Autor
Palabras clave
intelectuales
historiografía
generación del 98
generación del 14
España.
Resumen
Existe un consenso en cuanto a la importancia de los últimos años del siglo xix y los primeros del xx en la aparición y consolidación de la figura del intelectual moderno en España, de forma pareja a lo que sucedía en otros países europeos durante los mismos años. Sin embargo, esto no significa que se consolidase una idea nítida o generalmente compartida acerca de cómo «era» o «debía ser» el intelectual, ni qué principios debían regir su actuación pública. Más bien al contrario: la palabra se instaló en una persistente ambigüedad semántica que hacía imposible formarse una idea clara de qué era y qué no era un intelectual. Esto nos anima a estudiar la figura del intelectual no como una categoría que se puede proyectar sobre ciertos individuos, sino más bien como un fenómeno discursivo. Paradójicamente, la ambigüedad denotativa de aquella palabra no impidió que a su alrededor se fuesen sedimentando toda una serie de discursos, como los que vinculaban al intelectual a algunas patologías físicas y sociales, los que lo relacionaban con ideas preexistentes sobre la masculinidad y la feminidad, los que comparaban a los intelectuales patrios con los de otros países europeos o los que estigmatizaban al intelectual como traidor a la clase obrera, a la patria española o a los principios católicos. Muchos de estos discursos reciclaron tradiciones anteriores, adaptándolas a un nuevo vocabulario surgido a finales del xix.
Keywords
Intellectuals; historiography; generation of 1898; generation of 1914; Spain.
Abstract
The final years of the nineteenth century and the first decade of the twentieth were crucial in the appearance and consolidation of the figure of the modern intellectual in Spain, in a process which was analogous to those happening elsewhere in Europe around the same time. However, this did not mean that a clear and generally agreed–upon idea of what an intellectual «was» o «should be» appeared, nor was there agreement on what principles should guide his interventions in the public sphere. Quite the opposite: the term acquired a persistent semantic ambiguity which made it impossible to develop a clear idea of what was —or was not— an intellectual. This then encourages us to study the figure of the intellectual not as a category within which we can include certain individuals, but rather as a discursive phenomenon and even as a cultural fantasy. For, paradoxically, the term’s ambiguity did not prevent it from accruing a series of discursive uses, like those which linked the intellectual to a number of physical and social pathologies, those which projected it onto certain notions about masculinity and femininity, those which drew a comparative geography of European intellectuals —in which Spain always occupied a lesser and subaltern role—, or those which stigmatized the intellectual as a traitor to the working class, to the Spanish nation or to Catholic principles. Many of these discourses recycled tropes from earlier traditions, adapting them to a new vocabulary which would become consolidated in the first decades of the century.