RESUMEN

El presente artículo pretende estudiar la recepción del escándalo Eulenburg en la prensa española, desde su irrupción en Alemania en 1907 tras las denuncias del periodista Maximilian Hardt publicadas en Die Zukunft hasta su eco posterior ya en los años de la Gran Guerra. Se apoya en un total de trescientas piezas periodísticas (crónicas, noticias, artículos de fondo, chascarrillos, etc.) procedentes de 34 diarios, semanarios y revistas. Después de exponer sintéticamente los episodios que jalonan el escándalo Eulenburg y de calibrar el modo en que este episodio contribuyó a difundir en España la categoría de homosexualidad, se aborda el análisis del discurso periodístico y de su recepción del caso a partir de tres tomas de posición diferentes: la republicana, la liberal y la conservadora. Se analizarán las distintas modulaciones en el relato de los acontecimientos, en la representación de los protagonistas y en las connotaciones del homosexualismo en relación con la quiebra de la masculinidad y de la nación. En la conclusión se destaca cómo el acontecimiento, a pesar de su resonancia en España y de convertir a la homosexualidad en una cuestión de significado político, no llegaría a generar la preocupación por la homosexualidad como problema nacional, algo que solo sucedería en la década de 1920.

Palabras clave: Homosexualidad; escándalo; Eulenburg; prensa; decadencia.

ABSTRACT

This article aims to study the reception of the «Eulenburg scandal» in the Spanish press, from its appearance in Germany in 1907 after the denunciations of the journalist Maximilian Hardt published in Die Zukunft, to its subsequent echo in the years of the Great War. It is supported by a total of 300 journalistic pieces (chronicles, news, background articles, jokes, etc.) from 34 newspapers, weeklies and magazines. After synthetically exposing the episodes that mark the Eulenburg scandal and calibrating the way in which this episode contributed to spreading the category of «homosexuality» in Spain, the analysis of the journalistic discourse and its reception of the case is addressed from three shots of different position: the republican, the liberal and the conservative. The different modulations in the story of the events, in the representation of the protagonists and in the connotations of homosexuality in relation to the bankruptcy of masculinity and of the nation will be analyzed. In the conclusion it is highlighted how the event, despite its resonance in Spain and turning homosexuality into a matter of political significance, would not generate concern about homosexuality as a national problem, something that would only happen in the decade of 1920.

Keywords: Homosexuality; scandal; Eulenburg; press; decadence.

Cómo citar este artículo / Citation: Vázquez García, Francisco (2024). La «gran plaga alemana». La recepción del escándalo Eulenburg en la prensa española y la emergencia del debate público sobre la homosexualidad masculina. Historia y Política, 52, 219-‍251. doi: https://doi.org/10.18042/hp.2024.AL.08

I. INTRODUCCIÓN[Subir]

El presente trabajo se sitúa en el cruce de tres ámbitos subdisciplinares diferentes. Por una parte, la historia de la sexualidad y de sus vínculos culturales con la política. En segundo lugar, la historia de las masculinidades y de sus nexos con la construcción de las identidades nacionales. Por último, se inscribe en una historia social de los escándalos asociados al papel central desempeñado por los medios de comunicación y por los intelectuales como colectivo en la producción de significado dentro de las sociedades modernas.

Estos tres ámbitos académicos han conocido hasta la fecha un desarrollo desigual. La historia cultural de la sexualidad, y en particular de la homosexualidad, conoce desde los años setenta del siglo pasado una extraordinaria expansión a escala internacional, pero en el caso de la España decimonónica y de entre siglos, más concretamente del periodo de la Restauración, la bibliografía disponible es muy escasa.[1] Por otra parte, abundan en los últimos años los estudios consagrados a examinar en España la conexión entre el modelado de las masculinidades y la construcción de la identidad nacional, incluidos los que se refieren al regeneracionismo y al periodo de la Restauración.[2] Finalmente, aunque en los últimos años y apoyándose parcialmente en las incursiones de la sociología,[3] han proliferado las investigaciones históricas sobre el fenómeno del escándalo,[4] este dominio y, en especial, los escándalos sexuales, no han sido muy frecuentados por la historiografía española.[5]

La conversión de la homosexualidad en una cuestión no solo concerniente a la moralidad privada y pública, sino políticamente relevante, cristalizó en España al final de la dictadura de Primo de Rivera en el debate planteado por la inclusión de las relaciones homosexuales en el Código Penal de 1928. Pero este acontecimiento es un punto de llegada que vino precedido por la discusión pública del asunto, iniciada en las décadas de 1880 y 1890 a raíz de una serie de escándalos aireados por la prensa. Esta llevó la cuestión de las aberraciones homosexuales y de la desestabilización de los géneros a ellas asociadas más allá del ámbito del saber experto (medicina, psiquiatría, sexología), redefiniendo además los límites entre lo privado y lo público al interpretar la moral sexual como un espacio donde se jugaba el crédito y la reputación de las élites políticas.

Se han investigado algunos de estos escándalos, como el caso del hijo de los duques de la Torre a comienzos de la década de 1880, cuyo matrimonio con una rica heredera cubana fue anulado por una impotencia que se vinculaba con su condición de «invertido», dando lugar a una diatriba sobre la degeneración de las «clases directoras» y en particular de la aristocracia. El segundo escándalo relevante en esta misma estela fue el suscitado en 1898 por la supuesta tolerancia regulada de la prostitución masculina homosexual, dispuesta por el gobernador civil de Cádiz en esta localidad. El episodio acabó propiciando una crisis en el Ejecutivo, con la dimisión del ministro de Fomento, y dio lugar a profusas reflexiones, en medio del Desastre de Cuba, sobre la decadencia de la virilidad nacional.[6]

Ambos escándalos, muy comentados por la prensa, tuvieron repercusión internacional y permitieron descifrar las repercusiones de la vida íntima sobre el prestigio en el plano político, pero no contribuyeron tan decisivamente a conformar una conciencia pública sobre el problema de la homosexualidad. Esta categoría permanecía aún en un estado difuso: en el caso del hijo de los duques de la Torre por su enmarañamiento con la impotencia y el hermafroditismo; en el caso de Cádiz por su confinamiento en el mundo marginal de la prostitución. Sin embargo, el escándalo Eulenburg, suscitado en Alemania entre 1906 y 1909 y ampliamente divulgado y glosado por la prensa española, sí involucraba de lleno la categoría en cuestión. Aunque seguía asociándose la desviación sexual con la de género (el «homo-sexual» como «invertido»), venía avalada por la muy desarrollada sexología y psicopatología teutonas, algunos de cuyos especialistas más reconocidos intervinieron en los procesos judiciales que acompañaron al acontecimiento. La prensa española, aunque de una forma más discreta que la alemana, difundía por primera vez de manera profusa los vocablos «homosexual» y «homosexualismo» y lo hacía en la denuncia de un círculo político de élite.[7]

En España, el discurso regeneracionista, en un sentido amplio y difuso, no limitado exclusivamente al movimiento intelectual de reforma así denominado,[8] narraba la decadencia nacional como un relato de pérdida de la virilidad.[9] En los diagnósticos apocalípticos que precedieron al Desastre y continuaron tras este, la apatía y falta de voluntad de las clases directoras se interpretaban en clave de afeminación. En ese contexto, la mayor visibilidad de las subculturas homoeróticas en las grandes ciudades o las aberraciones sexuales de la aristocracia se contemplaban como un signo de la pérdida colectiva de masculinidad. La empresa regeneradora de la salvación de la patria exigía el protagonismo de «hombres de verdad» que asumieran el liderazgo de la nación. En esa línea, Costa —y con él otros intelectuales y políticos del regeneracionismo— veía en la Alemania victoriosa sobre Francia y en el propio canciller Bismarck[10] no solo el ejemplo de la superioridad anglogermana sobre las decadentes naciones latinas, sino un paradigma de virilidad.

En medio de este discurso bien asentado asimismo en un sector importante y fuertemente germanófilo del conservadurismo español, el escándalo Eulenburg tenía un efecto potencialmente devastador. ¿Cómo en Alemania, modelo de nación viril y guerrera, podía ponerse al descubierto la existencia de una «camarilla» de invertidos sexuales, liderada por el príncipe de Eulenburg, que dirigía la política interior y exterior del Imperio, manejando a su antojo la voluntad del Kaiser?

Lo que a la luz de la opinión pública —no solo en España, sino en buena parte de Europa— había llevado a la identificación de Alemania con un paradigma de masculinidad, era en primer lugar el nivel de fertilidad de sus matrimonios, muy superior al de Francia e, incluso, al de Gran Bretaña, pues en la época se asociaba el declive de los nacimientos con el auge de la anormalidad sexual.[11] Por otra parte, el espíritu belicista de la era bismarckiana, con las victorias sucesivas sobre Dinamarca, Austria y Francia, se contemplaba también como un signo de fuerza y, por tanto, de virilidad que indicaba la supremacía teutona. Y, finalmente, se asociaba la masculinidad con las capacidades de autocontrol, disciplina y austeridad, reputadas como superiores en los países protestantes, en contraste con el mayor laxismo moral de los países católicos o de naciones como Francia, donde proliferaban el ateísmo y el libertinaje.[12]

Precisamente, lo que denunciaba el periodista Maximilan Harden, cuyos artículos fueron el punto de partida del escándalo, era la orquestación de la política alemana por una aristocracia degenerada que abandonaba el espíritu expansionista y aguerrido de los viejos «hombres de verdad», con Bismarck a la cabeza, sustituyéndolo por el pacifismo y la voluntad de conciliación con Francia, el enemigo inmemorial.

Como sucedió en Alemania,[13] la recepción del escándalo Eulenburg en la prensa española no produjo un movimiento de cohesión y unidad frente a la «camarilla» inculpada; condujo a una polarización, de manera que la lectura y valoración de los acontecimientos variaba en función de la posición ocupada en los campos político, periodístico e intelectual. El asunto fue comentado en España por periódicos de todas las tendencias, desde el tradicionalismo carlista hasta el socialismo. De él se ocuparon en este país periodistas e intelectuales tan reconocidos como Ramiro de Maeztu, Luis Araquistáin, Luis Bonafoux, Mariano de Cavia, Miquel Vidal i Guardiola, Jaime Brossa, Andrenio (seudónimo de Eduardo Gómez de Barquero), Ángel Guerra (seudónimo de José Betancourt Cabrera), Juan Prouvaire (seudónimo de Álvaro de Albornoz), Eduardo Hahn y José Juan Cadenas, entre muchos otros.

Se ha estudiado la recepción del caso Eulenburg en la prensa francesa, británica, norteamericana y estonia,[14] pero no existe ningún análisis de la recepción española. El corpus de base de este trabajo está constituido por trescientas piezas periodísticas de índole diversa (crónicas, artículos de fondo, chascarrillos y versos satíricos), recogidas de 34 revistas y cabeceras de prensa diferentes, que abarcan casi todo el espectro político (tradicionalismo, conservadurismo, liberalismo «fusionista» y reformista, republicanismo federal y radical, regionalismo conservador y progresista y socialismo). Para explorarlo se recurre al análisis crítico y pragmático del discurso, de manera que cada intervención relativa al escándalo —desde la crónica de una vista judicial hasta un comentario en profundidad de todo el caso— se define relacionalmente por su posición en un campo discursivo donde se cruza el universo periodístico con el político y el intelectual. Las entidades y las figuras concitadas en ese campo no se ven como un reflejo de objetos o personajes externos, sino como un efecto de la pugna que tiene lugar en ese espacio interdiscursivo, la lucha simbólica emprendida para construir el significado del acontecimiento. Por otro lado, se trata de captar los enunciados de ese campo discursivo en su rareza, es decir, en el hecho de que de las infinitas posibilidades que ofrece el lenguaje solo un dominio restringido de preferencias y no otras son factibles en ese tiempo y lugar.[15]

Después de exponer sintéticamente los episodios que jalonan el escándalo Eulenburg y de calibrar el modo en que este episodio contribuyó a difundir en España la categoría de «homosexualidad», se abordará el análisis del discurso periodístico y de su recepción del caso a partir de tres tomas de posición diferentes: la republicana y socialista, la liberal y la conservadora. Se analizarán las distintas modulaciones en el relato de los acontecimientos, en la representación de los protagonistas y en las connotaciones del homosexualismo en relación con la quiebra de la masculinidad y de la nación.

II. EL ASUNTO EULENBURG[Subir]

El asunto Eulenburg fue un escándalo político de repercusión mundial que tuvo lugar en Alemania aproximadamente entre noviembre de 1906 y julio de 1909, y cuyas características y consecuencias han sido estudiadas por una amplia literatura secundaria.[16] Todo comenzó con dos artículos publicados —el 17 y el 24 de noviembre de 1906— por el periodista Maximilian Harden en el semanario Die Zukunft, donde ejercía como director. En ellos, sin mencionar nombres propios, denunciaba la existencia de una «camarilla» —Harden empleaba el vocablo español, que desde la época de Fernando VII devino en categoría histórica universal— constituida por un círculo de aristócratas y altos mandos militares, amigos íntimos del Kaiser Guillermo II, que dirigía de facto y sin ningún respaldo constitucional la política alemana. Afirmaba contar con evidencias que probaban además las inmoralidades cometidas por los miembros de este núcleo. La alusión velada a esa «camarilla», denominada también «círculo de Liebenberg», refiriéndose al palacio de von Eulenburg, donde acostumbraba a reunirse, ya la había realizado públicamente el canciller Von Bülow en una alocución ante el Reichstag, viendo en la misma un obstáculo para la acción de gobierno y una amenaza para la nación.

A través de algunos mediadores, Harden acordó con el príncipe prusiano Philipp von Eulenburg, diplomático, amigo íntimo del Kaiser y supuesto líder de la «camarilla», detener la campaña periodística si este se comprometía a abandonar la política. El príncipe se marchó a Suiza en diciembre de 1906, pero regresó a Alemania el 18 de enero de 1907 para recibir una distinción honorífica. Harden entendió que el acuerdo quedaba roto y reemprendió la ofensiva en Die Zukunft, publicando entre el 13 y el 17 de abril una serie de artículos donde acusaba abiertamente los manejos de la «camarilla», identificando las inmoralidades con la realización de actos homosexuales en francachelas colectivas e involucrando a soldados de la guardia del Kaiser y perpetrados por oficiales de la nobleza —como los condes Lynar y Hohenau, entre muchos otros—, con la posible presencia del príncipe de Eulenburg. También subrayaba la peculiar relación entre este y el comandante militar de Berlín, el conde Kuno von Moltke, al que consideraba de tendencia afeminada.

Harden había sido amigo tiempo atrás del canciller von Bismarck, cuya destitución del cargo en 1890 se atribuía a las manipulaciones de Eulenburg y de su círculo. El propio Bismarck había puesto en antecedentes al periodista sobre las aficiones sexuales de los miembros de la «camarilla». Sin embargo, la decisión de animar a Harden para que desplegara su campaña periodística procedió de un acuerdo adoptado en enero de 1906, a los pocos días de iniciarse la Conferencia de Algeciras, entre el canciller von Bülow y el influyente Holstein, consejero del Ministerio de Asuntos Exteriores. Este encuentro había sido propiciado por el Gobierno alemán a instancias de Holstein, partidario de mantener —en la tradición bismarckiana— una posición de hostilidad frente a Francia y una Realpolitik belicista y expansiva. Se trataba de que las potencias internacionales denunciaran públicamente la intervención francesa en Marruecos, pues bloqueaba la política de «puertas abiertas» establecida en la Conferencia de Madrid de 1880. La tentativa de Holstein-Bülow fracasó estrepitosamente y todos los países participantes, salvo Austria-Hungría, se opusieron a las pretensiones alemanas. El canciller y el consejero —que se vio obligado a dimitir— atribuyeron el fiasco a la política de signo pacifista y conciliadora con Francia, regida subterráneamente por Eulenburg y los suyos, lo que condujo al Kaiser en una dirección opuesta a la del canciller.

Von Bülow, tras publicarse los artículos en Die Zukunft, aconsejó al príncipe heredero que comunicara la situación a su padre Guillermo II. Este reaccionó durante el mes de mayo de 1907, destituyendo de sus cargos a todos los implicados y prometiendo una depuración en profundidad de las inmoralidades sexuales cometidas en la institución militar. Esta visibilidad del homoerotismo en el Ejército, que tanto había dado que hablar en Francia tras la publicación de Sous-offs en 1889 y el proceso incoado a su autor Lucien Descaves al año siguiente, en un contexto de proliferación de relatos que denunciaban las inmoralidades sexuales en los cuarteles,[17] resultaba insólita en Alemania, donde hasta entonces se había ponderado la virilidad de la tropa, puesta a prueba en la victoria sobre los franceses en 1870.

Le sugirió además a von Moltke y al príncipe Eulenburg que presentaran cargos contra Harden. El primero así lo hizo, después de retar a duelo al periodista, que rehusó el desafío. No pudo llevar la denuncia ante un tribunal criminal porque el fiscal del Imperio no consideró su caso de interés público, de modo que la causa fue juzgada por un tribunal civil en Berlín, entre el 23 y el 29 de octubre de 1907. Este primer juicio Moltke-Harden por difamación finalizó con la absolución del periodista; aquí resultó decisivo el testimonio de la exesposa de Moltke, que subrayó la aversión del conde por las mujeres y la ausencia de relaciones sexuales durante los dos años de matrimonio.

Entre tanto, y aprovechando la resonancia mediática internacional del escándalo, el escritor y activista homosexual Adolf Brand, militante a favor de la despenalización de la homosexualidad en Alemania, declaró públicamente que el canciller von Bülow mantenía relaciones íntimas con su secretario. Denunciado por difamación y ante la ausencia de pruebas a su favor, Brand recibió una severa condena. Por otra parte, apenas finalizado el juicio de Moltke contra Harden, el fiscal imperial decidió intervenir considerándolo ahora de interés público y llevándolo ante un tribunal criminal en Berlín. En este segundo proceso, celebrado entre el 16 de diciembre de 1907 y el 3 de enero de 1908, la exesposa de Moltke se retractó de su testimonio anterior, alegando padecer histeria, diagnóstico ratificado por los informes periciales. Harden fue entonces condenado a cuatro meses de prisión y al pago de las costas judiciales. No obstante, su abogado recurrió la sentencia ante el Tribunal Supremo alemán.

El príncipe de Eulenburg, por su parte, había sido citado como testigo en las dos causas de Moltke contra Harden. En el primer caso no acudió por problemas de salud, pero en el segundo sí lo hizo y juró por dos veces no haber cometido nunca actos condenados por el artículo 175 del Código Penal alemán, que sancionaba la homosexualidad. Teniendo en cuenta este gesto, Harden y su abogado, que habían contactado ya a través de detectives privados con dos pescadores bávaros dispuestos a testimoniar haber tenido relaciones sexuales con Eulenburg en la década de 1880 —actos ya prescritos legalmente—, urdieron una estrategia. Convencieron al periodista muniqués Anton Städele para que acusara en su cabecera a Harden de haber recibido dinero de Eulenburg a cambio de su silencio. Harden denunció a su colega por injurias ante un tribunal de Munich y este hizo comparecer a los dos pescadores, Ernst y Riedel. Tras testificar, estos pusieron en evidencia el doble perjurio cometido por Eulenburg. El príncipe prusiano fue arrestado el 8 de mayo de 1908 por estos cargos. El informe facultativo sobre su mal estado de salud le permitió sustituir la cárcel preventiva por una permanencia prolongada en el Hospital de la Charité. El juicio se inició el 29 de junio de 1908, pero tuvo que interrumpirse el 17 de julio por el estado físico de Eulenburg y, finalmente, casi un año después, en julio de 1909, fue postergado sine die.

Entre tanto, el proceso Moltke-Harden fue anulado por el Tribunal Supremo alemán por defecto de forma. Se celebró un nuevo juicio a partir del 20 de abril de 1909, que terminó con la condena del periodista al pago de las costas judiciales. No obstante, Harden llegó a un arreglo con Moltke al comprometerse el canciller Bülow al abono de los 40 000 marcos de gastos judiciales a cargo del Tesoro Público y al reconocimiento por escrito de que el periodista había actuado por patriotismo.

III. EL ESCÁNDALO EULENBURG Y LA DIFUSIÓN DE LA CATEGORÍA DE HOMOSEXUALIDAD EN ESPAÑA[Subir]

Lo primero que llama la atención en la recepción del escándalo Eulenburg por la prensa española, que le dispensó una amplia cobertura, es que, a pesar de su discreción —muy superior a la de la prensa alemana—[18] sobre los detalles sexuales más escabrosos puestos al descubierto en los distintos procesos judiciales, no pudo evitar difundir a gran escala el discurso acerca de la homosexualidad de una manera hasta entonces desconocida. Así, por ejemplo, apenas se mencionan las intimidades conyugales testimoniadas por la exesposa del general von Moltke[19] o las minuciosas consideraciones del peritaje realizado por el doctor Hirschfeld, que durante el primer proceso de otoño de 1907 dieron veracidad a la tesis que afirmaba las propensiones homoeróticas de Moltke, o las prácticas que se realizaban en las fiestas orgiásticas celebradas en el castillo del conde de Lynar, a las que supuestamente asistió Eulenburg.[20] Tampoco se describen las relaciones sexuales de este con los pescadores Riedel y Ernst, relatadas en los procesos de Munich y de Berlín de 1908.[21]

Los mismos vocablos de homosexual, homosexualista, homosexualidad u homosexualismo, que constituían neologismos en lengua castellana a partir de la acuñación de homosexualität en 1869 por el polígrafo húngaro Karl-Maria Kertbeny,[22] tendían a ser evitados por la prensa más conservadora y por una parte de los periódicos de inclinación liberal. Se emplea una estrategia elusiva o eufemística hablando, en cambio, de «excesos escandalosos» (ABC),[23] de «costumbres anormales» (La Época),[24] de «degradantes perversiones» (La Correspondencia de España),[25] de «aberraciones e inmoralidades» (El Liberal)[26], «aberraciones valetudinarias» (El Correo Español)[27] o simplemente de «aberraciones» (El Imparcial).[28] Sin embargo, la categoría se impone en las cabeceras de signo republicano, socialista y, parcialmente, en las de orientación liberal. Se utiliza homosexual u homosexualista como sinónimo de invertido, algo todavía común en la literatura científica de la época, cuando no se distinguía entre desviación de género y desviación sexual y se mezcla un léxico más moderno —«degeneración», «perversión del instinto sexual», «tercer sexo»— con términos más tradicionales —«actos contrarios a la naturaleza», «sodomía», «pederastia»—.[29] Pero lo más interesante es que los reportajes judiciales y los comentarios de fondo divulgan en el público español, por una parte, la existencia en Berlín y en otras grandes urbes alemanas de toda una «sociedad» peculiar aglutinada por el homosexualismo (masculino y femenino), con sus enclaves propios (cafeterías, restaurantes, cinematógrafos, burdeles, bailes)[30] y con una fuerte presencia en instituciones como el Ejército[31] y los círculos de la aristocracia palatina,[32] pero también las escuelas, el funcionariado o el mundo artístico y literario.[33]

La cobertura periodística del proceso del canciller Bülow contra el escritor Brand permitió a los lectores conocer la existencia de una suerte de «sindicato» o «partido» que defendía en Alemania la causa de los homosexuales y, específicamente, la abolición del célebre artículo 175 del Código Penal, que castigaba las relaciones entre personas del mismo sexo.[34] En esa misma estela, la prensa aludía a las celebridades históricas identificadas como individuos invertidos (artistas y literatos, emperadores romanos, reyes europeos, papas) y reclamadas por los defensores del homosexualismo como signo de su legitimidad.[35]

Por otra parte, las noticias sobre el caso daban amplia cancha, aunque evitando los detalles más plásticos, al profuso discurso sexológico germánico, aludiendo a los reconocidos expertos que intervinieron en los procesos (Magnus Hirschfeld, Albert Möll especialmente),[36] pero también a otros sexólogos de nombradía internacional (Weininger, Havelock Ellis, Raffalovich),[37] así como a diversas fuentes literarias y filosóficas sobre el «amor griego».[38] Al hilo, por ejemplo, del primer proceso de Moltke contra Harden el público español tuvo ocasión de enterarse de la diferencia entre perpetrar actos homosexuales —Harden insistía en no haber acusado a Moltke de conducta semejante— y poseer una inclinación hacia la homosexualidad,[39] o de la distinción entre amistades masculinas de signo sexual y amistades entre hombres tout court.[40] Aunque el discurso periodístico imperante era condenatorio, etiquetando al homosexual en el registro de la «anormalidad», es decir, compartiendo la condición de enfermedad y, al mismo tiempo, de vicio peligroso para la sociedad, su difusión era ambivalente porque proporcionaba también recursos simbólicos para que personas incapaces de asumir sus biografías adoptasen narrativas de identidad compartida que permitían dotarles de legitimidad.[41]

Pero lo más destacado de la recepción del escándalo Eulenburg, también en el caso español, es que, aunque no implicó una mayor tolerancia hacia la homosexualidad, como sucedió también en Alemania,[42] dotaba a un elemento de la vida íntima —la conducta sexual desviada— de una repercusión política que afectaba a la colectividad. La difusión de la homosexualidad se interpretaba por tanto no solo como un vicio que afectaba a la moralidad individual, sino como una amenaza para la vida de la nación, para la salud colectiva. Ramiro de Maeztu lo deja muy claro apoyándose en el biologismo de Nietzsche: «[…] en realidad el pueblo no puede tener otra óptica para juzgar del arte que la de la vida, y cuando una obra de arte atenta a la vida colectiva, como el opio, como el consumo excesivo de alcohol o como la literatura sicalíptica […] todo pueblo que desee conservarse no tiene más remedio que colocar el arte bajo la acción restrictiva de las leyes».[43]

Es decir, la propagación del homosexualismo se aborda desde una peculiar modalidad de biopolítica característica de la primera mitad del siglo xx, un gobierno de la vida que apunta a maximizar la aptitud biológica de la nación o de la clase en rivalidad con otras naciones o clases, eliminando a los que obstaculizan semejante propósito.[44]

IV. UNA NACIÓN Y UNA CLASE DECADENTES. FRANCOFILIA, GERMANOFILIA Y HOMOSEXUALIDAD[Subir]

Veamos el nexo con las identidades nacionales. El campo discursivo desde el que la prensa española articula el escándalo Eulenburg está unificado por un mismo problema: ¿este descubrimiento del homosexualismo generalizado en la élite dirigente alemana es un síntoma de la decadencia o degeneración de la nación teutónica en el escenario político internacional?

En el abordaje de este problema se pueden diferenciar tres tomas de posición en el campo discursivo periodístico. Estas vienen condicionadas por la situación de una prensa, como la española durante la Restauración, estrechamente dependiente del campo político, a diferencia de lo que acontecía en Estados Unidos y en otros países europeos.[45] En primer lugar están las lecturas que sí consideraban un síntoma de «decadencia» la extendida difusión del homosexualismo en la sociedad alemana («creímos que Berlín era una Esparta, pero resulta que es una Sodoma»),[46] revelada por el comportamiento de los componentes de la denominada Tabla Redonda liderada por Eulenburg. Aquí se inscriben las cabeceras más próximas al republicanismo, cuya francofilia, tradicionalmente descalificada por amplios sectores del conservadurismo monárquico —enaltecedor de la superioridad moral germánica frente a la degradación de las costumbres sexuales procedentes de París— encontró en el escándalo una ocasión para la revancha.[47]

Así, en el contexto de las medidas adoptadas por La Cierva —ministro de Fomento en el Gabinete conservador— para combatir el alcoholismo y las inmoralidades, obligando a limitar los horarios de cierre de bares, tabernas y teatros, El País sacaba a colación el escándalo Eulenburg, y también las acusaciones de Brand contra el canciller Bülow, para descalificar el paradigma de moralidad instituido por los conservadores desde los tiempos de Cánovas: «La sobriedad, castidad y templanza» encarnadas por Alemania. Si en esta nación existía una norma penal que sancionaba el homosexualismo, se debía precisamente a su frecuencia.[48] Por eso se ponderaba la hombría española, contrastando los 20 000 invertidos consignados por la policía berlinesa con «este varonil y honradamente mujeriego Madrid, tan censurado por los conservadores y jesuitas».

Otro periódico republicano, La Voz de Menorca, citaba ampliamente el discurso pronunciado ante el Reichstag por el líder socialista Bebel, donde este advertía sobre la profusión del homosexualismo en Berlín. El autor del artículo incidía en esa idea («¡los amores griegos reflorecen en Alemania como las pasiones lesbianas!»)[49], pero se sorprendía de que también en Francia —donde los escándalos de la Corte imperial fueron acogidos con ánimo revanchista— se dieran casos, y mencionaba al respecto la detención de dos oficiales del Ejército en Brest por este mismo motivo. Por su parte, Carlos Costa i Puyol, en el diario republicano La Publicidad, se preguntaba qué habría sucedido si «las acusaciones a la camarilla de Guillermo II se hubiesen dirigido a las personas de la intimidad del presidente de la República francesa». Los «periódicos reaccionarios» de todo el mundo se habrían frotado las manos: «Sodoma, Gomorra y todo el viejo repertorio hubiese aparecido para demostrar la corrupción de la sociedad francesa a la que hubieran presagiado un final apocalíptico». Pero el periodista no derivaba de lo sucedido un diagnóstico ponderando la decadencia de Alemania porque consideraba que el vicio en cuestión no afectaba a la «masa anónima popular» de esa nación, sino a «una minoría corrompida por anormalidades orgánicas o por hiperestesia sexual adquirida generalmente por los excesos y refinamientos que tienen asiento de un modo especial en las grandes urbes».[50]

La contradicción entre una Francia republicana y virtuosa y una Alemania monárquica y decadente se reactivó años después del «escándalo Eulenburg», en el contexto de la Gran Guerra y del antagonismo entre germanófilos y aliadófilos.[51] En ese contexto volvieron a recordarse, de un modo amplificado, los sucesos escabrosos y los procesos incoados entre 1907 y 1909, emplazándolos en un cuadro interpretativo más vasto. Destacan a este respecto tres artículos: el que publicó Luis Araquistáin en El Noroeste y los dos que vieron la luz en El Radical, obra de Álvaro de Albornoz, que firmaba con el seudónimo de Juan Prouvaire. En ambos casos se combatía el discurso conservador y progermano que catalogaba a Francia entre los países «decadentes», de costumbres sexuales depravadas y destinados a verse dominados por potencias de moralidad más austera y morigerada, como era el caso de Alemania. Ambos autores exhibían datos estadísticos y mencionaban estudios sexológicos que evidenciaban la «inaudita licencia sexual» que reinaba en las ciudades teutonas (nacimientos ilegítimos, uniones libres, divorcios, abortos, prostitución), aunque «la gran plaga alemana ha sido el homosexualismo».[52] «Francia la corrompida, la degenerada Francia es, al lado de Alemania, un modelo de pureza y de castidad».[53]

La diferencia entre Araquistáin y Albornoz está en que el primero, aun constatando la mayor degradación de la moral sexual alemana, no derivaba de ello el declive militar de esta nación. Cuestionaba el discurso que conectaba causalmente la «degeneración de las costumbres» con la extinción del «nervio heroico de los pueblos». En vez de ello ofrecía una explicación en términos económicos de por qué «las esferas más elevadas de la sociedad alemana» —aunque no exclusivamente— constituían el medio donde prendía especialmente —y esto lo probaría el «escándalo Eulenburg» acaecido años atrás— el vicio homosexual. El enriquecimiento de algunos pueblos y el ocio subsiguiente de una parte de la sociedad en los mismos, cada vez más «enervada» y necesitada de estímulos vitales más poderosos, la conducía a buscar «una variedad de placeres que van degenerando gradualmente hasta las mayores aberraciones».[54] El mismo argumento de la ociosidad como explicación de las «porquerías de ciertos aristócratas» se encontraba en la prensa socialista contemporánea del escándalo.[55]

Albornoz, en cambio, que resaltaba tanto la presencia de la homosexualidad masculina como la femenina en las ciudades alemanas, privilegiaba una explicación de corte político-moral. La licencia sexual y, en particular, las aberraciones homosexuales aparecían asociadas al despotismo monárquico —un vínculo de larga duración cuyo arranque localizó Foucault en la figura del «monstruo político» durante la Revolución francesa y el destronamiento y ejecución de Luis XVI y María Antonieta.[56] Por eso se decía que floreció en Francia durante «los tiempos brillantes de la monarquía» —sin duda refiriéndose a la corte de Versalles en la época de Luis XIV y Felipe de Orleans— y que ahora proliferaba en la Alemania guillermina.[57]

Este contraste entre la virilidad cívica y honesta del republicanismo y el afeminamiento corrupto de la monarquía reaparece en la prensa republicana —pero también en la liberal— como un antagonismo entre el poder opaco y personal, sin control parlamentario y constitucional, actuando en la sombra, y el poder transparente y sometido al control público de la ley y del pueblo, evocado con la metáfora de la luz.[58] Aquí el concepto clave y omnipresente es el de «camarilla». Eulenburg era la «eminencia gris»[59] de un poder oculto y sustraído a la legalidad que, sin embargo, manejaba los hilos de la política germana.[60] Por otro lado, el ocultamiento y el disimulo —una estrategia a la que se ven obligados los dominados, como las mujeres o los homosexuales, en la vida social—[61] eran presentados al modo del relato gótico, como el modus operandi de una sociedad secreta de afeminados, una «masonería de degenerados»[62] que se reunía nocturnamente en castillos para conspirar y celebrar orgías. En los varios procesos judiciales que protagonizó, se dice del conde Kuno von Moltke no que negara ser homosexual o tener tendencias homoeróticas, sino que afirmaba «no pertenecer al homosexualismo», como si se tratara de una suerte de secta.[63] Este estatuto de poder en la sombra, aunando la mentira con la depravación sexual,[64] se reforzaba evocando las aficiones del príncipe de Eulenburg por el ocultismo y el espiritismo, una suerte de «Cagliostro» moderno que, «refinado e inteligente», «degenerado y débil», carecía de «la masculinidad necesaria» para asumir abiertamente un cargo público, pero que por ello mismo era capaz de hechizar a Guillermo II, deslumbrado «ante la poesía extraña de las palabras de Eulenburg».[65]

Precisamente, la valoración del papel desempeñado por el emperador alemán en la crisis constituye otro de los indicadores de posición en el campo discursivo. La prensa republicana tendía a adoptar una actitud de censura, incluso en el inicio del escándalo, cuando Guillermo II, informado por el Kronprinz, decidió depurar las responsabilidades de sus allegados de la Tabla Redonda, apartándolos de su favor, destituyéndolos y permitiendo que el asunto se llevara a los tribunales.[66]

El hecho de recurrir a los «favoritos» se descalificaba como algo propio de «reyes débiles», un anacronismo, además, que recordaba el tiempo de las monarquías absolutas.[67] El renombrado periodista Luis Bonafoux, en un artículo publicado en El Diluvio, eximía al Kaiser de toda sospecha de homosexualismo («limpio de polvo y paja en las intimidades con el príncipe Eulenburg»), pero consideraba que «no ha quedado en postura airosa» al no haber advertido, pese a su amistad prolongada durante tantos años, «el feo vicio» de Eulenburg: «No se le juzga culpable de homosexualismo, pero sí de impericia en el conocimiento de los homosexuales».[68]

En un artículo aparecido en el barcelonés La Publicidad, Carlos Costa presentaba el gesto del Kronprinz informando a su padre no como una historia de patriotismo enérgico y viril, sino como un relato de intriga y ambición. El príncipe heredero, buscando la popularidad y anticipando «el goce de reinar», le había comunicado al emperador los desmanes de sus allegados, denunciados por Harden, causándole «hondo pesar», ya que «al principio no prestó ningún crédito» al redactor de Die Zukunft. Pero la ambición del hijo no sería sino un trasunto de la que había hecho gala el padre en su juventud.

Esta descalificación de la cúpula imperial llega a mayores en dos artículos satíricos de Bonafoux, donde se sugiere no la homosexualidad del Kaiser, pero sí una presentación cómica y muy poco masculina del mismo en sendos retratos de reciente encargo: «En un país así, donde el amo se disfraza sin estar en Carnaval, de sanguijuela histérica […] no hay quien esté seguro».[69]

V. UNIVERSALIDAD DEL HOMOSEXUALISMO Y CORRUPCIÓN DE LAS ÉLITES. LA IMPORTANCIA DE LOS INTELECTUALES[Subir]

Una segunda posición dentro del campo discursivo rechaza explícitamente la interpretación que entiende el escándalo Eulenburg como síntoma de la decadencia de Alemania, aun reconociendo que Harden probó la existencia de una camarilla de «degenerados» y aun admitiendo que el homosexualismo está muy extendido en algunos sectores de la sociedad alemana. Esta alternativa es la más común entre el periodismo de orientación liberal.

En este frente es común afirmar la presencia universal de la homosexualidad en todos los países y épocas y su carácter consustancial a la naturaleza humana: «Todas esas grandes máculas morales existen en todos los países y han existido en todos los tiempos porque la naturaleza humana no ha encontrado todavía el ortopédico que corrija sus imperfecciones».[70] Este énfasis de los autores más afines al liberalismo en la universalidad de la condición homosexual, sin dejar de considerarla una desviación, contrasta con la tendencia de los intelectuales más afines al nacionalismo a estimar estas preferencias como más propias de ciertas colectividades raciales o nacionales caracterizadas por sus disposiciones inferiores o degeneradas.

Ángel Guerra,[71] por ejemplo, que dedicó al asunto una nutrida serie de artículos publicados en distintas cabeceras, no negaba la gravedad del homosexualismo, al que consideraba «la lepra actual que padece la sociedad contemporánea».[72] Reconocía también que este «invade todo el cuerpo social germánico». Desde esta perspectiva, y atendiendo a las evidencias presentadas, las «orgías con efebos»[73] y el resto de desmanes homosexuales denunciados por Harden eran verdades incuestionables. Pero, al mismo tiempo, si uno se interrogaba por la «clase» donde se encontraban esos «fenómenos repulsivos» siempre encontraba su concentración en la «élite», «en los parásitos cortesanos», «no es el bajo pueblo, en las grandes masas, que son prolíficas en la procreación humana como fecundas en el trabajo que engrandecen las naciones». La elevada tasa de fecundidad en la población alemana era un argumento clásico desde la época de la guerra franco-prusiana de 1870, utilizado para avalar la superioridad moral y militar de Alemania sobre Francia. Guerra conserva esta premisa y añade un nuevo elemento: la fuerza de la grandeza alemana, lo que constituye su «contextura de la raza», no son los aristócratas ni la oficialidad castrense, es su «cultura», y esta se expresa en la voz cívica y patriótica de intelectuales como Harden, hombres de «temple moral» que son «necesarios a la salud de un país».[74] Esta dicotomía entre el poder espiritual de la cultura y el poder temporal y físico de las armas, superpuesta a la polaridad entre pueblo y élite, se reitera en otros artículos de Ángel Guerra,[75] donde señala que el reconocimiento social del papel público de los intelectuales —Zola en Francia, Harden en Alemania— es un signo de la superioridad de un país y de su grado de progreso, lo que no sucedería en España, que contando con una intelectualidad profunda y enérgica —Guerra pone los ejemplos de Costa y de Pérez Galdós— carece de una conciencia pública formada capaz de otorgarle a aquella el poder social que merece.[76]

Guerra, por tanto, admitía lo extendido del homosexualismo entre las élites germanas, pero no ofrecía una explicación del fenómeno. Ramiro de Maeztu, en cambio, sí la formulaba, abordando el problema desde un análisis sociológico mejor contextualizado.[77] Adoptando una interpretación incardinada en Londres, donde ejercía como corresponsal en esa época, negaba que los «afeminadamente degenerados» denunciados por Harden fueran un indicio del declive alemán. Admitía, sin embargo, que los tipos humanos de la Alemania actual no eran ya los vigentes de treinta o cuarenta años atrás.

Una parte importante de la aristocracia, de la alta burguesía —el nuevo hombre de negocios que desatiende a su esposa y a su familia, del funcionariado público y, en particular, de los militares, de número excesivo y envanecidos por su papel en la forja del imperio, pero empobrecidos y ociosos—, sí han decaído moralmente y en ellos prenden los vicios denunciados. Ahora bien, esos vicios aún no habrían contaminado al resto del país, de manera que la laboriosidad, la honestidad familiar y el afán de conocimiento persistían como virtudes en el «pueblo alemán». El problema residía en que, a diferencia de lo que sucedía en Inglaterra, en Alemania sí existía el peligro de que los vicios se extendiesen a las masas, pues estando muy restringida la libertad política en el país, existía una amplísima libertad literaria y artística. Esto conducía —como pasaba en España y en Rusia, países que adolecían del mismo desequilibrio de libertades— a una proliferación de las manifestaciones «sicalípticas» que atentaban contra la moral y contra la salud de la población.[78] Por eso, Maeztu apoyaba la intensificación de las libertades en materia política y la subordinación de la libertad artística a las exigencias vitales de la nación. Esto explica su respaldo a las medidas adoptadas por el ministro de la Cierva para limitar el horario de bares y espectáculos nocturnos.[79]

Otras intervenciones, dentro de esta segunda posición en el campo discursivo, negaban que Alemania fuera una «nación decadente», pese a la aparente difusión del «amor griego» puesta al descubierto en el escándalo Eulenburg.[80] Ante esta corrupción moral, la reacción alemana habría sido «vigorosa y franca»; las conductas enérgicas de Harden y del Kronprinz —que informó al Kaiser acerca del escándalo— habían sido recibidas con aplauso por la «Alemania honrada en quien creíamos, de dilatadas familias y soldados viriles».[81] Maeztu, como antes se comentó de Ángel Guerra, también veía en la intelectualidad alemana —representada por la actitud gallarda de Harden—[82] y en la limpieza y equidad de un sistema judicial, en contraste con la falta de confianza de los españoles en el mismo[83] —encarnado por el modesto juez Ker, que absolvió al periodista en el primer proceso— instancias que garantizaban la buena salud del pueblo alemán.[84]

También en esta segunda opción del campo discursivo resulta reveladora la manera de valorar la reacción del Kaiser ante la crisis. Si en la prensa republicana se recelaba de la actuación del emperador, en la liberal y en la conservadora de raíz canovista imperaba el elogio. Cierto es que en el periodismo liberal —y los artículos de Maeztu son una prueba de ello—[85] el enaltecimiento de la conducta del Kaiser, franco y decidido al comienzo de la crisis, tendió a diluirse a medida que se constataban sus intromisiones en la política exterior alemana, culminando con la entrevista concedida al Daily Telegraph, publicada el 28 de octubre de 1908.

De entrada, y ante la constatación de que el círculo de íntimos del Kaiser era una camarilla de invertidos, había que dejar bien clara la virilidad del emperador y de los miembros masculinos de su familia. Este era presentado como un «modelo de esposos», «tan enamorado de su mujer como hace veinte años», y el Kronprinz, «un muchacho enérgico y pundonoroso, cuya intervención ha acabado con la antigua influencia del príncipe de Eulenburg».[86] El soberano, en vez de menospreciar las denuncias de Harden, lo que habría tenido cierta lógica —señalaba Eduardo Hahn en el ABC— habida cuenta de los antecedentes del periodista —dos veces condenado por lesa majestad— «hizo lo que debía hacer». Esto es, tras consultar con el ministro de la Guerra y la jefatura de policía informándose a fondo, decidió desprenderse de sus indignos allegados, destituyéndolos de sus cargos y adoptar medidas para depurar al Ejército de toda corrupción homosexual, restituyendo su honor. Esta conducta es descrita como un ejemplo de masculinidad: «Hombre en toda la acepción de la palabra, cuya energía, altivez y espíritu esencialmente militar es conocido».[87] Se elogia también, como un gesto que indica su compromiso con el pueblo y con el orden constitucional y su rechazo al poder oculto de las «camarillas», que no pusiera «trabas a la justicia» […] para que se castigue a príncipes y altos militares convencidos de homosexualismo».[88] Por último, su negativa a aceptar una conciliación judicial entre Moltke y Harden[89] y su adopción de medidas para extirpar la homosexualidad en el Ejército, concertadas con el ministro de la Guerra, se representan mediante una retórica higienista («barrer», «férrea escoba», «limpieza», «baño») que resalta su esfuerzo para devolver el prestigio a las armas del Imperio.[90]

Una nota común que atraviesa casi sin excepciones[91] todo el campo discursivo es la tendencia —por contraste con lo sucedido en Alemania, pero también con lo tradicionalmente achacado a Francia— a resaltar ya sea la hombría de los españoles, que proyectan su erotismo exclusivamente hacia las mujeres,[92] ya sea su ingenuidad o el carácter morigerado de sus costumbres sexuales,[93] donde el homosexualismo aparece como algo casi desconocido y exótico. Solo en la década de 1920 se tomará conciencia de este asunto como un problema nacional, conduciendo finalmente a su sanción en el Código Penal de 1928.

VI. NEGACIONISMO, ANTISEMITISMO Y MILITARISMO EN LA PRENSA CONSERVADORA. LA MUERTE COMO REDENCIÓN DEL HOMOSEXUAL[Subir]

La tercera alternativa del campo discursivo engloba a las posiciones adoptadas por la prensa conservadora en sus distintas variantes: conservadurismo dinástico (ABC, La Época, La Correspondencia de España), regionalismo conservador (La Cataluña), militarismo monárquico (La Correspondencia Militar) y tradicionalismo (El Correo Español). En este sector se imponía, por una parte, el rechazo explícito del periodismo sensacionalista que «enerva» y «degenera» a las poblaciones, funcionando como una suerte de «opio» y que se opone al «silencio patriótico»[94] ante los episodios de escándalo. Se tendía también a negar la existencia de la «camarilla» de afeminados denunciada por Harden, descalificando a este periodista por su condición de calumniador, y se lamentaba el daño ocasionado por sus denuncias al prestigio de la monarquía, del Ejército y del pueblo alemán. No obstante, ese negacionismo presentaba variaciones relevantes según la posición en el espectro ideológico.

Los periódicos representativos del conservadurismo dinástico subrayaban que las acusaciones de Harden se quedaban en nada, pero esto solo lo sostenían de un modo circunstancial, coincidiendo con la condena del periodista en el segundo juicio incoado por Moltke y resuelto a comienzos de enero de 1908.[95] Sin embargo, la absolución de Harden en el primer juicio, en octubre de 1907, y el proceso contra Eulenburg, a partir de la primavera de 1908, suscitaba una respuesta muy distinta en estas cabeceras, tendiendo a aceptar los hechos expuestos en los correspondientes procesos.[96]

Sin embargo, los artículos publicados en El Correo Español, de orientación tradicionalista, asumían un discurso muy diferente. Desde el primer momento del escándalo hasta su cierre le negaban a Harden toda veracidad. Recurrían para ello a una descalificación ad hominem de carácter antisemita: el periodista se valía de un seudónimo alemán para encubrir vergonzantemente su verdadera identidad de judío polaco, apellidado Wittkowski. Aunque el recurso al argumento antisemita no está solo presente en este diario de raigambre carlista,[97] sí son sus colaboraciones las que insisten más en el mismo.[98] Se alude a las «maquinaciones» y al resentimiento propio de los intelectuales de esa raza —señalando, no solo al periodista sino también a su abogado Bernstein, también judío—,[99] dirigido contra las clases directoras —la aristocracia, los altos mandos castrenses— y destinado a manchar el nombre del pueblo alemán.[100] Se sugiere que Harden, al propiciar el descrédito de la monarquía[101] y «la desconfianza de las clases bajas en las clases superiores»,[102] lo que hacía era preparar, como efecto indirecto de sus calumnias, el advenimiento de la «revolución social».[103] Se aludía también a su condición de comediante fracasado («antiguo actor de teatro, muchas veces silbado por el público»)[104] y se aproximaba su conducta maledicente a la del «muy poco viril» Brand, militante homosexualista y acusador del canciller Bulow.[105] Se califica asimismo como «no alemán» ese modo de combatir a los adversarios políticos «manchando su vida privada», una maniobra más propia del chismorreo femenino y la mendacidad judía.[106]

Otra estrategia utilizada en los artículos publicados sobre el asunto por El Correo Español consiste en considerar completamente irrelevantes las revelaciones sobre la inmoralidad sexual del círculo del emperador. Esos infundios solo serían un pretexto —la «superficie»— para encubrir lo que en realidad —el «fondo»— era una pugna política entre facciones dentro de la élite dirigente alemana.[107] Por una parte, el «partido de la paz», representado por la «comitiva íntima» —se rechazaba la denominación infamante de «camarilla»—[108] del Kaiser, liderada por Eulenburg, y por otro, el partido belicista conformado por los herederos de Bismarck: el consejero Holstein, en la sombra, y Harden vociferando en la prensa.[109] El catolicismo ultramontano de El Correo Español lo posicionaba frontalmente contra el grupo de Bismarck, recordando al difunto Canciller por su agresiva política contra el clericalismo católico, en lo que se conoce como la Kulturkampft.[110]

Por otro lado, la valoración de la actitud del Kaiser ante el escándalo no es la misma en este medio tradicionalista que en los del conservadurismo dinástico. Estos se entregan a una loa del soberano casi sin reservas, mientras que el diario carlista considera un error que el emperador diera pábulo a las denuncias de un «libelista», de un «publicista judío» de pésimos antecedentes, en contraste con la alcurnia y los honores que adornaban a los miembros de la comitiva regia.[111] Esta defensa de la política pacifista y esta confrontación con la tradición bismarckiana de la que hacía gala El Correo Español se veía contrarrestada por un periódico también conservador pero corporativo, valedor de los intereses del Ejército, La Correspondencia Militar. Desde esta cabecera se expresaba, en cambio, complacencia por la campaña de Harden, que había destruido a la «camarilla francófila» y pacifista, permitiendo el regreso a la «política bismarckiana, que es la que forma el alma del Imperio».[112] Se sugería, incluso, que este giro insinuado en la política exterior alemana debería obligar a España a replantearse su alianza con el Gobierno francés ante el problema de Marruecos.

Salvo este periódico, donde se estimaba favorablemente la ofensiva de Harden, el resto lamenta las consecuencias de la misma para el honor de Alemania y de su monarquía. Miquel Vidal y Guardiola, vinculado a la Lliga de Cambó, en un extenso artículo publicado en La Cataluña, órgano próximo al regionalismo conservador, buscaba cierta equidistancia, minimizando la gravedad de los episodios homosexuales en el Ejército («esto es un vicio endémico en casi todos los ejércitos y marinas»), pero negando que Harden fuera un mero chantajeador. Tras un detallado resumen de los hechos, optaba por pedir a los lectores que «olviden para siempre este asunto»[113] lleno de suciedades y de mezquindad, que dejaba «malparados el honor del ejército alemán, la imparcialidad de los tribunales y la tranquilidad de espíritu de muchas familias».

En lo que convergía buena parte de este sector periodístico era en el relato victimista que se adoptaba para contar la caída en desgracia de Eulenburg y sus posteriores peripecias judiciales. En el conjunto del campo discursivo hay una permanente asociación entre el homosexualismo y el deseo de muerte, como si el primero, desde siglo xix, estuviera inevitablemente unido al dolor y a la desdicha.[114] Se trataría de una suerte de destino que el invertido persigue para lograr así el reconocimiento y la conciliación con la comunidad. Esto ya estaba presente en la referencia a los suicidios cometidos por varios de los militares cuando las aficiones de la «camarilla» fueron puestas al descubierto en la prensa.[115] Pero este relato de la redención por la muerte, del destino trágico, aparecía sobre todo en el caso del príncipe de Eulenburg.

Hasta la instrucción de su proceso por perjurio, este era tratado como una «eminencia gris» que movía en la sombra los hilos de la política alemana, un aristócrata de inmensa fortuna, aficionado al arte y al esoterismo y de gustos sexuales depravados que lo llevaron a quedar «revuelto en el lodo».[116] Pero ya en la instrucción misma de su causa —en una narrativa que prevalecía pero no exclusivamente en las filas del periodismo conservador— Eulenburg era presentado como un «príncipe caído»,[117] desconcertado por el peso de la justicia que se lanzaba sobre él inmisericorde, negándole siempre la libertad provisional, pese a proponer el pago de fianzas astronómicas,[118] que enfermaba gravemente y en el que algunos barruntaban la posibilidad de un suicidio.»[119] Esta redención por la muerte, a veces comparada con el trágico final de Óscar Wilde,[120] culminaba con la puesta en escena del proceso, con Eulenburg recorriendo su particular camino del calvario,[121] trasladado desde el Hospital de la Charité a la sala de justicia, llegando en camilla rodeado de enfermeros, con la carga de sus sesenta años encima, convertido en un «esqueleto»,[122] con «cadavérica palidez»,[123] seguido por su doliente y siempre leal esposa.[124] Este relato melodramático y compasivo[125] de las vistas judiciales, continuamente interrumpidas y aplazadas, alcanzaba su máxima intensidad en septiembre de 1908, cuando se anunciaba la muerte inminente del protagonista, que, sin embargo, acabaría recuperándose.

VII. CONCLUSIÓN[Subir]

En la investigación realizada a partir de una amplia muestra de testimonios periodísticos españoles encuadrados cronológicamente entre 1907 y 1915 se ha advertido la importancia del «escándalo Eulenburg» para la difusión de la categoría de homosexualidad en el público español. Como en otros países, la acogida del acontecimiento fue plural y polarizada, variando su valoración según la posición ocupada por cabeceras y comentaristas en el campo periodístico, político e intelectual. El análisis del discurso revela, sin embargo, que en todos los casos el asunto se interrogó a partir de la relación entre la expansión del homosexualismo, la decadencia de la nación y la crisis de la masculinidad. Todas las intervenciones condenaban la presencia de actos homosexuales en la aristocracia y en los mandos militares alemanes, pero no todas le daban la misma importancia relativa a la dimensión moral y a la dimensión política del acontecimiento, discrepando también a la hora de encuadrarlo como un fenómeno comprendido en términos de identidad nacional o de clase social, relevante a la hora de juzgar el declive de Alemania como potencia o importante a la hora de señalar la corrupción de sus élites políticas, de sus clases dominantes o del régimen monárquico.

De cualquier manera, la atribución de significado político —no solo nacional sino internacional— a un suceso relacionado con la inmoralidad homosexual constituía una novedad para la prensa española, a pesar de los antecedentes del escándalo del hijo de los duques de la Torre o de los burdeles de invertidos en Cádiz, en las décadas de 1880 y 1890 respectivamente. Pero la prensa, insertando el escándalo alemán en un contexto español tendía a minimizar la relevancia del homosexualismo como problema patrio, resaltando, en cambio, la hombría de los nacionales. Todavía tendrían que transcurrir algunos años antes de que el asunto alarmara a la conciencia pública, conduciendo finalmente a la criminalización de esa conducta en el Código Penal de 1928.

NOTAS[Subir]

[1]

Sobre homosexualidad, Mira (‍2004: 35-‍176) y Vázquez y Cleminson (‍2011). Sobre la cultura sexual en general, Zubiaurre (‍2012) y Guereña (‍2018).

[2]

Aresti (‍2010, ‍2014); Aresti et al. (‍2016); Zabalgoitia (‍2017); Blasco Herranz (‍2017); Aresti y Martykànova (‍2017); Miralles (‍2017, ‍2021), y Torres (‍2020).

[3]

‍Thompson 2000.

[4]

Steakley (‍1989); Aubert (‍2020); Fishers (‍1995); Robinson (‍1995); Clark (‍2006); Cocks (‍2010); Hammond (‍2011); Mazbouri y Valloton (‍2016), y Wilkinson (‍2021).

[5]

Cleminson et al. (‍2014) y Ndongo-Bidyogo (‍2016).

[6]

Cleminson et al. (‍2014).

[7]

Proust consideraba que la difusión de la palabra «homosexualidad» en Francia se debió al asunto Eulenburg (‍Eribon, 1999: 212).

[8]

Martínez Pérez (‍1998).

[9]

Vázquez García y Cleminson (‍2011: 171-‍230) y Martykánova (‍2017).

[10]

González Martín (‍2020: 104).

[11]

Nye (‍1984: 335).

[12]

Domeier (‍2015: 24-‍30).

[13]

Ibid.: 32.

[14]

Le Moigne (‍2005); Bösch (‍2009, ‍2018); Domeier (‍2015), y Kalkun (‍2020).

[15]

Maingueneau (‍2014: 66-‍67).

[16]

Para el resumen de los acontecimientos nos apoyamos en Domeier (‍2015: 261-‍264).

[17]

Luengo (‍2012).

[18]

Sobre lo explícito de la información acerca de la homosexualidad en la prensa alemana en contraste con la europea, Domeier (‍2015: 132).

[19]

«Los detalles que la Sra. De Elbe no tuvo ningún inconveniente en atestiguar ante el tribunal no los publicaría ningún periódico español, siendo la única prensa de Europa que en asuntos de esta índole conserva aún algún pudor» («Último acto del drama», por Eduardo Hahn, ABC, 8 noviembre 1907). «Es imposible a un periódico católico dar detalles sobre el proceso» («El asunto de Berlín», por H.,G. Fromm, El Correo Español, 6-11-1907). Alusiones de Mme von Elbe al «odio al sexo femenino» y al incumplimiento de «sus deberes conyugales» por parte de su exmarido («Una querella», El Correo Español, 24-10-1907). «Con todo lujo de detalles fueron descritas las relaciones matrimoniales entre Moltke y su mujer» («De Alemania. Punto final», por El Berlinés, El Diluvio, 15-1-1908). La exposición más detallada en «Kuno von Moltke versus Max Harden», por Miquel Vidal i Guardiola, La Cataluña, 18-1-1908.

[20]

«Kuno von Moltke versus Max Harden», por Miquel Vidal i Guardiola, La Cataluña, 18-1-1908.

[21]

«Crudeza de las demás declaraciones de este testigo […] que me fuerza a poner aquí puntos suspensivos […] su declaración no puede transcribirse» («Harden contra Staedele», por Eduado Hahn, ABC, 30-4-1908).

[22]

La primera aparición de homosexual en un diccionario data de 1917, en el Diccionario de la lengua española de José Alemany y Bolufer, y homosexualidad se remonta a la edición de 1936 del diccionario de la RAE, Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (https://shorturl.at/f9rKz). No obstante, en la literatura científica hemos encontrado la mención de «homo-sexual» en el título de un artículo publicado en 1903 (‍Bravo y Moreno, 1903).

[23]

«Proceso escandaloso», ABC, 27-10-1907.

[24]

«Una querella del conde de Moltke», La Época, 24-10-1907.

[25]

«Política alemana. La camarilla y el canciller», La Correspondencia de España, 12-6-1907.

[26]

«El escándalo de Berlín», El Liberal, 30-10-1907.

[27]

«Historias de camarilla», por F. von der Tauber, El Correo Español, 18-6-1907.

[28]

«Los escándalos de Alemania», El Imparcial, 20-12-1907.

[29]

Cuando se dice que homosexualidad constituye una categoría, se quiere decir que implica un concepto experto procedente del campo psiquiátrico, aunque prácticamente hasta Freud no va a utilizarse exclusivamente para referirse a la elección del objeto sexual (preferencia por los del mismo sexo) y la mayoría de los especialistas usan el término para designar, en el caso masculino, a los hombres con «alma femenina» con un sentido similar a los términos «invertido sexual» o «uranista», es decir, mezclando la elección sexual desviada y la identificación con el género opuesto (‍Davidson, 2004: 126-‍130). Por otra parte, la expresión «tercer sexo» se consolidó con la difusión de la obra de Magnus Hirschfeld, Berlin Drittes Geschlecht (1904), traducida al inglés como Berlin’s Third Sex (‍Mancini, 2010: 46-‍60). En España fue relevante para esta difusión la traducción de la obra del criminólogo italiano Escipión Sighele, Eva Moderna, vertida al castellano por la editorial Calpe en 1921.

[30]

«El homosexualismo», La Voz de Menorca, 6-12-1907; «El decano de los homosexuales», La Voz de Menorca, 21-7-1908; «Espuma sucia», por Ángel Guerra, La Publicidad, 6-5-1909; «La corrupción de costumbres», por Luis Araquistáin, El Noroeste 5-8-1915; «La moralidad germánica. El homosexualismo», por Juan Prouvaire, El Radical, 15-8-1915.

[31]

«Esto es un vicio endémico en casi todos los ejércitos y marinas» («Kuno von Moltke versus Max Harden», por Miquel Vidal i Guardiola, La Cataluña, 18-1-1908).

[32]

«La nueva Alemania», por Ramiro de Maeztu, Nuevo Mundo, 7-11-1907; «De jueves a jueves. Bajo cieno», por Ángel Guerra, El Diluvio, 22-9-1908; «Espuma sucia», por Ángel Guerra, La Publicidad, 6-5-1909.

[33]

«La moralidad germánica. La vida sexual en Alemania», por Juan Prouvaire, El Radical, 8-8-1915 y «La moralidad germánica. El homosexualismo», por Juan Prouvaire, El Radical, 15-8-1915.

[34]

«Y armas al hombro», Gedeón, 6 octubre 1907; «Nuestros modelos de moralidad», El País, 10 octubre 1907; «Masculinidad y feminismo», por Berlinés, El Diluvio, 26-11-1907; «El proceso Bülow», por H. G. Fromm, El Correo Español, 15-11-1907; «Proceso Bulow-Brand», El año en la mano. Almanaque-enciclopedia de la vida práctica, Barcelona, Anuario Riera, 1909, pp. 163-‍164.

[35]

«El proceso de la camarilla», La Correspondencia Militar, 30-10-1907; «La moralidad germánica. El homosexualismo», por Juan Prouvaire, El Radical, 15-8-1915.

[36]

«El proceso de la camarilla», La Correspondencia Militar, 30-10-1907; «El proceso Moltke-Harden», La Época, 30-12-1907; «El proceso Moltke-Harden», ABC, 31-12-1907; «El proceso Harden-Moltke», La Correspondencia de España, 31-12-1907; «Kuno von Moltke versus Max Harden», por Miquel Vidal i Guardiola, La Cataluña, 18-1-1908.

[37]

«Los modernos caballeros de la Tabla Redonda», por Carlos Costa, La Publicidad, 2-11-1907; sobre Weininger; Havelock Ellis y Raffalovich en «La moralidad germánica. La vida sexual en Alemania», por Juan Prouvaire, El Radical, 8-8-1915, y «La moralidad germánica. El homosexualismo», por Juan Prouvaire, El Radical, 15-8-1915.

[38]

«Grecia en Germania», por Andrenio, Nuevo Mundo, 21-11-1907.

[39]

«Último acto del drama», por Eduardo Hahn, ABC, 8-11-1907; «Los escándalos de Postdam», La Correspondencia de España, 21-12-1907.

[40]

«El proceso Bülow», por H. G. Fromm, El Correo Español, 15-11-1907; «La moralidad germánica. El homosexualismo», por Juan Prouvaire, El Radical, 15-8-1915.

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«La nueva Alemania», por Ramiro de Maeztu, Nuevo Mundo, 7-11-1907.

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«Los modernos caballeros de la Tabla Redonda», por Carlos Costa, La Publicidad, 2-11-1907.

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«Los modernos caballeros de la Tabla redonda», por Carlos Costa, La Publicidad, 2-11-1907.

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«La corrupción de costumbres», por Luis Araquistáin, El Noroeste, 5-8-1915.

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«La moralidad germánica. La vida sexual en Alemania», por Juan Prouvaire, El Radical, 8-8-1915. Este artículo se reprodujo en El Pueblo, 28-8-2015.

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«La corrupción de costumbres», por Luis Araquistáin, El Noroeste, 5-8-1915.

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«La semana burguesa», El Socialista, 8-11-1907.

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[57]

«El homosexualismo que florece en la Alemania imperial fue en Francia vicio o virtud de los tiempos brillantes de la Monarquía; no de estos vulgares y prosaicos de democracia republicana, en que los ciudadanos tienen sobre todo otro sentimiento del honor» («La moralidad germánica. El homosexualismo», por Juan Prouvaire, El Radical, 14-8-1915.

[58]

«Es necesario que a medida que el pueblo toma interés en la política se realice ésta cada vez más a la luz del día» («De Alemania. Historia de una camarilla», por Miquel Vidal y Guardiola, El Diluvio, 19-6-1907). Sobre la dicotomía oligarquía/pueblo en el discurso republicano, Pérez Ledesma (‍2014: 60-‍69).

[59]

«Política alemana. La camarilla y el canciller», La Correspondencia de España, 12-6-1907.

[60]

«Se hablaba de fuerzas ocultas, de influencias misteriosas, de enemigos temibles que nadie conocía» («De Alemania. Historia de una camarilla», por Miquel Vidal y Guardiola, El Diluvio, 19-6-1907).

[61]

Bourdieu (‍1998: 37-‍39).

[62]

«El escándalo de los escándalos. El Kaiser y Eulenburg», por Ramiro de Maeztu, La Correspondencia de España, 3-11-1907.

[63]

«El proceso Moltke-Harden», El Diluvio, 1-4-1909.

[64]

«El emperador está rodeado de consejeros perversos. Tales gentes se inclinan, a causa de su depravación, a la mentira. Resulta que el emperador no puede conocer la verdad porque alrededor de él forman una barrera, infranqueable casi, sus consejeros» («Cartas a El Diluvio», por Luis Bonafoux, El Diluvio, 3-11-1907).

[65]

«El escándalo de los escándalos. El Kaiser y Eulenburg», por Ramiro de Maeztu, La Correspondencia de España, 3-11-1907. El artículo es en realidad una entrevista realizada por Maeztu al corresponsal en Londres de «uno de los diarios más importantes de Alemania».

[66]

Hubo excepciones en la prensa republicana: el semanario catalán, satírico y anticlerical La Campana de Gracia destacó el «tacto admirable» del soberano: «Habría podido ocultar la cuestión, con el pretexto de evitar un gran escándalo público, pero ha preferido rendir tributo a la moralidad y a la justicia» («L’Escandol d’Alemanya», por J., La Campana de Gracia, 9-11-1907).

[67]

«De Alemania. Historia de una camarilla», por Miquel Vidal y Guardiola, El Diluvio, 19-6-1907.

[68]

«Cartas a El Diluvio», por Luis Bonafoux, El Diluvio, 17-5-1908.

[69]

«Un nuevo retrato del Kaiser vestido de Brandenburgo o cosa así, con larga peluca rizada, justillo aterciopelado, calzón corto y ceñido, espada al cinto y mirada vaga y entre celajes» («Mentalidad peligrosa», por Luis Bonafoux, Heraldo de Madrid, 21-2-1908). «Entre las figuras del cuadro se destaca la del emperador, vistiendo gótica armadura con el manto violeta, bordado de oro […] se ha regalado a la iglesia de Strasbourg. Pero el público, involuntariamente piensa en la iglesia de Eulenburg donde por tantos años comulgó el káiser con ruedas de molino… o con salchichón de Strasburg» («Cartas a El Diluvio», por Luis Bonafoux, El Diluvio, 17-5-1908).

[70]

«Espuma sucia», por Ángel Guerra, La Publicidad, 6-5-1909. «Yo no creo que del homosexualismo, que es de todos los tiempos y de todos los pueblos, se puedan deducir consecuencias graves para un país» («Cartas a El Diluvio», por Luis Bonafoux, El Diluvio, 17-5-1908); «la naturaleza humana es la misma en todos los países» («El trasnoche y el alcohol», por Ramiro de Maeztu, El Socialista, 1-11-1907).

[71]

Seudónimo de José Betancourt Cabrera, corresponsal de La Correspondencia de España en París entre 1908-‍1910 y escritor canario monárquico de orientación liberal progresista, que tuvo de mentor a Benito Pérez Galdós.

[72]

«De jueves a jueves. Bajo cieno», por Ángel Guerra, El Diluvio, 22-9-1908.

[73]

«Espuma sucia», por Ángel Guerra, La Publicidad, 6-5-1909.

[74]

Íd.

[75]

«Zig-Zag. Los intelectuales alemanes», por Ángel Guerra, El Diluvio, 9-12-1909; «Zig-Zag. La campaña de Harden», por Ángel Guerra, El Diluvio, 28-7-1910; «Zig-Zag. Batallas con las plumas», por Ángel Guerra, El Diluvio, 5-9-1913, y «Zig-Zag. El caso de Max Harden», por Ángel Guerra, El Diluvio, 6-7-1920.

[76]

«Zig-Zag. Batallas con las plumas», por Ángel Guerra, El Diluvio, 5-9-1913.

[77]

«La nueva Alemania», por Ramiro de Maeztu, Nuevo Mundo, 7-11-1907.

[78]

Sobre esta proliferación, Salaün (‍1992) y Zubiaurre (‍2012).

[79]

«El trasnoche y el alcohol», por Ramiro de Maeztu, El Socialista, 1-11-1907.

[80]

La denominación de «amor griego» o «amor socrático», que subraya la semejanza con la institución de la pederastia helénica, vinculando a un adulto activo con un muchacho pasivo para designar al homoerotismo masculino, puede encontrarse ya en el siglo xviii y en el debate ilustrado acerca de la índole y de las causas de esta peculiaridad helénica (‍Mazaleigue, 2013).

[81]

«Grecia en Germania», por Andrenio, Nuevo Mundo, 21-11-1907. Andrenio era el seudónimo utilizado por Eduardo Gómez de Baquero, colaborador en diversos diarios y revistas, que evolucionó del conservadurismo hacia el liberalismo moderado.

[82]

«El delator Herr Harden», por Ramiro de Maeztu, La Correspondencia de España, 2-11-1907. La referencia a la «virilidad», a la «valentía» y a la condición «enérgica» de Harden, especialmente tras la absolución en el primer juicio incoado por Moltke, es también frecuente en la prensa socialista, republicana y liberal: «Deja hablar virilmente a un Harden» («Cartas a El Diluvio», por Luis Bonafoux, El Diluvio, 3-11-1907); «viril arranque de un periodista» («La semana burguesa», El Socialista, 8-11-1907); «con patriótica energía» («Pestilencia», El Liberal, 12 noviembre 1907); «periodista d’ànima» («¿Que hi hà? Molt ke dir», L’Avi. Setmanari Satirich, 5-11-1907); «valent periodista» («L’Escandol d’Alemania», La Campana de Gracia, 9-11-1907); «con gran energía» (La Correspondencia de España, 21-12-1907; «batallador periodista» («¿Un bluff? El Kaiser, Bulow y el pangermanismo», La Correspondencia de España, 3-3-1908).

[83]

«El delator Herr Harden», por Ramiro de Maeztu, La Correspondencia de España, 2-11-1907.

[84]

«La nueva Alemania», por Ramiro de Maeztu, Nuevo Mundo, 7-11-1907.

[85]

Pueden compararse al respecto los juicios vertidos sobre el emperador en «El escándalo de los escándalos. El Kaiser y Eulenburg», por Ramiro de Maeztu, La Correspondencia de España, 3-11-1907, y en «Alemania contra el Kaiser», Nuevo Mundo, 26-11-1908.

[86]

«El escándalo de los escándalos. El Kaiser y Eulenburg», por Ramiro de Maeztu, La Correspondencia de España, 3-11-1907.

[87]

«Último acto del drama», por Eduardo Hahn, ABC, 8-11-1907.

[88]

«Cartas a El Diluvio», por Luis Bonafoux, El Diluvio, 3-11-1907

[89]

«Negociaciones fracasadas», La Correspondencia Militar, 23-12-1907; «Los escándalos de Berlín. Fracaso de una gestión», El Imparcial, 27-12-1907; «No hay conciliación», La Correspondencia Militar, 27-12-1907, y «El proceso Harden-Moltke», La Época, 27-12-1907.

[90]

«El emperador barrerá sin contemplación» («En el Reichstag prusiano», La Época, 29-11-1907); «proceder con férrea escoba […] a limpiar el Ejército» («Kuno von Moltke versus Max Harden», por Miquel Vidal y Guardiola, La Cataluña, 18-1-1908); «ahí es nada la alegría de un cuerpo después de un buen baño» («Espuma sucia», por Ángel Guerra, La Publicidad, 6-5-1909).

[91]

Maeztu destaca lo difundido de la cultura sicalíptica y de la inmoralidad sexual, sin mencionar explícitamente el homosexualismo en España, pero no lo achaca al carácter, pues la naturaleza humana es igual en todas partes, sino a la ausencia de leyes sancionadoras, «El trasnoche y el alcohol», por Ramiro de Maeztu, El Socialista, 1-11-1907, y «La nueva Alemania», por Ramiro de Maeztu, Nuevo Mundo, 7-11-1907.

[92]

Sobre el ambiente nocturno de Madrid como «varonil y honradamente mujeriego» frente al homosexualismo berlinés, «Nuestros modelos de moralidad», El País, 10-10-1907; sobre la pasión de los españoles por las mujeres («cálido pueblo de salvajes» ) frente a la frialdad alemana, «La Super-mujer y la mujer..super», por Ein Schwarqzwalder, ABC, 29-11-1907.

[93]

Sobre la «ingenuidad» de los españoles, que ven los cinematógrafos como locales para niños, frente a la perversidad berlinesa, que los usa para prácticas homosexuales, «El cinematógrafo y su posible trascendencia», por J. M. Salaverria, ABC, 25-11-1907. Sobre el provincianismo de los españoles, «mucho más morigerados en nuestras costumbres que la mayor parte de los pueblos europeos» («Grecia en Germania», por Andrenio, Nuevo Mundo, 21-11-1907).

[94]

«El opio, que degenera las razas no solo puede darse en pipa, sino en artículos de fondo» («De lunes a lunes», por El Lunático, La Correspondencia Militar, 13-1-1908). «A fuerza de exagerar, colócanse las partes contendientes y el público en una tensión nerviosa» («Kuno von Moltke versus Max Harden», por Miquel Vidal i Guardiola, La Cataluña, 18-1-1908). Una retórica similar en Alemania en Domeier (‍2015: 77).

[95]

«Causa infinita», por Eduardo Hahn, ABC, 13-1-1908; «Ecos del proceso Harden», La Época, 6-1-1908; «Los escándalos de Postdam. El proceso Harden-Moltke», La Correspondencia de España, 5-1-1908.

[96]

Un buen ejemplo lo constituye «Vuelve el escándalo», por José Juan Cadenas, ABC, 9-5-1908.

[97]

«Informaciones. Max Harden», por Mauricio Muret, La Correspondencia de España, 23-12-1907; en otro artículo del mismo periódico se le llama «periodista polaco» («Ecos de Berlín. Las acusaciones de Harden», La Correspondencia de España, 21-1-1908).

[98]

«Los periodistas judíos son una verdadera plaga de la Prensa […] su indiscreción, su falta de tacto, su desvergüenza, sus mentiras y sus calumnias exceden de toda medida» («Historias de camarilla», por F. von der Tauber, El Correo Español, 11-6-1907.

[99]

«El asunto de Berlín», por H. G. Fromm, El Correo Español, 6-11-1907.

[100]

«La Corte en Berlín», por F. von der Tauber, El Correo Español, 6-6-1908.

[101]

«El judío Wittkowski-Harden ha arrojado cieno sobre el trono y la monarquía […]. Al desacreditar a la comitiva íntima de S. M., envileció la persona del monarca» («El epílogo del asunto de Berlín», por H. G. Fromm, El Correo Español, 7-1-1908).

[102]

«El asunto de Berlín», por H. G. Fromm, El Correo Español, 6-11-1907.

[103]

Íd.

[104]

«El epílogo del asunto de Berlín», por H. G. Fromm, El Correo Español, 7-1-1908.

[105]

«El proceso Bülow», El Correo Español, 15-11-1907.

[106]

«El asunto de Berlín», por H. G. Fromm, El Correo Español, 6-11-1907.

[107]

«El epílogo del asunto de Berlín», por H. G. Fromm, El Correo Español, 7-1-1908.

[108]

Idem

[109]

«El proceso Eulenburg», por H. G. Fromm, El Correo Español, 25-7-1908.

[110]

Borutta (‍2003).

[111]

«Historias de camarilla», por F. von der Tauber, El Correo Español, 11-6-1907.

[112]

«Impresiones», La Correspondencia Militar, 4-11-1907.

[113]

«Kuno von Moltke versus Max Harden», por Miquel Vidal i Guardiola, La Cataluña, 18-1-1908.

[114]

Llamas (‍1998: 143-‍164).

[115]

«En la sentimental Alemania. El proceso de la Tabla Redonda», por R. S, El Diluvio, 26-10-1907; «El escándalo de los escándalos», por Ramiro de Maeztu, La Correspondencia de España, 3-11-1907.

[116]

«Impresiones», La Correspondencia Militar, 4-11-1907.

[117]

«Nunca ha sido más triste su caída» («Cómo concluyen los favoritos», ABC, 10-7-1908).

[118]

La prensa alude al «desventurado magnate» («Eulenburg, gravísimo», La Correspondencia de España, 18-9-1908); el «desventurado príncipe de Eulenburg» («De jueves a jueves. Bajo cieno», por Ángel Guerra, El Diluvio, 22-9-1908); el «infeliz» («Cómo concluyen los favoritos», ABC, 10-7-1908).

[119]

«No me asombraría leer un día de estos que el príncipe de Eulenburg se ha levantado la tapa de los sesos» («Vuelve el escándalo», ABC, 9-5-1908).

[120]

«De jueves a jueves. Bajo cieno», por Ángel Guerra, El Diluvio, 22-9-1908.

[121]

«[…] sufre mucho» («Un enigma, La Correspondencia de España, 18-7-1908); «fatigas morales y físicas sufridas» («El proceso Eulenburg», por H. G. Fromm, El Correo Español, 25-7-1908). En este artículo se encuentra un extenso extracto literal del discurso de defensa de Eulenburg, mostrándose dispuesto a continuar el juicio para probar su inocencia, aunque el esfuerzo le cueste la vida.

[122]

«Eulenburg, gravísimo», La Correspondencia de España, 18-9-1908.

[123]

«Vista de la causa contra el príncipe de Eulenburgo», La Época, 29-6-1908.

[124]

«De jueves a jueves. Bajo cieno», por Ángel Guerra, El Diluvio, 22-9-1908.

[125]

«A su paso, un murmullo de compasión se escucha en el público», «El proceso Eulenburg», La Correspondencia de España, 30-6-1908.

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