RESUMEN

El objetivo de este trabajo es conocer los argumentos vertebradores del pensamiento africanista de Ramiro de Maeztu, el ideólogo más importante de la derecha española en el siglo xx. Cosmopolita, iconoclasta y de vida azarosa, escribió mucho sobre el avispero marroquí. Hasta el punto de que Marruecos y los africanistas desempeñaron un papel vital en la articulación de su razonamiento conservador. Con contribuciones periodísticas muy dispersas y sin compilar, Maeztu transitó de la amargura a la exaltación nacionalista en un contexto de creciente hastío ante la prolongada guerra en África. Pensador heterodoxo y polemista vocacional, defendió en 1909 la injusticia de la contienda del Rif y criticó la política agresiva de Antonio Maura, así como sus prácticas represivas peninsulares. Sin embargo, a la altura de 1921, se mostró como un decidido partidario de la presencia española en el norte de Marruecos y empatizó con los postulados de los militares africanistas, escorándose progresivamente hacia la defensa del tradicionalismo católico y del vitalismo como claves para la regeneración nacional.

Palabras clave: Ramiro de Maeztu; africanismo; tradicionalismo; catolicismo; regeneración nacional.

ABSTRACT

The aim of this work is to know the pivotal arguments of the Africanist reflection of Ramiro de Maeztu, the most important ideologist of the Spanish right-wing policy in the twentieth century. Cosmopolitan, iconoclast and with a hazardous life, he wrote a lot about the Moroccan hornet’s nest. In fact, Morocco and the Africanists played a main role in articulating their conservative thinking. With widely spread and uncompiled journalistic articles, Maeztu went from bitterness to nationalist exaltation in a context of increasing hatred with the long-lasting war in Africa. Heterodox thinker and vocational debater, he defended in 1909 the injustice of the Riff war and criticized the aggressive policy of Antonio Maura as well as its repressive practices peninsular. However, up to 1921, he showed himself a strong supporter of the Spanish presence in North Morocco and empathized with the principles of the Africanist military, heeling progressively towards the defence of the Catholic traditionalism and vitalism as key to national regeneration.

Keywords: Ramiro de Maeztu; Africanism; traditionalism; Catholicism; national regeneration.

Cómo citar este artículo / Citation: Gajate Bajo, M.ª (2023). Ramiro de Maeztu, la oveja negra del 98: guerra de Marruecos y regeneración nacional (1909-‍1924). Historia y Política, 50, 221-‍245. doi: https://doi.org/10.18042/hp.50.08

SUMARIO
  1. RESUMEN
  2. ABSTRACT
  3. I. INTRODUCCIÓN
  4. II. RAMIRO DE MAEZTU Y SU ACCIDENTADA TRAYECTORIA: ALGUNAS CLAVES DISCURSIVAS
  5. III. LAS CAMPAÑAS DE MARRUECOS: ESCUELA DE MILITARISMO PARA RAMIRO DE MAEZTU
    1. 1. En el ojo del huracán: guerra y tensiones hasta 1914
    2. 2. La campaña del desquite: una ruta hacia la contrarrevolución
  6. IV. CONCLUSIONES
  7. NOTAS
  8. Bibliografía

I. INTRODUCCIÓN[Subir]

Contar la guerra no es sencillo, pero sí necesario. De hecho, antes de librarse en el campo de batalla lo hace sobre el papel y, sobre todo, en el de los periódicos si pensamos en la Edad Contemporánea. Persuadir a la opinión pública de su conveniencia, acallar a los que la rechazan, preparar a la ciudadanía para las muertes que se avecinan, etc. requiere de una estrategia meditada. Durante las campañas coloniales de España en Marruecos en el primer tercio del siglo xx, centenares de periodistas se esmeraron al afrontar esta delicada tarea: Ruiz Albéniz, Carmen de Burgos, López Rienda, Corrochano, etc.[1]. Ahora bien, junto a esta amplia nómina de reporteros, encontramos también a un buen número de intelectuales, empeñados en instruir al pueblo sobre la necesidad de la contienda. O, lo más habitual, mostrando una oposición feroz para encandilar y politizar a las masas.

Hace ya años Santos Juliá afirmó que un intelectual era alguien capaz de acaparar atención por medio de conferencias, periódicos y ensayos, pero sin llegar a tener responsabilidades públicas[2]. El intelectual, en realidad, es un personaje mediático que conjuga la insumisión, cierto mesianismo y, casi siempre, inexperiencia política. Muy pocos de ellos, si examinamos su papel a comienzos del siglo xx, permanecieron en silencio ante la prolongación de las campañas africanas[3]. Conocemos su protagonismo en determinados momentos, como el verano de 1909, y el discurso adoptado por figuras de la talla de Unamuno[4]. Sin embargo, queda bastante por investigar acerca de algunos faros de aquella sociedad. Quizás por este motivo Núñez Seixas se preguntaba, no hace mucho, hasta qué punto interactuaban construcción imperial y construcción nacional en la España postnoventayochista[5].

No es nuestro propósito responder a una cuestión tan ambiciosa. Pero, en las páginas que siguen, sí que vamos a analizar el pensamiento africanista del ideólogo más importante de la derecha española en el siglo xx. Se trata de Ramiro de Maeztu, integrante destacado —aunque a su pesar— de la generación del 98[6]. Pretendemos examinar las ideas vertebradoras de su argumentario africanista y reflexionar brevemente sobre los efectos, el peso, que este pudiera ejercer en el posicionamiento político del conocido escritor vasco a lo largo de las dos primeras décadas de la centuria. Un objetivo, por lo tanto, limitado, aunque fundado en la hipótesis de que las campañas de Marruecos se perfilaron como pieza clave en la articulación del nacionalismo tradicionalista y monárquico de este intelectual.

Cosmopolita, iconoclasta y de vida azarosa, Maeztu escribió mucho sobre el avispero marroquí[7]. Con contribuciones periodísticas muy dispersas, casi dos centenares, y sin compilar —lo que dificulta su rastreo—, transitó de la amargura a la exaltación nacionalista en un contexto de creciente hastío ante la prolongación de la guerra en África[8]. Una trayectoria que sobre todo conviene explorar, y no está de más subrayarlo, cuando su figura salta a la palestra política en tiempos de memorias en guerra.

II. RAMIRO DE MAEZTU Y SU ACCIDENTADA TRAYECTORIA: ALGUNAS CLAVES DISCURSIVAS[Subir]

La historiografía apenas ha dedicado estudios en solitario a la figura de Ramiro de Maeztu[9]. Quizás González Cuevas haya sido el investigador más incisivo a la hora de denunciar esta postergación por motivos ideológicos[10]. Pero no ha sido el único en admitir que nos hallamos ante un personaje tabú de la historia de España: en abril de 2019, el profesor Jiménez Torres se interrogaba en El Mundo sobre qué hacer con este pensador al conocer la petición de un instituto cordobés para modificar su nombre, un homenaje al periodista, al amparo de la ley de memoria histórica[11]. Este académico recalcaba lo atroz del asesinato de Maeztu y su difícil encaje en una estandarizada historia de rojos y azules.

Ha sido común, en efecto, simplificar la trayectoria vital de Ramiro de Maeztu, reduciéndola la más de las veces a sus últimos años para recalcar su pedigrí franquista. En verdad, su pensamiento fue complejo, extremadamente complejo, si bien bajo aparentes discontinuidades arraigaron algunas profundas convicciones. Su elitismo y admiración por la fuerza constituyen, como pronto se comprobará, dos buenos ejemplos.

Maeztu nació en Vitoria (1874), su padre era un hacendado cubano de ascendencia navarra y su abuelo materno había sido cónsul británico en Francia. Educado en una disciplina férrea, no llegó a cursar estudios universitarios porque, cuando los negocios familiares se torcieron, lo colocaron en una casa de comercio parisina. Desencantado, viajó a Cuba, donde comenzaron sus inquietudes sociales: entre 1891 y 1894, Ramiro pesó azúcar, pintó chimeneas, trabajó de lector en una fábrica de tabacos, etc. Pero, sobre todo, adquirió conciencia de la fuerza del nacionalismo. De vuelta a la península, se asentó en Madrid para dedicarse al periodismo y en 1899 publicó el ensayo Hacia otra España[12]. Maeztu aplaudía aquí la tenacidad y ambición vasca frente a la desidia castellana[13], defendió una incipiente tecnocracia[14] y cargó las tintas contra un país «de obispos gordos, de generales tontos, de políticos usureros, enredadores y analfabetos»[15].

Lo inteligente en aquellos duros momentos consistía en reconocer la derrota militar para, contando con la baza de que la raza española es «sobria, fuerte, fecunda»[16], liquidar el turnismo y recomponerse. Maeztu conjugaba dogmas raciales y una visión crítica de la actualidad: «Cuanto se arguye por los partidarios de la guerra, es un eufemismo para no confesar el evidente desacuerdo entre la España que soñaban, la España de la tradición, y la España que los hechos revelan»[17]. El escritor vasco entendía la victoria yanqui en Santiago de Cuba como el merecido fruto de su apuesta por el desarrollo industrial[18]. La rendición española era, en cambio, la culminación de cuatro siglos de fracaso y se explicaba por la lacra caciquil, por la manipulación periodística y por el injusto sistema de reclutamiento militar.

Seis años después, en 1905, Ramiro se trasladó a Londres para ejercer como corresponsal de La Correspondencia de España y La Prensa de Buenos Aires. Desempeñó este puesto durante quince años y fue el principal canal de información y análisis sobre el boyante Reino Unido de la España de su tiempo. Sus primeros años de estancia londinense fueron tristes: además de algunos problemas idiomáticos y de la falta de contactos, Maeztu se sintió sorprendido por el conservadurismo del carácter británico[19]. No obstante, en el medio plazo su riqueza intelectual le cautivó hasta el punto de obsesionarse con las razones de la supuesta superioridad anglosajona en el mundo. La historiografía, de hecho, ha puesto de relieve cómo esta experiencia resulta fundamental para entender el viraje ideológico del ensayista y su progresivo desenganche de la cultura española, una afirmación que no compartimos —o no por completo— debido al protagonismo que otorgó a España en todos sus análisis. Londres fue para Maeztu su particular máquina del tiempo, un instrumento para prevenir a los españoles de lo que se avecinaba: el desmoronamiento del liberalismo clásico. La Inglaterra postvictoriana, crispada y en reconstitución tras la guerra de los bóeres, dejaría una profunda huella en el pensador, apreciable en sus actitudes elitistas y en el desarrollo de una mentalidad autoritaria y militarista[20].

Su autoritarismo puede entenderse, en primer término, como una consecuencia del deseo de armonizar el interés individual con el colectivo. En su gestación influyeron, entre otros elementos, la glorificación del pasado patrio, en el que destacan los episodios de la Reconquista y el descubrimiento de América (referentes de lo beneficioso para uno y para todos); la creciente exaltación de la singularidad de España, y un paralelo aumento del desprecio, mezclado con bastante incomprensión, hacia la clase dirigente de su tiempo. Convencido de la necesidad de imponer una mayor justicia social, Ramiro comenzó a respaldar las políticas distributivas británicas (odio al lujo), renegando de sus encendidas alabanzas previas a la iniciativa privada, y conectó con una nueva religiosidad. A tenor de su anticlericalismo juvenil resultaba llamativa la evolución en esta materia de Maeztu, seducido por el prestigioso socialismo cristiano de Chesterton —se interesará por su función social y por cuestiones de teología— y conmocionado por la traumática experiencia de la Gran Guerra, que conoció de cerca[21].

En segundo lugar, este periodista se transformó en apóstol del servicio militar obligatorio porque se fue convenciendo de que el ejército siempre había sido la columna vertebral de España[22]. Ramiro lamentó el dolor de la conflagración, pero dio la bienvenida al desarrollo técnico, a las mejoras en la organización laboral y, casi extasiado, aplaudió la tenacidad británica y el fortalecimiento de los lazos de camaradería en las trincheras[23]. La institución castrense, disciplinada y jerárquica, empezó así a perfilarse en su cabeza como modelo de una sociedad ideal y, andando el tiempo, se convertiría también en una salvaguarda ante el avance comunista.

Maeztu colaboró con los servicios de propaganda británicos (porque su postura aliadófila fue el resultado de una lectura católica de la contienda frente a la «herejía germánica»), frecuentó la Sociedad Fabiana y fue firmante asiduo de la vanguardista The New Age[24]. Por último, publicó Inglaterra en armas, rebosante de elogios hacia los soldados ingleses, y en 1919, La crisis del humanismo, donde empezó a sentar como principios rectores de una sociedad teocrática las ideas de autoridad, libertad y función[25].

Ya en España, inmerso en su transición hacia el hispanismo y la contrarrevolución, en septiembre de 1923 Maeztu apoyó la dictadura al considerar que el Gobierno de García Prieto ofrecía un espectáculo pernicioso[26]. En 1925 viajó a Norteamérica, invitado a pronunciar unas conferencias en el Colegio de Middlebury. Después publicó El sentido reverencial del dinero, obra muy influyente en tiempos de la tecnocracia del Opus Dei[27], además del sugerente Don Quijote, don Juan y la Celestina. Trabajó también como embajador en Buenos Aires y en 1934 terminó su ensayo Defensa de la hispanidad, que fijaba la identidad hispánica en el catolicismo, los lazos atlánticos y el modelo social del Siglo de Oro.

En el verano de 1936, unos milicianos lo detuvieron y lo fusilaron. Así comenzó la historia sobre su legendaria despedida: «¡No sabéis por qué me matáis, yo sí sé por qué muero, porque vuestros hijos sean mejores que vosotros!»[28].

III. LAS CAMPAÑAS DE MARRUECOS: ESCUELA DE MILITARISMO PARA RAMIRO DE MAEZTU[Subir]

Ramiro de Maeztu publicó más de 15 000 artículos a lo largo de su vida[29]. Una labor mastodóntica en un contexto de expansión del mercado editorial, con un estilo correcto —aunque seco y, a veces, abstracto— y que mostraba su notable dominio sobre asuntos económicos, diplomáticos, etc. La clásica distinción de López García entre intelectuales polemistas y científicos no termina de cuajar con Maeztu[30]. Él fue capaz de conjugar ambos perfiles, el del apasionado y el del técnico. Lector empedernido y caótico, en ocasiones pecó de superficialidad —y pensamos en sus comentarios a propósito de la ética capitalista o en su posicionamiento algo ambiguo con relación a la política alemana— e incurrió en contradicciones, pero ello no le resta atractivo.

Marruecos y el africanismo desempeñaron un rol esencial en el pensamiento de Ramiro a la hora de comprender su progresiva deriva autoritaria. En todo momento quiso valerse del potencial movilizador de la contienda entre las masas: primero empleó la guerra como arma arrojadiza contra el Gobierno de Antonio Maura y, ya en los años veinte, contra los abandonistas[31]. Su carencia de valor, entendido —desde una lectura muy nietzscheniana— como el elemento determinante de la supervivencia de un pueblo, justificó todas las diatribas del vasco. Lo lógico para él fue defender el proceder, de año en año más desinhibido, de los oficiales africanistas[32]. Desde estas premisas, profetizó para España el advenimiento de una nueva élite dirigente que aunaría valor e inteligencia en la defensa de normas absolutas frente al relativismo contemporáneo (génesis, a su vez, de las dos lacras de la modernidad: el liberalismo y el estatismo socialista). Maeztu contempló al ejército como esa barrera de contención frente al desorden social. Ahora bien, entender su fe ciega en el estamento castrense exige reparar antes en la compleja realidad norteafricana.

Como constante y agudo observador de la actualidad marroquí durante más de una década, Ramiro incluso viajó a Melilla en el verano de 1921. Mientras que antes de 1914 se aprecian algunas vacilaciones en sus juicios sobre el futuro del Sultanato (sobre todo cuestiona las alianzas europeas), el Maeztu de los años veinte posee opiniones más firmes (desde una óptica nacional y tradicionalista)[33]. Conviene no perder nunca de vista que, a pesar de la neutralidad española en el conflicto, la Gran Guerra tuvo efectos letales para la Restauración. Las viejas élites, a regañadientes, cedieron protagonismo a las masas y, en simultáneo, el triunfo de la Revolución rusa puso en jaque a muchas monarquías. La España alfonsina se sumió en una crisis casi irreversible, mientras que buena parte de la intelectualidad experimentó un giro conservador. Fue el caso de Maeztu, aunque también el de Azorín o Salaverría.

1. En el ojo del huracán: guerra y tensiones hasta 1914[Subir]

La guerra de Melilla estalló en julio de 1909 cuando un grupo de cabileños atacó a unos trabajadores españoles. Además de los sinsabores en el campo de batalla (Barranco del Lobo), la campaña recibió una pésima acogida en la península, desencadenándose la famosa Semana Trágica, que culminó con la ejecución del anarquista Francisco Ferrer i Guardia, acusado como instigador de lo sucedido.

Coincidiendo con este episodio, casi todos los noventayochistas abdicaron de sus convicciones revolucionarias pasadas, eligiendo el autismo político[34]. Maeztu, sin embargo, constituyó una notable excepción. Hasta el extremo de que abandonó La Correspondencia para fundar un nuevo partido liberal de izquierda. Ante sus fieles, confesaría sentirse obligado a «descubrir los caminos que han servido a otros pueblos para escalar» e impedir así que mirasen a España entre indignados y compadecidos[35]. Darwinismo en estado puro.

Ramiro, en Londres, se había hecho eco de las noticias que circulaban allí sobre el procesamiento del anarquista Francisco Ferrer. Informó tanto del rechazo británico hacia la represión gubernamental como de la amplia movilización ciudadana contra el ajusticiamiento[36]. Ferrer, decía, se había convertido en un personaje más peligroso muerto que vivo[37].

Pero ¿cuáles eran los argumentos de Maeztu? Mientras que sus colegas entendieron la campaña de 1909 como el simple detonante del procesamiento de Ferrer y un pretexto para denigrar a España desde el extranjero, él alzó su voz contra el giro espiritualista de Azorín y, sobre todo, de Unamuno. Se convirtió en la encarnación del patriotismo crítico frente a la corriente quijotesca de «la gloria y la conquista»[38]. Unamuno se había situado en el centro de una enconada polémica cuando denunció una campaña de difamación contra España y criticó a «los papanatas que están bajo la fascinación de los europeos»[39]. Seguía la estela, con un tono más agresivo, de Azorín, que en ABC se había posicionado contra el resurgimiento de la leyenda negra[40].

Contra estas acusaciones, y en medio de un amplio debate acerca del papel de España en el Viejo Mundo, respondió un pasmado Maeztu, rogándole al popular rector salmantino más meditación: la esperable de un europeo, aunque fuese de cuarta clase, y no la de un africano de primera[41]. El encontronazo, es adivinable, tenía un trasfondo darwinista notable. Maeztu y Unamuno, en realidad, asumían que los españoles poseían un carácter infinitamente más práctico que los europeos. Pero Maeztu lo explicaba apelando a causas históricas, a la Reconquista y el descubrimiento de América, mientras que Unamuno se decantaba hacia motivaciones espirituales[42]. Así las cosas, la propuesta africanizante del rector —aseguraba que el español no era capaz de dedicarse a la ciencia, el arte o la moral[43]—, paralela a las protestas europeas por la ejecución de Ferrer, enfureció a Ramiro. No vaciló al afirmar que sus escritos resultaban más dañinos que los desaciertos del Gobierno, lo acusó de vanidoso y fatalista y se burló de la «fe cabileña» con que defendió el hambre de inmortalidad de los españoles: «¡Y que viva Unamuno, nuestro emancipador!»[44]. Maeztu creía que el ideal de España se situaba, en cambio, en Europa y vislumbraba cómo el Rif podía impedir una deseable sanación. Tildó la guerra de «impopular», «injusta» y «costosa». Por último, reprendió a Unamuno al puntualizar que Europa no había lanzado a España hacia aquel territorio inhóspito. Lo había hecho Maura[45].

El patriotismo crítico de Maeztu también se cebó, en segundo término, con la figura de este mallorquín. La política con cloroformo de Antonio Maura constituía una vergüenza y, al mismo tiempo, un estímulo para una deseada coalición entre Segismundo Moret y José Canalejas[46]. El juicio contra Ferrer había sido una parodia, alimentada por la intolerancia clerical y la incomprensible aplicación del Código de Justicia Militar[47]. Aunque el aspecto más aberrante del proceder maurista residía en que se había cargado la esencia de la Restauración. El régimen se había creado para evitar una regresión al espectáculo lamentable que en 1873 ofrecieron al mundo republicanos y carlistas[48]. Su propósito fue garantizar la propagación pacífica de ideas. Ahora se evidenciaba cómo había fracasado.

La mejor síntesis de su pensamiento es la que el propio Maeztu ofreció, al terminar 1909, en un discurso en el Ateneo de Madrid. Afirmó entonces que los conservadores habían silenciado a los intelectuales, pero no a la masa, y que la meta de España debía consistir en aproximarse a Europa y aniquilar a una oligarquía horrible. Por desgracia, creía que desde 1898 la ciudadanía vivía paralizada por falta de un verdadero liderazgo: el problema no residía tanto en los que hicieron mal los padres —desperdigarse y guerrear por el mundo—; sino en lo que no se hizo bien:

Nos hemos pasado todos estos años en inventar excusas para no hacer nada; que si el Sol, que si la raza, que si la tradición, que si el genio español, que si la herencia de los moros, que si la meseta castellana, que si la Prensa, que si los políticos, que si los místicos, que «si este país», que si ya lo tenemos todo, que si no podemos tener nada […]. Sabemos, no opinamos, sino que sabemos, que la diferencia entre España y Europa solo consiste en el menor o mayor esfuerzo de los intelectuales[49].

¿Para qué habían servido las críticas que siguieron a los desastres de Santiago y Cavite? Los intelectuales no habían socorrido a las clases laboriosas y Joaquín Costa había clamado en el desierto porque, ayer y hoy, obras son amores. Los argumentos de Maeztu contra la guerra de 1909 emergían de esta reflexión, pero eran todavía vagos, más de índole socioeconómica que estrictamente anticolonialista. No llegaría a dar el difícil paso del antibelicismo al anticolonialismo.

El Sultanato continuó ganando, eso sí, relevancia diplomática en años sucesivos y, particularmente, en 1911[50]. Maeztu permaneció atento a sus vaivenes y al juego de alianzas que se tejió a su alrededor en la medida en que podía dañar los intereses españoles al sur de Tarifa. Trabajaba precisamente en Berlín cuando se registró la entrada de las tropas galas en la capital religiosa de Marruecos y se apresuró a airear su desconfianza con respecto a la República: «No cabe duda de que Francia tendrá que pagar en su día a Alemania el permiso tácito para el avance de sus tropas en Fez»[51].

Ramiro de Maeztu lanzó continuos dardos contra París en las siguientes semanas. Recalcó que su modo de ejercer el imperialismo era explotador y proteccionista[52]. El imperio era «un adorno de la metrópoli», que no nacía de un imperativo demográfico, sino de una necesidad de resarcirse tras la derrota en Sedán (1870)[53]. También denunció el garrafal error galo al implicarse en la guerra civil marroquí y al encabezar varias expediciones a Casablanca, Uxda y Fez. Maeztu intuía que estas «pantomimas», que quebrantaban los acuerdos de Algeciras (1906), tendrían un monumental coste para Francia[54]. Y también para su querida Gran Bretaña, más arrepentida de día en día por haber sellado, en 1904, el acuerdo de la Entente.

Desde muy tempranamente, Maeztu defendió a capa y espada la conveniencia de un entendimiento anglo-alemán. Para Gran Bretaña, la alianza con Francia se había convertido en un lastre, mientras que a Alemania le favorecían sus excesos: servirían de excusa para ganar terreno y acallar a los socialistas e intelectuales que, solo por el momento, habían contenido su voracidad. El vasco peroraba sobre sus pretensiones en Camerún, sobre la utilidad de un puerto en la costa atlántica africana… cuando estalló la crisis del Panther. El káiser Guillermo II, enviando este cañonero a Agadir, entraba de lleno en la carrera imperialista. Su golpe de efecto gozaba del respaldo de un impresionante ejército (nueve millones de jóvenes instruidos). Un ejército, por cierto, que pronto despertaría la admiración del alavés por su conjunción de fuerza y cultura[55]. Maeztu consideró que este incidente era gravísimo, aunque incapaz de provocar una guerra. Al menos, no todavía: el militarismo germano amedrentaba al Viejo Mundo y esa hipotética contienda se presumía larga, a tenor de los recientes conflictos anglo-bóer y ruso-japonés[56].

A Maeztu le desagradó también, y mucho, el posterior acercamiento francogermano en Marruecos. Se mostró muy crítico con Francia, más indulgente con Alemania e inquieto en cuanto a lo que el reparto a dos manos —mejor dicho, al servicio de unos intereses privados limitados— pudiera acarrear para España y Gran Bretaña[57]. En reiteradas ocasiones, sospechó que París pretendía crear un ejército en el Rif y se desengañó al conocer las ambiciones alemanas sobre el Congo Belga y en lo que atañía a las minas y las contratas públicas en Marruecos[58].

A España, afirmaba un apesadumbrado Maeztu, le iban a tocar las migajas[59]. Advertió por ello de la necesidad de «enriquecer la conciencia nacional» para ponderar los métodos adoptados por Francia. Sorprendentemente, se calló cuando, obrando de modo más intempestivo que el seguido habitualmente, las tropas españolas desembarcaron en Larache y Alcazarquivir. Se encontraba en Londres, cubriendo para Nuevo Mundo la coronación de Jorge V, y solo se hizo eco del descontento británico ante este desarrollo de los acontecimientos. Eso sí, le faltó tiempo para admitir que los ánimos londinenses se calmaron tan pronto como se rumoreó que tras el avance en África ordenado por Canalejas estaba Alemania[60]. Maeztu, se colige, lamentaba el poco respeto que España inspiraba entre las cancillerías de Europa y optaba, días más tarde, por aplaudir el empuje del gabinete liberal. Sobre todo, porque al conocerse las presiones alemanas para que España abandonase Guinea y Fernando Poo, Ramiro concluía que las ambiciones del Guillermo II en África eran exclusivamente económicas[61].

En el terreno sociocultural, Maeztu simpatizaba con Alemania. Sin embargo, en lo que atañía a la política exterior se mostró —evidenciando su decepción e, incluso, dolor— casi tan precavido con ellos como con París. Quiso ver en el Ejecutivo berlinés al «paladín de la legalidad», pero se dio de bruces con una nación amenazante, que temporalmente satisfacía su amor propio al sellar un convenio con Francia. Como articulista, al término de 1911 Ramiro no se manifestaba todavía como un abierto belicista. Al contrario, deseó el fin de la confrontación entre Gran Bretaña y Alemania, consciente de que esta alentaba la carrera armamentística y el expansionismo de potencias menores como Italia[62].

Ahora bien, Maeztu se estaba percatando de la necesidad española de permanecer en África, planteando el asunto como una obligación —quizás para emular al «benefactor» colonialismo británico[63]— que contribuyera al sostenimiento del equilibrio europeo frente a los avariciosos franceses[64]. Creía que Alemania no había perdonado la firma del acuerdo anglo-francés de 1904. Solo había conseguido adueñarse de los «pantanos insalubres» del Congo, aunque Agadir teñía el futuro de sombras. Ramiro planteaba, por este motivo, un remedio contra la amenaza de una guerra larga y simétrica: permitir el engrandecimiento pacífico de Alemania en África —es de suponer que a costa de Francia— antes de que la propia Europa se transformara el pastel de las grandes potencias[65].

Quedaba margen, a su juicio, para la esperanza. Pero un margen minúsculo. Y ¿qué ocurriría con los pueblos más pequeños del viejo continente? El pensador alavés respondía con un argumento muy original, aunque contradictorio: tendrían que aprender de los pueblos balcánicos. Su nacionalismo herido, el reclutamiento obligatorio y su espíritu guerrero se habían impuesto sobre los turcos. Por ello concluía: «La guerra de los Balcanes es la continuación de esa lucha que empezó en Troya, siguió en las Termópilas… y aún sigue por los alrededores de Melilla. Es la guerra de Occidente y de Oriente, de la civilización y la barbarie»[66]. Su admiración hacia la belicosidad de griegos, búlgaros, etc. terminó chocando —en noviembre de 1912, cuando precisamente se instaura el protectorado— con el temor ante las posibles derivaciones que este conflicto secular pudiera tener en el caso español.

En 1913 Maeztu se revelaba, en suma, no ya como un nacionalista crítico, sino agresivo y desacomplejado: «Hemos de ser bárbaros civilizados»[67]. En julio, entrevistado por Nuevo Mundo, reconocía con malestar la inexistencia de conciencia pública en España sobre cómo proceder en Marruecos y responsabilizaba a los políticos: «Algunos dicen que hay que seguir la campaña a todo trance, acumular toda clase de recursos y concluirla cuanto antes. Otros, los más de los que hablan, se limitan a protestar contra la guerra. Ni lo uno ni lo otro es pensar»[68].

Ni se conocía el Rif ni a los rifeños, tampoco sus costumbres o su lengua. Pese a ello, Maeztu ahora reclamaba una deuda histórica de Europa hacia los españoles que contuvieron a los moros y conquistaron América[69]. Idealizaba una España lejana, en la que él no vivía, y rehusaba contemplarla como un «pueblo pequeño»[70]. En esta tesitura, el Protectorado —sellado tras una pelea encarnizada[71]— era concebido como una herramienta de fortalecimiento nacional en cuanto que permitía quebrar el aislamiento de Madrid y dejar de «vivir a la bartola»[72].

2. La campaña del desquite: una ruta hacia la contrarrevolución[Subir]

Las operaciones militares en el Protectorado se paralizaron durante la Gran Guerra porque Francia necesitó concentrar todas sus energías en el frente occidental. Pero, una vez finalizada esta contienda, en 1919 el nombramiento del general Berenguer como alto comisario de la zona española marcó un cambio de rumbo y se reanudaron los movimientos.

En julio de 1921, en Annual, loma que hacía de punta de lanza para el avance sobre Alhucemas (bastión natural de Abd-el-Krim), comenzó el gran desastre de España en África. El caos y el pánico se propagaron entre los soldados, protagonizando una retirada penosa, sin plan de evacuación, traicionados por las tropas indígenas auxiliares, acorralados en blocaos indefendibles, sin víveres ni munición, etc.[73]. La posterior campaña del desquite fue una guerra dura, irregular, asimétrica y practicada desde la certeza de que, si se agrupaban fuerzas, se perdía terreno; pero si se dispersaban, se perdía fuerza.

Ramiro de Maeztu, entretanto, se había mostrado algo abatido y consciente de que España se hallaba muy próxima a un cambio de ciclo histórico. El tono de sus escritos era más duro que años atrás y no escatimaba esfuerzos al despotricar contra el comunismo[74]. Seguía ocasionalmente interpelando a un Miguel de Unamuno que también había virado en sus planteamientos; le recordaba que «no son los mártires los que hacen la fe, es la fe la que hace los santos y los mártires»[75]. Maeztu desdeñaba sin reparos la modernidad y confiaba ya en la fuerza sanadora del fascismo[76]. Permanecía, además, atento a las negociaciones tras la Primera Guerra Mundial: recelaba de una Europa vengativa y, en particular, de Francia. Lamentaba, por otra parte, la escasa visibilidad hispana en los encuentros internacionales[77]. Por último, temía la amenaza panislámica —matanza de Esmirna— a la par que criticaba el colaboracionismo europeo con los turcos y vigilaba las relaciones de la organización humanitaria la Media Luna Roja con el británico Charles Gardiner[78].

Maeztu conservaba de todos modos su viejo credo darwinista[79], aunque había atemperado su europeísmo y avivado sus convicciones sobre las particularidades de España —vuelta a la Reconquista y a la aventura americana[80]— hasta justificar un apartamiento: «El ideal mío es un pedazo de tierra, limitada por una cerca, y en el centro una casa, donde haya una escopeta con que descerrajarle un tiro al primero que cruce la cerca sin pedirme permiso»[81]. Decidido partidario de la presencia española en África, Ramiro simpatizaba con los presupuestos de los militares africanistas más conciliadores[82]. Se hacía eco de la necesaria colaboración con los cabileños para evitar defecciones y también para reducir el influjo galo en la región[83]. Remachaba la conveniencia de «abrir caminos» a la civilización y equiparaba este concepto con el de cristiandad. Semejante labor, deseable para garantizar la seguridad y el cumplimiento de la ley en el Sultanato, correspondía a España. Pese al dañino recuerdo de las pérdidas ultramarinas, Madrid había adquirido un compromiso ante Europa y había que cumplirlo[84].

Maeztu se revolvía contra ese sanchopancismo del llamado «hombre del tranvía», incapaz de apreciar la utilidad del colonialismo como herramienta para depurar España[85]. En este sentido, abundaba en la crítica al pacifismo costiano y, sobre todo, al abandonismo de Unamuno[86]. Renunciar al Protectorado significaría reconocer la impotencia española y dejar Ceuta y Melilla a su suerte. Con todo, la discrepancia entre ambos no llegaba a ser tan aguda como años atrás. Ramiro era perfectamente capaz de admitir que las cosas debían hacerse mucho mejor en Marruecos.

Sostenía que la guerra era justa, desdiciéndose de lo afirmado en el lejano 1909, e, incluso, tenía el atrevimiento de tomar la pluma en nombre de los muertos de Monte Arruit —«corderos atacados por tigres»— para amplificar su dolor y desamparo. Por momentos, su discurso se radicalizaba al presentar Annual como la única causa de la campaña del desquite, obviando que esta desbandada fue, a su vez, el resultado de una controvertida campaña de avances previa. Incidía, siguiendo con el análisis de sus argumentos, en la necesidad de acatar los principios del derecho internacional humanitario y en el valor educativo de la guerra: «¡Que no vuelva a ocurrir! ¡Que los hijos nuestros no vuelvan a sentir tal desamparo! (…) No se nos enseña en las escuelas a darnos de cachetes y es raro ver a dos hombres darse de puñetazos: no se nos endurece. No se nos enseña que la realidad de todo derecho consiste en el ánimo de batirse por él […]. Así vino el desastre»[87].

Aquí, ser no era defenderse (juguemos con su aforismo); ser es atacar. No obstante, fueron más las ocasiones en las que Maeztu se mostró sosegado, analítico y constructivo en lo que atañía a cuestiones de procedimiento. A su juicio, la guerra era circunstancial, impuesta por la resistencia de los moros, e insistía en que debía ser austera y jamás cruel. Sobraban los alardes de valentía y las vacilaciones[88]. La campaña de Marruecos suponía el desempeño eficaz de un encargo internacional —paradójico que lo acatase de una denostada Europa— y el Estado debía esmerarse para garantizar el bienestar del soldado. Se escandalizaba, de hecho, ante su falta de higiene[89].

Maeztu reflexionó ampliamente sobre la milicia. Alabó la incorporación a filas de los soldados de cuota[90], aunque recalcó que su adaptación a la vida cuartelera iba a ser difícil (el mal llevado tuteo, los robos, etc.). Además, vislumbró prontamente que la influencia política de sus padres alimentaría conflictos[91]. A lo largo de 1922 se aprecia cómo Ramiro comparte más y más el victimismo de la oficialidad africanista frente a las reivindicaciones de estos «papás» y cómo identifica al ejército con una escuela de valor[92]. Renegó del supuesto antimilitarismo de los cuotas (como se conocía a aquellos soldados que abonaban una cantidad en metálico para recortar y edulcorar su permanencia en filas) y combatió la idea de que estuviesen sometidos a una excesiva disciplina: «¡Ciento cincuenta mil soldados, y no conseguir pacificar un territorio poco mayor que Cáceres! ¿Sería esto posible si militares profesionales y soldados de cuota se entendiesen?»[93].

Pero ¿dónde quedaba aquí lo de olvidar el apasionamiento? Maeztu se resistía a dejarse arrastrar por el desánimo popular[94]. En su lugar, avanzaba la posibilidad de mejorar la formación de los oficiales (con más Historia, porque «el hombre no es un ladrillo») o de que se constituyese un ejército profesional. Su intención era obviar que la participación en la campaña de estos vástagos acomodados acrecentaba la impopularidad de la guerra[95]. Se recreaba, de modo analgésico, con el heroísmo de González Tablas —aunque denunció la incompetencia de Silvestre— y su ejemplar muerte: «No sienten todos el heroísmo; pero el no sentirlo no es una excusa, sino un mal»[96].

Maeztu reconoció, además, la desproporción entre esfuerzos y resultados: creía que las juntas de defensa eran un juguete de los políticos para contener a los africanistas[97]; cargó contra la nefasta práctica de la dispersión de blocaos y contra el hecho de que se consintiera armar la retaguardia rifeña[98]; denunció sisas en las contratas, deserciones y se alegró cuando se enjuició el famoso caso del millón de Larache[99]. El alavés apeló, en síntesis, a la urgencia de reformar el instrumento político-administrativo y militar del Protectorado para «limpiarlo de la roña»[100]. En sus escritos no faltaron apuntes interesantes sobre el rifeño, un ser receloso y feroz (fenotipos raciales), pero también imponente: «Una de las más hermosas razas humanas que habré visto jamás»[101]. Acusó, además, a los santones de provocar los sucesos de Casablanca y del verano de 1909 (antes, recuérdese, apuntó a Maura)[102].

Finalmente, apenas aludió a la liberación de los prisioneros de Axdir o a la mediación de Horacio Echevarrieta[103]. Alineado con la opinión conservadora, le desagradó el pago de un rescate. Sabía que Marruecos estaba removiendo los cimientos de la sociedad española y ello justificaba la imposición de la censura. Maeztu opinaba que, para algunos asuntos, esta medida resultaba imprescindible; pero, al mismo tiempo, le inquietaba el «fatalismo» de la gente, la aceptación plácida de un silencio forzoso. Si todos callaban era porque existían culpas compartidas[104]. Así que, frente a lo que entendió como complicidad general, Ramiro apostó por un periodismo que sirviera de sostén moral para la tropa y despotricó, incluso, de los arabistas por no orientar a la opinión[105].

Sin embargo, en lo que concernía a esas culpas, en 1922 el grito en favor de la depuración de responsabilidades y del abandono cobró una fuerza inusitada. Miguel de Unamuno se convirtió en abanderado de ambas causas[106]. Ramiro de Maeztu, en cambio, había mutado en defensor de la expansión colonial y, a veces, del avance a sangre y fuego[107]. Eso sí, apoyó también el esclarecimiento de las responsabilidades[108], aunque incidió en las más difusas y no tanto en las militares[109]: «Melilla es un puesto de honor para España. De ahí que allí deba ser delito lo que aquí acaso no lo sea. Pero eso no quita para que cada español tenga parte de culpa»[110]. Señaló que la labor del instructor, el general Picasso, era muy delicada y que se utilizaba para desestabilizar al Ejecutivo de Sánchez Guerra. Le satisfizo, con todo, la investigación en cuanto que permitía «una exploración de nosotros mismos más honda que la de 1898»[111].

IV. CONCLUSIONES[Subir]

Ramiro de Maeztu fue un hijo de su tiempo, marcado por las reformulaciones del liberalismo clásico y por el triunfo del comunismo. Fue, además, uno de los padres del tradicionalismo español y mártir del bando sublevado. Siempre ambicionó un país fuerte, soñó con una intelectualidad más vigorosa y se mostró rabioso ante la imperante «moral de los tullidos». Al fin y al cabo, él supo crecerse ante la adversidad en un mundo sin igualdad de oportunidades.

A propósito de la cuestión marroquí, Maeztu escribió bastante y supo encuadrar este asunto dentro de un juego entre potencias rivales. Creemos también que existió un fuerte vínculo entre el pensamiento colonial de este intelectual, siempre heterodoxo, y su proyecto de regeneración nacional de corte autoritario. A principios de 1924 sentenciaba:

Intelectuales eximios, como don Miguel de Unamuno, han estado diciendo […] que la guerra de Marruecos es tan injusta como la de Napoleón contra España […]. Y esto no es cierto. La guerra de Napoleón era una guerra de conquista entre pueblos civilizados y cristianos. La guerra de África es una guerra colonial, es decir, civilizadora de un pueblo atrasado y para todo hombre de sentido histórico no habrá guerras más justificadas[112].

Intransigente y nostálgico del imperio, en el Maeztu de los años veinte pesaban mucho las cuestiones identitarias. Terminó escorándose con los africanistas hacia el tradicionalismo católico y el vitalismo nietzscheniano, revolviéndose contra el abandono y ensalzando el valor como máximo ideal de una masculinidad sana. Obsesionado con el sostenimiento de una adecuada moral de combate, olvidó la tópica apelación al desempeño de una misión internacional para enfatizar la dimensión purificante de la lucha. La guerra de Marruecos era la medicina contra la carcoma de la patria.

Los españoles, sin embargo, tendrían que esperar al desembarco de Alhucemas para romper con casi un siglo de fracasos en África. A Maeztu ya no le interesó esa historia, satisfecho con el papel protagónico que por fin había asumido el ejército.

NOTAS[Subir]

[1]

El médico Víctor Ruiz Albéniz, buen conocedor de la región marroquí del Rif, trabajó para Diario Universal. Carmen de Burgos estuvo al servicio de Heraldo de Madrid y Francisco Hernández Mir al de El Porvenir de Sevilla. El popular Rafael López Rienda colaboró con el Telegrama del Rif. Por último, Gregorio Corrochano fue enviado a Melilla por el ABC. Para una visión panorámica sobre la labor de algunos de estos periodistas, consúltese: García Palomares (‍2014).

[2]

Juliá (‍2002).

[3]

Aubert (‍1984); Bachoud (‍1988: 335-‍363); Bouzalmate (‍2002: 197-‍213); López García (‍2007: 229-‍261), e Iglesias (‍2014).

[4]

García Bolta (‍1995); Gajate (‍2011), y García de Juan (‍2017).

[5]

Núñez Seixas (‍2017: 402).

[6]

Alsina (‍2013: 7).

[7]

Villacañas (‍2005: 126) denuncia sus bandazos, su fanatismo monárquico y el misticismo de su muerte.

[8]

Gajate (‍2019).

[9]

Robles y Tellechea (‍1990); Santervás (‍1990), y González Cuevas (‍2007).

[10]

González Cuevas (‍2003) responde a otro libro de Villacañas (‍2000). Ambos discrepan al abordar si Maeztu creó una teología política, sobre la fuerza de su nacionalismo, así como de sus lazos con el socialismo.

[11]

Jiménez Torres, David: «¿Qué hacemos con Maeztu?», El Mundo, 27-04-2019. Disponible en: https://tinyurl.com/24hra23u. El mismo autor firma la biografía más reciente sobre el personaje (‍2020).

[12]

Huguet (‍1988).

[13]

Maeztu (‍1969: 45-‍46).

[14]

Acedo (‍1974) y Valladares (‍1998).

[15]

Maeztu (‍1969: 101).

[16]

Ibid.: 125-126.

[17]

Ibid.: 132.

[18]

Con probabilidad, Maeztu asumió casi inconscientemente el estereotipo estigmatizante que se vertió sobre España desde Estados Unidos. Ver Aresti (‍2014).

[19]

Acedo (‍1974: 45).

[20]

Jiménez (‍2015a: 69-‍79).

[21]

Blas (‍1993).

[22]

González Cuevas (‍2003: 181).

[23]

Ramiro de Maeztu se mostró como un ferviente admirador de la cultura anglosajona, teniendo la ocasión de comprobar en Londres la estrechísima imbricación entre la esfera colonial y la política metropolitana. Las comparaciones con España en este punto resultarán, como se podrá comprobar, reveladoras. En las antípodas del ejemplo británico, aquí los efectos traumáticos de la crisis de 1898 se dejaron sentir durante mucho tiempo: en el momento de gestación del reparto de Marruecos, la diplomacia actuaría de espaldas a la opinión pública, al tiempo que esta, siempre que pudo (desde luego, no en 1909 ni en 1921), vivió también de espaldas a Marruecos (‍Gajate, 2012: 38).

[24]

New Age (Londres, 1894) fue el canal de expresión de esta sociedad, aunque evolucionó hacia el guildismo, un movimiento anticapitalista y contemplado como precursor del fascismo.

[25]

La crisis del humanismo es la traducción adaptada de Authority, liberty and function in the light of war, escrito en 1916. Véase: Jiménez (‍2015b).

[26]

Maeztu, Ramiro de: «Agua pasada», El Sol, 18-09-1923, p. 4. Todas las fuentes hemerográficas se localizan en la Biblioteca Nacional de España. Se omitirá el nombre del autor al referenciar los artículos de Maeztu para evitar la sobrecarga del aparato crítico.

[27]

Zaratiegui (‍2004).

[28]

González Cuevas (‍2003: 359).

[29]

Colaboró con La Correspondencia de España (130 000 ejemplares en 1913) y con Heraldo de Madrid desde 1911 (con una tirada próxima a los 100 000 ejemplares en 1913). También escribió para el semanario maurista Nuevo Mundo (5000 ejemplares y récord de 266 000 en 1909) y, desde 1917, para El Sol (unos 80 000 ejemplares diarios en 1920).

[30]

López García (‍2004: 20).

[31]

Siguiendo la estela de Núñez Seixas, varios investigadores han reflexionado sobre la relevancia que los estudios centrados en el proceso de construcción de la España contemporánea otorgan al imperio. Véase el trabajo minucioso de Martin-Márquez (‍2011: 232-‍249); también, con una actitud reivindicativa, el estudio de Blanco (‍2012: 27-‍47) y el de Archilés (‍2013). Efectivamente, Maeztu (imbuido de un creciente autoritarismo), y también otros intelectuales, reflexionaron ampliamente sobre el papel de Marruecos como acicate para la regeneración nacional.

[32]

Para conocer la identidad y el imaginario de los militares africanistas, remitimos a los estudios de Balfour (‍2002), Nerín (‍2005) y Macías (‍2019). Los tres autores destacan su brutalidad, el desprecio hacia la muerte, el antiparlamentarismo, la mística ultrapatriótica y el elitismo. Algo más colateral, pero sugerente, es el trabajo de Jensen (‍2014).

[33]

A propósito de la conexión entre el deseo africanista de desquite y el nacimiento del fascismo, véase Viscarri (‍2004: 55) y, sobre todo, Santiáñez (‍2020: 62-‍116). El primero entiende que la contraofensiva emprendida después del desastre de Annual sirvió como justificación de todo tipo de excesos y represalias. Santiáñez, por su parte, profundiza en la nostalgia imperial de muchos africanistas, tanto civiles como militares (Giménez Caballero, Santa Marina, Sánchez Mazas, etc.), para explicar la génesis del pensamiento fascista en España.

[34]

Bachoud (‍1988: 353-‍359).

[35]

«Ramiro de Maeztu», La Correspondencia de España, 10-12-1909, p. 1.

[36]

«La situación de España juzgada por el Times», La Correspondencia de España, 7-8-1909, p. 1; «The nighmare is over», La Correspondencia de España, 25-10-1909, p. 4.

[37]

«Los sucesos en el extranjero», La Correspondencia de España, 21-10-1909, p. 3.

[38]

Bachoud (‍1988: 339). Bachoud afirma también (‍1988: 359) que desde 1913 Maeztu se evade del conflicto marroquí. Pero, como se comprobará, siguió pendiente de la suerte del Sultanato.

[39]

Unamuno, Miguel de: «De Unamuno», ABC, 15-09-1909, p. 10.

[40]

Azorín: «Colección de farsantes», ABC, 12-09-1909, p. 13.

[41]

«Los papanatas», La Correspondencia de España, 26-09-1909, p. 4; «Europa y los europeístas», Nuevo Mundo, 21-10-1909, p. 4.

[42]

«¿De o en?», Nuevo Mundo, 2-10-1909, p. 4.

[43]

«Los tres embozados desembozados por don Miguel de Unamuno», La Correspondencia de España, 30-10-1909, p. 3. Esta incapacidad quedó sintetizada en el archiconocido «¡Que inventen ellos!». Véase: Erquiaga (‍2020: 118-‍123).

[44]

«El éxito de Unamuno», La Correspondencia de España, 20-10-1909, p. 3; «Desde Londres. Teoría y práctica», Nuevo Mundo, 27-01-1910, p. 4.

[45]

«España y el Renacimiento», La Correspondencia de España, 16-11-1909, p. 3.

[46]

«La crisis española juzgada en Inglaterra», La Correspondencia de España, 27-10-1909, p. 5.

[47]

«Datos para el problema», La Correspondencia de España, 28-10-1909, p. 3.

[48]

«La Restauración y los convencionalismos», La Correspondencia de España, 4-11-1909, p. 4.

[49]

«En el Ateneo. Una Conferencia de Maeztu», Heraldo de Madrid, 11-12-1910, p. 3. El discurso ya se había empezado a publicar, por segmentos, los días 7 y 8 de diciembre.

[50]

Torre (‍1991).

[51]

«Alemania y Francia. La hora de la reclamación», Heraldo de Madrid, 23-05-1911, p. 1.

[52]

«Proteccionismo», Heraldo de Madrid, 30-10-1911, p. 1.

[53]

«El error de Francia», Heraldo de Madrid, 6-9-1911, p. 1. Sobre esta batalla, su impacto psicológico y nexo con la expansión francesa en África, remitimos al trabajo de Potí (‍2016: 167-‍172).

[54]

«La comedia de Marruecos», Heraldo de Madrid, 15-5-1911, p. 1.

[55]

«Guerreros y filósofos», Nuevo Mundo, 14-8-1913, p. 3.

[56]

«La sombra de la guerra», Heraldo de Madrid, 9-7-1911, p. 1.

[57]

«El plan de Alemania», Heraldo de Madrid, 15-7-1911, p. 1; «El acuerdo franco-alemán», Nuevo Mundo, 27-7-1911, p. 4; «El hecho de Marruecos», Nuevo Mundo, 3-8-1911, p. 3; «La hegemonía de Alemania», Nuevo Mundo, 10-8-1911, p. 3; «Desafrancesados», Heraldo de Madrid, 28-8-1911, p. 1.

[58]

«Francia y Alemania. Minas y contratos en Marruecos», Heraldo de Madrid, 12-9-1911, p. 1; «Francia y Alemania. Garantías o privilegios», Heraldo de Madrid, 18-9-1911, p. 1.

[59]

«Lo de Marruecos. El aviso de Alemania», Heraldo de Madrid, 5-5-1911, p. 1.

[60]

«Agadir», Nuevo Mundo, 13-7-1911, p. 4.

[61]

«La Guinea y Fernando Poo», Heraldo de Madrid, 3-9-1911, p. 1.

[62]

«La venganza de Inglaterra. Italia, Trípoli, Turquía», Heraldo de Madrid, 30-9-1911, p. 1; «El ocaso de la Entente Cordiale», Nuevo Mundo, 2-11-1911, p. 4.

[63]

«Un principio de acuerdo», Nuevo Mundo, 26-10-1911, p. 4. Remitimos al estudio de Dwyer y Nettelbeck (‍2018) para desmentir esa imagen benévola del colonialismo británico.

[64]

«Proteccionismo», Heraldo de Madrid, 30-10-1911, p. 1.

[65]

«La Federación de Europa», Nuevo Mundo, 14-12-1911, p. 4.

[66]

«El alza de los pequeños», Nuevo Mundo, 7-11-1912, p. 4; «La voluntad de vencer», Nuevo Mundo, 28-11-1912, p. 4; «Fuerza militar», Nuevo Mundo, 16-01-1913, p. 4. Maeztu fue atacado por su creciente militarismo: Araquistáin, Luis: «España y su drama colonial», El Liberal, 14-12-1912, p. 1.

[67]

«Elogio de la guerra», Nuevo Mundo, 21-11-1912, p. 4.

[68]

«Lo primero, informarse», Nuevo Mundo, 17-7-1913, p. 8.

[69]

«Nuestros clásicos», Nuevo Mundo, 24-7-1913, p. 4.

[70]

«Nacionalismo», Nuevo Mundo, 2-7-1914, p. 4.

[71]

Martínez (‍2000). Episodios que ilustran perfectamente el carácter encarnizado de la lucha son la crisis de Tánger en 1905 o la de Agadir, en 1911. Por otro lado, los roces diplomáticos con Francia a la hora de perfilar las respectivas zonas de influencia en Marruecos fueron constantes.

[72]

«Fuerza y jerarquía», Nuevo Mundo, 16-7-1914, p. 7.

[73]

Pando (‍1991) y Albi (‍2014).

[74]

«La lección de Rusia», El Sol, 28-1-1921, p. 1

[75]

«La fe que falta», El Sol, 16-2-1921, p. 1.

[76]

«El fascismo ideal», El Sol, 7-11-1922, p. 1. Maeztu cree en la maldad innata del hombre y justifica el empleo de la violencia. Rechaza el nacionalismo fascista porque se antepone al catolicismo.

[77]

«Mefistófeles», El Sol, 26-3-1921, p. 1; «De Ginebra a Washington. La exclusión de los pueblos», El Sol, 28-12-1921, p. 1; «La utilidad de Génova», El Sol, 13-4-1922, p. 1; «Cartas de Londres. Después de la Conferencia», El Sol, 29-8-1922, p. 1; «La crisis de Europa», El Sol, 20-3-1923, p. 1.

[78]

«Cartas de Londres. Rifeños y comunistas», El Sol, 6-8-1922, p. 1; «Cartas de Londres. La revuelta del islam», El Sol, 12-9-1922, p. 1. Sobre este personaje, véase: Paniagua (‍2015). Charles Alfred Percy Gardiner es presentado como todo un pillo, capaz de vender armas al ejército de Abd-el-Krim (además de cable telegráfico y sistemas de radiotelegrafía sin hilos que agilizaron la coordinación de las harkas), mientras burlaba a la Marina española, y de suministrar al mismo tiempo información a los servicios de inteligencia británicos.

[79]

«Los desterrados», El Sol, 16-3-1921, p. 1.

[80]

Maeztu llegó tarde, aunque con muchísimo celo, a la defensa del hispanoamericanismo. Complejo y transversal a todas las versiones del nacionalismo español —Núñez Seixas (‍2017: 412)—, creemos que el alavés incubó este pensamiento durante la Gran Guerra. Sabemos que ni en 1898 ni en 1909 Maeztu se mostró nostálgico del imperio ni partidario de un nacionalismo integral, sino que optó por el regeneracionismo tecnócrata. Véase: Ucelay (‍1999: 207).

[81]

«Estabilidad», El Sol, 20-03-1921, p 1.

[82]

Balfour y La Porte (‍2000).

[83]

«Rifeños y árabes», El Sol, 2-7-1921, p. 1.

[84]

«¿Por qué estamos en el Rif?», El Sol, 28-9-1921, p. 1.

[85]

«La misión insentida», El Sol, 30-4-1922, p. 1.

[86]

«La falta de visión», El Sol, 18-4-1922, p. 1.

[87]

«Responso. Los muertos dicen…», El Sol, 2-11-1921, p. 2.

[88]

«Cómo debe ser la campaña de África», El Sol, 7-10-1921, p. 1.

[89]

«Por la salud del soldado», El Sol, 16-10-1921, p. 1.

[90]

Esta figura se crea en 1912 con la ley de reclutamiento del general Luque. No se abolió la redención en metálico, pero se exigió un tiempo mínimo de permanencia en filas.

[91]

«Los soldados de cuota en África», El Sol, 13-1-1921, p. 1.

[92]

Macías (‍2019: 159). El autor señala cómo la guerra, lo impulsivo y el derramamiento de sangre adquieren connotaciones regeneradoras y sirven de sustento para una moral marcial de austeridad y de coraje que halló su mejor encarnación en la Legión.

[93]

«El salón y la taifa», El Sol, 30-5-1922, p.1.

[94]

«Derechos y deberes», El Sol, 22-3-1922, p. 1; «El capitán Troncoso», El Sol, 9-5-1922, p. 1; «El valor y la muerte», El Sol, 6-6-1922, p. 1; «La disciplina activa», El Sol, 13-6-1922, p. 1; «Nuestros ideales», El Sol, 27-6-1922, p. 1.

[95]

«Oficiales y maestros», El Sol, 20-6-1922, p. 1; «Los soldados de cuota», El Sol, 13-2-1923, p. 1.

[96]

«El héroe muerto», El Sol, 16-5-1922, p. 1.

[97]

«En la hora de las democracias», El Sol, 20-1-1922, p. 1.

[98]

«Blocaos y convoyes», El Sol, 23-5-1922, p. 1.

[99]

«El millón de Larache», El Sol, 13-3-1923, p. 1.

[100]

«Pensemos en voz alta», El Sol, 26-12-1922, p. 1. Sobre las corruptelas del Protectorado, remitimos al trabajo de Madariaga (‍2018).

[101]

«Rifeños y árabes», El Sol, 2-7-1921, p. 1.

[102]

«Al margen de la guerra. Los santones en Marruecos», El Sol, 27-11-1921, p. 1.

[103]

«Los prisioneros y el terrorismo», El Sol, 11-12-1921, p. 3; «¿Y por qué no?», El Sol, 6-2-1923, p. 1.

[104]

«El silencio es lo peor», El Sol, 23-9-1921, p. 1; «La prensa y la guerra», El Sol, 7-4-1922, p. 1.

[105]

«Ignorancia y silencio», El Sol, 5-6-1923, p. 1.

[106]

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