El estudio que nos ofrece María José Villaverde Rico, catedrática de Ciencia Política de la Universidad Complutense, sobre Alexis de Tocqueville (1805-1859) es extraordinario en varios sentidos. A pesar de ser un estudio de investigación riguroso, con una bibliografía extensísima y más de 1600 notas, el libro se lee de un tirón, por su estilo, su contenido y el interés que despiertan la narración de los hechos y las ideas de los personajes. María José Villaverde es historiadora de las ideas políticas, ha dirigido durante años el Seminario de la Ilustración de la Fundación Ortega-Marañón y tiene una obra publicada de gran amplitud y profundidad sobre distintos autores y temáticas. Además de numerosos artículos, es autora de libros como Rousseau y el pensamiento de las luces, La ilusión republicana, Forjadores de la tolerancia (editora con J. Ch. Laursen) o Civilizados y salvajes (editora con G. López Sastre), entre otros. Pero este último libro sobre Tocqueville tiene unas características peculiares que lo hacen especialmente valioso y de gran interés para nuestro momento histórico actual.
Si la Ilustración representa para nosotros el origen de las ideas que conforman nuestras sociedades y el movimiento filosófico que definió e infundió en las mentes contemporáneas los valores de libertad, igualdad, democracia, fraternidad, cosmopolitismo, paz mundial, etc., el siglo xix supuso una profundización de aquel movimiento, con posiciones más radicales, por un lado, y con posiciones reaccionarias de vuelta al pasado, por otro. Tocqueville se encuentra en medio de esta tormenta de ideas que significó aquel siglo xix, que configuró de manera aún más profunda y cercana nuestra realidad social y política actual. El pensador francés desarrolló, como nadie lo ha hecho antes ni después que él, el verdadero concepto de democracia, tomado de nuestra misma realidad histórica, tal como había surgido en Estados Unidos y trataba de realizarse también en Europa. Pero Tocqueville publicó su gran obra, La democracia en América, al principio de su carrera como escritor y político, y desde ese mismo momento tuvo que enfrentarse a los dilemas que la realidad política iba planteando en torno a esa gran idea de democracia que él había desarrollado.
El gran valor de este libro de María José Villaverde es haber descrito, documentado y argumentado con todo lujo de detalles el conflicto que arrastró Tocqueville a lo largo de su vida activa, debatiéndose entre el ideal democrático que había diseñado y la realidad política, de la que fue actor principal en una Francia colonial e imperialista; incluyendo una narración completa de los hechos y personajes implicados en este conflicto, que abarca los años centrales del expansionismo europeo por el mundo (1830-1860). Es imposible dar ni siquiera un resumen de la riqueza del libro, por lo cual aquí me limito a señalar solo los temas principales.
El problema al que se enfrenta la autora versa sobre el cambio radical que ha sufrido la imagen de Tocqueville en las últimas décadas, desde que se pusieron de relieve sus escritos sobre Argelia en los años sesenta del pasado siglo. Su figura como teórico de la democracia y defensor de las ideas de libertad e igualdad, defensor de los indios norteamericanos y partidario de la abolición de la esclavitud, de pronto chocaban con sus escritos y discursos políticos en los que apoyaba el nacionalismo, el colonialismo, el imperialismo francés y europeo, y compartía la idea de superioridad de la raza blanca, aunque sin aceptar la ideología racista de su amigo Gobineau. El estudio trata de nuestra visión actual de un conflicto de ideas ocurrido hace casi dos siglos; por consiguiente, la autora intenta dar respuesta a este problema, encuadrando las ideas en el contexto histórico e intelectual de aquel tiempo, con la metodología del análisis contextual, que lleva a cabo escrupulosamente, relatando todos los hechos significativos y analizando los escritos de Tocqueville y de sus principales interlocutores (J. S. Mill, Gobineau, etc.), teniendo en cuenta además las interpretaciones y críticas de la bibliografía más reciente, aportando finalmente la autora su propia opinión. En definitiva, el objetivo del libro es, según M. J. Villaverde, «analizar y entender el “lado oscuro” del liberalismo de Tocqueville, en especial la flagrante contradicción que señalan tantos estudiosos entre sus escritos democráticos —en particular La democracia en América y sus artículos y discursos abolicionistas-, y sus textos sobre Irlanda y la India, pero en particular sobre Argelia» (p. 19). La contradicción afecta a sus ideas liberales frente a su actitud colonialista e imperialista, y a su teoría democrática frente a su práctica como político nacionalista. El período estudiado abarca los veinte años en los que Tocqueville tuvo una actividad pública (1831-1851), antes de retirarse a escribir sus últimos libros (Souvenirs y L’Ancien Régime).
Los cinco capítulos de que consta el libro tratan las cuestiones principales de la obra y vida tocquevilliana. En el primero estudia la experiencia e ideas del pensador francés que, acompañado por su amigo Beaumont, inició en 1831 un viaje por Estados Unidos y Canadá, del que saldrían los dos tomos sobre democracia norteamericana (1835, 1840), así como también la novela de Beaumont Marie, en la que este expone y critica duramente el sistema esclavista de aquella sociedad. La experiencia de Tocqueville quedó reflejada en su obra principal, sobre todo en el capítulo X, «Sobre las tres razas», del primer tomo de la Democracia, y también en su escrito «Quince días en el desierto», publicado póstumamente. En ellos refleja la vida miserable que llevaban las tribus indias, expulsadas de sus territorios por los colonos y por el Gobierno de Estados Unidos, alcoholizados, depravados, perseguidos y en proceso de exterminio. Según un informe de 1790, la población de indios nativos había pasado de 10 millones a 300 000 desde la llegada de los colonos. Únicamente encuentra restos de vida salvaje de los indios allí donde no ha llegado aún la colonización. En esos lugares, en la frontera o dentro de Canadá, es donde algunos indios mantenían aún su forma de vida tradicional, disfrutando de una cierta libertad y felicidad. Tocqueville critica duramente al Gobierno y los colonos por este acoso y exterminio de la población india, atribuyendo el problema al carácter de los anglosajones, que rechazan el mestizaje y la mezcla con otros pueblos. Aunque sigue confiando en la democracia, Tocqueville teme que el expansionismo europeo atente contra la libertad y la igualdad de los pueblos colonizados, como se estaba viendo con los indios norteamericanos.
El capítulo segundo trata del problema de la esclavitud, sobre la cual manifiesta Tocqueville dos posiciones distintas. Respecto a los negros de Estados Unidos muestra una actitud ambigua, sin empatía, considerándolos ignorantes y promiscuos, como un escalón intermedio entre el hombre y el animal. Tampoco es tajante en su condena de la esclavitud, por su admiración del sistema democrático norteamericano. Consideraba que en aquel país nunca se llegaría a la igualdad entre blancos y negros, debido a los prejuicios raciales de sus habitantes. Pero él, como Beaumont, rechazaba la esclavitud, la consideraba una lacra inhumana que sometía a sus víctimas a «la tiranía de las leyes y a la intolerancia de las costumbres», incluso en los Estados en los que había sido abolida (p. 53). Aun así, abogaba por la abolición total. Esta lucha la llevó a cabo él personalmente en Francia como diputado de la Asamblea Nacional. El movimiento abolicionista se remontaba allí a las vísperas de la Revolución, cuando se creó la Sociedad de Amigos de los Negros. Tras la abolición de la esclavitud en 1794 por la Convención y su restauración de nuevo en 1802 por Napoleón, el movimiento abolicionista volvió a resurgir y tuvo como motor la Sociedad Francesa para la Abolición de la Esclavitud (1834), a la que se incorporó Tocqueville. Después, como diputado y ponente de la comisión parlamentaria para abolir la esclavitud presentó desde 1839 sucesivas propuestas para la emancipación simultánea e inmediata de los esclavos en las colonias francesas, pero la oposición de los colonos y del Gobierno las frustraron. Apoyó su propuesta con seis artículos en el periódico, hasta que, finalmente, las circunstancias políticas facilitaron la abolición en 1848. A pesar de las críticas que han hecho varios autores a Tocqueville por su actitud conciliadora, la mayoría reconoce, y Villaverde también, que la posición de Tocqueville fue firme y unívoca en el rechazo de la esclavitud y la defensa de la libertad de todos los individuos sin distinción de razas.
El capítulo de la relación con Gobineau es el más llamativo y una de las causas que han impulsado a la autora a escribir este libro. Porque se trata de la correspondencia y la amistad mantenida entre dos personas que por sus ideas políticas y sociales estaban en las antípodas: por un lado, el creador de la teoría de la raza que serviría de base a las formulaciones racistas del nazismo, y por otro, el creador de la teoría más completa de nuestro tiempo sobre la democracia y la igualdad. Y aun así, esta relación existió y se mantuvo durante años, aunque ambos expresaran claramente sus diferencias de opinión. En este capítulo se explica con detalle el origen del concepto de raza y las dos teorías, monogenista y poligenista, sobre la existencia de una o de varias razas dentro de la especie humana. Se expone la vida y obra de Arthur Gobineau (1816-1882), su teoría biológica de las razas y la recepción posterior que tuvo en los ideólogos del racismo contemporáneo. Finalmente, su relación con Tocqueville, quien le contrató como colaborador en la Academia de Ciencias Morales y Políticas (1843) y luego como jefe de gabinete cuando Tocqueville fue nombrado ministro de Exteriores (1849). Se conservan 82 cartas de su correspondencia, que M. J. Villaverde distribuye en tres períodos. En el primero las discusiones versan sobre moral y religión. En el segundo Gobineau muestra un cambio radical tras la revolución de 1848: detesta la democracia y abraza el racismo, todo ello inundado por un gran pesimismo sobre la evolución de la sociedad en Occidente. El tercer período se abre con la aparición de su obra principal, Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853, 1855). Su teoría de que existen diez razas humanas, de las cuales la raza aria es la más fuerte y la única llena de creatividad, y que la mezcla de razas lleva a la degeneración de la sociedad, no podía ser aceptada por quien había descrito el inevitable avance de la humanidad hacia la igualdad y además sostenía la unidad e igualdad de la raza humana, según la teoría monogenista. Tocqueville leyó el libro con desgana y le hizo fuertes críticas en varias cartas, calificando su teoría como fatalista, materialista, destructora de la libertad, falsa y perniciosa, sin ninguna base científica; también le alertaba de los males que trae la desigualdad para la especie humana (pp. 103-104). La correspondencia siguió hasta la muerte de Tocqueville, pero este se negó a seguir hablando de aquellos temas con Gobineau. Sus posiciones eran inconciliables en torno a las ideas de democracia, libertad, igualdad y repudio del racismo.
Ahora bien, la prueba de fuego para Tocqueville, la que puso en cuestión su liberalismo y sus convicciones democráticas, fue la colonización de Argelia. M. J. Villaverde describe con precisión el contexto en el que se desarrollaron los hechos: desde la toma de Argel en 1830, pasando por las revueltas árabes, la dureza de los enfrentamientos y las crueles masacres de la población civil hasta el control total del territorio y la incorporación plena de Argelia a Francia en 1848. Tocqueville, como diputado y como escritor, se empleó a fondo en la cuestión argelina, dejando a un lado parte de sus ideas liberales en aras de la realpolitik. En esta faceta de su vida el sentimiento nacionalista basado en el ansia de grandeza de Francia y acompañado de la conciencia de superioridad de la civilización europea le llevaron a él, como a muchos de sus contemporáneos, a defender el expansionismo europeo y francés y, por tanto, el colonialismo y el imperialismo de Occidente sobre el resto del mundo. La autora analiza diversos escritos de Tocqueville en esta época. En 1837 publicó dos cartas en las que apoya la colonización de Argelia, aunque limitando la presencia militar a dos asentamientos en la costa. También propone la fusión de las dos razas, árabes y franceses, en un solo pueblo. Pero en 1840, después de las revueltas y el inicio de la guerra, ve con desánimo este proyecto de integración. En 1841 realizó un viaje a Argelia y a su vuelta redacta un texto, el Travail sur l’Algérie, que es la prueba más dura de su apoyo al colonialismo. Francia se sentía humillada por las potencias europeas, que la apartaron del reparto en Oriente medio. Ante eso y las revueltas en Argelia, Tocqueville reacciona apoyando la conquista total del territorio argelino por todos los medios posibles, incluidos el asesinato, las razias y la devastación del país: «Por lo que a mí respecta —dice— creo que todos los medios de asolar las tribus deben ser empleados» (p. 154). Una vez que ha visto que no es posible la integración de las razas, Tocqueville adopta la vía de la dominación total, siguiendo el ejemplo de Gran Bretaña en la India. En 1846 realizó un segundo viaje a Argelia, que vino precedido de otros textos. En uno de ellos afirma que una vez conquistada Argelia, ya no importan las «violencias de detalle» para consolidarla, y esto lo dice después de haberse producido los horribles asesinatos de las enfumades contra la población civil. Tras el viaje escribe dos informes para la Cámara como ponente de la Comisión de Asuntos Argelinos. En el primero de ellos se congratula del éxito del ejército francés, así como de la posibilidad de crear «una sociedad civilizada y cristiana» a través de la colonización (p. 165). En el segundo criticaba la colonización llevada a cabo bajo Administración militar, lo cual provocó la dimisión del gobernador, mariscal Bugeaud. Tocqueville venía haciendo largas y detalladas propuestas en el Parlamento para colonizar Argelia de manera pacífica y productiva, pero finalmente todos sus planes fracasaron. En 1849 fue nombrado ministro de Exteriores, pero tras el golpe de Estado de Luis Napoleón abandonó la política, totalmente decepcionado de ella, y se retiró a su castillo a escribir.
El último capítulo plantea la cuestión central en torno al pensamiento de Tocqueville: la relación entre liberalismo y colonialismo, que es extendida también a otros pensadores liberales y al liberalismo en cuanto tal. ¿Cómo se puede conciliar al pensador liberal, abolicionista y defensor de los indios de La democracia con el político y escritor eurocéntrico, nacionalista y promotor del colonialismo?, se pregunta la autora. Diversos críticos (Lawlor, Richter) consideran que el nacionalismo y el colonialismo prevalecen en Tocqueville sobre el liberalismo y la igualdad democrática. Otros críticos (Todorov, Thomas, Pitts, Saada) señalan que Tocqueville sucumbió ante la «lógica de la guerra» y su concepción liberal-democrática cedió ante su sentimiento nacionalista, derivando hacia el colonialismo y el imperialismo. Otros opinan que hay un liberalismo bueno y otro malo, o que el liberalismo es una doctrina ambigua. Pero otros consideran (Todorov) que el liberalismo siempre es malo y en el terreno político se alía con el nacionalismo y las prácticas coloniales. También hay posiciones intermedias: el Tocqueville liberal y demócrata se enfrenta a los cambios sociales, a la expansión colonial europea, y trata de conciliar ambos extremos proponiendo la integración de culturas, la misión civilizatoria, el interés por las creencias y costumbres de otros pueblos; pero cuando ese intento fracasa, tiene que tomar partido y ahí es donde aparece el «lado oscuro» del liberalismo tocquevilliano. En esta posición se sitúan Benoît, Bauddet, Atanassow, Sánchez-Mejía y la propia M. J. Villaverde, que incide repetidas veces en que el contexto determina las contradicciones y oscuridades de su pensamiento. Su posición liberal se cimentaba en la democracia de Estados Unidos y su posición colonial nacía de su patriotismo por la grandeur de Francia.
Estas contradicciones del liberalismo y su lado oscuro tienen una confirmación en otra figura clave del pensamiento liberal, J. Stuart Mill, con quien Tocqueville mantuvo una estrecha amistad, colaboración y admiración mutua. Mill representa para el concepto de libertad lo que Tocqueville para el concepto de democracia. Y, sin embargo, ambos autores sostuvieron posiciones nacionalistas y coloniales enfrentadas en defensa de sus respectivos países. El pensador francés recelaba del expansionismo británico, que admiraba como europeo, pero rechazaba como francés, criticando su forma y sus objetivos puramente económicos, frente a los objetivos éticos y civilizatorios de Francia. En el libro se recogen las duras críticas que se hacen ambos pensadores, defendiendo sus respectivos intereses nacionales. También se pone de manifiesto cómo el mayor teórico de la libertad de nuestra época (Mill) mantenía posiciones abiertamente colonialistas e imperialistas respecto al dominio británico en India y otros países, al menos tanto o más que Tocqueville respecto a Francia (p. 196).
Para concluir, en este libro María José Villaverde nos ofrece no solamente una visión minuciosa de las contradicciones del pensamiento de Tocqueville entre su liberalismo democrático inicial y su práctica política nacionalista, colonialista e imperialista. También pone ante el espejo el liberalismo occidental y europeo, que se consolidó en el siglo xix como ideología política dominante que produjo la mayor expansión imperial de todos los tiempos, como expresa el propio Tocqueville, afirmando que una quinta parte del mundo (Europa) estaba dominando a las cuatro partes restantes, y revela sus contradicciones entre las proclamas y los hechos. El mérito de la autora ha sido exponer con detalle los hechos e ideas del pensador francés y de sus coetáneos en el período más alto del movimiento liberal, detectar las contradicciones en sus escritos, reunir las opiniones críticas de las últimas décadas y explicar desde su punto de vista este «lado oscuro» de su pensamiento. Su método contextualista nos permite ver con claridad que el concepto de libertad que usa el liberalismo se forjó en un contexto de expansión del capitalismo, el nacionalismo, el colonialismo y el imperialismo económico. Pero hoy este contexto ha cambiado y sigue cambiando, en el sentido de una nueva época poscolonial, global y multipolar. La interpretación que hace M. J. Villaverde de Tocqueville en su contexto es la adecuada y su trabajo es absolutamente necesario para avanzar en la tarea de comprender el mundo en que vivimos. Pero esta tarea implica también actualizar los conceptos: renovar los significados de las palabras libertad, liberalismo, democracia y otros conceptos forjados en el pasado para adecuarlos a nuestra realidad actual.