Madeleine Albright: la primera mujer secretaria de Estado en Estados Unidos

Esther González-Hernández Profesora titular de Derecho Constitucional de la Universidad Rey Juan Carlos

21 de julio de 2022

Mariposa El pasado mes de marzo fallecía Madeleine Albright, primera mujer que se hizo cargo de la Secretaría de Estado en la historia de Estados Unidos, puesto que desempeñó desde 1997 a 2001. Nombrada por Bill Clinton, fue una de las figuras femeninas más influyentes del siglo XX. De origen checo (su nombre real era Marie Jana Korbelová), fue acogida en los Estados Unidos como refugiada a la edad de 11 años. Previamente había sido, desde 1993, embajadora de EE.UU. ante Naciones Unidas. Se la describe como una mujer de talante conciliador y arrolladora simpatía. Defensora a ultranza de la democracia y del papel de la OTAN, de los derechos humanos y del feminismo. No en vano se graduó en Ciencias Políticas en la Universidad de Wellesley, un centro privado solo para mujeres, en el que más tarde estudiaría Hillary Clinton, para posteriormente doctorarse en la Universidad de Columbia. Inicialmente se dedicó a la docencia y al asesoramiento en política exterior bajo el mandato de Jimmy Carter, hasta que Bill Clinton ocupó la Presidencia.

 Una mujer, pues, que influyó decisivamente en la política estadounidense sobre Bosnia y Herzegovina y Medio Oriente, diseñó el plan de entrada de Polonia, Hungría y Chequia en la OTAN, apostó por reducir los arsenales de armamento nuclear e, incluso, se reunió con Kim Jong-il, el entonces líder de la Corea del Norte comunista. Una amplia y relevante trayectoria profesional que, entre otras cuestiones, le supone un reconocido protagonismo en el arte de manejar como nadie las reglas de la comunicación política a través de la indumentaria.

Que determinada vestimenta supone una forma de comunicación no verbal muy efectiva es una realidad sobre la que no cabe duda. Es más, hace miles de años el primer lenguaje que se utilizó para comunicarse era el del adorno y la ornamentación que nuestros ancestros se colocaban con la sola pretensión de comunicar, por ejemplo, una función social en el seno de una comunidad. Entendida de este modo, no queda más remedio que admitir que, como cualquier otra forma de comunicación, tiene una serie de componentes o elementos que adjetivan y concretan el mensaje central, el traje, mientras que complementos como la joyería, el peinado o el maquillaje circunscriben a su más específica concreción el mensaje principal.

Desde el momento en que el traje de chaqueta diplomático se ha impuesto mayoritariamente tanto para hombres como para mujeres, en los adornos encuentra esta forma de comunicación no verbal y, por ende, visual, tan sutil como simbólica, nuevos cauces de visibilización.

En esto Madeleine Albright fue una verdadera joya, pues es recordada especialmente por su colección de broches, que se convirtió en seña de identidad y elemento fundamental de su capacidad de negociación política.

Desde 1991, con el alto el fuego en la Guerra del Golfo, Albright acudió a todo acto público con un broche sobre la solapa de sus chaquetas o sus vestidos. En aquellas fechas, Albright criticaba diariamente al dictador iraquí Sadam Hussein, hasta el punto de que se publicó un poema en la prensa de este país en el que se la comparaba con una “serpiente sin igual”. En una conferencia de prensa posterior compareció con un broche en el que aparecía una serpiente, detalle que no pasó inadvertido a quienes asistían: Albright sonrió y dijo que era su manera de mandar un mensaje. A partir de ese momento, utilizó sus broches como como herramienta diplomática de primer orden, eligiendo uno concreto en cada ocasión para expresar y hacer visible su posición diplomática.

Primera secretaria de Estado y luchadora decidida por la igualdad de la mujer y su visibilidad en la vida pública, decidió utilizar un elemento típicamente femenino para hacer más visible aún su coraje y valentía en el difícil mundo de la diplomacia. Fue así como empezó una sugerente historia de comunicación política no verbal, a modo de lenguaje universal con el que anticipaba a sus interlocutores en las reuniones que mantenía como secretaria de Estado su estado de ánimo o lo que esperaba del encuentro, el nudo gordiano del conflicto o la cuestión a tratar. El propio Vladímir Putin confesó que siempre que la veía intentaba descifrar cuál era el significado de su broche y a quién iba dirigido. No era lo mismo ver un motivo floral que una avispa o insecto, de los que disponía un importante repertorio. Con los broches que evocaban al sol o a las mariposas y globos de aire caliente el mensaje era positivo. Las arañas, serpientes, moscas y todo tipo de insectos estaban reservados para las negociaciones peliagudas y complicadas. Con el búho expresaba sabiduría y con la tortuga necesidad de tratar las cosas con calma y también su impaciencia ante el ritmo lento del proceso de paz en Oriente Medio. Pero cuando tenía un acto con niños se ponía un broche con Mickey Mouse.

También utilizaba los broches para hacer visibles sus ideales políticos y aquello por lo que merecía la pena luchar: la democracia, el control de armas, los derechos humanos y la paz. Muchas de estas piezas de joyería (incluso mera bisutería) tienen una historia detrás: el pájaro azul con la cabeza hacia abajo en señal de duelo por los fallecidos, con ocasión del derribo en 1996 de dos aeronaves de civiles sobre aguas internacionales entre Cuba y Florida; el águila que lució cuando prestó juramento como secretaria de Estado el 23 de enero de 1997 como símbolo de majestuosidad, valentía y poder (también lo lucio Lady Gaga en el juramento de Joe Biden); la flor de lis en uno de sus discursos más sonados con ocasión del acuerdo de paz en Bosnia y Herzegovina; los conocidos como tres monos sabios (ver, oír y callar) cuando Rusia había adoptado la postura de no querer escuchar, no querer ver y no querer hablar sobre Chechenia; por supuesto, el famoso broche del techo de cristal, cristal roto como reflejo de su orgullo personal de ser la primera mujer en ocupar el cargo de secretaria de Estado y también de su compromiso con la igualdad, símbolo de haber conseguido romper los techos de cristal que impiden que las mujeres asciendan.

El valor comunicativo de las joyas (y, en concreto, del broche como complemento y adorno) surge en el antiguo Egipto, donde se utilizaban objetos de oro que adornaban las vestimentas y el peinado. Los prendedores se usan desde tiempos remotos, cuando las mujeres y los hombres buscaban elementos decorativos para resaltar en los eventos sociales, en reuniones o ceremonias. En la historia antigua podemos observar que los prendedores tenían la doble finalidad de hacer notar poderío pero también seguridad. Recordemos que el broche se desarrolla a partir de la fíbula griega y romana que sujetaba las togas.

En el siglo XIX se convierten en un accesorio decorativo para la mayoría de las personas, que se asocia con la ostentación de poder, categoría, jerarquía, distinción y reconocimiento entre las clases sociales a las cuales pertenecían. Por esta razón, en los tiempos actuales parece que se relaciona con atuendos formales, de corte elegante y distinguido. Es decir, se llevan en ocasiones especiales.

No obstante, resurge en su versión reivindicativa de determinadas causas a modo de pin o lazo, al ser utilizados para poner el acento en causas sociales o políticas: la investigación del cáncer, el sida, la igualdad de género, etc. Por tanto, el diseño del “prendedor” o broche siempre transmitirá un mensaje. De ahí que sea muy difícil separar este accesorio de sus connotaciones políticas. Como ejemplo basta mencionar las medallas que lucieron las sufragistas a comienzos del siglo XX. Por no hablar del broche Holloway, diseñado por Sylvia Pankhurst y elaborado por Toye & Co London, que representaba una reja con los tres colores del sufragismo (blanco, morado y verde) superpuestos en esmaltado, que reflejaba la puerta de la prisión de Holloway en Londres. Otros ejemplos nos trasladan a la simbología política de un broche en particular como el muy comentado de Nancy Pelosi en el impeachment contra Donald Trump en 2019: un broche en forma de bastón de batalla compuesto de 13 varillas (de los trece estados originales) coronadas por un águila calva encima de un globo. Es el broche “maza de la cámara” que lució sobre un vestido negro (el color de lo fúnebre y la muerte), para dejar bien claro que representaba la autoridad legislativa. O el de Alexandria Ocasio-Cortez, que apostó por un vestido blanco (pureza y honestidad), acompañado por dos pines: uno en recuerdo a Jakelin Caal, la niña guatemalteca que murió tras ser detenida en la frontera estadounidense, otro que dejaba leer: “las mujeres que se portan bien rara vez pasan a la historia”.

De hecho, el uso de los broches como instrumento de comunicación política ha trascendido las fronteras americanas. Así, en Reino Unido, la jueza Brenda Hale, conocida como Lady Hale, cuando fue nombrada presidenta del Tribunal Supremo decidió hacer uso de los broches (en lugar de los cuellos de Ruth Bader Gisburg): con uno de araña dio el fallo unánime de que el primer ministro Boris Johnson había suspendido ilegalmente el Parlamento en el proceso del Brexit. Igual de revelador fue el utilizado por Isabel II en 2018 durante la visita que hizo Donald Trump a Reino Unido: una flor que le habían regalado los Obama en una visita oficial en 2011.

El broche, por tanto, se ha convertido en símbolo y lenguaje universal. Albright se dejó ver en varias ocasiones con un boche de un zorro en color rojo, al igual que nuestra ministra de Economía y vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño (en blanco). La frecuencia con la que aparece con un broche hace imposible no pensar en cierta similitud con Albright, aunque se afanase en negar cualquier similitud en una entrevista televisiva. Lo cierto es que se le contabilizan ya más de 50, aunque como colección la de Albright sigue siendo ostentando el número uno: más de doscientos. Fue presentada durante nueve años en 22 museos y bibliotecas presidenciales de todo el país y ahora se expone en el United States Diplomacy Center (USDC) en Washington D.C.

Nadia Calviño adorna sus sobrios trajes de chaqueta con flores, hojas, peces, búhos o salamandra, así como con alargados alfileres de solapa. Pero sus preferidos parecen ser los de libélulas, de las tiene varias piezas. Al margen de que sea uno de los insectos más populares en joyería, se dice que quien lleva una libélula centra su atención en aspectos más profundos de la vida, dejando a un lado las cosas más insignificantes y banales. En definitiva, la libélula representa la madurez, además de producir en quien la observa una sensación de poder y equilibrio (no en vano etimológicamente libélula viene de balanza). Pero también se las asocia con la idea de cambio, buena suerte, fortuna y prosperidad en muchas culturas.

Pero en el Consejo de Ministros de 14 de marzo de 2020 en que se decidió el confinamiento, con el consiguiente parón económico, Nadia Calviño no llevaba una libélula, sino un alfiler de solapa a modo de dañino aguijón, nada de futura prosperidad y fortuna. Aunque últimamente repite mucho el conocido como “de la recuperación”: una flor en tonos “brotes” verdes.

 

Cómo citar esta publicación:

González-Hernández E. (21 de julio de 2022). Madeleine Albright: la primera mujer secretaria de Estado en Estados Unidos. Blog del CEPC. https://www.cepc.gob.es/blog/madeleine-albright-la-primera-mujer-secretaria-de-estado-en-estados-unidos

 

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