RESUMEN
Investigando la intervención política de las asociaciones de masas de mujeres en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, y privilegiando materiales de prensa, archivos y memorias, este artículo se centrará en los primeros diez años posteriores al conflicto, cuando tuvieron lugar la consecución del sufragio, el desarrollo de asociaciones de masas y el nacimiento de la República. En este contexto, se estudiarán las formas y canales de transmisión de la tradición propia por parte de asociaciones de diferentes orientaciones políticas. A través del análisis de publicaciones (incluidos artículos de prensa) dedicadas a figuras individuales activas en la esfera pública (intelectuales, política) o hechos históricos, el objetivo es arrojar luz sobre la restitución colectiva e individual de una experiencia política. En este marco, se profundizará en la relación entre generaciones y se prestará atención a las diferentes declinaciones de la memoria (colectiva e individual), con el objetivo de identificar analogías y rupturas en la elección de estrategias narrativas, en modelos de género, en los valores propuestos tanto en el trabajo de la pedagogía política como en los escritos autonarrativos. Un estudio en profundidad de estos aspectos puede constituir un terreno fértil de análisis para estudiar las relaciones intergeneracionales y la posible construcción de una genealogía femenina, su solidez y su posible fragilidad.
Palabras clave: Italia republicana; movimientos de mujeres; generaciones; memorias; genealogía femenina.
ABSTRACT
Investigating the political intervention of mass women’s associations in the period following the Second World War, and favoring press materials, archives, memoirs, attention will focus on the first ten years after the Second World War, which see the affirmation of suffrage, the development of mass associations and the birth of the Republic. In the context of this periodization, the forms and channels of transmission of one’s own tradition by associations of different political orientations will be considered. Through the research and analysis of publications (including press articles) dedicated to single figures active in the public sphere (intellectuals, politicians) or to historical events, documentary exhibitions, the intention is to shed light on the collective and individual restitution of a political experience. In this frame, the relationship between generations will be explored and attention will be paid to the different declinations of memory (collective and individual), with the aim of identifying analogies and caesuras in the choice of narrative strategies, in genre models, in the values proposed both in work of political pedagogy and from self-narrative writings. The deepening of these aspects can constitute a fruitful area of analysis for studying intergenerational relationships and the possible construction of a female genealogy, its solidity and its possible fragility.
Keywords: Republican Italy; women’s movements; generations; memories; female genealogy.
Honorables colegas, muchos de ustedes son distinguidos juristas y yo no, pero conozco la historia. En 1789 se proclamaron solemnemente en Francia los derechos del hombre y del ciudadano, y las constituciones de otros países se unieron a esa proclamación, que, en la práctica, era solo platónica, porque solo se considera ciudadano al hombre con pantalones, y no a las mujeres, aunque hoy en día la moda les permite llevar pantalones.
Lina Merlin
La extensión del sufragio a las mujeres, la reactivación del debate político sobre la emancipación y la consolidación de asociaciones femeninas de masas fueron algunas de las principales novedades del periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial en Italia. La intervención en este panorama cambiante exigió la definición de proyectos políticos concretos y de canales e instrumentos coherentes para su circulación. La Unión de Mujeres Italianas (UDI), de matriz socialcomunista, y el Centro Italiano de Mujeres (CIF), expresión de las fuerzas católicas, fueron las dos organizaciones de masas protagonistas de la segunda postguerra[2]. La primera nació en Roma, en septiembre de 1944, y puede ser considerada parte del proyecto de Togliatti del «partido nuevo», anunciado en la primavera de aquel año. La UDI se presentó como un espacio unitario de mujeres de diferentes afiliaciones. De hecho, al menos hasta 1947-1948, en el seno de la organización participaron socialistas, militantes del Partito d’Azione, republicanas y algunas liberales, aunque destacó el predominio decisivo de las comunistas. En el otoño de 1944, en Roma, las católicas, conscientes de la hegemonía comunista en la UDI, rechazaron la invitación a unirse a la organización y, a propuesta de María Rimoldi, presidenta la Unión de Mujeres de Acción Católica, dieron los primeros pasos para la fundación del Centro Italiano de Mujeres, una organización de tipo federativo que pretendía coordinar las iniciativas promovidas por las asociaciones católicas femeninas ya existentes. No es este el lugar para detenerme en las complejas y articuladas relaciones entre las dos organizaciones y los partidos políticos de referencia, es decir, el PCI y el PSI para la UDI y la DC para el CIF, pero merece la pena subrayar la capacidad de ambas para movilizar consensos electorales. La UDI y la CIF fueron visibles a escala nacional e internacional, ambas interesadas en adoptar los instrumentos adecuados para garantizar su visibilidad[3].
Prensa, carteles, escuelas de formación, mítines y conferencias, viajes, actividades recreativas y de ocio, y actos culturales constituyen el conjunto de elementos desarrollados para definir una pedagogía política destinada a canalizar el consenso, reforzar la conciencia femenina y formar a la ciudadanía de la nueva Italia republicana y democrática. El arraigo de la UDI y de la CIF, de hecho, debe atribuirse a una organización capilar, eficaz y estructurada en el territorio, en el caso de la CIF reforzada por la red de parroquias, al compromiso, en muchos casos entrega, de las dirigentes y de la base, y a la definición de un aparato litúrgico compuesto por símbolos y mitos atractivos. Ambas organizaciones definieron lenguajes y señas de identidad para recordar un universo de valores de referencia, suscitar emociones, alimentar un sentimiento común: banderas, insignias, flores, colores, encuentros lúdicos y recreativos. Estas actividades se multiplicaron ya en la inmediata posguerra, contribuyendo al fomento de una «política festiva»[4] que encontró su momento clave en el Día de Santa Catalina, celebrado el 29 de abril, al menos hasta los años setenta, como alternativa a la muy laica fecha del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.
En esta labor de construcción de un nuevo imaginario político, la UDI, influida por las opciones y formas organizativas de los partidos de izquierda, encontró un instrumento válido y adecuado en la revista Noi donne. Su formato híbrido, a medio camino entre órgano político y magazín, favoreció la difusión de mensajes planos pero eficaces, acompañados de imágenes que hacían más concreto y veraz el contenido[5]. El CIF, por su parte, se dotó de órganos de prensa diferentes a los de su antagonista y funcionales para la circulación interna de la información entre la dirección y las periferias, entre la sede y los círculos locales dispersos por el territorio. Apoyaba al CIF en materia de comunicación Donne d’Italia, órgano del movimiento femenino de la Democracia Cristiana, publicado desde abril de 1950. No obstante, en grados y momentos diferentes, las mujeres laicas y las católicas captaron el potencial de la memoria histórica y, más tarde, de la memoria individual, tanto para la transmisión del mensaje político en la sociedad como para la construcción de una genealogía femenina, como base de legitimación política y garantía del paso del testigo de una generación a otra, que constituye el objetivo fundamental de este artículo.
Conviene subrayar, sin embargo, que fueron sobre todo las fuerzas de izquierda las que dedicaron especial atención a estas cuestiones, recurriendo a diferentes formas de autorrepresentación, que van desde la valoración de la memoria hasta la producción de memorias y autobiografías. Las razones de esta diferente orientación son múltiples y en gran medida aún por investigar, pero merece la pena avanzar, si no hipótesis interpretativas consumadas, al menos algunas reflexiones al respecto.
Respecto a la dimensión conmemorativa y simbólica más general, la tradición femenina católica disponía de un aparato litúrgico vasto y experimentado, además de arraigado, y el CIF se basó en él, desde la alusión recurrente a santa Catalina hasta la propuesta de otros modelos, como María y Marta. En cambio, el retraso y las debilidades de la producción memorialística y autobiográfica pueden leerse en el marco del sistema de valores compartido en el mundo católico y remontarse al sentido de pertenencia a la comunidad que prevalece sobre la individualidad, lo que conduce a una especie de mortificación de la subjetividad más que a su revalorización, rasgo presente en cambio en las culturas protestantes[6], un diseño intrínseco en la autonarrativa cuya característica principal consiste en un «relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, cuando pone el acento en su vida individual, en particular en la historia de su personalidad», es decir, el sujeto narra su propia experiencia centrándose en la existencia de un «yo único e irrepetible»[7].
Las mujeres católicas se vieron, por tanto, lastradas por la hegemonía de la izquierda en la construcción de la memoria, incluso durante la década de 1970, la fase del descubrimiento femenino en la historia, cuando muchas eruditas militantes fueron en busca de antepasadas para denunciar la opresión y potenciar sujetos que pudieran legitimar las orientaciones del presente. Las católicas tenían posiciones alejadas del radicalismo feminista y no se adecuaban a esta legitimación. Se trata, sin embargo, de posibles criterios interpretativos a explorar a la luz de un examen riguroso de las fuentes, de su lugar en el contexto de producción y del sujeto proponente, a enmarcar en el contexto más amplio de la historia de los movimientos femeninos católicos después de la Segunda Guerra Mundial, con atención tanto a la elaboración política y en las instituciones como a los aspectos organizativos y propagandísticos, cuestiones y procesos sobre los que aún nos queda mucho terreno por desbrozar.
Bianca me regaló un libro sobre el voto femenino que repasa toda la historia del movimiento sufragista. Es un libro antiguo y no trata temas de actualidad; pero a veces me avergüenzo, ocupándome tanto de temas femeninos, de ser tan ignorante de todo el movimiento. Y siento la necesidad de compensar, aunque sea parcialmente, mi ignorancia[8].
Son palabras de Ada Prospero Marchesini Gobetti, partisana, dirigente del Partito d’Azione, teniente de alcalde de Turín tras la Liberación y autora de una de las primeras memorias sobre la Resistencia[9]. Sus preocupaciones fueron compartidas por otras dirigentes, laicas y católicas, conscientes del déficit de memoria histórica sobre la participación social y civil de las mujeres. Con el doble objetivo de sensibilizar a las italianas sobre el tema y ofrecer fuentes de inspiración, intervinieron sobre una memoria opaca y excluyente. Se desplegó una galería de retratos, una especie de panteón destinado a conferir autoridad a las antepasadas, despertar admiración y emulación, fomentar la participación y proponer un nuevo modelo que girase en torno a la conciliación de la maternidad y las virtudes cívicas, las esferas privada y pública, la tradición y el cambio.
En la efervescencia política y cultural posterior a la Liberación, los testimonios de aquella época pasada, preocupados por establecer una línea de continuidad entre el pasado y el presente, elaboraron una lección de historia para las mujeres. Anna Franchi, socialista, fue la responsable de la publicación en 1946 de Cose d’ieri dette alle donne d’oggi, sobre la historia del feminismo italiano[10]. Se trataba de un pequeño volumen de un centenar de páginas destinado a recomponer, en el marco de las coordenadas del pensamiento socialista y de la memoria personal, la historia de los movimientos femeninos. En su escrito, Franchi hizo referencia explícita a su propia experiencia militante mientras retazos de memoria fluían de la narración, con nombres de mujeres, fechas, asociaciones que habían visto a maestras de escuela, oficinistas y obreras de fábrica aliarse para garantizar «a todas las mujeres todos los derechos»[11]. Recordó las principales huelgas de obreras de finales del siglo xix, la movilización por el sufragio y el divorcio, las protagonistas más destacadas, el papel de las organizaciones. Se enumeraron las actividades asistenciales llevadas a cabo entre los siglos xix y xx, hasta el generoso impulso en favor del frente interno durante la Gran Guerra.
Lo más interesante de este librito no son tanto los hechos narrados como el objetivo que la autora declara explícitamente, el de garantizar a las jóvenes generaciones la memoria y el conocimiento del pasado italiano:
Por lo tanto, las mujeres de hoy tendrán que, con orgullosa humildad (perdón por la paradoja), buscar la obra que sus hermanas hicieron en más de cuarenta años de duro trabajo y completar el paciente edificio de amor que fue más allá de las barreras políticas, hacia la construcción de un huracán que no destruyó, sino que solo trastornó.
Las mujeres tendrán que construir, encontrar las partes desconectadas, reunirlas. La ayuda espiritual de quienes inspiraron tal vez la hermosa insurrección de 1945 les ayudará en su labor[12].
Entre 1944 y 1945, las católicas iniciaron también una recuperación de la tradición femenina, dedicaron conferencias a «la historia del voto femenino en los diversos Estados del mundo y los beneficios obtenidos»[13], en las que participaron Giuseppina Novi Scanni, partidaria del sufragio desde su inscripción en el Partido Popular en 1919, y la joven Bianca Maria Chiri. Para las integrantes del CIF, muchas procedentes de la Unión de Mujeres Católicas de Italia o de la Juventud Católica, la galería de figuras a las que recurrir estaba repleta de mujeres animadas por un apasionado impulso de reforma cristiana. Basta recordar la popularidad de Armida Barelli, propagandista incansable, presidenta de la Juventud Femenina desde sus orígenes, a partir de 1918, la «hermana mayor» de las jóvenes de Acción Católica, «su inspiradora y protectora»[14]. La inspiración para el compromiso social y político encontró encarnación en Catalina de Siena, y no fue casualidad que la publicación periódica de la asociación, el Boletín, reprodujera las palabras de la santa en su epígrafe: «Si sois lo que debéis ser, incendiaréis toda Italia», con una llamada al ardor y a la pasión civil que expresaba una clara predisposición a la presencia en la esfera pública. Patrona de Italia, conocida por los italianos, Catalina de Siena ocupó un lugar destacado, tanto en los programas de formación como en las celebraciones propuestas por el CIF.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el modelo católico presentaba facetas interesantes que revelaban nuevas exigencias y necesidades. En efecto, si por un lado se ponían de relieve las virtudes domésticas y la maternidad, por otro se consolidaba «una imagen fuerte y apasionada de la mujer», que presentaba diferencias con la imagen más tradicional de esposa y madre. En el transcurso de los años cincuenta, el recurso al pasado fue menos tímido y, sobre todo entre 1952 y 1954, se orientó hacia la resistencia al nazifascismo, aunque, a pesar de la participación de muchas representantes del CIF y de la Democracia Cristiana en la lucha partisana —baste citar, entre los ejemplos más conocidos, a Laura Bianchini, Ida D’Este, Tina Anselmi[15]—, la Resistencia femenina aparece un tanto difuminada en el mundo católico. Conviene recordar, sin embargo, que si la prensa mostró cierta cautela respecto a la participación femenina en la Resistencia, no fue esta la orientación de varias mujeres democristianas, empezando por Angela Guidi Cingolani, que elegida para el Consejo Nacional, dijo en la Cámara: «Sin embargo, nos contentamos con entrar en la crónica, esperando, a través de nuestras obras, ser recordadas en la historia del segundo Risorgimento de nuestro país»[16]. Probablemente en la escasa valoración de la Resistencia femenina influyó la orientación de la DC, que hizo una revisión moderada del bienio 1943-1945[17]. Sin embargo, cabe mencionar que durante las celebraciones del 20.º aniversario del voto femenino se recordó el papel de las resistentes.
Las laicas, por su parte, publicaron diversos artículos sobre las partisanas y, ya en 1948, celebraron la primera asamblea nacional sobre esta experiencia, con la participación de conocidas dirigentes y —como señaló el escritor Italo Calvino en un relato— «campesinas con mantones negros, rostros suaves de buenas amas de casa, rostros decididos de obreras de fábrica, viejecitas vestidas de negro con sombrero, velo y una piel de zorro un poco desmejorada al cuello, partisanas con curiosos uniformes mitad militares y mitad de esquiadoras»[18].
En la recuperación de la experiencia política pasada, destacó el proyecto de Noi donne, para el que la biografía parecía emerger como un dispositivo válido para sentar las bases de una memoria integral de las mujeres, sin ahogarlas en el gran magma de lo universal, apto, además, por su maleabilidad en el plano pedagógico, para permitir a las lectoras «inscribirse en la historia» en un momento en que los hombres las habían expulsado[19]. La publicación de semblanzas de ilustres protagonistas femeninas, cuya existencia se había transmitido a lo largo de coordenadas fieles a la imagen femenina habitual, se entretejió con nuevas tramas.
Coincidiendo con la campaña prosufragio, que se inició en octubre de 1944 y se prolongó hasta la consecución de ese derecho, presentó una columna sobre las luchas por la paz y sobre la consecución del derecho al voto en distintos países[20]. Esta labor informativa continuó tras la promulgación del decreto Bonomi de 1 de febrero de 1945, que aprobó el sufragio femenino. Incluso, algunos artículos se convirtieron en una especie de escenario dentro del cual medir la equidad de ese derecho, cuya historia se remontaba a Olympe De Gouges, fluía a través del tiempo, entroncaba con el compromiso político de las feministas socialistas activas entre los siglos xix y xx, como Linda Malnati y Rosa Genoni, hasta unirse a través de un ideal fil rouge a Maria Maddalena Rossi, presidenta de la UDI. Las diferencias de puntos de vista y posiciones, las rupturas y fracturas permanecían en la sombra. La genealogía era una herramienta eficaz para la legitimación en la escena pública de las nuevas fuerzas femeninas y para la fundamentación de la tradición. En este marco, hizo su aparición un personaje aún desconocido para la mayoría de las lectoras, el de la «decana» del feminismo italiano: «Anna Maria Mozzoni aportó a la Liga de Mujeres la misma claridad de visión que había sugerido aquel programa. La causa de todas las guerras modernas había que buscarla en ese mismo capitalismo que obligaba a los trabajadores a jornadas agotadoras y salarios de hambre»[21].
Un momento significativo en el renacimiento de las luchas feministas fue la celebración del décimo aniversario del voto, en 1955. La UDI conmemoró la efeméride proponiendo una serie de testimonios, entre ellos el de Teresita Sandewsky Scelba, quien destacó el valor de aquella conquista y, retomando un tema central en su largo compromiso, la importancia de la alianza entre distintas filiaciones y orientaciones, una unidad interpartidaria que había contribuido al logro del objetivo[22]. Posiciones similares fueron expresadas por Josette Lupinacci, responsable del movimiento de mujeres liberales: «Ya no nos considerábamos solo aliadas, sino amigas»[23]. También en febrero de 1955, la escritora Anna Banti señaló el sufragio femenino como un momento de crecimiento político e individual y reclamaba:
Entre tantas conmemoraciones que nuestros sordos y confusos tiempos proponen celebrar, era de esperar que este año todas las mujeres italianas (más de la mitad de nuestra población) se hubieran puesto de acuerdo para conmemorar con legítima satisfacción el décimo aniversario de su entrada en la vida política nacional. Puede que las veinteañeras no les hayan hecho caso, tenían diez años en el 45, eran niñas y aún estaban conmocionadas por la guerra. Pero sus madres y hermanas mayores no pueden haber olvidado el día en que por primera vez llegó a su nombre la tarjeta del censo electoral; y aquel otro día en que, encerradas y defendidas por los muros de la jaula, tuvieron el derecho y, sobre todo, el deber de expresar una opinión política que ni padre ni marido ni hermanos podían imponer a su libre conciencia[24].
Junto a los testimonios, se ofrecían crónicas de aquellos días con referencias a las principales elecciones e hitos, y enlazando idealmente el pasado cercano con el lejano, se unía en una cadena ideal a las mujeres del presente con las primeras feministas, se citaban sus nombres, insultos y derrotas sufridas[25]. También con motivo del décimo aniversario, La voce della donna, órgano de prensa del Consejo Nacional de Mujeres, expresión de la UDI, publicó un dossier sobre los logros legislativos y sociales conseguidos durante la década y anunció un gran encuentro para enero[26]. En enero del año siguiente, de hecho, se celebró la Asamblea Nacional de Mujeres Votantes para conmemorar el aniversario y, para la ocasión, se eligió un almendro, imagen de primavera y renacimiento[27]. Eleonora Fonseca Pimentel, patriota del Risorgimento, elevada a madre de la redención femenina, acompañó el acto. Su retrato, impreso en panfletos editados para la ocasión, circuló de mano en mano[28] junto con otras publicaciones. El «cierre solemne» de los trabajos se celebró en el cine Teatro Adriano de Roma, donde se reunieron mujeres representantes de instituciones nacionales y locales de toda Italia, precedidas por las intervenciones de Maria Maddalena Rossi y otras personalidades[29]. La asamblea fue una oportunidad para «un grandioso balance de la acción en favor de las mujeres, las familias y los niños italianos», que había visto la construcción de servicios en espacios locales y a las diputadas luchar por los derechos[30].
Por su parte, el CIF, confiriendo solemnidad a la ocasión, anunció celebraciones que coincidirían con el Día de la Mujer Cristiana y el décimo aniversario del nacimiento de la asociación: «Una serie de eventos, incluido el próximo Congreso Nacional, que como saben tendrá lugar en abril en Siena, culminará el Día de la Mujer Cristiana con grandes asambleas en toda Italia»[31]. Maria Federici intervino en Cronache e hizo una concisa referencia al pasado: «Conocemos con cierta exactitud los valores de la vida política antes de 1945, y por ello destacamos los derechos de esas poquísimas mujeres que, individualmente o en sus propias organizaciones, se muestran en la vanguardia de movimientos que antes de la guerra parecían utópicos y mucho más dignos de una fácil caricatura que de una consideración opuesta»[32]. Pero la líder parecía más interesada en el futuro y en los próximos pasos que debían cumplirse para alcanzar la igualdad.
Las celebraciones y los aniversarios se convirtieron en ocasiones importantes para afirmar la continuidad de la acción de las mujeres en la historia, para ilustrar una comunidad de intenciones con sus antepasadas, reconociendo al mismo tiempo los cambios producidos. Es esta cadena femenina la que ofrece un sustrato de valores a las militantes y una mayor conciencia de los progresos realizados, para proponer modelos femeninos alejados de la imagen tradicional de la fragilidad femenina y captar las múltiples facetas que cada biografía puede ofrecer.
En el centenario de 1848, la celebración de la Primera Guerra de la Independencia y la concesión del Statuto Albertino, se nombró un Comité General especial encargado de la conmemoración[33]. En los últimos meses de 1947, la UDI, captando la relevancia de los actos, trató de insertarse en los programas nacionales para evitar la exclusión de las mujeres de la «marcha [realizada] por la Nación en los últimos cien años»[34] y adoptó algunas iniciativas en este sentido[35], haciendo uso de las habilidades profesionales de periodistas y el conocimiento de algunas intelectuales. Es el caso de estudiosas como Dina Bertoni Jovine y Franca Pieroni Bortolotti, pedagoga la primera, historiadora la segunda; de autoras cultas que escribieron los primeros relatos sobre los movimientos y la condición femenina, como Camilla Ravera e Ines Pisoni Cerlesi[36]; de Pia Carena Leonetti, militante del Partito Comunista d’Italia (Pcd’I) desde 1921, atenta a la dimensión histórica, como confirman las notas encontradas en su estudio «sobre la figura emblemática y anticipadora de Flora Tristán» y un texto sobre Cristina di Belgioioso[37]; de Tullia Romagnoli Carrettoni, socialista, culta y hábil en la comunicación[38], o de Maria Antonietta Macciocchi, escritora y periodista, editora de Noi donne, quien en los años noventa se dedicó a la investigación y publicó una interesante autobiografía[39].
Desde la inmediata posguerra, en especial en la década de 1970, líderes y militantes políticas dieron lugar a un importante conjunto de escritos autonarrativos. Entre los factores que contribuyeron a esta producción puede mencionarse el surgimiento de los feminismos. «Fue en este ámbito donde, a través de la práctica de la autoconciencia, se afirmó la forma del relato de vida, el intento de crear un sujeto histórico a partir de la propia experiencia y de las condiciones cotidianas, y reivindicar así un doble derecho, el de “estar en la historia” y el de “tener una historia”»[40]. Las mujeres implicadas en política consideraban sus propias experiencias secundarias o incluso insignificantes, pero en los años setenta, las políticas y prácticas feministas exigieron la revalorización de la subjetividad. La explosión de la escritura autonarrativa (o de los testimonios orales) surgió de la «toma de la palabra» generalizada que siguió al feminismo, que elevó muchas vidas a la dignidad de «ser narradas»[41]; fue el reflejo de una nueva conciencia individual y colectiva: el acto de escribir (o en todo caso la elección de dejar testimonio) registra la voluntad de dar valor a una misma y a su experiencia precisamente haciéndola pública. El desarrollo de la historia social, con su apertura hacia «las bases» y «los vencidos», produjo ricas innovaciones en las que tuvo un impacto significativo la definición de metodologías precisas sobre la recogida y el uso de fuentes orales y, unos años más tarde, la valoración y el estudio de los escritos de la «gente común»[42]. También en la segunda mitad de la década de 1970, la historia de las mujeres legitimó la voz y el protagonismo de muchos testimonios. En las dos décadas siguientes, la intersección entre historia social e historia política, así como el interés sobre nuevos sujetos, atravesaron la historia de las mujeres y, aproximadamente una década después, la historia de género. Impulsadas por el deseo de recuperar su memoria y la voluntad de afirmar su identidad, interpeladas por los nuevos feminismos, especialmente aquellas que habían pertenecido a movimientos de mujeres de izquierda, contaron sus historias e intensificaron la publicación de testimonios. Este fenómeno está especialmente desarrollado en el ámbito comunista, también en virtud de la práctica biográfica generalizada en el PCI desde sus orígenes, solicitada a la militancia al inscribirse o participar en las escuelas de formación de cuadros dirigentes[43].
La decisión de dedicar las páginas que siguen a las autonarraciones de dos generaciones de comunistas italianas no debe leerse exclusivamente en relación con dicha abundancia y, a la inversa, con la frágil producción memorialística de mujeres pertenecientes a otras familias políticas, sino que obedece a razones metodológicas. El análisis y la interpretación de las fuentes autonarrativas requieren metodologías precisas, definidas con la ayuda de especialistas de diferentes diciplinas que participaron en un amplio debate científico que también implicó a la historiografía italiana. Se prestó atención a la biografía del sujeto productor, al contexto de producción y a la finalidad de cada uno de los escritos. A la luz de estas sólidas enseñanzas metodológicas, se han recopilado e identificado una serie de escritos de dirigentes comunistas activas desde los orígenes del partido, es decir, desde principios de los años veinte hasta el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, con la intención de subrayar las continuidades y rupturas presentes en dicho contexto de producción.
Linealidad y continuidad son los puntos de apoyo en torno a los cuales gira la autorrepresentación comunista, que convierte la coherencia y la dedicación en principios ordenadores de la enseñanza orientada a las nuevas generaciones. En los primeros relatos, la militancia se despliega a lo largo de una línea recta no exenta de dificultades y tropiezos, pero con un rasgo decisivo: personajes adaptados al mensaje pedagógico que se simplifica para llegar directamente a los destinatarios y ser coherente con una fe «que por definición no admitía el beneficio de la duda y otorgaba a la figura del líder una investidura incondicional»[44].
Ejemplar en este sentido es Perché i giovani sappiano, de Adele Bei. El volumen, como otras autobiografías, es solicitado por el partido y el propósito queda claro desde el título, el deseo de transmitir los valores del antifascismo a las nuevas generaciones, informándoles de los costes pagados por el régimen fascista por la represión sufrida, haciéndoles social y políticamente responsables. La escritura autonarrativa tiene un valor político y militante incluso en los casos en que la elección de narrar madura espontáneamente[45]. Nacida en la provincia de Pesaro en 1904, de familia modesta y de orientación socialista, Adele Bei abre la narración con 1923, año trágico para el Partido Comunista de Italia, golpeado por la represión de los escuadrones fascistas y de las fuerzas del orden hasta el agotamiento de sus recursos políticos y organizativos. Es el año en que se organiza una red clandestina paralela a la estructura que opera a la luz del día. Es en esta difícil coyuntura cuando entra en la red organizativa del partido, a la que «estaba vinculada» desde 1921[46]. Heroína en los años treinta, la joven campesina de Cantiano formó parte del Consejo Nacional en 1945, de la Asamblea Constituyente en 1946 y de la Cámara de Diputados en 1948; encarnaba gran valentía y excelentes dotes políticas, hasta el punto de formar parte del grupo dirigente del sindicato y las instituciones. Un ejemplo de rigor y honradez, pero también de ingenio, como confirma su capacidad para imponerse en la esfera pública[47].
En el ámbito comunista, sin embargo, el verdadero acontecimiento fue la publicación en 1955 de I giorni della nostra vita de Marina Sereni[48]. Modelo de la autobiografía femenina comunista e instrumento de difusión de códigos de conducta, el volumen fue calificado de auténtico best seller, en el que «se reafirma clara y explícitamente la imagen del individuo que —ontológicamente, se podría decir— pertenece a la dimensión supraindividual»[49]. Marina y el partido son uno en el otro, se compenetran perfectamente, ella puede así afrontar los momentos difíciles impuestos por la clandestinidad y encarnar la imagen de militante modelo dispuesta a renunciar a la dimensión privada. Estos supuestos tienden a anular todas las diferencias y a construir un sujeto homologado que adquiere una nueva identidad, la comunista, y tiene en el partido una nueva fuente de referencia[50]. En este contexto era difícil valorar las diferencias, incluidas las de género, lo que en parte explica los silencios y omisiones de al menos cincuenta años de ficción femenina comunista sobre los aspectos privados. En estas primeras obras, cuyas autoras son militantes desde los orígenes —las que sufrieron la represión fascista con la cárcel, la deportación y la emigración, que se sitúa aproximadamente entre la posguerra y la primera mitad de los años sesenta— la dimensión individual queda desdibujada. Las autoras resaltan con fuerza la dimensión colectiva, dejando en la sombra las elecciones personales, las emociones y la formación de la propia identidad. La autoglorificación les sigue siendo ajena, la historia se estructura en torno a un modelo marcado por la racionalidad, orientado al perfeccionismo y, en consecuencia, purgado de pasión, sinónimo de desorden. Orientaciones rastreables veinte años más tarde en el Diario di trent’anni de Camilla Ravera. Aunque el término diario en la época contemporánea se refiere a una escritura subjetiva, que tiene por objeto la vivencia existencial, bien definida bajo un aspecto formal, el libro de Camilla Ravera presenta una superposición de géneros, en la que es posible rastrear tanto las características de las memorias como las de la autobiografía[51]. Estos escritos, dada la singularidad de cada sujeto dotado de un yo propio e insustituible, presentan diferencias y están atravesados por numerosas coordenadas, pero presentan rasgos comunes.
En los años setenta, a pesar de los procesos de secularización de la sociedad italiana, las memorias del mundo comunista seguían caracterizándose por el objetivo educativo, aunque su incidencia variaba según los casos y, de acuerdo con las reglas del «pacto autobiográfico», esta intención se hacía explícita desde las primeras páginas: «Que mis modestas palabras sirvan», escribió Cesira Fiori, «junto con las de tantos otros antifascistas y combatientes, para recordar a los inconscientes y a los jóvenes la abominable tortura a la que nos condenó la despreciable tiranía fascista, y el largo sacrificio de los antifascistas, a quienes debemos que el pueblo italiano haya recuperado la dignidad y el honor ante el mundo»[52]. Por su parte, Emma Forconi dedicó el libro «A mi hija Gioia, a los jóvenes, para que amen la vida y trabajen para hacerla mejor»[53]. Estas breves declaraciones revelan la intención pedagógica y la conciencia del valor de la memoria.
En estas numerosas memorias destacan al menos dos modelos narrativos y pedagógicos diferentes que maduraron en el mismo momento de la historia de la Italia republicana, o más bien en el mismo contexto de producción, encarnados en los escritos de dos conocidas dirigentes del Partido Comunista Italiano: el caso ya mencionado de Camilla Ravera y el de Teresa Noce, publicados casi simultáneamente, en 1973 y 1974 respectivamente. Dos mujeres muy distintas, en las antípodas en muchos aspectos, diferentes en generación y clase social, nacida la primera en 1889 en el seno de una familia de clase media, maestra; nacida la segunda en el seno de una familia obrera pobre, trabajadora desde muy joven; diferentes en sus experiencias privadas y públicas. Sus memorias son en muchos aspectos reflejo de las continuidades y fracturas producidas durante los años setenta y ochenta en la autorrepresentación de la primera generación de mujeres comunistas, las militantes que vivieron durante los años de «hierro y fuego», sujetos con una larga tradición de compromiso en las instituciones, partidos y movimientos políticos, cambios visibles en la autorrepresentación de la segunda generación, formada durante los años del régimen fascista y la guerra, y activa en la Resistencia.
Cuando, en el transcurso de tu vida, te tomas un momento para volver atrás y mirar tu recorrido pasado, los recuerdos, sobre todo los más intensos y amargos, acaban por precipitarse sobre ti, hasta sumergir tu presencia real, no como hechos, como personas concretas, se abalanzan violentamente sobre ti, pero sin contornos, inexpresados, inexpresables, como una angustia sin atributos que aniquila el pensamiento. [...] Hasta que, de ese naufragio de inmensa memoria consigues salir, al encontrar el hilo que siempre ha sostenido tu vida, el hilo rojo [...] que ha guiado e iluminado mi larga milicia[54].
Este es un texto de Camilla Ravera, nacida en 1889 en Turín, socialista, fundadora del Partido Comunista de Italia en 1921, destacada exponente del antifascismo; tras la Segunda Guerra Mundial fue diputada y dirigente de la Unión de Mujeres Italianas (UDI). Apreciada y respetada, fue la primera mujer en recibir el nombramiento de senadora vitalicia de manos del presidente de la República, Sandro Pertini, con quien había compartido la experiencia del confinamiento policial en los años treinta. Fue también en esa etapa cuando disintió del partido en relación con el pacto Molotov-Ribbentropp de 1939, lo que le costó varios años de marginación. «Una vida para la política» podría ser el epígrafe de su biografía. El pasaje citado, escrito en una hoja suelta sin fecha, pero con toda probabilidad redactado cuando era anciana, una fase de la vida en la que la memoria adquiere profundidad y se abre al pasado, es solo una pequeña parte de la extensa producción editorial de la dirigente comunista, que escribió en distintas etapas de su existencia y en contextos históricos igualmente diferentes. Se dedicó a distintos géneros literarios, experimentando con diversas formas de escritura.
Debutó en las columnas de L’Ordine Nuovo, fundado por Antonio Gramsci, y en las de Compagna, la primera publicación periódica de propaganda comunista para mujeres, en cuya creación se dedicó con energía y pasión; siguió escribiendo artículos en la prensa después de la Segunda Guerra Mundial, tanto para Noi donne como para otras publicaciones del PCI; en 1955 publicó un volumen sobre la continuidad entre las mujeres del Risorgimento y las de la Resistencia; más de veinte años después, escribió una historia del movimiento de mujeres en Italia que le valió el premio Viareggio, en la que destacaba sus principales etapas y relacionaba estrechamente las luchas por la emancipación con las del movimiento obrero socialista y comunista[55]; en los años setenta, publicó sus memorias y después se dedicó a la creación literaria con una novela[56]. Si el panorama desde el punto de vista estilístico-formal es variado, es posible, por otra parte, identificar un denominador común en sus textos, lo que ella misma llama «el hilo rojo de la vida». La narración es lineal y coral al mismo tiempo; rara vez se detiene en la dimensión privada e individual[57]. Abarcando un arco temporal que va de la crisis de la Primera Guerra Mundial al nacimiento de la República, 1913-1943, con un tono sobrio y con una forma plana, la autora relata su compromiso político, respetando estrictamente la sucesión cronológica. La escritura compacta no deja lugar a tropiezos, todo está hábilmente medido y elude decepciones y derrotas. Como observó Aldo Agosti, «dio testimonio del papel que había desempeñado sin ningún atisbo recriminatorio o polémico»[58] y hay pocas menciones al aislamiento que ella y Umberto Terracini sufrieron en el confinamiento, a raíz de su oposición al pacto Molotov-Ribbentrop de agosto de 1939, un gesto que tuvo secuelas incluso en la posguerra, cuando la «culpa» siguió pesando y continuó la hostilidad de los militantes al nombramiento de Camilla en el grupo dirigente de la federación comunista de Turín. La adversidad se cuenta con calma, la racionalidad prevalece sobre las emociones, el flujo interior de la memoria, la dimensión humana, está subordinada a la histórico-política y la narración no conoce un desarrollo en sentido intimista. El modelo de Camilla, cuyo principio ordenador es la historia del partido, una historia coral y lineal, cuyos eslabones están unidos, precisamente, por el hilo rojo. Esta impronta reduce el protagonismo, dejando espacio a un relato coral[59], a la modestia. La narración está equilibrada y el tono es persuasivo. Se habla de la propia experiencia no tanto por su singularidad como por su sencillez, por su similitud con la de tantos otros seres humanos. Se excusa el autoengrandecimiento inherente a la escritura del yoy la connotación rebelde obedece a la opción política y a la toma de la palabra pública.
Un significado diferente adquiere Rivoluzionaria professionale, de Teresa Noce, un documento autobiográfico que, como las obras anteriores, sigue centrado en la denuncia y el orgullo de pertenencia, pero con otro modelo narrativo y con un formato pedagógico diferente. Y es este hecho el que lo hace ejemplar, el que lo convierte en una ocasión importante capaz de inyectar nuevos contenidos a la transmisión del mensaje político. La dirigente expresa su disidencia respecto al partido, valora su autonomía frente a un marco cultural de modelos tradicionales de género, exalta su propia carga rebelde. Frente a Ravera y otras autoras, ella supone una ruptura, poniendo en primer plano sus propias opciones. El mensaje, por tanto, va mucho más allá del respeto a las normas y la disciplina, temas en torno a los cuales gira la autorrepresentación comunista. Afirma su propia forma de ser. «Fea, pobre, comunista», con estas tres palabras Teresa Noce, nacida en Turín en 1900, abre su conocida autobiografía, verdadero hito de las memorias comunistas, publicada en una época fructífera para la visibilidad de los escritos de tantas mujeres, conocidas y menos conocidas, implicadas en la esfera política. Con ese arranque, la autora se posiciona entre la representación y la autorrepresentación, remite a los cánones de una imagen persistente, la de la «horrorosa», recuerda las negaciones, empezando por la familia de su marido, Luigi Longo, opuesta a su matrimonio[60]. Pero ella eligió ser una revolucionaria profesional. La construcción de una alteridad es central: Teresa Noce parece encarnar lo que no debe ser una mujer de éxito, ya que carece de virtudes físicas, no es femenina y, en consecuencia, es indeseable, y la pobreza acentúa la marginación. Además, se desenvuelve en un espacio connotado como masculino y vetado durante mucho tiempo al género femenino. Conocida entre sus camaradas como Madonna tempesta y Terrore bianco, Noce no se queda en un segundo plano, se sitúa irreverentemente más allá también por estas razones, no solo por el valor pedagógico de su fe política, porque su experiencia vital única merece ser narrada para ser reconocible y reconocida.
La elección del registro narrativo parece ser consciente; la autora, desde las primeras líneas del texto, subraya una originalidad incómoda y valora la elección política, su proyecto autobiográfico —no muy diferente del de otros y otras comunistas— se basa en un proceso coherente y lineal de construcción de la identidad política, cuyos orígenes se remontan a un pasado lejano, y se nutre de la pertenencia de clase, una especie de predestinación: «Una vida coherente la mía, siempre en la misma cuerda floja, desde que tenía diez años luchando por las mujeres trabajadoras»[61]. Sin embargo, Noce explica fracturas y discontinuidades, socava la linealidad y arroja luz sobre los procesos y las contradicciones, incluidas las generacionales. Esta ruptura se produce entre 1920 y 1921 con la creación de grupos de mujeres, órganos de reunión de fuerzas femeninas y de propaganda. Mujeres mayores y jóvenes participan en el debate, una diferencia que ya no concierne solo a un grupo de edad, sino a un grupo social portador de nuevas necesidades e identidades, de una nueva visión de la política. Una posición que emerge con mayor radicalidad que en el pasado, en el comienzo de la posguerra, marcado por fuertes tensiones y por la radicalización de la confrontación política: «La juventud se impone como sujeto histórico afirmando su deseo de cambio, su necesidad de acción, su energía y también su rechazo a las tradiciones»[62]. Caracteres observados y comentados por Antonio Gramsci a propósito del partido de los jóvenes, el Pcd’I, que había roto las ataduras del pasado[63]. También Teresa Noce pertenecía a esa «generación desilusionada con las viejas organizaciones obreras y en busca de nuevas respuestas en el contexto del radicalismo general surgido del conflicto bélico»[64]. Este era el trasfondo cultural de la veinteañera Noce, que se distanciaba de la generación anterior, ya fuera reformista o estuviera a punto de unirse al nuevo partido de la revolución[65].
Su testimonio es una síntesis eficaz de esa confluencia de malestar, rabia y esperanzas ampliamente presente en los barrios obreros de Turín, donde los jóvenes socialistas activos y dinámicos, pronto comunistas, quieren cambiar el mundo y confían en esa oportunidad, subestimando la crisis italiana e internacional. Estas orientaciones maduraron e intervinieron en el contexto de los orígenes y la afirmación del fascismo o la derrota del movimiento obrero y de las democracias. «Los partidos comunistas», observa Silvio Pons, «fueron hijos, al mismo tiempo, de una revolución victoriosa en Rusia, de un proyecto global y de una derrota histórica en Europa, que en Italia tuvo consecuencias extremas»[66]. Teresa Noce participó en este clima político, afiliándose en 1921 al partido que creía en una revolución mundial, compuesto por «pequeñas minorías cosmopolitas»[67].
A pesar de la originalidad inherente a toda escritura autonarrativa, estas memorias siguen hitos similares a las de otros dirigentes: clandestinidad, cárcel, emigración; pero, incluso en este caso, la autora hace referencia explícita a la dimensión privada y a la especificidad dada por la pertenencia de género. Estas cuestiones encuentran espacio en las páginas dedicadas a la prisión y la emigración y a sus efectos en la relación con sus hijos, del mismo modo que relata sin ocultarla la dolorosa separación de Luigi Longo, destacando el moralismo y la persistencia de modelos de género retrógrados en el PCI, así como su firme condena de este acto.
La decisión de pasar a la clandestinidad impone el desarraigo, los riesgos y los sacrificios, es un compromiso global con repercusiones específicas en las mujeres obligadas a vivir como una mortificación la experiencia maternal en un contexto que había asimilado en gran medida los prejuicios de género.
Teresa Noce dista mucho de estar exenta de estas dificultades, pero desafía obstinadamente la construcción de género que dicta la supuesta incompatibilidad de lo público y lo privado, optando por el matrimonio y la maternidad. De sus hijos la separarán las vicisitudes de la clandestinidad. La renuncia a la maternidad es para ella, como para toda una generación de comunistas antifascistas, el mayor coste pagado a la política. Maternità difficile es el título de un párrafo de un folleto biográfico que presenta su candidatura a la Asamblea Constituyente: «La maternidad no limita su trabajo», «sola en la miseria» se consagra a su primogénito, luego «se convierte en madre por segunda vez». En tono enfático, se alude a la pérdida de su segundo hijo, a la enfermedad y el dolor, pero Teresa es imbatible, «curada se lanza a la lucha con renovadas energías»[68]. Una representación basada en lo maternal, en plena consonancia con el modelo de líder comunista de posguerra, pero con una maternidad aséptica, depurada de afecto y emotividad, dimensión que Teresa Noce restituye, en cambio, en sus testimonios.
Las separaciones matrimoniales, un asunto considerado muy incómodo y una infracción de la moral comunista, se mantuvieron generalmente acalladas[69]. Teresa Noce rompió el silencio y denunció la persistencia de normas basadas en la discriminación de género. La suya es una reivindicación política y personal al mismo tiempo. No oculta la sorpresa y la humillación de enterarse por las páginas de Il Corriere della Sera, en 1953, de que su matrimonio había sido anulado por el Tribunal de San Marino; es perfectamente consciente de que la elección de Longo cuenta con el apoyo del partido, pero no se calla. Escribe una larga carta al periódico y después abandona el PCI, aunque mantiene sus cargos en el sindicato. La rabia por la injusticia sufrida, tan poco frecuente en las autobiografías de mujeres, está presente en el relato de Teresa y parece darle fuerzas para «decir yo» y distanciarse de los demás[70].
Rivoluzionaria professionale suscitó una gran atención, como demuestran sus ediciones y reimpresiones (en 1975 la segunda edición; la reimpresión de 1977 con la editorial Bompiani; en 2003 con Aurora, y en 2016 con Red Star Press), y pronto traspasó las fronteras italianas para ser traducida a varios idiomas. Sobre todo, «no deja indiferentes a sus camaradas de partido, hasta el punto de provocar su distanciamiento, pero fascina a un público más amplio», como confirman las cartas de una escuela de Monastir, en la provincia de Cagliari: «Los testimonios de las colegialas sardas son solo el último ejemplo de un público de lectores sencillos que aprecian la autobiografía como un vistazo a la vida de una mujer que, como escribió Elena, una niña de diez años, “supo hacer valer sus ideas”»[71]. Esta obra atrae a un público más allá de los límites del partido, pero, sobre todo, al representar, en muchos sentidos, una ruptura en la historia de la autobiografía comunista, puede considerarse una especie de hito fundacional para una nueva era.
No disponemos de datos específicos sobre la recepción de las memorias de Ravera y tampoco de las de Noce. Los datos recogidos son significativos pero insuficientes para esbozar los contornos y las posibles ramificaciones de su circulación, para comprender, por ejemplo, si llegaron y en qué medida a las jóvenes que nutrieron las manifestaciones feministas y los grupos de autoconciencia. La investigación está aún por realizar y, con toda probabilidad, su realización podría tropezar con serios obstáculos, empezando por la búsqueda de fuentes, aunque un censo de reseñas, presentaciones, volúmenes adquiridos por colectivos feministas y centros culturales podría ofrecer indicios interesantes. Si la cuestión de la circulación, diríamos de la fortuna, de las dos autoras queda por investigar, es, sin embargo, posible verificar, a partir del análisis de estas y otras memorias, el paso entre generaciones, indicando con esta categoría no el dato biológico, sino, como enseña Karl Mannheim, la definición a partir de experiencias comunes maduradas dentro de determinados procesos sociohistóricos, es decir, en ese espacio social, no solo temporal, dentro del cual las generaciones nacen y se suceden[72].
En este caso concreto, la transición entre generaciones de diferentes interpretaciones y visiones políticas se concreta en el trasvase de contenidos y reivindicaciones del neofeminismo, expresión —aunque resulte complejo encapsular las diferentes identidades en una sola generación[73]— de las jóvenes de los años 1968 y 1970, a las dos primeras generaciones de mujeres de izquierda. Las biografías y autobiografías ofrecen la medida de este trasvase de instancias y culturas políticas y permiten aflorar temas apreciados por el nuevo feminismo, del que son portadoras las nuevas generaciones, y que hasta entonces habían sido silenciados[74].
La recuperación de una memoria y una identidad femeninas largo tiempo muertas surge de la autobiografía de Teresa Noce, de su relato del moralismo y del antifeminismo extendidos en el partido, mientras que Giulia Nocchi se refirió a la doble moral imperante en el PCI posterior a la Segunda Guerra Mundial[75].
Se rompen silencios, se da voz a las injusticias sufridas también por la pertenencia de clase, a las dificultades para gestionar la maternidad y una militancia absorbente en los años cincuenta[76]. Silencios que produjeron importantes retrasos en, por ejemplo, la conquista de los derechos civiles.
En el transcurso de la década de 1970, diversos escritos trazaron el canon comunista tradicional basado en la pertenencia al partido y en el compromiso en la esfera pública en detrimento del universo privado y afectivo, sobre un decidido comportamiento de fe[77]. Pero junto a ellas, irrumpen nuevas narrativas de militancia y elección, de las que surge la cultura de la liberación elaborada y difundida por el feminismo. Estos cambios se remontan a la nueva conciencia sobre la opresión y la igualdad de género, la moral sexual y el cuerpo, y la libre expresión de la subjetividad.
En la relación entre generaciones, al menos en este caso concreto, la transmisión parece moverse en sentido inverso, de abajo hacia arriba. Las jóvenes, con su impugnación de la izquierda histórica, su crítica a las «camaradas» que luchan por la emancipación como vía de homologación al modelo masculino, instan a la defensa de sí mismas y de sus propias opciones, pero también arrojan luz sobre las contradicciones de la tradición marxista. La crítica y el debate incitan a la reflexión, pero asimismo provocan una confrontación política. Entre la generación de los años setenta y las anteriores hay un vacío. Vania Chiurlotto, dirigente de la UDI y feminista[78], ha descrito bien la atmósfera de desconfianza, que en ese contexto es política y generacional. Estas distancias, en mi opinión, se acortan precisamente a través de la autorreflexión. La práctica de la autoconciencia, con la valoración de la autonarración como acto y práctica política, obliga a ampliar el perímetro del pequeño grupo a zonas más amplias y afecta también la trama de la narración comunista. Se convierte en la herramienta para deconstruir viejos modelos e imperativos, para desmitificar construcciones estereotipadas y sustituirlas por una conciencia femenina renovada. Partir de sí misma y narrarse apuntan así a una resignificación de la pertenencia de género.
El «derecho a la autobiografía» trasciende las fronteras de la izquierda y encuentra legitimidad en otras familias políticas. Si a partir de mediados de los años cincuenta en el ámbito católico dominaron la novela autobiográfica Croce sulla schiena[79] de Ida D’Este y el relato autobiográfico Il cesto di lana[80] de Maria Federici, a partir de los años ochenta la producción de memorias atravesó también la Democracia Cristiana hasta el nuevo milenio con el excelente volumen de Tina Anselmi sobre su experiencia partisana[81], mientras que notables contribuciones profundizaron en la reconstrucción histórica ya a principios de los años sesenta gracias a los esfuerzos de Paola Gaiotti de Biase, así como de Maria Federici[82].
La memoria histórica, las referencias a las antecesoras/antepasadas, las memorias, junto con un conjunto de instrumentos de formación y propaganda, contribuyeron a reforzar la conciencia y la identidad. Pero en esta evaluación de los canales de transmisión, incluso en la investigación histórica, merece la pena incluir, como elemento útil para la interpretación, la relación y la cercanía, el sustrato de solidaridad y reconocimiento mutuo que animaba los lugares de la política de las mujeres, así como los conflictos y la capacidad de reconstruirlos, elementos que afloran, no siempre explícitamente, en los testimonios de las protagonistas, que remiten a la historia social de la posguerra y al papel de las organizaciones femeninas en los procesos de modernización, como confirma el de Bice Occhi, conocida como Vilma, nacida en 1933, de la provincia de Ferrara, obrera, que narra su experiencia de maduración individual y civil antes que la política:
La UDI me enseñó a caminar, a hablar, a estar entre la gente [...] a comer el primer filete [...] porque para estar entre la gente hay que comportarse... no reírse demasiado, no decir palabrotas, hay que estar con la gente. ¿Verdad? Cuando caminas tienes que tener cuidado, porque siempre hay gente mirándote [...]. Nunca había estado en un restaurante. Así que [con una delegación de la UDI de Massa quedábamos ocho o diez] fuimos a un restaurante y nos trajeron el filete, y entonces... Nunca había usado cuchillo y tenedor a la vez, son demasiados a la vez... Entonces una dice «¿cómo podemos comer?» «¡Cállate!» «¡¿Cómo que me calle?! ¿No ves que tengo todos estos utensilios aquí?». Así que, mientras estábamos allí... yo siempre miraba a la mesa de las dirigentes, porque era como aprendía, mirándolas... y entonces: «Venga, es así...» [...] «Ah, bueno, tú lo sabes todo...», me decían: ¡porque yo ya había mirado! [...] ¿Entiendes? Aquello fue toda una escena; la UDI nos hizo comer el primer filete[83].
La construcción de la nueva República italiana, nacida en 1946 de un referéndum con sufragio universal, supuso la definición de una nueva clase política cuya acreditación electoral, como ocurre en las sociedades de masas, requiere símbolos, mitos, líderes y una sólida memoria colectiva como fuente de legitimidad y pertenencia a la comunidad. Conscientes de ello, la UDI y el CIF identificaron la memoria histórica como un campo de intervención política y, aunque con muchas dificultades dictadas por la fragilidad y el carácter fragmentario de los datos historiográficos, esbozaron un panteón femenino y un calendario de celebraciones articulado de manera diferente, destinado a restituir a las jóvenes generaciones la dimensión colectiva e individual de la experiencia política de las mujeres.
Parte integrante de ese proceso de legitimación y transmisión del mensaje identitario intra e intergeneracional son las memorias y autobiografías de dirigentes y militantes activas a lo largo de la década estudiada, marcadas por una intencionalidad político-pedagógica. El estado actual de la investigación y la riqueza y fragmentación de la documentación autobiográfica no permiten conclusiones cerradas sobre la prevalencia de modelos de género consolidados y diferenciados entre el ámbito laico y el católico. La historiografía, no obstante, ha puesto de relieve, al menos durante los diez primeros años de la historia de la Italia republicana, una convergencia sustancial entre laicas y católicas en cuanto a los papeles y funciones atribuidos a las mujeres, entre los que destaca la función materna. Teniendo en cuenta que es la producción más copiosa y estudiada de la historiografía, en el presente trabajo hemos considerado en particular los escritos de las mujeres comunistas. Estas autoras pertenecen a dos generaciones. La primera incluye a las militantes de la «primera hora», que ingresaron en el PCd’I en 1921; la segunda a las que se incorporaron al Partido entre la Resistencia y la posguerra, pero todas ellas fueron protagonistas de la década que abarca esta contribución. Del análisis de estos escritos surgen al menos dos modelos femeninos, encarnados respectivamente por Camilla Ravera y Teresa Noce. La primera, aunque revela con fuerza el hecho identitario y un alto grado de conciencia individual, muestra una mayor coherencia con la tradición autonarrativa comunista imbuida de intenciones político-pedagógicas. En definitiva, se trata de un canon autobiográfico caracterizado por la coralidad (considerada también una característica del género autobiográfico femenino), por la centralidad de lo público en detrimento de lo privado y por la linealidad de la experiencia política. Teresa Noce, en cambio, se aparta de este modelo al abrirse a los nuevos escenarios de los años setenta, que inauguraron una época inédita y prolífica. A lo largo de esta década, si por un lado podemos captar la permanencia del modelo narrativo comunista habitual, por otro surgen variaciones; una tensión, diríamos, entre el deseo de reafirmar la propia pertenencia e identidad, criticado por los neofeminismos y la transferencia de culturas de los movimientos feministas al Partido. Estos cambios, al dar cabida a la cultura de la liberación y a la valorización de la subjetividad características del feminismo, intervienen en la autorrepresentación y la modifican. La valoración de la autorrepresentación como acto y práctica política, por tanto, conduce a escrituras narrativas autónomas dirigidas a la deconstrucción de estereotipos generalizados y a una resignificación de la pertenencia de género, que incluye el reconocimiento de una genealogía femenina.
[1] |
Este trabajo se ha desarrollado en el marco del proyecto «Género, compromiso y transgresión en espacios transnacionales e intergeneracionales. Siglo XX» (PID2020-118574GB-I00/AEI/10.13039/501100011033), financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y la Agencia Estatal de Investigación. |
[2] |
Existe una amplia bibliografía sobre las dos asociaciones para el periodo aquí considerado, de la que no se puede dar cuenta aquí. Véase al menos: Dau Novelli (1995); Taricone (2001); Chiaia (2015); Michetti et al.(1984); Gabrielli (2005) y Ombra (2005). Para un análisis más detallado, véase Serci (coord.), Bibliography, en www.eletteedeletti.it. |
[3] |
Para la dimensión internacional de las dos organizaciones, véase Cioci (2023). Para una visión general de Italia, Rossi-Doria (1994). |
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Ridolfi (2003). |
[5] |
La revista está disponible en: https://tinyurl.com/bdev5uav. Para una panorámica general de sus orígenes y evolución, véase Rodano (1978) y Pieracci (2001). Para una visión detallada de la prensa comunista de posguerra, véase Gundle (1995). |
[6] | |
[7] |
Lejeune (1986: 12). Véase también la definición de Folena (1986: 3), quien calificó la autobiografía de «reconstrucción egocéntrica de la experiencia vivida». |
[8] |
Gobetti (1996: 371). |
[9] |
Gobetti y Gobetti (1991). |
[10] |
Franchi (1946). |
[11] |
Ibid: 88. |
[12] |
Ibid: 31-32. |
[13] |
«Qua e là per l’Italia», Azione Femminile, 23 de marzo de 1945. Otros periódicos también intentaron ilustrar los procesos de emancipación femenina; véase Danesi, «La donna americana in guerra e in pace» y V.C., «Donne di cui si parla. I laburisti al potere. Ellen Wilkinson Ministro dell’Alimentazione», Domenica, 2 de septiembre de 1946; véase también Memec, «Qui si ricordano le suffragette», La Tribuna illustrata, 9 de febrero de 1946, que anunciaba la realización de una película en Estados Unidos sobre «la primera ‘sufragista’ de Chicago, que causó mucho escándalo en su época». Una obra necesaria, comentaba el periodista, porque el sufragio femenino demostró el triunfo del feminismo «y es natural que en este momento volvamos la vista atrás y recordemos las etapas» de ese recorrido. |
[14] |
Magri (1953: 240). |
[15] |
D’Este (1955); Moretti (2009); Marsala (2023), y Anselmi, Vinci (2006). |
[16] |
Guidi Cingolani (2022 [1945]). |
[17] |
Crainz (2009). Para una interpretación detallada de la historia de las celebraciones de la Resistencia en Italia, véase Focardi (2005). |
[18] |
Calvino, «Nel primo incontro nazionale delle donne della Resistenza. De Gasperi e Schuster battuti dalle donne di tutta Italia», L’unità, 6 de marzo de 1948. |
[19] |
Woolf (1997: 646). |
[20] |
«Si vota», Noi donne, 26 de abril de 1945. Véase también «Si vota», Noi donne, 1 de abril de 1945; Marchi, «L’angelo bianco. Così fu chiamata Florence Nightingale, la prima crocerossina», Noi donne, 23 de abril de 1950. |
[21] |
Bertoni Jovine, «Giù le armi!», Noi donne, 8 de mayo de 1955. |
[22] |
Saija, «Il voto non ci è stato regalato!», Noi donne, 23 de abril de 1955. Se inicia una serie de entrevistas sobre el papel de la mujer en la administración local, «Scusi, che ne pensa delle consigliere comunali?», Noi donne, 30 de enero de 1955. |
[23] |
Saija, «Un legame che non si è spezzato», Noi donne, 9 de enero de 1955. |
[24] |
Banti, «Un anniversario turbato», Noi donne, 13 de febrero de 1955. |
[25] |
Macciocchi, «Dai comizi di Anna Kuliscioff del 1890 alla Assemblea Nazionale delle Donne Elette. Dove vai, donna?», Noi donne, 30 de enero de 1955. |
[26] |
La voce della donna, número especial dedicado a la labor del Consejo Nacional de Mujeres Italianas, n.º 18-19, 1955. |
[27] |
«Il mandorlo dell’Adriano», Noi donne, 13 de febrero de 1955. |
[28] |
Centro di documentazione donne Modena, Archivio UDI, Modena, b. B1, fasc. 8, A dieci anni dalla conquista del diritto di voto. Assemblea nazionale delle donne elette per i diritti della donna, per la libertà e la pace, Roma, 29-30 de enero de 1955. |
[29] |
AC UDI, Cronologico, b. 92, fasc. 422. |
[30] |
«Scusi, che ne pensa delle consigliere comunali?», Noi donne, 30 de enero de 1955; Macciocchi, «Dove vai, donna?», Noi donne, 30 de enero de 1955. Sobre los acontecimientos locales, véase, por ejemplo, Archivio UDI Modena, b. B1, fasc. 8, 1945-1946, Consiglio provinciale della donna modenese. Assemblea delle donne elette, 23 de enero de 1945. |
[31] |
Federici, «I primi dieci anni di presenza della donna italiana nella sfera pubblica saranno celebrati dal CIF nella Giornata della donna cristiana», Cronache, abril de 1955. |
[32] |
Federici, «Dopo 10 anni. È stata aperta la strada ora bisogna percorrerla», Cronache, enero de 1955. |
[33] |
Archivio Gramsci Torino, b. 650, 1948, carta de Negarville al Gabinete del Primer Ministro, 11 de septiembre de 1947. |
[34] |
AST, n. 646, 1848-1948: «Torino, culla del Risorgimento chiama a sé tutta l’Italia per documentare con una rassegna palpitante e vitale –che si svolgerà nel 1948– la marcia della Nazione nei cento anni trascorsi». |
[35] |
AC UDI, Cronologico, Acta de la reunión del Comité Directivo del 22 de noviembre de 1947. |
[36] | |
[37] |
Santarelli (1969). |
[38] |
Minesso (2021). |
[39] |
Para una biografía, véase Selvi (2012); las referencias son Macciocchi (1993, 1998, 1983). |
[40] |
Splendore (1990: 82). En particular, sobre las reflexiones del feminismo en la valoración de la experiencia subjetiva, además de Passerini (1988), véase Passerini (1991: 19-42). |
[41] |
Heilbrum (1990). |
[42] |
Para una visión general de este proceso historiográfico, véanse los recientes ensayos de Antonelli et al. (2022). |
[43] |
Bellassai (2000) y Boarelli (2007). Con motivo del 50.º aniversario del PCI, se pidió a militantes y dirigentes que escribieran sus memorias. |
[44] |
Pons (2012: 55). |
[45] |
Véanse las observaciones de Casalena (2013). Véase también Gabrielli (1999). |
[46] |
Pons (2012: 9). |
[47] |
Para una biografía de Adele Bei, véase Serci (1999). |
[48] |
Sereni (1956). Dirigido a la valoración de la figura materna Goria (1964). |
[49] |
Bellassai (2000: 61). El autor dedica más de una reflexión a la función pedagógica atribuida por el PCI a este volumen. Véase también «Il messaggio di Marina Sereni», Noi donne, 20 de marzo de 1955, que anticipa extractos del libro; D’Onofrio (1955). |
[50] | |
[51] |
Ofrece una visión interesante y completa de las características del género del diario. Véase «Il diario», Quaderni di retorica e poetica, n.º 2, 1985. |
[52] |
Fiori (1965: IX). |
[53] |
Forconi [Turchi] (1976). Para una reconstrucción más amplia de esta biografía, véase Turchi (2012, 2013). |
[54] |
Las breves memorias se publicaron por primera vez en Gabrielli (2000). |
[55] | |
[56] | |
[57] |
Orientación diferente en la entrevista en Palumbo (1985). Sobre el carácter coral de la narrativa antifascista femenina, Di Febo (1997). |
[58] |
Agosti (2016). |
[59] |
El carácter coral se ve confirmado por las investigaciones de historia oral, en las que los protagonistas recurren al uso de la primera persona del plural, hecho destacado por varios estudiosos. Existe una buena bibliografía sobre las biografías de comunistas, siendo fundamental la de Boarelli (2007). |
[60] |
Para una colección de representaciones de Teresa Noce en la Italia republicana, véase www.eletteedeeltti.it. |
[61] |
Noce (1974: IX). |
[62] |
Traverso (2007: 172). |
[63] |
Giasi (2021: 33). Sobre la fisonomía de los jóvenes militantes, véase también Dogliani y Gorgolini (2021). |
[64] |
D'Alessandro (2021: 37). Spriano (1972) reconstruyó el clima animado de Turín, en particular las pp. 283-497. |
[65] |
Gabrielli (1999) analiza la fractura interna del movimiento feminista de posguerra y las opciones del Pcd'I, incluida la Primera Conferencia. |
[66] |
Pons (2021: 17). |
[67] |
Pons (2012: 3). |
[68] |
Dirigenti comunisti. Teresa Noce, editado por la Comisión de Propaganda del PCI, Roma, s.d. |
[69] |
Bellassai (2000). |
[70] |
Felicita Ferrero rompió con la tradición mucho antes que sus compañeros de partido y fue acusada de traición en la URSS estalinista, posición y experiencia que motivaron su escritura. Ferrero (1967, 1978). |
[71] |
Tonelli (2020). |
[72] |
Mannheim (1928). Para una introducción al tema, véase Cavalli (2004). |
[73] |
Véanse las observaciones realizadas por Francesca Socrate en su estudio en profundidad: Sócrate (2018). |
[74] |
Existen numerosas biografías paradigmáticas en este sentido. Aquí, por razones de espacio, solo se indican la de Vittorina Dal Monte, reconstruida en Guerra (2021), y la autobiografía de Ombra (2009). |
[75] | |
[76] |
De Grada Treccani (1994). |
[77] |
Turchi (1976) ofrece un ejemplo. |
[78] |
Chiurlotto (1992). |
[79] |
D’Este (1955). |
[80] |
Federici Agamben (1957). |
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Anselmi, Vinci (2006). |
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