RESUMEN
Este artículo pretende concretar los factores esencialmente militares que condicionaron el divorcio entre República y una parte del Ejército. Así mismo estudia la realidad militar republicana en los últimos meses antes de la Guerra Civil, mostrando la quiebra y la politización de la institución castrense y la difícil relación que existió en aquellos días entre el poder civil y el militar. Para ello dedica especial atención a dos regiones militares concretas, el Protectorado de Marruecos y la Segunda División Orgánica (Andalucía). El trabajo intenta explicar cómo el divorcio entre parte del Ejército y el régimen republicano fue previo a la llegada del Frente Popular, pero también cómo esos meses fueron un acelerador hacia la rebelión.
Palabras clave: República; Ejército; conspiración; politización; clandestino.
ABSTRACT
This article intends to specify the essentially military factors that conditioned the divorce between Republic and a part of the Army. Also study the republican military reality in the last months before the Civil War, showing the bankruptcy and politicization of the military institution and the difficult relationship that existed in those days between civil and military. To this end, special attention is paid to two specific military regions, the Protectorate of Morocco and the Second Organic Division (Andalusia). In work he tries to explain how the divorce on the part of the Army with the republican regime was prior to the arrival of the Popular Front, but also how those months were an accelerator towards the rebellion.
Keywords: Republic; Army; conspiracy; politicization; clandestine.
Dos preguntas deben encabezar el presente trabajo: ¿cómo un Ejército que en 1931 había aceptado la llegada de la República cinco años después se sublevaba contra ella? y ¿activó la llegada de un gobierno del Frente Popular al poder una conspiración hasta esos momentos retenida?
Adelantándonos a las conclusiones de este trabajo, hay que señalar que no fue el Gobierno frentepopulista el factor determinante del tránsito hacia la ilegalidad de una parte de los miembros del Ejército español. Podríamos decir metafóricamente que algunas decisiones tomadas por el Gobierno de la coalición de izquierdas, e incluso algunas inacciones, cebaron una mecha en un explosivo que ya había sido manipulado anteriormente.
Los últimos años de la monarquía de Alfonso XIII marcan una evidente crisis de la institución militar, debido fundamentalmente al peso político que fue adquiriendo esta corporación frente un cuerpo político decadente y de escasos valores democráticos. La crisis de la institución castrense iba ligada a la crisis del sistema canovista vigente en aquellos momentos. La llegada de Primo de Rivera al poder no fue una solución, sino un acelerador de esta convulsa relación entre Ejército y poder político. Así lo acredita que durante la dictadura se disolviera dos veces el Arma de Artillería y que fueran acciones militares como «la Sanjuanada» (24 de junio de 1926); la sublevación de Sánchez Guerra, con incidentes en Valencia y Ciudad Real (28 y 29 de enero de 1929) o la insinuada acción del general Goded en Cádiz (enero 1930) los principales eventos que muestran la resistencia al régimen de Primo de Rivera[1]. Pero también fue a través de la institución militar como se intentó por primera vez instaurar la República en el frustrado golpe de diciembre de 1930, demostrando el creciente desapego de algunos de sus miembros de los valores monárquicos, e incluso, en algunos casos, del conservadurismo ideológico imperante en una institución caracterizada por su rigidez ideológica e inmovilismo.
La instauración de la Segunda República supuso una reforma en profundidad de la institución
militar. Los componentes de la corporación conocían la necesidad de las transformaciones
aprobadas, no oponiéndose a los impulsos que se desarrollaban desde el Ejecutivo.
Solo la política de personal adoptada alteró los primeros momentos de vida militar
de la Segunda República. En aquellos meses del nuevo régimen los directores de este
departamento y el Gobierno de la nación tendieron más a premiar a los militares vinculados
a las acciones armadas de diciembre de 1930 que a seleccionar al personal de mayor
valía para la dura misión de reformar una institución que se caracterizaba por su
escasa flexibilidad y por sus reticencias a todo cambio. Fueron favorecidos los sublevados
de Jaca y Cuatro Vientos. Así, Gonzalo Queipo de Llano ascendió a general de División
y nombrado capitán general de la Primera Región Militar (Madrid) Sobre este militar, Leguina y Núñez ( Leguina, J. y Núñez A. (2002). Ramón Franco: el hermano olvidado del dictador. Madrid: Temas de Hoy.
Díaz, C. y Silva, J. A. (1981). Mi vida con Ramón Franco. Barcelona: Planeta.
Hidalgo de Cisneros, I. (2001). Cambio de rumbo. Vitoria: Ikusager.
Archivo General Militar de Segovia (AGMS), hoja de servicio.
Crecidos por sus nuevas responsabilidades y el relanzamiento de sus carreras, algunos
de estos militares se pronunciaron contra sus compañeros de armas que añoraban el
régimen caído, y contra la corporación en general. Así sucedió con un discurso pronunciado
por el general Queipo de Llano en Bilbao, el 2 de mayo de 1931 Gil Honduvilla ( Gil Honduvilla, J. (2011). Militares y sublevación: Sevilla 1936. Sevilla: Muñoz Moya Editores.
Pero no serían Ramón Franco y su círculo de pilotos los únicos militares que en aquellos primeros días del nuevo régimen decidieron entrar en política. Tampoco fueron militares de ideología monárquica, añorantes del régimen caído, los que iniciaron una labor de injerencia partidista, infringiendo sus obligaciones de neutralidad. Los primeros militares de los que se conoce una labor de proselitismo dentro de los muros de los cuarteles eran militares republicanos con ideales de izquierdas. Uno de los oficiales más activos fue el capitán de artillería Salvador Sediles Moreno, participante en la sublevación de Jaca. Como Ramón Franco, fue elegido en las elecciones a Cortes Constituyentes de 1931 diputado por la circunscripción de Barcelona en representación del Partido Republicano Federal de Izquierdas. Este militar, como otros compañeros, inició su carrera política organizando reuniones clandestinas y repartiendo panfletos y pasquines en distintas unidades militares. Estas «campañas» estaban cargadas de un furioso antimilitarismo, acusando a sus compañeros de profesión de represores e involucionistas.
La finalidad de esta infiltración era conseguir afiliados y crear un estado de ánimo
en la tropa contrario a sus mandos y a la disciplina. A los oficiales se los acusaba
de enseñar a matar y obligar a ejercer a la tropa trabajos indecentes; se informaba
a los reclutas de que recibían insultos y castigos de «un galoneado cualquiera» Archivo del Tribunal Militar Territorial Segundo, Sección Sevilla (ATMTS. SS), Sumario
263/1933.
ATMTS. SS., Sumario 202/1932. Archivo Intermedio Región Militar Sur, exp. 10 5359.
Pero hubo muchos más militares en estas labores de proselitismo. La respuesta gubernamental
fue aplicar las leyes vigentes, toda vez la prohibición que recaía en todos los miembros
del Ejército de intervenir en política toda vez que la prohibición de intervenir en
política recaía en todos los miembros del Ejército. Hoy conocemos algunos de estos
procedimientos. Así sucedió en el Regimiento de Infantería núm. 17, con sede en Málaga,
donde tuvieron lugar una serie de reuniones «clandestinas» promovidas por el capitán
de infantería José María Piayo Rebollido, condenado por los hechos de Jaca en diciembre
de 1930. Con dichas reuniones se pretendía promover la formación de un partido denominado
I.R.Y.A. (Partido de Izquierda Revolucionaria y Antiimperialista) que tenía como ideas
programáticas, entre otras, «la disolución del Ejército y de la Guardia Civil, llevando
a cabo la revolución por todos los medios y, por consiguiente, oponiéndose al poder
constituido del Gobierno Provisional de la República» ATMTS. SS, folio 268 del Sumario 28/1931. ATMTS. SS, folio 14 del Sumario 19/1932. ATMTS, expediente judicial/1931, legajo 10, núm. 294.
Mientras tanto, muchos militares siguieron alterando el ambiente político con declaraciones
fuera de tono, tanto en prensa como en todo tipo de reuniones. Así, a modo de ejemplo,
el 6 de octubre de 1932, en una fiesta celebrada en el Casino de Clases de Tetuán
a la que asistía el alto comisario, el civil López Ferrer, un brigada, Esteban Carrillo
Blas, interrumpió varias veces los discursos que pronunciaban las autoridades, requiriendo
que en el acto hablara también el teniente coronel López Bravo, militar al mando del
Batallón de Cazadores de Ceriñola, que era definido por el organizador del incidente
como «el teniente coronel del pueblo» Archivo del Tribunal Supremo (ATS), folio 39 del Sumario 660/1936.
A pesar de no ser un gobierno de derechas, desde un primer momento preocupó a los encargados del Ministerio de la Guerra, y a otras autoridades, la integración de oficiales en la masonería. El aumento de afiliaciones de militares en estas sociedades dio lugar a que se tomaran medidas a los efectos de poder conocer el grado de infiltración en la estructura del Ejército. Con motivo de esta creciente preocupación, en Marruecos, el alto comisario López Ferrer ordenó que se vigilaran las logias ante la notable captación de oficiales del Protectorado.
Fuera de las razones corporativas, no se puede negar que buena parte de los militares
conservadores se vieron influidos en su deriva antirrepublicana por cuestiones como
el anticlericalismo, la integridad territorial y el orden público Mundo Obrero, 2-1-1932.
La principal consecuencia de los sucesos será el inicio de una campaña de descrédito
dirigida contra la Guardia Civil y su director general que culminará con la destitución
del general Sanjurjo como máximo responsable del Instituto. El 8 de enero el periódico
Solidaridad Obrera AIT publicaba una caricatura, con el título de «El alma de España», en la que se veía
un siniestro guardia civil, casi un esqueleto, que más que tranquilidad generaba terror Solidaridad Obrera AIT, de 8-1-1932.
El Sol, 5-1-1932.
En esos días, el Ejecutivo adoptó otra serie de decisiones que provocaron fuerte malestar entre la población más conservadora: la disolución de la Compañía de Jesús, la discusión de la Ley de Bases para la Reforma Agraria, el proyecto de estatuto de autogobierno para Cataluña. En aquellos meses, desde la prensa de derechas se comenzó una campaña en la que se denunciaban las intenciones del Ejecutivo de liquidar a la Guardia Civil y la «trituración del Ejército».
En este maremágnum de acontecimientos, en un conflicto cada vez más vivo con la prensa
escrita, comenzó la conspiración que derivaría en la sublevación militar del 10 de
agosto de 1932. El 27 de junio tuvo lugar en el campamento militar de Carabanchel
un acto de confraternización entre los distintos cuerpos de la guarnición y los cadetes
de las academias. Reunión que acabó con un grave enfrentamiento entre el general Manuel
Goded, implicado en la conspiración, y el republicano teniente coronel Mangada, que
fue resuelto por el ministro Azaña con el cese de una serie de generales
El 30 de julio, ya cuajada la conspiración militar en ciernes, los ánimos castrenses
volvieron a ser calentados cuando el diario El Socialista, propiedad del Partido Socialista, partido de la coalición de gobierno, en su número
7326, publicaba en la última plana un artículo irónico bajo el título de «Psiquiatría
Militar» en el que se ironizaba sobre la paternidad de los hijos de los militares El Socialista, 30-7-1932.
Lo cierto es que el movimiento fracasó. Los generales implicados pensaban que con levantar algunas unidades y con su propio prestigio, el resto de las fuerzas acabarían secundando la acción, pero no fue así. Esta actitud pasiva de las bases permite hacer hoy algunas valoraciones. En primer lugar, la acción del 10 de agosto fue concebida como un pronunciamiento, como un levantamiento de unos generales de peso en busca del apoyo de sus compañeros de armas. Por otro lado, la acción no pretendía ser violenta en su ejecución, ni buscaba el terror como mecanismo de control de la población. Aunque hubo fallecidos aquella noche en Madrid, estos se produjeron más por la reacción armada de las fuerzas leales al Gobierno que por el ejercicio de la fuerza por los sublevados. Por último, quedaba claro que las bases de la oficialidad no sentían como suyas las razones y causas que determinaron la sublevación.
Pero si las razones aludidas hasta este momento no habían conseguido movilizar a la gran masa de oficiales españoles contra un Gobierno legítimamente constituido, las decisiones tomadas por este Gobierno contra sus compañeros detenidos sí fueron un factor esencial para entender el progresivo proceso de pérdida de valores republicanos de algunos cuadros militares.
Como era de prever, y como era legítimo, tras el fracaso de la sublevación militar
del 10 de agosto el Estado comenzó a movilizar todos los mecanismos que la ley le
proveía para la represión y el castigo de los implicados en la conjura. Se abrieron
los correspondientes procedimientos judiciales contra las guarniciones intervinientes,
se arrestó y privó de libertad a los cuadros de oficiales de las unidades que habían
participado en los hechos, se procesó a los militares en situación de reserva que
habían mostrado su apoyo material en aquella rebelión Los procedimientos judiciales abiertos a los implicados en los sucesos del 10 de agosto
de 1932 se encuentran depositados en el Archivo del Tribunal Supremo —causas 927/1932
y 928/1932— y en el Archivo del Tribunal Militar Territorial Segundo, en Sevilla —causa
no numerada relativa a los sucesos ocurridos el 10 de agosto de 1932—. También se
localiza documentación judicial en el Archivo Histórico Nacional.
El Liberal, 16-8-1932.
Rápidamente se tomaron medidas ejemplarizantes. Por consejo de guerra celebrado el
24 de agosto se condenó a muerte al general Sanjurjo; al general García de a Herrán
a treinta años de reclusión; al teniente coronel Esteban Infantes a doce años y un
día, siendo absuelto el capitán, e hijo del general, Justo Sanjurjo ATS, Causa 927/1932.
El problema no estuvo en aquellas medidas judiciales, sino en la represión del resto
de intervinientes. El deseo del Gobierno de la nación de corregir con la necesaria
inmediación a los responsables de aquellos hechos provocó que se cometieran ciertas
injusticias. Se castigó a plantillas de unidades completas, sin reparar en que algunos
de sus miembros no se habían alzado, no se encontraban en la plaza por estar de vacaciones
o estaban enfermos. Se cesó en el destino, se multó y se privó de residencias militares
de modo masivo, sin contrastar la participación de los afectados. Se deportó al Sáhara
a unos ciento cincuenta implicados que entendieron su desplazamiento como un castigo
infamante, más aún cuando sustituían en Villa Cisneros a anarquistas que habían intervenido
en los sucesos del Alto Llobregat, en enero de 1932. Aun cuando el Gobierno de la
nación fuera indulgente con los condenados, el indulto del general Sanjurjo así lo
acredita, desde el mismo día de las detenciones de los implicados comenzó una campaña
en la prensa en la que se denunciaban los malos tratos dispensado a los presos Sobre los indultos, El Sol, Ahora, El Socialista, La Libertad y Luz, 26-8-1932. Sobre el trato dado al general Sanjurjo en la Prisión de El Dueso, La voz, 31-8-1932; La Libertad, 1-9-1932 y La Vanguardia, 1-9-1932, o Gómez Fernández ( Gómez Fernández, R. (1932). El 52, de general a presidiario. Madrid: Talleres Tipográficos de Galo Sáez.
Carretero Novilla, J. M. (1932). Sanjurjo caudillo y víctima. Madrid: Caballero Audaz.
García de Vinuesa, F. (1933). De Madrid a Lisboa por Villa Cisneros. Madrid: Estrella.
Los errores en los castigos de los implicados llegaron a ser tales que incluso oficiales
de absoluta fidelidad republicana tuvieron que informar a sus superiores de lo que
estaba ocurriendo. En este sentido destaca una carta dirigida al general Luis Castelló
Pantoja por uno de sus subordinados, el general Miguel Núñez del Prado y Subiela,
jefe de la Segunda División Orgánica Archivo Intermedio Región Militar Sur (AIRMS), expediente núm. 3, legajo 5359. AIRMS, expediente núm. 16, legajo 5359.
Todo este proceso provocó un estado de opinión dentro de los cuarteles que dio lugar
a una corriente asociacionista corporativa en defensa de los intereses de la institución
y como rechazo de la política del Gobierno. Es el origen de la U.M.E. (Unión Militar
Española), que aumentaba sus bases a causa del descontento creciente de la población
militar, especialmente entre los oficiales más jóvenes Busquets y Losada ( Busquets, J. y Losada, J. C. (2003). Ruido de sables. Barcelona: Crítica.
En sus orígenes la U.M.E. se mantenía dentro de las quejas corporativas, sin asumir
criterios ideológicos concretos y sin intervenir en el debate político. Lo que interesaba
eran el Ejército y la defensa de valores, aunque poco a poco todo fue derivando hacia
un patente antirrepublicanismo, hacia una politización y radicalización de sus ideales,
el fomento de las asambleas y reuniones no autorizadas y el ejercicio de la violencia
y la acción directa, hasta esos momentos mecanismos exclusivos de las organizaciones
clandestinas de extrema izquierda. Este proceso de politización de los mensajes y
proclamas de la U.M.E. se vio acrecentado tras la revolución de octubre de 1934 y
provocó que entrara en contacto con partidos de la derecha subversiva (alfonsinos,
tradicionalistas, Falange)
Como reacción a la U.M.E. surgieron dentro de la institución castrense movimientos
clandestinos de ideología republicana, que empleaban los mismos modos de difusión
y respuesta que sus compañeros de derecha Puell de la Villa ( Puell de la Villa, F. (2000). Historia del ejército en España. Madrid: Alianza.
Todo este proceso se fragua y consolida entre el final del bienio social-azañista y la formación del primer Gobierno conservador. La llegada al poder de las derechas tras las elecciones de noviembre de 1933 no calmó los ánimos de los «cachorros» de los oficiales. Hasta tal punto llegó a ser conocido el proceso de politización de las bases militares que el ministro de la Guerra, Diego Hidalgo, procedió, mediante un decreto de 19 de julio de 1934, a prohibir la pertenencia de los militares en activo a centros, partidos, agrupaciones o sociedades que revistieran carácter político, ni a ninguna entidad de carácter sindical o societario. La intención del ministro Hidalgo de zanjar la creciente tensión ideológica de la oficialidad provocó que lo que hasta esos momentos eran expresiones más o menos abiertas de sus opiniones derivaran hacia el oscurantismo y la clandestinidad, y con ello a un desarrollo más activo de la U.M.E. y la U.M.R.A.
El paso clave de esta pérdida de valores republicanos fue la revolución de octubre
de 1934, donde las izquierdas, no solo las extraparlamentarias, sino también las parlamentarias,
intentaron terminar por la fuerza con el Gobierno de derechas legítimamente constituido
Pero de igual modo con lo ocurrido en los sucesos del 10 de agosto de 1932, no fueron los hechos de octubre de 1934 los que determinarían el gradual proceso de pérdidas de valores republicanos de la población militar. Fue la respuesta del Gobierno de la nación, en este caso uno de derecha, la que determinó lo que ya podemos entender como «rabia dentro de los cuarteles». La resolución que el Ejecutivo dio a la cuestión de los detenidos, juzgados y condenados por la fracasada revolución, en especial el caso del diputado González Peña, es factor esencial en el divorcio de mentalidades existente con la oficialidad radicalizada y no fue bien entendida por parte de la oficialidad neutra.
De esta manera, el indulto de los más significados activistas crispó a los que, de uno u otro modo, habían ayudado a mantener el régimen constitucional vigente y a los que se sostenían en el mismo con escasos lazos de compromiso. Buena parte de los militares que estuvieron de acuerdo con el indulto acordado por el Gobierno después del golpe de Sanjurjo ahora no entendían cómo se procedía de la misma forma contra los agresores del sistema. No entendieron la campaña de descrédito a la que fueron sometidos por los periódicos de ideología izquierdista por cumplir órdenes del Ejecutivo en la represión de los alzados en armas; no entendían por qué eran criticados por defender la República y un Gobierno legítimamente constituido; no entendieron las decisiones de ese mismo Gobierno de ejercer una política de mano blanda en la represión de los culpables y de los grupos políticos que habían impulsado la revolución, y, sobre todo, no entendieron que fuera un Gobierno conservador el que «minara la defensa del régimen que la corporación militar había efectuado». En la percepción de muchos de aquellos militares, no se llegó a entender cómo el régimen era incapaz de defenderse a sí mismo de los ataques que nacían del propio régimen. La República, a los ojos de estos oficiales, quedaba viciada, tanto porque las izquierdas habían promovido una acción radicalmente ilegal como porque las derechas eran incapaces de hacer cumplir las resoluciones adoptadas por los órganos judiciales del propio Estado.
Este planteamiento facilitó otro proceso, el de aproximación a ideales totalitarios de los militares, especialmente de los más jóvenes. No se puede olvidar que en aquellas fechas triunfaban en Europa los regímenes totalitarios de ideologías comunistas y fascistas. La Unión Soviética, por medio del Comintern, y los fascistas italianos y nacionalsocialistas alemanes proyectaban hacia el exterior el progreso de sus sociedades y la existencia de otras formas de gobierno distintas de las democráticas. Poco a poco, en el centro de Europa fueron apareciendo distintos Gobiernos con planteamientos políticos autoritarios. De este modo, el intento democratizador de la Segunda República española navegaba a contracorriente en la realidad política que imperaba en los países de nuestro entorno. Desgraciadamente, en aquellos días todavía no se había descubierto la barbarie que escondía este tipo de ideologías extremistas, que no se delataría hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
Pero este proceso de radicalización política tuvo otra consecuencia importante: la
quiebra de la unidad de la institución y el enfrentamiento entre compañeros. Esta
crisis institucional determinó un aumento en la desconfianza entre miembros del Ejército
hasta el punto de sospechar los unos de los otros. Todos se vigilaban, todos guardaban
silencio ante los integrantes de la unidad con los que no tenían una íntima relación,
pero todos intentaban intuir cómo respiraba políticamente el de enfrente. Los indicios
que denunciaban el posicionamiento ideológico eran diversos: los periódicos que leían ATMTS. SS, papeles asesoría, caja 1, carpeta 2. Obra denuncia en la que se indica
que los sargentos Romero, Meteos y Ramos Fernández de la Compañía de la Guardia de
Asalto de Sevilla tenían prohibido en la sala de sargentos el diario la Unión, leyéndose El Socialista, El Heraldo de Madrid y Mundo Obrero. Otra denuncia señala que el cabo García Pereda leía Juventud Roja.
La alta tensión política posterior a la revolución de octubre de 1934, producto de
la falta de entendimiento de los diferentes partidos, fue un perfecto caldo de cultivo
para que en los cuarteles apareciera un aluvión de proclamas en las que ya se advertía
un proceso evidente y cada vez más intenso: parte de la oficialidad y de la suboficialidad
en activo comenzaba a divorciarse de los frágiles lazos que la unían con la República,
buscando nuevas soluciones fuera del sistema y de los principios democráticos, mientras
que otra parte lo hacía hacia un izquierdismo extremo. Es en esta fecha cuando los
documentos que emite la U.M.E. comienzan a ser verdaderamente beligerantes contra
el sistema, cuando dejan de ser corporativos para incidir directamente en el ambiente
político que invadía el país ATMTS. SS, Informe Riquelme, folio 397, dentro del procedimiento previo 146/35.
De esta creciente radicalización y clandestinización de las estructuras castrenses
tuvo conocimiento el Ministerio de la Guerra. En enero de 1935, y según el general
Riquelme, en Madrid se hablaba de movimientos militares contra una República gobernada
por una coalición de centro-derecha. Los rumores anunciaban un golpe de fuerza por
disgusto de parte de la oficialidad ante la solución dada a los detenidos y condenados
de la revolución de octubre. El propio Indalecio Prieto reflexionaba al respecto:
«La rebelión de octubre de 1934 […] sirvió para hacer más profundo el abismo político
que vivía España» Prieto ( Prieto, I. (1975). Discursos fundamentales. Madrid: Turner.
Es 1935 el año del desengaño y de la fractura de la institución. La creciente politización de las bases militares provocó la quiebra de la corporación entre dos «amplias» minorías beligerantes, radicalizadas tanto por la izquierda como por la derecha, y una mayoría pasiva y silenciosa que veía cómo la institución castrense derivaba hacia enfrentamientos internos. Para explicar de una manera más concreta este proceso vamos a prestar especial atención a los hechos ocurridos en dos regiones militares, en la Segunda División Orgánica (Andalucía) y en Marruecos, en un intento por fijar con mayor precisión el disgusto militar existente.
El 14 de febrero de 1935 fue nombrado general jefe de la Segunda División Orgánica, en sustitución del general Miguel Núñez de Prado y Susbielas, el fiel republicano general José Riquelme y López Bago. Aunque había sido designado por un Gobierno de derechas, venía aleccionado contra la creciente implantación en esta región militar de la U.M.E., asumiendo como principal misión la eliminación en la región de la asociación y el castigo de sus integrantes. De todos modos, el mandato de Riquelme estuvo marcado por una serie de acontecimientos que demostraron muy a las claras la radicalización de sus subordinados y la desconfianza que se fue apoderando de una institución que debía caracterizarse por el apoliticismo y el espíritu de unión.
El primer sobresalto de su mando lo tuvo el 23 de marzo, cuando fue informado de la
llegada al puerto de Gibraltar del general Sanjurjo, quien en esos momentos se encontraba
exiliado en Portugal. Sus enlaces también le refirieron la recepción y agasajos que
había tenido el general por parte de algunos militares destinados en la zona. Estos
militares fueron sancionados ATMTS. SS, Informe Riquelme, dentro del procedimiento previo 146/1935.
En Sevilla, Riquelme se sirvió de una red de confidentes que le informaban del estado
de la guarnición, entre los que se encontraban los comandantes Loureiro Selles y Viqueira
Fullós, el capitán Delgado García de la Torre o el teniente Justo Pérez Fernández,
muchos de ellos masones, como el propio general. Por ellos supo el estado de opinión
de las unidades sevillanas y quiénes eran los militares que parecían integrar la U.M.E.
andaluza. Pero no solo estos militares ejercían funciones de vigilancia e información
en la capital del bajo Guadalquivir. Los integrantes de la U.M.E hacían lo propio
con sus compañeros de izquierdas e incluso con el propio general. Sabían que los oficiales
de contrastada fe republicana se reunían en tertulias y tabernas cercanas al Hotel
Cristina, cerca de la Torre del Oro. A estas tertulias acudían, además de los comandantes
Loureiro y Viqueira, los tenientes coroneles Contreras, Romero Basart y del Rosal,
los comandantes León López y Serrano, los capitanes Monigaro y Delgado García de la
Torre y el teniente Justo Pérez. A estas reuniones asistían dirigentes comunistas
y sindicales y miembros de logias masónicas. En Marruecos sucedió algo parecido. En
Melilla eran conocidos como centros de reuniones de militares y dirigentes políticos
de izquierdas el café La Peña Gil Honduvilla ( Gil Honduvilla, J. (2009). Marruecos 17 a las 17. Sevilla: Guadalturia.
Archivo Región Militar Noroeste (ARMN), Causa 413/1936.
Abril siguió siendo un mes de crispación y provocaciones mutuas entre estos sectores
militares cada vez más distanciados; un mes en el que tuvieron lugar una serie de
sucesos que, por desconocidos, no dejan de tener gravedad e importancia. Los hechos
ocurrieron en Sevilla la noche del 2 al 3 de aquel mes, cuando el general Riquelme
fue informado de que en Madrid se estaba produciendo un movimiento militar. Sin contrastar
debidamente los datos que le habían sido facilitados, Riquelme acudió a su camarilla,
especialmente el comandante Loureiro, en el Regimiento de Artillería, y Viqueira,
en el de Caballería, para que, sin informar a sus mandos superiores, pusieran en vigilancia
las unidades y se le informara de cualquier movimiento que pudiera haber en ellas.
Al conocer los mandos de las distintas unidades esta decisión, se quejaron al ministerio,
más aún cuando en Madrid en aquellos días no había pasado nada ATMTS. SS, procedimiento previo 146/1935.
Este error del general, que demostraba que usaba conductos no institucionalizados
y se inclinaba a favor de lo que se consideraba una de las facciones militares existentes
en la región, sirvió para que los militares de derechas denunciaran a la superioridad,
no solo la indebida orden emitida por el general sino también «todo tipo de inmoralidades»
en su conducta y en la de su ayudante, el teniente coronel Del Rosal Gil Honduvilla ( Gil Honduvilla, J. (2011). Militares y sublevación: Sevilla 1936. Sevilla: Muñoz Moya Editores.
Los incidentes entre las distintas facciones de la guarnición siguieron. Militares de izquierdas denunciaron al general que el 26 de abril, en plena feria, en la caseta del Arma de Artillería, se habían recitado unos poemas contra la República. La investigación posterior acreditó la falsedad de la denuncia.
Como era de prever, el mando del general Riquelme duró poco, y fueron las tensiones
existentes en la plaza, especialmente su intervención en los hechos del 2 y 3 de marzo,
las que aceleraron su caída. Pero antes de causar baja aún tuvo que lidiar con nuevos
altercados. En el mes de abril el jefe de la base de Tablada, el comandante Luis Romero
Basart, denunció a su superior el comportamiento de tres de sus oficiales, los capitanes
Alfonso Carrillo Durán, jefe del Detall; Modesto Aguilera Morente y Carlos Soler Madrid.
Los dos primeros eran miembros de la Falange local y destacados conspiradores en los
días previos al alzamiento del 18 de Julio. Los motivos de la queja del jefe de la
base fueron unas presuntas irregularidades administrativas y de funcionamiento de
los servicios del aeródromo y el Parque Regional Sur, pero que llevaba implícita las
pugnas políticas que infestaban a todas las unidades de plaza. Como quiera que tras
las oportunas investigaciones los hechos no fueran como los señalaba el «íntimo de
Ramón Franco», se intentó cerrar el procedimiento sin responsabilidad. La reacción
de Romero Basart fue la de no acatar dicha resolución, llegando las quejas al ministerio,
que procedió a sancionar al aviador. Fue en aquellos días cuando también llegó el
cese del general Ibid.: 146-147.
El sustituto de Riquelme fue el general José Fernández de Villa-Abrille Calivara. Su incorporación a la División tuvo lugar en mayo de 1935, y aunque acudía con espíritu más dialogante, esta actitud en nada mejoró la más que crispada situación militar que se vivía en la capital andaluza, sobre todo tras la celebración de las elecciones de febrero de 1936. También, desde finales de 1935 los partidos de extrema derecha, tradicionalistas, monárquicos y falangistas comenzaban un proceso de militarización evidente que no denotaban buenos augurios.
En estas mismas fechas se seguía conspirando, a la antigua usanza, por parte de generales
que querían la vuelta del régimen monárquico alfonsino. Las complejas elecciones de
febrero de 1936 dieron lugar a un intento de golpe de fuerza impulsado por Gil Robles,
con apoyo de militares, para que se declarara el estado de guerra y se anularan los
comicios. El 8 de marzo se reunían en el domicilio del político cedista José Delgado
y Hernández de Tejada los generales Franco Mola, Orgaz, Fanjul, Kindelán, Ponte, Villegas,
Saliquet, Rodríguez del Barrio, García de la Herrán y González Carrasco; «las otras
dos piezas claves del futuro alzamiento, Queipo de Llano y Miguel Cabanellas todavía
no habían sido contactados»
Con la llegada del Frente Popular al poder el espíritu de crispación existente se
desbordó, especialmente tras decidir el nuevo Gobierno la apertura de actuaciones
judiciales o el cese de los destinos de los militares que intervinieron en las operaciones
de sometimiento de la revolución de octubre de 1934. Militares que habían participado
en aquellas operaciones fueron denunciados, sancionados o simplemente cesados. Como
muestra de esta «represión», muchas veces soterrada, cabe indicar el cese en Madrid
como jefe de Estado Mayor Central del general Franco, el procesamiento del general
López Ochoa
De inmediato el nuevo titular del Ministerio de la Guerra, José Giral, procedió a
una política de cambios de los principales mandos de las unidades militares. Algunos
en búsqueda de un mayor sometimiento y disciplina de sus subordinados, pero en otros
casos, por presión de círculos políticos de izquierdas, o simplemente por mera desconfianza.
Como señala Mustapha El Merroun poco después de ocupar la cartera de Guerra el general
Masquelet, la U.M.R.A. de Melilla hizo llegar al ministerio un informe acerca de la
actividad subversiva en Marruecos, proponiendo la baja fulminante de los principales
jefes de cuerpo comprometidos
Poseo copia —muy defectuosa por cierto— de un curiosísimo documento que la U.M.A.
(Unión Militar Antifascista) melillense hizo llegar al Gobierno apenas iniciada la
etapa del Frente Popular, dándole orientaciones acerca de los jefes y oficiales de
la guarnición, y señalando las determinaciones concretas que en la distribución de
mandos debía operar el general Romerales apenas tomase posesión nuevamente de la Comandancia
de Melilla Seco Serrano ( Seco Serrano, C. (1965). Melilla ¡El 17 a las 17!. Actualidad Española, 706.
En dicho documento se solicitaba el cese de la mayoría de los jefes de la Plaza de
Melilla. No fue el único caso: en Cádiz consta la solicitud por miembros del Frente
Popular del cese de una serie de oficiales de la Armada, Infantería de Marina y de
la Guardia Civil ATMTS. SS, folio 37 de la INF 71938 García Escribano. ATMTQ, folio 120 vuelto, Sumario 347/1936.
En Sevilla cambiaron todos los mandos de regimiento (coroneles) o batallón (tenientes
coroneles) salvo el coronel Mateo, jefe del Regimiento de Caballería. Las sustituciones
continuaron posteriormente en toda la región militar incluso en destinos de mucha
menor importancia. En Marruecos lo fueron tanto el jefe de las fuerzas militares como
los jefes de las dos circunscripciones. También un buen número de jefes de unidades.
Esta política de personal generó nuevos argumentos por quienes ya no creían en el
sistema, hasta el punto de que los incidentes se multiplicaron, pues muchos consideraron
que más que cambios por confianza lo que se estaba produciendo era una sanción no
declarada a los oficiales sustituidos. La sensación de disgusto por este tipo de medidas
sin justificación aparente se puede apreciar en el discurso que el coronel Blanco
Horrillo efectuó días después de asumir la jefatura del 17 Tercio de la Guardia Civil,
en Sevilla. Conocedor del malestar que habían provocado los últimos traslados de jefes
y oficiales por ser considerados desde la Inspección del cuerpo como «desafectos al
régimen», a sus subordinados indicó «la necesidad de acatar con disciplina las disposiciones
del Inspector». Ese mismo día el comandante Garrigós se entrevistó con su coronel,
al que conocía por haber servido a sus órdenes en Huelva, indicando Blanco que «no
podía aprobar el sistema que estaba siguiendo la Inspección de la Guardia Civil y
que estaba tan indignado como los demás Jefes y Oficiales de que se estuvieran cometiendo
innumerables injusticias» ATMTS. SS, folios 2 vuelto y 3 de la INF 1936 Blanco Horrillo.
No es objeto de este trabajo estudiar la conspiración militar que tuvo lugar durante los días en los que estuvo en el poder el Gobierno del Frente Popular, sino analizar las causas que pudieron impulsar a muchos militares no incorporados a la conjura a inclinarse el 17-18 de julio en favor de ella. En aquellos días el ambiente militar estaba cargado, tan cargado como que la simple llegada a sus destinos de los mandos recién nombrados era causa de disgusto en buena parte de los miembros de las guarniciones afectadas, hasta el punto de condicionar a estos militares contra sus mandos superiores, a los que consideraban adictos al nuevo Gobierno frentepopulista.
En Marruecos fueron constantes los incidentes que afectaron al nuevo jefe de las fuerzas militares, el general Gómez Morato, y a los jefes de circunscripciones, los generales Capaz y Romerales, denotando un estado de ánimo cada vez más radicalizado.
La toma de posesión, en marzo, del general Gómez Morato estuvo llena de tensiones,
tanto en su desembarco en Ceuta como en la primera audiencia a sus mandos, en Tetuán.
En la reunión el general indicó a sus subordinados, en un discurso caracterizado por
la dureza y contundencia de sus palabras, que la verdadera y única realidad era la
del Gobierno de referencia, llegando, según manifestaciones de algunos oficiales allí
presentes, a amenazar enérgicamente con severísimas sanciones a quienes se salieran
de la disciplina por él impuesta ATMTS. SC, folio 230, Sumario 660/1936.
El 14 de abril, con motivo de la celebración del quinto aniversario de la proclamación
de la República, en toda España se produjeron altercados en el curso de los desfiles
militares organizados. Al paso de las tropas se profirieron gritos contra el Ejército.
Entre todos los disturbios el de mayor intensidad fue el que tuvo lugar en la capital
de España. Durante el desfile estalló un petardo tras la tribuna presidencial que
generó una fuerte alarma. Posteriormente, resultó muerto por un disparo el alférez
de la Guardia Civil Antonio de los Reyes. El ambiente se caldeó aún más al día siguiente,
cuando la comitiva, encabezada por políticos de derechas, fue atacada. A consecuencia
de los disparos resultó muerto José Sáenz de Heredia, mientras que el joven tradicionalista
Luis Llagudo fue gravemente herido por el teniente Castillo, jefe de la Guardia de
Asalto que pretendía disolver la comitiva en la plaza de Manuel Becerra
Ese mismo mes el general Capaz se vio obligado a pedir la salida de Riffien de las
banderas de la Legión, «por la efervescencia que se notaba en la población civil del
Frente Popular de Ceuta para provocar incidentes» ATS, folio 79 vuelto del Sumario 660/1936.
que si estos en la calle eran vejados hasta llegar a sus sentimientos más sagrados
no reaccionaran, y se limitaran a tomar el nombre del individuo o el número del vehículo
donde fuera, […] el declarante hizo presente al referido General que él por su parte
no toleraría el que le ofendieran en sus sentimientos y que, no obstante, volvió el
General a reiterar la orden, manifestando que el Ejército se debía al Gobierno, dando
como cosa natural el que los elementos componentes del mismo echaran por el suelo
todos los valores morales y si el Ejército que quería el Gobierno era el rojo, que
este tenía que aceptarlo sin reaccionar en defensa de la Patria ATMTS, SC., folio 25 vuelto del Sumario s/n 1936.
Cinco días después, el 24 de abril, el teniente coronel Heli Tella, tras la inauguración
de unas casas baratas en Melilla, lamentó fuera de todo protocolo lo que, según él,
era una campaña contra el honor del tercio que se estaba produciendo desde la izquierda
política
Con todo, los incidentes más graves, y que muestran la quiebra de la propia institución
castrense de aquellos momentos y de la disciplina militar, tuvieron lugar la noche
del 9 al 10 de junio. Por un lado, en el Batallón núm. 7, también en Melilla, hubo
una reunión de cabos primeros ante el temor de que se estuvieran levantando unidades
del tercio. Se sacaron las armas de los armeros sin autorización y se puso el edificio
en defensa. Esa misma noche el capitán Virgilio Leret, jefe de la base de Hidros de
El Atalayón y un ferviente defensor del Gobierno constituido, ordenó, sin autorización
de su general, el traslado desde el parque de artillería a la base aérea de Nador
de doscientas bombas de aviación, doscientas espoletas y doscientos cabos ATMTS, SC., folio 10 y 55 del Sumario 812/1936. ATMTS, SC., folio 3 del Sumario 812/1936. Gil Honduvilla ( Gil Honduvilla, J. (2009). Marruecos 17 a las 17. Sevilla: Guadalturia.
Pero si graves fueron los hechos africanos, la situación en otras regiones militares metropolitanas tampoco fue mejor. En Sevilla, cabecera de la Segunda División Orgánica, el general Villa Abrille tuvo que lidiar en aquellos días con la más que palpable reacción antigubernamental de muchos de sus subordinados, por lo que entendían un estado de constante provocación, no solo de los simpatizantes del Frente Popular, sino también de los representantes del Gobierno de la nación.
Desde febrero de 1936 se produjo de manera alarmante un aumento de las agresiones
a las fuerzas del orden. Solo en las provincias andaluzas, y haciendo referencia a
los incidentes con fuerzas de seguridad donde hubo víctimas, podemos contar veintitrés
casos
La situación se crispaba cada vez más y el propio general sentía la presión que intentaban
ejercer sobre él sus propios subordinados, que sin tapujos mostraban su oposición
a la situación política reinante. Hay que indicar que la preparación de la conspiración
y su ramificación por todas las unidades de la región militar estaba siendo dirigida
por uno de los oficiales del Estado Mayor del general, el comandante Cuesta Monereo.
Este militar no era el jefe del Estado Mayor, pero ejercía una tremenda influencia
entre sus subordinados, los capitanes Manuel Gutiérrez Flores y Manuel Escribano Aguirre,
y sobre oficiales de otras plazas como el capitán Jaime Puig Guardiola, en Cádiz,
o los hermanos Rodríguez de Austria, en Córdoba. Él extendió la red de colaboradores
en la conspiración por las distintas plazas con guarniciones militares; él planificó
el modelo de ocupación de la ciudad de Sevilla; y fue, con el comandante Eduardo Álvarez
Rementería, vinculado a la Falange, quien constituyó la célula de enlace con el general
Queipo de Llano, desde que fue encargado de asumir la sublevación en Andalucía Id.
Todos los militares pertenecientes al grupo que dirigía Cuesta Monereo, hay que reseñarlo, estaban integrados o eran próximos a la U.M.E., y a él también pertenecía un buen número de militares que habían pasado a la reserva con ocasión del decreto del ministro Azaña de 25 de abril de 1931, y que ejercían funciones de enlace entre las distintas unidades y plazas. La facilidad de desplazamiento, al no estar sujeto a control oficial alguno, y su implantación en todas las provincias los convirtieron en elementos indispensables de esta conjura. Muchos de estos movimientos y las propias reuniones que estaban teniendo lugar en los despachos de los oficiales de Estado Mayor quedaron ocultas. Pero dentro de la División todos sabían lo que estaba pasando, incluso el propio general Villa-Abrille, que no tomó medidas disciplinarias.
Del mismo modo a como sucedió en Marruecos, el proceso de crispación de la guarnición
fue creciente. En marzo el ambiente militar se enturbió al conocerse el procesamiento
del general López Ochoa, por su participación en la represión de la revolución de
octubre de 1934. El 1 de abril fue asesinado el soldado de la base de Tablada Manuel
Giráldez Mora. Todo parecía indicar que los asesinos pertenecían a la extrema izquierda,
a la vista de la ideología derechista del difunto. El entierro generó enfrentamiento
en la División entre el general y sus subordinados, al intentar estos acudir de uniforme
al acto y prohibirlo Villa-Abrille ATMTS. SS., folio 10 del Sumario 239/1938.
Días después, el ambiente político nacional se enrareció de una manera considerable con la propuesta de destitución del presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora. El 4 se presentaba a las Cortes, siendo aprobada el 7 de abril. El 9 ocupaba el cargo de presidente Diego Martínez Barrio.
Tampoco contribuyó a relajar la fuerte tensión que se palpaba en la institución castrense la actuación de las autoridades políticas, especialmente la de los gobernadores civiles. Fueron frecuentes las detenciones, cacheos en plena calle y otras provocaciones de oficiales por la Guardia de Seguridad y Asalto, cuyos mandos procedían del propio Ejército, sin que estuvieran basados en indicio alguno.
Uno de los casos que más crispación generó en el edificio de la Segunda División Orgánica
sucedió en abril en Jerez de la Frontera, y tuvo como protagonista al teniente coronel
Enrique Fernández Rodríguez de Arellano, comandante militar de la plaza. La orden
fue impartida por el gobernador civil de Cádiz, el comandante de Artillería Mariano
Zapico. La detención se produjo cuando el militar fue abordado por cuatro policías,
en lo que él definió como un atropello y extralimitación de las funciones de los agentes Folios 22 y 23 del Sumario 239/1938. Id.
Al presentarse a la hora indicada en el despacho de Villa-Abrille, este comentó al
comandante, en un tono mucho más suave, que no podía manifestarse por teléfono en
la forma que lo había hecho horas antes, pues ese medio de comunicación estaba intervenido.
Que él defendía siempre a sus subordinados y que si el gobernador civil se había excedido,
procedería contra él Folio 3 del Sumario 239/1938.
A las 19:00 horas, tras una conversación de Villa-Abrille con el gobernador Mariano
Zapico, Cuesta comunicó a comandante militar de Jerez el cambio de su situación, pero
le remarcó que esta se producía bajo la condición y orden expresa de salir inmediatamente
de la ciudad, pues en otro caso no se respondía de su vida Folios 22 y 23 del Sumario 239/1938.
En Granada, el 12 de junio, unas inoportunas declaraciones del jefe de la base de
Armilla, el capitán de aviación Joaquín Pérez Martínez de Victoria, determinaron su
detención por el gobernador civil, Ernesto Vega. También en este caso se supo en la
cabecera de la División que por orden del gobernador se estaba vigilando a militares
y los edificios militares. Para resolver el entuerto el Ministerio de la Guerra envió
al propio general jefe de la Segunda División. Con ocasión de estos hechos, un hermano
del capitán detenido, el capitán de Artillería retirado Mariano Pérez Martínez de
la Victoria, llegó a agredir al gobernador en una ceremonia de entrega de premios
a personal de Aviación Civil Archivo General Militar Ávila, C.8, Cp.11, D.1/120.
Hubo muchas más detenciones, algunas por entender como reuniones conspiratorias lo
que en verdad eran tertulias en las que los presentes mostraban sus quejas ante la
situación creada. En Úbeda fue detenido el comandante Aníbal Voyer AGMA, C.8, Cp.10, D.1/18. AGMA, C.8, Cp.10, D.1/153. ATMTS. SS., folio 3 del Sumario 45/1936.
El gobernador civil de Sevilla en aquella época, José María Varela Rendueles, en sus
propias memorias reconocía lo improcedentes de muchas de estas detenciones y registros:
«Tuve que llamar la atención del Comandante y algún oficial por efectuar, personalmente
en unos casos, y en otras ordenar a los guardias, cacheos de Jefes y Oficiales del
Ejército, a sabiendas de que lo eran, cuando iban de paisano, Así no se amansan rebeldías,
antes se forjan y se provocan»
Este tipo de actuaciones y el conocimiento en la División de que los cuarteles estaban siendo vigilados por agentes de policía, sin que hubieran sido advertidos de ello, generó un enfriamiento de las relaciones de las autoridades civiles y militares de Sevilla. En esta situación de mutua desconfianza se llegó al mes de julio. Los controles a los militares, los cacheos e incidentes continuaron sucediéndose. Por otro lado, los rumores de tramas conspiratorias cada vez sonaban con más fuerza. Los servicios de información, tanto de la Segunda División como del Gobierno Civil, remitían a sus respectivos titulares datos relativos a las inquietudes mostradas por una parte de la población militar.
También en Granada el gobernador civil usó a militares cercanos al Frente Popular
para informarse de lo que sucedía dentro de los cuarteles. En esta ciudad se comenzó
a elaborar una lista de oficiales destinados en la plaza, incluidos los de la Guardia
Civil y de Seguridad y Asalto, en la que se valoraba políticamente al personal controlado.
Este fichero, conocido por los sublevados como «la lista negra», fue localizado el
20 de julio por las fuerzas asaltantes en uno de los cajones de la mesa del despacho
del gobernador ATMTS. SA, Sumario 33/1936, folio 36 vuelto. ATMTS. SA., Sumario 86/1936, folio 82.
El 12 de julio fue asesinado cerca de su domicilio, en Madrid, el teniente José del
Castillo, militar integrado en la U.M.R.A. No era el primer miembro de esta asociación
en caer bajo las balas de militares de derechas. Al día siguiente sus compañeros de
clandestinidad se comprometieron a que si se producían nuevas bajas entre sus miembros
actuarían contra algún político de derechas de los que consideraban culpables de la
situación. Aquel compromiso fue impreso y repartido por los cuarteles El Imparcial, 24-9-1978.
El 13 de julio fue asesinado Calvo Sotelo. Aquel mismo día llegó la noticia a Sevilla. Quizás uno de los primeros en tener conocimiento de lo que estaba sucediendo fuera el gobernador civil, quien recibió la información del subsecretario de Gobernación, Osorio Tafall, luego ratificadas por el propio jefe de Gobierno, Casares Quiroga.
En Sevilla y en otras muchas ciudades se organizaron funerales en la memoria del político
de derechas. El 14 de julio los organizadores designaron como lugar de la celebración
la iglesia del Salvador. La misa tendría lugar al día siguiente. Pero confidencias
llegadas al Gobierno Civil indicaron que elementos extremistas preparaban un atentado
contra los asistentes a la ceremonia religiosa. Ante la gravedad de los hechos denunciados,
el gobernador Varela se puso en comunicación con Villa-Abrille, al que requirió para
que adoptara medidas pertinentes para que «nadie, perteneciente a la guarnición, pudiera
hacer acto de presencia en la iglesia del Salvador en el día y horas señalados para
celebrar los funerales». El jefe de la Segunda División Orgánica dictó las órdenes
oportunas que retuvieron a los militares en los cuarteles. Por otro lado, y ante lo
alarmante de las noticias, Varela también logró de los organizadores, miembros de
Renovación Española, la suspensión del acto
Los funerales del Salvador se suspendieron, pero hubo otros en la ciudad de Sevilla.
El 15 de julio en la catedral se celebró una ceremonia religiosa en memoria del jefe
monárquico. A su salida un grupo de personas increpó a varios artilleros que de uniforme
se encontraban esperando a un autobús. «Qué espera el Ejército», se oyó. Los oficiales
que estaban allí presentes callaron, pero el comandante Martín de Oliva comentó: «No
tardaremos en actuar». Subidos ya en el vehículo y en dirección a su acuartelamiento
fueron detenidos en la avenida de la Palmera por una patrulla de la Guardia de Asalto
que intentó, sin éxito, desarmar a los militares. Aquellos eran presagios evidentes
de los enfrentamientos que tendrían lugar tres días después «18 de julio, en Sevilla», Archivo Hispalense, núm. 132-133, 1965.
Aquella misma noche Alfonso Van-Mook, teniente de Caballería y ayudante del coronel
Santiago Mateo, fue detenido por guardias de asalto. Este suceso generó un nuevo enfrentamiento
entre el gobernador civil, el general Villa-Abrille y el coronel Mateo ATMTS. SS., folio 3 vuelto del Sumario 157/1936.
El mismo día 17 de julio, por la tarde, tras conocerse la sublevación africana, en
el Casino de Clases tuvieron lugar fuertes discusiones entre los que estaban de acuerdo
y en contra de la acción acometida por sus compañeros del protectorado. En las paredes
del edificio, escritas con tiza se podía leer: «Camaradas, alertas al supuesto golpe
militar» «18 de julio, en Sevilla», Archivo Hispalense, núm. 132-133, 1965.
Como en Marruecos y en Andalucía, espacio al que hemos dedicado especialmente entre trabajo, en el resto de regiones militares tuvieron lugar incidentes que demuestran un incremento de la tensión dentro de las unidades del Ejército y un proceso de creciente politización durante los meses de gobierno del Frente Popular. En aquellos días los ánimos estaban muy crispados; la fractura social tuvo su reflejo en la institución militar, que mantenía quiebras estructurales y corporativas desde mucho antes de que se instaurara la propia República, y por tanto del inicio de la Guerra Civil.
La falta de unidad dentro de la institución castrense nace en el siglo xix y se extiende hasta el final de la contienda fratricida. Durante la vigencia del régimen republicano estas quiebras se hicieron más evidentes con motivo de la creciente politización e ideologización de las bases profesionales. El desarrollo de organizaciones clandestinas no tuvo su origen con la llegada del Frente Popular al poder, sino que arranca del inicio del nuevo régimen y tienen su desarrollo a lo largo de toda la etapa republicana. Este proceso de proselitismo en los cuarteles no es una reacción contra el sistema por parte de los añorantes del régimen caído, sino que nace de una realidad política cada vez más radicalizada. No obstante, los acontecimientos que van a hormar el impulso antirrepublicano dentro de la institución militar serán tanto los sucesos del 10 de agosto de 1932 y la revolución de octubre de 1934 como las reacciones gubernamentales a dichos acontecimientos. Los militares más reaccionarios percibían la República como un régimen débil que no era capaz de defenderse a sí mismo. Antes de las elecciones de febrero de 1936 ya se había producido una fuerte desafectación dentro de los cuadros militares, especialmente entre los oficiales jóvenes que habían conseguido su título durante la vigencia de la República. Antes de aquellas elecciones ya habían fraguado los cimientos ideológicos en los que se basaron los militares alzados para provocar su caída, pero también, antes de la llegada al poder del Frente Popular, la unidad que debería regir en la institución castrense se había quebrado definitivamente. Los sucesos de los que se da cuenta en este trabajo, especialmente la llegada del general Riquelme a la Segunda División Orgánica en 1935, solo demuestran que dentro del Ejército existían facciones irreconciliables y que una parte de la oficialidad ya no creía en la República, aunque esta tuviera un Gobierno de centro-derecha.
Durante los meses de febrero a julio de 1936 tiene lugar una creciente radicalización de las estructuras clandestinas que ya existían, U.M.E y U.M.R.A, con un uso cada vez más abierto de la «acción directa» como forma de actuación de sus componentes. La conspiración de derechas se apoyó en muchos integrantes de la U.M.E. para extender y consolidar sus planes. Pero a la par que se iba fraguando esta conspiración, los militares radicales defensores del régimen republicano, especialmente los integrados en la U.M.R.A., tampoco contribuyeron ni a facilitar puntos de convergencia ni a ayudar a las autoridades políticas y militares a actuar contra las corrientes conspiradoras de la derecha subversiva. Toda la serie de hechos que se relatan de Marruecos y en Andalucía —la puesta en armas de unidades y bases aéreas sin la autorización del mando militar, las continuas protestas clandestinas de sus componentes, la crispación, las reuniones en bares, cafés, en tertulias o en domicilios, las consignas y la presencia en los cuarteles de pasquines y proclamas— solo sirvieron para facilitar la conspiración de derechas, al ocultar la misma detrás de lo que se entendía, incluso en el ministerio, como una revolución desde las izquierdas. La desconfianza había minado el necesario compañerismo que debía imperar en una institución como la militar. Todos desconfiaban de todos y todos se vigilaban. Los de derechas a los de izquierdas y estos a aquellos y, en medio, una mayoría silenciosa que callaba ante el temor de significarse y que veía cómo la corporación a la que pertenecían iba perdiendo sus valores y sus principios.
Tampoco las medidas tomadas por las autoridades políticas permitieron rebajar la presión que iba teniendo aquella caldera. Desde los gobiernos civiles, y ante los temores evidentes de un golpe contra el Gobierno de la nación, se procedió a vigilar los cuarteles y a los componentes de la institución. La lucha contra la involución era necesaria, pero se hizo sin el apoyo de los militares leales al propio régimen, de los mandos que debían ejercer sus competencias, lo cual crispó las relaciones institucionales entre las autoridades políticas y militares. Se detuvo a oficiales, a veces sin pruebas de su pertenencia a estructuras corporativas, simplemente por haber participado de tertulias o reuniones; se provocó a oficiales con sus cacheos e interrogatorios en plena calle, incluso cuando iban acompañados por sus familias; tampoco se actuó con prontitud y eficacia contra los provocadores de altercados contra componentes de la institución armada. En los frecuentes enfrentamientos que tuvieron lugar en aquellos días entre jóvenes frentepopulistas y oficiales del Ejército, estos siempre fueron sancionados por sus mandos, aquellos apenas eran reprendidos. Todo esto sucedió mientras que el Ministerio de la Guerra comenzaba una campaña de destituciones y cambios de destinos que afectó no solo a los mandos de las principales unidades militares, sino que degeneró en la sustitución de todo aquel del que se desconfiara su lealtad no a la República, sino al Gobierno constituido. Con todos estos ingredientes, era difícil calmar a la fiera surgida de la propia crisis de la institución militar, que se había convertido en muy peligrosa con el desarrollo del régimen republicano. El Frente Popular simplemente fue un acelerador de una realidad ya irreversible.
[1] |
Cardona ( Cardona, G. (1990). El problema militar en España. Madrid: Historia 16.1990). |
[2] |
Fernández Coppel ( Fernández Coppel, J. (2008). Queipo de Llano: memorias de la Guerra Civil. Madrid: La Esfera de los Libros.2008). |
[3] |
Sobre este militar, Leguina y Núñez ( Leguina, J. y Núñez A. (2002). Ramón Franco: el hermano olvidado del dictador. Madrid: Temas de Hoy.2002), y Díaz y Silva ( Díaz, C. y Silva, J. A. (1981). Mi vida con Ramón Franco. Barcelona: Planeta.1981). Hidalgo de Cisneros ( Hidalgo de Cisneros, I. (2001). Cambio de rumbo. Vitoria: Ikusager.2001). |
[4] |
Archivo General Militar de Segovia (AGMS), hoja de servicio. |
[5] |
Cebreiros ( Cebreiros, N. (1931). Las reformas militares. Santander: Talleres Gráficos J. Martínez.1931): 176. |
[6] |
Gil Honduvilla ( Gil Honduvilla, J. (2011). Militares y sublevación: Sevilla 1936. Sevilla: Muñoz Moya Editores.2011): 17 y ss. |
[7] |
Archivo del Tribunal Militar Territorial Segundo, Sección Sevilla (ATMTS. SS), Sumario 263/1933. |
[8] |
ATMTS. SS., Sumario 202/1932. |
[9] |
Archivo Intermedio Región Militar Sur, exp. 10 5359. |
[10] |
ATMTS. SS, folio 268 del Sumario 28/1931. |
[11] |
ATMTS. SS, folio 14 del Sumario 19/1932. |
[12] |
ATMTS, expediente judicial/1931, legajo 10, núm. 294. |
[13] |
Archivo del Tribunal Supremo (ATS), folio 39 del Sumario 660/1936. |
[14] |
Entre otros, Jackson ( Jackson, G. (2005). La República Española y la Guerra Civil. Barcelona: RBA.2005) y Payne ( Payne, S. G. (2005). El colapso de la República. Madrid: La Esfera de los Libros.2005). |
[15] |
Mundo Obrero, 2-1-1932. |
[16] |
Solidaridad Obrera AIT, de 8-1-1932. |
[17] |
El Sol, 5-1-1932. |
[18] |
Thomas ( Thomas, H. (1979). La guerra civil española. Madrid: Urbión.1979): 165; Goded ( Goded, M. (1938). Un fascista cien por cien. Zaragoza: Heraldo.1938): 17. |
[19] |
El Socialista, 30-7-1932. |
[20] |
Los procedimientos judiciales abiertos a los implicados en los sucesos del 10 de agosto de 1932 se encuentran depositados en el Archivo del Tribunal Supremo —causas 927/1932 y 928/1932— y en el Archivo del Tribunal Militar Territorial Segundo, en Sevilla —causa no numerada relativa a los sucesos ocurridos el 10 de agosto de 1932—. También se localiza documentación judicial en el Archivo Histórico Nacional. |
[21] |
El Liberal, 16-8-1932. |
[22] |
ATS, Causa 927/1932. |
[23] |
Sobre los indultos, El Sol, Ahora, El Socialista, La Libertad y Luz, 26-8-1932. Sobre el trato dado al general Sanjurjo en la Prisión de El Dueso, La voz, 31-8-1932; La Libertad, 1-9-1932 y La Vanguardia, 1-9-1932, o Gómez Fernández ( Gómez Fernández, R. (1932). El 52, de general a presidiario. Madrid: Talleres Tipográficos de Galo Sáez.1932) y Carretero Novilla ( Carretero Novilla, J. M. (1932). Sanjurjo caudillo y víctima. Madrid: Caballero Audaz.1932). Sobre los confinados en Villa Cisneros, García de Vinuesa ( García de Vinuesa, F. (1933). De Madrid a Lisboa por Villa Cisneros. Madrid: Estrella.1933). |
[24] |
Archivo Intermedio Región Militar Sur (AIRMS), expediente núm. 3, legajo 5359. |
[25] |
AIRMS, expediente núm. 16, legajo 5359. |
[26] |
Busquets y Losada ( Busquets, J. y Losada, J. C. (2003). Ruido de sables. Barcelona: Crítica.2003): 49. |
[27] |
Cacho Zabalza ( Cacho Zabalza, A. (1940). La Unión Militar Española. Alicante: Egasa.1940). |
[28] |
Puell de la Villa ( Puell de la Villa, F. (2000). Historia del ejército en España. Madrid: Alianza.2000): 182. |
[29] |
Payne ( Payne, S. G. (2005). El colapso de la República. Madrid: La Esfera de los Libros.2005): 91, y Del Rosal ( Del Rosal, A. (1984). 1934: El movimiento revolucionario de Octubre. Madrid: Akal.1984). |
[30] |
ATMTS. SS, papeles asesoría, caja 1, carpeta 2. Obra denuncia en la que se indica que los sargentos Romero, Meteos y Ramos Fernández de la Compañía de la Guardia de Asalto de Sevilla tenían prohibido en la sala de sargentos el diario la Unión, leyéndose El Socialista, El Heraldo de Madrid y Mundo Obrero. Otra denuncia señala que el cabo García Pereda leía Juventud Roja. |
[31] |
ATMTS. SS, Informe Riquelme, folio 397, dentro del procedimiento previo 146/35. |
[32] |
Prieto ( Prieto, I. (1975). Discursos fundamentales. Madrid: Turner.1975): 297. |
[33] |
ATMTS. SS, Informe Riquelme, dentro del procedimiento previo 146/1935. |
[34] |
Palma Román ( Palma Román, J. (2000). Memorias de un currante. Cómo triunfar sin padrinos (1905-1995). Melilla: Servicio de Publicaciones de la Ciudad Autónoma.2000): 113. |
[35] |
Gil Honduvilla ( Gil Honduvilla, J. (2009). Marruecos 17 a las 17. Sevilla: Guadalturia.2009): 51. |
[36] |
Archivo Región Militar Noroeste (ARMN), Causa 413/1936. |
[37] |
ATMTS. SS, procedimiento previo 146/1935. |
[38] |
Gil Honduvilla ( Gil Honduvilla, J. (2011). Militares y sublevación: Sevilla 1936. Sevilla: Muñoz Moya Editores.2011) 140-141. |
[39] |
Ibid.: 146-147. |
[40] |
Vaca de Osma ( Vaca de Osma, J. A. (1991). La larga guerra de Francisco Franco. Madrid: Ediciones Rialp.1991): 85. |
[41] |
De la Cierva ( De la Cierva, R. (1996). Historia esencial de la guerra civil española. Madridejos: Editorial Fénix.1996): 72. |
[42] |
De Paz Sánchez ( De Paz Sánchez, M. (2004). Militares masones de España: diccionario biográfico del siglo xx. Valencia: Fundación Instituto de Historia Social.2004) y Azaña ( Azaña, M. (1978). Memorias políticas y de guerra. Barcelona: Crítica.1978). |
[43] |
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Folio 3 del Sumario 239/1938. |
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Folios 22 y 23 del Sumario 239/1938. |
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