Publicado con motivo del 150 aniversario de la Primera República española, el libro de Florencia Peyrou ofrece la visión más completa y actualizada del periodo. La autora, gran especialista en la historia del republicanismo español y su circulación transnacional en el siglo xix, parece especialmente indicada para proponer esta visión de conjunto. Su libro proporciona una relectura muy sugerente, utilizando los resultados de decenas de trabajos sobre el republicanismo y su desarrollo tras la revolución de 1868, especialmente en el propio momento de la Primera República, entre 1873 y 1874. Un primer aporte del libro consiste en reunir los análisis recientes (hasta la fecha dispersos) sobre la situación política en distintos pueblos, ciudades y provincias en los años de la República, lo que permite paliar la fragmentación de los relatos disponibles. Otro aporte significativo consiste en revisar las anteriores síntesis, a las que la autora atribuye con razón una visión demasiado negativa (p. 29). Pretende «desechar el paradigma del fracaso y normalizar» la Primera República, injustamente desacreditada, a su juicio, por el constante uso de «mitos forjados durante la Restauración» (p. 355).
Según Florencia Peyrou, la Primera República formó parte de una «ola democratizadora», especie de Transición avant la lettre que, a pesar de su fracaso, fue un momento decisivo en la modernización política de España. El fracaso de esta transición se explicaría por la inmadurez del sistema de partidos políticos y por la falta de experiencia de los actores, marcados por una monarquía isabelina muy restrictiva en materia de libertades (p. 91, 155, 172-173, 222, 357). La segunda clave para explicar este fracaso sería la magnitud de los obstáculos a los que se enfrentaron los sucesivos Gobiernos, entre las guerras cubana y carlista, la «agitación social» y «la impaciencia de los republicanos de base», todos incompatibles, según la autora, con el establecimiento de un régimen pluralista (p. 181, 222, 242, 325). Las divisiones entre pensadores del republicanismo serían un último factor agravante. Aunque intente evitar las caricaturas sobre republicanos «intransigentes», la autora juzga su «antipluralismo» especialmente desastroso, y lo opone a la «política conciliadora» de Pi y Margall (p. 293), e incluso a los objetivos de conciliación a largo término de Castelar (p. 219, 357). Por último, Florencia Peyrou imagina cómo podría haber evolucionado la República autoritaria de 1874 si el golpe de estado de Martínez Campos no hubiera acabado con ella, y recuerda el contexto similar de autoritarismo en el que la Tercera República francesa encontró finalmente el camino hacia la consolidación duradera (p. 342).
Se pueden sugerir finalmente algunas pistas de debate, desde el sincero respeto por el libro. La primera se refiere a la retroproyección de la transición democrática propia de la España del siglo xx sobre la historia política del siglo xix. Considerar la Primera República como una transición fallida puede ayudar a restablecer su promesa democrática, pero también plantea nuevos problemas. Aunque el régimen no haya sido proclamado sobre las barricadas sino en las Cortes, formaba parte de un ciclo revolucionario abierto en 1868, en el que se enfrentaban varias visiones de la legitimidad política. El término «transición» eufemiza estos conflictos, y nos aleja de la experiencia vivida por los contemporáneos. Para normalizar un periodo tan excepcional, creo que en vez de desterrar el concepto de revolución sería más eficaz proceder a comparaciones con otros procesos revolucionarios.
Mi segunda duda, vinculada con la primera, se refiere al lugar que Florencia Peyrou (y también la mayor parte de los trabajos que cita sobre el año 1873), otorga(n) a la guerra, y a la guerra colonial en particular, en el desarrollo de los conflictos bajo la Primera República. En el capítulo 2, la autora coincide con José A. Piqueras sobre el papel decisivo de los partidarios del statu quo colonial en la desestabilización de la monarquía democrática instaurada en 1868. También concede en el capítulo 4 un lugar destacado a los lobbies colonialistas en las conspiraciones alfonsinas que acabaron con la República autoritaria de 1874. Pero si el peso de estos lobbies fue tan importante antes y después de la fase federal de la República, ¿por qué omitirlos en el análisis del año 1873 (capítulo 3)? En este capítulo, la guerra colonial se presenta como un hecho imponderable sobre el que los republicanos de gobierno no tuvieron ningún control. Con respecto a Castelar, por ejemplo, la autora considera que «la penosa situación en que se encontraba España lo había obligado a recurrir a la pena de muerte, las ordenanzas militares o el nombramiento de militares de prestigio» (p. 219). Sin embargo, el margen de maniobra de los distintos Gobiernos republicanos respecto a la guerra no era nada desdeñable. Tanto ellos como los diputados hubieran podido, por ejemplo, proclamar la abolición de la esclavitud en Cuba (y no solo en Puerto Rico), buscar alianzas con los republicanos en Cuba y en el exilio y cambiar la naturaleza del enfrentamiento en la isla. Prefirieron no afrentarse con el lobby procolonial, cuando era muy poco probable que este sector dejara de conspirar. La llamada al pluralismo y a la política conciliadora difícilmente podía ser suficiente enfrente de estos adversarios armados en Cuba, con apoyos en el ejército, y que habían sido tan eficaces para desestabilizar a Amadeo I.
La guerra colonial también es clave para entender por qué la movilización popular no puede ser definida como una mera «agitación» sin racionalidad ni justificación. Desde el 1868, centenares de miles de pobres quintos eran enviados a Cuba, entre los cuales casi un tercio morían. Es lógico que desde el punto de vista de las élites sociales de la época, cuyos hijos se salvaban de la guerra, se definiera a los que se oponían a seguir con esta masacre como unos «impacientes». El problema radica aquí en la historiografía sobre la que la autora puede basarse: si la Primera República se ha estudiado demasiado poco, es especialmente patente la escasez de estudios que combinen historia política e historia social y que hagan posible una historia desde abajo del periodo. Cabe esperar que el importante libro de Florencia Peyrou contribuya a despertar nuevas vocaciones para este tipo de estudio.