En la cultura política occidental el concepto «derecha» se ha asociado históricamente al conjunto de posiciones que han favorecido un tipo de actitud conservadora en la ordenación de las sociedades. Sin embargo, no resulta fácil identificar un concepto unívoco de lo que significa la «derecha». Al contrario, más allá de constatar un aire de familia entre ciertos grupos de ideas políticas, la «derecha» sigue siendo una referencia espacial cuyo contenido es, en última instancia, relacional. Es decir, su contenido se define en referencia a lo que en cada momento histórico se ubica a su «izquierda». Así fue en el nacimiento de los términos en el curso de la Revolución francesa y lo sigue siendo hoy. Tanto es así que en función del contexto político, democristianos, liberales, neoliberales, conservadores, neofascistas, populistas, nacionalistas, etcétera, han ocupado el espacio que va del centro-derecha hasta la extrema derecha. Siendo evidente, incluso, que el contenido de cada ideología puede llegar a ser, en función del caso, opuesta en muchos puntos. Póngase como ejemplo, ¿qué tiene que ver la concepción del Estado de un conservador inglés con la de un neofascista?, ¿cuál es el punto en que coinciden la visión económica de un liberal y la de un populista?, ¿qué tienen en común la visión de la justicia social de un democristiano y la de un neoliberal?
La diversidad de las derechas, así como de las culturas políticas que las sostienen, no es una circunstancia que escape a la historia italiana. Como decía con sorna el periodista italiano Giuseppe Prezzolini refiriéndose a su país, las derechas pueden ser «tres, treinta y tres, o trescientos treinta y tres». El libro Storia delle destre nell’Italia repubblicana, publicado a finales de 2014 por la editorial Rubbettino y editado y coordinado por el historiador Giovanni Orsina, es un notable ejercicio de ordenación y sistematización, precisamente, de la variedad de las derechas presentes en la vida política italiana. Y lo hace abarcando un arco cronológico que va desde la posguerra hasta nuestros días. El resultado, como se comentará ahora, es un libro de la mayor utilidad que contribuye con éxito a dos objetivos. Primero, a perfilar una historia más compleja y rica en matices de la política italiana contemporánea. Segundo, a construir una visión comparada más completa de las diversas familias de la derecha europea.
El propósito de abrir la historia de Italia a sus protagonistas de la derecha no es un propósito menor, pues se trata de un campo de estudio que no ha conocido un desarrollo tan fecundo como el de la izquierda y sus protagonistas. Cabe señalar que a partir de los años sesenta el centro de gravedad de la política italiana se trasladó progresivamente al centro-izquierda, dando cuerpo a una serie de gobiernos de coalición entre democristianos y partidos de sensibilidad progresista (PSI, PSDI y PRI)) hasta el famoso «pentapartito», que dominó la política italiana desde 1980 hasta 1992. En este proceso evolutivo también se enmarcaría la integración del comunismo como fuerza del sistema bajo la fórmula del «compromiso histórico», protagonizado por la DC de Aldo Moro y el PCI de Enrico Berlinguer. El protagonismo del bloque de centro-izquierda y su persistencia en el tiempo como coalición de gobierno relegó a las distintas derechas a una función de oposición continuada y, en general, la irrelevancia política. Hecho que ha tenido su reflejo en el menor interés de la academia por su historia y evolución política –con la excepción del neofascismo del MSI–, frente al protagonismo de los partidos en el poder, o con posibilidades de luchar por el mismo.
De otra parte, Giovanni Orsina señala que esta hegemonía política del centro-izquierda fue acompañada de una hegemonía cultural que apuntaló el carácter secundario de la derecha italiana. En concreto, Orsina señala que la hegemonía del centro-izquierda produjo un cambio decisivo en el equilibrio interno de los dos mecanismos de legitimación/deslegitimación, inclusión/exclusión que se había dado la cultura política italiana nacida de la posguerra: el antifascismo y el anticomunismo. Con el atenuarse del anticomunismo –se podía ser hostil a la URSS, pero no significaba serlo al PCI– se activó un proceso de intensificación de cierto antifascismo cultural, cuya traducción fue la progresiva consideración de la derecha italiana como producto subalterno del fascismo y, por ende, ilegítima in toto. En este sentido, en el olvido académico de la derecha italiana no solo pesó su irrelevancia parlamentaria, sino que cualquier manifestación de derecha moderada –liberal, conservadora o monárquica–, fue sospechosa de tutelar las precondiciones que podían animar el resurgir del fascismo: léase, la tradición, el patriotismo, el capitalismo, el clericalismo, etc. Este hecho ha contribuido a que las distintas derechas no hayan encontrado un relato capaz de explicar sus distintas articulaciones internas, sus divergencias ideológicas o estratégicas. Al contrario, se ha fomentado una imagen monolítica de la derecha, vinculada a una posición de oposición continuada al centro-izquierda y siempre bajo la sospecha de familiaridad con el fascismo.
Giovanni Orsina (Roma, 1967) es uno de los historiadores italianos con mayor proyección en el campo de la historia política. Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad LUISS-Guido Carli de Roma, ha dedicado su carrera académica e investigadora a dos cuestiones, principalmente. En primer lugar, al estudio de la tradición liberal en la Italia de posguerra. En particular a su relación, no siempre pacífica, con la familia de la derecha italiana. En segundo lugar, y desde una perspectiva más amplia, al análisis del sistema de partidos italiano en el marco de la cultura política europea. A su primera línea de investigación corresponden sus obras L’alternativa liberale. Malagodi e l’opposizione al centrosinistra (Marsilio, 2010) y Il berlusconismo nella storia d’Italia (Marsilio, 2013). A la segunda corresponden Partiti e sistema di partito in Italia e in Europa nel secondo dopoguerra (Rubbettino, 2011) y Culture politiche e leadership nell’Europa degli anni Ottanta (Rubbettino, 2013).
Storia delle destre nell’Italia repubblicana convoca ambas líneas de investigación de Giovanni Orsina. El libro se compone de nueve capítulos y se abre con un estudio introductorio de periodización de las derechas europeas a cargo de Gaetano Quagliariello. A continuación, le siguen trabajos sobre el ala derecha de la Democracia Cristiana (Vera Capperucci), el Movimiento Social Italiano como representante del neofascismo (Giuseppe Parlato), el Partido Liberal Italiano (Gerardo Nicolosi), la derecha monárquica en la Italia republicana (Andrea Ungari), la polémica partitocrática (Eugenio Capozzi), la derecha subversiva (Guido Panvini) y el fenómeno de la Lega Nord (Lucia Bonfreschi). Finalmente, el libro se cierra con una última entrada sobre el berlusconismo como fenómeno histórico que firma el propio Giovanni Orsina.
Dados los límites de este espacio de recensión, merece la pena fijar la atención sobre el fenómeno del berlusconismo, pues refleja y resume a la perfección las dificultades históricas de la derecha italiana para articularse en un partido mayoritario, institucionalizado y con vocación de gobierno. Ciertamente, la mayoría de los análisis que se realizan sobre la trayectoria política de Silvio Berlusconi y de su partido, Forza Italia, suelen estar mediados por la opinión despectiva que merecen su vida privada, la naturaleza de sus problemas con la justicia o los episodios más cómicos de su biografía. Sin embargo, estos juicios de opinión suelen entorpecer un análisis serio que permita entender el fenómeno del berlusconismo, capaz de dar a la derecha italiana una opción clara de gobierno y, en definitiva, de monopolizar la vida política italiana de los últimos 20 años.
Lo que Berlusconi ha ofrecido a los italianos, desde el mismo discurso televisivo en el que anunció su intención de concurrir a las elecciones de 1994, es un modelo de anti-política. Un discurso que se ha proyectado desde una retórica liberal para, en el fondo, comunicar a los italianos un mensaje muy sencillo, pero poderoso: el problema no residía en ellos, el problema era la política. En términos estratégicos, el éxito de Berlusconi se cifró en su capacidad para explotar este mensaje en el momento de máximo descrédito para la política italiana, aprovechando la histórica implosión del sistema de partidos que siguió al proceso Manos Limpias. En términos históricos, y aquí el análisis de Orsina engarza con los demás capítulos del libro, la importancia del fenómeno Berlusconi radica en que «Il cavaliere» no es visto como un fenómeno excepcional de la política italiana, sino como un proyecto que se explica, en su singularidad, desde la propia historia de la derecha italiana. En este punto, y sin implicar un juicio de valor favorable, Orsina identifica la causa última del éxito de Berlusconi en su capacidad para dar un partido y un discurso político con aspiración de gobierno a una derecha italiana largamente marginada, política y culturalmente, por la hegemonía del centro-izquierda. Lo que explica que tras el envoltorio liberal de su discurso, más o menos homologable con el de otros partidos europeos, lo que subyacía era un mensaje de consumo interno que buscaba movilizar el sentimiento de sospecha y descrédito hacia las instituciones –hacia la llamada «república de los partidos»– sedimentada en las derechas italianas desde los años sesenta. Por tanto, es en el recurso a la anti-política donde reside la clave del éxito de Berlusconi, la clave que explica sus alianzas –con la Lega Nord y con Alleanza Nazionale (ex MSI)– y, finalmente, ojo, la razón que permite entender la incapacidad de Berlusconi, por la propia naturaleza de su discurso, para construir e institucionalizar un partido sólido para la derecha italiana.
En este sentido, el célebre periodista Indro Montanelli resumió a la perfección las dotes de Berlusconi como político: «è un uomo d’attacco: se avesse fatto la carriera militare lui non sarebbe diventato nè un Rundstedt nè un Manstein, che furono i grandi strateghi tedeschi dell’ultima guerra. [...] Lui sarebbe diventato un Rommel o Patton. Cioè dire: è un generale di straccio e di rottura che, appunto, sullo slancio può compiere qualsiasi cosa. Se lo metti poi a difendere le posizioni conquistate con lo slancio, eh no, lì non ci sta».