Existe tal cúmulo de investigaciones, testimonios y documentos publicados sobre la dictadura franquista que resulta difícil ofrecer perspectivas novedosas, así como abarcar el conjunto de conocimientos sobre una etapa tan excepcional de la historia de España. Por eso es imprescindible, y se agradece, la valentía de Nicolás Sesma al afrontar un nuevo compendio cuyo texto de 572 páginas se apoya en más de mil estudios y fuentes referenciados en 102 páginas de notas y 55 de bibliografía. Tras una fabulosa tarea de contrastación crítica de enfoques y datos, esta síntesis de la dictadura es tan fidedigna y poliédrica como asequible, con propuestas cualitativamente innovadoras. Además, su estilo claro y seductor ensambla los análisis políticos con unas referencias culturales (literarias, musicales, cinematográficas…) que captan y transmiten cómo era aquella España sometida a la brutalidad represiva y a los entramados del poder de un régimen de tan larga pervivencia.

Cabe pergeñar las cualidades más relevantes del libro, a sabiendas de ser incompletas. Ante todo, se desmontan ciertos mitos fabricados por el franquismo, como la supuesta neutralidad que salvó a España de entrar en la Segunda Guerra Mundial, o la tramposa campaña de los «25 años de paz» en los sesenta. En contrapartida, se subraya el peso de la represión como cimiento de la dictadura y agente decisivo hasta el final, aunque cambiasen los métodos e instituciones ejecutoras. Otra desmitificación, en sentido opuesto, afecta al papel de Franco. Sin perderse en las capacidades personales del dictador, el autor examina dos hechos palmarios: que Franco mantuvo siempre el monopolio de la decisión última y que la clave de su longevidad política radicó en ese «universo de colaboradores e instrumentos institucionales capaces de actuar más allá de los que el propio Caudillo ordenara», o supiera valorar. Porque «nadie gobierna solo. Y todavía menos durante casi cuarenta años» (p. 557).

Sesma rompe, por tanto, con la imagen de «incompetentes burócratas y toscos falangistas» aplicada a los mandos de la dictadura, e introduce para el análisis, en lugar de las «familias políticas», el concepto de «selectorado», tomado de la politología. Enfatiza que no hubo compartimentos estancos dentro de los apoyos a la dictadura. Los Castiella, Areilza, Ruiz-Jiménez, López Rodó, Fernández de Miranda o Fraga, por recordar nombres significativos, asumieron tanto la militancia falangista como el ideario conservador católico. O las adhesiones cruzadas de los Fuentes Quintana, Villar Palasí o el joven Adolfo Suarez. También ocurrió en los cuadros intermedios y núcleos de dirección de las instituciones. La selección del personal dirigente creó así una red de fidelidades, valores e intereses cuyo estudio y desglose el autor disecciona con maestría.

Baste citar dos ejemplos. El primero, cómo Franco y sus colaboradores «seleccionaron con esmero a quienes encarnaban su imagen en el exterior» de modo que, al llegar los años de la Guerra Fría, los responsables de la política internacional elevaron al máximo la sintonía del anticomunismo hasta lograr la plena homologación de la dictadura entrando en la ONU. O cuando los responsables de las políticas culturales apadrinaron a Oteiza, Tápies, Chillida y al relevante grupo El Paso (Canogar, Saura, Millares…), para mostrar al exterior un país con plena libertad para las vanguardias artísticas.

De otro calibre fue el «selectorado» surgido del Opus. Al carecer sus miembros de una doctrina de partido y carecer de una base social movilizable, no representaban una alternativa institucional. Pudieron así liderar un proceso de modernización autoritaria enarbolando la realización personal y el triunfo laboral de los individuos como parte de la racionalización de un desarrollo tecnológico y económico inserto en el capitalismo internacional, compatible con la moral conservadora y con un orden político no de «camisas azules» sino «blancas», como las de cualquier ciudadano. No por casualidad en 1958 se creó en Barcelona el Instituto de Estudios Superiores de la Empresa, IESE, cuyo discurso de eficiencia fue el imán para una nueva clase de ingenieros, empresarios y economistas que ofreció la imagen de un régimen equiparable, aunque «autoritario», a los partidos democratacristianos de Alemania, Francia o Italia, de modo que España fuese aceptada en el joven Mercado Común europeo.

En suma, el examen de las élites o «selectorados» que gobernaron la política de la dictadura, con la aquiescencia de Franco, constituye quizás la aportación más innovadora, junto a la insistencia en el factor internacional, tan azaroso, para entender la dinámica interna de la propia dictadura. En este punto puede resultar frágil el uso de la noción de «fascismo asimétrico» que Sesma plantea para zanjar el largo debate sobre el carácter del régimen. Invierte la cronología propuesta por Robert Paxton para los fascismos declarando que en España fue al revés: primero la brutal radicalización con miles y miles de fusilados y presos en los inicios y luego la consolidación.

Esta tesis hubiera requerido un mayor esclarecimiento porque tal «fascismo asimétrico» paradójicamente inició su descomposición cuando, para cumplir dicha asimetría, le tocaba consolidarse, o a eso aspiraba. Sería materia para otro libro porque, al llegar a los años finales de la dictadura, el relato se acelera y se quedan pendientes asuntos tan cruciales como comprender por qué ese «fascismo asimétrico», sostenido por una represión constante, por la censura y el control de todos los medios con el monopolio televisivo, al año y medio de la muerte del dictador se disolvió cuando los españoles votaron libre y mayoritariamente el 15 de junio de 1977 por alternativas rotundamente democráticas.

Es lógico que cada lector aprecie distinta minuciosidad en cada una de las facetas de tan complejo y largo período. Por ejemplo, profundizar en los trascendentales cambios socioeconómicos y culturales desplegados desde la mitad de la dictadura habría supuesto duplicar las páginas de esta obra. Constan como telón de fondo, como también las luchas antifranquistas, porque, sin duda, fraguaron los cimientos de nuestro presente con mayor relevancia que otros asuntos anclados en algunas memorias identitarias. En efecto, que la renta nacional casi se cuadruplicase entre 1950 y 1970, que esto ocurriera sobre todo en las ciudades, o que la población escolarizada entre los seis y dieciséis años pasara del 50 % en 1950 a más del 80 % en 1975, con la insólita novedad de que la mitad eran mujeres, constituyeron procesos cuyo desentrañamiento prolongaría las explicaciones formuladas por Nicolás Sesma en un libro que, por lo demás, cumple con precisión y calidad analítica sus objetivos. Su lectura, en conclusión, enriquece.