El periodo de la Primera República y la experiencia democrática que entrañó son objeto de una reelaboración constante todavía más de un siglo después de los acontecimientos. La alargada sombra que este proceso histórico proyectó en los decenios posteriores a la Restauración dificultó durante mucho tiempo su estudio o produjo que, cuando se abordaba, se hiciese más como mito, cargado de matices negativos, que como un proceso histórico complejo. La relectura de esta primera experiencia republicana realizada durante el franquismo, tras la Segunda República y la Guerra Civil, selló la óptica distorsionada que veía en la República la ejemplificación del desorden y el miedo. Solo avanzados los años sesenta y a comienzos de los setenta se iniciaron los primeros estudios monográficos que trataron de abordar historiográficamente este período desde un enfoque crítico y riguroso, continuados a lo largo de los años ochenta con interesantes trabajos de enfoque local. Sin embargo, como señala Florencia Peyrou, la Primera República «sigue siendo interpretada de manera hegemónica en función de los mitos forjados durante la Restauración» y cuando se aborda el estudio de su última etapa, la república unitaria, esta queda eclipsada por la fuerza simbólica de la fase federal.
Dentro del contexto historiográfico mencionado, y coincidiendo con su centenario, efeméride que suele implicar una revitalización de los estudios y un interés por revisitar el tema, se publica la monografía reseñada, La Primera República. Auge y destrucción de una experiencia democrática, de la historiadora Florencia Peyrou. Con la mirada crítica de quien lleva tiempo estudiando un tema, la autora, especialista en la historia de las culturas políticas democráticas y republicanas en el xix, elabora una excelente síntesis del periodo sin difuminar su complejidad, insertando en su análisis la perspectiva de género. Siendo esta primera experiencia republicana en España un periodo tan reimaginado y cargado de ficciones de largo recorrido, este libro se propone el objetivo, loable a la par que difícil, de conseguir deconstruir los mitos y explicar este proceso histórico, no a la luz de los acontecimientos posteriores, que han creado una imagen distorsionada de la República como una profecía autocumplida de caos, sino centrándola en el contexto político y cultural del momento, dentro y fuera del país. Por lo tanto, la Primera República se contextualiza como una experiencia democrática, clave para entender el xix, pero no única ni condenada al fracaso desde su nacimiento.
La obra reseñada está estructurada en cuatro grandes apartados, a los que se suman una introducción y un epílogo. De este modo, el primer capítulo del libro, «¿De dónde viene el republicanismo?», se abre con un análisis de la conformación del republicanismo que indaga sobre sus orígenes y evolución, las principales cuestiones doctrinales que sirvieron tanto de unión como de debate dentro del movimiento y los contactos, trasvases y choques con otras culturas políticas próximas y distantes. Aunque la aparición en España de los primeros autoproclamados republicanos puede remontarse a la década de 1840, la autora se retrotrae a la experiencia democrática de 1812 y los momentos de amarga desilusión que se experimentaron en los decenios sucesivos, que llevaría a algunas culturas políticas en origen progresistas a abrazar la causa republicana, desencantadas con el devenir de la monarquía borbónica. Un aspecto que se enfatiza en toda la monografía es la dificultad para aceptar la pluralidad dentro de los partidos, que lejos de ser una idiosincrasia de los demo-republicanos, era un problema extensivo a todas las culturas políticas del momento. Esta situación recurrente, junto con las estructuras internas organizativas inmaduras o la falta de espacios de debate, denotaba el hecho de que los partidos, en su acepción moderna, eran todavía una realidad en construcción.
A continuación, en el apartado titulado «El camino hacia la República (1868-1873)» se tratan las tensiones internas que, ante la falta de mecanismos de diálogo, llevaron a divisiones como la que separó a demócratas y republicanos. Sin embargo, el ciclo revolucionario inaugurado en el 1866 facilitó la creación de un frente común, materializado en el pacto de Ostende y ampliado posteriormente con la inclusión de sectores políticos procedentes de la Unión Liberal. La coalición no estuvo libre de tensiones, pues el general Prim trató de marginar a los demorrepublicanos, pero permitió soslayar las profundas discrepancias con el objetivo común de derrocar a los Borbones. En 1868, triunfante la coalición revolucionaria, se inauguraba un periodo de transición caracterizado por la movilización social, el debate sobre el nuevo sistema a instaurar y los derechos y libertades que sancionar, que produjo el resquebrajamiento de la unidad en el frente revolucionario. Florencia Peyrou destaca cómo el breve reinado de Amadeo de Saboya estuvo marcado por esta coyuntura, agravada por el asesinato del general Prim, que precipitó el fin de la unidad; la guerra carlista y la cuestión del abolicionismo, de gran importancia, pero comúnmente olvidada por afectar a territorios lejanos de la península.
Uno de los aspectos del sistema inaugurado en 1873 donde más profundiza la autora es el propio epíteto que acompaña su nombre, federal. El tercer capítulo de la obra, titulado «Los republicanos al poder (1873)», incide en como el federalismo es una idea clave que recorre transversalmente la monografía pues, a pesar de su apriorística simplicidad, fue un concepto sometido a numerosas reinterpretaciones y lecturas a lo largo del xix y en los años del Sexenio era habitual su uso como un sinónimo de República y libertad. Esta vinculación interiorizada popularmente entre república y federalismo facilitó una creciente decepción entre las clases populares, que no veían cumplirse el horizonte de expectativas forjado en torno a la federal, y generó una tensión continua por acelerar las reformas y establecer una república desde abajo. Esto no implica que, al proclamarse la República, los dirigentes republicanos no trataran de promover reformas en sintonía con su ideario; de hecho, defendieron un amplio programa democratizador que buscaba paliar problemas muy enraizados en la sociedad del momento, como el acceso a la propiedad agraria o la reforma militar, pero la difícil coyuntura a la que tuvo que hacer frente el joven régimen paralizó u obligó a renunciar a ciertas medidas de su programa. La situación hacendística imposibilitaba formular planes de acceso a la propiedad o cambios tributarios y, por si fuera poco, las guerras abiertas en la península y en las colonias no solo suponían un cuantioso gasto para el erario público, sino que obligaban a posponer otros ansiados cambios, como la abolición de las quintas o la renovación del ejército.
Tomando como soporte la amplia historiografía de carácter local existente sobre la Primera República, el libro se aproxima a esta coyuntura histórica no solo desde la capital, sino también incluyendo en el marco de estudio a otras ciudades del resto del territorio e, incluso, la casuística de algunas regiones rurales. El análisis de las realidades periféricas le permite a su vez profundizar en el impacto del movimiento obrero en este periodo de marcada inestabilidad y conflictividad, cuyas conexiones con el republicanismo también son examinadas de forma diacrónica a lo largo de la obra, pero especialmente en su último apartado, «Revolución y reacción (1873-1874)». Sin duda, el cantonalismo fue el resultado más conocido de la pugna interna en las filas republicanas por la presión de las bases federales por acelerar el proceso de implantación de las reformas y establecer una federación desde abajo y, desde su inicio, se convirtió en uno de los ejemplos negativos esgrimidos por la oposición política al nuevo régimen como demostración del presunto caos que dominaba el periodo. Desterrando algunos tópicos frecuentes, Peyrou analiza los casos más destacados de explosión del malestar social, algunos ligados al cantonalismo, como el paradigmático ejemplo de Cartagena u otros menos vinculados al federalismo como los sucesos de Alcoy, al tiempo que aborda otras cuestiones complejas, como la influencia del internacionalismo o del movimiento obrero en ellos. Esta escalada de conflictividad y violencia se convirtió en una de las preocupaciones más acuciantes para los últimos gobiernos republicanos, que trataron de neutralizarla con una creciente represión, que conllevó la fractura final del republicanismo y la marginación total del sector intransigente, que se había escindido previamente al rechazar la colaboración con los radicales y optar por la vía insurreccional.
La última etapa republicana, la denominada república unitaria, a pesar de su relativa invisibilidad frente a la república federal, fue un momento de gran importancia pues, de acuerdo con la autora, supuso un periodo de estabilización que podría haberse traducido en su consolidación como un régimen capaz de encuadrar diferentes opciones políticas en el marco republicano. Como su nombre indica, la república federal desde su nacimiento respondía en su diseño político al programa y los planteamientos ideológicos del federalismo, lo que provocó el desplazamiento progresivo de otros grupos políticos hacia el retraimiento como paso previo a la oposición por la vía conspirativa o insurreccional. Una república con un único partido era, por lo tanto, insostenible como sistema político de larga duración y tanto en la república unitaria como durante el gobierno de Castelar que la precedió, se trató de promover otro modelo, en el que coexistieran partidos republicanos con diferentes posiciones en el espectro ideológico. Así, la aparición de partidos republicanos con ideologías más o menos conservadoras alejaba la república del temido fantasma de la Comuna de París, para aproximarlo al modelo francés de la Tercera República, conservadora y de orden. Sin embargo, a esas alturas, este modelo no parecía ya viable. Los sectores más conservadores y monárquicos, que nunca consideraron a la república como una forma estatal válida, apostaban claramente por la restauración borbónica, mientras que el fraccionamiento interno en el campo republicano restaba soporte político a la fórmula republicana. Las disposiciones tomadas por los gobiernos de esta fase unitaria fueron destinadas a revertir algunas de las medidas más polémicas del periodo anterior y a tratar de solucionar los diversos problemas que ponían en peligro la supervivencia del régimen, en especial las insurrecciones armadas que asolaban el país. Justo cuando la República empezaba a contar con el reconocimiento internacional, su final se precipitó al proclamar Martínez Campos a Alfonso XII como rey de España en Sagunto.
No obstante, como la historiadora defiende en el epílogo, el final de la República no se debe interpretar como la prueba evidente de la incapacidad del modelo estatal republicano para hacer frente a los problemas del momento, sino como una particular conjunción de factores negativos y frentes de lucha abiertos, entre los que no se pueden ignorar las acciones de quienes deseaban otro modelo político y conspiraron para conseguirlo. La República no tenía que estar condenada al fracaso y lo avanzado del programa reformista del republicanismo federal tampoco implicaba que el conjunto de reformas propuestas, aunque ambicioso, no fuera visto como posible por una parte importante de la población. Peyrou concluye analizando brevemente el impacto posterior de esta experiencia democratizadora sobre el republicanismo y la progresiva elaboración del longevo binomio Primera República y caos que condenaba al olvido la experiencia de la república unitaria. Resulta muy ilustrativo, como señala la autora, que los propios republicanos, al reelaborar sus memorias de lo sucedido buscando responsabilidades acerca de la caída de la República, acabaron deslegitimando la propia forma de gobierno que defendían. Una mirada adelante que sirve para completar la visión amplia del republicanismo que aporta este libro, centrado en la Primera República, pero no limitado a ella.
Florencia Peyrou ha realizado un valioso análisis de este período y del republicanismo español decimonónico, fundamentado en un gran esfuerzo de síntesis a partir de los estudios «clásicos» y las obras recientes, muchos de ellos de marco local, creando un discurso que resulta no solo bien cohesionado, sino plural. A lo largo de la monografía se mantiene un elegante equilibrio entre el análisis del pensamiento, las actuaciones de los protagonistas políticos del periodo y la intensa movilización ciudadana y popular. Este enfoque permite que se reflejen de forma clara las tensiones entre la capital y las periferias, en especial en momentos como el del estallido cantonal. Por último, pero no menos importante, me parece significativo resaltar el esfuerzo de la autora por incluir las experiencias femeninas en estos años convulsos, tan polifacéticas y complejas como las masculinas.
Por todo ello, el libro La primera República. Auge y destrucción de una experiencia democrática, constituye una referencia imprescindible para aquellos que deseen comprender mejor un periodo de nuestra historia en ocasiones distorsionado por imágenes negativas y mitos fuertemente enraizados en el imaginario colectivo, ya sean viejos conocedores del tema que deseen actualizar sus conocimientos, como nuevos lectores que se aproximen por primera vez a este proceso de gran complejidad histórica.