Madrileño de 1966, Onésimo Díaz Hernández es sacerdote e historiador. En la actualidad, trabaja en la Universidad de Navarra como investigador del Grupo de Investigación de Historia Reciente y es subdirector del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá de Balaguer. Entre sus obras, hay que destacar Los Marqueses de Urquijo. El apogeo de una saga poderosa y los inicios del Banco Urquijo, Rafael Calvo Serer y el grupo Arbor, y, en colaboración con Fernando de Meer, Rafael Calvo Serer. La búsqueda de la libertad (1954-1988). En esta su última obra, nos ofrece el relato de la trayectoria histórica e intelectual de la revista Arbor, órgano del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Saliendo al paso de algunos equívocos históricos, Díaz Hernández fecha el inicio de la publicación de la revista a comienzos de 1944 bajo la dirección de fray José López Ortiz con ayuda de Rafael de Balbín. No fue fundada, como a menudo se ha dicho, en Barcelona en marzo de 1943 ni fue su fundador Rafael Calvo Serer. Su nombre hacía referencia al árbol diseñado por Raimundo Lulio como símbolo del saber con todas las ramas de las ciencias y de la investigación. Su propósito era mostrar los resultados de la ciencia y de la investigación de los seis patronatos del Consejo. López Ortiz abandonó muy pronto la dirección de la revista, al tener que tomar posesión episcopal de la diócesis de Tuy. Su sustituto fue el propagandista católico José María Sánchez de Muniaín. Entre los colaboradores de la revista, destacaron Rafael Calvo Serer, Florentino Pérez Embid, Raimundo Pániker, Hans Juretschke, José Luis Pinillos, Vicente Palacio Atard, José María Jover, Esteban Pujals, Gonzalo Fernández de la Mora, Vicente Marrero, Federico Suárez, etc. Destaca igualmente la presencia de intelectuales extranjeros como Carl Schmitt, e incidentalmente de algunos antiguos colaboradores de Acción Española como José Pemartín o Eugenio Vegas. No en vano, Calvo Serer y Pérez Embid pretendieron convertir Arbor en continuadora de la línea intelectual y cultural de Acción Española, siguiendo los esquemas de Menéndez Pelayo y Ramiro de Maeztu. Su proyecto se cifraba en una «nueva Cristiandad», con los ideales católico-tradicionales y los adelantos técnicos de la Europa no comunista. Además, apostaba por la institucionalización definitiva del régimen mediante la restauración de la Monarquía tradicional en la persona de Juan de Borbón. Su enemigo natural, dentro de los grupos político-intelectuales del régimen, fue el falangismo capitaneado por Pedro Laín Entralgo y su tesis sobre España como problema, a la que Calvo Serer oponía la España sin problema de Menéndez Pelayo y Maeztu. A partir de 1951, la dirección de la revista recayó en Calvo Serer y José María Otero. Sin embargo, su hegemonía duró poco. La publicación por parte de Calvo Serer de un artículo en la revista francesa Ecrits de París, en el que criticaba la política cultural seguida por los distintos grupos intelectuales afines al régimen y, en particular, del ministro de Educación Nacional, Joaquín Ruíz Jiménez, provocó su cese como director de la revista y de sus cargos en el CSIC, lo cual provocó la desintegración del llamado «grupo Arbor». Tras la caída de Calvo Serer, la dirección de la revista corrió a cargo de José María Otero Navascués, hasta 1956. El nuevo consejo de redacción contaba con los subdirectores Manuel Fraga Iribarne, Florencio Bustinza y el secretario José María Mohedano. Bajo la dirección de Otero, los temas históricos disminuyeron y aumentaron los científicos, aunque se mantuvo la estructura de la revista.
A partir de 1956, fue nombrado director José Ibáñez Martín, que se mantendría en el cargo hasta 1969. A lo largo de este periodo, se rindió homenaje a Menéndez Pelayo, con motivo del centenario de su nacimiento. Se publicaron los principios del Movimiento Nacional; se homenajeó a Pío XII y a Gregorio Marañón. Uno de los temas más frecuentes desarrollados en esta época fue la economía, en consonancia con la hegemonía lograda por los denominados tecnócratas en el aparato del régimen. Se publicaron monográficos dedicados a la unidad europea y se dedicó gran atención al desarrollo del Concilio Vaticano II. En cambio, apenas tuvieron repercusión en las páginas de la revista los sucesos de mayo del 68 en Francia.
Fallecido Ibáñez Martín en 1969, Pedro Rocamora Valls fue el sexto director de la revista, cargo que ocupó hasta 1984. Bajo su dirección, Arbor permaneció, según el autor, leal a sus ideas-madre, aunque experimentó ciertas transformaciones en la consideración de movimientos y corrientes teológicas, filosóficas y literarias. En sus páginas, colaboraron ahora teólogos como Karl Rahner y Javier Pikaza. Se publicaron artículos favorables a pensadores como Ortega y Gasset o Miguel de Unamuno. Sus intereses se centraron igualmente en la proyección social de la ciencia. Significativamente, la revista no hizo mención, en 1975, a la muerte de Franco. A partir de 1978, se detectó un considerable descenso del número de colaboradores, pero comenzaron a publicar en sus páginas intelectuales de izquierda, como el historiador marxista Manuel Tuñón de Lara, e hispanistas franceses, norteamericanos e ingleses. Se homenajeó a Rafael Alberti. En cambio, se rechazó un artículo de Gonzalo Fernández de la Mora sobre el materialismo histórico. Era, según el autor, «una manifestación clara de la nueva sensibilidad de Arbor». En la etapa de Rocamora, el autor destaca igualmente una mayor atención a la sociología y a la docencia.
Con el advenimiento de los socialistas al gobierno, ocupó Miguel Ángel Quintanilla la dirección de Arbor desde 1984 a 1997. Según el autor, la nueva dirección intentó insuflar «otro espíritu en las páginas de la revista». A lo largo de este prolongado mandato, la revista centró su interés en el hispanismo alemán, la ciencia, en temas históricos como la Inquisición, la Guerra Civil española o la Revolución francesa, las sociedades indígenas americanas, la inteligencia artificial, la medicina, el Círculo de Viena, etc.
A partir de 1997, fue nombrado Pedro García Barreno director de la revista hasta 2004. Bajo su égida, temas dominantes fueron en sus páginas la ciencia y la innovación tecnológica, aunque igualmente se dedicaron números monográficos a la Generación del 98 y a la historia del CSIC y a Felipe II.
Alberto Sánchez Álvarez Insúa dirigió Arbor desde 2005 a 2011. En esta etapa, la revista experimentó un giro en su forma y en sus contenidos. Igualmente, se transformó el formato. En sus páginas, se estudiaron las políticas migratorias, la evolución de las identidades colectivas, el exilio español en América, Tocqueville y la democracia, el psicoanálisis, etc. El presidente José Luis Rodríguez Zapatero firmó la presentación de un número monográfico sobre «Pensar en español», coordinado por Reyes Mate, Antolín Sánchez y Javier Echevarría. A juicio de Díaz Hernández, fue esta «la fase más creativa» de la tercera etapa de la revista por su mayor atención a la actualidad, aunque «pagó cierto peaje político al publicar presentaciones de dirigentes del gobierno socialista». A partir de 2012, se inauguró «una nueva etapa», al interrumpirse la línea editorial y una manera de hacer la revista. El fallecimiento del director abrió un periodo de transición. El paso de Luis Alberto de Cuenca duró unos pocos días, mientras que el de José Luis García Barrientos permaneció unas semanas al frente de la revista. Posteriormente, la dirección recayó en Ángel Puig-Samper, cuyo mandato tan solo duró un año. Su último director ha sido Alfonso V Carrascosa.
En sus conclusiones, el autor estima que Arbor fue «un reflejo de la evolución de la sociedad y de la cultura de su tiempo y, al mismo tiempo, sirvió de acicate para reflexionar sobre lo ya conocido y también para considerar retos en diversos campos, como la filosofía, la historia, el cine, la bioética, etcétera».
Junto a la Revista de Estudios Políticos, no hay duda de que Arbor ha sido, y es, uno de los órganos intelectuales del Estado más interesantes y significativos de nuestra reciente historia político-cultural. En ese sentido, sigue siendo una revista menesterosa de justicia histórica. Un primer intento, a mi juicio infructuoso, fue un número monográfico de Arbor (n.º 479-480, noviembre- -diciembre de 1985) dedicado a su trayectoria, titulado «40 años de Arbor, un análisis autocrítico», que corrió a cargo de miembros de la denominada Escuela de Historiografía de Zaragoza, como Gonzalo Pasamar, Ignacio Peiró o Palmira Vélez. Este número monográfico incidía en los manidos tópicos historiográficos y metodológicos de este grupo, y sin profundizar en la trayectoria histórica de la revista. Un paso importante, sin duda, fue la publicación de la obra del autor de la monografía que comentamos, Rafael Calvo Serer y el grupo Arbor, pero, por desgracia, incidía en las primeras etapas de la publicación, la más polémica. El estudio que comentamos no agota el tema, ni creo que el autor se haya planteado realmente dicha tarea. Estamos ante una guía muy útil para el conocimiento del órgano cultural del CSIC, pero no de un estudio global de su incidencia histórica. Destaca, además, en la obra de Díaz Hernández un acusado empirismo y formalismo históricos. No profundiza en los niveles sociológicos y políticos de la creación intelectual y cultural. En ese sentido, se echa de menos la mención de la obra del sociólogo Francisco Vázquez García, La filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura sociológica (1963-1990), publicada por Abada en 2009. Se trata de una obra extremadamente útil y lúcida, que sigue los parámetros metodológicos y epistemológicos de Pierre Bourdieu y Randall Collins. El recurso a esta obra creo que hubiera servido al autor para profundizar en el tema de su monografía. Díaz Hernández apenas incide en las luchas simbólicas, políticas y culturales dentro del campo cultural y del espacio social y político. Pondré algún ejemplo significativo al respecto. La dirección de la revista por parte de Miguel Ángel Quintanilla, filósofo marxista y crítico de Karl Raimund Popper, significó, con la llegada de los socialistas al poder, el triunfo de lo que Vázquez García denomina «nódulo Aranguren» en la política cultural del Estado. Algo que pudo verse simbólicamente en las propias páginas de Arbor y que Díaz Hernández no ha señalado. Y es que en su número 467/468, de noviembre de 1984, se publicó un artículo de Hans Ulrich Gumbrecht y Juan José Sánchez, titulado «Menéndez Pelayo, ¿per omnia saecula saeculorum?», una auténtica agresión simbólica contra la figura y la obra del autor de La Ciencia Española. En el artículo, se decían cosas como las que siguen: «La canonización de Menéndez Pelayo, junto con el anacronismo de las virtudes con apariencia de santas, ha llegado a ser tan arbitraria y tan fungible (sic) que un derridista (sic)… podría pensar que detrás del gran polígrafo se esconde un San Marcelino Bolígrafo, patrón y emblema de la moderna industria de objetos de escritorio, cuyos productos de calidad habrían resistido a la furia por la escritura de un Menéndez Pelayo» (p. 216). Creo que es este un tema en el que el autor debía haber incidido. Y que significaba un claro ajuste de cuentas con la etapa anterior de la revista.
Onésimo Díaz Hernández ha escrito una obra erudita y clara, que, sin duda alguna, servirá de guía para un estudio global y exhaustivo del órgano cultural del CSIC. Pero quizá sea aún demasiado pronto para esperar la síntesis enjuta y cabal que es el imperativo final de la Historia.