, que desde la izquierda y la derecha ejercieron
el poder durante los años noventa. Ese rechazo reforzaba la estrategia que desde años
atrás venía manteniendo el PCE/IU respecto a las políticas del PSOE, que llegaban
a ser consideradas como «las más conservadoras de Europa» Ibid.: 244 y ss.
Nuestra Bandera, núm. 158, 1994, p. 154.
El segundo factor tenía que ver con la nueva situación del movimiento comunista en
Europa tras el colapso del bloque soviético y las transformaciones y mutaciones operadas
en el espacio político situado a la izquierda de la socialdemocracia. El PCE, mediante
la apuesta por Izquierda Unida, fue el único partido comunista de Europa occidental
que no sufrió un retroceso en su respaldo electoral durante la década de los noventa,
soportando con mejor fortuna la crisis generalizada por la que atravesó el comunismo
en los países europeos tras la caída del Muro de Berlín. A diferencia del Partido
Comunista Italiano (PCI), que decidió disolverse y dar paso a una nueva formación
política, el Partito Democratico della Sinistra (PDS), posteriormente integrado en
la Internacional Socialista, el PCE reafirmó su identidad rechazando su disolución
en Izquierda Unida y cualquier aproximación a la socialdemocracia La propuesta de disolución estaba encabezada por Juan Berga y Francisco Palero, dirigentes
que abandonaron posteriormente el PCE (El País, 13-7-1992).
Significativamente, el antiguo líder prosoviético Ignacio Gallego se reintegró en
el PCE con gran parte de sus seguidores del PCPE.
La propuesta de IU propugna la unidad europea, fundamentalmente de carácter político,
no de carácter neoliberal en lo socioeconómico y comprometida en la construcción de
un Nuevo Orden Internacional justo y democrático. […] Nos hemos marcado un objetivo
extraordinariamente ambicioso: construir Europa de una manera profundamente diferente
a la actual desde postulados de progreso y transformación […]. Construir un nuevo
polo político, que IU ha definido como «roji-verde», constituye una de nuestras tareas
fundamentales, a nivel europeo y, lógicamente, a nivel nacional Nuestra Bandera, núm. 158, 1994, p. 157.
La radicalidad de las posiciones contra la Europa de Maastricht originaba un nuevo
tipo de afinidades para la acción en la arena política europea De Vries y Edwards ( De Vries, C. y Edwards, E. (2009). Taking Europe to its Extremes. Extremist Parties
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Boletín Oficial de las Cortes Generales, 22-6-1998, núm. 117-3, pp. 75 y ss.
La divergencia entre el rechazo del modelo de integración de Maastricht
En las elecciones europeas de 1994, coincidiendo con el porcentaje de paro más alto registrado hasta entonces en España, IU había alcanzado el mayor porcentaje de voto de su historia —y del PCE como antecesor de dicha formación política— en unas elecciones de ámbito nacional. Del 6,6 % en 1989 se llegaba ahora al 13,44 % de los votos, un aumento espectacular que hizo concebir a Anguita la posibilidad de desbancar al PSOE y convertir IU en la formación política mayoritaria de la izquierda mediante el rechazo y la denuncia de las políticas de ajuste para la convergencia puestas ya en marcha por el último Gobierno de González. Las elecciones legislativas de 1996 no confirmaron, sin embargo, esas previsiones. La erosión del PSOE no se traducía en un avance electoral del PCE/IU, que obtenía tan solo un 10,44 % de los votos, sino en un triunfo de la derecha cuyo programa abogaba precisamente por un más estricto cumplimiento de las políticas de convergencia para acceder a la Unión Monetaria. Las sucesivas elecciones europeas de 1999 (5,77 %) y legislativas de 2000 (5,45 %) marcaron un nuevo retroceso de IU con una pérdida de prácticamente la mitad de su anterior respaldo electoral. El fracaso de la estrategia del sorpasso y de la oposición a Maastricht cerraba un ciclo de la política del PCE/IU que, pese a la no consecución de sus objetivos, sí supuso una revitalización temporal de la opción comunista en España en contraste con el declinar de otros partidos comunistas occidentales en la década de los noventa.
La integración comunitaria provocó una creciente europeización del PCE, condicionando su política europea e influyendo también en la táctica y estrategia de su política nacional, sobre todo desde las postrimerías del régimen de Franco. Partiendo de un antieuropeísmo ideológico, motivado por su identificación con los planteamientos soviéticos ante el proceso integrador, el PCE inició a comienzos de la década de los setenta un viraje en su política europea que tuvo originariamente un carácter eminentemente táctico con el objetivo de despejar obstáculos para una posible unidad de la oposición al franquismo y de no distanciarse de una opinión pública que contemplaba la integración europea como una oportunidad de modernización y desarrollo económico.
Durante la transición democrática el PCE se esforzó por presentarse ante la sociedad
española como una fuerza política netamente europeísta, pero ese atributo encontraba
muchas dificultades para su percepción por la opinión pública. En gran medida porque
el europeísmo impregnaba en aquellos momentos todas las propuestas de las distintas
formaciones políticas y de prácticamente todas las organizaciones sociales, económicas
y culturales de la sociedad civil
En el campo de la imagen proeuropea el PSOE llevaba mucha ventaja sobre el PCE. Tanto
por su continuada trayectoria europeísta anterior, que el «socialismo renovado» de
Felipe González incorporaba —aunque con planteamientos inicialmente críticos— Dichos planteamientos críticos fueron atenuándose progresivamente desde comienzos
de la década de los ochenta. Véase FPI, «Conferencia sobre la ampliación de la CEE»,
noviembre de 1981, caja 14-E, carpeta 4, doc. 8.
Además de estar muy condicionada por la identificación con los países del «socialismo realmente existente», la opción «eurocomunista» del PCE tropezó con la enorme dificultad de competir con el PSOE por un mismo espacio político. Aunque desde el «eurocomunismo» se insistía en su diferenciación con el socialismo reformista, resultaba difícil apreciar rasgos específicos en la práctica política del PCE que supusiesen una superación de la socialdemocracia. Tampoco en su política europea, favorable a la plena incorporación de España a la CEE, se visualizaba diferencia alguna. Quizá por ello, tras el triunfo del PSOE y la debacle electoral del comunismo en las elecciones de 1982, el PCE apostó en su política europea por un rotundo rechazo hacia la vinculación atlántica de la Europa comunitaria. El antiatlantismo respondía sin duda a la tradición de la cultura política comunista desde los primeros años de la posguerra europea, pero podía servir también ahora como táctica para captar electoralmente el descontento provocado por el viraje del PSOE respecto a la OTAN.
En el proceso de europeización de su política, el PCE se esforzaba en diferenciar
su rechazo de la Alianza Atlántica de su posición totalmente favorable a la Europa
comunitaria. Los argumentos en que se basaba dicha diferenciación tenían fundamentalmente
un carácter ideológico y no atendían a la propia realidad de la integración europea
y, en general, de Europa occidental en el campo de la defensa. Dichos argumentos,
una vez incorporada España a la OTAN, podían haber evolucionado hacia posiciones similares
a las del PCI —partido con el que existía una total identificación en otros campos—,
que había aceptado el marco de la defensa occidental sin propugnar la salida de Italia
de la Alianza Atlántica Berlinguer llegaba a considerar que una experiencia de socialismo en libertad como
la intentada por Dubcek en Checoslovaquia tenía más posibilidades de éxito en el marco
de la OTAN que en el del Pacto de Varsovia (Los comunistas italianos. Boletín para el extranjero del PCI, núm. 3-4, 1976, pp. 57 y ss.).
El acceso de Julio Anguita al liderazgo del PCE e IU significó también una creciente
europeización de la política comunista pero en sentido contrario al mantenido anteriormente.
El cambio de tendencia electoral del comunismo desde 1989 coincidió con el desplome
del bloque soviético, abriéndose una posible alternativa de transformación del PCE
similar a la que iba a experimentar el PCI. El impulso electoral proporcionado por
el liderazgo de Anguita coincidía con un acusado desgaste del PSOE motivado por un
extraordinario aumento del paro, que llegó a alcanzar casi el 25 % en 1994, y con
los negativos efectos de una corrupción generalizada que deterioró seriamente el liderazgo
de Felipe González y podía permitir por tanto captar el descontento que se estaba
originando en el campo de la socialdemocracia. El comunismo español contaba además
para ello con la ventaja de la existencia de IU, lo que facilitaba una posible disolución
del PCE y su completa inmersión en dicha formación política dando paso a un nuevo
partido que, asumiendo la parte más defendible de la tradición comunista, podía quedar
liberado en gran medida del lastre que suponía la identificación anterior con el colapsado
bloque soviético Ese era el planteamiento del sector renovador (El País, 19-12-1991).
La opción de Anguita, sin embargo, no se centró en conquistar parte del espacio político
de la socialdemocracia mediante el abandono del comunismo, sino en intentar desbancar
la hegemonía socialista en la izquierda mediante la estrategia del sorpasso y de la identificación de las políticas económicas del PSOE y de la derecha
Las dos fases de la europeización del comunismo español se saldaron, así pues, con
una escasa rentabilización de la actitud respecto a Europa de la opinión pública española,
a excepción en cierta medida de un breve período durante la primera mitad de los noventa.
En un primer momento, tras su rápida conversión al europeísmo durante la década de
los setenta, el PCE no logró capitalizar en su provecho, por las razones más arriba
apuntadas, el casi unánime afán de la sociedad española por la incorporación a la
Europa comunitaria. Posteriormente, la aceptación de la integración europea pero el
rechazo del modelo surgido en Maastricht
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