RESUMEN
¿Cómo se gestan los cambios del orden regional, qué papel juega el lenguaje en la creación de esquemas regionales y quiénes lo estructuran? Las concepciones contrapuestas sobre el deber ser de la integración suramericana del siglo xxi impulsaron regionalmente la idea de conformar la Alianza del Pacífico entre Colombia, Chile y Perú. El análisis crítico del discurso develó una etapa de la interacción región-agencias, el rol del lenguaje presidencial, las dinámicas de interacción discursiva y los procesos entre agentes-actores-región para diferenciarse de las narrativas y prácticas de otros esquemas regionales caribeños y latinoamericanos.
Palabras clave: Lenguaje; orden regional; narrativas; Alianza del Pacífico; identidad colectiva.
ABSTRACT
How does regional order change? What is the role of agents' language in making new regional schemes, and who structures such language? Contradictory conceptions regarding how ought to be South American integration in the xxi century were some of the regional drivers of the idea to erect the Pacific Alliance between Colombia, Chile, and Peru. The critical discourse analysis highlighted an interaction stage between the region and the agencies and the role played by the presidential language. The methodology explained the dynamics of discursive interaction and the processes between agents-actors-region to differentiate themselves from the narratives and practices extrapolated in the Other Caribbean and Latin American regional schemes.
Keywords: Language; regional order; narratives; Pacific Alliance; collective identity.
La identidad como elemento explicativo de los fenómenos sociales proviene de las ciencias sociales y se ha extendido a diferentes disciplinas. Teóricos prominentes como Castells (2010) y Giddens (1997) reconocen la identidad como un proceso de construcción de significados que se vale de distintos elementos (historia, geografía, instituciones, poder) para ser, eventualmente, estratégicamente utilizada en debates públicos. Por ello, la identidad puede entenderse como una categoría social, un proceso mediante el cual pueden construirse, producirse, reproducirse y manipularse muchos significados sociales. Asimismo, la identidad pude predicarse de individuos o grupos. En ese mismo sentido, el objeto de análisis pueden ser entes específicos o abstractos; por ejemplo, los individuos, el Estado o agrupaciones conformadas por estos entes.
Maldonado y Olivia (2010: 231) se refieren a la identidad como «un sentimiento de mismidad y continuidad». Esta definición desde el psicoanálisis inspira reflexiones desde el quehacer político. Así, refiriéndose a los Estados, algunos autores conciben la identidad colectiva como una de las dimensiones de la definición de Estado según la cual los tomadores de decisión (líderes) procuran «crear y reproducir una «identidad colectiva», un «nosotros» (O´Donnell, 2010: 105). En consecuencia, los Estados buscan diferenciarse de otros, configurándose como un indicador de la credibilidad de la ciudadanía, nación o pueblo del Estado mismo (íd.). En esa lógica, la identidad puede conformarse como una variable explicativa de la formación del Estado, desde una perspectiva histórica principalmente (Onuf, 1989; Pfaltzgraff-Jr., 2020). Otros autores exploran el papel del Estado como promotor de identidades colectivas sobre otro tipo de categorías; por ejemplo, de naturaleza conflictiva (Laitin, 1985).
La literatura que se ocupa de las identidades colectivas desde las relaciones internacionales (RR. II.) entiende el lenguaje como una práctica social explicativa de la importancia de las conexiones humanas y sociales mediante el lenguaje de los agentes y la interacción estatal[2]. Así, es valioso comprender los procesos de construcción de las identidades analizando el rol del lenguaje como un mecanismo facilitador de la interacción estatal (íd.).
Al respecto, algunos autores reconocen que las identidades colectivas y la interacción en la comunidad internacional ayudan a entender mejor la conducta estatal de conformidad con las normas, ya sea para interpretarlas o impugnarlas (Wiener, 2008). De otro lado, Bially Mattern (2000) indica que las identidades colectivas pueden ser un instrumento estatal para alcanzar finalidades específicas en un plano doméstico, internacional o transnacional. En ese sentido, la autora reconoce la naturaleza estratégica de las identidades colectivas y, con ello, la necesidad de prestar atención a las prácticas localizadas a partir de las cuales es posible crear y reproducir identidades, como la agencia, el lenguaje, el discurso, las narrativas y el poder (Bially Mattern, 2000). En segundo lugar, para Bially Mattern es vital reconocer la seriedad teórica y metodológica que demanda el estudio de las identidades porque contribuye a llenar los vacíos reportados en la literatura sobre su fuente (Bially Mattern, 2005).
Por lo anterior, vale la pena explorar las múltiples formas como «el lenguaje moldea la política internacional» (Checkel, 2013: 228), pues es a través de esa práctica como la agencia humana interactúa estructurando narrativas y otorgándole un sentido a los contextos políticos en los cuales son entretejidas, como en el caso de las narrativas de la cooperación y su recepción y adaptación por parte de los agentes estatales e internacionales (Guerra-Barón, 2023).
Específicamente, esta pieza busca responder cómo y por qué los agentes estatales de algunos Estados participan en la creación de esquemas regionales y configuran una política identitaria diferenciadora valiéndose del lenguaje. Además, quiénes son la fuente de tales identidades. Para acotar esas preguntas, este artículo dimensiona el papel del lenguaje político estructurado por los posibles presidentes suramericanos involucrados en configurar un esquema regional denominado la Alianza del Pacífico (AP). Así, esta pieza no busca analizar el esquema desde la literatura de la integración regional, sino que recurre a los aportes más relevantes para contextualizar la explicación.
Cronológicamente, el artículo identifica, describe y discute una etapa inicial de gestación de ese esquema (abril, 2010-octubre, 2011) que, a pesar de ser anterior a la fecha oficial de lanzamiento (2012), explica los arreglos discursivos de los agentes involucrados y las razones detrás de ellos. Metodológicamente, esta pieza se apoya en el análisis crítico del discurso (ACD) desde la psicología social a partir de un archivo conformado por más de seiscientos discursos, permitiendo así develar las redes narrativas a partir del lenguaje tejido por y entre los agentes.
Algunos estudios sobre las identidades desde las RR. II. recogen perspectivas provenientes de la sociología y la psicología social de los autores más prominentes en esas áreas del conocimiento (Goffman, 1956; Tajfel, 1981, 1982; Onuf, 1989). En efecto, el aporte de Tajfel ha influenciado los análisis que explican la construcción de identidades (étnicas) por parte de las élites en los conflictos étnicos (Kaarbo y Ray, 2011). El trabajo de Tajfel también ha inspirado investigaciones que han indagado por el papel de las identidades estatales en relación con el orden internacional (Mercer, 1995), mientras que algunas reflexiones se han ocupado de las dinámicas de la integración suramericana (Dubé y Thiers, 2017). En un sentido similar, otras investigaciones explican la conformación de esquemas regionales en torno a las identidades colectivas desde una perspectiva constructivista, como lo recrea Prieto (2020) y Prieto y Aguirre (2022) refiriéndose a la Comunidad Andina (CAN), entre otros esquemas regionales.
La particularidad del análisis de las identidades colectivas desde las RR. II. radica en la necesidad de localizar las inquietudes al integrar aspectos domésticos para comprender el proceso de construcción de esas identidades, los cambios que experimenta y las expresiones narrativas. Excepto por la evidencia empírica, metodológica y analítica que ofrece Bially Mattern (2008), son limitados los trabajos que recurren a las identidades colectivas desde esa disciplina. El trabajo de Bially Mattern se ocupa de aspectos más allá de los Estados, sus intereses y conductas; así, supone comprender que existen distintas concepciones del poder como práctica.[3]
Acogiendo los debates en la teoría política sobre las «caras del poder» en las RR.II., es posible distinguir el poder compulsivo, institucional, cultural y productivo (Barnett and Duvall, 2005; Bially Mattern, 2008), aunque en RR. II. no existe una concepción única al respecto (Bially Mattern, 2008). El valor explicativo de entender la dimensión productiva del poder consiste en la posibilidad que ofrece de fijar la atención en la capacidad que tienen los «discursos de «crear significados sociales» (ibid.: 693). Con esto, la riqueza esclarecedora de la concepción productiva del poder se aprecia indirectamente en los planteamientos hechos por la teoría crítica de las RR. II. cuando indaga cómo un orden llegó a prevalecer o cómo ha sido el proceso de cambio. Y, si acaso, ¿el orden es susceptible de ser cambiado? (Cox, 1981). Así, la asociación del poder productivo con la teoría crítica facilita comprender que las dinámicas del poder se aprecian en la forma como se estructuran los proyectos colectivos y las interacciones entre los actores (Späti, 2016), principalmente, cuando se trata de los Estados. Con lo cual, un marco teórico crítico ayuda a examinar y analizar el poder expresado a través de las relaciones entre los agentes construidas y manifestadas en el lenguaje y expresadas en los discursos y, potencialmente, en sus narrativas.
Indudablemente, el lenguaje es el medio ideal para comprender cómo se conciben los órdenes y los cambios. De hecho, si las identidades colectivas se entienden como «el resultado de un proceso de construcción y reconstrucción» (Misses-Liwerant, 2022: 9), el lenguaje es el mecanismo que por naturaleza permite concebir la naturaleza cambiante y dinámica de las identidades colectivas. Además, junto a las identidades, estas prácticas sociales dinámicas moldean el mundo social (Jørgensen and Phillips, 2002). Así, el entendimiento de los hechos sociales se constituye por la estructura del lenguaje, como señala Ludwig Wittgenstein (1953). «El lenguaje [comprende] el todo y las actividades en las cuales es tejido» (Wittgenstein, 1999, p. 11, PI §7); funciona «imbricado en la vida», espacio y tiempo de aquellos que lo usan (McGinn, 2012). Junto al lenguaje, el complejo sistema de prácticas que vinculan a una comunidad es una «forma de vida» (Wittgenstein, 1999: 11, PI §23). El juego del lenguaje implica situar y personalizar el uso y finalidad dado por los agentes inmersos en un contexto político (doméstico, regional e internacional). Entonces, el lenguaje no es algo externo a la realidad, sino que la construye a partir de la interacción. Como señala Robles (2017: 85) cuando trae el aporte de Wittgenstein en su labor de alejar el concepto de «significado» de las tendencias racionalistas, ostensivas y «pictóricas» predominantes, este procura analizar los modos del uso del lenguaje, refiriéndose a las «prácticas lingüísticas» (ibid.: 86). Así, las reglas del lenguaje de Wittgenstein aluden a la «praxis intersubjetiva» (íd.), en la cual los partícipes se entrenan para participar en los juegos denotando las consecuencias de las prácticas lingüísticas. Por tanto, tomando la interpretación de Robles (2017) sobre Wittgenstein (1953), es posible señalar que las significaciones y su calidad son indicadores de la identidad de cada hablante y, consecuentemente, de los elementos diferenciadores de las expresiones que aplican para casos concretos. En esa lógica, cada significación tiene una identidad: «un indicador de diferencia con respecto a otro u otros usos u otros hablantes» (Robles, 2017: 87).
Este artículo recurre al interaccionismo simbólico, específicamente a la teoría de la identidad social, apoyada en el aporte de Tajfel (1981). La riqueza conceptual de esta teoría psicológica social proviene de su capacidad para explicar los procesos grupales y las relaciones intergrupales. Además, la TIS desarrolla uno de los elementos teóricos centrales del interaccionismo simbólico, según el cual es necesario tener en cuenta el contexto de interacción («la red de relaciones») en el cual están capturados e imbricados los objetos sociales para su análisis, sean el sí (self), las identidades o las prácticas (Snow, 2001).
La identidad colectiva es una categoría social que permite definir el sí para fijar «quién es uno en términos de las características definitorias» (Hogg et al., 1995: 259). Ello implica describir, prescribir, evaluar, mantener dentro de un grupo y plantear comparaciones intragrupales y extragrupales (íd). Cuando esa identidad se convierte en la base para una autorregulación en un contexto, en ese momento lo que antes era sí se convierte una noción grupal (íd.). Para alcanzar ese nosotros, se activan dos procesos que coexisten al mismo tiempo, sin que uno preceda al otro: la identificación y la categorización. Aquel es un proceso interno de «establecimiento y asignación sistemático de significados» que los individuos o colectividades que conforman el grupo (insiders) hacen de las relaciones de similitud y diferencia entre ellos (Jenkins, 2008: 18). Por lo tanto, en todo proceso de identificación se observan necesariamente dos dinámicas entre las similitudes y las diferencias, simultáneamente. La categorización es otro proceso de definición colectiva hecho por los externos (outsiders) (íd.). En otras palabras, mientras que la identificación grupal es una definición colectiva interna, la categorización es una definición colectiva externa (Guerra-Barón, 2020).
Por lo tanto, es imperioso comprender las dinámicas de interacción a nivel intragrupal en las cuales se expresan las identidades para saber no solo qué son, sino quiénes las conforman. Para ello, los aportes metodológicos de la psicología social destacan la relación entre la construcción de identidades y las narrativas (De Fina y Johnstone, 2015) por ser cardinales para fundar realidades que permiten apreciar el proceso de negociación entre los interlocutores, generar reacciones distintas y ajustar su contenido de acuerdo con la audiencia (De Fina y Georgakopoulou, 2008). Las narrativas capturan la habitualidad y regularidad en el discurso, son repuestas recurrentes ante las situaciones contextualizadas dentro de las prácticas sociales (íd.). Una vez la narrativa es vista como una parte dentro de las comunidades de práctica, puede actuar como un recurso compartido; puede ser «moldeada, matizada, modificada y adaptada estratégicamente para desempeñar actos de una identidad grupal», como reafirmar objetivos compartidos, roles e intereses comunes (ibid.: 384). En ese sentido, las narrativas no son unidades aisladas susceptibles de ser desprendidas o desajustadas, sino que deben analizarse dentro de un contexto (íd.).
El poder de las narrativas yace en la agencia de los agentes que participan en su creación, en la diseminación hecha por los organismos internacionales y la adaptación y réplica de los agentes a nivel nacional. Así, la lógica de «gestación sistémica, diseminación regional e identificación nacional de las narrativas» dan cuenta del proceso estratégico sobre el cual ellas se conforman (Guerra-Barón, 2023: 17). Excepto por algunos abordajes recientes[4], los trabajos que explican fenómenos como la creación de una región en Suramérica a partir del lente narrativo son limitados.
A pesar del vacío descrito, algunos autores prominentes recalcan la necesidad de traer elementos identitarios a la discusión al incorporar el enfoque constructivista para explicar los procesos de regionalización en Asia[5], en América Latina, como lo aborda Prieto al analizar la CAN (2020), y, desde una perspectiva más general, en la discusión que plantean Acharya et al. (2022) refiriéndose a las RR. II. globales. Al respecto, Tussie y Acharya mencionan la necesidad de incorporar elementos culturales e históricos de América Latina y el Caribe por ser fuentes de las RR. II. globales, donde «las regiones hablan de y hacia el mundo» (ibid.: 4). En ese sentido, si las regiones hablan, necesariamente lo hacen mediante el lenguaje y, con ello, a través de los relatos expresados discursivamente y las narrativas visibilizadas.
Como señala Bially Mattern (2000), hay abordajes eminentemente teóricos que subestiman la complejidad de las identidades internacionales y no cuentan con un método. En consecuencia, se desconocen las fuentes del contenido de las identidades; por ejemplo, quiénes las moldean (Lebow, 2016). Para descifrarlo, es valioso recurrir al lenguaje configurado políticamente.
El discurso suele asociarse como un canal descriptor de la realidad (Jørgensen y Phillips, 2002); un evento comunicativo que incluye cualquier dimensión de significación: las acciones situadas en el tiempo y el espacio, los participantes, su conocimiento, entre otros (van Dijk, 2015). El discurso puede tratarse de una colección de textos relacionados (Newmark, 2002), sean escritos o no (Meyer, 2001; Newmark, 2002). Igualmente, incluyen gestos asociados, imágenes o contenido multimedia (Van Dijk, 2015). Por lo tanto, los discursos se ubican socialmente y solo pueden entenderse al relacionar la situación social, la acción y el actor (íd.).
En términos generales, el análisis de discurso consiste en «recuperar» cualitativa e interpretativamente «los significados del lenguaje que los actores usan para describir y entender los fenómenos sociales» (Abdelal et al., 2009: 6).
Como señala Guerra-Barón[6], el análisis del discurso puede adoptar distintas formas, pero varían teórica y metodológicamente, pues existen distintas aproximaciones al respecto, como ilustran Jørgensen y Phillips (2002). Es el caso de Thomassen (2019), quien presenta un análisis detallado de los autores que se apoyan en la teoría del discurso de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe para abordar críticamente el análisis (Laclau y Mouffe, 1987), mientras que otros estudiosos acogen el análisis crítico del discurso a partir de la lingüística (Fairclough, 2001, 2005, 2010; Meyer, 2001; Wodak, 2001; Fairclough y Fairclough, 2012). Este artículo, en cambio, es una apuesta por dimensionar los aportes de la psicología social enfocada en la dimensión discursiva (Potter y Wetherell, 1987; Potter et al., 2003; Wetherell, 2009, 2010); también en la retórica y el lenguaje situado porque ofrecen herramientas metodológicas sofisticadas para extraer las narrativas a partir de los discursos[7].
Las ventajas que ofrece el ACD aplicado a entender las identidades colectivas como representaciones narrativas proviene de la propuesta que hace la psicología social de combinar simultáneamente dos niveles de interacción: uno micro (a nivel intragrupal) y otro macro (a nivel societal) (Van De Mieroop, 2015). Atendiendo la naturaleza del fenómeno que este artículo aborda, los niveles de interacción explicativos, aunque yuxtapuestos, asocian elementos de orden doméstico con otros de naturaleza regional y global. Así, en contraste con la perspectiva de Fairclough, quien no desarrolla análisis estrictos sobre la interacción intragrupal (Jørgensen y Phillips, 2002; Guerra-Barón)[8], esta pieza no enfatiza el análisis lingüístico o la idea de que los textos y conversaciones expresan la cosmovisión de las personas (Potter et al., 2003). En un sentido similar, el artículo no pretende analizar los arreglos ideacionales ni institucionales reflejados en los documentos constitutivos oficiales del esquema regional objetivo.
En un esfuerzo por asociar el estudio de las narrativas con las RR. II., algunos autores señalan que la narratología y las teorías narrativas influenciaron aquella debido al «giro lingüístico» experimentado en las ciencias sociales (Sadriu, 2021: 3). Para Sadriu, la narrativa es «un ejercicio en el entendimiento sobre las formas en las cuales el lenguaje humano es inmensamente complejo y yuxtapuesto» (íbid.: 5), sugiriendo, como señalan otros estudios (Guerra-Barón, 2023; Guerra-Barón)[9], que las narrativas son sinónimos del análisis del discurso. Sin embargo, la revisión teórica de Sadriu evidencia la influencia de la «narratología» en aproximaciones críticas y agendas postpositivistas (Sadriu, 2021: 5).
Desde la perspectiva metodológica, la narrativa es una herramienta analítica (Van De Mieroop, 2015); un vehículo utilizado para comunicar representaciones de eventos por medios verbales (Nelson, 2003) que proporciona diferentes puntos de vista de la subjetividad (Caporael y Reeder, 2011). La narrativa ayuda a comprender las dinámicas entre las agencias y la identidad como un proceso narrativo retrospectivamente (Bially Mattern, 2005), es decir, mirando hacia atrás desde el presente para darle un sentido, entender o incluso explicar eventos pasados (Freeman, 2015). Por ello, la narrativa facilita develar las dinámicas de negociación en un contexto social determinado (Bamberg, 2005; De Fina, 2019).
No obstante, extraer las narrativas es metodológicamente exigente porque implica descubrir la dimensión consistente, interaccional, habitual, recurrente, regular y sistemática del discurso (De Fina y Georgakopoulou, 2008; De Fina y Johnstone, 2015). Una de sus particularidades metodológicas radica en la «ausencia de reglas duras» (Van De Mieroop, 2015). Es decir, la investigación se orienta por los argumentos identificados en las interacciones y en la forma como se trazan las distinciones a cambio de guiarse por categorías preestablecidas (ibid.: 410). Eso es significativo, pues la interconexión entre la narrativa (como método) y la construcción de identidades es evidente (Bially Mattern, 2001, 2005; Jørgensen y Phillips, 2002; De Fina y Georgakopoulou, 2008; De Fina y Johnstone, 2015).
Visibilizar las narrativas implica fijar la atención en los discursos políticamente situados. También explorar «todas las formas de interacción, formal e informal, y los textos escritos de todos los tipos» (Potter y Wetherell, 1987: 7). Por ello, los resultados aquí socializados resultan de la búsqueda exhaustiva de discursos[10] que cumplieran con los criterios de inclusión; por ejemplo, que el acto comunicativo fuera emitido directamente por los agentes y actores clave identificados a partir de los criterios guía incorporados en esa lista.
Una herramienta electrónica (software) especialmente diseñada para manejar cuerpos extensos de texto y contenido en audio y videos facilitó el procesamiento cualitativo de los datos contenidos en un archivo (609 discursos), que incluía entrevistas abiertas semiestructuradas realizadas a las personas involucradas en la creación de la AP.[11] Siguiendo las técnicas de análisis del discurso desde la psicología social, la información fue codificada para «agrupar un pesado cuerpo discursivo en trozos manejables», no para «identificar los resultados» (Potter and Wetherell, 1987: 167). Fue una especie de búsqueda constante por comprender y dimensionar el sentido de los elementos paulatinamente visibilizados. La codificación consistió en seleccionar las citas textuales del archivo y relacionarlas con categorías analíticas evidenciadas a partir del ejercicio de codificación mismo. Después, las citas identificadas fueron asociadas con categorías analíticas con un nivel jerárquico exponencialmente mayor. Posteriormente, el archivo fue sistematizado mediante un ejercicio constante y dinámico de asociación de los discursos con distintas categorías analíticas y estas, a su vez, con otras jerárquicamente superiores. Ello permitió vislumbrar varias categorías, incluyendo las redes de interacción discursiva (ver tabla 1).
Elemento | Tipo | Símbolo | #discursos/asociaciones |
---|---|---|---|
Discurso | Categoría | ⊡ | 609 |
Categoría analítica | Cita | «…» | 5,081 |
Código | ∆ | 298 | |
Memo | ⍍ | 70 | |
Red | ⌘ | 20 |
Fuente: Guerra-Barón, (2020).
El análisis del archivo parte de una etapa desprovista de «cualquier procedimiento mecánico para la producción de resultados» (Potter y Wetherell, 1987: 168); implica leer, releer y repasar cada uno de los detalles de los discursos (íd.). Dado el significativo tamaño del archivo, la herramienta electrónica facilita la construcción de redes discursivas hasta visibilizar las narrativas; sin que ello sugiera que esa herramienta reemplaza el análisis. El operador nutre el archivo y adelanta las labores de sistematización y codificación (Guerra-Barón, 2020).
Dado que esta contribución se concentra en las agencias y la incidencia del lenguaje (agentes, actores) en la concepción de Suramérica como una región, el análisis se concentra en una de las áreas de interacción: las agencias y sus representaciones del orden regional suramericano a partir del estudio de la cuota suramericana de la AP (Colombia, Chile y Perú) y México. Por ello, las otras dimensiones de interacción, estructura-agencias, región-agencias, agentes-actores domésticos, se excluyen deliberadamente.
Para dimensionar la significancia del surgimiento de la Alianza del Pacífico (AP), es necesario situarse cronológicamente a inicios del siglo xxi , en un contexto político regional suramericano contestatario de la presencia de los Estados Unidos (EE. UU.), su concepción de democracia y del modelo económico neoliberal diseminado en la red de acuerdos internacionales de inversión tejido con los socios políticos tradicionales y los hipotéticos efectos de lo que hubiera sido la puesta en marcha de un área interamericana de libre comercio. En medio del polarizado orden político suramericano sobre la conveniencia e inconveniencia de acoger las fórmulas económicas estadounidenses, y de cuestionamiento al liberalismo y al neoliberalismo como modelo económico, emerge la AP con el objetivo de crear un área de integración profunda (AIP). La AP puede entenderse como un esquema regional multidimensional originalmente conformado desde Bogotá, Lima y Santiago de Chile a partir de la convergencia de concepciones de desarrollo compartidas por los presidentes de Colombia, Chile, Perú, más México en el año 2011 (Alianza del Pacífico, 2011) en torno a un conjunto de afinidades geoeconómicas y geopolíticas que operaron como elemento aglutinador públicamente manifestado en el Palacio de Gobierno de Lima (Perú)[12] (Guerra-Barón, 2020).
La naturaleza geoeconómica de la conformación de la AP explica que buena parte de las investigaciones y reflexiones se concentren en la dimensión internacional del comercio y la inversión y en los arreglos institucionales. No obstante, algunas contribuciones desde la economía política internacional presentan una mirada explicativa amplia el devenir del regionalismo latinoamericano a partir de las teorías del desarrollo y el regionalismo. En este sentido, una obra colectiva identifica las etapas, las olas y los debates insertos a partir de las ideas yacentes en la industrialización por sustitución de importaciones, pasando por el regionalismo abierto, cerrado y por la actual etapa postliberal o posthegemónica (Quiliconi y Rivera, 2022). Sin detenerse en el lenguaje de la agencia ni en las narrativas, los autores constatan que la producción académica de la escuela de la economía de política internacional se ha condensado en el desarrollo y la inequidad social e internacional para explicar la «inserción internacional de la región en términos de la integración regional y el regionalismo» (Quiliconi y Rivera, 2022: 157).
En efecto, los estudios sobre la AP no escapan de esa descripción; de hecho, los arreglos institucionales y la cosmovisión ideológica de los presidentes partícipes en la creación de la AP han merecido un número significativo de contribuciones desde distintas orillas del conocimiento. Por ejemplo, algunos textos analizan los objetivos y creación de la AP desde una perspectiva institucional comparada, orientándose en la explicación del objetivo institucional, la creación del AIP, desde la inversión, el comercio internacional y su eventual entendimiento como un intento de «OMC plus»: los retos, el alcance y una eventual dirección (Sauvée et al., 2019). Así, la contribución limita la explicación a la gobernanza institucional y se detiene en los tecnicismos del comercio y la inversión, tendencia similar siguen otras contribuciones específicas (Roldán, 2015; Vieira, 2015).
Este artículo se aleja de análisis institucionales y técnicos para dimensionar el uso del lenguaje y la interacción en el proceso de construcción de la AP a partir de los relatos de los individuos involucrados en la creación del esquema. Sin duda, cualquier abordaje sobre el lenguaje de los agentes y actores involucrados en la creación de la AP debe situarse en la etapa postliberal o posthegemónica en la cual emerge. El balance de la última década del siglo xx y la primera del xxi muestra la necesidad de los Estados de aglutinarse en esquemas regionales en los cuales haya compatibilidad entre sus visiones domésticas sobre la noción de desarrollo y los mecanismos para alcanzarlo; así como la falta de consistencia entre el modelo de desarrollo que fijan algunos países y la permanencia en esquemas regionales que critican sin abandonar.
En esa época, coexistían varias narrativas gubernamentales impregnadas de los elementos ideacionales de los presidentes del momento, además de las pasiones y deseos.
El ACD constata la indudable incidencia de la cosmovisión del presidente venezolano Hugo Chávez (1998-2013) en el entendimiento de los presidentes de Perú y Chile de ese entonces, debido a los efectos nocivos de la extrapolación de su discurso en la región, especialmente en el Sur, y de los riesgos de la diseminación transregional de su concepción de Suramérica (Guerra-Barón, 2020). Así, para Alan García (Perú), el lenguaje chavista y la construcción de un nuevo orden regional suramericano antiestadounidense fue decisivo en la necesidad de moldear a la AP como un esquema regional contestatario de la cosmovisión del gobernante venezolano (íd.).
La proyección caribeña y suramericana de las ideas chavistas se evidenció secuencialmente en sus posturas creadoras y desafiantes sobre la razón de ser de la integración. Esto se constata en su oposición a la propuesta de EE. UU. de crear el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en la III Cumbre de las Américas (abril, 2001), respaldada por Argentina y Brasil. Igualmente, la propuesta venezolana presentada durante la Asociación de Estados del Caribe (diciembre, 2001) sobre la conformación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) simbolizaba el imaginario de una subregión desarticulada de las prácticas aperturistas promulgadas desde Washington.
Con esto, la cosmovisión de Chávez sobre el ALBA indicaba los principios que debían guiar la integración en ALC. Los siguientes ejemplos ilustran su visión al respecto a partir de las ideas de Simón Bolívar[13], sustento ideológico de la revolución bolivariana (Chávez, 2002):
(1) Ejemplo. «[…] Se trata de retomar la idea originaria de [Simón] Bolívar … quien planteó en el Congreso de Panamá, la idea de conformar una Liga de Naciones […]»
(2) Ejemplo. «[…] la idea era tener un solo ejército, una sola armada, un solo modelo económico […]»
(3) Ejemplo. «[…] hablaba de la idea de conformar un solo cuerpo político para negociar en condiciones de igualdad, en paz y en guerra, con las otras tres partes del mundo […]»
(4) Ejemplo. «[…] visualizaba entonces el mundo como un mundo pluripolar. Y pensaba, e hizo todo lo que pudo, para que en el Sur de América, incluyendo el Caribe, se consumara en un solo polo de fuerza […]»
Así, la cosmovisión de Chávez sobre el deber ser del relacionamiento internacional caribeño era susceptible de extenderse a Suramérica, sustentado en la idea de la unidad en medio de la diversidad mediante un direccionamiento político más que tecnocrático. Su postura sobre el ideal de la integración era política y se apoyaba en la categorización hecha de los esquemas regionales del siglo xx que ejemplificaban el «fracaso» por ser inspirados en el «capitalismo neoliberal» elitista de la región (Chávez, 2002).
Dada la afinidad ideacional entre Fidel Castro (Cuba) y Chávez, y la decisión mutua de ampliar y modificar el Convenio Integral de Cooperación prexistente (2000), Cuba apoyó la proyección del ALBA (íd.). Se articuló una narrativa castro-chavista en torno a los principios de ese esquema: solidaridad (mutuo beneficio), comercio compensado y complementación productiva (Chávez y Castro, 2004). También, las acciones para alcanzar una integración real.
En la región andina, la identificación del presidente boliviano (Evo Morales, 2006-2019) con la concepción del deber ser de la integración en ALC y con los principios y acciones concordes señaladas en el ALBA no dio espera. Morales, quien se autoidentificaba como un «indígena-originario-campesino», construyó el discurso de la cultura de la vida y acuñó el término «tratado de comercio de los pueblos» (TCP) como una contra narrativa a la identidad impuesta por el Norte y las prácticas aperturistas de EE. UU. Los siguientes ejemplos ilustran la postura de Morales (Morales, 2009):
(5) Ejemplo. «[…] El ALBA-TCP es la alianza antiimperialista de los pueblos de nuestra América»
(6) Ejemplo. «[…] el ALBA y el TCP como respuestas soberanas de nuestros pueblos contra el ALCA y el TLC, que pretendían imponernos los EEUU. […]»
(7) Ejemplo. «[…] El TLC esta contra la vida […] Es la estrategia de los EEUU de dividir a los pueblos para llevarle a firmar por separado el TLC […]»
Resultaba razonable que la afinidad ideacional y propositiva encarnada en el ALBA encontrara en Bolivia un aliado. De manera similar, el presidente ecuatoriano Rafael Correa (2007-2017) auto promovía su Gobierno como uno «de izquierda», pero «moderno» y «con sentido común», dispuesto a recibir inversión extranjera, especialmente chilena.[14] La correspondencia de Correa con las prácticas del ALBA-TCP se tradujo en el ingreso de Ecuador (2009) hasta su retiro nueve años después, a raíz del cambio de Gobierno (ALBA-TCP 2018).
Para el año 2010 era evidente la conformación de un nuevo orden regional suramericano nutrido por el lenguaje de Chávez y acogido progresivamente desde Centro América y el Caribe hasta la región Andina.[15] En el resto de la región, la participación de Brasil, con la presidencia de Fernando Cardoso (1993-2002), consistió en apoyar la aspiración venezolana de ingresar al Mercado Común del Sur (MERCOSUR) para converger con la CAN , según el relato del presidente venezolano (Chávez, 2002).
La idea de la unidad suramericana a partir de la generación de espacios de convergencia entre la CAN, el MERCOSUR y Chile en la Comunidad de Naciones Suramericanas (CASA) fue determinante por varias razones. Primero, se materializó en un esquema regional intergubernamental de corte político y económico, solo en sectores estratégicos (energía, infraestructura), y de mayor envergadura, pues incorporaba todos los países suramericanos. Aunque CASA fue una idea promovida por Cardoso y ejecutada por Lula, el lenguaje del esquema simbolizó marginalmente la perspectiva chavista sobre la unidad, como se ilustra a continuación (Declaración del Cusco, 2004).
(8) Ejemplo. «[…] siguiendo el ejemplo de El Libertador Simón Bolívar, […] de nuestros pueblos y héroes independentistas que construyeron, sin fronteras, la gran Patria Americana e interpretando las aspiraciones y anhelos de sus pueblos a favor de la integración, la unidad y la construcción de un futuro común […]»
La extensión de la representación chavista de la integración se constató cuando Caracas sugirió que la CASA adoptara el nombre de Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), en el marco de otras cumbres presidenciales (Cumbre Energética Suramericana, 2007). Chávez sustentó la alusión al término «unidad» por ser una referencia propia de «los libertadores» (Chávez, 2004), con lo cual, la representación de la integración para Chávez se traducía en unidad y autonomía. La alineación de Bolivia y Ecuador con respecto a la representación de una integración autónoma, complementaria y solidaria en ALC y materializada en el ALBA-TCP, se evidenció en los discursos críticos de Morales y Correa sobre la visión de la integración de la CAN, a la que reprochaban, sin abandonar.[16] Como se ilustra a continuación, Morales se refería enfáticamente al acuerdo comercial CAN-Unión Europea [UE]:
(9) Ejemplo. «[…] Con Bolivia no va el TLC», «[pues son] instrumentos de colonización y dominio […]»
(10) Ejemplo. «[…] No es posible que nos diga [refiriéndose al Comisario de Comercio de la UE]: acepten el formato del Tratado de Libre Comercio o quedan fuera de la negociación […]»
Cuando las concepciones sobre la idea de la integración al interior de la CAN devinieron irreconciliables, Venezuela se retiró del esquema (2006) e ingresó al MERCOSUR (2012), hasta su suspensión debido a la «ruptura del orden democrático» (Mercado Común del Sur, 2017). Por su parte, Bolivia fue aceptada en el Grupo del Sur (2012), sin retirarse de la CAN. Como era de esperarse, la identificación de Bolivia y Ecuador con la representación de la integración al estilo ALBA se consolidó parcialmente con su ingreso. Este caso de recesión democrática (Diamond, 2015) enriqueció el surgimiento de distintos calificativos desde la literatura del regionalismo.[17]
Los elementos distintivos del ALBA-TCP se dilataron en la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC), cuyo tratado constitutivo (2011) también apelaba al Congreso Anfictiónico de Panamá (1826), en el cual Simón Bolívar propuso la creación de la Confederación de los Pueblos Iberoamericanos.[18] Era claro entonces que la CELAC procuraba consolidar una identidad regional de mayor envergadura geopolítica, pero sustentada en el lenguaje del ALBA-TCP.
En cuanto a la UNASUR, las ideas de Cardoso sobre la identidad nacional de Brasil (Burges, 2009) , y el potencial de compartir su autoidentidad continental con la región (Lafter, 2000), fueron determinantes para Lula Da Silva (2003-2010) en su intento por incorporar un sentido de unidad en Suramérica. Aunque algunos autores consideran que la referencia a una identidad suramericana en UNASUR era una «estrategia de mercado» (Spektor, 2010: 34), la alineación con la aspiración de alcanzar la unidad suramericana fue ciertamente recogida en el lenguaje oficial. Actualmente, la UNASUR dista de esa aspiración, pues pasó de ser conformada por todos los territorios suramericanos a reunir únicamente a Bolivia, Guyana, Surinam y Venezuela, tras el retiro de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Paraguay (2018), Ecuador (2019) y Uruguay (2020).
Tratándose de los esquemas regionales del siglo xx, la CAN y el MERCOSUR no surgieron con una inequívoca vocación identitaria, ya fuera «andina» o «mercusoriana». Aquella reconocía la identidad cultural y los valores ciudadanos como medios para alcanzar los objetivos de desarrollo social, art. 129 (Comunidad Andina, 1969). Aunque el Grupo Mercosur, así autodenominado originalmente (Mercado Común del Sur, 1991), no incorporó elementos identitarios como parte de su ámbito ni objetivos, la renovación institucional devino en la búsqueda de su propia identidad visual como símbolo de unidad ( Mercado Común del Sur, 2015).
Con esto, las representaciones predominantes sobre la integración en ALC del siglo xxi configuraron dos meganarrativas con prácticas opuestas: una integración endógena conformada desde y para la región, mediante el comercio compensado y la complementación productiva mediante acuerdos comerciales tipo TLC (ver tabla 2), versus una integración exógena asociada a la influencia de EE. UU.
Meganarrativa | Prácticas y mecanismos | Esquemas | Lenguaje oficial sobre la finalidad de la integración/identidad |
---|---|---|---|
Integración endógena | Dirección política Comercio compensado |
ALBA-TCP | Desarrollar planes culturales inclusivos de la «identidad cultural de los pueblos» Alcanzar «integración y unidad económica» |
Complementación productiva | CELAC | «Voluntad de unidad en la diversidad» «Reafirmar la identidad» de ALC Alcanzar la «unidad latinoamericana y caribeña» (num. 16) |
|
Integración exógena | Dirección tecnócrata con respaldo político Prácticas aperturistas mediante TLC |
CAN *Colombia *Perú |
«Reafirmar una identidad cultural (andina)» Formar una «comunidad subregional andina» |
Fuente: elaboración propia a partir de Comunidad Andina (1969); Chávez y Castro (2004); Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (2011), y Guerra-Barón (2020).
La «integración endógena» demanda la autonomía de los Estados y sus economías y la complementariedad productiva entre los miembros, con un direccionamiento político más que tecnocrático. La integración exógena está orientada por las prácticas aperturistas del modelo económico neoliberal bajo un direccionamiento tecnócrata, con respaldo político.
Si bien el ALBA-TCP refleja la postura castro-chavista sobre el deber ser de la integración regional, el lenguaje oficial muestra que el elemento identitario no es central. Los principios del ALBA-TCP son distintos y los mecanismos para alcanzar la integración endógena son heterodoxos. Aunque el lenguaje oficial contenido en el instrumento constitutivo del ALBA-TCP restringe el elemento identitario a la dimensión cultural únicamente, la idea de la unidad caribeña y suramericana es consistente en los discursos de Chávez. En un sentido similar, la integración exógena compartida por Colombia y Perú en el marco de la CAN se adhiere a las prácticas del modelo económico neoliberal.
Por lo anterior, las narrativas y prácticas situadas en el contexto político suramericano del siglo xxi fueron uno de los elementos impulsores de la idea de conformar la AP y un AIP a nivel regional. En ese sentido, las narrativas develadas y las prácticas visibilizadas en este artículo resultan metodológicamente del ACD del archivo, incluyendo las entrevistas abiertas semiestructuradas sostenidas con los agentes estatales y actores empresariales partícipes directos, observadores y facilitadores del proceso de conformación de la AP de Colombia, Chile y Perú. La metodología descrita permite constatar que los dos presidentes de Colombia (Álvaro Uribe, 2000-2010; Juan M. Santos, 2010-2018) y Alan García en Perú (2002-2010) contaron con el respaldo de Chile (Sebastián Piñera, 2010-2014) para conformar un esquema que permitiría crear un AIP. Así, los resultados de la investigación que socializa esta pieza se alejan de algunas interpretaciones que sugieren que la AP resulta de la idea del presidente peruano, que es aceptada por su par mexicano (Felipe Calderón, 2006-2012), como señala Maya (2016) refiriéndose a Rodríguez y Vieira (2015). Además del análisis (ACD) del archivo[19], incluyendo una carta manuscrita con comentarios al texto fundacional de la AP del entonces presidente peruano y de las conversaciones con la élite de política exterior colombiana, peruana y chilena, constatan que la idea de conformar un esquema regional por naturaleza distintivo del ALBA-TCP fue estratégicamente concebida, socializada y oficialmente difundida desde Lima (Guerra-Barón, 2020).
Por lo anterior, el lenguaje y las narrativas construidas por los agentes estatales creadores de la AP se erigen sobre la asignación de significados estratégicamente forjados por la presidencia peruana con el soporte de la tecnocracia de ese país. Así, los rasgos identitarios de un esquema regional no solo reposan en las narrativas de la cooperación global articuladas por bancos de desarrollo regionales, siendo el Banco Interamericano de Desarrollo el protagonista (Guerra-Barón, 2023), sino en las prácticas seleccionadas por los agentes decisores peruanos con apoyo de los actores empresariales de ese país (Guerra-Barón, 2020). En síntesis, la evidencia muestra que la dirección e involucramiento presidenciales sobre lo que representaría la AP fue estratégica, personalizada e incluso emocional.
El ACD constata que la concepción de la idea de crear la AP está inequívocamente imbricada en las meganarrativas predominantes sobre la razón de ser de la integración en ALC. De ahí que sea valioso preguntarse: ¿en qué medida el proceso de construcción de la AP ha respondido al actuar (estratégico) de las agencias? ¿Cuál es la significancia de la interacción entre ellas? Para atender esos interrogantes es necesario acercarse a las representaciones de los agentes y actores clave en el marco de la AP para dimensionar sus percepciones sobre la extensión de las prácticas de Chávez en Venezuela, diseminadas en el ALBA-TCP y la CELAC, y la posibilidad de que se convirtieran en elementos impulsores regionales que llevaran a la creación de la AP.
La percepción de los presidentes de Colombia, Chile y, enfáticamente, Perú sobre la influencia chavista en Suramérica fue determinante en la concepción de la idea de conformar una alianza cuyo lenguaje y prácticas (democráticas y aperturistas) fuesen diametralmente distintas de aquellas conformadas desde Venezuela[20]. El ACD constata la conformación de un elemento explicativo representado en una categoría discursiva denominada «sincronía presidencial», un convencimiento y compromiso político sobre la necesidad de alinearse en un esquema regional distinto.[21] Aunque estas percepciones podrían explicarse a partir de los estereotipos de los gobernantes[22] y los estigmas, lo cierto es que el ACD evidencia una afinidad discursiva entre García y Piñera sobre la inconveniencia de la propagación de las prácticas chavistas en términos geoeconómicos y geopolíticos.
Regionalmente, Piñera señalaba que había dos «caminos» en América Latina: uno liderado por Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela; otro gestado por ellos junto a Colombia, Brasil, Perú y México, cuidándose de no mencionar a Argentina.[23] Personalmente, Piñera anunciaba su oposición a las prácticas antidemocráticas y proteccionistas en la región (íd.). El canciller chileno supo encajar sus habilidades empresariales en la cartera cuando difundía las particularidades de la política exterior chilena del momento y recalcaba la importancia de respetar la discrepancia: «Vive la différence!» , un mensaje directo a Chávez (Canciller-Moreno, 2010).
Santos, por el contrario, estaba decidido a implementar uno de los pilares transversales de su Gobierno, la relevancia internacional, y reestablecer las relaciones diplomáticas con Venezuela (y Ecuador). A continuación, se ilustra un extracto del nuevo discurso de Santos para referirse a Chávez (Santos, 2010):
(11) Ejemplo. «[…] ¿Usted quiere que hable sobre mi nuevo mejor amigo? […]» (resaltado fuera del texto)
(12) Ejemplo. «[…] Cuando yo estaba en la campaña, ustedes saben que yo no fui santo de la devoción del presidente Chávez y viceversa durante muchos años […], pero ya a puertas de la elección estábamos en la posición que era el peor mundo de todos: dos países que tienen 1200 y pico de kilómetros de frontera sin relaciones diplomáticas, sin diálogo, sin comercio […]».
(13) Ejemplo. «[…] Ni él pretende que yo vaya a comenzar a pensar cómo piensa él, ni yo pretendo que él piense como pienso yo […]».
Desde la perspectiva de otros agentes y actores empresariales clave directamente involucrados en la creación de la AP, era necesario identificarse con Estados que compartieran ciertos rasgos de los modelos de desarrollo. Así se facilitaría alcanzar la anhelada distintividad que, con mayor o menor cálculo presidencial, era un efecto natural debido a las particularidades propias de los modelos (desarrollo, económicos, objetivos comunes) que compartían los Estados parte.[24] Aunque el lenguaje estratégico articulado por García en su búsqueda por la distintividad era confrontacional,[25] el ACD evidenció una identificación común entre los agentes (tomadores de decisión, tecnócratas) y actores empresariales clave sobre el potencial de consolidar un AIP (ver costado izquierdo, figura 1) en la región. Contrastante con la imagen proyectada por otros esquemas (ver costado derecho).
Fuente: elaboración propia basada en Guerra-Barón (2020).
El lenguaje utilizado para referirse a lo que representaba la AP en contraste con otros esquemas regionales suramericanos constata algunas apuestas teóricas. Pickett señala que la creación o participación de un Estado en una agrupación responde, entre otras cosas, a la necesidad de generar algún nivel de distintividad con la posibilidad de que se deriven efectos sociales positivos (Pickett et al., 2011). Con esto, la representación sobre la distintividad que se alcanzaría con la AP llevó a la articulación de una narrativa gubernamental en una etapa posterior del proceso de construcción identitario.
De hecho, la evidencia constata que el presidente García (Perú) personalmente diseñó, lideró, gestionó y conformó una narrativa técnico-política. Esa narrativa es cuidadosamente estructurada para satisfacer varias finalidades: 1) alejar cualquier atisbo de enfrentamiento con Chávez, contrarrestando la posibilidad de generar más tensión en Suramérica; 2) blindar el surgimiento del AIP contra el discurso y prácticas contrarias a su visión grupal; y 3) diferenciarse. Evidentemente, el ACD constata la asociación de la AP como un grupo que procura superar a los esquemas regionales tradicionales, por surgir de la realidad y preferir una integración también real[26], particularmente entre Chile y Perú a nivel binacional.
En la construcción de la narrativa técnico-política existen varios periodos secuenciales que se aprecian en la figura 2 (❶, ❷, ❸). El primero de ellos (identificado ❶) se refiere al poder de la distinción que plantea la agencia peruana sobre el esquema regional que conformar; uno que evita ser asociado con las prácticas antidemocráticas y antiaperturistas existentes en otros esquemas regionales, resultado de la identificación colectiva.[27] Así, la motivación de diferenciarse y no refundirse, por el hecho de no compartir tales prácticas, activa otro periodo secuencial (identificado ❷) que se caracteriza por la construcción de un discurso coordinativo cerrado en el cual participan los agentes de la cartera de comercio, quienes aportan el lenguaje y las prácticas tecnócratas a la AP.
El tercer periodo (identificado ❸) se refiere al poder derivado de tal categorización y la posterior identificación de las agencias de Colombia y Chile con la interpretación de su par peruana. Sin entrar a discutir el nivel de conformidad con ese reconocimiento, los presidentes se identifican con la iniciativa que articula uno de ellos: el objetivo de crear un AIP, la agenda temática, la estructura, las lógicas de relacionamiento externo y la participación de algunos organismos internacionales.
Fuente: elaboración propia basada en Guerra-Barón (2020).
Con esto, hay un convencimiento colectivo tácito sobre la necesidad de proyectar una imagen distinta de aquellas proyectadas por otros Estados en Suramérica, individual o grupalmente considerados.
Mientras que la dimensión técnica de la narrativa contó con aportes de la tecnocracia peruana, la dimensión política fue personalmente delineada por el presidente desde el Palacio de Gobierno.[28] Esa narrativa incluyó la identificación de las prácticas políticas compartidas en torno a los ideales democráticos (con las propias particularidades de los países) y otras relacionadas con la cosmovisión de desarrollo orientado por el mantenimiento y la vigencia del estado de derecho (ver figura 3).
Fuente: elaboración propia basada en Guerra-Barón (2020).
El ACD prueba que el lenguaje de los presidentes (Colombia, Chile, Perú) confluyó cuando reconocieron la decisión individual de alienarse a las prácticas democráticas, más o menos desarrolladas en uno que otro Estado, mientras se alejaban de esquemas regionales que predicaban un discurso antidemocrático.
La dimensión técnica de la narrativa técnico-política de García, con aportes de la tecnocracia peruana, especulaba sobre el potencial derivado de la distintividad a partir de las prácticas compartidas con los invitados originales a conformar la AP, e incluso el potencial (con reservas) de Ecuador y Panamá[29] (ver figura 4).
Fuente: elaboración propia basada en Guerra-Barón (2020).
En la identificación de las prácticas (comerciales) compartidas, la tecnocracia peruana destacaba la dimensión normativa común, subrayando las fórmulas de internacionalización (comercial) de cada país con interlocutores comunes (EE. UU., UE). Particularmente en el caso de Chile y Perú, con Asia en su calidad de economías miembro del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés). Además, la consistencia de tales prácticas con los principios comerciales administrados por la OMC y replicados en sus entendimientos regionales y bilaterales.
Por lo tanto, las prácticas aperturistas materializadas en los entendimientos jurídicamente vinculantes entre Colombia, Chile y Perú y con otros, mediante TLC o acuerdos similares, operaron como un elemento diferenciador y cohesionador automático de la AP.
La narrativa técnico-política articulada por García fue radicalmente estratégica; procuró la identificación de sus pares suramericanos con costa sobre el océano Pacífico y evidenció la comunidad de prácticas compartidas por los insiders y, consecuentemente, el rechazo implícito a las prácticas chavistas, lo que aseguraría la cohesión intragrupal. Al hacerlo, García se cuidó de no profundizar las diferencias con Correa, abierto simpatizante de Chávez, para configurar la unidad.
A diferencia de Ecuador, era lógico que Santos fuera receptivo a la narrativa técnico-política y a la proyección de la AP como una agrupación cohesionada por los principios del comercio internacional que le facilitara además insertarse a Asia, más allá del único TLC con Corea del Sur. Chile, a diferencia de Colombia, fue el país pionero de la implementación del modelo económico neoliberal en la región, geográficamente orientado al Asia, por lo que la dimensión técnica de la narrativa de García no era un reparo. Piñera privilegió la representación que tenía de Chile como el eje articulador de un encadenamiento productivo en Suramérica sobre cualquier connotación políticamente inconveniente que sugiriera la politización de la política exterior chilena. Una decisión empresarial y estratégica que explica el decidido interés de Piñera de incorporar a México en lo que sería la AP.
Por supuesto, detrás de la ansiada distintividad buscada por García y la proyección de una imagen de cohesión grupal a partir de la comunidad de prácticas compartidas, y otras emergentes, subyacen las propias concepciones e imaginarios de los agentes y actores empresariales involucrados. En todo caso, el uso del lenguaje técnico de parte de la tecnocracia del más alto nivel en la estructuración del ámbito y la delineación de los objetivos colectivos compartidos fue (y sigue siendo) un elemento transversal de entendimiento intragrupal y extra grupal que se consolida luego de la declaración pública de la AP, como se aprecia en los documentos oficiales desde el año 2012 hasta la actualidad (Alianza del Pacífico, 2012).
Este artículo visibiliza la importancia de traer elementos intangibles al análisis de los fenómenos regionales como extrapolación de los elementos domésticos. En ese sentido, esta investigación respaldó y ofreció elementos analíticos y empíricos a la propuesta de Checkel sobre la necesidad de traer a colación múltiples formas, como «el lenguaje moldea la política internacional» (Checkel, 2013: 228). Esta propuesta teórica inspiró buena parte de los cuestionamientos planteados sobre cómo y por qué la élite política y empresarial decide agruparse regionalmente y, yendo más allá, moldear un esquema regional con un contenido identitario diferenciador mediante el lenguaje. Con lo cual, las micro-élites político-empresariales se convirtieron inconscientemente en hacedores o constructores de identidades regionales.
La evidencia confirmó que analizar el lenguaje no es suficiente si no se contextualiza políticamente a nivel doméstico y regional. Como señala Wittgenstein (1953), el lenguaje debe situarse y contextualizarse, pues los actores le dan un significado; así, la atribución de los significados moldeados por la presidencia peruana y dotados de contenido por la tecnocracia de ese país, se reflejan en las narrativas develadas. Además, este artículo constató la importancia de abrir la mente y comprender que los elementos institucionales por sí solos evidencian los arreglos alcanzados, mas no necesariamente develan elementos explicativos esenciales de las etapas previas a la institucionalización de los acuerdos. Así, la pieza confirmó que para entender la importancia del lenguaje y las representaciones compartidas por los presidentes protagónicos de la creación de la AP era necesario indagar por años anteriores a la fecha oficial de su creación.
La riqueza conceptual del interaccionismo simbólico y la TIS resaltó la importancia de incorporar el lenguaje, las dinámicas de interacción entre los agentes y su rol en la visibilización de las prácticas constitutivas como un elemento generador de una identificación grupal. Con esto, al trasladar los elementos conceptuales de la TIS para analizar las dinámicas suramericanas en la construcción de la AP fue posible decantar la centralidad de los procesos de identificación y categorización en la configuración del grupo. Con lo cual, la identidad tiene el potencial de explicar la conducta estratégica de los Estados, el poder y las dinámicas de interacción entre ellos.
El artículo expuso los elementos esenciales de las etapas iniciales de gestación de la AP, descubrió la necesidad de situar prácticas, como el lenguaje y las narrativas, en una red de interacción social compleja, integrada y superpuesta.
Haber concentrado y asociado el lenguaje, los discursos y las narrativas ayudó a comprender el rol que tuvieron como prácticas explicativas de la estructuración de las contrastantes representaciones sobre el deber ser de la integración suramericana del siglo xxi y las prácticas asociadas a cada una de ellas. Por ello, haber incorporado la cosmovisión de los agentes, partiendo por los presidentes mismos, sobre la extensión del imaginario de Chávez en el ALBA-TCP y la CELAC, fue uno de los elementos impulsores regionales más significativos que activaron la idea inicial de conformar la AP.
La difusión de la imagen de Suramérica como una región que respondía a un enfoque predominantemente endógeno activó un proceso de autoidentificación de los presidentes de Colombia, Chile y Perú. A su vez, aquel devino en una identificación colectiva sobre la concepción de la AP como un espacio subregional nuevo, distinto y alejado de la mega narrativa de una integración endógena. La concepción de configurar a la AP como un esquema regional guiado tecnocráticamente, pero respaldado políticamente, se evidenció en la narrativa técnico-política articulada por García para configurar un orden regional distinto y diferenciable. En esa lógica, en términos narrativos, la narrativa política liderada y acuñada por García vendría a ser una contranarrativa al lenguaje y la categorización de la cual estaba siendo objeto Suramérica hacia el final de la primera década del siglo xxi. Con lo cual, la contranarrativa procuraba generar un orden regional contrastante y alejado de las prácticas chavistas.
Metodológicamente, el ACD desde la psicología social ayudó a comprender la naturaleza continua, dinámica e inacabada de la identidad colectiva como categoría social que se expresa narrativamente a partir del lenguaje y de la interacción entre los distintos agentes estatales y actores (no estatales) involucrados en su construcción. Constatando, así, la incidencia de las narrativas regionales identificadas en la conformación de un sistema regional diferenciador.
[1] |
Financiado parcialmente por la Pontificia Universidad Católica del Perú, a través del Grupo de Investigación de Órdenes Internacionales y Regionales [GIOR]. Además, por la Universidad Científica del Sur, a través del Grupo de Investigación en Derecho Público (GIDP), en el marco del Proyecto «BELATIN: Instituciones económicas, libertad económica y derecho regulatorio.» Fecha de terminación de la investigación: noviembre, 2020. |
[2] |
Guerra-Barón, A. (en prensa). Narratives, Collective Identities, and International Relations. Oxford Research Encyclopedia of International Studies. Oxford University Press. |
[3] |
Mayor detalle al respecto, en Guerra-Barón (2017). |
[4] |
Guerra-Barón, A. (en prensa). El lenguaje e interacción estratégica en la Alianza del Pacífico. En L. Bizzozero (ed). Política Exterior y Regionalismo Latinoamericano. |
[5] |
Íd., refiriéndose a Acharya (1997, 2004, 2009, 2012, 2017). |
[6] |
Guerra-Barón, A. (en prensa). Narratives, Collective Identities, and International Relations. Oxford Research Encyclopedia of International Studies. Oxford University Press. |
[7] |
Íd. |
[8] |
Íd. |
[9] |
Íd. |
[10] |
Textos escritos (artículos de agremiaciones, blogs, columnas de opinión, capítulos de libro, libros, presentaciones en seminarios), medios orales (alocuciones públicas, audios), audiovisuales y entrevistas abiertas semiestructuradas. |
[11] |
El archivo incluyó locuciones públicas, artículos de revistas (académicas, de agremiaciones), blogs, cartas de presentación de informes, cartas privadas, columnas de opinión (revistas especializadas, periódicos), editoriales, entrevistas en medios, libros y capítulos de libros, presentaciones en foros y seminarios (abiertos y cerrados, académicos y de negocios), programas de gobierno, rendición de cuentas, videos. |
[12] |
Aunque la creación oficial de la AP se anunció el año siguiente, también en Lima, la multidimensionalidad del esquema regional se definió antes (Guerra-Barón, 2019b). |
[13] |
El Libertador lideró el movimiento independentista de la corona española de los territorios que ahora constituyen Colombia, Ecuador, Venezuela. |
[14] |
ACD. Corresponde al ⊡ 192. |
[15] |
Otros países ingresaron como Estados Miembros: Nicaragua (2007), Dominica (2008), Antigua y Barbuda (2009), San Vicente y Las Granadinas (2009), Santa Lucía (2013, sin fecha oficial de retiro), San Cristóbal y Nieves (2014) y Granada (2014). |
[16] |
La CAN estuvo originalmente conformada por Bolivia, Colombia, Chile (hasta su retiro en 1976, debido al giro de la política exterior con Augusto Pinochet), Ecuador, Perú y Venezuela. |
[17] |
Cuestionamiento de los mecanismos para alcanzar el desarrollo y la democracia luego del Consenso de Washington (Panizza, 2009); acuerdos tecnocráticos elitistas sobre «cómo alcanzar crecimiento económico y profundizar la democracia» (Rovira, 2011: 228), traducido en políticas nacionalistas; giro a la izquierda (Castañeda, 2006; Tokatlian, 2016); revaluación del neoliberalismo (Silva, 2009); neoestructuralismo (Leiva, 2008); etapa postneoliberal (Burdick et al., 2009; Macdonald y Ruckert, 2009; Peck et al., 2009); regionalismo postliberal (Sanahuja, 2012), y regionalismo posthegemónico (Riggirozzi y Tussie, 2012). |
[18] |
Conformada por treinta y tres países de ALC y el Caribe, creada mediante la Declaración de Caracas (3/12/2011) (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, 2011). |
[19] |
Discursos analizados (⊡): Colombia: 28. 36, 37, 38, 84, 377-394, 398-403, 405-410, 413, 415-430, 432-443, 444-447, 511-513, 580-602, 604-606. Chile: 21, 23, 24, 44-79-83, 85-89, 94-97, 100-104, 106-111, 112-122, 124, 126, 128, 129-133, 135- 137, 140,141, 143-145, 203-205, 207-212, 224, 228-229, 414, 508, 515-521, 533, 543, 607-609. Perú: 7-10 (B), 9, 17, 230-256-258, 263-289, 300-304, 490-496, 503, 504, 510, 514, 522, 523-529, 532, 579. |
[20] |
Guerra-Barón, A. (en prensa). El lenguaje e interacción estratégica en la Alianza del Pacífico. En L. Bizzozero (ed). Política Exterior y Regionalismo Latinoamericano. |
[21] |
ACD, hace parte de la red «Comunidad» (⌘) (Guerra-Barón, 2020). |
[22] |
Todos ellos eran/son parte de la élite política. Por ejemplo, el perfil gerencial-diplomático de Santos −en oposición a la postura confrontacional de Uribe−; el perfil empresarial-millonario de Piñera y el perfil conveniente de García, quien pasó de identificarse con una narrativa de resistencia contra el imperialismo del Norte instrumentalizado en los organismos internacionales −como el Fondo Monetario Internacional y los prestamistas privados‒ en su primer presidencia (1985-1990) a uno de centroderecha en su segunda presidencia (Guerra-Barón, 2019a). |
[23] |
ACD de Chile. Corresponde a la categoría analítica: «Chile/Pinnera-Semilla Self-Others» (∆). |
[24] |
ACD. La categoría IDENTIFICACIÓN (⍍), directamente relacionada con: «AP creada para diferenciarse» (⍍); esta a su vez está conformada por tres categorías de menor jerarquía: «AP Fin diferenciador» (∆), «AP Diferencia como outcome» (∆), «AP Diferencia calculada» (∆), la cual entra en contradicción con la categoría «AP NO para diferenciarse» (∆) (Guerra-Barón, 2020). |
[25] |
García adjetivaba las políticas chavistas así: «autoritarismo» «centralista» y «voluntarista», «dictadura», «estatismo económico y petrolero […] medieval», «populista», «manipulador» de la economía «artificial» y «proteccionista», «totalitario y fascistoide», que, mediante la demagogia, los regalos y la implementación de un modelo «subjetivo», «irracional», de «pocas neuronas» produce «países jellyfish, malaguas, parasitarios» que generan en el corto plazo una sensación de «artificial y momentáneo bienestar», pero realmente traen asilamiento, caos y pobreza, sin dirección hacia la democracia. Análisis crítico del discurso de Alan García. ACD «PER/García. Other. Venezuela» (∆), como parte de la red ⌘ «Self-Identification» (Guerra-Barón, 2020). |
[26] |
Análisis crítico del discurso. Corresponde a los ⊡ 21, 245. |
[27] |
Es el caso de ALBA-TCP, CAN, MERCOSUR, UNASUR. |
[28] |
Esta narrativa se sitúa cronológicamente entre los años 2010 y 2011; corresponde a una de las cuatro etapas de construcción discursiva de la AP (Guerra-Barón, 2020). |
[29] |
Reserva para Ecuador, por su simpatía con Chávez; reserva para Panamá, por no contar con un TLC con los otros países invitados. |
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