MERCEDES BENGOECHEA, catedrática de filología inglesa de la Universidad de Alcalá.
En enero de 2020 conocimos el “Informe de la Real Academia Española sobre el uso del lenguaje inclusivo en la Constitución española”, elaborado a petición de la vicepresidenta del Gobierno. El Informe estima, grosso modo, que el texto constitucional utiliza un español correcto si se toma en consideración «el uso mayoritario por los hispanohablantes» puesto que, de acuerdo «con el sentimiento lingüístico de los hispanohablantes de todo el mundo», el masculino genérico «abarca o incluye a las mujeres» y «no está entre las funciones de la Academia el impulsar cambios.» Cada una de las frases entrecomilladas, tomadas del Informe, merece una reflexión.
CONTEXTO LEGISLATIVO Y POLITICO PREVIO AL INFORME. Para poder abordar el significado del Informe en toda su extensión, es imprescindible retroceder unas décadas, hasta 1990, momento en el que el Consejo de Europa empezó a recomendar a TODOS LOS PAÍSES MIEMBROS que alienten formas verbales en las que las mujeres no queden invisibilizadas o subordinadas, como lo están «en la práctica lingüística actual» que hace «predominar lo masculino sobre lo femenino», algo que para el Consejo «constituye un estorbo al proceso de instauración de la igualdad entre mujeres y hombres, porque oculta la existencia de las mujeres, que son la mitad de la humanidad, y niega la igualdad».
El Consejo de Europa hace extensiva esta recomendación a todas las lenguas europeas, dispongan o carezcan de género gramatical. Y esto se debe a que en todas las lenguas han quedado fijados a lo largo de los siglos mecanismos asimétricos de invisibilización y subordinación simbólica de las mujeres. El llamado masculino genérico propio de las lenguas con género gramatical como el francés, catalán, gallego o español es solo uno de tales mecanismos, quizá el más patente.
Unos años antes la UNESCO ya se había pronunciado en el mismo sentido y en 2003 la Unión Europea remarca el hecho de que el sexismo lingüístico es un obstáculo para la igualdad, por lo que debe garantizarse el no «hacer predominar lo masculino sobre lo femenino.» En España, la Ley Orgánica de 2007 para la igualdad efectiva entre mujeres y hombres vehicula las anteriores recomendaciones europeas, plasmándolas en la obligación de los poderes públicos de «implantar lenguaje no sexista en el ámbito administrativo» (art.14.11). Y en mayo de 2019 el Consejo de Europa insta a todos los países miembros a reescribir sus leyes fundamentales en lenguaje no sexista promoviendo el uso desdoblado (femenino y masculino) del lenguaje o formas de género neutro. La vicepresidencia del Gobierno simplemente se adelantó unos meses al apremio de las autoridades europeas cuando en 2018 solicitó a la RAE «adecuar la Constitución a un lenguaje que incluya a las mujeres».
LA MAYORIA DE HABLANTES USA EL MASCULINO GENÉRICO. La RAE aceptó la petición oficial de estudiar el «buen uso del lenguaje inclusivo en nuestra Carta Magna» que le había hecho llegar la vicepresidenta del Gobierno, pero sorprendentemente lo hizo tomando «como referencia el uso mayoritario de la comunidad hispanohablante en todo el mundo». Causa sorpresa porque si las instituciones políticas (desde la UNESCO a los gobiernos locales) han decidido intervenir en las lenguas de la mayoría de los países de nuestro entorno es precisamente porque la mayoría de hablantes de todos esos países recurren a usos que esconden la presencia de las mujeres. Si se tratara de usos minoritarios, o de hablantes con poca relevancia social, no habría habido lugar para la intervención legislativa. Nuestras sociedades llevan siglos sin prestar atención a la presencia, logros o necesidades de las mujeres: esa desconsideración (que se podría tildar de maltrato) se refleja cabalmente en la preferencia por usos lingüísticos que no las tienen en cuenta. Por tanto, no resulta admisible apelar a que «se trata de un uso mayoritario» porque es ahí donde radica el problema al que las instituciones europeas y españolas pretenden poner coto: las recomendaciones europeas y la ley de igualdad justamente alientan a que se evite, de forma institucional, que siga siendo un uso mayoritario.
Por otra parte, cuando el Informe apela a que una de las funciones de la RAE es «recomendar y desestimar opciones existentes en virtud de su prestigio o su desprestigio entre los hablantes escolarizados», no hace sino un ejercicio de razonamiento circular en defensa de sus postulados, dado que el primer criterio para la inclusión en el selecto club de lo que la RAE considera “hablantes escolarizados” es el seguimiento de sus normas. Siguiendo su propia línea argumental, si la RAE se pronunciase a favor del lenguaje inclusivo, “los hablantes escolarizados” cambiarían sus comportamientos verbales, tal como sucedió, por ejemplo, con la acentuación tras la publicación de su Ortografía.
EL “SENTIMIENTO” DEL MASCULINO GENÉRICO Y SU INTERPRETACIÓN REAL. Afirma el Informe que «el masculino es el término no marcado para todos los hispanohablantes en un gran número de contextos, especialmente cuando se asocia con el plural. Expresiones como los pasajeros del avión que resultaron heridos… [o descubrir a los culpables] contienen palabras … de género masculino que son interpretadas como términos inclusivos de forma absolutamente general. La expresión nominal los pasajeros del avión no invisibiliza a las pasajeras ni es irrespetuosa con ellas, sino que las abarca o las incluye, de acuerdo con el sentimiento lingüístico de los hispanohablantes de todo el mundo.» Siendo cierta esta afirmación en términos generales, existen multitud de investigaciones que ponen en duda que esta percepción inclusiva se produzca siempre y por todo el mundo. Se trata de estudios académicos, no sobre los “sentimientos lingüísticos” de la comunidad hispanohablante, sino sobre cómo la gente interpreta EN REALIDAD tales palabras masculinas referidas a personas. Y es que, en contra de lo que se afirma en el Informe, a no ser que el contexto deje meridianamente claro que podría abarcar también a mujeres, si se habla de descubrir a los culpables, “los sentimientos lingüísticos” de la comunidad llevan a pensar que se trata de hombres. De hecho, cuando se pide expresamente a alguien que dibuje o explique la imagen que le producen frases como las mencionadas en el Informe (los pasajeros del avión que resultaron heridos) y más aún frases como ¿Cuál es tu músico favorito? O Da el nombre de tres políticos/presentadores que conozcas, entre un 75 y un 90% de los varones reconoce que solo han imaginado hombres. De ahí que sea tan frecuente que los hombres empiecen con un presunto masculino genérico una frase (Hoy empiezan los exámenes de Selectividad y miles de muchachos se juegan su futuro…) y la concluyan dejando en evidencia que el masculino no abarcaba a mujer alguna (… cuando aún juegan a las chapas o a los médicos con las amigas de sus hermanas). Y porque el masculino referido a personas provoca inicialmente en los varones solo o fundamentalmente imágenes de varones, las constituciones fueron probablemente redactadas pensando solo o fundamentalmente en varones. De ahí que los padres de la española no cayesen en la cuenta de que podía haber herederas al trono, podían existir mujeres al cargo de los ministerios, las embajadas o las cámaras legislativas (ministros, embajadores, presidentes…) o que el artículo 30 afectaba solo a los hombres. Posiblemente “los españoles” del artículo 35 que «tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo» y “los españoles” del artículo 30 «que tienen el derecho y el deber de defender» a su patria son los mismos sujetos que imaginó el constituyente: hombres.
Por otra parte, la lista que ofrece el Informe de constituciones de países hispanoamericanos y de países vecinos como prueba palpable del uso mayoritario del masculino genérico no hace sino avalar la decisión del Consejo de Europa de urgir la pronta revisión de las cartas magnas de los países miembros redactándolas de nuevo con lenguaje verdaderamente inclusivo y no sexista. Si ya estuviesen redactadas con lenguaje no sexista no habría necesidad de tal intervención.
Hay un aspecto que el Informe no entra a valorar, sin embargo: cómo afecta a las mujeres el uso del masculino genérico. Los experimentos de la psicología realizados en lenguas que lo emplean (hebreo, francés, alemán, español…) son concluyentes: las mujeres solicitan menos trabajos ofertados en masculino que trabajos ofertados en lenguaje no sexista; sienten que son menos idóneas para profesiones cuya descripción utiliza solo el masculino genérico; se presentan a menos premios cuya convocatoria se haga exclusivamente en masculino; no se sienten representantes prototípicas de las categorías profesionales; recuerdan mejor las historias que no usan masculino genérico; se autoevalúan peor cuando los cuestionarios están redactados en masculino genérico; se autoexcluyen más de promociones anunciadas en masculino genérico; en las entrevistas de trabajo se sienten menos identificadas con puestos de trabajo nombrados en masculino genérico; no se sienten igual de bien recibidas en empresas que califiquen su puesto en masculino; y a las niñas les dificulta aspirar a trabajos nombrados solo en masculino, además de producirles una bajada de su rendimiento y de su nivel de esfuerzo en asignaturas como matemáticas; etc. La lista anterior es un pequeño resumen de las varias investigaciones llevadas a cabo; en todos los casos el uso del masculino genérico no tenía intención sexista, pero producía efectos adversos: las mujeres tenían, sin ser conscientes de ello, sentimiento lingüístico de exclusión.
LA FUNCIÓN DE LA RAE NO ES IMPULSAR, DIRIGIR O FRENAR CAMBIOS LINGÜÍSTICOS. Quizá fue una ingenuidad pedir a la RAE lo que no podía dar. Al no estar incluida entre sus funciones la de impulsar cambios (gusta más de frenarlos, la verdad), no podemos esperar que la RAE nos señale un camino en el que las mujeres nos sepamos presentes, se reconozca la diversidad humana y simultáneamente la comunidad se sienta cómoda en el decir. Debemos adelantarnos y esperar a que, con el tiempo, la RAE reconozca nuestro recorrido y dé su beneplácito.
Tal cosa ocurrió con los femeninos de profesiones o con las definiciones aparentemente inamovibles de matrimonio o género. Cuando en los años 90, siguiendo las recomendaciones europeas, se pidió a la RAE que ofreciese en su diccionario el femenino de las más de seiscientas entradas de profesión que figuraban solo en masculino, la institución respondió evasivamente sugiriendo: nombrad y cuando en la sociedad se extiendan esos femeninos, los incluiremos en la Norma. Ha costado más de 30 años, pero la lista de profesiones del DLE de hoy es casi idéntica a aquellos nombres profesionales y de oficios que el Instituto de la Mujer aconsejaba utilizar en 1994. Ya en 2005, a punto de aprobarse la ley que permitía el matrimonio entre personas del mismo sexo, el entonces secretario de la RAE se dirigió al gobierno de Zapatero con el diccionario en la mano, apelando a la definición entonces vigente de matrimonio («unión de un hombre y una mujer») para que no se considerase tal la unión de personas homosexuales; hoy la RAE ha añadido una segunda acepción a la definición anterior («unión de dos personas del mismo sexo »). Durante décadas la RAE rehusó admitir la acepción de género en el sentido de la frase “violencia de género”; hoy ha incluido una tercera acepción en la definición de género («grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico»).
Y, puesto que en los procesos de innovación y cambio, según admite, «la Academia se limita a ser testigo del empleo colectivo mayoritariamente refrendado por los hablantes», se impone fomentar los usos que no dejen lugar a dudas sobre la presencia femenina o a aquellos que acojan y representen felizmente a todos los seres humanos para que la RAE no se escude en su falta de uso para proscribirlos. Y así no habrá que esperar otros 30 años para que las mujeres tengamos en la lengua española un lugar en el que vivir.
El Informe en realidad nos anima a ello cuando termina: «Si se constatara que los usos lingüísticos actuales se modifican con el tiempo, y que los cambios consiguientes llegan a generalizarse, [los diccionarios y gramáticas] deberían reflejar tales modificaciones, al igual que testimonian otros muchos cambios gramaticales y léxicos que han tenido lugar en nuestra lengua a lo largo de los tiempos.» Así pues, señoras, señores, usen formas que reflejen los cambios habidos en nuestra sociedad y contribuyan con ello a adecuar la Norma a esas transformaciones. Demuestren que el sujeto de la Historia ya no es uno y varón y ayuden a dejar atrás esos tiempos en los que la invisibilidad y asimetría de las mujeres en la lengua era el correlato simbólico de una subordinación femenina a todas luces inaceptable.