Cuando la Segunda Guerra Mundial tocó a su fin, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) contaba con una cifra estimada de 8,8 millones de afiliados, lo que equivalía a un 15 % de la población con derecho a voto que en esos momentos abarcaba el Reich alemán. De ellos, algo más de un millón procedían de los territorios anexionados, de Austria, los Sudetes, Danzig, el territorio de Memel y Prusia Oriental, sobre todo. Nunca un partido en la historia de Alemania ha llegado siquiera a aproximarse a esas dimensiones. Las cifras absolutas de afiliación al NSDAP son diez veces superiores a las que el SPD o la CDU han podido exhibir en sus respectivos momentos dorados. Sin embargo, y pese a la exhaustiva atención que el nacionalsocialismo ha atraído en la historiografía, a día de hoy se sabe relativamente poco sobre el perfil del afiliado al partido nazi, cuántos llegaron a ser, quiénes acabaron abandonando el partido (y por qué), a qué grupos estuvo abierta la afiliación en momentos en que el partido cerró sus puertas a la población en general o cuántas mujeres engrosaron sus filas.
No son estas todas las cuestiones que aborda el libro editado por Jürgen W. Falter bajo el título de Jóvenes luchadores, viejos oportunistas. Los miembros del NSDAP, 1919-1945, pero sí las principales. Falter es un politólogo emérito de la Universidad de Mainz de amplia y reconocida trayectoria en el estudio del comportamiento electoral de los alemanes que ha dedicado gran parte de su labor profesional a investigar el voto durante la República de Weimar en general (recogido en su ya clásico Wahlen und Abstimmungen in der Weimarer Republik, 1919-1933, publicado en 1986 en colaboración con Siegfried Schumann y Thomas Lindenberger), y el voto al NSDAP en particular (resultados recogidos en su libro no menos clásico Hitlers Whäler, de 1991). En el marco de un proyecto de investigación de largo aliento del que se anuncian publicaciones ulteriores, Falter y un equipo de diez colaboradores y colaboradoras nos presentan una exhaustiva y clarificadora investigación empírica que arroja luz sobre aspectos hasta ahora poco conocidos, cuando no desconocidos, sobre la afiliación al NSDAP.
Unas 12 millones de fichas de afiliación sobrevivieron a la guerra, conservadas hoy en el Archivo Federal de Alemania (Bundesarchiv). En dichas fichas los peticionarios de ingreso debían consignar más de 20 informaciones personales, tales como nombre y apellidos, lugar de nacimiento, domicilio, región, ocupación laboral o formación académica, aunque (lamentablemente) no otros datos que contribuirían sobremanera a delimitar el perfil del afiliado al NSDAP, como son la confesión religiosa, la afiliación sindical o posibles afiliaciones partidarias precedentes. El trabajo empírico descansa en una amplia muestra de 50 000 solicitudes.
Bajo el principio directriz de que debía tratarse de una organización de cuadros nazis convencidos, la afiliación al NSDAP no fue posible en todo momento al conjunto de la población. Precisamente a delimitar quién y cuándo ingresó en el partido está dedicada una buena parte del esfuerzo de clarificación del libro. Son dos los momentos a considerar a este respecto: primero, la fase de partido-movimiento del NSDAP antes de enero de 1933, y segundo, la fase de régimen a partir de ese momento. El perfil de los afiliados, las cifras absolutas, así como su motivación para vincularse a las filas del partido nazi, variaron considerablemente entre un periodo y otro.
Antes del 1 de mayo de 1933 las puertas de la afiliación al NSDAP permanecieron abiertas a todo ciudadano alemán, siempre y cuando (según la lógica excluyente nazi) quien efectuase la solicitud de admisión exhibiese unas credenciales arias impolutas. Quedaban excluidos, pues, los judíos, mestizos y gitanos, además de los masones, miembros de otras organizaciones secretas y los alemanes arios convertidos al islam. Por expresarlo en cifras: en 1925, el año de la refundación del NSDAP tras la excarcelación de Hitler después del intento de golpe de Estado de noviembre de 1923, el partido contaba con 25 372 afiliados; en 1932 ya eran 921 422, la mayor parte de ellos vinculados al partido en los dos años precedentes al compás de sus éxitos electorales. Los primeros meses de 1933, hasta el 1 de mayo cuando el partido decidió poner freno a la avalancha de solicitudes de ingresos, el número de altas, un total de 1 762 000, fue espectacular. Por recogerlo en términos distintos: casi dos tercios de todos los afiliados con que contaba el partido nazi en mayo de 1933 se habían afiliado en los cuatro meses precedentes y, en especial, en marzo y abril, justo después de que se celebraran las últimas elecciones que sepultaron definitivamente el régimen republicano. A este grupo de afiliados se los denominó peyorativamente «caídos de marzo» (Märzgefallene), y fueron contemplados con especial suspicacia por la dirección del partido bajo la fundada sospecha de que albergaban un gran número de carreristas y oportunistas, espoleados por la búsqueda de beneficios personales y no tanto por su fe en la religión política nazi. La desconfianza ante la avalancha de nuevos ingresos quedó reflejada en el hecho de que la dirección nacional del partido estableció un periodo de prueba de dos años para todos los afiliados tras el 30 de enero de 1933, una medida antes no contemplada en el reglamento del NSDAP.
La dirección del partido tradujo el recelo en cierre. Entre mayo de 1933 y 1937 no fue posible la afiliación, bien que con algunas excepciones reseñables: los miembros de las Juventudes Hitlerianas con una hoja de servicios intachable al movimiento y con 18 años cumplidos, los integrantes de la Organización Nacionalsocialista de Células de Empresa (NSBO) y los miembros de las SA y las SS sí que pudieron presentar solicitudes de ingreso. La primera consecuencia del bloqueo fue una dramática disminución de los nuevos feligreses del partido totalitario: 28 000 en 1934, 163 000 en 1935 y 102 000 en 1936. Del total de estos ingresos, unos 50 000 (una sexta parte) eran menores de 21 años, lo cual contribuyó a la regeneración de la afiliación.
En mayo de 1937 el partido aflojó la mano de la afiliación, circunstancia de la que se aprovecharon unos 3 millones de personas, según las estimaciones del equipo de Falter: en un solo año el partido pasó de 2 670 000 a 5 630 000 afiliados. Los años siguientes el partido siguió incrementando sus filas a ritmo frenético, con 685 000 nuevos miembros en 1938 y 1 120 000 en 1940, hasta que en 1942 cerró otra vez las puertas, una vez más con la excepción hecha de miembros de las secciones juveniles nazis (masculina y, ahora, también femenina) y de soldados licenciados y condecorados de la Wehrmacht cuyos miembros, por principio, no podían afiliarse.
Una de las aportaciones del libro hace referencia a la motivación para la afiliación según el momento (en la fase de movimiento, o ya con el régimen establecido, con 1933 como punto de inflexión). No resulta novedosa en el cuerpo del saber sobre el nacionalsocialismo, pero sí el hecho de que venga acompañada de una sólida base empírica en su auxilio, y discurre en los términos siguientes. Hasta su acceso al poder, el partido se nutrió de una «minoría histórica» de «viejos combatientes» (entiéndase «viejos» como nazis de primera hora, no necesariamente de edad), curtidos en el «periodo de lucha» republicano, creyentes fieles en la cosmovisión racial nazi de matriz darwinista, en el antisemitismo eliminatorio, en el culto al Führer, en el antiparlamentarismo y en el ultranacionalismo. Los autores aventuran la cifra de entre 600 000 y 800 000 fervientes nazis entre la afiliación de esos años, con el siguiente perfil: varones en su inmensa mayoría (las afiliadas suponían en estos momentos entre el 5 y el 8 % del total), casi todos jóvenes (la muestra habla de un 98,4 % de menores de 29 años), solteros, con puestos de trabajo de baja cualificación y remuneración, cuando no parados, que residían en localidades de menos de 5000 habitantes de zonas protestantes dominadas por partidos conservadores y nacionalistas. A este último respecto, referido en la literatura especializada como el «confesionalismo político», la muestra con la que trabajan Falter y sus colaboradores/as revela que un 49 % de los afiliados procedían de entornos protestantes con arraigo de partidos burgueses nacionalistas (entornos que representaban un 37 % del total del país); en cambio, solo un 22 % de los afiliados venían de zonas dominadas por partidos católicos (el Zentrum y un partido conservador de ámbito bávaro), frente a un 30 % del país. Los entornos dominados por partidos obreros (socialdemócratas y comunistas) también arrojaban cifras más bajas de afiliados al NSDAP de los que le correspondería por su peso poblacional. A partir de las elecciones de septiembre de 1930, cuando el partido se alzó con el 18 % de los votos, pero sobre todo después del ascenso de Hitler al poder a principios de 1933, se produjo una avalancha de nuevos ingresos quintaesenciados en los «caídos de marzo» ya mencionados. En términos de edad, estos advenedizos eran algo mayores que los nazis de primera hora: la mitad de los vinculados al NSDAP después de 1933 tenían más de 40 años, y solo un despreciable (en términos estadísticos) 0,1 % de ellos tenían entre 17 y 20 años; en consecuencia, entre ellos predominaban los varones con responsabilidades familiares y ocupación laboral, sobre todo en el sector público, en particular funcionarios y maestros. A partir de 1938, el porcentaje de mujeres entre los nuevos afiliados se disparó, oscilando entre el 16 % de los nuevos ingresos en 1938, y el 37 % en 1944, entre otras razones (además de porque a partir de 1937 el partido se esforzó por feminizar la base del partido) porque durante los años de prohibición generalizada de nuevos ingresos en el partido uno de los pocos grupos que disfrutaron de las puertas abiertas fueron las activistas de la Liga de Muchachas Alemanas (Bund Deutscher Mädel). En esta oleada de ingresos, la divisoria por zonas del país con arraigo protestante, católico y obrero, que antes había marcado diferencias en el potencial nazi de reclutamiento a sus filas, dejó de ser determinante. Durante la República de Weimar, católicos y obreros se enfrentaban a sanciones sociales si se vinculaban al partido nazi; a partir de 1933 este tipo de control pierde fuerza. Si antes de 1933 la etiqueta que mejor describe a la militancia del NSDAP es la de «jóvenes luchadores» (la edad media de los miembros del partido hasta 1933 era de 30 años), a partir de 1933 quienes dominarán el panorama serán los «viejos oportunistas» (que de promedio tenían 45 años).
En lo que constituye una novedad de la investigación, los autores identifican a una categoría de militantes sobre la que hasta ahora apenas había datos. Se trata de los solicitantes de baja en el NSDAP. Sus cifras trascienden lo anecdótico: entre 1925 y 1945 alrededor de 760 000 afiliados optaron por abandonar el partido, un 8 % de todos los que alguna vez llegaron a integrar sus filas. Un 40 % de los afiliados antes de 1933 acabaron dejando el partido, de forma desproporcionada obreros, decepcionados en cualquier caso por el rumbo que estaba tomando el partido, de forma habitual entre uno y tres años después del momento de su afiliación. La motivación para la baja, el desencanto con la institucionalización del movimiento, es una deducción que resulta plausible, pero no una afirmación que los autores puedan aventurar a partir de datos fehacientes, por la sencilla razón de que no hay evidencia empírica que permita apuntalarla. Hasta el advenimiento del régimen nazi los costes de la desafección eran bajos; a partir del establecimiento del régimen nazi, la baja del partido (que se siguió produciendo, en general entre los camisas pardas del periodo republicano) constituía una muestra inequívoca de disidencia, con los riesgos y sanciones potenciales que ello pudiera acarrear, en el plano profesional, sin ir más lejos. Entre los oportunistas afiliados a partir de 1933 apenas si se habrían producido bajas, según los datos de Falter y colaboradores. De forma excepcional, en 1934 las bajas (un total de 127 000) superaron ampliamente a las altas (28 000), registrándose por primera y única vez en la historia del partido un saldo negativo. Con todo, unos 200 000 de quienes presentaron su baja se volvieron a afiliar con posterioridad. A lo largo de la historia del partido se resolvieron asimismo unas 70 000 expulsiones, que no respondieron a limpiezas internas (como sí hubo en la URSS), sino a impagos de las cuotas o a la poca convicción en la defensa del ideario nazi, así como unas 460 000 bajas por defunción (muertes en el frente, víctimas de bombardeos y muerte natural).
El libro de Falter representa un avance sustancial en el conocimiento de la organización que articuló al movimiento nazi desde su incepción tras la Primera Guerra Mundial hasta su colapso definitivo en 1945. Nos permite conocer mucho mejor quiénes y cuántas personas se integraron al NSDAP y por qué, pero también cuántos se sintieron decepcionados por la institucionalización del movimiento hasta el punto de abandonar el partido. El libro ofrece además varios capítulos teóricos y metodológicos, que dan cuenta de aspectos como, por ejemplo, las razones de la vinculación y desafección partidaria o el estado de la cuestión de sobre la afiliación al NSDAP, así como varios estudios regionales que cubren aspectos más específicos. Algunas reiteraciones que acompañan el trabajo y que habrían sido merecedoras de un mayor esfuerzo de edición no llegan a ensombrecer unos resultados que suponen un avance sustancial en el conocimiento del movimiento y régimen nazis a través de su principal instrumento, el NSDAP.